Para Conocer la Biblia.

 

El libro de los Hechos

y las

Epístolas  Católicas

 

 

Obispo Alejandro (Mileant).

Traducido por Irina Marschoff / Débora Bettendorff

 

 

 

Contenido: Introducción.  El libro de los Hechos.  Epístolas Católicas.  Epístola del apóstol Santiago.  Epístolas del apóstol Pedro.  Epístolas del apóstol Juan.  Epístola del apóstol Judas.  Preceptos escogidos.  Conclusión.

 

 

 

 

Introducción

A medida que se fueron propagando y agrandando las comunidades cristianas en el vasto Imperio Romano, naturalmente surgían inquietudes de carácter religioso/moral y práctico. Los apóstoles, no pudiendo siempre comparecer personalmente en el lugar para resolver dichas inquietudes, enviaban sus epístolas. Es por ello que, así como el Evangelio contiene las bases de la fe cristiana, las epístolas apostólicas abren ciertas fases de la enseñanza de Cristo explicadas más detalladamente y muestran su aplicación en la práctica. Gracias a las epístolas apostólicas tenemos un testimonio vivo de la enseñanza de los apóstoles y de cómo se formaban y vivían las primeras comunidades cristianas. La Iglesia siempre consideró las epístolas como la palabra del Espíritu Santo y el manantial de Verdad (Lc. 12:12; Jn. 16:13, 17:17-19). A pesar de que las condiciones de vida cambian continuamente y con cada año aparecen problemas nuevos, el meollo de esos problemas es el mismo que en los tiempos de los apóstoles y en todos los siglos de la existencia de la humanidad. Por ello, en las epístolas apostólicas el cristiano encontrará una guía exacta para resolver sus propios problemas y un tesoro nunca caduco de la enseñanza cristiana sobre la fe y la vida.

        En este folleto presentaremos al lector los autores y las circunstancias en que fueron escritos el libro de los Hechos y las epístolas católicas de los apóstoles. Al final, presentaremos unas indicaciones escogidas de estos Santos Libros.

 

 

El Libro de los Hechos

El libro de los Hechos de los santos Apóstoles se considera como una continuación directa del Evangelio. La meta del autor era describir los hechos que ocurrieron enseguida después de la Ascensión de Nuestro Señor Jesucristo y dar un relato de la primer organización de la Iglesia de Cristo. Sobre todo describe detalladamente la misión evangelizadora de los apóstoles Pedro y Pablo. San Juan Crisóstomo en su conversación sobre el libro de los Hechos explica la gran importancia de este libro para el cristianismo, el que corrobora con hechos de la vida de los apóstoles, la verdadera enseñanza del Evangelio: “El verdadero libro contiene en sí sobre todo los testimonios de la resurrección.” Es por ello, que en la iglesia en la noche de Pascua, antes de glorificar la Resurrección de Cristo, se leen varios capítulos del libro de los Hechos. Por esta misma razón todo este libro se lee entero en el período desde Pascua hasta Pentecostés — por secciones en las liturgias diarias.

        Por indicación del mismo autor del libro de los Hechos (Hch. 1:1-3) representa su segundo libro escrito para Teófilo, oriundo de Antioquía. De ahí que se deduce que el libro de los Hechos está escrito en calidad de continuación del tercer Evangelio, y el autor es el Apóstol y Evangelista San Lucas, ex-compañero de viaje y colaborador de San Pablo Apóstol. Entre el Evangelio de San Lucas y el libro de los Hechos existe una semejanza de estilo. Las citas al libro de los Hechos las encontramos en escritores antiguos, como por ejemplo, de San Ignacio Teóforo, San Policarpo y San Justino mártir. El hecho de pertenecer el libro de los Hechos a la obra de San Lucas, es encontrado en las informaciones de los escritores del siglo II — San Ireneo de Lyón, Clemente de Alejandría, Tertuliano, Orígenes, así como también en la traducción de la Biblia del antiguo Sirio “Peshito.”

        El libro de los Hechos narra lo sucedido desde la Ascensión de Nuestro Señor Jesucristo hasta la llegada de San Pablo Apóstol a Roma y abarca un período de 30 años. Los capítulos 1-12 narran sobre la actividad de San Pablo entre los judíos en Palestina; los capítulos 13-28 sobre la misión de San Pablo entre los paganos y la misión evangelizadora fuera de los confines de Palestina. La narración del libro finaliza cuando San Pablo vive dos años en Roma y donde predica la enseñanza de Cristo libremente (Hch. 28:30-31). No se menciona ahí el martirio sufrido por San Pablo durante el reinado de Nerón que sucedió cerca del año 67 d.C. De los relatos de la Iglesia se habla que al apóstol Pablo lo absolvieron en el juicio del César y, nuevamente volvió a Jerusalén; realizando después un cuarto viaje misionero. Se puede concluir que el libro fue acabado alrededor del año 63 ó 64 d.C. en la ciudad de Roma. San Pablo menciona a Lucas, en sus epístolas a los Colosenses y a Filemón, diciendo que se encontraba en Roma con él. De esta manera, el libro de los Hechos nos muestra un panorama del desarrollo de la vida de la Iglesia de Cristo, establecida entre los judíos en Palestina que, según la propia predicción del mismo Señor y a pesar de que existía un gran sector de tenaces judíos no creyentes que la estorbaba; se propagó luego al mundo pagano y paulatinamente a Asia Menor y al sur de Europa.

