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El Dios Viviente

Un catecismo para el cristiano ortodoxo.

Tomo II.

Traducido por Sergio M. Gortchacow

 

 

Contenido:

Sexta Parte.

La Ascensión y la Pentecostés.

La nueva Era: la de la Iglesia.

1. La Ascensión.

Primeramente les habla del reino del Mesías.

Les confía una misión.

2. El ícono y el tropario de la Ascensión.

3. El Espíritu Santo en el Antiguo Testamento.

4. El Espíritu Santo anunciado en los Evangelios.

La Anunciacion.

El Bautismo

La Conversacion Con la Samaritana: el Don de Dios.

La Festividad de los Tabernaculos: el Agua Viva.

5. La anti-Pentecostés: la Torre de Babel.

6. La Pentecostés.

7. La Iglesia.

Lo Que Ella No Es.

Lo Que Es.

La Iglesia tal cual parece ser y tal cual deberia ser.

La Iglesia, Esposa del Cristo.

En los Evangelios, Jesucristo Es el Esposo.

En la Epistola de los Efesios, la Iglesia Es Revelada Como Esposa del Cristo.

En el Apocalipsis la Iglesia Aparece en Su Esplendor Cumplido: la Jerusalen Celeste.

La Iglesia Cuerpo del Cristo.

La Iglesia Es el Cuerpo del Cristo.

El Pan Eucaristico, Cuerpo del Cristo, Hace la Iglesia.

8. El misterio de la divina Eucaristía:

origen, institución y sentido.

9. Desarrollo de la celebración.

La Enseñanza de los Apostoles. o Liturgia de los Catecumenos.

Celebrecion del Misterio ("Fraccion del Pan") o Liturgia de los Fieles.

La Gran Entrada.

La Anafora.

Primera Parte:

El celebrante dirige loas a Dios vivo: canto del Sanctus.

Segunda Parte. El memorial reconociendo la obra del Cristo.

La anáfora propiamente dicha.

Tercera Parte. Una súplica para el descenso del Espíritu Santo.

Conmemoración de los difuntos.

Conmemoración de los vivientes.

"Lo Partio": la Traccion.

"Él Dio": la Comunion.

10. Misterio y Sacerdocio

del Cristo y de la Iglesia.

Misterio del Cristo Misterio de la Iglesia.

Sacerdocio del Cristo Sacerdocio de la Iglesia.

11. el Misterio de la Crismación: la Pentecostés Personal,

O Sacerdocio Real de los Laicos.

12. La ordenación de obispos, de sacerdotes y de diáconos o Sacerdocio ministerial.

El Obispo y los Concilios.

El Obispo.

Los Concilios.

Los Sacerdotes.

Los Diaconos.

13. La Santificación del Matrimonio.

La Ofrenda.

La Anamnesia.

La Epiclesis.

La Comunion.

14. Las enfermedades de los miembros del Cuerpo de Cristo y su curación.

El misterio del arrepentimiento.

El Arrepentimiento en el Antiguo Testamento.

El Pecado del Rey David (2 Reyes 11; 12:1-25).

El Arrepentimiento de David.

El Perdon de David.

El Arrepentimiento en el Nuevo Testamento.

El Hijo Prodigo (Lucas 15:11-32).

Curacion del Paralitico de Capernaum.

Misterio o Sacramento del Arrepentimiento.

La Metanoia.

La Confesión.

El Perdon o la Absolucion.

El Festin.

El Misterio de la Unción.

15. Conclusión.

Septima Parte.

El segundo Advenimiento y la vida por del siglo por venir.

Introduccion.

1. Los dos Advenimientos del Señor

En el Antiguo Testamento.

El Libro de Isaias.

El Libro del Profeta Daniel.

El Profeta Zacarias.

En el Nuevo Testamento.

2. La espera del segundo Advenimiento: la vigilancia.

3. Los signos precursores del segundo Advenimiento.

"No Quedará Aquí Piedra Sobre Piedra …"

"Vendran Muchos Bajo Mi Nombre Que Diran: Soy yo el Cristo."

"Ustedes Tambien Escucharan Hablar de Guerras… Hambrunas y Temblores de Tierra."

Los Libraran a los Sufrimientos y la Muerte…"

"La Iniquidad Creciente…"

"Esta Buena Nueva Será Proclamada en el Mundo Entero."

"Todo Israel Sera Salvado…"

Previamente Debe Darse a Conocer el Hombre Impio… el Adversario…"

4. El fin del mundo y la creación del mundo nuevo.

El Fin del Mundo.

En el Antiguo Testamento.

En el Nuevo Testamento.

El mundo nuevo.

5. La resurrección de los muertos.

En el Antiguo Testamento.

En el Nuevo Testamento.

6. El tiempo litúrgico.

7. La vida en la muerte.

¿Que Es la Muerte?

Los Muertos de Acuerdo a los Salmos y los Profetas.

La Muerte de los Justos en el Libro de la Sabiduria.

La Vida Eterna en el Nuevo Testamento.

8. El Juicio.

La Justicia de Dios en Este Mundo y en el Otro.

El Juicio de Dios en el Nuevo Testamento.

El Juicio Final.

9. Una aproximación de la escatología ortodoxa.

10. La plegaria por los muertos y la comunión de los santos.

La Comunion de los Santos.

11. La Dormición de la Madre de Dios.

Icono de la Dormicion de la Muy Santa Virgen Maria.

La Liturgia del Quince de Agosto.

12. La Jerusalén celestial.

En el Antiguo Testamento.

En el Nuevo Testamento.

En los Textos Liturgicos.

 

 

Sexta Parte.

La Ascensión y la Pentecostés.

La nueva Era: la de la Iglesia.

 

 

1. La Ascensión.

La Ascensión nos es relatada por san Lucas al final de su evangelio (24:50-52) y por otra parte al principio de los Hechos de los Apóstoles (1:1-11) del cual es también el autor. San Marcos también nos habla pero de una manera más sucinta en el último capítulo de su evangelio (16:15-19).

Hemos visto que, cuarenta días después de su Resurrección, Jesús aparece una última vez a sus discípulos (ver Hechos 1:3 y 4); ese día, que será el día de la Ascensión, les hablará prolongadamente:

Primeramente les habla del reino del Mesías.

Habiéndole preguntado los discípulos: "¿Es en este tiempo que vas a restablecer el Reino de Israel?" (Hechos 1:6), Jesús les responde. "No les corresponde conocer los tiempos y los momentos que el Padre ha fijado de su propia autoridad." Además. Jesús había dicho ya a sus discípulos la noche del Jueves santo: "En la casa de mi Padre… voy a prepararles un lugar, y cuando me haya ido y les habré preparado un sitio, volveré a tomarlos cerca de mí con el fin de donde estoy yo estén ustedes también" (Juan 14:2-3) El restablecimiento del Reino de Israel, esperado por los discípulos, en realidad será la entrada con el Cristo, Rey de Israel, en la Casa del Padre. El Reino del Mesías (siendo el Reino de David la prefiguración) que Israel esperaba desde que el gran profeta Isaías (740 años antes del Cristo) lo había tan vigorosamente anunciado, fue efectivamente inaugurado con la primera venida del Cristo. Sin embargo no se realizará en su plenitud triunfal hasta la segunda venida .

Les confía una misión.

Este Retorno, esta segunda venida, este segundo Advenimiento del Cristo-Rey, los discípulos deberán prepararlo y apresurarlo (cf. 2 Pedro 3:12) cumpliendo la misión que Jesús ahora les confía: "Serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria y hasta los confines de la tierra." Esta misión, igualmente nos es recordada al final del Evangelio de san Mateo (28:19-20): "Id, de todas las naciones hagan discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a preservar todo lo que Yo os he prescrito, y he aquí que estoy con ustedes para siempre hasta la consumición de los siglos." Hay que recordar que en esa época, las comunicaciones eran terriblemente difíciles; los Apóstoles, simples pescadores de profesión, hombres pobres, que realmente se mueven a pie, y parece increíble que Jesús les pida de ir "hasta los confines de la tierra." Sin embargo lo harán, y sus enseñanzas han logrado no solamente llegar a los confines de la tierra en aquel entonces conocida, más aún, por los discípulos de sus discípulos, han hecho la vuelta de toda la tierra: aún hoy en día, cuando recibimos el Bautismo, obedecemos a esta orden dada por el Cristo resucitado, justo antes de Su Ascensión y por eso mismo nos tornamos testigos de Su Resurrección.

Les anuncia, para ser capaces de cumplir con esta misión, serán revestidos de la "Fuerza de arriba."

"Les prescribió de no alejarse de Jerusalén, pero, de esperar la promesa del Padre, aquella, dijo Él, de la cual me habéis escuchado hablar, pues Juan ha bautizado en el agua, pero ustedes, en pocos días seréis bautizados en el Espíritu Santo"… "Con el Espíritu Santo que descenderá sobre ustedes, recibirán la Fuerza" (Hechos 1:4.5.8), "la Fuerza de arriba" (Lucas 24:49) Por lo tanto es pues Dios el Espíritu Santo que los visitará. Esta promesa, se las hizo la noche del Jueves santo: "Rezaré al Padre y Él les dará otro Consolador, el Espíritu de la Verdad" (Juan 14:16-17) "Es de vuestro interés que Yo me vaya, pues si no me voy, el Consolador no vendrá hacia vosotros, sí Yo parto, al contrario; Yo se lo enviaré" (Juan 16:7) "Les enseñará todas las cosas y les recordará todas las cosas que les dije" (Juan 14:26)… "Cuando Él venga, Él, el Espíritu de la Verdad, los guiará hacia la Verdad íntegra" (Juan 16:13)… "Cuando venga el Consolador que les enviaré del lado del Padre, el Espíritu de la Verdad que procede del Padre , es Él quién rendirá testimonio de Mí, y ustedes también rendirán testimonio" (Juan 15:26-27).

Luego de haberles hablado de esta forma "Los llevará hacia Betania y, levantando las manos, los bendijo. Ahora, mientras los bendecía, se separó de ellos y fue elevado al cielo" (Lucas 24:50-52)… "y fue a ubicarse a la diestra de Dios" (Marcos 16:15-19). Es lo que nosotros denominamos la Ascensión. "Una nube lo ocultó de la mirada de los discípulos: estaban ahí, los ojos fijos en el cielo mientras que Él se iba, cuando, de golpe, dos hombres vestidos de blanco, se presentaron ante ellos y les dijeron: "Hombres de Galilea, ¿Qué se quedan mirando el cielo? Es Jesús que viene de ser sacado de en medio de ustedes, volverá de la misma manera que ustedes lo vieron partir hacia el cielo" (Hechos 1:9-11). Entonces los discípulos "volvieron a Jerusalén con una gran alegría" (Lucas 24:52).

¿De donde viene eso de que estos hombres sean felices, cuando con toda evidencia, tendrían que estar tristes por causa de la partida de su Maestro bien amado? Primeramente, vienen de recibir una promesa maravillosa que les fue hecha por unos mensajeros del mismo Dios: "Él volverá" ¿Por otro lado, no les había prometido la llegada inminente de este "Otro Consolador" que los colmará de verdad y alegría?

Pero, sobre todo, saben que Aquel que les fue quitado está vivo, que mora con ellos hasta el fin de los tiempos, que les fue a preparar un lugar cerca del Padre: ascendió con su naturaleza humana — sus naturalezas, nuestra naturaleza -, con Su cuerpo de hombre glorificado — sus cuerpos, nuestros cuerpos: el Cuerpo del Cristo viene de subir al cielo y este Cuerpo nos abre a todos las Puertas reales del Cielo por las cuales podremos precipitarnos a Su séquito para sentarnos como el Cristo a la derecha del Padre: sí, de ahora en más las puertas del cielo están abiertas a los hombres:

Alzad, ¡oh, puertas! vuestras cabezas,

Y alzaos vosotras, puertas eternas,

Y entrará el Rey de la gloria

¿Quién es este Rey de la gloria?

El Señor, el fuerte y valiente;

Dios, el poderoso en batalla.

Alzad, oh puertas, vuestras cabezas,

Y alzaos vosotras, puertas eternas,

Y entrará el Rey de gloria.

¿Quién es este Rey de gloria?

El Señor de los ejércitos,

El es el Rey de la gloria

(Salmo 23 [24], 7-10).

El Cristo por su Ascensión, reconcilió lo que el pecado de los primeros hombres había separado, es decir, nuestros cuerpos humanos y los cuerpos celestes. Es porqué se dice en unos Tropariones del oficio de los Maitines de la Ascensión (séptima Oda): "Oh, Cristo, después de haber cargado en tus espaldas la naturaleza perdida, Tú te has elevado y la has presentado a Dios el Padre," y en la octava Oda, se dice: "Ella ha sido elevada por encima de los ángeles, nuestra naturaleza que antaño había caído, y ha sido establecida sobre el Trono divino de una manera que sobrepasa a toda inteligencia."

La Ascensión ultima la obra del Hijo inaugurada por su Encarnación: habiendo tomado sobre Sí nuestra naturaleza humana caída, "nuestra condición de esclavo… habiendo sido humillado con nosotros hasta la muerte, la muerte sobre la cruz… ha sido exaltado hasta lo más alto de los cielos" (Filip. 2:6-11), y nuestra naturaleza con Él: la Ascensión, es la glorificación del Cristo humillado durante la Pasión, "para que todo, en el nombre de Jesús, se arrodille a lo más alto de los cielos, sobre la tierra y en los infiernos y que toda lengua proclame de Jesucristo que es el Señor a la gloria de Dios Padre" (Filip. 2:10-11).

Es también la glorificación de nuestra propia naturaleza que Él vino a alzar y salvar de la desgracia y de la muerte.

¿Descubriendo todo esto, los discípulos, no podían estar en "una gran felicidad?"

 

2. El icono y el Troparion de la Ascensión.

Busquemos ahora de profundizar el sentido de la Ascensión observando el icono de la festividad que la actualiza y escuchando el Troparion que la canta.

Maestro: En la parte superior del icono, en el centro de los grandes círculos concéntricos representando el cielo (denominados la "mandarla"), puedes ver al Cristo sentado majestuosamente: con la mano derecha bendice y en la mano izquierda tiene un rollo que representa la Palabra que ha enseñado sobre la tierra. Está rodeado de dos ángeles.

Novicio: Si, además he notado que el Cristo tiene puesta una túnica blanca, más bien dorada, como el icono que vimos para Pascuas.

Maestro: Efectivamente, también vemos al Cristo vestido de esta manera en el icono de la Transfiguración. El color luminoso de la túnica expresa el Cuerpo glorioso del Cristo: esto significa que, después de la Resurrección, el Cristo tiene un cuerpo que no está más sometido a las leyes y necesidades de las naturalezas terrestres: está substraído de la ley de la gravedad.

De la misma forma que has notado el color de la túnica del Cristo, observa la vestimenta de los otros personajes.

Novicio: Los ángeles que llevan al Cristo tienen vestimentas con los colores de los apóstoles, mientras que los dos ángeles que rodean a la Virgen tienen túnicas blancas.

Maestro: Los dos ángeles con los vestidos rojos son los testigos de la Encarnación y de la Pasión; pues, si el Cristo asciende al cielo con su Cuerpo glorioso, lleva en su Cuerpo las marcas de la Crucifixión. Un pasaje del Antiguo Testamento, que nos es leído en las vespertinas de la Ascensión (Isaías 63:1-3), justamente nos describe este Mesías sufriente y glorioso vestido de rojo por causa de Su sacrificio:

¿Quién es ese que viene de Edom, de Bosra con vestidos rojos?

¿Este hermoso en su vestido, que marcha en la grandeza de su poder?

Yo, el que hablo en justicia, grande para salvar.

¿Por qué es rojo tu vestido, y tus ropas como del que a pisado en lagar?

He pisado yo solo el lagar, y de los pueblos nadie había conmigo;

los pisé con mi ira, y los hollé con mi furor;

y su sangre salpicó mis vestidos, y manché todas mis ropas.

En cuanto a los dos hombres vestidos de blanco (Hechos 1:9-11), nos recuerdan a aquellos, en el día de la Resurrección, que se presentaron a las mujeres en el sepulcro del Cristo para anunciarles que estaba vivo (Lucas 24:4 y Juan 20:12).

De esta manera la naturaleza humana — representada por los vestidos color sangre y tierra de los ángeles que hacen subir a Jesús — está de ahora en más en el cielo. Mientras que la naturaleza divina — representada por el blanco de los dos ángeles que hablan a los apóstoles — está de ahora en más en la tierra. "Dios se hizo hombre para que el hombre se haga Dios," para citar la vigorosa expresión de san Atanasio.

Estos dos ángeles vestidos de blanco anuncian ahora el retorno del Cristo en gloria en el fin de los tiempos. A veces, son representados sosteniendo un rollo desplegado sobre el cual pueden leerse sus palabras: "¿Hombres de Galilea, por que se quedan ahí mirando el cielo? Este Jesús que fue sacado del lado de ustedes hacia el cielo, vendrá de la misma manera que ustedes lo vieron irse al cielo" (Hechos 1:11) La lectura de la profecía de Zacarías que está hecha en las vespertinas de la ascensión sitúa justamente este retorno sobre el Monte de los Olivos (colina situada frente a Jerusalén), ahí mismo donde tuvo lugar la Ascensión (Hechos 1:12): "En ese día, sus pies se posarán sobre la montaña de Los Olivares que hace frente a Jerusalén del lado del Oriente" (Zacarías 14:4) Es el porqué, sobre el icono, esta montaña está representada por algunos escapados y cuatro olivos.

Novicio: Así mismo se diría que el límite de la montaña, y los árboles, cortan el icono en dos: por una parte, el cielo con el Cristo, y por otra, la tierra con la Madre de Dios y los Apóstoles.

Pero, ten, a propósito de los Apóstoles, ¿Por qué hay doce? Judas ha traicionado y se colgó (Mateo 37:3-10; Hechos 1:18-19), y Matías no será elegido para reemplazarlo que luego de la Ascensión (Hechos 1:13-24).

Maestro: Tu observación es pertinente. Son doce, pues el apóstol Pablo está representado con los once, lo puedes reconocer, a la izquierda de la Madre de Dios; se puede reconocer pues siempre es representado calvo con una barba afilada. A la derecha de la Madre de Dios, puedes ver a Pedro (cabellos cortos, rizados y barba redondeada). Pablo es asimilado a los Apóstoles pues, aunque no haya vivido con el Cristo antes de la Pasión, como los otros Apóstoles, también vio al Cristo resucitado sobre el camino hacia Damasco (Hechos 9:5-22, 8:26, 15) Pablo representa a los fieles que, en la Iglesia y a través de los siglos, confiesan al Cristo. La representación de Pablo, sobre el icono, manifiesta que la visión de la Iglesia no es una visión temporal: la comunión en la fe del reino de Dios, gracias al Espíritu Santo, hace estallar los límites del tiempo de este mundo.

Novicio: ¿En la vestimenta de los apóstoles hay a la vez verde y rojo?

Maestro: Si, el verde es el color de la esperanza y del Espíritu Santo. Efectivamente, es el día de la Ascensión que el Cristo promete a sus discípulos que el Espíritu — testimonio de nuestra esperanza — descenderá sobre ellos. También sobre el icono de la Trinidad de Rublev el ángel representado al Espíritu Santo está vestido de verde. En cuanto al rojo, no simboliza únicamente la tierra y la sangre (ver más arriba), pero también el amor.

Novicio: Hay un grupo de Apóstoles quienes indican con el dedo o la cabeza al Cristo y al cielo; pero los otros miran a la Madre de Dios, quién se mantiene bien erguida en la actitud de orar.

Maestro: La Madre de Dios en esa actitud representa ala Iglesia.

Novicio: Sobre el icono observo aún otra cosa: se tiene la impresión que está separado en dos, verticalmente por la Madre de Dios y arriba por el Cristo. ¿Esto significa algo?

