La Conciencia

- la Voz Divina en el hombre

 

Obispo Alejandro Mileant

 


Contenido: Acerca de la naturaleza de la conciencia. La conciencia es la ley natural común. Ejemplos de la actividad de la conciencia en los relatos conciencia en los relatos bíblicos. El aspecto psicológico de la conciencia. Conservación de la conciencia pura. Proverbios populares acerca de la conciencia.


 

Acerca de la naturaleza

de la conciencia

Una pobre mujer hurtó algo en un negocio y se retiró. Nadie la vio. Pero desde aquel momento una sensación desagradable le quitó la serenidad. No tuvo otro remedio que volver al negocio y colocar el objeto hurtado en su lugar. Luego volvió a su casa aliviada. Ejemplos similares, cuando los hombres se ven en la necesidad de actuar en contra de su propio provecho o placer, son innumerables.

Cada hombre tiene conocimiento de su voz interior que ora le reprocha agobiándolo, ora lo alienta y lo alegra. Este fino sentido moral innato se llama conciencia. La misma es una especie de instinto espiritual que distingue con más prontitud y nitidez que la mente entre el bien y el mal. El que sigue la voz de la conciencia no se arrepentirá de sus actos.

En las Sagradas Escrituras la conciencia también se denomina el corazón. En el Sermón de la Montaña, Nuestro Señor Jesucristo comparó la conciencia con el ojo, por medio del cual el hombre puede ver su propio estado moral (San Mateo 6:22). También el Señor estableció una similitud entre la conciencia y un adversario, con quien el hombre debe conciliarse antes de comparecer ante el Juez (San Mateo 5:25). Este último término acusa la propiedad particular de la conciencia: oponerse a nuestros malos actos e intenciones.

Nuestra experiencia personal también nos convence de que esta voz interior, llamada conciencia, está fuera de nuestro control y se expresa directamente sin depender de nuestro deseo. Del mismo modo que no podemos convencemos de que estamos saciados cuando tenemos hambre, o de que estamos descansados cuando estamos cansados, tampoco podemos convencernos de que procedimos bien cuando nos acusa nuestra conciencia.

Algunos ven en las palabras de Cristo referentes al "gusano que no se muere" que torturará a los pecadores en la otra vida, una indicación relacionada con los remordimientos de la conciencia (San Marcos 9:44).

Suplicios similares de la conciencia fueron descriptos también alegóricamente por A. S. Pushkin en su obra dramática "El caballero avaro":

Conciencia es una fiera que desgarra el corazón,

Visita sin invitar, es muy aburrido interlocutor,

Un informante bruto; y una bruja con maldito don

De suprimir la luz lunar en un estrecho callejón.

Más adelante recuerda con terror el viejo caballero las súplicas y lágrimas de todos los robados por él sin compasión. Asimismo representó Pushkin en el drama "Boris Godunov" los tormentos de conciencia expresados por boca del desgraciado Zar: "¡Cuán miserable es aquél cuya conciencia es impura!"

La Conciencia es la

Ley Natural Común

La existencia de la conciencia testifica que en efecto, como lo relata la Biblia, Dios ya en la misma creación del hombre trazó en la profundidad de su alma, Su imagen y semejanza (Gen. 1:26). Por eso se acostumbra llamar a la conciencia voz Divina en el hombre. Siendo la ley natural escrita directamente en el corazón humano, ella actúa en todos los hombres independientemente de la edad, raza, educación o nivel de desarrollo.

Los científicos (antropólogos), que estudian los caracteres y costumbres de las tribus y pueblos primitivos, atestiguan que hasta ahora no se halló ninguna tribu, ni aun entre las más atrasadas, que se manifieste ajena al concepto moral del bien y del mal. Más aun: muchas tribus no solamente aprecian mucho el bien y aborrecen el mal, sino que en la mayoría de los casos coinciden en sus conceptos sobre estos antagonismos. Hasta las más salvajes tienen, según su propio entendimiento, un concepto tan desarrollado del bien y del mal que no cede en nada al de los pueblos más cultos y avanzados. Es más, en el caso de las tribus que consideran como virtud actos que no pueden aprobarse desde el punto de vista moral, en lo demás su ética concuerda con los preceptos generales de todo el mundo.