        En el libro de los Hechos vemos que se cumplen las profecías del Salvador con respecto a los milagros que iban a realizar los apóstoles en Su nombre, y con respecto al triunfo de la fe de Cristo en todo el mundo. Vemos que, a pesar de la debilidad humana, los apóstoles, sin poseer recursos materiales ni dones para propagar la enseñanza del Evangelio, lo pudieron efectuar luego del gran cambio producido en ellos con la llegada del Espíritu Santo. Sin miedos, con gran valentía y arrojo, a pesar de todas las persecuciones, enseñaban el Evangelio en todos los puntos del entonces conocido mundo greco-romano. En un corto lapso de tiempo fundaron también muchas comunidades cristianas. El libro de los Hechos atestigua con vehemencia que la palabra de los apóstoles no era una obra humana, sino divina. (Recordemos las sabias palabras de Gamaliel que aconsejaba a los judíos no seguir persiguiendo a los discípulos de Cristo, Hch. 5:38-39). Por sobre todo, describe la vida de los primeros cristianos, que tenían .”..un corazón y un alma.” (Hch. 4:32), lo que era totalmente contrario a la vida del resto del mundo en esa época, que se ahogaba en egoísmos, pecados y vicios de toda especie. Para los episcopos de la Iglesia el libro de los Hechos es importante por el ejemplo que ofrece sobre en la Iglesia de Cristo y el gobierno de ella, basándose en el principio de “sobornostj” — catolicidad que consiste en un consentimiento y harmonía entre el pueblo, el clero y los obispos (Hch. capítulo 15). Enseña a través de encíclicas y directivas cómo debe actuar un servidor de la Iglesia (Hch. 20:18-35).

        Pero lo más importante de este libro es el hecho de ser el único que atestigua el misterio principal del Cristianismo: la Resurrección de Cristo. Justamente, el mejor testimonio de la Resurrección de Cristo son los milagros realizados en nombre de El, y este libro es el que relata sobre los milagros realizados por los Apóstoles.

 

 

Epístolas Católicas

Con el nombre de Católicas (universal) se denominan las siete epístolas escritas por los apóstoles: una escrita por Santiago, dos por Pedro, tres por Juan el Evangelista y una por Judas. En el compendio de los libros del Nuevo Testamento ortodoxo se ubican después del libro de los Hechos. Aún en tiempos remotos, las epístolas se denominaban por la Iglesia: Católicas o Ecuménicas. “Católico” en el sentido de “perteneciente al distrito,” es decir que está dirigido no a algunas personas en particular sino, a todas las comunidades cristianas en general. Todo el conjunto de epístolas católicas fue denominado por primera vez por el historiador Eusebio (principios del siglo IV d.C.). Las epístolas católicas se distinguen de las epístolas de Pablo por poseer directivas generales de enseñanzas de la fe, siendo las de Pablo más acomodadas a las circunstancias de cada zona de las iglesias a las que son dirigidas, teniendo su carácter específico. En las epístolas de Pablo se destacan: la personalidad del mismo Apóstol y las circunstancias en que se desarrollaba su actividad apostólica; en cambio las católicas contienen las obligaciones generales de todos los cristianos, reglas de fe y las buenas costumbres cristianas, casi sin mencionar información biográfica alguna.

 

 

 

Epístola del

Apóstol Santiago

El autor se denomina a sí mismo como: “Santiago, siervo de Dios, y del Señor Jesucristo,” Sant. 1:1. En la historia del Evangelio se conocen tres personas con el nombre de Santiago: 1) Santiago, hijo de Zebedeo, uno de los doce apóstoles y hermano de San Juan el Evangelista; 2) Santiago el de Alfeo, hermano de San Mateo Apóstol y evangelista, también uno de los Doce y 3) Santiago, llamado el “hermano del Señor,” uno de los 70 discípulos de Cristo, hermano de José, Judas y Simón (Mt. 13:55), siendo él luego nombrado como primer obispo de Jerusalén y denominado por los judíos como el “Justo..”En distinción de los dos anteriores, pertenecientes a los Doce, se llamaba el “Menor.”

        San Santiago Zebedeo terminó su vida muriendo como mártir (alrededor del año 44 en la ciudad de Jerusalén, según los Hechos 12:2). San Santiago de Alfeo enseñaba entre los paganos. La epístola católica de Santiago está dirigida a los judíos que se encontraban en la Dispersión, (Sant. 1:1) y la tradición de la Iglesia se lo adjudica al tercer Santiago, hermano de Cristo, primer obispo de Jerusalén. Por su rectitud, gozaba de autoridad entre todos los judíos (hasta entre los no conversos) y era considerado como primado entre los cristianos judíos, dondequiera que estuvieran.

        Se conoce que Santiago, “hermano del Señor,” llevaba una vida ejemplar de asceta; era casto, no bebía vino ni otras bebidas alcohólicas, no comía carne, usaba sólo ropa simple de lino, observaba fielmente la ley de Moisés y se alejaba a menudo para rezar en el templo de Jerusalén. Era el hijo mayor de José y de la primera esposa (el mismo José que luego sería el desposado de la Santísima Virgen). Según la leyenda, Santiago acompañó a José y María con el Niño Jesús en su huída a Egipto. Al principio, igual que sus hermanos, no creía del todo en Jesucristo como el Mesías. Pero luego creyó en El con todo su corazón y luego de la Resurrección, le fue concedida una aparición especial del Señor (1 Cor. 15:7). Gozando de una gran estima entre los Apóstoles, presidió el Primer Concilio en Jerusalén (Hch. cap. 15). Hay que suponer que toda su actividad residía en la región de Palestina. Su vida la acabó como mártir, fue dado a muerte cerca del año 64, tirado desde el pórtico del templo de Jerusalén por los dirigentes judíos. El historiador judío José Flavio enumera las causas de la aniquilación de Jerusalén, como resultado de las guerras con los romanos; una de ellas, sin embargo, considera Flavio, era el asesinato de Santiago el Justo, por el que fueron castigados por Dios . La tradición de la Iglesia le adjudica a San Santiago la redacción de la antigua Santa Liturgia, la que se oficia hasta hoy en día en la ciudad de Jerusalén y en otros templos, el día de la conmemoración del santo el 23 de octubre.