Maestro: Si acercamos tu observación a aquella que has hecho hace un momento respecto a la separación del cielo y de la tierra por el límite de la montaña, podríamos, tal vez, ver algo interesante: el cielo y la tierra son reunidos por la Madre de Dios y su Hijo formando una cruz.

Por la postura de los olivos, se tiene la impresión que toda la creación glorifica a Dios, pero es gracias al Sacrificio del Cristo sobre la Cruz que la naturaleza, que se volvió opaca por el pecado, recobra su limpidez.

Ya ves, es interesante leer un icono, pero, no hay que querer absolutamente dar un significado a todos los trazos y a todos los colores, pues un icono expresa el misterio de la fe, y disecándola demasiado, nos secamos y tenemos tendencia de olvidar de venerarla. El icono no puede existir sino porqué Dios se encarnó, y es por ello que transfigura la realidad: está ahí para enseñarnos, ayudarnos a rezar y a vivir nuestra fe en la vida cotidiana. Por otro lado, todo lo que hemos descubierto sobre este icono en el fondo está resumido por el cántico del Troparion:

Has subido en la Gloria,

¡Oh Cristo, nuestro Dios,

Luego de haber llenado de alegría a tus discípulos

Por la promesa del Espíritu Santo.

Tu bendición lo confirma

Que eres el Hijo de Dios,

Y Libertador del universo!

(Troparion de la Ascensión — tono 4).

 

3. El Espíritu Santo en el Antiguo Testamento.

Venimos de ver que el día de su Ascensión, el Señor Jesús había prometido a sus discípulos la próxima venida de un "otro Consolador," el Espíritu Santo. No es un total desconocido para los discípulos, pues durante la Antigua Alianza, a menudo se trataba sobre Él.

Espíritu es una de las traducciones de la palabra hebrea ruah, que puede también ser traducida como aliento, viento, y mismo como aire, espacio vacío. Este flujo de traducciones refleja la ambigüedad del significado de esta palabra en los textos del Antiguo Testamento. El Espíritu puede asimismo relacionarse al hombre. Cuando se trata del Espíritu de Dios, esto a veces es precisado como: Ruah Elohim. Es en este sentido que traducimos la palabra Ruah, que se encuentra desde el comienzo de la Biblia en el Génesis 1:2. En este versículo del primer capítulo se dice: "Pues la tierra era desordenada y vacia, las tinieblas cubrían el abismo, y el Espíritu de Dios se movia sobre las aguas."

El Espíritu de Dios, es el soplo vivificante de Dios. "El Espíritu de Dios se movía sobre las aguas": esto evoca la imagen del ave que cuida a sus pequeños y los protege planeando por encima de ellos. Por lo tanto hay una relación de amor entre Dios y su creación. No obstante el Espíritu de Dios mora separado de la creación, está encima de las aguas.

Es la misma palabra ruah que fue traducida por la "brisa" del día cuando Dios fue a buscar al hombre luego de su caída en el jardín del Paraíso. Si esta traducción sobre todo acentúa el ambiente divino donde evolucionaron Adán y Eva, ella también expresa el aspecto mal definido y misterioso de este ruah quién es, como el aliento, una suerte de realidad impalpable de la cual Dios es el Dueño.

Es por ello que Dios puede enviar este aliento sobre el hombre como una fuerza de vida. Aquel sobre quién "reposa" el Espíritu se torna capaz de profetizar y lograr proezas. Tal fue el caso de José (Génesis 41:38) cuando interpretó los sueños del faraón, o de Balaam (Números 24:2-9) cuando exclamó: "¡Oh cuan bellos son tus Tabernáculos, Jacob!" Es igualmente un pasaje de Números, ahí en las vespertinas de Pentecostés, que nos muestra como el Espíritu puede ser distribuido según un orden riguroso y sorprendente a la vez (Números 11:24-30): Moisés, quién no podía asumir por sí mismo la conducta de todo el pueblo reunido en el Tabernáculo, según la orden de Dios, setenta ancianos. Dios descendió en una nube, tomó el "Espíritu" que reposaba sobre Moisés y lo puso sobre los setenta ancianos. Pero, sucedía que dos hombres inscriptos entre los ancianos, Eldad y Medad, no se encontraban en el Tabernáculo de la reunión. Sin embargo, ellos también recibieron el Espíritu y se pusieron a profetizar como los demás. Por el contrario, la historia de Babel (Génesis 11:1-9) que es la anti-Pentecostés, muestra como la empresa de los hombres esta destinada al fracaso cuando se hace sin el apoyo del Espíritu; el resultado es la confusión y la guerra.

El ruah como fuerza de vida, a la vez se torna el signo y el don de un poder extraordinario cuando está otorgado por la unción: es el "ruah real" que designa al Rey y los inviste de un poder sobrenatural. El primero a recibir la unción es Saúl, pero como Saúl desobedece a la orden divina, el Espíritu de Dios se aleja de él y fue reemplazado por un mal espíritu. Entonces el profeta Samuel se presentó en Belem y, guiado por una voz interior viniendo de Dios, eligió el último hijo de Jessé, el joven David, y vertió sobre él el aceite contenido en un cuerno de carnero (1 Reyes, 16:1-13) El aceite es el vehículo del Espíritu, pues como Él, se impregna al propagarse. A partir de ese momento, David fue el ungido de Dios (el Cristo de Dios) y el Espíritu se manifestó en él, bien antes que fuese reconocido como Rey, por hazañas extraordinarias, de las cuales la mas famosa es su combate con Goliat.

Los príncipes descendientes de la línea de David no siempre se mostraron dignos de la unción que habían recibido, pero esta fuerza emanando de Dios en consecuencia fue dada por Él a los profetas, el "ruah real " se tornó el "ruah profético." De esta manera Miqueas puede decir: Yo, por el contrario estoy lleno de fuerza y del aliento del Señor" (Miqueas 3:8).

Pero es Isaías quien renovará y amplificará el contenido religioso de esta doctrina del don del Espíritu por la unción anunciando al Mesías, el Ungido de Dios, el Cristo de Dios, Aquel sobre el cual reposa el Espíritu desde siempre: "Y saldrá un renuevo del tronco de Jesé, y de su raíz se elevará una flor. y reposará sobre él el Espíritu del Señor, espíritu de sabiduría y de entendimiento, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de ciencia y de piedad" (Isaías 11:1-2).

Y en Isaías 61:1-2, encontramos las palabras que Jesús se atribuyó a Sí mismo en la sinagoga de Nazaret (Lucas 4:17-18): "El Espíritu del Señor está sobre Mí porque me ha consagrado por la unción" Aquel sobe quién reposa el espíritu del Señor posee los dones del espíritu y su reinado, de acuerdo al capítulo 11 de Isaías, está marcado por la justicia. Es un reinado de paz que anuncia el fin de los tiempos, cuando "El lobo habita con el cordero… y el lactante se divierte sobre el agujero de la cobra" Estas imágenes están ahí, en efecto, para simbolizar la armonía y la paz que son los frutos de los dones del Espíritu.

Para Ezequiel (26:25-28), el don del Espíritu no es solamente dado a tal o cual persona. Concierne a todo el pueblo congregado del medio de las naciones, está ligado a un rito de purificación por el agua y provoca una renovación del ser. Se dirige a cada uno, pero en el seno de una comunidad: "Les daré un corazón nuevo y pondré en vosotros un espíritu nuevo. Sacaré de vuestro cuerpo el corazón de piedra y les daré un corazón de carne; meteré en vosotros mi propio Espíritu, los haré caminar de acuerdo a mis leyes… Ustedes serán mi pueblo y yo seré vuestro Dios."

En esta misma línea de pensamiento, el Salmo 50 [51], salmo de penitencia en relación con la falta de David, expresa admirablemente esta restauración del ser pecador en presencia del Espíritu quién por primera vez es designado como Espíritu Santo (Salmo 50 [51], 7, 10-11).

Purifícame con el hisopo y seré limpio;

Lávame, y seré más blanco que la nieve

…...

Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio,

Y renueva un espíritu recto dentro de mi.

No me eches de delante de ti,

Y no quites de mí tu santo Espíritu.

El profeta Joel, retomando la idea de Ezequiel de un ruah colectivo anuncia la efusión universal del Espíritu, y es a Él que san Pedro citará en su discurso del día de Pentecostés (Hechos 2:16-17).

Yo esparciré mi Espíritu sobre toda carne

Vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán (Joel 3:1).

En conclusión, vemos que el Espíritu, en el Antiguo Testamento, mismo si no aparece claramente como una Persona, viene de Dios mismo como su aliento y penetra en lo más íntimo del hombre para transformarlo, renovarlo y hacerlo capaz de obedecer a las solicitudes de la Voluntad divina.

 

 

4. El Espíritu Santo anunciado en los Evangelios.

Antes recordemos los dos grandes eventos por los cuales el Espíritu Santo ya se había manifestado en el Nuevo Testamento y que hemos estudiado en las Primera y Segunda Partes.

La Anunciación.

El Ángel Gabriel había anunciado a la Virgen María: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Muy Alto te tomará bajo su sombra; es el porqué, el niño será santo y será llamado Hijo de Dios" (Lucas 1:35) Cuando el Espíritu Santo toma a la Virgen bajo su sombra, Aquel sobre Él cual reposa se hace presente en ella. Pues desde la eternidad, reposa sobre el Hijo (ver Isaías 61:1) Es el porqué, por su operación, la Virgen se torna embarazada (Isaías 7:14) del Hijo de Dios: "Dedo del Padre, el Espíritu Santo escribe la Palabra sobre el libro virgen que es el seno de María"; y la Palabra se hace Carne, el Espíritu Santo hace a María Theotokos — receptáculo de Dios — antes de hacerla Theotokos — "Madre de Dios."

El Bautismo

Juan Bautista había atestiguado: "He visto al Espíritu tal como una paloma descender del cielo sobre Él y morar sobre Él" (Juan 1:32; ver también Lucas 3:22; Marcos 1:10; Mateo 3:16) Jesús es el Cristo porque el Espíritu (la Unción) reposa sobre Él y los hace Cristo (Ungido): estando ungido del Espíritu, el Hijo va poder dárselo a los hombres; es también para traérselo que Se hizo hombre. Es lo que Jesús va a tratar de explicar a la Samaritana.

La Conversación Con la Samaritana: el Don de Dios.

El episodio de la conversación de Jesús con una mujer de Samaria se encuentra en el Evangelio de Juan (Juan 4:5-42) Es un relato muy bonito, de una gran riqueza espiritual.

Jesús ha partido de Judea, al sur, para ir a Galilea, al norte. Debe atravesar Samaria que separa ambos países. Llega a la ciudad de Sychar, "cerca del terruño dado por Jacob a su hijo José" está cansado y Se sienta sobre el brocal del antiguo pozo de Jacob, mientras que sus discípulos están en la ciudad para comprar provisiones. Es la hora sexta, es decir, cerca del mediodía, y hace mucho calor. El pozo es profundo y el agua es excelente, pero no tiene cabría. Cada uno tiene que traer su cuerda y su balde. Por lo tanto Jesús espera. Llega una Samaritana para sacar el agua, y Jesús le pide de beber. Entre los judíos y los samaritanos, hay que recordar, existía una gran animosidad, lo que explica la respuesta de la mujer: "¡Cómo, tú que eres judío, me pides a mí, una samaritana, de beber!" Jesús le responde: "Si tú supieras el Don de Dios y quién es quién te lo dice: dame de beber, serás tú la que le habría rogado y el te habría dado el agua viva." La mujer no expresa sorpresa ante esta extraordinaria frase, pero dentro de ella algo sucede y su tono cambia, de ahora en más llama a Jesús "Señor." Ella pregunta: "¿De donde la sacas a esta agua viva?" Jesús responde: "Cualquiera que toma de esta agua tendrá sed nuevamente; pero, cualquiera que beberá del agua que Yo le daré cesará de tener sed para siempre; el agua que Yo le daré se tornará en él una fuente surgiendo en vida eterna." La Samaritana desea beber de esta agua para no tener más sed, pero Jesús responde a su solicitud por una extraña orden: "Ve y llama a tu marido." La mujer está muy turbada y dice: "No tengo marido." Jesús le dice que tuvo cinco maridos y actualmente vive con un hombre que no es su marido. Ella no pretende negar la verdad: "Señor, veo que eres un profeta…" e inmediatamente, sin dudar, alza una pregunta que le parece primordial: "Nuestros padres han adorado sobre esta montaña y ustedes, ustedes dicen: que es a Jerusalén que hay que adorar." La respuesta de Jesús nos hace pasar, con la mujer de Samaria, de una manera fulgurante, del nivel de la controversia a aquel de la verdad divina: "Viene la hora donde no es sobre esta montaña, ni en Jerusalén que ustedes adorarán al Padre… pero, viene la hora — y estamos — donde los verdaderos adoradores adorarán al Padre en Espíritu y en Verdad… Dios es el Espíritu, y aquellos que lo adoran es en espíritu y en verdad que deben adorar."

¿Cuál es entonces esta agua viva que Jesús promete a la Samaritana? ¿Cuál es ese don de Dios del cual habla? Jesús mismo lo explicará en el Templo de Jerusalén, durante la festividad judía de las Tiendas o festividad de los Tabernáculos.

La Festividad de los Tabernáculos: el Agua Viva.

(Juan capítulo 7).

A la pregunta - ¿Qué es el agua viva? — Jesús responde durante un diálogo con el pueblo judío. Conmemoramos este evento en el medio del tiempo pascual, el miércoles de la semi-Pentecostés. En efecto, ese día, hemos llegado a la mitad de los cincuenta días que separan la fiesta de Pascua de aquella de la Pentecostés. A la Liturgia del día, leemos el pasaje del Evangelio de Juan que comienza con estas palabras: "estábamos en el medio de la festividad cuando Jesús subió al Templo y se puso a enseñar…" (Juan 7:14) El icono de la festividad además muestra a Jesús sentado en el medio de los doctores asombrados y comentándoles las Escrituras. Los judíos, ellos, celebran la festividad de las Tiendas en otoño: Por lo tanto, no hay coincidencia desde el punto de vista del calendario entre esta festividad y la festividad cristiana de la semi-Pentecostés, pero, hay entre las dos festividades sutiles relaciones en cuanto a sus temas. Todo el oficio de la media-Pentecostés es una meditación sobre la palabra que Jesús pronuncia un poco más adelante en el mismo capítulo del Evangelio de Juan: "El último día de la festividad, el gran día, Jesús, de pie, lanzó a plena voz: ¡Si alguien tiene sed, que venga a mí y beba, aquel que cree en mí! Según la palabra de la Escritura: ¡De su seno fluirán ríos de agua viva!" (Juan 7:37-39) es por estas mismas palabras que comienza la lectura del Evangelio del día de Pentecostés. y ninguna duda es posible sobre el sentido que hay que dar a esta "agua viva," pues Juan lo explica inmediatamente: "Él hablaba del Espíritu que debían recibir aquellos que creen en Él." El agua viva, el don de Dios, es pues, el Espíritu Santo. El Espíritu que reposa sobre el Hijo, el Hijo Lo da a los hombres. El Hijo de Dios, se hizo hombre para dar a sus hermanos el Espíritu: JESUS DA DIOS A LOS HOMBRES; es el porqué, por el Troparion de semi-Pentecostés, rezamos: "En el medio de la festividad, da, Salvador, a mi alma sedienta, a beber en las aguas de la verdadera alabanza."

Este Troparion expresa la sed fundamental del hombre. Toda la "economía del Hijo" es decir todos los grandes eventos salvadores de nuestra regeneración por el Cristo — Encarnación, Bautismo, Transfiguración, Pasión, Cruz, Resurrección, Ascensión — tendrán por meta contener esta sed preparando la llegada a la Pentecostés del Espíritu Santo: Este, en efecto, nos trae — a cada uno de nosotros en la Iglesia — todo lo que el Cristo ha obtenido para nosotros del Padre en cada etapa de Su vida terrestre; Jesús mismo, en efecto, dirá: "Es de mi bien que Él tomara para hacerlos partícipes" (Juan 16:14-15). Así se revela el lazo que une la acción del Cristo a la llegada del Espíritu: Lo que el Cristo adquirió, el Espíritu nos hace participes.

 

 

5. La anti-Pentecostés: la Torre de Babel.

Para abarcar toda la importancia de lo que el Espíritu traerá a los hombres el día de Pentecostés, hay que tomar conciencia del desconcierto del mundo: nos parece como insensato y desordenado, cual pedazos desparramados de un enorme rompecabezas del cual no se discierne mas ni la imagen, ni el sentido, pues la unidad fue quebrada. La revelación bíblica nos explica este estallido de un universo que el Creador había hecho cosmos — palabra griega que significa, orden, armonía, antes que significar también universo — por un relato que no se sitúa en absoluto en una cronología histórica, pero, que expresa una profunda verdad, pues ilustra las causas del desorden del mundo y remonta a sus raíces; es la historia de la Torre de Babel (Génesis, capítulo 11).

"La tierra entera todavía utilizaba el mismo idioma y las mismas palabras… ." Los hombres continuamente se desplazaban a la búsqueda de sus alimentos, y es así como llegaron a una llanura, la llanura de Shinear en la Mesopotamia (actualmente en Irak) la cual por la abundancia de su riqueza natural — grandes palmares a orillas del agua (el Tigris y el Eufrates) les aseguraba una subsistencia desahogada. Por lo tanto decidieron establecerse; pues, esta tierra, esta agua y este sol también les aportaron el descubrimiento del ladrillo: "Vamos, moldeemos los ladrillos y cocinémoslos en el horno" (Génesis 11:3), o sequémoslos al sol; el país les ofrecía otro material, el asfalto, en síntesis, todo lo necesario para edificar lindos edificios y construir una linda ciudad: esto será Babel o Babilonia (la cual se tornará al final del tercer milenio antes de Jesucristo en uno de los grandes centros de la civilización) Sus habitantes tenían un alto nivel cultural, y se enorgullecían de sus conocimientos técnicos. Los jardines colgantes de Babilonia serán una de las siete maravillas del mundo. Orgullosos de su ciencia, seguros de sí mismos, pensaban que eran capaces, por sí mismos, de llegar hasta el cielo. Por lo tanto emprendieron la construcción de "una torre, cuya cima penetrara los cielos"… "Hagámonos un nombre," decían ("El nombre" representa el renombre, la autoridad), con el fin de adquirir un poder divino que nos permitirá reinar sobre toda la tierra. Ya no necesitaban a Dios. Eran tan fuertes como Dios, tenían la Ciencia, habían reemplazado a Dios por su propio renombre.

Dios sonrió: "¡Eh, dijo el Señor, son todos un pueblo y un solo idioma, y esta es su primera obra; ahora, nada de lo que proyecten les será accesible! Vamos, descendamos y enredemos aquí sus lenguas, que no se entiendan más los unos a los otros" (Génesis 11:6-7). Los hombres "cesaron de construir la ciudad" y "el Señor los dispersó por toda la faz de la tierra"; también se le dio a la ciudad el nombre de Babel (de Balal = confundir, enredar, sobrenombre irónico de Babilonia, que en realidad significaba "puertas de dioses"). "Pues, es ahí que el Señor enredó la lengua de toda la tierra y es ahí donde el Señor dispersó a los hombres sobre toda la superficie de la tierra" (Génesis 11:9).

De esta manera nos encontramos dispersos por el mundo, separados los unos de los otros; nadie se comprende más; razas y naciones; clases sociales e ideologías se odian, combaten y se matan. Hasta en el interior de una misma familia no hay comunicación: hombres y mujeres; padres e hijos; a menudo se tiene la impresión que se yergue una barrera entre ellos. Cada uno se encierra en la jaula de su egoísmo: "No me comprenden" (¿Tratas tú de comprender a los otros?). Alcohol, droga, libertinaje sexual, psicosis de muchedumbres… Tantos métodos artificiales por los cuales el hombre intenta salir de su aislamiento, de quebrar este muro que aprisiona a su persona: esfuerzos vanos que desembocan en una desesperanza aún más negra. La sociedad es como una rueda de la cual se le habría sacado el cubo: los rayos han estallado y la rueda no gira más. No va más. Sin el Creador — que es el cubo de la sociedad — los hombres no pueden comunicarse más entre ellos, ni integrarse a la Creación: el orgullo de Babel ha quebrado la unidad de los hombres y la armonía del mundo; el medio ambiente polucionado es arrastrado por el hombre en su caída.