El Santo Apóstol Pablo, en los primeros capítulos de su epístola a los Romanos, escribe acerca de las manifestaciones de la ley moral impresa en el interior del hombre. El apóstol reprende a los judíos, porque conociendo ellos la ley de Dios, que está escrita, la infringen a menudo, mientras que los gentiles, "quienes no poseen dicha ley, hacen naturalmente lo que es justo, de esta forma demuestran que los preceptos (de la ley) están escritos en sus corazones, siendo testigo su conciencia y las sentencias con que entre sí unos y otros se acusan o se excusan" (Rom. 2:14). De esta manera cualquier hombre, judío o pagano, siente paz, alegría y satisfacción cuando hace el bien, y, por el contrario, siente congoja, aflicción y angustia cuando hace el mal. Hasta los idólatras saben que después de fornicar o hacer cualquier otro mal sigue un castigo que les enviará Dios, lo que les revela su propio sentido interior (Rom. 1:32). En el Juicio Final, por venir, Dios juzgará a los hombres no solamente según su fe, sino también por el testimonio de su conciencia. Por consiguiente, de acuerdo con la doctrina de San Pablo, hasta los gentiles podrán salvarse si su conciencia testimonia ante Dios su vida virtuosa.

La conciencia posee gran sensibilidad respecto del bien y del mal. Si el hombre no estuviese contaminado por el pecado, no necesitaría de la ley escrita, la conciencia dirigiría bien sus actos. La necesidad de la ley escrita surgió como consecuencia de la caída por el pecado ancestral (original), cuando el hombre, ofuscado por las pasiones dejó de oír con claridad la voz de su conciencia. Sin embargo, la ley escrita, al igual que la anterior, hablan fundamentalmente de la misma idea: "Por eso, cuanto quisiereis que os hagan a vosotros los hombres, hacédselo vosotros a ellos" (San Mateo 7:12).

En nuestras relaciones cotidianas con otros hombres confiamos, subconscientemente, más en la conciencia que en la ley escrita y los reglamentos. Se sabe que sería imposible controlar todos los crímenes, y aun la ley en manos de jueces injustos sería como un timón: "donde lo gires, saldrá la dirección." Por otro lado, la conciencia contiene la eterna e invariable ley de Dios. Debido a esta circunstancia, las relaciones normales entre los hombres, sólo son posibles cuando la gente no perdió la conciencia.

Ejemplos del Efecto

de la Conciencia

Ningún libro mundano revela con tanta precisión tan variadas manifestaciones de la conciencia como la Biblia. Vamos a presentar aquí algunos de los más brillantes ejemplos de los actos de conciencia citados.

Si prestamos atención a algunos ejemplos negativos, observaremos como los actos malos suscitan en el hombre vergüenza, miedo, turbación, sentido de culpa y hasta desesperación. Por ejemplo, Adán y Eva, después de probar la fruta prohibida, sintieron vergüenza y se escondieron para ocultarse de Dios (Gen. 3:710). También Caín, después de asesinar por envidia a su hermano menor Abel, temió que lo matase cualquier transeúnte (Gen. 4:14). El rey Saúl, que perseguía al inocente David, lloró de vergüenza al enterarse que David en vez de vengar el mal, perdonó su vida (I Samuel 26). Los engreídos fariseos y escribas, quienes llevaron ante Cristo a la mujer adúltera, se levantaron con vergüenza para irse cuando vieron sus propios pecados escritos por Cristo en la tierra (San Juan 8). Los vendedores y cambistas abandonaron sin protestar el templo cuando Cristo los expulsó, comprendiendo en su conciencia que no se puede convertir el Templo en un mercado (San Juan 2:13-17).

A veces los remordimientos de la conciencia se hacen tan insoportables que el hombre prefiere poner fin a su vida. El más ilustrativo ejemplo de tan grandes remordimientos lo podemos ver en la personalidad del traidor Judas, quien se ahorcó después de entregar a Cristo a los sumos sacerdotes judíos (Mat. 27:5). En términos generales, los pecadores, creyentes o incrédulos, sienten inconscientemente responsabilidad por sus actos. Así, conforme con las palabras proféticas de Cristo, los pecadores antes del Fin del mundo, al ver aproximarse el justo juicio de Dios, pedirán a los montes caed sobre nosotros! y a los collados sepultadnos! con el fin de ocultarlos (Luc. 23:30; Apoc. 6:16).