        La epístola del apóstol San Santiago fue destinada a los hebreos: a las doce tribus que están en la Dispersión” (Sant. 1:1), lo que no excluye a los hebreos que vivían en Palestina. No se determina ni el lugar ni la fecha de la epístola. Aparentemente fue enviada poco antes de su muerte, alrededor de los años 55-60, desde Jerusalén, donde residía constantemente el apóstol.

        Fue escrita esta epístola motivada por las penurias que padecían los hebreos cristianos en la dispersión, por las persecuciones de los paganos y sobre todo por los judíos no creyentes. Las pruebas eran tan penosas que muchos de los conversos comenzaron a decaer y titubear en su fe. Muchos murmuraban contra los flagelos y contra Dios, volviendo a considerar su salvación a través del hecho de provenir de Abraham. No consideraban correctamente el sentido de la oración; las obras de bien no las consideraban como tales, y comenzaron a instruir unos a otros. Trataban de ensalzarse los ricos por encima de los pobres y el amor fraterno se iba enfriando. Todo ello condujo a San Santiago a enviar una curación moral en forma epistolar.

        En el segundo capítulo de la epístola hay una valiosa enseñanza acerca de la esencia de la fe, la cual no debe consistir en una declaración abstracta de las verdades cristianas, sino en su manifestación viva a través de actos de caridad. En el capítulo quinto (vers. 14-16) habla de la fuerza y finalidad del Sacramento de la Santa Unción.

 

 

La Epístola

de San Pedro

El apóstol San Pedro, antes con el nombre de Simón, era hijo de un pescador llamado Jonás, de Betsaida, en Galilea (Jn. 1:42-45) y hermano de Andrés, el primer discípulo, el que lo trajo a Cristo Jesús. San Pedro estaba casado y tenía su casa en Capernaum (Cafarnaún, Mc. 1:21, 29). Fue llamado por Cristo mientras pescaba en el lago de Genesaret (Lc. 5:8). Siempre expresó su especial fidelidad y determinación, lo que le valió ser el más allegado a Jesucristo, junto con los hijos de Zebedeo (Lc. 9:28). Tenía un carácter fuerte y fogoso y naturalmente ocupó un lugar influyente en el grupo de los discípulos de Cristo. Fue el primero que declaró al Señor Jesucristo como el Mesías (Mt. 16:16), fue por eso que fue denominado como Piedra (Pedro). Sobre esa piedra de la fe de Pedro, el Señor prometió fundar Su Iglesia y las puertas del infierno no podrán vencerla (Mt. 16:18). Su triple negación a Cristo (el día antes de Su Crucifixión) el apóstol Pedro los lavó con amargas lágrimas de arrepentimiento; en consecuencia, luego de la Resurrección, fue rehabilitado dentro de su dignidad apostólica también tres veces, al mandársele la tarea de apacentar a Sus corderos y ovejas (Jn. 21:15-17).

        El Apóstol Pedro fue el primero en coadyuvar a la propagación y establecimiento de la Iglesia de Cristo después de la venida del Espíritu Santo, al pronunciar un ardiente sermón delante del pueblo el día de Pentecostés y convertir 3.000 almas a Cristo. Cierto tiempo después, sanó a un rengo de nacimiento y con un segundo sermón convirtió a 5.000 judíos (Hch. caps. 2-4). El libro de los Hechos del primer capítulo al doce relata acerca de su actividad apostólica. Sin embargo, luego que fue liberado milagrosamente de la prisión por el Ángel, se vio obligado a esconderse de Herodes (Hch. 12:1-17), y es mencionado tan sólo una vez más en el relato del Concilio apostólico (Hch. cap. 15). Otras informaciones se suministran sólo en las narraciones de la iglesia. Es sabido que evangelizó a orillas del mar Mediterráneo, en Antioquia donde consagró al obispo Evodio. También evangelizó en Asia Menor a los judíos y prosélitas (paganos que eran conversos al judaísmo), luego estuvo en Egipto, donde consagró a Marcos (que escribió el Evangelio, según las palabras de Pedro; el llamado evangelio “según San Marcos.” San Marcos no figura dentro del grupo de los 12 apóstoles) fue el primer obispo de la iglesia de Alejandría. De ahí pasó a Grecia y predicó en Corinto (1Cor. 1:12), luego en Roma, España, Cartagena y Bretaña. Al final de su vida arribó a Roma, donde aceptó su martirio en el año 67, crucificado cabeza abajo.

 

La primera epístola de San Pedro está dirigida a los “que viven como extranjeros en la Dispersión: en el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia” —provincias todas de Asia Menor. A los “extranjeros” hay que entender como los judíos creyentes y a los paganos que formaban parte de las comunidades cristianas. Estas comunidades fueron fundadas por el apóstol Pablo. La finalidad de la epístola fue el deseo de San Pedro de confirmar a sus hermanos” (Lc. 22:31-32); al aparecer discordancias entre las comunidades y al surgir persecuciones acaecidas por los enemigos de la Cruz de Cristo. Aparecieron, asimismo, dentro de las agrupaciones, enemigos internos en calidad de falsos maestros. Aprovechando la ausencia de San Pablo, comenzaron a distorsionar su enseñanza acerca de la libertad cristiana y patrocinaban cualquier indisciplina moral (1 Pe. 2:16; 2 Pe. 1:9, 2:1).