Si el hombre se ha separado de esta manera de Dios, no obstante Dios, bien que haga descubrir al hombre todas las consecuencias de su orgullo y de su egoísmo y lo deja explorar el fondo de su abismo y de su desamparo, sin embargo no lo ha abandonado: emprendió la recreación del mundo caído, emprendió una "nueva creación" que se hace, si se puede decir, en dos tiempos:

Envió a su Hijo, quién, haciéndose hombre por la Encarnación; clavando en la cruz los vicios del antiguo hombre, resucitando la naturaleza humana caída, exaltándola hasta el cielo por su Ascensión, a creado un Hombre nuevo, el Nuevo Adán; Jesucristo; Dios y hombre.

Para que cada uno de nosotros y todos los hombres juntos nos pudiéramos injertar sobre este nuevo Hombre, y "llegar todos juntos a constituir este hombre perfecto que realiza la plenitud del Cristo" (Efesos 4:13). Envía a su Espíritu Santo: es la Pentecostés

 

6. La Pentecostés.

Era el cincuentavo día (en griego: pentekoste) después de la Pascua judía, pero, también el cincuentavo día después de la Resurrección del Cristo.

Era el día donde los judíos conmemoraban con una gran fiesta la entrega de las tablas de la Ley a Moisés en el Sinaí; Jerusalén también estaba llena de extranjeros, judíos llegados de todos los países conocidos en aquel entonces — se los denominaba la "Diáspora" — para celebrar la fiesta.

Unos días antes, los discípulos "reunidos en un número aproximado de ciento veintisiete personas" alrededor de los Apóstoles y de la Madre de Jesús habían procedido, bajo la propuesta de Pedro, al reemplazo de Judas para la elección de un doceavo Apóstol: habían presentado dos discípulos — Justo y Matías — que habían acompañado a los Apóstoles desde el bautismo de Juan hasta el día de la Ascensión y, por lo tanto, podían ser testigos de su resurrección; después de orar para que el Señor "muestre cual de los dos había escogido," se tiró a la suerte, y la suerte designó a Matías.

Estos discípulos esperaban en Jerusalén, como Jesús les había prescrito, la llegada de este "otro Consolador" que Jesús les había prometido antes de su Ascensión. Espera llena de una alegre esperanza. Iban por fin a conocer Aquel del cual Jesús había dicho: "Vale más para ustedes que Yo parta, pues si no parto el Consolador no vendrá hacia ustedes; pero si parto se lo enviaré" (Juan 16:7). Puesto que Jesús había partido, puesto que desde ahora en más estaba sentado a la diestra del Padre (Marcos 16:19), iba ahora a mantener Su promesa.

Era pues el día donde Moisés les dio la Ley que Jesús vino a darles el Espíritu, pues "la Ley fue dada por intermedio de Moisés, la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo" (Juan 1:17).

El día de la Pentecostés, estaban pues todos juntos en el mismo lugar, cuando de golpe vino del cielo un ruido tal como el de un fuerte viento, que llenó toda la casa donde estaban. Vieron aparecer lenguas que se hubiera dicho de fuego, ellas se dividieron y se posaron sobre cada uno de ellos. Entonces, todos fueron llenos de Espíritu Santo y comenzaron a hablar en otras lenguas según el Espíritu les daba para expresarse. Pues, había, residiendo en Jerusalén, hombres piadosos llegados de todas las naciones que están bajo el cielo. El ruido que se hizo, la muchedumbre se reunió y fue trastornada pues cada uno escuchaba hablar su idioma. En su estupor y su asombro, decían: "Estos hombres que hablan, ¿no son todos los galileos? ¿Cómo puede ser que cada uno de nosotros los comprenda en su idioma materno… judíos y prosélitos, cretenses y árabes, los escuchamos publicar en nuestro idioma las maravillas de Dios?" Todos estaban estupefactos y se decían desconcertados el uno al otro: "¿Qué puede ser esto?" Otros, aún más, decían burlándose: "Están llenos de vino dulce" Entonces Pedro, de pie con los once, elevó su voz y les dirigió estas palabras: "Hombres de Judea, y todos ustedes que residen en Jerusalén, aprendan esto, presten oído a mis palabras. No, esta gente no está ebria como ustedes lo suponen: pues esta es la hora tercera del día (= nueve de la mañana). Pero es bien lo que dijo el profeta Joel: "Se hará en los últimos días, dijo el Señor, que expandiré de mi Espíritu sobre toda la carne… y haré aparecer prodigios antes que venga el Día del señor, este gran Día, y cualquiera que invoque el nombre del Señor será salvado" (Hechos 2:1-8; 11-17; 19-21).

Y Pedro de exaltar el nombre de Jesús el Nazareno "este hombre… ustedes lo han tomado y hecho morir clavándolo a la cruz por las mano de impíos (los romanos); pero Dios lo ha resucitado, liberándolo de las congojas de la muerte (textualmente: del "Hades")… David ha visto de antemano y anunciado la resurrección del Cristo (Salmo 15 [16]) quién en efecto no fue abandonado al Hades y por lo tanto la carne no vio la corrupción: Dios lo ha resucitado, este Jesús; nosotros todos somos testigos, y ahora exaltado por la diestra de Dios, Él ha recibido del Padre el Espíritu Santo objeto de su promesa y Lo ha expandido: es ahí que ustedes ven y escuchan… Que toda la Casa de Israel lo sepa pues con certeza: Dios lo hizo Señor y Cristo, este Jesús que han crucificado… Arrepiéntanse, que cada uno de ustedes se haga bautizar en el nombre de Jesucristo para la remisión de los pecados y ustedes pues recibirán el don del Espíritu Santo, pues para ustedes es la promesa, así como para sus hijos y para todos aquellos que están en la lejanía"… "Por lo tanto ellos, acogiendo su Palabra se hicieron bautizar: Se han agregado ese día alrededor de tres mil almas" (Hechos 2:22-24;31-32; 36; 38-39; 41).

Tal es el relato de la Pentecostés que nos hace Lucas en el segundo capítulo de los Hechos de los Apóstoles y que evocamos con reconocimiento cantando el Troparion de la Pentecostés:

¡Tú eres bendito, oh Cristo nuestro Dios

Tú que llenas de sabiduría a los pescadores del lago

Enviándoles el espíritu Santo.

Por ellos, has tomado en las redes al universo.

Gloria a Ti, oh Amigo del hombre!

(Troparion de la Pentecostés — tono 8).

Este relato, sin duda, nos lleva a plantearnos una cierta cantidad de preguntas que nos permitirán de profundizar y meditar el texto bíblico.

Novicio: En efecto, tengo un montón de preguntas para hacer. Para empezar, ¿Por qué el Espíritu Santo tomó el aspecto de "lenguas de fuego"?

Maestro: Con la lengua se habla; la lengua de fuego representa de cierta manera la lengua de Dios: el discípulo sobre quién ella se posa, anunciará pues la Palabra de Dios. Se torna portador de esta Palabra luego del descenso del Espíritu. Es el porqué inmediatamente Pedro se pone a anunciar la Resurrección del Cristo, mientras que los otros "publicaban las maravillas de Dios."

Novicio: ¿Porqué esta dicho que "las lenguas se dividían y se poso una sobre cada uno de ellos?"

Maestro: El don del Espíritu Santo es personal, es decir que es recibido personalmente por cada uno de los discípulos. Sin embargo hay Un solo Espíritu Santo. Es el mismo Fuego divino que desciende sobre todos (recuerda el Fuego del cielo quién en tiempos de Elías descendió sobre su ofrenda), pero Se divide para mostrar que cada uno recibe este único Espíritu.

Novicio: ¡En Babel, también fueron divididas las lenguas!

Maestro: ¡Justamente! Lo que pasa en la Pentecostés, es todo lo contrario de lo que había pasado en Babel.

En Babel por orgullo, son las lenguas de los hombres que se han dividido, de manera que estos que no se entienden mas y son ellos mismos divididos, separados y dispersados.

A la Pentecostés, es el Don de Dios que se divide para esparcirse sobre cada uno y reunirlos a todos: de ahora en más los hombres que han recibido el Espíritu Santo anuncian todos la misma Palabra, la Palabra de Dios, y se hacen comprender por todos los hombres porqué hablan todos los idiomas. Las barreras lingüísticas son vencidas por la única Palabra de Dios que se torno comprensible a todos por el don de los idiomas. Es lo que explica el kontakión de la Pentecostés: "Cuando Él descendió para confundir los idiomas, el Muy Alto dispersó a los gentiles; cuando Él repartió las lenguas de fuego, nos llamó a todos a la Unidad. De una misma voz loemos al Espíritu Muy Santo."

Novicio: ¿Por qué las lenguas de fuego no han descendido sobre todos los hombres pero solamente sobre los discípulos?

Maestro: Ellas han descendido sobre aquellos que Jesús había preparado a recibir el Espíritu Santo, sobre aquellos que estaban reunidos en un solo corazón (versículo 14) por la fe al Señor Jesús resucitado: hay que creer al Donante para recibir el Don. El Espíritu no bajó sobre el mundo — "Pues el mundo no lo puede recibir porque no lo ve ni lo conoce" (Juan 14:17). — Él ha descendido sobre aquellos que el Señor Jesús había reunido porqué han creído en Él. Descendió sobre la Iglesia. Don personal, cierto, que cada uno recibe, pero cuando todos están juntos — justamente "el día de la Pentecostés, se encontraban todos juntos" (Hechos 2:1) — sufren un cambio radical: de golpe toman conciencia de la Palabra de Dios en su seno y se ponen a publicar en todos los idiomas las maravillas de Dios. De donde el discurso de Pedro anunciando con audacia la Resurrección del Crucificado a los mismos crucificadores.

La Pentecostés continua. El descenso del Espíritu Santo desde ese momento se perpetúa, viniendo a consagrar a los testigos de la Resurrección del Cristo, hasta el fin de los tiempos, como atestigua san Simeón el Nuevo Teólogo del siglo Xº:

He escuchado de un sacerdote monje que entró en confidencia conmigo que no había procedido a los Actos litúrgicos sin haber visto al espíritu Santo, como lo había visto cuando el Metropolitano pronunció sobre él la oración de la iniciación y que el Libro sagrado fue posado sobre su cabeza, le pregunté, ¿Cómo lo había visto, bajo cual imagen? Él dijo: "Primitivo y sin forma, sin embargo como una luz" y cuando yo mismo he visto lo que no había visto antes, fui sorprendido y empecé a razonar en mi mismo diciendo: "¿Qué es lo que puede haber sido?" Entonces, misteriosamente, pero de una voz clara, Él me dijo: "Yo desciendo de esta manera sobre todos los Profetas y Apóstoles, como sobre todos los elegidos actuales de Dios y los Santos; pues Yo soy el Espíritu Santo."

Y bien, esta asamblea de los testigos de la Resurrección del Cristo, estos elegidos actuales de Dios que consagra el Espíritu Santo, es lo que la Iglesia, y cada uno de nosotros es llamado a ser uno de los elegidos. La Iglesia es la Pentecostés que continúa.

 

7. La Iglesia.

Lo que la Iglesia no es.

Novicio: Yo, simplemente pensaba que la Iglesia era la casa de Dios.

Maestro: No. La casa de Dios (en griego naos derivado de naus = nave) es el edificio o templo que acoge a la Iglesia. Un edificio está hecho de piedra y las piedras son cosas, pero la Iglesia está hecha de hombres y mujeres — y también de ángeles — "de piedras vivientes" como nos dice Simón-Pedro (1 Pedro 2:5): estaba bien ubicado para decírnoslos, él justamente al cual el Señor Jesús había dado el sobrenombre de "Piedra." Después, en efecto, que Simón haya dicho a Jesús: "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo" (mateo 16:16), Jesús lo llama a tornarse "Piedra viviente" apoyada sobre la "Piedra angular que es el Cristo mismo (1 Pedro 2:6-7). Jesús pues le había dicho: "Tú eres Pedro y sobre esta piedra (es decir tú reconociéndome como Cristo Hijo de Dios) edificaré mi Iglesia" (Mateo 16:18), Iglesia que por consecuencia estará hecha de todas las piedras vivientes las cuales, siguiendo el ejemplo de Simón-Pedro, creerán en Él como Cristo y como Dios.

Novicio: ¡Ah! Comprendo: la Iglesia es el conjunto de los Apóstoles, de los obispos y de los sacerdotes que continúan la obra del Cristo.

Maestro: ¡Pero, no! Un obispo no es obispo que cuando es el obispo de un pueblo de una ciudad. No puede ser obispo solo, como una cabeza no puede existir sin un cuerpo. Lo mismo, un sacerdote debe estar al servicio de una parroquia o de un monasterio. Un padre no es padre que si es padre de hijos.

Lo Que Es.

La Iglesia es la Asamblea de todos los discípulos del Señor Jesús — que todavía estén sobre la tierra o ya en la Casa del Padre — reunidos alrededor del Maestro. Por lo demás la palabra Iglesia es derivada de la palabra griega ekklesia que servía en Atenas de la antigüedad a designar la Asamblea de los ciudadanos.

Novicio: Pero, puesto que el Maestro ha subido al cielo, ¿cómo sus discípulos sobre tierra pueden estar reunidos alrededor de Él?

Maestro: Ahí donde está el Espíritu Santo, ahí también está el Hijo; ¿has ya olvidado la promesa del señor Jesús en el momento de su Ascensión: "Estaré con ustedes hasta el final de los tiempos" ¿Pues, como está con nosotros? Por Su Espíritu Santo, pues Este, ya lo hemos dicho, "nos recuerda todo lo que Jesús nos ha dicho" (Juan 14:26), nos hace "ser parte" de todo lo que está en Jesús (Juan 16:15) y "rinde testimonio de Él" (Juan 15:26). El Espíritu Santo hace al Cristo presente. Cuando el Espíritu ha descendido sobre la Asamblea de creyentes el día de Pentecostés, esta Asamblea se torno el sitio de la presencia de la Palabra, se torno la Iglesia.

Novicio: Quiero que me expliques mejor esto

Maestro: La Pentecostés, es como la Anunciación, y la Iglesia es como la Virgen María.

Novicio: ¿Cómo?

Maestro: el día de la Anunciación, "por la operación del Espíritu Santo" (Mateo 1:18), "la Palabra se hizo carne" (Juan 1:14) dentro del seno de la Viren María y Jesús fue concebido.

El día de Pentecostés, por la operación del mismo Espíritu Santo bajo la forma de lenguas — las lenguas, está hecho para hablar — la misma Palabra viene a habitar dentro del Seno de la Iglesia y la Iglesia se puso a hablar la Palabra de Dios, a anunciar la Resurrección: la Iglesia lleva la Palabra y anuncia la Palabra como la Virgen la ha llevado y dado a luz. y esta Palabra es Alguien, es el Logos (el Verbo), es Dios que nos habla, es el Hijo presente en la Iglesia, como fue presente dentro del Seno de la Virgen.

Es así desde la Pentecostés, el Espíritu Santo hace la Iglesia, es decir, transforma una asamblea de creyentes en el sitio de la Presencia del Cristo resucitado. "Yo les digo en verdad… Que dos o tres están reunidos en mi Nombre, estaré en medio de ellos" (Mateo 18:20).

Ahí donde esta la Iglesia, también ahí está el Espíritu de Dios, y ahí donde está el Espíritu de Dios, ahí está la Iglesia y toda su gracia.

San Ireneo

La Iglesia es un todo, bien que se extienda a lo lejos en una multitud de iglesias que crecen a medida que Ella se torna más fértil. Hay muchas iglesias, sin embargo no hay más que una Iglesia.

San Cipriano de Cartago

Un hombre no puede tener a Dios por Padre, si no tiene a la Iglesia por Madre.

San Cipriano de Cartago

La Iglesia es más grande que la tierra y el cielo; es un mundo nuevo teniendo al Cristo por sol.

San Ambrosio

El Cuerpo del Cristo al cual los cristianos están unidos por el bautismo se torna la raíz de nuestra resurrección y de nuestra salvación.

San Atanasio

La Iglesia es el paraíso terrestre dentro del cual el Dios del cielo reside y se mueve.

Germán, patriarca de Constantinopla

La Iglesia (…) esta gran bahía por la cual el Sol de Justicia penetra en el mundo de tinieblas.

Nicolás Cabasilas

La Iglesia sola es del cielo.

Khomiakov

La Iglesia del Cristo no es una institución, es una vida nueva con el Cristo dirigida por el Espíritu Santo.

P. Boulagakoff

La Iglesia es el centro del universo, el medio en el cual se deciden sus destinos.

Vladimir Lossky

En la opacidad del mundo caído, la Iglesia es la brecha abierta por la Cruz triunfal, y por esta brecha el amor trinitario no cesa de derramarse en la luz de la Resurrección.

Olivier Clement

La Iglesia es la entrada dentro de la vida resucitada del Cristo, comunión a la vida eterna.

P. Alexandre Schmemann

La Iglesia es la figura y el signo del reino de Dios, por que el reino comienza a realizarse, como un germen y un fermento, dentro de la Iglesia de este tiempo.

Mgr. Ignace Hazim

La Iglesia tal cual parece ser y tal cual deberia ser.

Novicio: Todo aquello, es muy bonito; pero cuando voy a la iglesia me encuentro con gente que, después de haberse persignado varias veces, hablan mal de sus vecinos; y cuando mis padres hablan de la Iglesia, lo mas corriente es para contar historias de curas que se pelean. Entonces, ¿dónde está el Espíritu Santo en todo esto, y como creer que el Cristo vive en medio de esta asamblea de hipócritas?

Maestro: Si hubieras estado en Jerusalén el Viernes santo cuando Pilatos presentó a la muchedumbre al Cristo todo cubierto de sangre y de escupitajos, tu habrías dicho que Era feo: "Las multitudes habían estado espantadas con su vista, tan desfigurado estaba su aspecto. No había más apariencia humana… objeto de desprecio y desecho de la humanidad… como aquellos delante de los cuales ocultamos el rostro" (Isaías 52:14; 53:3); de esta manera Isaías describía anticipadamente al Mesías sufriente. Llevaba sobre su Rostro toda la fealdad del mundo. Eran los escupitajos de los hombres que lo desfiguraban, no obstante era bien Él, el Cristo, el único Santo. Y bien, es lo mismo en Su Iglesia. Ella es fea por todos nuestros escupitajos, de todas las mezquindades, de todos los crímenes, de todos los pecados de los hombres que la componen, tú y yo incluidos; sin embargo en Ella se esconde el Cristo, sobre Ella vuela el Espíritu. La Iglesia es "Emmanuel," es decir "Dios está con nosotros," Dios aceptando estar en el medio de los pecadores, los publicanos y las prostitutas. "No son los sanos, pero los enfermos los que necesitan un médico" decía el Señor Jesús cuando lo criticaban porque se sentaba a la mesa de los pecadores.

Novicio: Yo creo en Dios, creo en Jesucristo, no creo en la Iglesia.

Maestro: Entonces persigues a Dios en el cielo. El Dios de los cristianos es Dios hecho hombre, Dios entre nosotros, Dios escondiéndose en medio de los pecadores para curarlos; Dios obrando y haciéndose conocer por aquellos mismos a los cuales ha venido a salvar, y que no cesan de caricaturizarlo; en medio de los cuales, sin embargo, hace resonar su Palabra y a través de los cuales manifiesta Su Amor. Es Dios en el establo de Belén, es Dios crucificado entre dos ladrones — "ha Sido confundido entre los pecadores" (Isaías 53,12), reprobado entre los reprobados. Si no sabes reconocer al Santo escondido entre los pecadores de Su Iglesia y en el oprobio de su Pasión, tu no podrás encontrarlo en la Gloria de su Advenimiento.

