Las Sagradas Escrituras Acerca de la Iglesia

 

Las Sagradas Escrituras

Acerca de la Iglesia

 

Obispo Alejandro (Mileant)

 


Contenido: Introducción. La Iglesia es el Reino de Dios. La naturaleza de la Iglesia segun las comparaciones alegóricas. Iglesia del cielo y de la tierra. La Iglesia es invencible. Características de la Iglesia: su permanencia en la verdad y la santidad. La jerarquía eclesiastica. La tradición apostólica. Relación del cristiano con los "externos." La vida de la Iglesia es el crecimiento en el amor. Conclusión.


 

Introducción

En la época de los apóstoles no era necesario explicar el significado de la Iglesia a los cristianos, pues ellos mismos la constituían y vivían para ella. A partir del siglo XVI, con el surgimiento de diversas sectas, el concepto de Iglesia en el mundo cristiano se hizo cada vez más difuso. Sin embargo la verdadera Iglesia, que asciende ininterrumpidamente hasta la Iglesia apostólica, existe en la actualidad y existirá hasta el fin del mundo. Con el fin de comprender la naturaleza de la Iglesia y en que consiste su vida, presentamos aquí la enseñanza de las Sagradas Escrituras sobre ella. Los textos bíblicos han sido distribuidos según los temas y están acompañados de breves explicaciones. Aclaraciones más detalladas requerirían de varios tomos. Por consiguiente, el presente trabajo es solo una guía, y no una exposición de la doctrina de Iglesia.

Escrutando la enseñanza de las Escrituras acerca de la Iglesia, observamos que la misma se presenta como una comunidad celestial y terrenal, en la que los creyentes se unen de un modo misterioso a Cristo. Jesucristo fundó la Iglesia santificándola con sus padecimientos (pasión) en la cruz. Él dirige su vida. La Iglesia es el Reino del Bien. Su meta es el renacimiento moral de los hombres: instruirlos, purificarlos y atraerlos al cielo. El renacimiento espiritual se consigue con los esfuerzos del hombre y simultáneamente, con la ayuda del poder de la gracia de Cristo que se concede en los sacramentos, en los oficios divinos y las oraciones individuales.

Como el hombre, se compone de cuerpo y alma, así la Iglesia tiene lados visibles e invisibles. Las invisibles son: la acción de la gracia de Cristo, el perfeccionamiento espiritual de los fieles y la Iglesia Celestial o Iglesia Triunfante. En este ámbito muchas cosas no pueden investigarse. El aspecto visible de la Iglesia constituye su doctrina, su jerarquía, sus concilios, sus templos, sus divinos oficios, sus leyes y toda la estructura canónica de las iglesias locales.

Algunas personas no comprenden que la Iglesia es necesaria. ¿No es acaso suficiente- dicen- con leer el Evangelio y creer en Cristo? Profundizando la doctrina del Salvador y de sus apóstoles vemos que conforme al designio Divino los hombres no son llamados a la salvación individualmente, o de cualquier manera, sino dentro de su Reino de la gracia. Los fieles son llamados a la salvación eterna, y de esta manera aprenden a ser humildes y amar.

El pecado y el error son principios disyuntivos, mientras que la verdad, la gracia de Dios y el amor son los principios unificadores. En la Iglesia los hombres se encuentran en distintos niveles espirituales. Quienes alcanzaron una mayor perfección tienen la obligación de asistir a sus hermanos más débiles. El Señor mismo estableció el orden según el cual algunos enseñan y otros aprenden.

En la Iglesia el cristiano aprende la verdad y se santifica con la gracia del Espíritu Santo. En el sacramento de la Eucaristía entra en una comunión real con Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, convirtiéndose en participe de su naturaleza divina. En esta comunión sacramental con Dios el hombre obtiene fuerzas para luchar contra el pecado, amar a Dios y al prójimo.

Luego de la presente introducción, consideraremos en detalle las enseñanzas del Salvador y de los apóstoles sobre la Iglesia.

 

La Iglesia es el

Reino de Dios

En las Sagradas Escrituras la Iglesia se llamaba Reino de Dios o Reino de los Cielos. En el uso corriente de esta palabra entendemos por reino un estado superior del desarrollo de una sociedad; el estado, con sus instancias legislativas, jurídicas, ejecutivas, etc. La nación está formada por los ciudadanos, el gobierno y la administración; tiene leyes, lenguaje, costumbres, ejército, etc.

La Iglesia constituye un Reino, el Reino espiritual de la gracia. Está integrado hombres renacidos moralmente. La Iglesia tiene su propia cabeza, el Rey celestial, el Señor Jesucristo, el Hijo de Dios; tiene sus propios limites y leyes, una determinada estructura interna, sus servidores (jerarquía) y los fieles. Sin estas cualidades no sería un reino sino algo amorfo, indeterminado. El cristiano tiene los privilegios del ciudadano del Reino espiritual, al que pertenece, pero al mismo tiempo debe esforzarse para ser miembro útil de la Iglesia, buscando el bien común.

Las Sagradas Escrituras hablan de la Iglesia como Reino de Dios en los siguientes pasajes: Mat. 3:2; 4:17; 6:10; 9:35; 18:3. Mar. 10:14-15. Luc. 12:32; 17:21. Jn. 3:5; 18:36. Rom. 14:17. 1 Cor 4:20. Col. 1:12-22.

A menudo el Salvador comenzaba sus sermones con las palabras: "El Reino de los Cielos es semejante a..." Jesucristo recorría todas las ciudades y poblaciones enseñando en las sinagogas y predicando el Evangelio del Reino, es decir, la Buena Nueva sobre la llegada del Reino de Dios (Mat. 9:35). Así los hombres son llamados a la salvación no individualmente, sino en conjunto, como una sola familia, valiéndose de los instrumentos de la gracia con los que el Salvador dotó a Su Reino.

Condición para entrar en este Reino es: "Arrepentios (en sentido literal: cambiad vuestros pensamientos), porque el Reino de Dios está muy cerca" (Mat. 4:17). El acceso a este Reino solo es posible a través del sacramento del Bautismo, por el cual el hombre nace para la vida espiritual. "Quien no naciere del agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de los Cielos" (Jn. 3:5).

La humildad, la fe, la obediencia y la búsqueda del bien son cualidades imprescindibles para los fieles. "Bienaventurados los pobres de espíritu" (los humildes) es el primer mandamiento de Cristo. "Si no os hiciereis como niños, no entrareis en el Reino de los Cielos" (Mat.18:3). "Dejad que los niños vengan a Mi, y no los estorbéis, porque de ellos es el Reino de Dios. En verdad os digo, quien no reciba el Reino de Dios como un niño, no entrará en él" (Mat. 10:14-15). Luego siguen los mandamientos: bienaventurados los que lloran (arrepentidos), los mansos, los que aman la verdad, los misericordiosos, los puros de corazón, los perseguidos a causa de la verdad (Mat. Cap. 5). "Las ovejas escuchan su voz" (Jn. 10:3). La mirada del cristiano esta dirigida al cielo: "Alegraos y regocijaos, porque grande será vuestra recompensa en los cielos."

También ha de mencionarse la diferencia entre la vida recta y las costumbres pecaminosas de la sociedad mundana, ajenas a la Iglesia. "Os he separado del mundo," es decir, los puse fuera de él, y "Mi Reino no es de este mundo" (Jn. 18:36) dice el Salvador. La fuerza de la Iglesia no reside en la multitud de sus miembros, sino en la ayuda que viene desde lo alto: "No temas, Mi pequeño rebaño, porque vuestro Padre se ha complacido en daros el Reino" (Luc. 12:32). La pertenencia al Reino de Dios no es un registro externo, sino un estado interior renovado: "No llegará el Reino de Dios ostensiblemente, Ni se podrá decir que está aquí o está allí, porque el Reino de Dios está dentro de vosotros" (Luc. 17:21). "Nosotros (la Santísima Trinidad) vendremos a él (el que amó a Dios) y en él habitaremos" (Jn. 14:23). "El Reino de Dios no es comida ni bebida, sino rectitud; paz y gozo en el Espíritu Santo" (Rom. 14:17). "El Reino de Dios no está en la palabra, sino en la virtud ."

 

 

La naturaleza de la Iglesia

segun las comparaciones alegóricas

Las comparaciones alegóricas (parábolas) facilitan la comprensión de la naturaleza del Reino de los Cielos. Cada parábola relacionada con la Iglesia revela algún aspecto de su vida, y en su totalidad ellas enseñan sobre la unidad de la Iglesia: un patio de ovejas, un viñedo, un sarmiento, un arca de Noé, un Cuerpo, un edificio, etc. Si Dios es uno y el alma humana es indivisible así la verdadera Iglesia debe ser única e indivisible, conservando su naturaleza sin fragmentarse durante toda su existencia.

La Iglesia es como la semilla que creció sobre la tierra hasta convertirse en un árbol frondoso (Mat. 13:31-32). Aquí se manifiesta la fuerza vital interior del Reino de Dios, como ejemplo del crecimiento rápido de la Iglesia: "El Reino de los Cielos es semejante a un grano de mostaza que toma alquien y lo siembra en su campo; y siendo la más pequeña de todas las semillas, cuando ha crecido es la más grande de las legumbres y llega a hacerse un árbol, de suerte que las aves del cielo vienen a anidar en sus ramas" (Mt.13:31-32).

Durante su desarrollo, el árbol modificará algo su aspecto, pero no su esencia. De la misma manera la Iglesia en su camino histórico atravesó diversas etapas de cambios externos en la vida eclesiástica y en la práctica de los oficios religiosos. Se modificaron las formas de dirección de las iglesias locales, se perfeccionaron los oficios divinos, aparecieron nuevas costumbres devotas, fiestas y ayunos, surgieron nuevas oraciones y melodías en la iglesia, fueron fijadas las definiciones sobre las verdades cristianas con el uso de los nuevos términos filosófico-religiosos, pero la esencia de la doctrina de Cristo y la potencia de la gracia permanecieron inmutables como la época de los apóstoles.