        La meta de la epístola de San Pedro era dar valor, consuelo y afirmar en la fe a los cristianos de Asia Menor, lo que el propio apóstol Pedro determina: “Por conducto de Silvano, a quien tengo por hermano fiel, os he escrito brevemente, amonestándoos, y testificando que ésta es la verdadera gracia de Dios; en la cual estáis” (1 Pe. 5:12).

        El lugar de la primer epístola se indica como Babilonia (1 Pedro 5:13). En la historia de la Iglesia cristiana es conocida la iglesia de Babilonia en Egipto, hacia ese lugar, seguramente fue enviada la epístola por San Pedro. Con él se encontraban Silvano y Marcos, los que dejaron a San Pablo al viajar éste a Roma por su juicio. Por eso la fecha se determina entre los años 62 y 64 d. C.

 

La segunda epístola fue escrita a los mismos cristianos de Asia Menor. En esta epístola el apóstol Pedro previene con vehemencia a los creyentes de los falsos y perversos maestros. Estas falsas enseñanzas se asemejan a aquéllas de las que el apóstol Pablo habla en sus epístolas a Timoteo y Tito, así como también el apóstol Judas en su epístola católica. Las falsas enseñanzas de los herejes amenazaban la fe y la moral de los cristianos. En aquel tiempo se propagaban rápidamente las herejías de los gnósticos, que absorbieron las enseñanzas del judaísmo, cristianismo y las distintas enseñanzas paganas. (En su esencia el gnosticismo es teosofía, que en realidad es una fantasía disfrazada en filosofía). En la práctica, los adeptos de estas herejías se destacaban por su falta de moral y se jactaban por conocer los “misterios.”

        La segunda epístola fue escrita poco antes de su martirio; San Pedro escribía: “...se que pronto tendré que dejar mi tienda [mi cuerpo], según me lo ha manifestado nuestro Señor Jesucristo.” Se atribuye lo escrito a los años 65-66. Los últimos años del Apóstol Pedro transcurrieron en Roma, se puede concluir que fue escrito en esa ciudad como último testamento antes de su muerte.

 

 

Las Epístolas

de San Juan Evangelista

El estilo de las epístolas y algunas de las expresiones nos hacen recordar el Evangelio de Juan y ya antiguamente se consideraba que pertenecía a la pluma del discípulo bienamado de Cristo. San Juan Evangelista era hijo de un pescador de Galilea, Zebedeo y de su esposa Salomé, según la tradición de la iglesia, hija de San José el desposado y de su primera esposa. De esta manera, San Juan según estos datos, era sobrino del Señor. El hermano mayor de él, Santiago, formaba parte del grupo de los 12 apóstoles. A ambos hermanos los denominó el Señor: “hijos del trueno,” o “Boanerges,” por su fortaleza de espíritu (Mc. 3:17). Obedeciendo el llamado del Señor (Mt. 4:21 y Lc. 10), Juan deja la casa de su padre, y es, junto con Pedro y Santiago, el grupo de discípulos más allegados a El. (Mc. 5:37; Mt. 17:1). El Señor demostró a Juan amor especial: Juan se recostó sobre el pecho del Señor en la Ultima Cena, y el Salvador lo afilió a Su Purísima Madre (Jn. 13:23-25; 19:26). De todos los discípulos solo este apóstol no abandonó a su Maestro y quedó al pie del Gólgota junto a la cruz. El mismo apóstol, sin nombrarse, habla de sí mismo como del discípulo que amaba Cristo” (Jn. 19:26).

        Luego de la Ascensión del Señor y la llegada del Espíritu Santo, San Juan en el transcurso de 15 años no abandona Jerusalén hasta la Asunción de la Madre de Dios. Junto con Pedro y Santiago tomaba parte activa en la organización de la Iglesia de Jerusalén y junto con ellos se considera uno de los pilares de esta iglesia (Gal. 1:9). Para que descienda el Espíritu Santo a los samaritanos bautizados, viajó junto a San Pedro (Hch. 8:14). Más tarde se encaminó a las provincias de Asia Menor para predicar y se estableció en Efeso, desde donde dirigía las iglesias de Asia Menor. De Efeso fue deportado a la isla de Patmos, durante el reinado del emperador Domiciano, tras haberse salvado milagrosamente de la muerte cuando fue tirado en una marmita con aceite hirviendo. En su destierro escribió el Apocalipsis o Revelación. Más tarde volvió a Efeso y en los finales del siglo 1ro escribió su Evangelio y tres epístolas. Se mantuvo en castidad y falleció en circunstancias misteriosas al principio del siglo II en la ciudad de Efeso. No se nombra él mismo en su epístola y habla como un testigo de los acontecimientos de la vida terrenal de Jesucristo (Jn. 1:1-4).

 

Primer Epístola Católica fue escrita luego del Evangelio de Juan: “Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida (porque la vida fue manifestada, y la vida eterna, la cual estaba con el Padre, y se nos manifestó); lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo” (1 Jn. 1:1-3), y seguramente escrita en Efeso al final del siglo 1ro.

        Fue escrito para los cristianos de las iglesias de Asia Menor, fundadas hacía mucho tiempo, y donde formaban parte los cristianos, antiguos paganos. Para ese entonces, se desarrollaron en Asia Menor las enseñanzas gnósticas, las que reemplazaron el judaísmo ritual y el paganismo; contra todas estas enseñanzas lucharon los apóstoles Judas, Pedro y Pablo. Los falsos predicadores gnósticos negaban la naturaleza Divina de Jesucristo y su dignidad como Salvador del mundo, asimismo negaban la realidad de su encarnación; consideraban a los vicios desde un punto de vista liberal, aduciendo que el hombre tenía derecho a una libertad plena y a un desenfreno moral.

        La epístola se caracteriza por su tono exhortador, y fustigando las costumbres. La finalidad de ella es la afirmación de la fe en Jesucristo, como Hijo de Dios para que todos reciban a través de El la vida eterna y que se mantengan en la Verdad y el Amor.