Cuando se dice en el Credo "Creo en una única Iglesia, santa, católica y apostólica," no es lo que se ve en lo que se cree. Es lo que un historiador, o un sociólogo no creyente puede describir cuando describe a la Iglesia, no es objeto de fe. No hay necesidad de la fe para constatar lo que se ve. "Porque tu me ves, crees. Bienaventurados aquellos que creerán sin haber visto" (Juan 20:29). El cliché que reproduce la apariencia de la Iglesia en tal lugar o en tal época no constituye su ser verdadero y no permite definirla.

Lo que es objeto de fe, es lo que se cree, es una palabra o una promesa de Dios. Lo que define la Iglesia es la Palabra Creadora del Señor el Cristo. Y la fuerza santificadora del Espíritu que realiza esta Palabra: es porqué la Iglesia es santa en despecho de los pecados de sus miembros.

Hay que comprender bien que la Palabra del Creador constituye el ser de las creaturas. Cuando Dios dice, las cosas son. (Por ejemplo: "Que la luz sea y la luz fue"). De donde esta frase reveladora del Oficio de los difuntos: "Es Tu Palabra Creadora que ha constituido mi principio y mi substancia" Filareto de Moscú (citado por Florovsky) expresa magníficamente este pensamiento: "Las creaturas están posadas sobre la palabra creadora de Dios, como sobre un puente de diamante, sobre el abismo de la infinidad divina, sobre el abismo de su propia nulidad" Lo que constituye el ser profundo de un hombre, es el proyecto de Dios para él, es su vocación: un hombre es realmente si mismo cuando realiza los designios de Dios. Cuando Jesús da a Simón, hijo de Jonás, su sobrenombre de Pedro, le dice lo que quiere Dios que él sea: su llamado, su vocación, definen su ser. Tú eres realmente lo que Dios quiere que seas. No es la fotografía tomada durante la construcción de un edificio — cuando todavía le faltan el techo y los tabiques — que lo define, pero el plano del arquitecto que concibió el edificio. Es lo mismo con la Iglesia: es lo que Dios la llama a ser lo que la define y constituye su verdadero ser. En el curso de la historia de la Iglesia, las mezquindades y los pecados de los hombres de la Iglesia pasan: solo permanece la Palabra de Dios la cual ni poco ni mucho jamás cesa de hacerse entender a través de los oficios y las predicaciones. A través de la mediocridad humana de los miembros de la Iglesia, la Palabra de Dios permanece el elemento permanente en la vida de la Iglesia, y es Ella quién en definitiva la informa, le da forma y condiciona su desarrollo. Es lo que dice el mismo Dios a través de la palabra de su profeta Isaías: "Como la lluvia y la nieve descienden de los cielos y no ascienden sin haber regado la tierra, haberla fecundado y hecho germinar para que ella de la semilla a los sembradores y el pan comestible, lo mismo la Palabra que sale de mi boca no retorne sin resultado, sin haber hecho lo que yo quería y lograr su misión" (Isaías 55:10-11).

Para saber realmente lo que es la Iglesia, necesitamos, no simplemente describir lo que ella aparenta ser en tal parroquia, tal diócesis o tal país, en tal o cual época, pero estudiar lo que su Creador dice de ella. En efecto, por la acción permanente del Espíritu Santo y en despecho de los obstáculos que el pecado de los hombres aporta periódicamente, retardando la realización del plan divino, la Palabra de Dios jamás cesa de ser creadora y de realizar lo que Dios dice. Los santos que festejamos el domingo luego de la Pentecostés son la cadena de oro que manifiesta la efectividad de esta palabra viviente (Isaías 55:10-11).

Pues la Palabra de Dios llama a la Iglesia a tornarse:

La Esposa del Cristo

El Cuerpo del Cristo

La Iglesia, Esposa del Cristo.

El lazo casi conyugal que une a Dios con su pueblo, la voluntad de Dios para hacer de la Iglesia la Esposa de Su Cristo, se expresa de un extremo al otro de la Biblia.

En El Antiguo Testamento, Dios Se Presenta Como El Cónyuge De Su Pueblo.

Este tema ha sido desarrollado sobretodo por el profeta Oséas, se trata de las relaciones que unían Dios a Israel y que anuncian y preparan aquellos que unirán al Cristo a la Iglesia. San Pablo, en efecto, subraya la continuidad existente entre "Israel según la carne" (1 Corintios 10-18) e "Israel de Dios" (Gálatas 6:16).

Escuchen, pues, como se expresa la ternura infinita de Dios para su Pueblo por la boca del profeta:

Yo te desposaré para siempre,

Te desposaré en la justicia y el derecho,

En la ternura y en el amor:

Te desposaré en la fidelidad,

Y tú conocerás al Señor. (Oséas 2:19-20).

Israel ya está presente como la Esposa del Señor. Pero Oséas no se hace ilusiones sobre la calidad de la esposa: ya aparece la diferencia entre la realidad social y el plan de Dios: "Mujer amada por su cónyuge y sin embargo adúltera" (Oséas 3:11), Israel es bien la esposa de su Señor, pero una esposa adúltera: "Acusen a vuestra madre, acúsenla pues no es más mi mujer y no soy más su marido. Que ella destierre de su rostro sus prostituciones, y de entre sus senos sus adulterios" (11:7). Sin embargo la esposa Israel tiene a bien traicionar a su Señor, Este continúa amándola con una consternadora y divina ternura, a corregirla, atraerla hacia Él, a santificarla con su Amor: "Yo, sin embargo, enseñaba a caminar a Efraín, lo tomaba en mis brazos… Lo guiaba con suaves ataduras, con las uniones de amor, era para ellos como aquel que alza al lactante contra su mejilla, me inclinaba sobre él y le daba a comer" (Oséas 11:3-4)… "¿Cómo abandonaría a Efraín?.. Mi corazón en mí da vueltas, todas mis entrañas se estremecen, no daré curso al ardor de mi cólera, no destruiré más a Efraín, pues soy Dios y no un hombre. En el medio de ti Yo soy el Santo y no me gusta destruir" (Oséas 11:8-10).

En el Nuevo Testamento, esta unión de amor, esta intimidad conyugal entre Dios y su pueblo se van a precisar y expandir.

En los Evangelios, Jesucristo Es el Esposo.

Dos parábolas relatadas por el Señor Jesús mismo van a revelarnos que es por su Hijo que Dios se hará el Esposo de su pueblo, y van a permitirnos a acercarnos mejor del Esposo de la Iglesia.

La parábola del festín de las nupcias (Mateo 22:11-13).

Esta parábola compara al Reino de los Cielos con el festín de las nupcias que hizo un Rey para su Hijo. Los invitados a las nupcias no queriendo ir, el Rey dice a sus servidores: "Las nupcias están listas; pero los invitados no eran dignos; vayan pues, a la salida de los caminos e inviten a las nupcias a todos aquellos que puedan encontrar. Los servidores partieron por los caminos, juntaron a todos aquellos que encontraron, los malos como los buenos, y la sala de las nupcias se llenó de convidados" (22:8-10). No son más los invitados privilegiados que son convidados en las nupcias, estas no están limitadas al pueblo elegido: los malos como los buenos son invitados; de ahora en más todos los hombres son llamados para entrar en la intimidad de Dios, quién quiere "que todos los hombres vengan a la salvación y al conocimiento de la Verdad" (1 Timoteo 2,4). Si, en efecto, la Esposa no es nombrada, ella es representada por todos los invitados. Sin embargo, se pide a estos invitados de vestirse con la vestimenta de las nupcias. En efecto, uno de los convidados, abusando de la bondad del Rey, se presenta sin la vestimenta de nupcias: "Amigo mío, le dice el Rey, ¿cómo has entrado aquí sin tener la vestimenta de las nupcias?" El otro quedó mudo. Entonces el Rey dijo a sus pajes: "Tírenlo, atado de pies y manos, en las tinieblas."

¿Cuál es pues, esta vestimenta de nupcias, de la cual todo invitado debe ponerse para presentarse ante el divino Esposo? ¿Cómo pues, mismo un "malo" puede acceder a la cámara nupcial si se viste? Es el magnífico "exapostilario" del oficio del Esposo que cantamos al principio de la Semana santa que nos dará la respuesta: "Tu cámara nupcial, oh mi Salvador, yo la contemplo; ella esta toda ornada pero no tengo la vestimenta para entrar; pues, ilumina mi túnica de mi alma, oh Tú que das la Luz y sálvame."

Es una "vestimenta de luz" que nos hace falta recibir, el Don de Dios, el Espíritu Santo dado gratuitamente a aquellos que ponen su confianza, su fe en Cristo, el Dador. Al Etíope que pedía al diácono Felipe: "¿Qué es lo que impide que yo sea bautizado?" Felipe respondió: "Si tu crees de todo tu corazón, es permitido" Este respondió: "Yo creo que Jesucristo es el Hijo de Dios" (Hechos 8:37).

Es creyendo con todo nuestro corazón, teniendo una confianza total en la misericordiosa generosidad del Cristo Salvador que recibimos de Él, cualesquiera que fueran nuestros pecados pasados, el baño de luz, el don del Espíritu, que hace de nosotros miembros de la Iglesia y nos permite de penetrar en la intimidad de la cámara nupcial. La Salvación es esta unión conyugal de los creyentes — mismo si fueran los "malos" — con el Cristo-Dios su Rey bienamado.

Pues, esta unión se hace en la ocasión de un festín, de un banquete, de una comida celestial; esta comida, nosotros participamos por anticipación en el curso de "Cena mística," de la misteriosa comida que tomamos en la Mesa del Reino, cuando comulgamos del Cuerpo de nuestro Señor y de su Sangre tan preciosa durante la divina Liturgia. Jamás olvidemos que esta es esencialmente un reencuentro amoroso entre el Cristo y su pueblo. Pero el casamiento, si se puede decir, no está todavía consumado, es lo que nos va a recordar…

La parábola de las diez vírgenes (Mateo 25:1-13).

El Esposo de la Iglesia, en efecto, tarda en llegar. Había diez vírgenes que estaban designadas para recibirlo; ellas debían escoltarlo con las lámparas encendidas en la sala nupcial. Cinco de entre ellas eran necias; ellas se dijeron: "Es tarde, el esposo no vendrá más," y se durmieron, dejando que sus lámparas se apaguen por falta de aceite. Tal son los hombres que dicen hoy: "He aquí dos mil años que esperamos el segundo Advenimiento del Señor, su regreso prometido a los apóstoles el día de la Ascensión. No creemos más, no es verdad…"

Pero las cinco restantes jóvenes eran sabias; ellas sabían, que el Esposo mismo si tardaba Él mantendría la palabra. Entonces antes de dormirse, fueron a proveerse de una reserva de aceite en unos frasquitos.

En el medio de la noche, se escuchó un grito: "¡He aquí el Esposo que llega!" y las vírgenes sabias, de un salto, se levantaron y llenaron sus lámparas, que ellas tenían encendidas, para recibir al Esposo. Las necias dijeron a las sabias: dennos de su aceite pues nuestras lámparas se están apagando, pero estas respondieron: "Sin duda no habrá suficiente para nosotras y para ustedes ; mas bien vayan a los comerciantes y cómprense para ustedes. Habían partido a comprar, cuando llegó el Esposo; las que estaban listas entraron con Él en la sala nupcial, y la puerta se cerró. Finalmente las otras vírgenes llegaron y dijeron: "Señor, Señor, ábrenos" Pero respondió: "En verdad les digo que no las conozco."

No es hasta el fin de los tiempos que el Cristo volverá: "No sabemos ni el día ni la hora"; por consiguiente debemos a cada instante estar listos para recibir nuestro Bienamado con la lámpara de nuestros corazones iluminados sin cesar por la luminosa presencia del Espíritu Santo. Descubramos ardientemente esta Presencia adorable como lo único necesario y conservémosla más preciosamente que ninguna realidad creada. ¿De que nos servirá ganar el mundo entero si perdemos "Aquel que será nuestra vida? (Colosenses 3:4).

Esta parábola, la vivimos con una intensidad particular al principio de la Semana santa cuando cantamos:

He aquí llega el Esposo a la medianoche, bienaventurado el servidor que Él encuentra despierto; indigno es aquel que Él encuentra adormecido. Oh alma mía cuídate de abandonarte al sueño, por temor de ser librado a la muerte y desterrado del reino; pero despiértate clamando: Santo, Santo, Santo Tú eres nuestro Dios, por la Virgen Tu Madre ten piedad de nosotros.

El Cristo ya es el esposo de la Iglesia, pero todavía se esconde bajos los rasgos del Crucificado y se necesita fe para reconocerlo. Es cuando volverá con gloria que Él aparecerá a todos como el divino Esposo y que conducirá en la sala nupcial aquellos que lo habían reconocido, escondido en medio de los pecadores de su Iglesia.

En la Epistola de los Efesios, la Iglesia Es Revelada Como Esposa del Cristo.

Hay una progresión en la revelación. Oséas ya designaba a Dios como desposado a su pueblo; Jesús no revela en Sus parábolas que es Él mismo que Dios se torna en el Esposo esperado; pero, es la Epístola a los Efesios que la Esposa será por la primera vez especialmente designada como la Iglesia. El autor de la Epístola, en efecto, compara el amor del hombre por su mujer a aquel de Cristo por la Iglesia. No lo hace solamente para profundizar el sentido del matrimonio humano, pero sobretodo para ilustrar el misterio de la Iglesia: "Los dos no harán que una sola carne: este misterio es grande, lo digo por el Cristo y la Iglesia" (Efesos 5:31-32). La Iglesia no hace pues que una sola carne con el Cristo. Por lo tanto no es individualmente que estamos unidos al Cristo, pero, "todos juntos debemos tornarnos a hacernos uno," y esta unidad debe realizar "la plenitud del Cristo" (4:13). Es decir que somos llamados a una doble unidad: unidad entre nosotros, unidad con el Cristo. Es en Él que somos unidos entre nosotros y es estando unidos entre nosotros que nos volvemos uno con Él. No se puede ser cristiano solo; no podemos ser conocidos por Dios — en el sentido fuerte del término empleado para decir que un hombre "conoce" una mujer — fuera de la comunidad, fuera de la Iglesia: es en comunidad,en Iglesia — porque nos amamos los unos a los otros - que podemos entrar en comunión, en unión íntima con nuestro Señor y nuestro Dios. Todos juntos, somos la Iglesia y todos juntos somos una sola carne con el Cristo.

He aquí revelado el misterio de la Iglesia, he aquí los dos grandes mandamientos de la Antigua Alianza "a los cuales se relacionan toda la ley y los profetas" (Mateo 22:40). "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con tu alma, con toda tu fuerza y con todo tu espíritu" (Deuteronomio 6:5) y "Amarás a tu prójimo como a ti mismo" (Levítico 19:18), llevados hasta su último cumplimiento para los esponsales del Cristo-Dios con su Iglesia.

Tal es la voluntad del Señor: quiere presentarla, a su Iglesia, "toda resplandeciente, sin mancha ni arruga, pero santa e inmaculada" (Efesos 5:27). Pero sabe bien que todavía no es así; he aquí a lo cual la llama, he aquí en lo que ella se debe tornar, he aquí lo que Él la hace tornarse, pues, "Se ha entregado por Ella con el fin de santificarla, purificándola por el baño de agua que una Palabra acompaña" (Efesos 5:25-26): La Palabra que define el ser de la Iglesia se acompaña del baño del Espíritu Santo que cumple esta Palabra. Pero este cumplimiento toma tiempo, la creación de la Iglesia, por la Palabra y el Espíritu, no será cumplido que al fin de los tiempos; es lo que nos dirá el Apocalipsis.

En el Apocalipsis la Iglesia Aparece en Su Esplendor Cumplido: la Jerusalen Celeste.

"Luego he visto un cielo nuevo, una tierra nueva — en efecto, el primer cielo y la primera tierra han desaparecido; y mar no hay más, y he visto la Ciudad santa. Ella está hecha bella como una joven esposa engalanada para su esposo. Entonces escuche una voz clamar desde el trono: "He aquí la morada de Dios con los hombres. Él tendrá su morada con ellos, ellos serán su Pueblo y Él. Dios con ellos, será su Dios… Muerte no habrá más, pues el antiguo mundo se ha ido" (21:1-4)… "He aquí he hecho todas cosas nuevas… ; soy Alfa y Omega, el Principio y el Fin; aquel que tenga sed, le daré de la fuente de la vida gratuitamente" (21:5-6)… "Ven que te muestre la esposa del Cordero" (El Ángel) me transportó pues en espíritu sobre una montaña de gran altura y me mostró la Ciudad santa; Jerusalén, que descendía del cielo, de lo de Dios con dentro de ella la Gloria de Dios; resplandecía tanto como una piedra de las más preciosas (21:9-11)… Templo, no vi ninguno dentro de ella, es que el Señor, el Dios Amo de todo, es su Templo, como así el Cordero. Ella no necesita del esplendor del sol y del de la luna, pues, la Gloria de Dios la ha iluminado y el Cordero toma el lugar de antorcha (21:22-23)… El Espíritu y la Esposa dicen ¡Ven! Que el que escucha diga: ¡Ven! Y el hombre sediento se aproxima, que el hombre del deseo lo reciba gratuitamente (22:17)… ¡Si, mi retorno es próximo! Oh si, ven Señor Jesús" (22:20).

De esta manera, la Iglesia es definida desde el principio por la Palabra creadora de su Señor que es Alfa, ella es definida también para el fin último a la cual la destina el mismo Señor, pues es también Omega. Son los últimos fines (en griego ta eschata) tanto como su fundación los que definen a la Iglesia. En la jerga teológica diríamos: no se puede definir la Iglesia fuera de una tensión escatológica. Es la perspectiva de la Jerusalén celestial donde la Esposa aparecerá por fin engalanada de todo su esplendor, resplandeciente de la Gloria de su Esposo, quién orienta toda la vida de la Iglesia, que le da su sentido, quién la atrae hacia su realización final. La Iglesia debe pasar de Alfa a Omega. Y ella lo puede hacer y lo hará porque ella es amada y el amor es creador, y es un amor continuo. Un niño, una mujer, un hombre no se tornan ellos mismos, no se manifiestan verdaderamente que cuando son amados. La Iglesia, en despecho de todos los pecados, de todos los desfallecimientos de sus miembros, se torna realmente ella misma, se transforma en la Jerusalén celestial porqué ella es amada de un amor por su Creador quién no cesa de crearla a la vez informándola por su Palabra y derramando sobre Ella el Agua purificante y vivificante de su Espíritu Santo. Entonces podrá realizar su verdadera vocación: asumir y salvar al mundo, pues ella es santificada "para la vida del mundo."

Es pensando en todo esto que la noche de Pascua cantamos con una inmensa esperanza: "¡Resplandece, resplandece oh, nueva Jerusalén, pues la Gloria del Señor se ha levantado sobre ti! ¡Arrebátate de alegría y engalánate, Sion! Y tú Madre de Dios pura, regocíjate en la Resurrección de tu Hijo" (hirmos de la novena oda de los maitines de la Resurrección).

La Iglesia Cuerpo del Cristo.

