La Grandeza de Dios y

la insignificancia de los dioses

Obispo Alejandro (Mileant).

Traducido por Dra. Elena Ancibor/ Michael Shurov

"El que se enaltece será humillado,

y el que se humilla será enaltecido" (Mat. 23:12).

Hace algunos años, la actriz Shirley MacLaine causó entusiasmo entre muchos televidentes de EE.UU., cuando, parada en una playa del Pacífico, con los brazos extendidos, cantó: "yo soy dios, yo soy dios, yo soy dios!" Los fieles cristianos podrían ignorar este acto necio de una actriz desequilibrada. Sin embargo, se trató de un acto planificado, para popularizar el movimiento de la "Nueva era." Esta enseñanza, actualmente de moda, predica que todo es Dios y Dios es todo, es decir, que Dios y la naturaleza son lo mismo y en consecuencia, cada hombre es Dios. De esto se concluye que la meta de la vida humana es la expresión de su latente divinidad; sentirse "dios." Los "apóstoles" de la nueva enseñanza; dicen: "cuando por fin comprendas tu naturaleza divina, entonces, te envolverá en la maravillosa sensación de que tú estás por encima del espacio y del tiempo, por encima de todo lo material."

Semejantes conceptos soberbios no son nuevos, pues hace tiempo que son predicados por el hinduismo, Sai Baba, uno de los popularizadores del hinduismo, escribe: "Tú eres dios del universo. Realmente eres dios del universo... tú no eres un hombre, tú eres dios" ("Sathyam Sundaram"; "Sathya Sai Speaks," Bangalore India 1973). En la meditación transcendental, se aconseja inducirse a pensar: "Yo soy el sol; yo soy el verdadero, el verdadero sol... gracias a mi se mueve el universo, y obtiene su existencia... Yo existía antes de la aparición del mundo... Yo penetro cada átomo y lo muevo... ¡O cuan hermoso soy!... Yo soy el universo... Todo se encuentra en mi... Yo soy dios!" (Swami Vishnudernanda, The complete illustrated book of yoga, New York, Pocket book, 1972).

No hace falta decir cuán insensatas son semejantes pretensiones para un cristiano. Reconociendo el alto valor del hombre, el cristianismo enseña claramente la diferencia entre el Creador eterno y omnipotente del resto del universo. "El Único que tiene inmortalidad, que habita en la luz inaccesible; a quien ninguno de los hombres ha visto ni puede ver" (1 Tim. 6:16). En esencia, Dios es todo, y nosotros nada. Mientras el hombre se incline humildemente ante su Creador y se someta a Su voluntad, él puede, con la ayuda Divina, crecer y perfeccionarse siempre dentro de los límites de su naturaleza.

Por eso es muy extraño escuchar a ciertos predicadores, que, presentándose como cristianos, siguen al guru hindú, y llaman a sus seguidores a descubrir su propia "divinidad." Escuchemos por ej. lo que predican los mormones: "Dios antes fue un hombre, por lo tanto, cada hombre puede trasformarse en Dios" (Lorenzo Snow, Milenia Star, vol. 7 y vol. 54). Y hay más todavía: "Recuerden que Dios, nuestro Padre celestial, fue en un tiempo, un niño mortal, como cada uno de nosotros, que, paulatinamente creció, elevándose peldaño por peldaño en la escala del autodesarollo y del perfeccionamiento. Él vivió superándose hasta que llegó al estado en el que se encuentra ahora" (Orsen Hyde, Journal of Discurses, vol. 11). Jose Smith, fundador de la secta mormona, predicaba: "Les contaré como Dios se hizo Dios. Muchos piensan que el Padre Celestial existe desde la eternidad... Pero Él, vivió en la tierra, igual que Jesucristo, quien quiso que todos los hombres conozcan al verdadero Dios... Por eso ustedes deben saber como trasformarse en dioses y aprender a subir por el mismo camino, por el cual ascendieron todos los dioses. Así, suban de lo pequeño a lo grande, de una gracia a otra, de una gloria a otra, como todos aquellos, sentados actualmente en el trono de la fuerza eterna" (Times and Seasons, 15 Agosto 1844). Semejantes conceptos se pueden escuchar de otros "profetas" mormones. Para ellos el Señor Jesucristo no es la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, consubstancial a Dios Padre, sino uno de los tantos dioses al igual que el ángel-Lucifer y otros espíritus. El hecho de considerar a uno de los dioses, como principal, no cambia el concepto: su "dios" es limitado y no es único.