 

Segunda Epístola Católica. No se posee ninguna información determinada acerca de la finalidad de esta epístola, salvo el contenido de la misma. Quién era “la señora elegida y sus hijos” se ignora, sabiendo sólo que eran cristianos. Lo que se refiere al lugar y fecha de su envío, hay que suponer que fue escrita en el mismo tiempo que la primera, en la misma ciudad de Efeso. La segunda epístola de Juan tiene tan sólo un capítulo. En él, el apóstol manifiesta la alegría de los hijos de esa mujer elegida están encaminados en el sendero de la Verdad; le promete visitarla e insiste vehementemente que no se reúna con los falsos predicadores.

 

Tercera Epístola Católica está dirigida a Gayo, persona que no se ignora quién era. De los escritos apostólicos y de las tradiciones de la iglesia se sabe que varias personas poseían este nombre (ver Hch. 19:29; 20:4; Rom. 16:23; 1 Cor. 1:14 y otros), pero no se sabe exactamente a quién de ellos fue enviada esta epístola y no hay posibilidad de determinarla. Aparentemente Gayo no ocupaba ningún cargo jerárquico, tan sólo era un buen cristiano, que recibía a forasteros.

        Del tiempo y lugar del envío de esta encíclica se puede suponer también que fue escrita en la misma ciudad de Efeso, donde transcurrieron los últimos años del apóstol Juan. Contiene sólo un capítulo, en el cual el apóstol alaba a Gayo por su vida virtuosa, su firmeza en la fe y su vida en la Verdad — asimismo por su buena costumbre de recibir a forasteros y el buen acogimiento que ofreció a los colaboradores en la obra de la Verdad. Por otro lado, no aprueba a Diótrefes, el ambicioso por el poder. Comunica también algunas otras noticias y envía saludos.

 

 

Epístola de

San Judas Apóstol

El autor de esta epístola se llama a sí mismo: “Judas, siervo de Jesucristo, y hermano de Santiago” (Jds. 1:1). Se puede concluir que es Judas de los Doce, la misma persona que se denomina Jacobo, y asimismo Lebeo y Tadeo (Mt. 10:3; Mc. 3:18; Lc. 6:15; Hch. 1:13; Jn. 14:22). Era hijo de José, el Desposado a la Virgen María, y de su primera y verdadera esposa. Era hermano de los hijos de José: José, Simón y Santiago, este último llamado “el Justo” y que fue obispo de Jerusalén. Según la tradición, su primer nombre fue Judas, el nombre de Tadeo lo recibió luego de bautizarse por San Juan Bautista, y el nombre de Lebeo lo obtiene al ingresar al círculo de los 12 apóstoles, quizás para diferenciarse de Judas Iscariote, el que finalmente entregó a Jesucristo.

        Acerca de su actividad apostólica San Judas, después de la Ascensión del Señor, habla de la traición de la iglesia que predicó primero en Judea, Galilea, Samaria, Idumea y más tarde en Arabia, Siria y Mesopotámica, en Persia y en Armenia, donde falleció como mártir, crucificado y atravesado con flechas.

        Los motivos de la epístola, como se lee en la tercer versículo, es la preocupación de San Judas “acerca de nuestra común salvación” y la amenaza a causa del aumento de las falsas enseñanzas. San Judas dice directamente que en la comunidad de los cristianos se habían introducido solapadamente unos impíos, que transformaban la libertad cristiana en libertinaje. Eran, sin lugar a dudas, los falsos predicadores gnósticos que incentivaban el libertinaje como una “flagelación” de la carne corrupta y los que consideraban que el mundo no era creación Divina, sino una obra de las fuerzas inferiores, enemigas de Dios. Eran los mismos simonitas y nicolaítas a los que fustiga San Juan en los capítulos 2 y 3 del Apocalipsis. La finalidad de la epístola es de prevenir a los cristianos de ser seducidos por las falsas enseñanzas que adulaban la sensualidad. La epístola está dirigida a todos los cristianos en general, pero por su contenido, se observa que está dirigido hacia un círculo determinado de personas, en donde se introdujeron los falsos maestros. Se puede confirmar que la epístola era dirigida en un principio a las iglesias de Asia Menor, a las que escribía luego también San Pedro.

        No cabe duda que esta epístola fue escrita antes de la destrucción de Jerusalén, que sucedió en el año 70, ya que San Judas, que mencionaba casi todos los eventos extraordinarios del juicio Divino, no hubiera podido obviar de mencionar este hecho. La similitud de esta epístola con la de San Pedro nos hace pensar que fue escrito después de la epístola de éste último. San Judas utilizó los rasgos de los falsos maestros, en forma muy semejante a los que empleó San Pedro, casi con las mismas palabras y expresiones. La epístola católica de San Judas apóstol se compone tan sólo de un capítulo que trata solamente, desde el principio hasta el final, de un sermón contra los impíos predicadores.

 

 

 

 Preceptos Escogidos

 

En esta sección se enumeran algunos preceptos distribuidos por temas y en orden alfabético.

 

El Amor: “Y la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma; y ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común. Y con gran poder los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús, y abundante gracia era sobre todos ellos. Así que no había entre ellos ningún necesitado; porque todos los que poseían heredades o casas, las vendían, y traían el precio de lo vendido, y lo ponían a los pies de los apóstoles; y se repartía a cada uno según su necesidad” (Hch. 4:32-35).

        “Y ante todo, tened entre vosotros ferviente amor; porque el amor cubrirá multitud de pecados” (1 Pe. 4:8). “Pero el que guarda Su palabra, en éste verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado; por esto sabemos que estamos en él” (1 Jn. 2:5). “En esto hemos conocido el amor, en el que Él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos. Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él? Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad” (1 Jn. 3:16-18). “Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios. El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es Amor” (1 Jn. 4:7-8).