Dimension Cosmica Del Cuerpo Del Cristo Resucitado

Para abordar este capítulo, no hay que abandonar nuestras maneras habituales de pensar, para ponernos frente a una realidad totalmente nueva: "He aquí, hago cosas todas nuevas" (Apocalipsis 21:5). Se trata de lo que san Pablo llama "La Nueva Creación" (Gálatas 6:15; 2 Corintios 5:17). "Pues del momento que son resucitados con el Cristo, oteen las cosas del alto, ahí donde se encuentra el Cristo sentado a la diestra de Dios, piensen en las cosas del alto, no aquellas de la tierra" (Colosenses 3:2). El lector, pues, debe, aquí, dejar de lado la concepción de un mundo y los objetos que se yuxtaponen en un espacio mesurable: "Tengan cuidado que no se encuentre alguien para reducirlos a la esclavitud por el vano señuelo de la filosofía, según una tradición totalmente humana, según los elementos del mundo y no según el Cristo" (Colosenses 2:8).

Se trata de encaminarse "hacia el verdadero conocimiento, renovándose a la imagen del Creador" (Colosenses 3:10)… "No hay más que el Cristo quién es todo y en todo" (Colosenses 3:11). Se trata de descubrir la dimensión cósmica de este Cristo "en quién habita corporalmente toda la plenitud de la Divinidad" (Colosenses 2:9), Él que es la imagen del Dios invisible, Primogénito de toda criatura, pues es en Él que han sido creadas todas las cosas en los cielos y sobre la tierra, las visibles y las invisibles, Tronos, Señoríos, Principados, Potencias: todo ha sido creado por Él y para Él. Él es antes que todas las cosas y todo subsiste en Él. Hacía falta que Él obtenga en todo la primicia, pues a Dios le plació a hacer habitar en Él la Plenitud y por Él reconciliar todos los seres para Él, también en la tierra como en los cielos, haciendo la paz por la sangre de Su cruz"(Colosenses 1:15-20).

Se necesitó ciertamente que Pablo encontrara el Cristo resucitado sobre el camino a Damasco para que haya tenido la extraordinaria intuición del Cristo-Dios con su nuevo cuerpo en la dimensión del mundo del cual es Él es el Señor y el Creador, en Quién todas las cosas subsisten, Quién es todo en todo, en Quién habita toda la plenitud, en Quién habita corporalmente toda la plenitud de la Divinidad.

Tal es el Cuerpo del Resucitado, "Cuerpo espiritual" nos dirá este mismo san Pablo en la Primera Epístola a los Corintios (15,44), bien que haya estado sobre la cruz y dentro el sepulcro, Cuerpo incorruptible e inmortal, quién ha resucitado en la gloria, Cuerpo glorioso (1 Corintios 15:43-54).

La Iglesia Es el Cuerpo del Cristo.

Es aquel Cuerpo, del cual san Pablo nos dice que es la Iglesia (Efesos 1:23; Colosenses 1:18; 1 Corintios 12:13-27). Sería un error de no ver en esta expresión de Pablo más que una imagen, cuando se trata de la misteriosa incorporación de creyentes, por la obra del Espíritu Santo, dentro del Cuerpo de dimensiones cósmicas del Resucitado.

El Señor Jesús mismo nos ha dejado entrever que su Cuerpo sería el sitio de reunión de sus fieles; en una frase que los falsos testigos citaran deformándola durante Su proceso ante Caifás. En efecto, acusan a Jesús de decir: "Puedo destruir el templo de Dios y en tres días reconstruirlo" (Mateo 26:61) o también: "Destruiré este templo hecho por la mano del hombre y en tres días construiré otro el cual no será hecho por la mano del hombre" (Marcos 14:58); en realidad Jesús había dicho: "Destruid este templo y en tres días lo levantaré" (Juan 2:19) y el evangelista agrega: "Pero Él hablaba del santuario de su Cuerpo," también cuando Jesús resucitó de entre los muertos, sus discípulos recordando que Él había tenido este propósito creyeron en la Escritura y a la Palabra que Él había dicho" (Juan 2:21-22). De hecho, no solamente tratarán de destruir el Cuerpo de Jesús clavándolo a la cruz, pero el templo de Jerusalén mismo será destruido por los ejércitos romanos cuarenta años más tarde: de ahí en más, el único Templo, el Sitio donde se reunirán los "verdaderos adoradores del Padre" (Juan 4:23) será su Cuerpo de Resucitado.

Novicio: Todo esto me parece bien obscuro.

Maestro: Imagínate — como además lo hace san Pablo (1 Corintios 12:20) — que cada miembro del cuerpo, el ojo, la cabeza, los pies, pudieran hablar como si fuesen una persona: el ojo podrá decirle a la mano: "No tengo necesidad de ti," o la cabeza a los pies: "No tengo necesidad de ustedes." Todos los miembros del cuerpo son solidarios: cada uno tiene necesidad de todos; cuando un miembro está enfermo, todo el cuerpo y "todos los miembros sufren con él" (v. 26); lo mismo si un miembro funciona bien (los pulmones, el corazón) todo el cuerpo saca provecho. Y bien, en el seno de Iglesia, estamos todos soldados los unos a los otros y todos al Cristo como los miembros de un solo cuerpo son articulados a la cabeza, de suerte de que si un solo miembro hace o piensa alguna cosa mala — mismo si nadie lo sabe — todo el cuerpo, toda la Iglesia está enferma. Inversamente, si una sola persona en secreto de su habitación tiene un buen pensamiento o hace una verdadera oración, toda la Iglesia y todos sus miembros se portan mejor.

Somos todos solidarios en el seno de la Iglesia y, mismo sin saberlo, todos nos comunicamos los unos con los otros: el Espíritu Santo, en efecto, circula en todo el Cuerpo de la Iglesia, como el aliento en cuerpo de un hombre; es además, el porqué la Cabeza del Cuerpo — el Cristo — puede hacer mover, puede dirigir a todos los miembros del Cuerpo, con la condición de que estos no estén enfermos. En efecto, cuando se hace el mal somos como un miembro paralizado: el Cristo no lo dirige más, la corriente del Espíritu Santo no pasa más. Por el contrario, cuando escuchamos la Palabra de Dios, recibimos impulsos de la Cabeza y el Espíritu Santo nos hace a todos comunicarnos en el amor. Somos entonces la unión, en comunión, a la fe entre nosotros y con nuestro Cristo.

El Pan Eucaristico, Cuerpo del Cristo, Hace la Iglesia.

Este misterio desconcertante se realiza y se vive a través del misterio eucarístico. El Nuevo Testamento, en efecto, nos revela una ecuación doble: Pan Eucarístico = Cuerpo del Cristo = Iglesia. El Cuerpo del Cristo es la Iglesia, pero el Cuerpo del Cristo es también el Pan Viviente descendido del cielo (Juan 6:51), este "Pan que da la vida al mundo"· (6:33), este "Pan de Vida" (6:35)… este "pan de desciende del cielo para que se coma y no se muera" (6:50), este Pan que Jesús dará a sus discípulos la víspera de su muerte, diciendo: "Tomen y coman, esto es mi Cuerpo que es partido para ustedes para la remisión de los pecados."

Es comiendo este Pan, que es el Cuerpo de Cristo que podemos entrever como la Iglesia y el Cuerpo del Cristo, es en efecto comulgando a ese Pan — y al Vino — comulgando en el Cuerpo de Cristo, y a la Sangre del Cristo que los fieles de Jesús se tornan el Cuerpo de Cristo, se tornan Iglesia. San Ireneo ilustra esta misteriosa verdad por una imagen: el agua une los copos de la harina para hacer un solo pan; de la misma manera el Espíritu Santo une los creyentes para hacer un solo Cuerpo, el Cuerpo del Cristo. La Cena mística, la divina Liturgia, es la cuadra de la Iglesia: es ahí que Dios, el Padre amasa la asamblea de Sus hijos, la asamblea eucarística de los comulgantes, con Sus dos manos — la Palabra y el Espíritu — para hacer un solo Pan, el Cuerpo del Cristo, la Iglesia; es lo que nos es dicho un poco distintamente por la Epístola a los Efesos (2:19-22): "Así pues ustedes no son mas extranjeros ni huéspedes, son conciudadanos de los Santos, son de la Casa de Dios. Pues la construcción que son, tiene por cimiento los apóstoles y profetas y por piedra angular el Cristo mismo. En Él, toda la construcción se ajusta y crece en un templo santo en el Señor, en Él, están integrados a la construcción para tornarse una morada de Dios en el Espíritu." La Iglesia es pues bien esta unión de creyentes, alimentándose de la Palabra de Dios y del Pan de la comunión, reunión que el Espíritu Santo desde la Pentecostés visita y vivifica para hacer un solo Cuerpo donde el Cristo es la cabeza y donde los creyentes son los miembros" (1 Corintios 12:13-27; Colosenses 1:18; Efesios 1:22-23).

 

 

 

8. El misterio de la divina Eucaristía:

origen, institución y sentido.

Venimos de ver que el Pan de la comunión, que es el Cuerpo de Cristo, nutre a la Iglesia y la transforma a ella misma en el Cuerpo de Cristo. Por lo tanto es tiempo de consagrar dos capítulos especiales a este misterio eucarístico al cual hemos hecho tantas veces alusión. Sería bueno que el lector comience aquí por releer todos estos pasajes que lo preparaban a mejor comprender los presentes capítulos sobre la Eucaristía que está en el centro de la vida cristiana.

Los Israelitas tenían la costumbre de celebrar los berakoth o "bendiciones" por las cuales expresaban su reconocimiento a Dios por todos Sus beneficios. Reconocer que un don viene de Dios, hacer memoria de ese don con reconocimiento; acción de gracias, agradecimiento (en griego eucharistia, de donde Eucaristía) es una actitud fundamental de los servidores del Todopoderoso. Es, en efecto, por esta acción de gracias permanente que el hombre reconoce la obra del Creador, le expresa su reconocimiento, y, en nombre de toda la Creación, le "devuelve" su gloria ("anapempo" en griego = enviar hacia lo alto, pero también devolver, enviar de nuevo); es por esta actitud de eucaristía, de acción de gracias, que el hombre, que es la conciencia de la creación, reconoce el lazo que une la creación al Creador y mantiene, por este memorioso reconocimiento, la corriente de amor entre el Creador y Su creación, y, por lo mismo, la armonía del universo.

El Cristo en el atardecer del Jueves santo, celebraba de esta manera una beraka o bendición presidiendo la comida de sus discípulos. Esto aparece claramente si se lee el relato que nos hace san Lucas (22:17-20) y se lo compara al ritual de bendición de una comida judía tal cual nos es descripta en la Mishna.

Al principio de la comida, se bendecía una primera vez la copa de vino diciendo: "Bendito seas tú Señor nuestro Dios, Rey de los Siglos que das este fruto de la viña" Es porqué Jesús toma al principio de la comida la copa, una primera vez (v. 17) diciendo: "No beberé más de ahora en adelante del fruto de la viña hasta que venga el Reino de Dios" (v. 18).

El miembro más joven de la familia, a falta de servidores, traía entonces un cántaro de agua para que el jefe de la familia se lave las manos. Es pues lo que debió haber hecho san Juan, el más joven de los Apóstoles: pero Jesús se lo tomó de las manos y se puso a lavar los pies de los Apóstoles (Juan 13:7-17).

Después el jefe de la familia tomaba el pan y lo partía diciendo: "Bendito seas tú Señor nuestro Dios, Rey de los Siglos que produces el pan de la tierra… Rindamos gracias a nuestro Dios que nos nutrió de su abundancia." Aquí Jesús (v. 19) "tomó el pan y luego de rendir las gracias lo partió y se los dio diciendo: "Este es mi Cuerpo, dado por ustedes, háganlo en memoria mía." Por lo tanto Jesús hace el gesto tradicional del jefe de familia judía pero le da un sentido totalmente nuevo, identificando el pan con su propio Cuerpo que será entregado sobre la cruz para la vida del mundo.

Luego de la comida, el jefe de familia tomaba la copa y la bendecía una segunda vez. Es el porqué Jesús "hizo lo mismo después de la comida," tomando también la copa una segunda vez (v. 20) diciendo: "Esta copa es la Nueva Alianza en mi Sangre derramada para ustedes." Así se explica las dos bendiciones de la copa, siendo san Lucas el único a conservar el recuerdo; pero Jesús les da, una vez más, un sentido nuevo identificando el vino a su Sangre que derramará al día siguiente sobre la cruz y que sellará la Nueva Alianza entre Dios y los hombres.

San Pablo completa el relato de Lucas (1 Corintios 11:23-25) agregando: "Cada vez que comerán este pan y que beberán de esta copa anunciaran mi muerte hasta que Yo venga"

He aquí que la bendición de la comida; la ofrenda reconociente del pan y del vino a Dios que las había dado, estaba asociada a la ofrenda que el Cristo al día siguiente — el Viernes santo — de su Cuerpo y de su Sangre sobre la cruz, y a la conclusión de la Nueva Alianza entre Dios y su pueblo por el sacrificio del Cristo ofrecido para el perdón de los pecados. "Hagan esto en memoria mía… hasta que Yo venga": de ahora en adelante la celebración de esta comida estará ligada al reconocimiento memorial de la muerte y de la Resurrección del Salvador que hace entrar a su pueblo en la Tierra prometida de su Reino. Desde la Resurrección del Cristo hasta su Retorno, es por esta Comida que conmemoramos toda su obra salvadora desde su Pasión hasta su segundo Advenimiento. Pero esta conmemoración — en griego "anamnesis," en hebreo zikkaron — no es una simple evocación por la memoria, un simple acto intelectual: es también, es sobretodo, una participación, una comunión de toda la asamblea que celebra este "memorial" a los eventos salvadores que son conmemorados: la muerte, el sepulcro, la Resurrección, la Ascensión; la Reunión a la diestra del Padre, el segundo Advenimiento del Señor, tienen un alcance eterno. Situados en el tiempo, ellos salvan al hombre de todos los tiempos; y cuando evocamos en el memorial eucarístico, salimos del tiempo para comulgar "en el gesto eterno del Hijo de Dios pasando a través de su Pueblo para conducirlo hacia su Reino."

Es por la obra del Espíritu santo que una evocación, que una representación celebrada en un momento dado del tiempo se torna una comunión, una participación al gesto eterno del Hijo: en efecto, el Espíritu Santo "nos recuerda todo lo que Jesús ha dicho" (Juan 14:26)… "rinde testimonio de Él" (15:26)… y "toma de su bien para hacernos partícipes" (16:14). Es por lo tanto por el Espíritu Santo que la representación se torna participación y comunión.

Ahora se comprende la importancia de la divina Liturgia: es por ella que todo lo que ha hecho el Cristo, hace y hará por los hombres nos atañe; es realmente el sitio de nuestro encuentro con el Cristo Salvador. Es ahí — esperando el festín del Reino — que se celebran las nupcias del Cristo y de su Esposa; es ahí, comulgando en Cristo comulgamos con nuestros hermanos en el misterio de la Iglesia; es ahí, recibiendo el Cuerpo y la Sangre del resucitado entramos en el misterio de su Cuerpo y contemplamos su resurrección.

Todo esto lo comprenderemos mejor estudiando el desarrollo de la celebración; pero, es evidente que la comunión eucarística es un misterio de amor que se vive mas de lo que se comprende, y que es más importante participar de la comida eucarística que de describirla.

 

 

9. Desarrollo de la celebración.

Desde la época donde los discípulos, inmediatamente después de la Pentecostés, "se mostraban asiduos a la enseñanza de los Apóstoles, fieles a la comunión fraternal, a la fracción del pan y a las oraciones," la Iglesia del Cristo, jamás ha cesado, cada domingo — aniversario de la Resurrección, día del Señor — de recordar la enseñanza de los apóstoles y de proceder, en la comunión fraternal y la oración, a la "fracción del pan." Es lo que nosotros comúnmente denominamos la divina Liturgia.

Bien que, según las tradiciones locales, la celebración de esta Liturgia reviste formas bastante diferentes, ella se conforma siempre y en todos lados a un mismo esquema el cual de toda evidencia se remonta a la Tradición apostólica, es decir a la manera de hacer de los Apóstoles, fuente común de la práctica de todas las Iglesias locales; es el esquema apostólico que vamos a tratar de liberar, pues lo encontramos en uso en todas las liturgias de los cristianos ortodoxos desde los orígenes y hasta hoy en día, y en particular, en la Liturgia de san Juan Crisóstomo, en las de san Basilio, de Santiago o de san Marcos.

 

La Enseñanza de los Apostoles. o Liturgia de los Catecumenos.

Ya san Justino (martirizado en Roma en el año 155) nos relata que la celebración del misterio Eucarístico era precedida de las lecturas de la Biblia comentadas y explicadas por el Presidente de la Asamblea (Proestos) u obispo; es lo que llamamos comúnmente la "Liturgia de los catecúmenos" (porque aquellos que venían al catecismo para prepararse al Bautismo estaban admitidos, o, "Liturgia de la Palabra."

Estas lecturas comprenden:

Lecturas del Antiguo Testamento, en la Liturgia de san Juan Crisóstomo son los Salmos cantados (Salmo 102 [103], 145 [146]). En la de san Basilio, cuando está celebrada con vespertinas, son las lecturas que varían en relación con la festividad del día.

La lectura de la Epístola, es decir de una de las cartas de los Apóstoles dirigidas a las Iglesias de la época (por ejemplo: Epístolas de san Pablo a los Romanos; a los Corintios, a los Tesalonicenses, etc.).

La lectura del Evangelio, es decir de un pasaje de unos de los cuatro Evangelios, según Mateo, Marcos, Lucas o Juan; de hecho se trata del único "Evangelio," de la única "Buena Nueva" que el Señor Jesús vino a traer al mundo.

Estas lecturas son seguidas de la explicación, del comentario que habitualmente hace el Presidente de la Asamblea (el obispo, en su ausencia el sacerdote).

En el transcurso de esta primera parte de la Liturgia se sitúa la procesión que denominamos la pequeña Entrada. El diácono lleva solemnemente el santo Evangelio, ícono de la Palabra de Dios; pasa en medio de los fieles, entra por las Puertas reales (las Puertas del Cielo), seguido de todo el clero, en el Santuario (reino de Dios).

Este gesto nos recuerda toda la obra del Hijo de Dios — Palabra hecha carne, llegada al mundo para iluminar todo hombre (Juan 1:9) y pasando en medio de los hombres para hacerse conocer y hacerles conocer al Padre ("Si me conocen, también conocerán a mi Padre" Juan 14:7) y así los conducirá a Su cortejo en el Reino.

La Palabra pasando a través del mundo siendo así representada, luego se hará escuchar cuando el diácono leerá el Evangelio que viene de traer: el memorial se tornará en realidad actual, la conmemoración del Anuncio de la Palabra se torna en proclamación de esta misma Palabra la cual llega hoy en día hasta nosotros y toca nuestros corazones por la acción del Espíritu Santo. Es, en efecto, es Este que nos hace acoger y comprender la Palabra del Hijo; es el porqué de la lectura del Evangelio en el medio de la Asamblea es precedida de una oración por la cual solicitamos a Dios de hacer brillar en nuestros corazones su Luz: de esta manera la Palabra se hace presente entre nosotros. Es la razón de ser de la celebración; Dios habla a su pueblo para hacer su Esposa, su Iglesia; y nosotros, escuchamos esta Palabra con todo nuestro corazón y con todo nuestro espíritu para ponerla en práctica.

Celebrecion del Misterio ("Fraccion del Pan") o Liturgia de los Fieles.

Se llama esta segunda parte Liturgia de los fieles, porque solo los creyentes bautizados, los fieles, pueden sin peligro participar en el gran y temible misterio que conmemora la Crucifixión y Resurrección de nuestro Salvador. Aquellos quienes vienen como espectadores, como curiosos, como turistas, profanarían el Amor de Aquel quién ha derramado su Sangre por la vida del mundo. Es el porqué el diácono invita a los catecúmenos (es decir aquellos que todavía no están bautizados) a retirarse y a los fieles velar en las puertas para que solamente los iniciados queden en la celebración de las nupcias del Cordero con su pueblo fiel.

La Liturgia de los fieles comprende de cuatro partes que corresponden a las cuatro acciones que hizo el Cristo en el transcurso de la Santa Cena del Jueves santo y también durante su encuentro con los dos discípulos de Emmaus.