La Iglesia es una viña: Mat. 20:1-10; 21:34-46; 1 Cor. 3:6-9. (Ver también: Cant. Cant. 1:5; Is. 5:1-7; 27:2; Jer. 12:10). Esta denominación alegórica de la Iglesia surgió en el Antiguo Testamento. El objetivo de la viña es lograr para Dios los frutos de la fe y de las buenas obras. Se requieren trabajadores viñateros que cuiden la multiplicación de los frutos, es decir, es necesaria la jerarquía eclesiástica, el sacerdocio. Los viñateros del Viejo Testamento resultaron infieles. Y ¿Qué hará con ellos el Señor del viñedo?. "Vendrá, y hará perecer a esos viñateros, y dará la viña a otros" (Luc. 20:16). Cristo sustituyó el sacerdocio del Antiguo Testamento por los pastores y maestros del Nuevo Testamento (esta idea se desarrollará más adelante). La siguiente parábola, que compara la Iglesia con una huerta, se aproxima a la primera. El Apóstol Pablo dijo: "Yo planté y Apolo regó; pero quien ha hecho crecer es Dios. Por eso ni el que planta es algo, ni el que riega es algo, sino Dios que da el crecimiento" (1 Cor. 3:6-7).

La Iglesia es una vid: Por medio de esta comparación alegórica se muestra la unión entre Cristo y los creyentes. Éstos reciben del Primero su fuerza espiritual. "Yo soy la vid verdadera y Mi Padre es el viñatero. Todo sarmiento que haya en Mi, que no lleve fruto, lo cortará; todo el que de fruto, lo podará para que de mas fruto. Vosotros estáis ya limpios por la palabra que os he anunciado; permaneced en Mi, y Yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por si mismo, si no permanece en la vid, tampoco vosotros, si no permaneciereis en Mi. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece en Mi y Yo en él, ese da mucho fruto, porque sin Mi no podéis hacer nada. El que no permanece en Mi es como el sarmiento que se tira y se seca, luego se recoge y se arroja al fuego para que arda. Si permanecéis en Mi y Mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que quisiereis y se os dará. En esto será glorificado Mi Padre, en que deis mucho fruto y así seréis discípulos Míos" (Jn 15:1-8).

La misteriosa unión entre Cristo y los creyentes se realiza en la Comunión con su Cuerpo y Sangre. Es por esta razón que se ha encarnado el Hijo de Dios, para que por medio de su naturaleza humana pudiésemos unirnos a Dios. En cuanto a la necesidad de la Comunión, el Señor lo explica detalladamente en Su discurso sobre el Pan de Vida (Jn. Cap. 6), diciendo: "Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del Hombre y no bebieses Su sangre, no tendréis vida en ustedes. El que come Mi carne y bebe Mi sangre tiene la vida eterna, y Yo lo resucitaré en el último día" (Jn. 6:53-54). El Jueves Santo, víspera de Su Pasión en la Cruz, después de enseñar a sus discípulos la necesidad de mantenerse unidos, el Señor estableció el sacramento de la Eucaristía, ordenando a los apóstoles: "Haced esto en memoria Mía" (Luc. 22:19).

El apóstol Pablo aclara que la Comunión es la unión real con Cristo: "El cáliz que bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo? y el pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo? Porque el pan es uno, y somos muchos en un solo cuerpo, pues todos participamos de ese único pan... pues lo que yo he recibido del Señor se los he transmitido. El Señor Jesús, en la noche que fue entregado, tomó el pan, y después de dar gracias, lo partió y dijo: "Este es Mi Cuerpo, que se da por nosotros; haced esto en memoria Mía. Asimismo, después de cenar, tomó el cáliz, diciendo: Este cáliz es el Nuevo Testamento que se sella con Mi sangre. Cuantas veces lo bebáis, haced esto en memoria Mía. Pues cuantas veces comáis este pan y bebáis este cáliz, anunciareis la muerte del Señor hasta que Él vuelva. Así pues, quien coma este pan y beba el cáliz del Señor indignamente, es reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor" (1 Cor. 10:16-17 y 11:23-27). "Nosotros tenemos un altar, del que no tienen facultad de comer los que sirven en el tabernáculo" (Hebr. 13:10). Y como dice el apóstol Pedro: Por la comunión "nos hizo partícipes de la naturaleza Divina" (2 Ped. 1:4).

La Iglesia es el Cuerpo de Cristo. Durante la Comunión los creyentes se unen a Cristo, se transfiguran y se convierten en miembros del Cuerpo de Cristo, es decir, la Iglesia: Ef. 1:10; 1:22-23; 3-6. Rom. 12:4-8. Col. 1:18; 2:9; 2-19. Ef. 5:22-23. Cada creyente, como miembro de un cuerpo, tiene su cometido (necesario para el cuerpo en su totalidad) y su propia obediencia (todos los fieles dependen uno del otro y requieren mutua ayuda).

"Porque así como en un solo cuerpo tenemos muchos miembros con diversas funciones, también todos nosotros formamos un solo cuerpo en Cristo y en lo que respeta a cada uno, somos miembros los unos de los otros. Así, todos tenemos dones diferentes, según la gracia que nos fue dada. El que tenga el don de la profecía que lo ejerza según la medida de la fe, el que tiene el don del ministerio, que sirva. El que tiene el don de enseñar, que enseñe. El que tiene el don de exhortar, que exhorte. El que comparte sus bienes que dé con sencillez. El que preside la comunidad que lo haga con solicitud. El que practica la misericordia, que lo haga con alegría" (Rom. 12:4-8).

Los gentiles convertidos también se unen a la Iglesia: "Este misterio consiste en que también los gentiles participan de una misma herencia y son miembros de un mismo cuerpo y partícipes de las promesas por Cristo Jesús mediante el Evangelio" (Ef. 3:6; ver también Ef. 5:22-23).

Cristo es la cabeza de la Iglesia: "para que se cumpliera en la plenitud de los tiempos, la reunión de todas las cosas, las de los cielos y las de la tierra, en Él, que es la cabeza" (Ef. 1:10). "Él es la cabeza del cuerpo de la Iglesia. El es el principio, el primero que resucitó entre los muertos, para que El tuviera la primacía sobre todas las cosas" (Col. 1:18).

La Iglesia es un rebaño de ovejas: Jn. 10:1-16; Luc. 12:32; 1 Ped. 5:1-5. El rebaño está vallado y Cristo protege a los creyentes que están en su interior del lobo (el diablo y sus sirvientes). Las ovejas le obedecen. Un solo rebaño y un sólo Pastor. "En el rebaño de las ovejas el que no entra por la puerta, sino por otro lado es un ladrón y asaltante. El que entra por la puerta, es el pastor de las ovejas. A este le abre el portero, y las ovejas oyen su voz. El llama a sus ovejas por su nombre, y las hace salir. Y cuando las ha sacado a todas, va delante de ellas, y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz. Nunca seguirán a un extraño, antes huirán de él porque no conocen su voz." Jesús les contó esta parábola, pero ellos no entendieron lo que les quería decir. De nuevo les dijo Jesús: "En verdad, en verdad os digo: Yo soy la puerta de las ovejas; todos cuantos han venido eran ladrones y asaltantes, pero las ovejas no los oyeron. Yo soy la puerta: el que entra por Mí se salvará, podrá entrar y salir, y hallará alimento. El ladrón no viene sino para robar, matar y destruir. Yo he venido para que las ovejas tengan vida y la tengan en abundancia. Yo soy el buen pastor; el buen pastor da su vida por las ovejas. El asalariado, en cambio que no es el pastor, ni es dueño de las ovejas, ve venir al lobo, las abandona, huye, y el lobo las arrebata y las dispersa. Como es asalariado no se preocupa por las ovejas. Yo soy el buen pastor, conozco a mis ovejas y mis ovejas Me conocen a Mi, como el Padre Me conoce y Yo conozco a Mi Padre; y doy Mi vida por las ovejas. Tengo también otras ovejas que no son de este aprisco, y es preciso que Yo las traiga; ellas oirán Mi voz, y habrá un solo rebaño y un solo Pastor" (Jn. 10:1-16).

Los pastores de la Iglesia (obispos y sacerdotes) continúan la tarea de Cristo, el Supremo Pastor: "Exhorto a los presbíteros que están entre vosotros, siendo yo también presbítero, testigo de los sufrimientos de Cristo y copartícipe de la gloria que ha de revelarse. Apacentad el rebaño de Dios que os ha sido confiado, verad por el, no forzada, sino espontaneamente como quiere Dios; ni por interés mezquino, sino con abnegación; no como dominadores sobre la heredad, sino sirviendo de ejemplo al rebaño. Así, al aparecer el Pastor soberano, recibiréis la corona inmarcesible de la gloria. Igualmente vosotros, los jóvenes, vivid sumisos a los pastores, y todos ceñidos de humildad en el trato mutuo, porque Dios castiga a los soberbios y da Su gracia a los humildes" (1 Ped. 5:1-5).

La Iglesia es el campo, en el cual además de trigo crece la cizaña. Aquí se explica que las tentaciones son inevitables en la Iglesia hasta la llegada del día del Último Juicio. El culpable de las tentaciones es el diablo, pero los hombres también tienen parte de la culpa porque son indolentes. "Dejen que ambos crezcan hasta la cosecha y entonces diré a los cosechadores: Arranquen primero la cizaña y átenla en manojos para quemarla, y luego recojan el trigo en Mi granero" (Mat. 13:25-30).

La Iglesia es un edificio (templo o casa). Ver Mat. 21:43; Rom. 9:33, Ef. 2:19-22; 1 Cor 3:10-11; 1 Tim. 3 :15; 2 Tim. 19-21. Aquí se revela la firmeza de la Iglesia. Cada creyente, como parte de la totalidad, tiene su propio cometido. Cristo es la base del edificio; Cristo es "la piedra rechazada por los edificadores que se ha transformado en la piedra angular" (Mat. 12:42; Sal. 118:22-23). "Yo pongo en Sión una piedra de tropiezo, una piedra de escándalo, pero el que cree en El no será confundido" (Rom. 9:33; Is. 28:16; 8:14). Los creyentes componen la casa de Dios. "Según la gracia que Dios me ha dado, yo, como sabio arquitecto, puse los cimientos, y otro edifica encima. Que cada cual mire bien como edifica. El fundamento ya está puesto y nadie puede poner otro, porque el fundamento es Jesucristo (1 Cor. 3:10-11) — escribía el apóstol Pablo a los cristianos — "Ya no sois extranjeros y huéspedes, sino conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios. Ustedes están edificados sobre el fundamento de los Apóstoles y los Profetas, que son los cimientos, mientras que la piedra angular es el mismo Cristo Jesús. En El, todo edificio se traza y eleva para construir un templo santo en el Señor. En El, ustedes también son incorporados al edificio para ser morada en el Espíritu" (Ef. 2:19-22).