        “En esto se ha perfeccionado el amor en nosotros, para que tengamos confianza en el día del Juicio; pues como El es, así somos nosotros en este mundo. En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor. Nosotros le amamos a Él, porque Él nos amó primero. Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto? Y nosotros tenemos este mandamiento de Él: El que ama a Dios, ame también a su hermano” (1 Jn. 4:17-21). “En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios, cuando amamos a Dios, y guardamos Sus mandamientos. Pues este es el amor a Dios, que guardemos Sus mandamientos; y Sus mandamientos no son gravosos” (1 Jn. 5:2-3). “Y este es el amor, que andemos según Sus mandamientos. Este es el mandamiento: que andéis en amor, como vosotros habéis oído desde el principio” (2 Jn. 6).

 

Arrepentimiento: “Acercaos a Dios, y Él se acercará a vosotros. Pecadores, limpiad las manos, y vosotros los de doble ánimo, purificad vuestros corazones. Afligios, y lamentad, y llorad. Vuestra risa se convierta en lloro, y vuestro gozo en tristeza. Humillaos delante del Señor, y Él os exaltará” (Sant. 4:8-10).

 

Conciencia: “Y en esto conoceremos que somos de la verdad, y aseguremos nuestros corazones delante de Él; pues si nuestro corazón nos reprende, mayor que nuestro corazón es Dios, y él sabe todas las cosas. Amados, si nuestro corazón no nos reprende, confianza tenemos en Dios” (1 Jn. 3:19-21).

 

Conocimiento de Dios: “Y en esto sabemos que nosotros Le conocemos, si guardamos sus mandamientos. El que dice: Yo Le conozco, y no guarda Sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él” (1 Jn. 2:3-4). “Pero vosotros tenéis la unción del Santo, y conocéis todas las cosas... Pero la unción que vosotros recibisteis de Él permanece en vosotros, y no tenéis necesidad de que nadie os enseñe; así como la unción misma os enseña todas las cosas, y es verdadera, y no es mentira, según ella os ha enseñado, permaneced en Él” (1 Jn. 2:20 y 27).

 

Dios, la esperanza en Él y Su amor: “Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que Él os exalte cuando fuere tiempo; echando toda vuestra ansiedad sobre Él, porque Él tiene cuidado de vosotros” (1 Pe. 5:6-7). “El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 Pe. 3:9). “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a Él” (1 Jn. 3:1).

 

Enfermedades: “¿Está alguno entre vosotros afligido? Haga oración. ¿Está alguno alegre? Cante alabanzas. ¿Está alguno enfermo entre vosotros? Llame a los ancianos de la Iglesia, y oren por él, ungiéndole con aceite en el nombre del Señor. Y la oración de fe salvará al enfermo, y el Señor lo levantará; y si hubiere cometido pecados, le serán perdonados” (Sant. 5:13-15).

 

La Familia: “Asimismo vosotras, mujeres, estad sujetas a vuestros maridos; para que también los que no creen a la Palabra, sean ganados sin palabra por la conducta de sus esposas, considerando vuestra conducta casta y respetuosa. Vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de adornos de oro o de vestidos lujosos, sino el interno, el del corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios. Porque así también se ataviaban en otro tiempo aquellas santas mujeres que esperaban en Dios, estando sujetas a sus maridos; como Sara obedecía a Abraham, llamándole Señor; de la cual vosotras habéis venido a ser hijas, si hacéis el bien, sin temer ninguna amenaza. Vosotros, maridos, igualmente, vivid con ellas sabiamente, dando honor a la mujer como a vaso más frágil, y como a coherederas de la gracia de la vida, para que vuestras oraciones no tengan estorbo” (1 Pe. 3:1-7).

 

La Fe: Y este es su mandamiento: Que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y nos amemos unos a otros como nos lo ha mandado” (1 Jn. 3:23). “El que cree en el Hijo de Dios, tiene el testimonio en sí mismo; el que no cree, a Dios le ha hecho mentiroso, porque no ha creído en el testimonio que Dios ha dado acerca de su Hijo. Y este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo” (1 Jn. 5:10-11). “Pero pida con fe, no dudando nada; porque el que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una a otra parte. No piense, pues, quien tal haga, que recibirá cosa alguna del Señor” (Sant. 1:6-7). Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle?...Tú crees que Dios es uno; bien haces. También los demonios creen, y tiemblan ... Ya veis cómo el hombre es justificado por las obras y no por la fe solamente... Porque como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta” (Sant. 2:14-26).

 

El Fin del Mundo, el Juicio: “Sabe el Señor librar de tentación a los piadosos, y reservar a los injustos para ser castigados en el día del Juicio” (2 Pe. 2:9). Pero el día del Señor vendrá como ladrón en la noche; en el cual los cielos pasarán con gran estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas” (2 Pe. 3:10).Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en las cuales mora la justicia” (2 Pe. 3:13).

 

La ira: “Porque la ira del hombre no obra la justicia de Dios” (Sant. 1:20).

 

La Lengua (El lenguaje): “Si alguno se cree religioso entre vosotros, y no refrena su lengua, sino que engaña a su corazón, la religión del tal es vana” (Sant. 1:26). “Porque todos ofendemos muchas veces. Si alguno no ofende en palabra, éste es varón perfecto, capaz también de refrenar todo el cuerpo” (Sant. 3:2). “Así también la lengua es un miembro pequeño, pero se jacta de grandes cosas. He aquí, ¡cuán grande bosque enciende un pequeño fuego!” (Sant. 3:5) “Porque: El que quiera amar la vida y ver días buenos, refrene su lengua del mal, y sus labios no hablen engaños” (1 Pe. 3:10).