Tomó el pan

Agradeció

Lo partió

Lo dio a sus apóstoles y discípulos.

Por lo tanto en la Liturgia de los fieles equivalentemente habrá cuatro partes:

La Gran entrada u ofertorio

La anáfora u oración eucarística

La fracción

La comunión

Estudiemos con más detalle estas cuatro partes

La Gran Entrada.

Es el gesto de los diáconos, pasando entre medio de los fieles, teniendo la patena sobre la cual está puesto el pan, y el cáliz dentro del cual fue vertido el vino mezclado con agua, para presentárselo al obispo, quién parado delante de las Puertas reales "los toma" (como el Cristo tomó el Pan y el Cáliz) y lo deposita sobre la Mesa santa para ofrecerla a Dios.

Este "ascenso" del clero hacia el Santuario ofreciendo en nombre de todo el pueblo el Pan y el Vino, Signos del Cuerpo y de la Sangre del Cristo representa la ofrenda que Este hizo de Sí mismo cuando subió al Gólgota y, sobre la Cruz y por ella, entró en su Reino. Es porqué evocando en ese instante las palabras del Buen Ladrón sobre la cruz — "Acuérdate de mí, Señor, cuando entrarás en tu Reino" — nosotros también decimos: "Que el Señor Dios se acuerde de nosotros todos en su Reino." Y de todos los fieles de ofrecerse a sí mismos "en ofrendas vivientes, santas, agradables a Dios" (Romanos 12:1), en recuerdo de la ofrenda suprema de su Maestro.

La Anafora.

Es la oración central de la divina Liturgia; ella reproduce la oración de "agradecimiento" (en griego eucaristía) que hizo el Cristo después de haber "tomado" el Pan y el Cáliz; ella toma el origen, ya lo hemos visto, en las Acciones de Gracia o Bendiciones, o Berakoth que hacía Israel (y que los judíos continúan haciendo, pero sin agradecer por la Nueva Alianza que ellos todavía no conocen).

Esta oración es introducida por la orden expresa del celebrante: "¡Elevemos nuestros corazones!" y el pueblo responde: "¡Nosotros los tenemos hacia el Señor!" luego nuevamente el celebrante: "¡Demos gracias al Señor ¡" y el pueblo canta: "Es digno y justo." Sigue una larga Acción de Gracias, un largo agradecimiento, una entusiasta "Eucaristía" que da su nombre a toda la celebración. Tenemos mucha tendencia a olvidar que la divina Liturgia es esencialmente un agradecimiento. Creaturas ingratas que somos, tenemos tanta costumbre de recibir los dones de nuestro Creador que no reconocemos más al Donante y no expresamos más nuestro reconocimiento: no sabemos más decir "gracias mi Dios" no sabemos más hacer eucaristía.

Es por lo tanto por la divina Liturgia que el pueblo de Dios expresa al Padre celestial su reconocimiento, obedeciendo por ahí al último mandamiento que le fue dado por el Señor antes de Su muerte y que constituye Su verdadero Testamento — el Nuevo Testamento: "Hagan esto en Mi memoria"

Estudiemos pues de más cerca esta oración de anáfora… La comida judía era seguida de tres berakoth o bendiciones:

La anáfora cristiana tendrá, ella también tres partes correspondiendo muy exactamente a estos tres berakoth — lo que nos muestra que nuestra anáfora litúrgica toma su fuente en la oración misma de agradecimiento proferida por el Cristo la noche del Jueves santo — pero de ahora en más reviste un carácter trinitario:

La primera parte es una oración de agradecimiento por la creación, dirigida al Padre;

La segunda parte es un memorial reconociendo ("anamnesia") de la obra redentora, liberadora del Hijo;

La tercera parte una súplica o invocación o ("Epiclesis") por el descenso del Espíritu Santo a fin de que por Él recibamos la "plenitud del Reino."

El Presidente de la Asamblea (normalmente el obispo; en su defecto, el más anciano de los sacerdotes) va a decir esta oración de anáfora en tres partes, en el nombre de todo el pueblo.

Primera Parte:

Una oración de agradecimiento dirigida al Padre. El celebrante agradece a Dios por la Creación.

Agradece Dios por habernos dado la existencia: "De la nada Tú nos has llevado al ser." Reconocer que nuestra existencia tiene su origen en el acto creador de Dios y agradecerle es, en efecto, el principio de la fe: "Es por la fe que comprendemos que los mundos han sido formados por una Palabra de Dios de suerte que lo que vemos proviene de lo que no es aparente" (Hebreos 11:3). Es el acto de gratitud más elemental.

El celebrante dirige loas a Dios vivo: canto del Sanctus.

Cuando agradecemos a Dios, nuestro reconocimiento desborda naturalmente en loa a Dios que hace maravillas, del verdadero Dios, del Dios viviente, del Dios trinitario, del Dios tres veces Santo, cuya gloria es cantada sin cesar por los ángeles. Es el porqué nuestro agradecimiento desemboca sobre el himno triunfal escuchado por el profeta Isaías en el Templo de Jerusalén en el año 740 (Isaías 6:3), y escuchado nuevamente siete siglos más tarde por el Evangelista Juan en Patmos (Apocalipsis 4:8): "Santo, Santo, Santo es el Señor Sabaoth, el cielo y la tierra están llenos de Tu gloria." Este canto de los Ejércitos celestiales, arcángeles y ángeles, Serafines y Querubines, repercute en cada Liturgia por el pueblo de Dios cantando el Sanctus y completando el canto de los ángeles por aquel de los niños de Jerusalén, recibiendo al Cristo Rey en su capital Jerusalén, el domingo de Ramos: "Bendito es aquel que viene en el nombre del Señor, Hosanna en lo más alto de los cielos"

El celebrante agradece por la obra de la redención

Después de haber agradecido al Padre por la creación, ¿cómo no agradecerle por habernos dado su Hijo único por librarnos de la caída y de la muerte? De esta manera la oración de agradecimiento al Padre va a desembocar sobre:

Segunda Parte. El memorial reconociendo la obra del Cristo.

Es por excelencia la Acción de Gracias de la Nueva Alianza; ella consiste en hacer memoria de todo lo que el Hijo de Dios ha hecho por nosotros, para comenzar lo que hizo la víspera de su muerte durante el transcurso de la última comida del Jueves santo: esto será el recitado de la institución

Es decir la evocación de las palabras pronunciadas por Jesús: "Tomen, coman esto es mi Cuerpo que es partido por ustedes en la remisión de los pecados," pues cuando les dio el vino: "Tomen todos, esto es mi Sangre que es derramada por ustedes y por una multitud en remisión de los pecados, hagan esto en mi memoria…"

Para obedecer esta orden, para hacer "esto" en memoria de Él, haremos pues, "hacer anamnesia" vamos a conmemorar:

Su Muerte

Su Resurrección

Su Ascensión

Su Reunión a la Derecha del Padre

Su segundo y glorioso Advenimiento

resumiendo, todo lo que ha hecho, que hace y que hará para nosotros — conmemoración global del gesto eterno del Hijo que trasciende el tiempo y mezcla el pasado, presente y futuro; es, para usar la palabra griega de san Pablo en la Primera Epístola a los Corintios (11:24), la anamnesia.

La anáfora propiamente dicha.

Esta conmemoración no es un simple acto mental: Jesús había dicho "Hagan esto en memoria Mía": pues, ¿qué había hecho? Había tomado pan y vino representando por adelantado la ofrenda que iba a hacer de su Cuerpo y de su Sangre sobre la Cruz, para la presentación al Padre de este pan y este vino. Es el porqué, obedeciendo a esta orden y en reconocimiento memorial, en agradecimiento de la Ofrenda del Cristo, el celebrante ofrece a Dios el pan y el vino: "Estos Dones que nosotros tomamos entre Tus dones, te los ofrecemos… ": este acto de anáfora (en griego anaphora = ofrenda, presentación hacia lo alto) la ofrenda suprema de la Iglesia recordando la ofrenda suprema del Cristo y ofreciendo la antitypa (liturgia de san Basilio), los signos de su Cuerpo y de su Sangre, el pan y el vino. Las ofrendas, sacrificios de la Antigua Alianza eran sangrientos (toros o carneros); el sacrificio, la ofrenda de la Nueva Alianza es "razonable y no sangrienta," es pan y vino, pero que representan la ofrenda misma, el sacrificio mismo del Cristo sobre la Cruz.

Detrás de las manos cruzadas y extendidas del obispo levantando la patena y el cáliz hacia Dios Padre, es el pueblo entero, es la Iglesia entera que agradece Dios del Sacrificio de Su Hijo.

Tercera Parte. Una súplica para el descenso del Espíritu Santo.

La Epiclesis.

Es el Espíritu Santo que vendrá en esta tercera parte de la oración de la anáfora a consumar y sellar este gran misterio trinitario que es la Eucaristía. En efecto, conmemorar el sacrificio del Cristo no servirá para nada si no obedecemos a su orden: "Tomen, coman, esto es mi Cuerpo que es partido por ustedes en remisión de los pecados… beban todos, esto es mi Sangre, la sangre de la Nueva Alianza que es derramada por ustedes y por una multitud en remisión de los pecados." Pues, no fue el pan que fue partido en remisión de los pecados, no es el vino el que fue derramado por el Cristo en remisión de los pecados: es su Cuerpo y es su Sangre muy preciosos: "Si no comen la carne del Hijo del Hombre, y no beben su sangre, no tienen la vida en ustedes; aquel que come mi cuerpo y bebe mi sangre tiene la vida eterna y lo haré levantarse el último día" (Juan 6:53-54) se necesita, pues, que el pan y el vino ofrecidos por la Iglesia se tornen el Cuerpo y la Sangre ofrecidos por el Cristo. Se necesita que la Palabra — Esto es mi Cuerpo, esto es mi Sangre — sea confirmada por Aquel "quién nos recuerda todo lo que el Cristo ha dicho" (Juan 14:26)… "que nos hace partícipes de su bien" (Juan 16:14), quién "confirma la Palabra por los signos que la acompañan" (Marcos 16:20). Se necesita que el Espíritu Santo convierta en actual y real hoy en día la Palabra pronunciada por el Cristo el Jueves santo; se necesita que el pan se torne realmente el Cuerpo de Cristo y el vino realmente la Sangre del Cristo. Para ello se necesita que la ofrenda de la Iglesia, como la ofrenda del gran profeta Elías, sea consumada por el Fuego descendido del Cielo y se torne realmente en la ofrenda que el Cordero resucitado hace al Padre de su Cuerpo inmolado para el perdón de los pecados. Se necesita que la Pentecostés haga presente al Resucitado: se necesita que el Espíritu Santo quién incubaba las aguas para que se cumpliera la Palabra creadora (Génesis 1:2), se necesita que este mismo Espíritu que convirtió la Palabra en presente en el seno de María el día de la Anunciación y en seno de la Iglesia el día de Pentecostés la convierta en presente en el seno de la Asamblea eucarística hoy. Es por esta presencia del Verbo que esta asamblea se torna en el Cuerpo de Cristo, Iglesia. Es el porqué, el celebrante dice a Dios Padre en el nombre de toda la Asamblea: "Te invocamos, te oramos y te suplicamos, envía tu Espíritu Santo sobre nosotros y sobre los dones que son aquí presentados y haz de este pan el Cuerpo precioso de tu Cristo" — y el pueblo asociado a esta súplica diciendo Amén — "y de lo que hay en este cáliz la Sangre preciosa de tu Cristo" (el pueblo Amén) "cambiándolos por tu Espíritu Santo (el pueblo Amén, Amén, Amén) con el fin que se tornen para aquellos que lo reciben sobriedad en el alma, remisión de los pecados, comunión de tu Espíritu Santo, plenitud del reino de los Cielos…"

Es esta oración que denominamos Epiclesis: conviene destacar que por esta oración el Espíritu Santo no es solamente invocado sobre nosotros, es decir sobre personas, pero sobre "estos dones," es decir el Pan y el Vino; la materia no es impermeable a la acción del Espíritu Santo, y la comunión en el Pan y el Vino no tendría ningún sentido si estos dones no eran cambiados por la acción del Espíritu en Cuerpo y Sangre del Cristo resucitado. El descenso del Espíritu Santo sobre los dones sin embargo es solicitado en vista a la transformación de las personas: es para que estas reciban la "remisión de los pecados"; descubran "la comunión del Espíritu Santo" y prueben en este mundo la "plenitud del Reino" que invocamos el Espíritu Santo sobre el Pan y sobre el Vino; a través los dones la invocación al Espíritu Santo apunta a las personas. Es el porqué en la Epiclesis de la liturgia de San Basilio, solicitamos que el Espíritu Santo "nos una los unos a los otros — todos nosotros que participamos de este único Pan y a este Cáliz — en la comunión al único Espíritu Santo." Cuando, en efecto, estamos "unidos los unos a los otros en la comunión al Espíritu Santo" nos tornamos Iglesia, todo como los primeros discípulos en el día de la Pentecostés: la Epiclesis, es realmente la Pentecostés que continua.

Conmemoración de los difuntos.

Esta unidad de la Iglesia que solicitamos al Espíritu Santo de realizar incluye los fieles de todas las generaciones y de todos los países: es el porqué la oración de la Epiclesis es seguida de una plegaria por los difuntos "por aquellos que han encontrado el reposo en la fe, ancestros, Padres, Patriarcas, profetas, apóstoles, predicadores, evangelistas, mártires, confesores, y, en primerísimo lugar la Madre de Dios y siempre virgen María." Se trata de la santificación de los difuntos, seguido de un himno a la Virgen.

Conmemoración de los vivientes.

Lo mismo se ora por el obispo… por todos aquellos y todas aquellas que cada uno de nosotros lleva en el espíritu… viajeros, enfermos, prisioneros, huérfanos, viudas."

La Iglesia reúne los poderes celestiales: ángeles, arcángeles, Serafines, Querubines y los hombres: santos y pecadores, vivos y muertos, pues todo hombre, mismo si está muerto, está vivo en el Cristo. "Nosotros que somos varios, formamos un solo cuerpo del Cristo, y somos todos los miembros los unos y los otros" (Romanos 12:5), enseña san Pablo. Si, somos todos responsables los unos y los otros, es el porqué podemos sobrevivir, pues los ángeles y los santos interceden por nosotros. Esta unidad de todos, en el cuerpo del Cristo, se llama Comunión de los santos.

Como este magnífico descubrimiento de la Comunión de los santos no terminaría por un grito de loa, por una doxología que concluirá la oración de la anáfora: "Y danos de glorificar y cantar de una sola voz y de un solo corazón Tu Nombre venerable y magnífico, Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y siempre y en los siglos de los siglos. Amén."

"Lo Partio": la Traccion.

Antes que el celebrante imite el gesto del Cristo (partiendo" el pan, los fieles proclaman su unidad fraternal recitando o cantando todos juntos la plegaria del Señor, "la oración dominical," el "Padre Nuestro": hijos del mismo Padre, se preparan de esta manera en compartir el mismo Pan. Esta preparación a la Comunión fraternal por la plegaria del Padre Nuestro es un elemento universal y permanente de la Tradición cristiana.

Para partir el Pan, el celebrante lo alza diciendo: "Los Santos Dones para aquellos que son santos." Emplea la palabra "santos" como el Apóstol Pablo para designar los fieles, pues todos somos llamados a tornarnos "santos," a ser santificados por el Espíritu Santo, que viene de santificar los Dones. Los fieles responden protestando que no son santos: "Uno solo es Santo, Uno solo es Señor, Jesucristo para la gloria de Dios Padre," cantan. En efecto, Él es la única fuente de toda Santidad.

El celebrante entonces fracciona el único Pan para colocar los pedazos, los fragmentos en el único Cáliz, con el fin que todos los fieles puedan comulgar en el mismo Cuerpo y en la misma Sangre del Único Señor. De hecho es el mismo Pan, el mismo Cáliz que será repartido entre todos (dispensado a repartir el contenido del único Cáliz en varios cálices para la comodidad de la distribución) significa bien la unidad de la Iglesia obtenida por la comunión al único Señor. De donde la importancia de este gesto de fracción, de repartir que fue del Señor Jesucristo Mismo.

"Él Dio": la Comunion.

He aquí el término, el cumplimiento, la razón de ser de toda celebración: los invitados al Festín de nupcias, al Banquete celestial, a la Cena mística se acercan "con temor de Dios, con fe y amor" de la Mesa Santa; suben hacia las Puertas reales (en la Iglesia copta penetran hasta el mismo Santuario). Van en el encuentro del divino esposo que se presenta a ellos a la entrada de la sala nupcial. Van a ser incorporados a su Cuerpo de Resucitado. La Sangre que da la Vida va a fluir en sus venas; se van a encontrar todos unidos en la unidad de su Cuerpo, todos van a beber (beban todos dice el Señor) a la Fuente de Vida; el Dios hecho carne va a divinizar sus carnes; el Fuego inmaterial de la divinidad — que, antaño, inflamó el Arbusto ardiente y que había descendido bajo el aspecto de lenguas de fuego sobre la asamblea de los Apóstoles — el Fuego que hace poco se había apropiado del Pan y del Vino, ahora va a extenderse e inflamar a los comulgantes, sus cuerpos y sus corazones, y todos juntos van a cantar: "Hemos visto la verdadera Luz, hemos recibido al Espíritu celestial, hemos encontrado la verdadera fe; adoremos la indivisa Trinidad, pues es ella que nos ha salvado."

La Asamblea se torna Iglesia: Dios está en el medio de su Pueblo, los fieles contemplan con admiración la Resurrección de su Señor:

Habiendo contemplado la Resurrección del Cristo, adoremos al Santo Señor Jesús, el Único sin pecado. Veneramos tu Cruz, oh Cristo, y cantamos y glorificamos tu santa Resurrección; pues eres Tú nuestro Dios, no conocemos otro, invocamos tu Nombre. Vengan, todos los fieles, adoremos la Santa Resurrección del Cristo; pues he aquí, que, por la Cruz, la alegría ha venido al mundo entero. Bendiciendo sin cesar al Señor, loamos su resurrección, pues habiendo subido la Cruz por nosotros, por la muerte a destruido a la muerte.

La Asamblea se torna una asamblea de vivientes: puede salir en paz, anunciar al mundo la Resurrección de su Señor en la espera alegre de su segundo Advenimiento.

 

 

10. Misterio y Sacerdocio

del Cristo y de la Iglesia.

Misterio del Cristo Misterio de la Iglesia.

Aquellos que comulgan en el Cuerpo y en la Sangre del Resucitado pueden entrever lo que san Pablo denomina, en su epístola a los Colosenses, el Misterio del Cristo (4:3): "Misterio escondido desde hace siglos y las generaciones y que ahora viene de ser manifestado a sus santos" (1:26).

Intentemos, no de "comprender" este misterio — pues es infinitamente mas grande y mas profundo que la inteligencia humana, que no puede "comprender," es decir, contener lo que es mas pequeño que ella, pero contemplarlo con admiración, como Pablo cuando lo encontró sobre el camino a Damasco.

El Cristo, Hijo de María, es un hombre como nosotros: todo lo que hay en Él es comunicable a los otros hombres: es el porqué nos puede salvar.

Este mismo Cristo, Hijo único de Dios, es Dios, el mismo y único Dios que su Padre y que el Espíritu Santo, es el porqué nos puede unir al Padre.

Por la comunión en el Cuerpo y en la Sangre del Cristo, somos incorporados a su Cuerpo de Resucitado, nos tornamos un solo cuerpo con Él y nos tornamos participantes de Su divinidad. Este cuerpo misterioso constituido por la unión de la Cabeza (Cristo) con los miembros (los comulgantes) se denomina Iglesia.

La cabeza de un cuerpo actúa poniendo en movimiento a sus miembros. Lo mismo el Cristo actúa en el mundo solicitando a los fieles, miembros de su Iglesia. El Cristo es presente y actuando en el mundo por su Iglesia. Los miembros de esta responden a los impulsos de la Cabeza escuchando su Palabra.