La Iglesia es una montaña: Is. 2:2-3; 11:1-10. Dan. 2:34. Joel 3:17. Abd. 1:17. Zac. 8:3. Hebr. 12:22-24; Ap. 14:1. Aquí se manifiesta la grandeza e inamovilidad de la Iglesia, en comparación con la cual los reinos terrenales no son más que cerrillos o pobres montículos. También se revela el cometido de la Iglesia: conducir a los creyentes hacia el Reino de los Cielos y ennoblecer la moral de la comunidad.

 

La Iglesia bajo el aspecto del monte Sión.

Las comparaciones de la Iglesia con una montaña se encuentran muy a menudo en los escritos de los profetas. Dios Padre en un salmo dice: "He ungido a Mi Rey (Mi Hijo) sobre Sión Su monte santo" (Sal. 2:6).

"Pero sucederá al final de los tiempos, que el monte de la casa del Señor será confirmado por cabeza de los montes, y será ensalzado sobre los collados, y correrán a él todas las naciones, y vendrán muchedumbres de pueblos diciendo: Venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob, y El nos enseñará Sus caminos, y nosotros iremos por Sus sendas porque de Sión ha de salir la ley y de Jerusalén la palabra del Señor" (Is. 2:2-3). "Habitará el lobo con el cordero ... El niño de pecho jugará junto al nido del áspid, y el recién destetado meterá la mano en la caverna del basilisco. Ya no habrá más maldad ni destrucción en todo Mi santo monte, porque estará llena la tierra del conocimiento de Dios, como llenan las aguas el mar. En aquel día el brote de José se alzará como estandarte para los pueblos, y se convertirán los gentiles" (Is. 11:1-10; 25:6. Ver también: Rom. 15:12).

"Una piedra desprendida, no lanzada por mano humana hirió al ídolo en los pies de hierro y barro, destrozándolos. Entonces el hierro, el barro, el bronce, la plata y el oro, se desmenuzaron juntamente, y fueron como polvo de la era en verano, se los llevó el viento, sin que de ellos quedara rastro alguno; mientras que la piedra que había herido al ídolo se hizo una gran montaña, que llenó toda la tierra." El profeta Daniel da la siguiente interpretación a esta visión: "En tiempo de esos reyes el Dios de los Cielos suscitará un reino que no será destruido jamás, y que no pasará a poder de otro pueblo; destruirá y desmenuzará a todos esos reinos, más él permanecerá por siempre" (Dan. 2:34, 44).

El apóstol Pablo, valiéndose de la imagen. del monte de los antiguos profetas, instruye a los cristianos: "Pero vosotros os habéis allegado al monte de Sión, a la ciudad del Dios vivo, a la Jerusalén celestial y a las miriadas de ángeles, al concilio, a la asamblea de los primogénitos" (Hebr. 12:22-24). La Iglesia no puede ocultarse poque es visible (Mat. 5:14; Mar. 4:21; Luc. 11:33). "He aquí el Cordero que estaba de pie sobre el monte de Sión, y con El ciento cuarenta y cuatro mil, que llevan Su nombre y el nombre de Su Padre escrito en sus frentes" (Ap 14:1).

 

La Iglesia es una unión matrimonial (Ef. 5:22-33) y una familia (Hebr. 3:6). Con esta comparación se pone de manifiesto el amor que existe entre Cristo y los creyentes, Su cuidado y la obediencia de la Iglesia a Cristo. Es la Casa (1 Tim. 3:15; 2 Tim. 2:19-21; Hebr. 3:6). El apóstol Pablo instruye a Timoteo, elegido por él para cuidar la iglesia de Efeso: "Para que sepas por si me retraso cómo comportarte en la Casa de Dios, que es la Iglesia de Dios vivo, columna y fundamento de la verdad" (1 Tim. 1:15). "Pero el sólido fundamento de Dios se mantiene firme con este sello: El Señor conoce a los que son Suyos y apártese de la mentira quien confiese el nombre del Señor. En una casa grande no hay sólo vasos de oro y plata, sino también de madera y de barro; los unos para usos de honra los otros para usos viles. Ahora bien quien se mantenga puro de estos errores será vaso, noble y santificado, idóneo para uso del Señor, dispuesto para toda obra buena" (2 Tim. 2:19-21). "Cristo está como Hijo sobre Su Casa, que somos nosotros, si retenemos firmemente hasta el fin la confianza y la esperanza que es nuestra gloria" (Hebr. 3:06).

La Iglesia como tesoro (perla). Estas parabolas enseñan que el Reino de los Cielos es un tesoro que es necesario guardar cuidadosamente. La riqueza espiritual debe buscarse y custodiarse: "El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en el campo. Un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder y lleno de alegria, vende todo y compra el campo que lo contiene "(Mat. 13:44-46). "Buscad primero el Reino de Dios y su verdad y todo lo restante se os dará por añadidura "(Luc. 12:31). Por la oración cotidiana estamos instruidos para pedir al Padre Celestial: "…venga a nosotros Tu Reino." Pero nosotros debemos contribuir a que se manifieste en nuestras almas; "El Reino de los Cielos sufre violencia y los violentos intentan arrebatarlo" (Mat. 11:12). Debemos agradecer a Dios "Quien nos ha hecho capaces de participar de la herencia de los santos en el Reino de la luz. Porque El nos libró del poder de las tinieblas y nos hizo entrar en el Reino de Su Hijo muy amado" (Col. 1:12-13).

La Iglesia es el arca de Noé. Ella a la manera de una enorme nave lleva a los fieles a través del mar de la vida al tranquilo puerto de la salvación eterna. Quienes abandonan la nave perecen ahogados (1 Ped. 3:20; 2 Ped. 5-9).

La Iglesia es la mujer revestida de sol: Aquí se habla de la gloria espiritual de la Iglesia perseguida.

La Iglesia es Una: (Ap. 12:1-17). "El que no esta conmigo está contra Mi, y el que conmigo no recoge, desparrama" (Mat 12:30). Cristo antes de Su pasión rezaba: "Padre Santo guarda en Tu nombre a éstos, que Me has dado para que sean uno como Nosotros... el mundo los aborreció, porque no eran del mundo... Santifícalos en la verdad, pues Tu palabra es verdad... Y Yo por ellos Me santifico, para que ellos sean santificados por la verdad... que sean todos uno, como Tú, Padre, estás en Mí y Yo en Ti, para que también ellos sean en Nosotros" (Jn. 17:11-21).

"Sed solícitos de conservar la unidad del espíritu mediante el vínculo de la paz. Sólo hay un cuerpo y un Espíritu, como también una sola esperanza, la de vuestra vocación. Sólo un, Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos, que está sobre todos, por todos y en todos" (Ef. 4:3-6; ver también 1 Cor. 10:l7).

La unidad de la Iglesia se realiza en la universalidad, es decir, la interacción armoniosa de los fíeles, en la que las cualidades espirituales de unos completan las de otros, "en quien no hay griego ni judío, circunciso ni incircunciso, bárbaro o escita, siervo o libre, porque Cristo lo es todo en todos" (Col. 3:ll). Los indicios externos, tales como la nacionalidad, el idioma, la posición social, etc, no tienen importancia.

 

 

La Iglesia

del cielo y de la tierra

La universalidad de la Iglesia no se limita al mundo físico, sino que se extiende al mundo celestial. Dios Padre "reunió todo lo celestial y terrenal en Cristo... El está "por encima de todo principado, potestad, virtud y dominación y de todo cuanto tiene nombre, no sólo en este siglo, sino también en el venidero. Y sujetó todas las cosas bajo Sus pies y a El le puso por encima de todas las cosas, cabeza de la Iglesia, que es Su Cuerpo, la plenitud del que todo en todos lo llena" (Ef. 1:10,21-23). "Pues en Cristo habita toda la plenitud de la Divinidad. Y estáis llenos en El, que es la cabeza de todo principado y potestad" (Col. 2:9-10). La Iglesia es una organización universal.

Sobre la gloria de la Iglesia triunfante, en las Escrituras del Antiguo Testamento se habla en: Is. Cap. 26-7; Is. 52:1-2; Is. 60:1-5- Is. 61:10-11; Is. 62:1-5, y en el Nuevo Testamento: Ef. 1:10; Ef. 1:21-23; Col. 2:9-10. El apóstol Pablo escribe a los fieles: "Pero vosotros os habéis allegado al monte de Sión, a la ciudad del Dios vivo, a la Jerusalén celestial, y a las miriadas de ángeles, al cincilio solemne, a la asamblea de los primogénitos, que están escritos en los cielos, y a Dios, que es Juez de todos, y a los espíritus de los rectos que alcanzaron la perfección y al Mediador de la nueva alianza, Jesús, y a la aspersión de la sangre, que habla mejor que la de Abel" (Hebr. 12:22-24). Sobre la visión de la gloria de los santos en el cielo y su participación en la suerte de la Iglesia sobre la tierra: Ap. 5:9-14; Ap. 6:9-11; Ap. 7:9-12; Ap. 8:2-6; Ap. 11:15-19; Ap. 12:10-12; Ap. 14:1-5; Ap. 14:12-13 y 15:2-4.

 

 

La Iglesia es invencible

El diablo y sus sirvientes luchan contra la Iglesia seduciendo a los fieles. El aspecto material de la lucha tiene una importancia secundaria. Su finalidad es sembrar errores (herejías), arrancar de la unidad y conducir al pecado. Dios ayuda a los hombres a comprender los ardides del enemigo y resistir las tentaciones. Está dicho que el diablo no podrá prevalecer sobre la Iglesia, pues ella permanecerá hasta el fin del mundo. Nuestras armas contra el diablo son: la fe, la fidelidad a Dios, la esperanza en Dios, la oración, la paciencia, la valentía, la constancia y el amor. Textos referentes a la guerra espiritual: Ef. 6:10-18:1 Ped. 5:8; Dan. 2:34-44; Mat. 16:18; Mat. 28:18-20; 2 Tim 2:16-19; Mat. 10:30.