 

Luz espiritual: “Este es el mensaje que hemos oído de El, y os anunciamos: Dios es Luz, y no hay ningunas tinieblas en El” (1 Jn. 1:5). “Pero si andamos en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo Su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Jn. 1:7). “El que dice que está en la luz, y aborrece a su hermano, está todavía en tinieblas. El que ama a su hermano, permanece en la luz, y en él no hay tropiezo. Pero el que aborrece a su hermano está en tinieblas, y anda en tinieblas, y no sabe a dónde va, porque las tinieblas le han cegado los ojos” (1 Jn. 2:9-11).

 

La Misericordia: “Porque juicio sin misericordia se hará con aquel que no hiciere misericordia; y la misericordia triunfa sobre el juicio” (Sant. 2:13).

 

El Mundo que yace en el mal: “¡Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios” (Sant. 4:4). “No améis al mundo, ni lo que están en el mundo. Si alguien ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre” (1 Jn. 2:15-17).

        “Hijitos, vosotros sois de Dios, y los habéis vencido; porque mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo” (1 Jn. 4:4). “Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe. ¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?” (1 Jn. 5:4-5). “Sabemos que somos de Dios, y el mundo entero está bajo el maligno” (1 Jn. 5:19).

 

Nacimiento desde lo alto: “Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios; y todo aquel que ama al que engendró, ama también al que ha sido engendrado por El” (1 Jn. 5:1).

 

Obediencia (servicio): “Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios. Si alguno habla, hable conforme a las palabras de Dios; si alguno ministra, ministre conforme al poder que Dios da, para que en todo sea Dios glorificado por Jesucristo, a quien pertenece la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén” (1 Pe. 4:10-11).

 

La Oración: “Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados. La oración eficaz del justo puede mucho” (Sant. 5:16). “Amados, si nuestro corazón no nos reprende, confianza tenemos en Dios; y cualquier cosa que pidiéremos la recibiremos de El, porque guardamos sus mandamientos, y hacemos las cosas que son agradables delante de El” (1 Jn. 3:21-22). Y esta es la confianza que tenemos en El, que si pedimos alguna cosa conforme a Su voluntad, El nos oye. Y si sabemos que El nos oye en cualquier cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho (1 Jn. 5:14-15).

 

Las Pasiones: “Amados, Yo ruego como a extranjeros y peregrinos, que os abstengáis de los deseos carnales que batallan contra el alma” (1 Pe. 2:11). “Les prometen libertad, y son ellos mismos esclavos de corrupción. Porque el que es vencido por alguno es hecho esclavo del que lo venció. Ciertamente, si habiéndose ellos escapado de las contaminaciones del mundo, por el conocimiento del Señor y Salvador Jesucristo, enredándose otra vez en ellas son vencidos, su postrer estado viene a ser peor que el primero. Porque mejor les hubiera sido no haber conocido el camino de la justicia, que después de haberlo conocido, volverse atrás del santo mandamiento que les fue dado. Pero les ha acontecido lo del verdadero proverbio: “El perro vuelve a su vómito, y la puerca lavada a revolcarse en el cieno” (2 Pe. 2:19-22).

 

El pecado: Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte” (Sant. 1:15). “Pero si andamos en luz, como El está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la Sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado. Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, El es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad. Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a El mentiroso, y su Palabra no está en nosotros” (1 Juan 1:7-10). “Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el Justo. Y El es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los del mundo” (1 Jn. 2:1-2). “Y Todo aquel que tiene esta esperanza en El, se purifica a sí mismo, así como El es puro. Todo aquel que comete pecado, infringe también la ley; pues el pecado es infracción de la ley. Y sabéis que El apareció para quitar nuestros pecados, y no hay pecado en El. Todo aquel que permanece en El, no peca; todo aquel que peca, no le ha visto, ni le ha conocido” (1 Jn. 3:3-6). “El que practica el pecado es del Diablo; porque el Diablo peca desde el principio. Para esto apareció El Hijo de Dios, para deshacer las obras del Diablo. Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en El; y no puede pecar, porque es nacido de Dios” (1 Jn. 3:8-9). “Si alguno viere a su hermano cometer pecado que no sea de muerte, pedirá, y Dios le dará vida; esto es para los que cometen pecado que no sea de muerte. Hay pecado de muerte, por el cual yo no digo que se pida. Toda injusticia es pecado; pero hay pecado no de muerte. Sabemos que todo aquel que ha nacido de Dios, no practica el pecado, pues Aquel que fue Engendrado por Dios le guarda, y el maligno no le toca” (1 Jn. 5:16-18). “Amado, no imites lo malo, sino lo bueno. El que hace lo bueno es de Dios; pero el que hace lo malo, no ha visto a Dios” (3 Jn. 11).

 

Permanecer en Dios: “El que dice que permanece en El, debe andar como El anduvo” (1 Jn. 2:6). “Y ahora, hijitos, permaneced en El, para que cuando se manifieste, tengamos confianza, para que en Su venida no nos alejemos de El avergonzados” (1 Jn. 2:28). “Nadie ha visto jamás a Dios. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros, y su amor se ha perfeccionado en nosotros. En esto conocemos que permanecemos en El, y El en nosotros, en que nos ha dado de su Espíritu” (1 Jn. 4:12-13).

 

La Religión (La devoción): “La religión pura y sin mácula delante de Dios el Padre es esta: Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha del mundo” (Sant. 1:27).

 

Sabiduría: “Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dará” (Sant. 1:5). “¿Quién es sabio y entiende entre vosotros? Muestre por la buena conducta sus obras en sabia mansedumbre” (Sant. 3:13). “Pero la sabiduría que es de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía” (Sant. 3:17).