Nosotros, en cambio, creemos que el Dios al que nosotros adoramos no solamente es el más importante entre los que supuestamente son semejantes a Él, sino que es un solo Dios. Él es el creador Omnipotente y Eterno de todo lo visible e invisible. Todos los demás seres fueron creados por El y podrían no existir si El no les hubiera dado la vida.

Lo trágico para la sociedad contemporánea es que, a pesar de todo el progreso científico y técnico, en el plano espiritual la humanidad se ha vuelto cada vez más salvaje, ignorante y orgullosa, y las ideas insensatas sobre el descubrimiento de su propia "divinidad" encuentran en algunos mas consenso. Según el ap. San Pablo, la característica distintiva del Anticristo, último enemigo del cristianismo, será su inconmensurable orgullo. Él será: "Hombre del pecado, el hijo de la perdición, el cual se opone y se levanta contra todo lo que se llama Dios o es objeto de culto; tanto que se sienta en el templo de Dios, como Dios, haciéndose pasar por Dios" (2 Tes. 2:3-4). La insensata pretensión de su divinidad será recibida positivamente por la sociedad contemporánea a él, pues esta sociedad será envenenada por el concepto pagano de la "divinidad" (endiosamiento) del hombre.

Llama la atención el hecho de, que todas las enseñanzas, que enaltecen al hombre en detrimento del Creador, tienen su origen en el ocultismo. Ellas están emparentadas entre sí, pero difieren en algunos puntos. Por ej., el antiguo politeísmo pagano con su magia y misterios y el culto actual de los Mormónes, que fue revelado a José Smith por diferentes "espíritus." Todos estos cultos tienen la tendencia a presentar diferentes semidioses.

Las enseñanzas teosóficas como el hinduismo, el budismo y el contemporáneo movimiento de la "Nueva era" preconizan un panteísmo. Al negar la persona de Dios-Creador, sostienen que la naturaleza misma es dios. Es claro, que un "dios" panteísta, no es ningún dios, sino algo a lo que se le adjudica cualidades divinas, la como eternidad, la omnipotencia, la inteligencia y la "justicia." En principio, el panteísmo es un ateísmo "ennoblecido" o corregido.

Un tercer grupo de enseñanzas comprenden a los antiguos pitagóricos, gnósticos, neoplatónicos y una serie de escuelas, como Yacomba Bene, Schopenhauer, Swedenborg, Paracelso, Shelling y otros. Es sabido que la sectas gnósticas fueron muy activas en los primeros tres siglos del cristianismo y que perjudicaron mucho. Estas enseñanzas introducen distintos "intermediarios" entre Dios Absoluto y el mundo inferior. En unos será el Demiurgo, el Logos, en otros la Sofía, el "el alma del mundo," el "principio femenino" etc. Estas enseñanzas son muy confusas y contradictorias en sus detalles, pero tienen un principio común, que es el de la "emanación." Las divinidades inferiores o "eones" emanan de las superiores, como una cascada en escalera, comenzando por el Absoluto transcendental, Principio Superior o Fuente Primordial y terminando con el mundo físico. Algunos gnósticos reconocían 32 intermediarios entre el Gran Inconcebible y el mundo inferior, mientras que otros se limitaron a uno o dos intermediarios.

Una vez más, el Dios-Absoluto de estos cultos, no es el Dios verdadero, pues, emanando seres inferiores, sufre un cambio y está sometido a la ley de la necesidad. Otorgando a sus eones cualidades divinas (la creación y dirección del mundo), los gnósticos limitan a su Absoluto y borrándose la diferencia entre el Creador y la creación.

Gracias a Vladimir Soloviev, la tentación de tender un puente entre el Creador y la creación, afecto también a la teología rusa. Toda una serie de teólogos fueron arrastrados por sus ideas, como por ej., el presb. Pablo Florenski y el padre Sergio Bulgakov, el prof. Nicolas Berdiaev y algunos teólogos del Instituto Teológico de París. Ellos desarrollaron sus ideas sobre la Sofía, y el "alma del mundo" y el "principio femenino en Dios," que son ideas, pertenecientes a los gnósticos. (Ver el bien fundado articulo del protopresbítero Miguel Pomazanski "Lecturas sobre la teo-humanidad" en "El camino ortodoxo" 1956).