La consolación para los creyentes durante las tentaciones es la siguiente: "¿No se venden dos pajaros por un as? Sin embargo, ni uno de ellos caerá en tierra sin la voluntad de vuestro Padre. En cuanto a vosotros, todos los cabellos de vuestra cabeza están contados. No temáis pues; ¿no aventajáis vosotros a las aves?" (Mat. 10:29-31). Cristo dice: "Yo les doy la vida eterna, no perecerán jamás y nadie los arrebatará de Mi mano" (Jn. l0:28). "Yo os he dado poder para andar sobre serpientes y escorpiones y sobre toda potencia enemiga, y nada os dañará. Mas no os alegréis de que los espíritus os estén sometidos, alegraos más bien de que vuestros nombres están escritos en los cielos" (Luc. 10:l9).

"Vestios, con la armadura de Dios, para que podáis resistir las acechanzas del diablo. Porque nuestra lucha no es contra carne y sangre sino contra principados y potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus malos de los aires" (Ef. 6:10-18; Dan. 2:44).

Cristo dijo al Apóstol Pedro: "Yo te digo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré Mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella" (Mat. 16:18). He aquí también las palabras dichas a los apóstoles: "Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra... Yo estaré con vosotros siempre hasta la consumación del mundo" (Mat. 28:18-20).

"El sólido fundamento de Dios se mantiene firme con este sello: El Señor conoce a los que son suyos y apártese de la iniquidad quien tome en sus labios el nombre del Señor" (2 Tim. 2:16-19).

 

 

La Iglesia

permanece en la verdad

La verdad y la gracia son los principales atributos de la Iglesia. Constituyen su tesoro. Ver los textos: Mat. 23:2-3; Mat. 28:18; Jn. 8:32; Jn. 14:6; Jn. 16:13-14; Jn. 17:17; Jn. 18:37; 1 in. 5:6; 2 Jn. 1:4; 3 Jn. 1:4; 1 Cor. 2:9-10; Ef, 4:4-6 (un solo Dios y una sola fe); 1 Tim. 3:15; 1 Tim. 6:3; 2 Tim. 1:13; Tit. 1:9; Tit. 2:8; Hebr. 10:23.

Aun cuando los instructores espirituales no cumplen lo que enseñan, es preciso respetar la doctrina de la verdad: "En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos. Haced, pues, y guardad lo que os digan, pero no los imitéis en las obras, porque ellos dicen y no hacen" (Mat. 23:2-3). El Señor ha ordenado a los apóstoles: "Id, pues, enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo y enseñarles a cumplir todo lo que Yo os he mandado" (Mat. 28:18-19). "Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres" (Jn. 8:32).

Jesús ha dicho: "Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por Mí" (Jn. 14:6). La verdad es la cualidad principal del Espíritu Santo. "Consolador, el Espíritu de la Verdad... os guiará a la eterna verdad" (Jn. 16:l3). La oración sacerdotal de Cristo era: "Santifícalos en la verdad, pues Tu palabra es verdad" (Jn. 17:17). "Yo para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad; todo el que está en la verdad oye Mi voz" (Jn. 19:27).

"Este es Jesucristo que ha venido con el agua, con la sangre y por el Espíritu; no solamente con el agua, sino con el agua y la sangre. Y es el Espíritu el que lo certifica, porque el Espíritu es la verdad. (1 Jn, 5:6; la verdad constituye la naturaleza del Espíritu). Sobre la relación de los apóstoles con la doctrina cristiana: "Mucho me he alegrado al saber que tus hijos caminan en la verdad, conforme al mandato que hemos recibido del Padre" (2 Jn. 1:4). "No hay para mí mayor alegría que oír de mis hijos que andan en la verdad" (3 Jn. 1:4).

El Espíritu Santo enseñaba a los apóstoles: "Como está escrito: ningún ojo ha visto, ningún oido percibió, ni ha llegado hasta el corazón del hombre aquello que Dios tiene preparado para quienes lo aman" (Is. 64:4). "Dios nos ha revelado esto por Su Espíritu, porque el Espíritu todo lo penetra, hasta las profundidades de Dios" (1 Cor. 2:9-10).

Deben conocer la verdad especialmente los representantes de la Iglesia y predicar solamente la misma. El apóstol Pablo, instruye a sus discípulos Timoteo y Tito: "Por si Me demoro debes saber cómo comportarte en la Casa de Dios, que es la Iglesia de Dios vivo, columna y fundamento de la verdad" (1 Tim. 3:15). "Si alguien enseña de otra manera y no presta atención a las saludables palabras de nuestro Señor Jesucristo y a la doctrina que se ajusta a la piedad, es un orgulloso, que nada sabe" (1 Tim. 6:3). "Toma como norma las saludables lecciones de fe y amor a Cristo Jesús que escuchaste de mi" (2 Tim. 1:13). "El obispo debe ser intachable, fiel a la palabra de la verdad, conforme a las enseñanzas, para que él sea fuerte, a fin de instruir en la sana doctrina y refutar a los que la contradicen" (Tito 1:9). "En cuanto a ti, debes enseñar todo lo que es conforme a la sana doctrina…" la palabra sana e irreprensible, para que el adversario se confunda, al no tener nada que reprocharnos" (Tit. 2:1 y 8). "Mantengamos la confesión confiando con firmeza" (Hebr. 10:23).

 

 

Acerca de la

santidad de la Iglesia

La gracia del Espíritu Santo santifica a los hijos de la Iglesia. Los creyentes deben aspirar a la santidad. Textos de la Escritura: Mat. 7:6; Mat. l8:l7; Mat. 18:20; Mat. 28:19; Jn. l:14-17; Jn. 3:5-6; Jn. 4:13-14; Jn. 8:34; Jn14:16-17; Jn. 15:1-8; Jn. 16:7; Jn, 17:17; Hech.Ap. 2:36-47; Hech. ap. 8:14-17; 1 Ped. 2:9; 1 Ped. 5:12; 1 Jn, 1:3; Romo 5:1-2; Rom. 11:16; Rom. 6:22; 1 Coro 1:2; 1 Cor 7:1; 1 Cor. 3:16; 1 Cor. 6:11-19; 1 Cor. 7 :14; Ef. 5:25-27; Col. 3:11; 1 Tes. 4:3-7; 2 Tim. 2:21; Hebr. 4:16; Hebr. 12:7-10; Hebr. 13:9-10.

Acerca de la llegada del Hijo de Dios al mundo: "Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros lleno de gracia y verdad y hemos visto Su gloria, gloria del Unigénito del Padre... Pues de Su plenitud recibimos todos, gracia sobre gracia: porque la ley fue dada por Moisés, pero la gracia y la verdad vinieron por Jesucristo" (Jn. 1:14-17).

Cristo enseñó a conservar los tesoros espirituales de la Iglesia: "No deis las cosas santas a los perros ni arrojéis vuestras perlas a los puercos" (Mat. 7:6). La santidad procede de Cristo: "Donde están dos o tres congregados en Mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos" (Mat. 18:20). La verdad purifica la mente: "Vosotros estáis santificados por la palabra que os he hablado" (Jn. 15:3). "Santifícalos en la verdad, pues Tu palabra es la verdad" (Jn. 17:17).

La gracia se da a los creyentes a causa de los padecimientos del Salvador en la Cruz: "Rogaré al Padre, y os enviará otro Salvador que estará con vosotros para siempre. El Espíritu de la Verdad, que el mundo no puede recibir... El os enseñará toda la verdad" (Jn. 14:16). "Os conviene que Yo Me vaya, porque si no Me voy, el Salvador no vendrá a vosotros; pero sí Me voy, os Lo enviaré" (Jn. 16:17). La gracia es abundante en la Iglesia: "El que beba del agua que Yo le diere no tendrá jamás sed. El agua que Yo le dé se hará en él una fuente que brotará hasta la vida eterna" (Jn. 4:14).

En tiempos apostólicos los fieles "acudían unánimemente todos los días al templo, partían el pan en las casas y tomaban su alimento con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios. Eran queridos por todo el pueblo. Y cada día el Señor iba incorporando a la Iglesia a los que habían de ser salvados" (Hech. Ap. 2:46-47). Los apóstoles enseñaban: "Vosotros sois pueblo escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido para pregonar el poder del que os llamó de las tinieblas a Su luz admirable" (1 Ped. 2:9). "Es la verdadera gracia de Dios ésa en que vosotros os mantenéis firmes" (1 Ped. 5:12).

"Vosotros, maridos, amad a vuestras mujeres, como Cristo ama a la Iglesia y se entregó por ella, para santificarla. El la purificó con el bautismo del agua y la palabra, a fin de presentársela a Si gloriosa, sin mancha ni arruga o cosa semejante, sino santa e inmaculada" (Ef. 5:25-27).

"Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia a fin de recibir misericordia y hallar gracia para el oportuno auxilio" (Hebr. 4:16). "Si las primicias son santas, también lo es el todo; si la raíz es santa también lo son" (Rom. 11:16). "Ahora libres del pecado y siendo siervos de Dios, tenéis por fruto la santidad y por fin la vida eterna" (Rom.6:22). La salutación habitual del apóstol a diversas iglesias es: "A la iglesia de Dios, en Corinto, a los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos" (1 Cor. 1:2).

Es necesario conservar la pureza moral: "¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo y que el Espíritu de Dios vive en vosotros? ... No saben, acaso, que sus cuerpos son miembros de Cristo? El que se une al Señor se hace un solo espíritu con El:... ¿O no sabéis que vuestros cuerpos son templo del Espíritu Santo, que vive en vosotros y que lo habéis recibido de Dios, y que, por lo tanto, no os pertenecéis?" (1 Cor. 6:15-20). "Se santifica el marido infiel por la mujer fiel... y sus hijos son santos" (1 Cor. 7:14). "La voluntad de Dios es vuestra santificación; que os abstengáis de la lujuria, para que cada uno sepa tener su vaso en santidad y honor... pues no nos llamó Dios a la impureza, sino a la santidad" (1 Tes. 4:3-7). "Como con hijos se porta Dios con vosotros... para hacernos partícipes de Su santidad" (Hebr. 12:7-10). "Mirad bien que ninguno sea privado de la gracia de Dios... Guardemos la gracia, por la cual serviremos agradablemente a Dios" (Hebr. 12:15, 28).