A veces ocurre que el hombre, en el torbellino de alarmas, o bajo la influencia de fuertes sentimientos, o en estado de temor, no oye la voz de su conciencia. Sin embargo, después de recobrarse, sentirá sus remordimientos doblemente. De esta manera, los hermanos de José al estar atribulados se acordaron del pecado de vender como esclavo a su hermano menor y comprendieron que por ese pecado sufrían un justo castigo (Gén. 42:2l). El rey David, arrastrado por la belleza de la mujer de Urías, comprendió el pecado de adulterio recién después de ser reprendido por el profeta Natán (2 Sam. 12:13). El impulsivo apóstol Pedro, bajo la presión del miedo, negó a Cristo, pero al oír el canto del gallo se acordó del vaticinio de Cristo y lloró amargamente (Mat. 26:75). El buen ladrón crucificado a la diestra del Señor recién antes de morir comprendió que los padecimientos enviados por el cielo a él y a su compañero de desgracia se debían a los crímenes cometidos (San Lucas 23:40). Zaqueo el publicano, enternecido por amor a Cristo, al recordar las ofensas que causó a los hombres por su avaricia, decidió compensar sus pérdidas (Luc. 19:8).

Por otro lado, cuando el hombre tiene conciencia de su inocencia, en el testimonio puro de la conciencia encuentra apoyo firme para cifrar su esperanza en Dios. Por ejemplo, el justo Job comprendía que sus sufrimientos no dependían de él sino de los superiores designios de Dios, y por tanto cifraba su esperanza en la misericordia divina (Job 27:6). De la misma manera, el justo rey Ezequías, al morir desahuciado, empezó a suplicar a Dios para que le sane tomando en cuenta las buenas obras que hizo antes y fue curado (2 Rey. 20:3). El apóstol Pablo, cuya vida fue dedicada a Dios y a la salvación de los hombres, no solamente no temía la muerte, sino que la deseaba para deshacerse del cuerpo corruptible y estar siempre con Cristo (Filip. 1:23).

Para un pecador no existe mayor alivio y felicidad que recibir la absolución de sus pecados y tranquilizar su conciencia. El Evangelio abunda en ejemplos similares. Por ejemplo, una mujer pecadora, en la casa del fariseo Mateo, lavó con gratitud, con sus lágrimas, los pies de Jesús y los enjugó con sus cabellos (San Lucas 7:38).

Por el contrario, la negligencia para con la voz de la conciencia y las repetidas caídas ofuscan el alma hasta tal grado que el hombre - como advierte San Pablo - puede experimentar un "naufragio en la fe," o en otras palabras, puede permanecer irrevocablemente en el mal (1 Tim. 1:19).

El Aspecto Psicológico

de la Conciencia

Del estudio de las propiedades de la conciencia y de sus relaciones con otras cualidades anímicas del hombre se ocupa la psicología. Ésta trata de establecer las cuestiones siguientes: a) si la conciencia es una característica humana con la cual ya nace el hombre, o si es el fruto de la educación condicionada por las circunstancias que rigen la formación del hombre, o b) si la conciencia es una manifestación del intelecto, sentidos y la voluntad del hombre, o si es una fuerza independiente.

Con respecto a la primera cuestión se puede afirmar que una atenta observación relacionada con la existencia de la conciencia en el hombre nos convence de que ésta no es fruto de la educación o de los instintos físicos del hombre, sino que tiene un origen superior inexplicable.