El prof. A. V. Kartashev escribe sobre la influencia de V. Soloviev en el pensamiento religioso ruso: "El caballo místico, sobre el cual Soloviev cruza volando el terrible abismo entre Dios y el mundo es, la olvidada y hace tiempo abandonada Sofía. El repite los esfuerzos antiguos de más de mil años, de la filosofía helénica , el jojismo bíblico, la cábala rabínica y la frondosa fantasía gnóstica, de llenar ilusoriamente el abismo entre el Creador y las criaturas. Para esto Soloviev elige a la Sofía con la que arrastra por inercia a nuestros pensadores religioso-filosóficos y poetas... No existe secuencia, ni puentes de eones, que podría llenar el abismo ontológico entre dos polos: Dios y el mundo. Con ningún crescendo-diminuendo de la creación hacia el Creador y viceversa, se puede crear una total ininterrupción y, toda la construcción, se hunde por una de las grietas milimétricas, como en un abismo" (Artículo sobre el 1500-avo aniversario del Concilio de calcedonia).

El prof. y Protopresbitero Jorge Florovsky comenta sobre el "sentido del amor" de V. Soloviev "Es un espantoso proyecto oculto que pretende unir la humanidad con Dios, a través de un amor heterosexual" (Senderos de la Teología Rusa).

La Iglesia Ortodoxa, apartándose completamente de semejantes intentos de tender un puente entre lo infinito y lo finito, no reconoce ninguna clase de dioses independientes, ni emanaciones de la Fuente Primera, ni intermediarios entre Dios y las criaturas. Ella enseña que en el principio no existía nada: ni el mundo espiritual, ni el material, no existía el tiempo, ni el espacio. Solamente existía el Único Dios, inmutable y perfecto: Padre, Hijo y Espíritu Santo, Trinidad uni-ubstancial e indivisible.

Cuando fue de su agrado, Dios creó al principio un gran mundo espiritual, al que pobló con espíritus inteligentes, llamados Ángeles. Luego, creó nuestro mundo visible y material. Para la creación de ambos mundos, Dios no necesitó de ninguna sustancia (porque esta era inexistente). Él, creó todo de la nada por la acción de su voluntad Omnipotente. Nada lo obligó a crear: El creó cuándo y cómo, su voluntad así lo quiso. Así Dios es la única fuente de toda existencia, de lo visible e invisible. Los Ángeles y las almas humanas no son eternos; son inmortales, pero no por su naturaleza, sino por la voluntad de Dios. Solamente Dios es eterno e inmortal por Su naturaleza.

Como explica San Gregorio el Teólogo: "Dios siempre fue, es y será o para decirlo mejor: siempre es ya que las palabras existió y existirá se refieren al tiempo que es característico de la naturaleza perecedera. Dios es "El que es" siempre Este es el nombre con el que se define porque contiene en Sí Mismo la plenitud de la Existencia, la cual no tuvo principio, ni tendrá fin. El es como un mar de existencia indefinida e infinita, que se extiende mas allá de los límites de la comprensión del tiempo y de la naturaleza."

Entre la esencia infinita y perfecta de Dios y todo el resto hay un abismo cualitativo, que no acepta ningún intermediario. Entre Dios y el mundo no puede haber nada intermedio, así como no existe esto entre el "uno" lógico y el "cero" lógico. Dios, siendo infinito y perfectísimo, no está alejado del mundo, según piensan algunos, como si habitara lejos en un lugar fuera del límite espacial. Todo lo contrario: Él todo lo cubre y todo lo penetra y al mismo tiempo está presente en todo. Pero, siendo Espíritu Purísimo, no se mezcla con nada y a Él nada lo afecta.

Acerca de Dios hay que hablar con gran veneración y moderación, pues Él por su naturaleza es inconcebible. Solo con débiles alusiones podemos describir a Aquel, a Quien llamamos con este misterioso nombre. "Si quieres practicar la Teología, enseña el venerable San Máximo el Confesor, no trates de entender la naturaleza de Dios debido a que es inaccesible para la mente humana, o para cualquier otra. Piensa, en la medida de tus posibilidades, sobre sus cualidades: eternidad, infinitud, inaccesibilidad, misericordia, sabiduría y fuerza todopoderosa, que dirige todo y juzga a todos con la verdad. Entre los hombres ya es un gran teólogo, el que en parte conoce estas propiedades Divinas.