 

 

La Jerarquía Eclesiastica

Los apóstoles y sus sucesores — obispos, pastores y maestros — continúan la tarea de Cristo. Para tal fin, han sido revestidos con los dones especiales de la gracia. Su misión es enseñar la verdad, santificar a los fíeles mediante los sacramentos y dirigir todo para gloria de Dios y la salvación de los creyentes.

Cristo es el sumo sacerdote (Hebr. 7:26-28) sobre Sus sacerdotes. Textos referentes a la jerarquía y el sacerdocio: Mat. 18:17; Mat. 28:19-20; Jn. 20:21-23; Hech. Ap. 8:14-17; Hech. Ap. 14:23; Hech. Ap. 20:28; Stg. 5:14; 1 Ped, 5:1-5; Rom 10:15; 1 Cor. 3:9-12; 1 Cor. 4:4-2; 1 Cor. 4:15; 1 Cor. 12 :12-31;Gal. 1:1; Ef. 4:11-16; 1 Tes. 5:12-13; 1 Tím. 5:22; 2 Tim. 1:6-7; 2 Tim. 4:13; Tit. 1:5-10; Hebr. 5:4; Hebr.10:25; Hebr. 13:7 y 17; Ap. 2:l; Ap. 2:8; Ap. 2:12; Ap. 2:18, etc.

El Señor revistió a los apóstoles con el poder; "Si (el pecador) se niega a escuchar, dilo a la Iglesia y si desoyerá, a la Iglesia, consideralo como gentil y publicano" (Mat. 18:17). "El que a vosotros os escucha, a Mí Me escucha, y el que a vosotros os rechaza a Mí Me rechaza" (Luc. 10:16). "Como Me envió Mi Padre, así os envío Yo. Y diciendo esto, sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo" (Jn. 20:21-22).

En los Hechos de los Apóstoles se adverte que no cualquiera tenía derecho a imponer las manos y conferir la gracia del Espíritu: "Luego del bautismo de los samaritanos, estando los apostoles en Jerusalén, oyeron como aquellos habían recibido la palabra de Dios y enviaron allí a Pedro y a Juan, quienes al llegar rezaron por ellos para que recibiesen el Espíritu Santo, pues aún no había venido sobre ninguno de ellos; solo habían sido bautizados en el nombre del Señor Jesús. Entonces les impusieron las manos y recibieron el Espíritu Santo" (Hech. Ap. 8:14-17).

El apóstol Pablo, al consagrar los presbíteros por la imposición de las manos para los cristianos de Lístra, Iconia y Antioquía, rezó con ayuno y los encomendó al Señor, en Quien habían creído, y ellos recibieron al Espíritu Santo (Hech. Ap. 14:21-23). Al despedirse de los presbíteros de Efeso, se les recuerda sobre la gracia del sacerdocio, diciendo: "Mirad por vosotros y por todo el rebaño, sobre el cual el Espíritu Santo os ha constituido obispos para apacentar la Iglesia de Dios, que El adquirió con Su sangre" (Hech. Ap. 20:28).

El apóstol Santiago acerca del sacramento de la Unión con los óleos dice: "¿Alguno entre vosotros enferma? Haga llamar a los presbíteros de la Iglesia y oren sobre él, ungiéndole con óleo en el nombre del Señor" (Stg. 5:14).

El apóstol Pedro se dirige a los pastores de la Iglesia, diciendo: "A los presbíteros que hay entre vosotros los exhorto yo, copresbítero, testigo de los sufrimientos de Cristo y participante de la gloria que ha de revelarse: Apacentad el rebaño de Dios que os ha sido confiado, no de manera forzada, sino espontaneamente como lo quiere Dios, no por interés mezquino, sino con abnegación; no como dominadores sobre la heredad., sino sirviendo de ejemplo al rebaño. Así, cuando venga el Pastor soberano, recibiréis la corona inmarcesible de la gloria. Igualmente vosotros los jóvenes, vivid en sumisión a los presbíteros, y todos ceñidos de humildad en el trato mutuo, porque Dios resiste a los soberbios y da Su Gracia a los humildes" (1 Ped. 5:1-5).

Los propios apóstoles testimonian que no es la comunidad de los creyentes, sino el mismo Señor quien les ha llamado a su servicio en la Iglesia: "Pablo, Apóstol, no de parte de los hombres, ni por los hombres, sino por Jesucristo y por Dios Padre" (Gal. 1:1). "Es preciso que los hombres vean en nosotros ministros de Cristo y dispensadores de los misterios de Dios. Por lo demás, lo que en los dispensadores se busca es que sean fieles" (1 Cor. 4:1-2). "Aunque tengáis diez mil instructores en Cristo, no tenéis muchos padres. Soy yo quien os engendró en Cristo por el Evangelio" (1 Cor. 4:15). "Os rogamos, hermanos, que respetéis a quienes se esfuerzan con vosotros presidiendoos en el Señor y aconsejándolos, y que tengáis con ellos mayor caridad por su labor, y que entre vosotros viváis en paz" (1 Tes. 5:12-13). El apóstol Pablo escribe a su discípulo Timoteo: "No descuides el don que tienes y que te fuera conferido mediante una intervención profética por la imposición de manos de los presbíteros" (1 Tim. 4:14).

El apóstol Pablo explica a Timoteo y Tito las cualidades con las que el obispo debe sobresalir: "No seas precipitado en imponer las manos a nadie, no vengas a participar de los pecados ajenos" (1 Tim, 5:22). "Te deje en Creta para que termines de realizar lo que faltaba y constituyeses por las ciudades presbíteros en la forma que te ordené. Que sean irreprochables, maridos de una sola mujer, cuyos hijos sean fieles, que no sean acusados de mala conducta o desobediencia. Porque es preciso que el obispo sea intachable, como administrador de Dios. No debe ser soberbio, ni iracundo, ni bebedor, ni pendenciero, ni ávido de ganancias deshonestas, sino hospitalario, amigo del bien, casto, recto, piadoso, dueño de si, guardador de la palabra de la verdad, que se ajuste a la doctrina para que, siendo fuerte, pueda exhortar con enseñanza sana y refutar a quienes la contradigan. Porque hay muchos desobedientes, charlatanes, embaucadores, sobre todo entre los circuncisos" (Tit. 1:5-10).

El sacerdocio es fundado por Dios, porque "El constituyó a unos apóstoles, a otros profetas a estos evangelistas, a aquellos pastores y maestros. Para la realización de los sacramentos, para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo. Hasta que todos alcancemos la unidad de la fe... para que ya no seamos niños que fluctúan y se dejan llevar por todo viento de doctrina... Por el contrario, para que con verdadero amor crezcamos en Aquel, que es nuestra cabeza, Cristo, de Quien todo el cuerpo, trabado y unido por todos los ligamentos que lo unen y nutren para la operación propia de cada miembro, crece y se perfecciona en la caridad" (Ef. 4:11-16).

El obispo y los presbíteros son colaboradores que continúan la obra del Salvador y de los Apóstoles: "Yo (Pablo) planté, Apolo regó, pero quien ha hecho crecer es Dios. Ni el que planta es algo, ni el riega es algo, sino Dios que da el incremento... nosotros solo somos cooperadores de Dios, y vosotros sois campo arado de Dios, edificación de Dios. Según la gracia de Dios que me fue dada, yo, como sabio arquitecto, puse los cimientos, otro edifica encima. Pero cada uno mire como edifica, que en cuanto al fundamento, nadie puede poner otro sino el que esta puesto, que es Jesucristo" (1 Cor. 3:6-11). Los obispos son "ángeles" responsables del estado espiritual de sus iglesias (Ap. 2:1; 2:8; 2:12).

Cada uno debe tener su propia vocación y servicio, útil para la totalidad. Así como el cuerpo tiene muchos miembros y, sin embargo es uno; y estos miembros a pesar de ser muchos, no forman sino un solo cuerpo; así también sucede con Cristo. Porque todos hemos sido bautizados en un solo Espíritu, para constituir un solo cuerpo; judíos y griegos, siervos y hombres libres, hemos bebido todos del mismo Espíritu. Porque el cuerpo no es un solo miembro, sino muchos. Si el pie dijera: "Como no soy mano, no soy del cuerpo ,"acaso por eso no seguiría siendo parte del cuerpo. Y si dijera la oreja: "Porque no soy ojo, no soy del cuerpo ," acaso por eso no seguiría siendo parte del cuerpo. Si todo el cuerpo fuera ojo, ¿dónde estaría el oído? Y si todo él fuera oídos, ¿dónde estaría el olfato? Pero Dios a dispuesto los miembros en el cuerpo, cada uno de ellos como ha querido. Porque si todos fueran un sólo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo? Los miembros son muchos, pero uno solo es el cuerpo. Y no puede el ojo decir a la mano: no tengo necesidad de ti, ni tampoco la cabeza a los pies: no necesito de vosotros. Aun hay Mas: Los miembros del cuerpo más débiles son los más necesarios; y a los que parecen mas viles, los rodeamos de mayor honor, y a los que tenemos por indecentes, los tratamos con mayor decencia; mientras que los que de suyo son decentes no necesitan de más. Ahora bien, Dios dispuso el cuerpo dando mayor honor al que carecía de el, a fin de que no hubiera escisiones en el cuerpo, sino que todos los miembros sean mutuamente solidarios. De esta suerte, si padece un miembro, todos los miembros padecen con el; y si un miembro es honrado, todos los otros participan de su gozo.

Ustedes son el cuerpo de Cristo, y cada uno en particular según la disposición de Dios en la Iglesia, primero Apóstoles, luego profetas, luego doctores, luego vienen los que tienen poder de obrar milagros, los que tienen la gracia de curar, los que asisten en el gobierno, los que tienen el don de lenguas. ¿Son todos Apóstoles? ¿Son todos profetas? ¿Son todos doctores? ¿Tienen todos el poder de curar? ¿Tienen todos la gracia de hacer milagros? ¿ Tienen todos el don de lenguas? ¿Todos interpretan? Aspiren a los mejores dones; quiero mostrarles un camino mejor" (1 Cor. 12:12-13).