Los miembros de un cuerpo no es un miembro viviente que si la sangre que viene del corazón pasa dentro de ese miembro. Los miembros de la Iglesia no son miembros vivientes que si el Espíritu Santo circula en ellos, uniéndolos entre ellos y uniéndolos a la Cabeza.

Este hecho misterioso que hombres, pecadores pero creyentes son unidos por la obra del Espíritu Santo al Cuerpo del Cristo resucitado, se tornan miembros de un solo Cuerpo, el Cristo, y de esta manera prolongan en el mundo de hoy la acción del Cristo, de suerte que habla y actúa por ellos, se llama el misterio de la Iglesia.

Este misterio del Cristo o misterio de la Iglesia tiene varios aspectos que san Pablo denomina (1 Corintios 4:1) "misterio de Dios," que los cristianos ortodoxos llaman comúnmente "misterios" simplemente, que el idioma latino a denominado sacramenta, de donde la palabra habitual en español de sacramentos.

 

Sacerdocio del Cristo Sacerdocio de la Iglesia.

Sacerdocio Del Cristo

EL Señor Jesús siendo a vez Dios y hombre, restableció la comunicación entre Dios y los hombres: hace escuchar a los hombres la voz de Dios, pues es la Palabra de Dios hecha carne; y por otra parte, ascendió al cielo con su naturaleza de hombre, Abogado de los hombres al lado de Dios su Padre; "Intercede ante el rostro de Dios en nuestro favor" (Hebreos 9:24), presentándole la "ofrenda que Él ha hecho de Sí mismo una vez por todas" (Hebreos 7:27) por Sus hermanos los hombres. Es esta función de intermediario entre Dios y los hombres que denominamos "Sacerdocio del Cristo"; a causa de esta función "sacerdotal" el Cristo recibe en la Epístola a los Hebreos y en toda la Tradición cristiana el título de "sumo sacerdote": "Tú eres sacerdote para la eternidad"; ya decía de Él el Salmo 109 [110] citado por la Epístola a los Hebreos (/:21).

 

El Sacerdocio de la Iglesia.

POR LO TANTO EL Cristo Es nuestro Sumo Sacerdote; pues, lo hemos visto, el Cristo actúa en el mundo por su Cuerpo, la Iglesia; es pues por Ella que hace escuchar su Voz en el mundo; es Ella que lo asocia a la ofrenda que Él presenta de Sí mismo al Padre. el Cristo no hace nada sin su Cuerpo, la Iglesia participa pues plenamente al sacerdocio del Cristo: es decir que, para actuar en el mundo, pero también para hablar a su Padre, el Señor Jesús pide la colaboración de cada uno de nosotros: "Ustedes son colaboradores de Dios," nos dice san Pablo (1 Corintios 3:9). Cuando un cristiano se inclina con amor sobre alguien quién sufre, él es la mano del Cristo; cuando un cristiano anuncia la verdad del Evangelio, él es la boca del Cristo. Todavía se necesita que este fiel del Cristo previa y verdaderamente se haya tornado miembro del Cuerpo del Cristo, que el Espíritu Santo lo haya cambiado en miembro del Cuerpo de Cristo, haya verdaderamente hecho de él un "sacerdote," es decir un hombre que participa a la obra del Cristo: al sacerdocio del Cristo. Es este cambio que se efectúa en lo que nosotros denominamos el misterio de la crismación.

 

11. el Misterio de la Crismación: la Pentecostés Personal,

O Sacerdocio Real de los Laicos.

"La imposición de las manos por los Apóstoles daba el Espíritu Santo" nos dice san Lucas (Hechos 8:18). El libro de los Hechos nos da dos ejemplos:

Hechos 8:4-25.

Luego de la lapidación de Esteban y la primera gran persecución de la Iglesia en Jerusalén alrededor del año 36, los cristianos de Jerusalén se dispersaron para huir de la persecución y el diácono Felipe fue a predicar al Cristo en Samaria. La Samaria había acogido la palabra de Dios: pero los samaritanos "habían sido solamente bautizados en el nombre del Señor Jesús" y "el Espíritu Santo todavía no había caído sobre ninguno de ellos" (8:16). Es entonces que "los Apóstoles que estaban en Jerusalén enviaron a Samaria a Pedro y Juan: estos pues descendieron en lo de los samaritanos y rezaron por ellos con el fin que el Espíritu Santo les fuese dado (versículos 14 y 15)… Entonces Pedro y Juan se pusieron a imponerles las manos y recibían el Espíritu Santo" (versículo 17).

Hechos 19:1-7.

Cuando el Apóstol Pablo llegó a Efeso (alrededor del año 56) se produjo algo similar: "Encontró algunos discípulos y les dijo: ¿Han recibido el Espíritu Santo cuando han abrasado la fe? Ellos le contestaron: pero, nosotros ni habíamos escuchado decir que hay un Espíritu Santo. Y él: ¿Qué bautismo han recibido? — El bautismo de Juan, respondieron. Entonces Pablo dijo: Juan ha bautizado con un bautismo de arrepentimiento diciendo al pueblo de creer en Aquel que vendrá luego de él, es decir Jesús. Con estas palabras se hicieron bautizar en nombre del Señor Jesús: y cuando Pablo les impuso las manos, el Espíritu Santo vino sobre ellos y se pusieron a hablar en idiomas y a profetizar" (Hechos 19:1-7).

De esta manera por la imposición de las manos de los Apóstoles, los nuevos discípulos recibían el Espíritu Santo como lo habían recibido los primeros discípulos en Jerusalén el día de la Pentecostés: el don de Pentecostés se perpetuaba y se perpetúa; es lo que denominamos el misterio de la crismación, de la palabra griega chrisma que quiere decir "unción" — puesto que se trata de la unción del Espíritu Santo por la cual nos tornamos lo que era desde la eternidad el Cristo: "ungidos" del Espíritu Santo, pequeños cristos, "cristianos."

Actualmente este misterio es habitualmente celebrado inmediatamente después del Bautismo, por una unción de óleo, como fue el caso para la crismación del rey David.

El evangelista san Juan nos dice, en efecto, en su primera Epístola: "Ustedes han recibido la unción" (1 Juan 2:20), y el Apóstol san Pablo (2 Corintios 1:21): "Es Dios quién nos dio la unción."

El Apóstol Pedro evocará de una manera particularmente impresionante el carácter santo, sagrado que esta unción confiere al pueblo de Dios: "Ustedes son, nos dice él, una raza elegida, una comunidad sacerdotal y real, una nación santa ..." (Pedro 2:9).

Novicio: "Una comunidad sacerdotal y real," ¿Qué quiere decir esto?

Maestro: Hemos visto que el Cristo es nuestro Sumo Sacerdote, que es el intermediario entre Dios y los hombres, que es a su vez el portavoz de Dios cerca de los hombres y el Abogado de los hombres cerca de Dios, y que este rol maravilloso se denomina su Sacerdocio. Hemos también visto que Él asocia todo su Cuerpo, toda su Iglesia, todos sus miembros a este sacerdocio: todavía se necesita que los miembros de su Iglesia sean revestidos de Su Santidad, que les comunique Su función sacerdotal, que haga de ellos sacerdotes, y también herederos de su Reino, futuros reyes. Es porqué san Juan nos dice en el Apocalipsis: "Él ha hecho de nosotros reyes y sacerdotes" (Apocalipsis 1:6; 5:10). La Iglesia es un pueblo de sacerdotes, y es la crismación que hace de todos los cristianos sacerdotes. Es lo que comúnmente se denomina "sacerdocio real de los laicos" por la cual los cristianos constituyen "una comunidad sacerdotal y real."

Novicio: Yo creía que "laico" quiere decir "extranjero en la Iglesia. En efecto, encuentro en el diccionario la siguiente definición: laico, "que no es ni eclesiástico ni religioso."

Maestro: A menudo las palabras cambian de sentido en función de la evolución de las ideas y de los eventos de la historia. Laico viene de la palabra griega laos = pueblo; por lo tanto significaba en su origen — y todavía significa para los cristianos — "miembros del pueblo de Dios." Es desde el momento que los cristianos — porque se tornaron malos cristianos — olvidaron que eran un pueblo de sacerdotes y de reyes, y se han descargado sobre el único clero todas sus responsabilidades, que la palabra ha tomado el sentido que has encontrado en el diccionario. Ya es hora que los cristianos redescubran el carácter sagrado, sacerdotal de su condición de laicos: por su participación en la divina Eucaristía, por el buen entendimiento que debería reinar entre ellos, por la bondad para con sus enemigos, por su firmeza con respecto a compromisos interesados hacia donde querrían arrastrarlos los maliciosos de este mundo, por todo el testimonio de la comunidad de creyentes-comulgantes; el conjunto de cristianos a la responsabilidad permanente de ser los representantes sobre la tierra de la realeza y sacerdocio del Cristo: si, realmente constituyen una comunidad sacerdotal y real, en griego basileion hierateuma.

Por la crismación cada uno de nosotros recibe la persona del Espíritu Santo, Don fundamental, que lo hace miembro de un pueblo de sacerdotes. Este don fundamental es la raíz de todos los dones particulares del Espíritu que confiere responsabilidades particulares. Es pues por una diferenciación funcional de este don fundamental que aparecen las funciones específicas de los obispos, sacerdotes y diáconos.

 

12. La ordenación de obispos, de sacerdotes y de diáconos o Sacerdocio ministerial.

El Obispo y los Concilios.

El Obispo.

San Pablo escribía a Timoteo en la primera carta que le dirigió: "No descuides el don espiritual que hay en ti, que te ha sido conferido por una intervención profética acompañada por la imposición de las manos del Colegio de ancianos" (1 Timoteo 4:14) Y en una segunda carta le dirá: "Te invito a reavivar el don que Dios a depositado en ti por la imposición de mis manos" (2 Timoteo 1:6).

Confía a este mismo Timoteo la tarea de ordenar a su vez a antiguos ("No te apresures en imponer las manos" 1 Timoteo 5:22) y de confiarles la enseñanza de los Apóstoles: "Lo que has aprendido de mí confíalo a hombres seguros, capaces a su vez de instruir a los otros" (2 Timoteo 2:2). Y ruega a Timoteo de "quedarse en Efeso" (1 Timoteo 1:3) para cumplir con esta misión.

De esta manera tenemos en el Nuevo Testamento en la persona de Timoteo el ejemplo viviente de lo que la generación siguiente a los Apóstoles — la de los "Padres Apostólicos" — denominara obispo.

Novicio: ¿Qué es un obispo?

Maestro: Es, ya nos dijo san Justino (muerto en el año 155) aquel que preside la Asamblea eucarística (proestos). De este hecho está en la ciudad donde él reside una triple función:

Es el encargado de conducir al pueblo de Dios hacia el Reino, como Moisés conducía a través del desierto hacia la Tierra Prometida.

Es el encargado de alimentar a este pueblo de la Palabra de la Verdad ("Lo que has aprendido de mí, confíalo a hombres seguros, capaces a su vez de instruir a los otros," de transmitirle la enseñanza que los Apóstoles han recibido del Cristo. Es esta transmisión de la Verdad del Cristo de la cual los obispos son los garantes y que se denomina "Tradición apostólica." Y la sucesión ininterrumpida de obispos a la cabeza de una iglesia que quedo fiel a la enseñanza de los Apóstoles se llama "Sucesión apostólica." Ella garantiza la unidad de la Iglesia a través del tiempo ligada por la proclamación de la misma verdad, de la misma palabra de Dios, las generaciones sucesivas vivientes en un mismo medio, los unos con los otros..

Está a cargo de alimentar al pueblo de Dios con el Pan venido del Cielo que es distribuido por los diáconos en el transcurso de la Asamblea eucarística que él preside. La presencia del sucesor de los Apóstoles a la cabeza de la Asamblea eucarística significa que se trata bien de la Asamblea fundada por el Cristo y sus Apóstoles, es decir la Iglesia, una, santa, católica y apostólica. El obispo que reúne a todos los fieles de un mismo lugar para la comunión en el Cuerpo y en la Sangre del mismo Cristo tiene, en efecto, estar él mismo en comunión con todos los otros obispos de las iglesias que se reúnen en otros lugares: de esta manera representa a su iglesia al lado de todas las otras y todas las otras al lado de la suya. De esta manera el obispo es el garante de la unidad de la Iglesia a través del espacio.

Por lo tanto el obispo aparece como una articulación esencial del Cuerpo del Cristo: asegura la cohesión a través del tiempo y a través del espacio. Es porqué san Ignacio de Antioquia nos dice: "Ahí donde está el obispo, está la Iglesia católica".

El Colegio de obispos tiene de esta manera en la Iglesia el lugar que era del Colegio de los Doce Apóstoles: garantiza "la apostolicidad" de la Iglesia, es decir la continuidad de su vida, de su misión y de su enseñanza desde la época donde los apóstoles mismos la conducían.

Los Concilios.

Los concilios son asambleas de obispos quienes se reúnen periódicamente en diversos niveles; se deben reunir dos veces al año en cada región; se reúnen en el escalafón de cada país alrededor de una vez cada tres años. Se reúnen excepcionalmente en el escalafón del mundo entero: son los Concilios ecuménicos. Hubo nada más que siete en el curso de la historia de la Cristiandad reconocidos por la conciencia de la Iglesia como verdaderos ecuménicos. Sin embargo más frecuentemente — y cada vez que una doctrina falsa venía a perturbar la conciencia de los fieles y amenazar de distorsión la imagen del Cristo que la Iglesia debe presentar al mundo, también cada vez que el bien del cuerpo de la Iglesia lo exigía — se reunieron Concilios locales que han permitido a la conciencia de la Iglesia de expresar como a tientas la Verdad que habita en ella.

Los concilios tienen por misión manifestar "la unión de las santas iglesias de Dios" expresando la unidad y la ortodoxia de la fe en la Iglesia católica, con el fin que en todos lados y siempre los cristianos crean lo que el Cristo y sus Apóstoles han enseñado. Los concilios no constituyen un gobierno: la Iglesia no es un Estado, no hay gobierno central de la Iglesia. La unidad de la Iglesia es una unidad de fe y de amor, una visión única de la Palabra de Dios, visión que es dada por el Espíritu Santo, en efecto, aclara las conciencias de todos, Él crea lo que se llama "la comunión del Espíritu Santo."

El conjunto de iglesias de una región dada, reunidas alrededor de los obispos de esta región se denomina "Iglesia local". Las Iglesias locales son todas hermanas. Entre ellas, la de Roma había recibido la misión, nos ha dicho san Ignacio de Antioquia, de "presidir en el amor" entre todas las demás. Luego de la separación que progresivamente se ha ahondado entre la Iglesia de Roma, por una parte, y las Iglesias de Constantinopla, Alejandría, Antioquia y Jerusalén, por otra parte, es la Iglesia de Constantinopla — la "Nueva Roma" — que asegura este papel esperando el día donde la ortodoxia de su fe permitiría de nuevo a la Iglesia de Roma de retomar el lugar que le corresponde en la sinfonía de las iglesias hermanas.

Los Sacerdotes.

Los "sacerdotes" de las comunidades cristianas se sitúan en la prolongación de los "ancianos" que dirigían las comunidades judías. Pero conduciendo de ahora en más un pueblo sagrado por el Espíritu Santo, un pueblo sacerdotal, una comunidad de "sacerdotes" — en el sentido de la palabra griega "hiereus" — los presbíteros cristianos participan de una manera activa en el Sacerdocio del Cristo. Si pues, el obispo tiene, de cierta manera, el papel que tenía Moisés con respecto al pueblo judío avanzando a través del desierto hacia la Tierra Prometida, los sacerdotes, ellos, son un poco como los setenta y dos "ancianos" del pueblo a propósito de los cuales Dios dice a Moisés: "Tomaré del Espíritu que hay sobre ti y lo pondré sobre ellos, con el fin de que lleven contigo la carga del pueblo y que no estés solo" (Números 11:17).

Bajo la supervisión unificante del obispo, los sacerdotes llenan pues alrededor de él funciones aproximadamente similares a las suyas, pero a un nivel donde ellos pueden tener un contacto personal con cada fiel, traer la Palabra de Dios y la presencia consoladora, perdonante y curativa del Espíritu de Dios a cada una de sus ovejas que el Señor ama y del cual el profeta Ezequiel decía, acusando a los malos pastores: "No han fortificado a las ovejas endebles, curar a la que estaba enferma, vendar a la que estaba lastimada. No han traído aquella que se extravió, buscar a la que se había perdido… Ellas se han dispersado por falta de pastor para tornarse la presa de toda bestia salvaje; ellas se han dispersado" (Ezequiel 34:4-5). Es porqué el Señor Jesús es el Buen Pastor: "Él recorría todas las ciudades y las aldeas enseñando en sus sinagogas, proclamando al Buena Nueva del Reino y curando de toda enfermedad y de todo abatimiento. A la vista de las multitudes, tuvo piedad pues esa gente estaban ahí postradas como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos: "La cosecha es abundante pero los obreros son poco numerosos, rueguen al amo de la cosecha de enviar obreros a su cosecha" (Mateo 9:35-37). Elegidos en el seno del pueblo; solteros o casados (Tito 1:5-9), los sacerdotes son esos obreros quienes recordarán a todos aquellos que sufren que el Señor Jesús les dijo: "Vengan a mí, todos ustedes que están penando y encorvados bajo la carga, y yo los alivianaré. Encárguense de mi yugo y entren en mi escuela pues soy manso y humilde de corazón y encontrarán solaz para sus almas; pues mi yugo es fácil y mi carga liviana" (Mateo 11:28-30).

Los Diaconos.

La palabra deriva del vocablo griego diacon, que quiere decir servidor. El diácono es llamado a prolongar el servicio del "Servidor" Jesús, lavando los pies de sus discípulos, del "Servidor sufriente" del cual Isaías decía: "Por sus sufrimientos mi Servidor hará justas a multitudes" (Isaías 53:11).

En el origen, los siete primeros diáconos eran encargados "de servir en las mesas" (Hechos 6:2), durante las comidas comunitarias de los cristianos donde "ciertas viudas habían sido negligentes" (Hechos 6:1) con el fin que los apóstoles pudiesen, ellos, consagrarse "a la oración y al ministerio de la Palabra" (Hechos 6:4).

El servicio de los pobres, pero también el servicio de la Mesa Eucarística — distribuir los alimentos terrestres a los primeros, pero también el Pan celestial, la divina Comunión a los fieles — tal es la bella misión de los diáconos de la Iglesia.

 

13. La Santificación del Matrimonio.

O Como el hogar conyugal se torna célula del Cuerpo del Cristo

Un cuerpo está constituido de células. Para que un cuerpo sea viviente, se necesita que estas células sean vivientes. Para que el Cuerpo del Cristo sea viviente entre nosotros, se necesita que el Espíritu Santo integre sin cesar nuevas células vivas transformando los hogares conyugales que expresen el deseo en células del Cuerpo del Cristo, en células de la Iglesia: es el misterio de la coronación, de la consagración, de la santificación del amor conyugal por el Espíritu Santo, corrientemente denominado "sacramento del matrimonio."

Encontramos, en la celebración del matrimonio, los mismos elementos que en el Bautismo y en la Eucaristía:

Una ofrenda.

Memorial o anamnesia, recordatorio reconociendo las maravillas de Dios con respecto a las parejas.

Una Epiclesis o invocación del Espíritu Santo para que Este realice ahora lo que el memorial a evocado

Una comunión o participación común de la pareja a la vida del Reino.

 

La Ofrenda.

En el curso de la Eucaristía, la Iglesia ofrece a Dios pan y vino, en el transcurso de la celebración del matrimonio, la Iglesia ofrece a Dios al novio y a la novia que se ofrecen a sí mismos uno al otro y los dos juntos a Dios. Es lo que expresan la promesa de fidelidad que los novios se hacen el uno al otro y todo el oficio nupcial en el curso del cual le son entregados los anillos o alianzas prenda de su fidelidad.