Por ejemplo, los niños revelan su conciencia antes de que comience cualquier educación por parte de los adultos. Si los instintos físicos dictaminaran a la conciencia, ésta incitaría a los hombres a hacer lo que es agradable y lucrativo para ellos. Sin embargo, a menudo la conciencia obliga al hombre a hacer precisamente lo que no es provechoso ni agradable para él. Independientemente del hecho de como prosperen injustamente los malvados y como sufran los hombres dignos de alabanza en esta vida temporaria, la conciencia informa a todos que existe una suprema justicia. Tarde o temprano cada uno tendrá sancionados sus actos. Precisamente por eso para mucha gente el más convincente argumento en favor de la existencia Divina y de la inmortalidad del alma es la presencia de la conciencia en el hombre.

En cuanto a la relación mutua entre la conciencia y otras potencias del hombre, su mente, sentimiento y voluntad, observamos que la conciencia no solamente enseña al hombre lo que es bueno o malo, sino que también lo obliga a hacer lo bueno y evitar lo malo, acompañando los actos buenos con un sentimiento de alegría y satisfacción, mientras que los actos malos son seguidos por vergüenza, temor y remordimiento. En estas manifestaciones de la conciencia se advierten las partes cognitiva, sensitiva y volitiva del alma.

Es evidente que la mente sola no puede considerar algunos actos como moralmente buenos y otros como moralmente malos. Para ella es típico hallar algunos actos nuestros o ajenos sensatos o estúpidos, acertados o desacertados, provechosos o desventajosos, y nada más. Mientras tanto, algo obliga a la mente a sobreponer a menudo ventajosas posibilidades de actuación en actos buenos condenando a otros. Percibe en algunos actos humanos no solamente ganancia o pérdida, a la manera de cálculos matemáticos, sino que los evalúa también moralmente. ¿No resulta acaso de esta particularidad que la conciencia influye sobre la mente por medio de razones morales, o sea, actuando realmente de un modo independiente de aquélla?

Al atender el aspecto volitivo de las manifestaciones de la conciencia, observamos que la voluntad de por sí es la capacidad del hombre para desear algo, pero esta propiedad no ordena al hombre que proceda. La voluntad humana según lo observado en nosotros y en los otros, a menudo lucha contra las exigencias de la ley moral y hace esfuerzos para librarse de las limitaciones que la encadenan. Si la manifestación volitiva de la conciencia solamente fuese la realización de la voluntad humana, no existiría ninguna lucha. Pero mientras tanto el requerimiento de la moral indudablemente controla nuestra voluntad. La misma, siendo libre, puede despreciar dichos requerimientos, pero no puede anularlos. Sin embargo, el propio incumplimiento de las exigencias de la conciencia por la voluntad no pasa impunemente para ésta.

Finalmente, el lado sensual de la conciencia no puede considerarse sólo como la capacidad sensitiva del corazón humano. El corazón siempre espera sentimientos agradables y evita los desagradables. Pero con la infracción de los requerimientos morales a menudo se relacionan torturas anímicas, las cuales desgarran el corazón humano y de las que no podemos deshacernos, pese a nuestro esfuerzo. Indudablemente, la capacidad sensitiva de la conciencia tampoco puede considerarse como una manifestación de sensualidad ordinaria.

Ahora bien, ¿acaso no debería reconocerse que la conciencia es una especie de poder sobrehumano que domina por encima de la mente, voluntad y corazón, aunque está encerrada y viva dentro de aquélla (la mente)?

Conservación de

una Conciencia Pura

"Más de todo lo guardable guarda tu corazón, porque es manantial de vida" (Prov. 4:23). Con estas palabras las Sagradas Escrituras llaman al hombre para que conserve su pureza moral.

Pero ¿qué será del hombre con conciencia contaminada? ¿Será acaso condenado para siempre? ¡Por suerte, no! Una gran diferencia del cristianismo en comparación con otras religiones reside en el hecho que abre el camino y ofrece posibilidades y medios para una completa purificación de la conciencia. Este camino se reduce a la penitencia por los pecados cometidos ante la misericordia de Dios, con la sincera intención de perfeccionar la vida. Dios nos perdona por su Hijo Unigénito, quien sacrificó en la Cruz su vida de redención por nuestros pecados. En el sacramento del bautismo y luego en los de confesión y comunión, Dios purifica por completo la conciencia del hombre de las "obras muertas" (Hebr. 9:14). He aquí por qué la Iglesia da mucha importancia a estos sacramentos.