 

La Salvación: “Sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de cordero sin mancha y sin contaminación” (1 Pedro 1:18-19). “Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de Aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable; vosotros que en otro tiempo no erais pueblo, pero que ahora sois Pueblo de Dios; que en otro tiempo no habías alcanzado misericordia, pero ahora habéis alcanzado misericordia” (1 Pe. 2:9-10, Os. 2:23). “Y: Si el justo con dificultad se salva, ¿en dónde aparecerá el impío y el pecador?” (1 Pe. 4:18).

 

Tentaciones y penurias: “Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia. Mas tenga la paciencia su obras completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna,” “Bienaventurado el varón que soporta la tentación; porque cuando haya resistido la prueba, recibirá la corona de la vida, que Dios ha prometido a los que le aman. Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni El tienta a nadie; sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido” (Sant. 1:2-4, 12-14).

        “En lo cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas, para que sometiera a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallado en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo” (1 Pe. 1:6-7). “Pues ¿qué gloria es, si pecando sois abofeteados, y lo soportáis? Mas si haciendo lo bueno sufrís, y lo soportáis, esto ciertamente es aprobado delante de Dios. Puesto para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas” (1 Pe. 2:20-21). “Puesto que Cristo ha padecido por nosotros en la carne, vosotros también armaos del mismo pensamiento; pues quien ha padecido en la carne, terminó con el pecado, para no vivir el tiempo que resta en la carne, conforme a las concupiscencias de los hombres, sino conforme a la voluntad de Dios” (1 Pe. 4:1-2). “Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese, sino gozaos por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de Su gloria os gocéis con gran alegría. Si sois vituperados por el nombre de Cristo, sois bienaventurados, porque el glorioso Espíritu de Dios reposa sobre vosotros. Ciertamente, de parte de ellos, El es blasfemado, pero por vosotros es glorificado” (1 Pe. 4:12-16).

 

La Verdad: “Mucho me regocijé porque he hallado a algunos hijos andando en la verdad, conforme al mandamiento que recibimos del Padre” (2 Jn. 1:4). “Cualquiera que se extravía, y no persevera en la doctrina de Cristo, no tiene a Dios; el que persevera en la doctrina de Cristo, ése si tiene al Padre y al Hijo. Si alguno viene a vosotros, y no trae esta doctrina, no lo recibáis en casa, ni le digáis: ¡Bienaventurado! Porque el que le dice: ¡Bienaventurado! Participa en sus malas obras” (2 Jn. 1:9-11). “No tengo yo mayor gozo que este, el oír que mis hijos andan en la verdad” (3 Jn. 1:4).

 

La Vida: “Porque la Vida fue manifestada, y la hemos visto, y testificamos y os anunciamos la Vida eterna, la cual estaba con el Padre, y se nos manifestó” (1 Jn. 1:2). “Y esta es la promesa que El nos hizo, la vida eterna” (1 Jn. 2:25). “Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, en que amamos a los hermanos. El que no ama a su hermano, permanece en muerte” (1 Jn. 3:14).

 

Buenas obras y justicia: “Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos” (Sant. 1:22). “Hermanos, si alguno de entre vosotros se ha extraviado de la verdad, y alguno le hace volver, sepa que el que haga volver al pecador del error de su camino, salvará de muerte un alma, y cubrirá multitud de pecados” (Sant. 5:19-20). “Gracia y paz os sean multiplicadas, en el conocimiento de Dios y de nuestro Señor Jesús. Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia, por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia; vosotros también, poniendo toda diligencia por eso mismo, añadid a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor. Porque si estas cosas están en vosotros, y abundan, no os dejarán estar ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo. Pero el que no tiene estas cosas tiene la vista muy corta; es ciego, habiendo olvidado la purificación de sus antiguos pecados” (2 Pe. 1:2-9). “Si sabéis que El es justo, sabed también que todo el que hace justicia es nacido de El” (1 Jn. 2:29). “Amados, no imites lo malo, sino lo bueno. El que hace lo bueno es de Dios; pero el que hace los malo, no ha visto a Dios” (3 Jn. 1:11).

 

 

Conclusión

Resumiendo el contenido de los Hechos y de las epístolas católicas y apostólicas; así como también de las epístolas de San Pablo (que se detallarán en otro cuadernillo); se puede concluir que todas tratan de persuadir a los cristianos de permanecer en una unidad espiritual, en un grupo social de bien, llamado Iglesia, fundada por el Salvador. El camino para la salvación está abierto a todos los creyentes, abierto por el Hijo de Dios engendrado, Nuestro Señor Jesucristo, el que derramó Su purísima sangre para redimir los pecados humanos, y El que envió el Espíritu Consolador. Para poder salvarse, al hombre le es indispensable ir por el camino indicado por Cristo. Tiene que encaminarse no en forma solitaria sino, junto con otros hombres que están en camino a la salvación, aprovechando la ayuda de la comunidad bienhechora, donde los presbíteros los encaminan. La esencia de un grupo de personas que están en vías de la salvación consiste en: a) la obtención de una nueva Vida como producto de la comunión con Dios, a través de Nuestro Señor Jesucristo; y b) la permanencia dentro de la luz espiritual, es decir, en la Verdad Evangélica y en amor mutuo. Fuera de la Iglesia están las tinieblas de los errores, el pecado y los odios. Es la región donde reina el diablo, príncipe de este mundo. Al vivir dentro de la vida bienhechora de la Iglesia, el cristiano crece, se perfecciona y merced a su trabajo constante en las obras de bien, fruto de su fe y paciencia, se hace merecedor, finalmente de la vida eterna.

 

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Editor: Bishop Alexander (Mileant)

 

 

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(biblia7_s.doc, 11-05-2000).