Una breve mención acerca del Divino oficio en la época apostólica: "Cuando vengas tráeme la casulla que dejé en Troade, y también los libros, sobre todo los pergaminos" (2 Tim. 4:13). Acerca de las asambleas de oración: "No abandonaremos nuestra asamblea" (Hebr. 10:25). "Pero hágase todo (en ellas) con decoro y orden" (1 Cor. 14:40; precisamente por eso ha surgido el orden del oficio Divino) . La liturgia actual recuerda el servicio de los santos en el cielo (Ap. 4:1-9; Ap. 8:1-6).

Sobre la gracia del sacerdocio: "Te recomiendo que reavives el don de Dios que hay en ti por la imposición de mis manos. Dios no nos ha dado Dios espíritu de temor, sino de fortaleza, de amor y de templanza" (2 Tim. 1:6-7).

La consagración del obispo debe ejecutarse de acuerdo con la voluntad de Dios: "¿Y quienes predicarán si no son enviados?" (Rom. 10:15). "Y ninguno se toma por si este honor (sacerdocio), sino el que esta llamado por Dios, como Aarón" (Hebr. 5:4). Por todas estas razones los fieles deben respetar a los sacerdotes.

"Los presbíteros que ejercen su cargo debidamente, merecen un doble reconocimiento, sobre todo, los que dedican todo su esfuerzo a la predicación y a la enseñanza" (1 Tim 5:17) "Acuérdense de sus pastores, porque ellos les anunciaron la Palabra de Dios; consideren como terminaron sus vidas e imiten su fe."

"Obedezcan con docilidad a sus pastores porque ellos velan incansablemente por sus almas, como quien tiene que dar cuenta" (Heb 13:7-17) . Sobre el relato de la sublevación de Coré contra Moisés y su debido castigo confrontar el capitulo 16 de Números.

Los fieles deben sostener materialmente a sus pastores para que éstos puedan dedicar todo su tiempo a la Iglesia (ver Hechos 6:2-7; 1 Cor 9:11-14; Gal 6:6; 1 Tim 5:17).

 

La Tradición Apostólica:

La verdad no se agota con las Escrituras. El Espíritu Santo, presente en la Iglesia, enseña en la verdad a sus servidores y fieles. Textos: Ju 21:25, 1 Tes 5:21, 1 Cor 2:6, 1 Cor 11:2, 1 Cor 15:2, Fil 4:9, Col 2:16-17, 2 Tes 2:15, 1 Tim 6:20, Apoc 3:11.

Así como la enseñanza del Espíritu Santo es una, las verdades cristianas permanecen inmutables. Asimismo, el grado de conocimiento de la verdad depende del desarrollo espiritual de los creyentes. La Iglesia es más Antigua que las Escrituras.

Los Apóstoles instruyeron predominantemente con la palabra. La Iglesia vivió mucho tiempo sin las Escrituras. Además no todo fue escrito por los apóstoles: "Jesús hizo también muchas otras cosas. Si se las relatara detalladamente, pienso que no bastaría todo el mundo para contener los libros que se escribirían" (Juan 21:25).

Los cristianos de los primeros siglos se guiaban fundamentalmente por las instrucciones orales de los apóstoles. "Los felicito, pues siempre se acuerdan de mí y guardan las tradiciones tal como yo se las he transmitido" (1 Cor 11:2) Los apóstoles se referían a las costumbres establecidas: "Si alguien desea discutir (sobre el corte del cabello) le advertimos que no tenemos tal costumbre y tampoco las Iglesias de Dios la tienen" (1 Cor 11:16).

La tradición oral tuvo para los cristianos un significado superlativo. "Por ella (la Buena Noticia) son salvados, si la conservan tal como yo se la anuncié; de lo contrario, habrán creído en vano" (1 Cor 15:2) "Practiquen lo que han aprendido, recibido y oido de mi" (Fil 4:9)

"Que nadie los juzgue por la comida o la bebida o por los días festivos. Todas estas cosas no son más que la sombra de una realidad futura que es el Cuerpo de Cristo" (Cor. 2:16-17). "Manteneos, pues firmes y guardad las tradiciones, que recibisteis, ya de palabra, ya por nuestras epístolas... En nombre de nuestro Señor Jesucristo os mandamos apartarse de todo hermano que vive desordenadamente y no sigue las enseñanzas (tradiciones) que de nosotros habéis recibido" (2 Tes. 2:15 y 3:6). "¡Oh Timoteo!, guarda el depósito a ti confiado, evitando la locuacidad inútil y las contradicciones de la falsa ciencia" (1 Tim. 6:20). De esta manera, la Tradición es la enseñanza de la fe de la iglesia, su "memoria" y su "cosmovisión" afirmadas en ella por el Espíritu Santo mediante la boca de los apóstoles. El Señor Jesucristo ordena al "Angel" (obispo) de la iglesia de Filadelfia: "Guarda bien lo que tienes, no sea que otro se lleve tu corona" (Ap. 3:11).

Gradualmente los escritos de los apóstoles fueron reunidos para formar el texto final de la Escritura del Nuevo Testamento. Sin embargo, la Tradición no perdió su significado. Por el contrario: cuando surgía un desentendimiento relacionado con la comprensión de tal o cual pasaje de la Sagrada Escritura, los cristianos siempre recurrían a la Tradición Apostólica establecida. En efecto, las escrituras son parte de la Tradición.

En cuestiones prácticas relacionadas, por ejemplo, con el oficio Divino, la forma de explicar la fe, los ayunos, la señal de la cruz, etc., los pastores, dirigidos por el Espíritu Santo, tienen la libertad de elegir aquello que sería beneficioso para el crecimiento espiritual de los cristianos. Aclarando esta aseveración, el apóstol enseña: "Examínenlo todo y quédense con lo bueno" (1 Tes. 5:21).

 

La relación con los "externos."

De las herejías y cismas.

Existen dos tipos de "externos": aquellos que buscan y los que "saben." Los primeros quieren aprender, y los últimos, enseñar. Por lo tanto, por un lado, los creyentes deben estar preparados para dar adecuada respuesta cuando alguien les pregunte: "Estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere, pero con mansedumbre y benevolencia" (1 Ped. 3:15). Por otro lado, para defender la verdad, es preciso evitar las discusiones que conducen a querellas y a la indisposición de los oyentes. Textos correspondientes: 1 Tim. 1:4-6; 1 Tim. 6:5, 20; 2 Tim. 2:16, 23-26; Tit. 3:9. En este sentido instruye el apóstol son Pablo a sus discípulos Timoteo y Tito: "No enseñen doctrinas extrañas, ni se ocupen de fábulas y genealogías inacabables. Estas cosas solo engendran disputas en lugar de servir a la edificación de Dios en la fe. El fin del Evangelio es la caridad de un corazón puro, de una conciencia buena y de una fe sincera, de las cuales algunos se desvían, viniendo a dar en palabrerías" (1 Tim. 1:4-7). "Si alguno enseña de otra manera y no presta atención a las saludables palabras de nuestro Señor Jesucristo y a la doctrina que se ajusta a la piedad, es un orgulloso, que nada sabe, que, contagiado por las pasiones, desvaría en disputas y vanas polémicas, de ahí nacen contiendas interminables, propias de hombres mentalmente corrompidos y alejados de la verdad, que tienen la piedad por materia de lucro. Huye de todo esto" (1 Tim. 6:3-5, 11). "¡Oh Timoteo!, guarda el bien que te ha sido confiado. Evita la impiedad de la vana palabrería y las contradicciones de la falsa ciencia" (1 Tim. 6:20) "Evita también las cuestiones necias y tontas, pues siempre engendran altercados. Al siervo del Señor no le conviene altercar, sino mostrarse manso con todos, pronto para enseñar, pacifico, y con mansedumbre corregir a los adversarios, para que, si Dios les concede el arrepentimiento y el reconocimiento de la verdad se liberen del lazo del diablo, a cuya voluntad están sujetos" (2 Tim. 2:23-26; Tit. 3:9).

Existe un desconocimiento que proviene de la disposición inocente y hay fallas morales propias de la debilidad. Pero también existe la obstinación en resistir a la verdad y permanecer en el pecado. La primera consideración "no es pecado para la muerte," mientras que la segunda es "pecado para la muerte."

En cuanto a la vida cristiana, ha de tenerse en cuenta que la perfección no se alcanza por medio de un salto, sino que progresa por un camino de espinas para vencer los propios defectos. Por eso es natural que en la Iglesia junto a los miembros más perfectos siempre hubo y habrán individuos menos perfectos, débiles y hasta cristianos pecadores. Lo confirman las parábolas de la cizaña (Mat. 13:24-30), de las diez vírgenes (Mat. 25:1-13) y otras (ver: 1 Jn. 2:1-2; 1 Jn. 5:16-18; 1 Cor. 11:19; Gal. 2:4). De las epístolas apostólicas aprendemos acerca de las contiendas, discusiones, vanidades, amor propio, egoísmo, lujuria y otros defectos morales entre los cristianos de aquella época. La Iglesia es santa porque santifica a los fieles; sin embargo, no todos los fieles son santos debido a sus defectos.

Con relación a los hombres que pecan por debilidad: "Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros" (1 Jn. 1:8). "Hijos míos, les escribo esto para que no pequen. Pero si alguno peca, tenemos un defensor ante el Padre, Jesucristo, el justo. El es la víctima propiciatoria por nuestros pecados; y no solo por los nuestros, sino por los de todo el mundo" (1 Jn. 2:1-2). "El que ve a su hermano cometer un pecado que no lleva a la muerte, que ore y le dará la Vida. Me refiero a los que cometen pecados que no llevan a la muerte. Hay un pecado que lleva a la muerte, y por éste no les pido que oren. Aunque toda mentir es pecado, no todo pecado lleva a la muerte... Sabemos que el que ha nacido de Dios no peca, sino que el Hijo de Dios lo protege, y el maligno no le toca" (1 Jn. 5:16-18).