A veces, el hombre, olvida la grandeza de Dios y, comparándose con sus semejantes, o con criaturas irracionales, se imagina que él es superior a los demás. En este caso sería muy útil para él, mirar el cielo estrellado y verse a sí mismo desde las profundidades del espacio. En algún lugar del infinito mar cósmico se encuentra perdido un muy pequeño punto luminoso, que es la galaxia a la que llamamos vía Láctea. En el limite de esta galaxia, entre billones de otras estrellas, se esconde nuestro sistema solar, que no llega a verse ni aún con el telescopio más potente. Mas profundamente, en algún lugar del sistema solar, se encuentra nuestro microscópico planeta Tierra. Y sobre su superficie, unos virus se agitan. ¡Criaturas de un solo día, nosotros y ustedes!. Si nosotros somos tan insignificantes, en comparación con el universo, ¿qué somos entonces comparados con Aquel que creó todo esto con su sola palabra?

Uno no sabe que admirar más: la grandeza de Dios, o el hecho, de que con toda su inconmensurabilidad Él recuerda y se ocupa de cada uno de nosotros. Él no solo ve a cada uno de nosotros, también sabe perfectamente todo lo que esta dentro de nuestro: nuestros pensamientos, sentimientos, e intenciones mas recónditos; y todo esto lo ve mejor que nosotros mismos. "No hay criatura que no esté manifiesta delante de Él. Al contrario, todas las cosas están desnudas y expuestas ante los ojos de Aquel a Quien tenemos que dar cuenta" (Heb. 4:13). Conociendo nuestras necesidades y fallas, Él se preocupa por nosotros como la madre más cuidadosa y cariñosa y, al mismo tiempo, dirige el inconmensurable universo visible e invisible. Él, conduce hacia el bien la vida de cada ser creado por Él. Si nosotros siguiéramos la voluntad de Dios, la Tierra sería un paraíso y habría bienaventuranza.

Pero como, en lugar de esto vemos todo lo contrario. ¿Cuál es la causa del infortunio de la humanidad? Según la Biblia la causa es el deseo orgulloso de nuestros ancestros de convertirse en dioses. El viejo diablo- serpiente, caído del cielo a causa de su orgullo, les mintió diciéndoles, que comiendo el fruto prohibido, ellos no morirán, pues "serán como dioses" (Gen. 3:5). ¿Pero, por qué nuestros ancestros creyeron semejante proposición osada? Evidentemente porque pareció verosímil. La mentira siempre tiene más éxito, si se le agrega un granito de verdad.

El primer hombre era consciente de la grandeza que poseía y que lo elevaba por encima de las criaturas irracionales. Esta "grandeza" era el sello de la imagen y semejanza de Dios, que el Creador puso sobre su alma inmortal. Este sello de semejanza Divina le abrió el camino hacia el conocimiento de los misterios de la existencia y la creación, impulsándolo hacia lo ideal e infinito, haciéndolo capaz de amar desinteresadamente, llevándolo hacia la comunión con Dios y convirtiéndolo en rey de la naturaleza. Según el plan Divino, el hombre, debía perfeccionarse, trabajando sobre sí mismo y desarrollando sus capacidades espirituales. Dios fijo al hombre la elevada meta de acercarse a las perfecciones Divinas, guiado por Él y con su ayuda.

La mentira del diablo consistió en que el hombre, con un simple deseo, con un audaz salto, y sin ayuda de Dios, e incluso contra Dios, podía alcanzar el estado de divinidad sin esfuerzo alguno obteniendo todo el conocimiento y la perfección. En lugar de esto, el hombre engañado, con su audaz salto mortal, además de no lograr él estado prometido por el tentador, cayó al abismo del pecado y perdiendo toda su posesión. De soberano de la naturaleza se trasformó en juguete lamentable de sus propias pasiones. Esta condición, vulnerada por el pecado, fue transmitida por Adán y Eva a sus descendientes. El apóstol San Pablo describe así la pobreza moral de la humanidad pecadora: " ¡Desdichado de mi! quien me libertará de este cuerpo mortal: porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago" (Rom. 7:19-24).

Dios podría hacer desaparecer al hombre por su osadía, dándole la espalda y dejándolo a merced de la fuerzas ciegas y destructivas de la naturaleza. Pero ¡Dios es igual de grande en su misericordia, como en su omnipotencia creador!. En lugar de rechazar al hombre, Él mismo, en la Persona de su Hijo Unigénito, bajó, desde el trono de Su gloria, inaccesible a nuestro valle de dolor y de sombras.