Aparte de eso, la Iglesia de Cristo posee aquella fuerza de gracia que permite la perfección del alma en la sensibilidad y claridad de las manifestaciones. "Bienaventurados los puros de corazón, porque ellos verán a Dios" (San Mateo 5:8). A través de la conciencia pura empieza a actuar la Divina luz, que guía los pensamientos, palabras y actos del hombre. Bajo esta iluminación de gracia el hombre se convierte en instrumento de la Divina Providencia. No solamente se salva y se perfecciona personalmente, sino que favorece también la salvación de otros hombres, que estén en contacto con El (recordémonos de los santos Serafín de Sarov, Juan de Kronstadt, el anciano Ambrosio de Optina y otros).

Finalmente, la conciencia pura es fuente de alegría interior. Los hombres con conciencia pura son siempre tranquilos, amables y bien dispuestos. Los hombres de limpia conciencia ya en este mundo gozan anticipadamente de la bienaventuranza del reino de los cielos.

"Ni la magnificencia del poder - razona San Juan Crisóstomo - ni la abundancia económica, ni la pujanza, ni la firmeza corporal, ni la mesa lujosa, ni la vestimenta suntuosa, ni cualquier otra preferencia humana proporcionan satisfacción y regocijo, sino el fruto de una buena formación espiritual y la buena conciencia."

Proverbios Rusos

Referentes a la Conciencia

Libre Albedrío: La vida nos fue otorgada para hacer obras buenas. El libre es libre pero el Paraiso al que se salvó. No importa cómo vives con tal que a Dios no encolerices. El ángel ayuda y el demonio instiga. La corriente sólo lleva a los peces muertos. El que no tiene del fuego cuidado pronto será quemado. Las malas obras no producirán buenos frutos. Con engaño todo el mundo atravesarás pero nunca volverás. Conciencia no es ciencia, no estará archivada permanentemente. Sería mejor vivir en estrechez que enriquecerse con el pecado.

Remordimiento de Conciencia: Cada fruto tiene sus propias semillas. Según el constructor así será la vivienda. Sin ocasión no hay pasión. Aunque parezca correcto, no se esconde el defecto. El tiempo es bueno, pero el pensamiento es malo. La mala conciencia es siempre digna de su verdugo. El tuerto no es amigo del espejo. La verdad como la avispa: siempre salta a la vista. El vergonzoso se ruborizará y el sinvergüenza empalidecerá.

Penitencia: Si hay lágrimas de penitencia, hay conciencia. Al caído no lo consideres como perdido. Más vale verdad agria que mentira hermosa. El caballo puede dar un traspié, pero pronto endereza sus patas. Una confesión ya es la mitad de la corrección. Arrepentirse, pero no repetir. Es un hecho oneroso estar siempre rencoroso. Le es pesado a quien recuerda lo malo. Sabías pecar en tu conciencia, sabe también hacer penitencia. Sabías atar, sabe también desatar. Te equivocaste y te golpeaste, una experiencia más lograste. Simpleza, pureza y justicia son la más perfecta belleza. Dios mora en el corazón del simple que Lo adora.

Acerca de los hipócritas: Lo falso es podrido. Ante los ojos parece santo, pero detrás de los ojos es tan pecador que me espanto. Tiene ojos luminosos, mas pensamientos vergonzosos. Tiene voz silenciosa, pero de corazón es pecaminosa. El que a Dios no teme, de los hombres ninguna vergüenza tiene.

El Último Juicio: No te jactes de ti mismo, hay muchos mejores que tú. El pecado no es una risa cuando la muerte ya nos prisa. Vivió en pecado, murió ridiculizado. Después de la muerte nadie se hace penitente. Todo termina por saberse. Los pecados con entusiasmo conducen al abismo. Si tu vida no es pecaminosa, la muerte no espanta.

La Conciencia

¡Cuán ineludible es tu poder,

Espanto de los criminales

Y consolación de los inocentes,

¡Oh, la conciencia! la ley,

Acusador, testigo juez!

B Jukovski (1814)

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Missionary Leaflet # S9
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Editor: Bishop Alexander (Mileant)

(Conciencia.doc, 08-11-99)