Las divergencias de opinión son inevitables. Estas no han de separar al hombre de la Iglesia en tanto que el mismo este en condiciones de humillarse y reconocer su error. El Apóstol Santiago dice: "Hermanos míos, que no haya muchos entre ustedes que pretendan ser maestros, sabiendo que los que enseñamos seremos juzgados más severamente" (Stg. 3:1) "Es preciso que haya divergencias a fin de que destaquen los de probada virtud" (1 Cor. 11:19). A pesar de los falsos hermanos que secretamente se entrometían para coartar la libertad que tenemos en Cristo y querían reducirnos a servidumbre ni por un minuto cedimos, para que la verdad del Evangelio se manifieste integra entre vosotros" (Gal. 2:4). "La finalidad del anuncio es el amor del que algunos se desviaron, viniendo a dar en vanilocuencia, pretendiendo ser doctores de la ley, sin entender lo que dicen ni lo que afirman" (1 Tim. 1:5-7). "Nos os dejéis llevar por doctrinas variadas y extrañas" (Hebr. 13:9). Incluso los pastores no siempre responden a la altura de su titulo: "Guardaos de los malos obreros" (Fil. 3:2).

Por otro lado, existe el pecado mental, la herejía, que proviene del orgullo. La herejía separa al hombre de la Iglesia. Es la permanencia obstinada en la falsedad, ya que cualquier falsedad viene del diablo, que es el "padre de la mentira." Textos correspondientes a este tema: Mat. 7:15, 22-23; Mat. 15:13; Mat. 18:17; Mat. 24:11, 24; Hech. Ap. 20:28-31; Stg. 3:1; 2 Ped. 2:1; 1 Jn. 4:1; 2 Jn. 1:9-11; 2 Cor. 2:17; 2 Cor.11:13-15;Gal. 1:8-9; Col. 2:8; Fil. 3:2;2 Ttes. 2:10-12; 1 Tim. 1:5-7; 1 Tim. 4:1-2; 2 Tim. 2:16-19; 2 Tim. 4:3-4; Tit. 1:9-11; Tit. 3:10; Hebr. 13:9; Ap. 2:6; Ap. 2:14; Ap. 2:20.

El Señor anuncia la suerte de las comunidades ajenas a la Iglesia: "Toda planta que no ha plantado Mi Padre Celestial será arrancada" (Mat. 15:13). "Cuídense de los falsos profetas, que vienen a ustedes con vestiduras de ovejas, mas por dentro son lobos rapaces" (Mat. 7:15). "Se levantarán falsos ungidos y falsos profetas que engañaran a muchos... y obrarán grandes señales y prodigios para inducir al error, si fuera posible, aun a los mismos elegidos" (Mat. 24:11, 24) (Acerca de los falsos profetas ver también: Is. 9:15; Jer. 14:14-16; Jer. 23:15-17; Ezq. 13:3-16; Ezq. 14:9-11; Sof. 3:4; Mig. 3:5-7).

El apóstol Juan dice: "Queridos! No crean a cualquier espíritu; antes examinen si los espíritus provienen de Dios, porque muchos falsos profetas aparecieron en el mundo" (1 Jn. 4:1). "Todo el que extravía y no permanece en la doctrina de Cristo, no está unido a Dios. En cambio el que permanece en su doctrina, está unido al Padre y al Hijo. Si alguno viene a ustedes y no lleva esta doctrina, no lo reciban en casa, ni lo saluden, pues el que lo saluda se hace cómplice de sus malas obras" (2 Jn. 1:9-11). Y el apóstol Pedro: "Como hubo en el pueblo profetas falsos, así habrá falsos doctores que introducirán sectas perniciosas, llegando hasta negar al Señor que los rescato, y atraerán sobre sí una rápida destrucción" (2 Ped. 2:1).

El apóstol Pablo presta mucha atención al peligro de las falsas doctrinas. Por ejemplo, deja la siguiente prescripción al clero por él consagrado: "Mirad por vosotros y por todo el rebaño, sobre el cual el Espíritu Santo os ha constituido obispos para apacentar la Iglesia de Dios que El adquirió con Su Sangre, porque yo sé que después de mi partida vendrán a vosotros lobos rapaces, que no perdonarán al rebaño, y que de entre vosotros mismos se levantarán hombres para enseñar doctrinas perversas y arrastrar a los discípulos en sus seguimientos. Velad, pues, acordandoos de que por tres años, noche y día, no dejé de exhortaros con lágrimas" (Hech. Ap. 20:28-31). "Nosotros no somos como muchos, que trafican con la palabra de Dios, sino que hablamos sinceramente en nombre de Cristo como enviados de Dios, y en presencia de Dios" (2 Cor. 2:17). "Pues esos falsos apóstoles, obreros engañosos, se disfrazan de apóstoles de Cristo. Esto no nos asombra pues, el mismo Satanás tomó el aspecto de Ángel de Luz. No es, pues gran cosa que sus servidores se disfrazan de ministros de la verdad; porque su fin será el que corresponde a sus obras" (2 Cor. 11:13-15). "Que nadie los engañe con filosofías falaces y vanas, fundadas en tradiciones humanas, en los elementos del mundo y no en Cristo" (Col. 2:8).

El obispo tiene la obligación de seguir la palabra verdadera, que se ajusta a la enseñanza, para que, siendo fuerte, pueda exhortar con doctrina sana y argüir a los contradictores; porque hay muchos indisciplinados, charlatanes, embaucadores, sobre todo entre los circuncisos, a los que es preciso tapar la boca, porque trastornan familias enteras, enseñando lo que no se debe, llevados por el deseo de la vil ganancia" (Tit. 1:9-11).

El apóstol explica cuan perniciosa es toda herejía: "Pero aunque nosotros o un Ángel del Cielo les anuncie otro evangelio distinto del que hemos anunciado, sea anatema (separado de la Iglesia, Gal 1:8-9). "Por eso al hereje, después de una y otra amonestación, evítale" (Tit. 3:10). El Señor ensalza al "Ángel" (obispo) por su desprecio a la doctrina de los nicolaitas (gnósticos) y critica a los "Ángeles" de las iglesias de Pérgamo y Tiatira por su indiferencia frente a las doctrinas heréticas de Balaan y de la profetiza Jezabel, quienes extravían a los creyentes (Ap. 2:14; Ap. 2:20).

Una profecía anuncia la incapacidad de los hombres de los últimos tiempos de aceptar la verdad: "Ellos no han amado la verdad que los podía salvar. Por eso Dios les enviará un poder engañoso, de modo que van a creer en la mentira; a fin de que sean condenados todos los que no creyeron en la verdad, sino amaron la mentira" (2 Tes. 2:10-12). "Pero el Espíritu claramente dice que en los últimos tiempos harán apostasía algunos de la fe, dando oído al espíritu del error y a las enseñanzas de los demonios, embaucadores, hipócritas, cuya conciencia está marcada a fuego" (1 Tim. 4:1-2)."Evita las profanas y vanas parlerías, que fácilmente llevan a la impiedad, y cunden como gangrena. De ellos son Himeneo y Fileto, que, extraviándose de la verdad, dicen que la resurrección se ha realizado ya, pervirtiendo con eso la fe de algunos. Pero el sólido fundamento de Dios se mantiene firme con este sello: El Señor conoce a los que son Suyos y Apártese de la iniquidad quien tome en sus labios el nombre del Señor" (2 Tim. 2:16-19). "Vendrá un tiempo en que no recibirán la sana doctrina antes, deseosos de novedades, se amontonarán maestros conforme a sus pasiones y apartaran sus oídos de la verdad para volveros a fábulas" (2 Tim. 4:3-4).

 

La Vida de la Iglesia es el

crecimiento en el amor

La Iglesia es una comunidad edificada sobre el amor. Es el Reino del amor. Textos apropiados: Mat. 22:39; Jn. 14:15; Jn. 15:12; 1 Jn. 3:1; Stg. 2:14-26; Hech. Ap. 4:32-35; 1 Ped. 4:8; 1 Jn. 2:5; 1 Jn. 3:16-18; 1 Jn. 4:7-8; 1 Jn. 4:17-21; 1 Jn. 1:2; 1 Jn. 2:25; 1 Jn. 3:14; 1 Jn. 5:2-3; 2 Jn. 1:6; 1 Cor. 13:1-2; 1 Cor. 14:1-8.

1. Amor de Dios hacia los hombres: "Hemos conocido el amor en el hecho de que El dio su vida por nosotros" (1 Jn. 3:16). "Miren como nos amó el Padre: quiso que nos llamáramos hijos de Dios y nosotros lo somos realmente" (1 Jn. 3:1).

2. Nuestro amor a Dios se expresa en la fidelidad y la obediencia a El. Es necesario vivir y creer no como nos gusta, sino como nos lo enseña El: "Si me aman, guardarán Mis mandamientos" (Jn. 14:15). "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el primero y el más grande de los mandamientos" (Mat. 22:37-38). "En el que guarda Su palabra, el amor a Dios es verdaderamente perfecto" (1 Jn. 2:5). "El amor consiste en vivir de acuerdo con los mandamientos de Dios, mandamientos que ustedes han aprendido el principio" (2 Jn. 1:6).

3. La caridad hacia el prójimo se expresa en el cuidado por su salvación y su ayuda. "El segundo (mandamiento) es semejante al primero: "Amarás al prójimo como a ti mismo." En estos dos mandamientos se fundamentan toda la ley y los profetas." "Este en Mi mandamiento, que os améis unos a otros, como yo os he amado." "Quiero misericordia y no sacrificios" (Mat. 22:39; Jn. 15:12; Mat. 9:13).

Descripción de la comunidad cristiana en la época apostólica: "La muchedumbre creyente tenía un sólo corazón y una sola alma, y ninguno tenía por propia cosa alguna, pues todo lo tenían en común. Los apóstoles atestiguaban con gran poder la resurrección del Señor Jesucristo y sobre todos ellos había una enorme gracia. Entre ellos no había indigentes, pues cuantos eran dueños de haciendas o casas las vendían y llevaban el precio de lo vendido, y lo depositaban a los pies de los apóstoles, y a cada uno se le repartía según su necesidad" (Hech. Ap. 4:32-35).