Viniendo hacia nosotros, Él, tomando nuestra naturaleza humana, nos enseñó a creer correctamente y vivir con rectitud. A través de esta maravillosa e inconcebible unión de su naturaleza Divina con nuestra humanidad, Él virtió en nuestra harapienta naturaleza fuerzas morales frescas, gracias a las que, la elevación hacia Dios se hizo realmente posible. Sin el milagro de la Encarnación, la enseñanza Evangélica habría quedado como un ideal inalcanzable.

Ciertamente, también en tiempos del A.T., hubo hombres con sanos conceptos sobre el bien y el mal, e ideas elevadas acerca de Dios. Sin embargo no fueron capaces de perfeccionarse moralmente. Todos requieren la ayuda Divina, y nuestro Señor Jesucristo nos trajo esta ayuda. Con su encarnación, Nuestro Señor Jesucristo atravesó el para todos infranqueable abismo entre Dios y sus criaturas. Él es como un "puente" entre lo trascendental y lo finito, entre el Creador y la creación. El nos recibió en comunión con Su Divinidad. Gracias a Cristo y no a nuestros esfuerzos llegamos a ser "participes de la naturaleza Divina" (2 Ped. 1:4). De esta manera, la deificación del hombre, cuando este trata de conseguirla solo por sí mismo, es un sueño irrealizable y una terrible tentación. Todo intento de saltar el abismo entre el cielo y la tierra con sus propias fuerzas lleva al fondo del infierno, donde cayó el orgulloso ángel- Lucifer. Pero si el hombre con arrepentimiento y humildad se dirige a Cristo, entonces, tomado de su mano, puede comenzar su ascenso espiritual hacia Dios.

La unión con Cristo, y la comunión con su naturaleza Divina, no es una teoría abstracta, es una realidad, que se cumple en el Sacramento de la Eucaristía. Es trágico, que el mundo no ortodoxo, que tanto habla sobre la regeneración espiritual, no entienda la finalidad de la Encarnación de Cristo, quien se encarnó justamente para unirnos a Él. Ciertamente un ángel o un profeta podrían enseñarnos y darnos un buen ejemplo. Cristo se encarnó porque solo a través de nuestra unión con Él es posible una verdadera regeneración y acercamiento a Dios: "nadie viene al Padre, sino por Mi" (Jn. 14:6). Por eso el Señor enseñaba que:

"Si no coméis la carne del Hijo del Hombre, y bebéis Su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y Yo le resucitaré en el día postrero... El que come mi carne y bebe mi sangre, en mi permanece y Yo en él" (Jn. 6:53-56). En Su parábola sobre la vid, Cristo explica la importancia de estar unidos con Él: "Como el sarmiento no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecen en mi. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mi y yo en él, este lleva mucho fruto; porque separados de mi nada podéis hacer" (Jn. 15:4-6).

De esta manera la finalidad de la encarnación del Hijo de Dios es la regeneración espiritual y física del hombre. La renovación espiritual, iniciada en esta vida, concluirá con la restauración física del hombre el día de la resurrección universal de los muertos. Entonces "los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre" (Mat. 13:43). El ap. San Juan, el Teólogo, se refiere a esto en forma algo misteriosa: "Ahora somos hijos de Dios, y aun no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a Él (Cristo), porque lo veremos tal como Él es" (1 Jn. 3:2).

Así, nosotros no estamos todavía capacitados para entender plenamente toda la altura de nuestra vocación hacia la que nos eleva el misericordioso Creador. Es importante recordar, sin embargo, que nuestro perfeccionamiento es posible solo bajo la dirección y con la ayuda del Señor Jesucristo. Solo Él puede renovar nuestra condición dañada, solo Él puede darnos las imprescindibles fuerzas espirituales, solo Cristo, uniéndonos a Él, nos deifica. Sin Él somos nada, polvo y cenizas, como las criaturas irracionales. ¡Hacerse "dios" sin Dios es un sueño insensato y una mentira diabólica!

Por eso, conscientes de nuestros pecados, acudamos con arrepentimiento a nuestro Sanador espiritual, el Señor Jesucristo. Vayamos con humildad y obediencia por el camino indicado por El, recordando que "el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido" (Mat. 23:12).

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Panfleto Misionero # S66b

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Editor: Obispo Alejandro (Mileant)

(dios_dioses.doc, 05-03-2001)