"¿Qué le aprovecha, hermanos míos, a uno decir: Yo tengo fe, si no tiene obras?... ¿Tu crees que Dios es uno? Haces bien. Mas también los demonios creen y tiemblan... Por las palabras y no por la fe solamente se justifica el hombre... Pues como el cuerpo sin el espíritu es muerto, así también es muerta la fe sin las obras" (Stg. 2:14-26). Los apóstoles enseñan: "Ante todo tened los unos para los otros ferviente caridad, porque la caridad cubre la multitud de los pecados" (1 Ped. 4:8). "En esto hemos conocido el amor, en que El dio Su vida por nosotros; y nosotros debemos dar nuestras vidas por nuestros hermanos... Si alguien vive en la abundancia y viendo a su hermano en la necesidad, le cierra su corazón, ¿Cómo permanecerá en él el amor de Dios? Hijos míos no amemos solamente con la lengua y de palabra, sino con obras y de verdad" (1 Jn. 3:16-18). "Queridísimos, amémonos unos a otros, porque la caridad procede de Dios, y todo el que ama es nacido de Dios y a Dios conoce. El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor" (1 Jn. 4:7-8; 4:17-21; 5:2-3).

Las cualidades positivas desprovistas del amor a Dios y al prójimo pierden su poder: "Si hablando lenguas de hombres y ángeles, no tengo amor, soy como bronce o címbalo que retiñe. Y si teniendo el don de profecía y conociendo todos los misterios y la ciencia tuviere una fe tan grande que trasladase los montes, si no tengo amor, no soy nada" (1 Cor. 13:1-2). "La ciencia hincha, solo la caridad edifica... pero el que ama a Dios, ese tiene conocimiento otorgado por El. (1 Cor. 8:1-3).

Las características del amor son las siguientes: "El amor es paciente, es misericordioso, no envidia, ni se jacta, no es soberbio ni descortés, no es interesado ni se irrita, no piensa mal, no se alegra por la mentira, sino que se complace en la verdad, todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo tolera. El amor no se extingue aun cuando las profecías tienen su fin, las lenguas se aquietan y la ciencia se desvanece" (1 Cor. 13:4-8). A medida que el cristiano asimila el amor, se comunica con la nueva vida en la gracia de la Iglesia: "Sabemos que hemos sido trasladados de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos; el que no ama permanece en la muerte" (1 Jn. 3:14). "La Vida se ha manifestado y nosotros hemos visto, testificado y os anunciamos esta vida eterna, que estaba en el Padre y se nos manifestó" (1 Jn. 1:2).

Grandes impedimentos para amar al prójimo son nuestro egoísmo y amor propio, que engendran diversas pasiones. El cristiano debe superar su amor propio y sus tendencias pecaminosas: se necesita que "mortifique" sus deseos carnales. Por eso Cristo definió como "angosto" el camino hacia el Reino Celestial y "estrecha" la puerta de entrada. Las Sagradas Escrituras prestan mucha atención a la cuestión de la lucha contra el pecado. Pero los sectarios modernos evitan hablar sobre la importancia de las ascesis y pintan al cristianismo bajo una luz "rosada," diciendo: solo debes creer, y así serás salvo. No son necesarios los ayunos, ni los divinos oficios, ni los sacramentos, ni siquiera las buenas obras. Con esta aparente facilidad para la salvación seducen a las masas y las conducen por el camino ancho. No enseñaban así los apóstoles y no vivían de esta manera los cristianos de los primeros siglos. Vamos a relatar algo mas acerca de la vida cristiana, el desarrollo de las virtudes y la lucha contra las pasiones en las próximas publicaciones.

 

 

Conclusión

Como vemos, Cristo no ha querido que sus fieles vivan dispersos. El los ha reunido en una sola comunidad, en una familia espiritual, cuyos miembros están ligados por la misma fe y el amor mutuo. Esta comunidad se denomina Iglesia.

Jesucristo dio a la Iglesia una correcta organización enviándole la fuerza vivificadora del Espíritu Santo. Lo hizo con la finalidad de que cada creyente en El sea una parte de la Unión Eclesial y fortalecido por la gracia del Espíritu Santo alcance con seguridad el Reino de los Cielos. Al principio, cuando los cristianos eran pocos, todos ellos vivían en Jerusalén, constituyendo una amorosa familia. Tenían una sola alma y un solo corazón. Los ricos entregaban sus propiedades a los apóstoles, quienes las utilizaban para ayudar a los pobres. Diariamente los fieles se reunían para rezar, escuchar los sermones de los santos apóstoles y comulgar con los Santos Misterios de Cristo. Una vez que la Iglesia cristiana se difundió desde Jerusalén a otras ciudades, en cada una de estas, los creyentes formaron una sola familia; reuniéndose frecuentemente para rezar, leer la palabra de Dios y comulgar los Santos Misterios. Se ayudaban con amor entre si, cuidando a los enfermos, ancianos y huérfanos. Cada comunidad de esta clase formaba una iglesia local y el conjunto constituía la Unica Iglesia Cristiana.

Para dirigir la Iglesia, instruir a los fieles y realizar los santos oficios, los apóstoles ordenaron obispos, sacerdotes (presbíteros) y diáconos.

Poco a poco fue estableciéndose en las iglesias el mismo orden del divino oficio y las mismas costumbres eclesiásticas, las reglas, los ayunos, las vestimentas litúrgicas, la señal de la cruz, etc. Fueron compuestos los cánticos religiosos que han ido integrándose al uso general de la Iglesia; se redactaron obras apologéticas destinadas a la defensa y explicación de las verdades de la fe. Se convocaron concilios universales para discutir los asuntos eclesiásticos. Todos vivían la misma vida eclesiástica.

Después de soportar durante las tres primeras centurias de su existencia terribles persecuciones por parte de judíos y paganos, la Iglesia hasta el siglo IX debió sufrir no menos cruel lucha contra herejes que intentaron cambiar la doctrina apostólica desfigurándola al introducir sus errores. La Iglesia, a mediados del siglo IX, después de salvaguardar en los Concilios Ecuménicos (Universales) la pureza de la doctrina de Cristo, se engalanó con la plenitud de la enseñanza de su santa fe, el orden de los divinos oficios y los cantos litúrgicos.

Ya hemos visto que la plenitud de la Divina Revelación reside en la Escritura y la Tradición. La Tradición es la unificada comunicación de la enseñanza de la fe. El cristiano ortodoxo debe conocer su fe, comprendiendo bien su superioridad frente a las doctrinas heterodoxas, y tiene la obligación de ayudar a la persona que busca la verdad para encontrar el camino correcto. Pero al mismo tiempo han de evitarse las disputas religiosas, que conducen al enfurecimiento. Lo principal en la vida cristiana es amar a Dios y al prójimo. Un poderoso medio para crecer en la vida espiritual es el sacramento de la Eucaristía, en el que el creyente se une con su Salvador. La Comunión es el verdadero Cuerpo y la verdadera Sangre del Hijo de Dios, hecho hombre.

El hombre que cree en el Salvador y desea salvar su alma debe pertenecer indispensablemente a la Iglesia de Cristo, esa inconmensurable reunión de fieles, cuya cabeza es el Señor Jesucristo y que incluye la enorme multitud de Santos agradables a Dios, apóstoles, mártires, pontífices, venerables y los justos de todos los tiempos.

En el presente trabajo hemos presentado la enseñanza de las Sagradas Escrituras con respecto a la Iglesia. Hemos visto que ella es el Reino de Dios. Sus tesoros principales son: la verdad y la gracia del Espíritu Santo. La Iglesia es "la columna y el fundamento de la verdad" (1 Tim. 3:15). Jesucristo promete a la Iglesia una firmeza inquebrantable. "Edificaré Mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella" (Mat.16:18).

El Señor anunció la persecución a causa de la fe. "Por Mi serán llevados ante gobernantes y reyes, para dar testimonio delante de ellos y de los paganos. No teman a los que matan el cuerpo. El hombre tiene como enemigos a los de su propia familia." "Ustedes serán odiados por todos los pueblos a causa de Mi nombre, pero el que persevere hasta el fin se salvará" (Mt 10:18-39; Mt 24:9-13). "Quienes quieran vivir piadosamente serán perseguidos" (2 Tim 3:12) Dice el apóstol San Pablo a los cristianos: "Revístanse con la armadura de Dios para que puedan resistir las asechanzas del demonio. Porque nuestra lucha no es contra enemigos de carne y sangre, sino contra los principados y potestades, contra los soberanos de este mundo de tinieblas, contra los espíritus del mal que habitan en el espacio. Por ello tomen la armadura de Dios" (Ef 6:11-17).

 

La Iglesia nos da un refugio espiritual y alimento espiritual, donde nuestra alma obtiene el correcto y sano desarrollo espiritual; se educa en la verdadera vida cristiana. "Si nosotros hemos sembrado en ustedes bienes espirituales, ¿qué tiene de extraño que recojamos de ustedes bienes temporales? El Señor ordenó a los que anuncian el Evangelio que vivan de la Buena Nueva" (1 Cor 9:11-14).

"El amor ha llegado a tal plenitud en nosotros, que nosotros tenemos confianza ante el día del Juicio, porque ya en este mundo obramos como El. En el amor no hay temor, al contrario, el amor perfecto disipa el temor, porque el temor supone un castigo. El que teme no ha llegado a la plenitud del amor. Amemos a Dios, porque El nos amó primero. El dice: "Yo amo a Dios," pero odia a su hermano, es un mentiroso; porque el que no ama a su hermano a quien ve, ¿Cómo puede amar a Dios, a Quien no ve? Nosotros recibimos de Dios el mandamiento: El que ama a Dios debe amar también a su hermano" (1 Jn 4:17-21).

"La señal de que amamos a los hijos de Dios es que amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos. El amor de Dios consiste en cumplir sus mandamientos, y sus mandamientos no son una carga" (1 Jn 5:2-3).

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Publicación Misionera # S45

Copyright (c) 2000 y Publicado por la Iglesia

Ortodoxa Rusa de la Santa Protección

2049 Argyle Ave. Los Angeles, California 90068

Editor: Obispo Alejandro (Mileant).

 

(church_s.doc, 04-20-2000).