 

La Anamnesia.

En el transcurso de la celebración de la Eucaristía, la anamnesia es la evocación reconociendo toda la obra salvadora del Cristo; en el curso de la celebración del matrimonio, la anamnesia, es la evocación maravillada de todo lo que Dios ha hecho para las santas parejas quienes, de Abraham y de Sara hasta Joaquín y Ana, han preparado el nacimiento de la Virgen María y además la acogida para la humanidad del Hijo de Dios.

También es la evocación de las nupcias del Cristo y de la Iglesia, modelo misterioso de la unión del hombre y de la mujer. Es en fin, la evocación de las bodas de Caná en Galilea en el transcurso de las cuales el Cristo hizo su primer milagro: bajo la solicitud de Su madre Él cambió el agua incolora e insípida en "buen vino" tinto y vigoroso — pues no había más vino — devolviendo así la alegría, transformando todo por su presencia maravillosa: Dios se hizo carne para cambiar todo, para tornar santa la vida de la carne, y para entrar en la vida cotidiana de los hombres.

La Epiclesis.

En el transcurso de la celebración eucarística, la Epiclesis, es la plegaria que solicita a Dios de enviar su Espíritu Santo sobre el pan y el vino para cambiarlos en Cuerpo y Sangre del Cristo.

En el curso de la celebración del matrimonio, la Epiclesis, es la plegaria que solicita a Dios de enviar su Espíritu Santo sobre el hombre y la mujer "para coronarlos de gloria y de honor (aquí el sacerdote posa las coronas sobre sus cabezas), para transformar a la pareja en célula viviente del Cuerpo del Cristo. El Espíritu Santo viene en efecto por su Presencia coronar el amor, atarlo a la fuente de amor, a Dios mismo, "pues Dios es Amor."

Por ahí mismo, la pareja va a poder realizar la semejanza divina: Dios, en efecto, creó al hombre a Su Imagen y Semejanza; "hombre y mujer, Él los creó." Los creo, para que los dos, unidos por el amor, se tornen una sola carne; para que los dos sean uno, lo mismo que en su divino Modelo los Tres son Uno. Así el Espíritu Santo va a permitir al hombre y a la mujer de tornarse poco a poco, en la imagen de Dios, verdaderas personas que no serán ellas mismas en la medida en que comulgarán el uno y el otro para tornarse uno siendo dos.

Luego de la coronación de los cónyuges, será una explosión de alegría que se expresará por una suerte de danza jovial alrededor del Evangelio — representando la Presencia del Cristo — en el curso de la cual se invocará a Isaías y a los mártires:

Isaías para que regocije de que su profecía se realice. En efecto, ¿no había él profetizado (7:14): "He aquí la Virgen está encinta y dará a luz un Hijo que ella llamará Emmanuel" — Dios está con nosotros? — Pues, he aquí que la nueva pareja coronada y santificada acoge a su vez al Emmanuel: la Palabra de Dios se hizo presente en el seno de la pareja, ella se hizo carne, se encarna en la pareja que de esta manera se torna una Iglesia en miniatura, una célula viva del Cuerpo del Cristo.

Los santos mártires "que han sido coronados de gloria divina luego de haber verdaderamente combatido," son invocados para que ayuden a los jóvenes casados a llevar ellos también el buen combate que será coronado al final de la carrera: la vida conyugal, en efecto, no es fácil, ella implica un duro combate, una renuncia permanente al egoísmo, una verdadera y jovial cruz, un ascetismo por el cual se muere a sí mismo para vivir por el otro: "Otórgales Señor la felicidad que tuvo la Bienaventurada Elena cuando descubrió la verdadera Cruz." No es ironía al comparar el matrimonio a un glorioso martirio.

La Comunion.

La Eucaristía desemboca sobre la comunión; el matrimonio también. El hombre y la mujer unidos por el Espíritu Santo se unen en Cristo, se tornan juntos el Cuerpo del Cristo al cual se incorporan por la comunión eucarística. El rito del matrimonio comprendiendo la comunión a los santos Dones presantificados fue en uso en la Iglesia hasta el siglo XV.

La copa en común de vino de la cual los cónyuges, hoy en día, beben juntos luego de haber recitado juntos el Padre Nuestro atestigua esta antigua usanza. Es comulgando juntos, cada domingo, que una pareja realiza la finalidad del matrimonio: la entrada de a dos en el misterio del Cristo o más bien la entrada de toda la futura familia en este misterio.

No olvidemos, en efecto, que el amor es creador, y que la unión del hombre y de la mujer desemboca normalmente a la creación por Dios, a través del amor de la pareja, a hijos. La procreación de hijos es una bendición divina que es ardientemente deseada: el sacramento del matrimonio es la fundación de una iglesia familiar cuyos miembros — la pareja y sus hijos — van de ahora en más marchar unidos en Cristo hacia su Reino bendito.

Si es cierto que el Espíritu Santo, por el sacramento del matrimonio, santifica el amor conyugal, no olvidemos, no obstante, que luego que Juan Bautista se retira en el desierto para encontrarse a solas con Dios, y que, alrededor del año 300, san Antonio el Grande hizo lo mismo en Egipto, la sed de Dios jamás cesó de llamar a ciertos hombres a la búsqueda en la soledad y el silencio a saciarse del único Amor de Dios. La manifestación de alegría del hombre en contacto exclusivo de este Amor devorador — es decir la vida monástica —siempre ha sido honorada por la Iglesia al menos tanto como la manifestación de alegría por el amor conyugal. De los monjes del Alto Egipto, del monte Sinaí y de los desiertos de Palestina y aquellos del monte Athos o de Francia, hoy en día, se ha tejido en la Iglesia una tradición bi milenaria de vida monástica. Los monasterios son llamados a ser verdaderas plazas fuertes en el combate de la Iglesia contra el Enemigo interior. Especialmente, sobre todo ahí, que la Iglesia dispone de recursos y se alimenta de energías divinas que se expanden luego a través del conjunto de su Cuerpo. El matrimonio y la vida monástica son pues dos formas diferentes y complementarias de comulgar con el Amor de Dios: el uno y el otro constituyen un estado religioso; es porqué la Iglesia elige sus sacerdotes entre los hombres casados, de entre los monjes, paro nunca a través de simples solteros.

 

14. Las enfermedades de los miembros del Cuerpo de Cristo y su curación.

 

El misterio del arrepentimiento.

La más grave enfermedad que pudiese soportar el miembro de un cuerpo, es ser cortado de la cabeza o del corazón: si los impulsos nerviosos no vienen más del cerebro, el miembro está paralizado; si la sangre viniendo del corazón no circula más, es la gangrena. Pues bien, lo mismo, si un miembro del Cuerpo del Cristo no percibe más la voluntad de su Señor no sabe que hacer, como actuar; la vida no tiene más sentido para él. Y si no recibe más al Espíritu Santo la corriente de vida y de amor, se pudre, su personalidad se desagrega; al límite, es la locura. Este corte entre el hombre y Dios se llama pecado. El remedio, la curación, viene del Cristo, "médico de nuestras almas y de nuestros cuerpos"; cuando, por el poder del Espíritu Santo y el misterio de la Iglesia, la mano curadora del Cristo viene a posarse sobre el hombre que se vuelca hacia Él implorando la misericordia del Padre, el pecador perdonado y curado es reintegrado en la vida del Cuerpo: es el misterio del arrepentimiento.

 

El Arrepentimiento en el Antiguo Testamento.

El Pecado del Rey David (2 Reyes 11; 12:1-25).

Es en el año 1010 A.C. que David, que había recibido, unos años antes, la unción real de manos del profeta Samuel, fue reconocido Rey de todos los judíos: tenía treinta años y reinaría cuarenta años (2 Reyes 5:4).

Conquista Jerusalén que la llamaría "ciudad de David." El Señor protegerá a David quién ganó muchas guerras. Durante la guerra contra los Amonitas, David envía a Joab a comandar al ejército, él se quedó en Jerusalén. Una noche David se levantó de su lecho para pasearse sobre la terraza del palacio. "De ahí, percibió una mujer que se bañaba; la mujer era muy bonita" (2 Reyes, 11:2); fue trastornado y pidió quién era: "Es Betsabé, le respondieron, hija de Eliam y mujer de Urías, el hitita que guerrea con Joab"

David se apasionó de Betsabé, cometió adulterio con ella, e hizo perecer al marido. Entonces, el Señor envía al profeta Natán hacia David. Natán se presenta ante el rey y le dice: "Había dos hombres en la misma ciudad, uno rico y el otro pobre. El rico tenía ganado en abundancia mientras que el pobre no tenía más que una sola oveja que había comprado, criado y que crecía con él y con sus hijos. Ella comía de su mano y bebía de su copa; la llevaba en sus brazos y era como una hija. Un viajero vino de visita a lo del hombre rico y le pidió hospitalidad. Su anfitrión no tomó de su propio ganado, robó la oveja del hombre pobre, la mató y la hizo preparar para su visitante."

Ante este relato, David entró en gran cólera. Dijo a Natán: "Tan cierto que hay un Dios viviente, el culpable merece la muerte y deberá devolver la oveja al cuádruplo por haber actuado de tal manera como un hombre sin corazón."

Natán replicó: "Ese hombre eres tú; el Señor Dios de Israel te ha dado mucho, ¿por qué has desobedecido su mandamiento y has hecho mal en su presencia? Has hecho perecer a Urías el hitita por la espada de los amonitas y has tomado a su mujer y hacer tu esposa. Ahora la espada nunca más se apartará de tu casa."

David dijo: "He pecado contra el Señor"

 

El Arrepentimiento de David.

Entonces David expresó su arrepentimiento por el Salmo 50 [51], que generalmente se denomina el "Miserere" pues comienza por las palabras: "Ten piedad de mí" — en latín miserere. Todavía hoy en día, es por él que la Iglesia expresa el arrepentimiento de los pecadores y es él que es bueno recitar cuando queremos hacernos perdonar por Dios:

Ten piedad de mí, oh Dios, en tu bondad y gran ternura

borra mi pecado,

lávame de toda malicia,

de mi falta purifícame.

Pues mi pecado, yo, lo conozco,

mi falta está delante de mí sin tregua:

contra Ti, Tú solo, he pecado,

lo que está mal a Tus ojos, lo he hecho.

Así, Tu eres justo cuando Tu pronuncias,

sin reproche cuando Tu juzgas,

mira, malo he nacido,

pecador, mi madre me ha concebido.

Pero Tu amas la verdad en el fondo del ser,

instrúyeme de la profundidad de tu sabiduría.

Purifícame con el hisopo: seré puro;

lávame: seré mas blanco que la nieve.

Devuélveme el sonido de la alegría y de la fiesta,

y que dancen, los huesos que Tu machacaste.

Voltea el rostro de mis faltas,

borra de mí toda malicia.

Oh Dios, crea en mi un corazón puro,

instaura en mi pecho un espíritu firme;

no me rechaces lejos de Tu rostro,

no retires de mí tu Espíritu Santo.

Devuélveme la alegría de tu salvación

asegúrame un espíritu magnánimo;

a los pecadores enseñaré tus caminos;

a Ti se entregarán los descarriados.

Sálvame de mi sangre, Dios e mi salvación,

y mi lengua aclamará tu justicia;

Señor, abre mis labios,

y mi boca proclamará tus loas

No tomarás ningún placer en el sacrificio;

Si ofrezco un holocausto, Tu no lo quieres,

mi sacrificio, es un espíritu quebrado,

de un corazón quebrado, machacado, Tu no tienes desprecio.

En tu buen querer, haz el bien a Sion:

¡tu reconstruirás Jerusalén en sus murallas!

Entonces te placerás a los justos sacrificios

- Holocausto y total oblación -

entonces ofreceremos jóvenes toros en tu altar.

 

El Perdon de David.

Natán dice a David"El Señor se abstuvo de tu pecado: no morirás. Pero ya que en este asunto has gravemente ultrajado al Señor… el hijo que te nacerá, morirá" Efectivamente, el séptimo día el niño murió. "David consoló a Betsabé, su mujer. Ella dio luz a un niño y David le puso el nombre de Salomón: el Señor lo amó" así nació el gran rey Salomón.

 

El Arrepentimiento en el Nuevo Testamento.

El Hijo Prodigo (Lucas 15:11-32).

Un padre tenía dos hijos: un día el mas joven desea dejar la casa del padre; solicita su parte de la herencia. Su padre se la da y el hijo se va lejos en una tierra extranjera. Como es rico, inmediatamente está rodeado de falsos amigos interesados, que no lo dejan hasta tanto no haya despilfarrado todo sus bienes en su compañía y en la de mujeres de mala vida. Un día se encuentra arruinado justo en el momento que acontece una hambruna y para sobrevivir se pone al servicio de un ciudadano de ese país para cuidar sus cerdos cuyo alimento comparte: helo aquí en al fondo de la caída. En ese momento toma conciencia: "Entra en sí mismo" y recuerda que podría comer a saciarse en la casa de su padre donde los sirvientes tienen mucho más suerte en este momento que él. También abandona todo, parte al hogar de su padre para solicitarle de contratarlo a su servicio como obrero. Su padre lo percibe de lejos, corre a su encuentro: "Padre, exclama él, he pecado contra el cielo y contra ti." Antes que termine la frase, el padre lo cierra en sus brazos y lo recibe como hijo. Lleno de gozo, el padre ordena a sus servidores de preparar una mesa para un festín y matar un ternero cebado. El hijo mayor escucha el tumulto al volver de los campos y pregunta de que se trata. Cuando se entera que retornó su hermano vagabundo, entra en cólera pues considera esta fiesta injusta — él nunca tuvo nada; si embargo siempre se quedó fielmente al lado de su padre. Entonces el padre le dice: "Hijo mío, tu estas siempre conmigo y todo lo que es mío es tuyo. Pero había que festejar y alegrarse pues tu hermano que estaba muerto está vivo; estaba perdido y él se encontró"

Novicio: ¿porqué llaman al hijo joven "pródigo"?

Maestro: Pródigo quiere decir aquel que dilapida, disipa sus bienes sin discernimiento, otros idiomas han traducido por juerguista; desenfrenado, etc. El sentido profundo es el mismo. Es un hijo "extraviado."

Novicio: ¿Cuál es la enseñanza de esta parábola? ¿Su sentido?

Maestro: Sentido, hay mucho; esta parábola es inagotable. En cuanto a su enseñanza, hela aquí: el comienzo de este libro — ¿lo recuerdas? — hemos hablado del Génesis, de la creación del hombre — Adán — y de su caída y cuan grave fue esta caída. Y bien, la parábola del Hijo Pródigo nos enseña el mismo drama. Únicamente el Cristo insiste sobre la fiesta que sigue al arrepentimiento del hijo. Sábelo, hijo mío, retenlo bien: tú lo puedes necesitar, pues la historia del Hijo Pródigo es la historia de todo hombre desde el comienzo. Ves, así somos hechos: apreciamos únicamente lo que nos falta. Fíjate en un niño que tiene a sus padres y vive feliz no conoce su bonanza. Pero, es cuando los pierde que se da cuenta de lo que ha perdido. Te lo digo, pues soy como todos, un hijo pródigo, todavía no entré a lo de mi Padre — nuestro Padre — solamente, a veces, me di cuenta a medias, haciéndome una señal, pues veo mal.

Novicio: Pero, tú ¿Por qué un hijo pródigo? ¡No tienes el aspecto!

Maestro: Pero sí. Cuando venimos al mundo, este mundo nos atrae; cuando crecemos, el perfume seductor que libera el mundo nos da vuelta la cabeza: queremos ver lo que es, este mundo. Amando a Dios, nos lo quitamos para vivir nuestra vida, como tarde o temprano nos quitarán nuestros padres terrestres. Partimos lejos y poco a poco, en un torbellino que nos rodea, olvidamos a Aquel que nos ama por encima de todo y que nos es el más próximo de todos, que llevamos dentro de nosotros. Ves, que recibimiento nos es prometido. ¿Dónde está la penitencia? Ya la hemos sufrido lejos de Él. ¡Ya nos hemos castigado a nosotros mismos! A nuestro débil movimiento, ¡qué respuesta, que fiesta! Cuando Él nos percibe, nos tira hacia Él, mismo al punto de disgustar al hijo mayor.

Novicio: A mí, me parece, ¡que el hermano mayor tenía algo de razón!

Maestro: Desconfía del hermano mayor: está celoso, tampoco está desinteresado, pues, él espera recompensas por lo que él cree que son méritos. Desconfía de él, pues, nos podemos parecernos, mismo si aparentemente jamás dejamos la casa del Padre. Jamás el hijo mayor se había abierto a la generosidad y a la mansedumbre del Padre, sin embargo: "Dios es Amor" y "el amor excusa todo, cree todo, espera todo, soporta todo" (1 Corintios 13:7).

Curacion del Paralitico de Capernaum.

Un día, Jesús estaba en una casa enseñando en presencia de numerosas personas entre las cuales se encontraban algunos fariseos (miembros de una secta de judíos que se distinguían por una observancia meticulosa de las reglas de la Ley mosaica), algunos escribas (doctores de la Ley), es decir hombres sabios, orgullosos, a menudo hipócritas, mas dispuestos a defender la letra de la Ley que a recibir la Buena Nueva del reino de Dios y de su gracia.

Como siempre, cuando Jesús hablaba, las multitudes acudían para escucharlo y hacerse curar de sus enfermedades, y ya no había mas lugar delante de la puerta.

Llegaron cuatro hombres llevando sobre un cama a un paralítico. Trataron de entrar para ponerlo delante de Jesús, pero no pudieron abrirse paso. No se descorazonaron por ello. Subieron sobre la terraza que formaba el techo de la casa, sacaron unas tejas (o paja) y por el agujero lograron hacer bajar la camilla en medio de la concurrencia delante de Jesús. Hay que decir que las casas en esas regiones son hechas de materiales livianos y que las camas se parecen a camas de campaña que se transportan fácilmente.

"Viendo su fe," agrega el relato del Evangelio (Lucas 5:17-26; Mateo 9:1-8); Marcos 2:1-12) Jesús dice: "Amigo mío, tus pecados te son remitidos," es decir perdonados. Observen que Jesús no dijo: "Seas curado," pero: "Tus pecados te son remitidos." Pues Jesús es el que cura al hombre entero. Su poder es a la vez perdón y curación de todo mal y los dos no deben ser separados.

Jesús dándose cuenta que los escribas y los fariseos pensaban: "¿Quién es, Este?. ¿Que puede remitir los pecados, sino únicamente Dios?" les dice "¿Que es más fácil de decir: Tus pecados te son remitidos, o decir: Levántate y anda? Y bien, para mostrarles que el Hijo del hombre tiene el poder sobre la tierra de remitir los pecados, yo te ordeno, dice al paralítico, levántate, toma tu camilla y vuelve a tu casa… " "En el instante él se levantó… tomó su camastro y se fue a su hogar glorificando a Dios."

Fuera de la curación del paralítico propiamente dicha, y de la lección hecha a los fariseos, otro aspecto del relato tiene que ser subrayado; los hombres que se han dado tanta pena y tan ingeniosamente han bajado la camilla del enfermo, por el techo, hasta los pies del Señor, no son olvidados: en efecto, leemos que viendo la fe de ellos que Jesús perdona y cura a su amigo.

Hay que saber, cuando oramos y solicitamos alguna cosa al Señor, para nosotros mismos o para los otros, a nosotros también nos es demandada una participación activa: la fe primero y ante todo, pero también el coraje, el combate contra nuestra pereza y nuestro egoísmo. Los amigos del paralítico han puesto todo su esfuerzo, su inteligencia y su confianza al servicio del enfermo incapaz de moverse. De esta manera han hacho prueba de confianza y de amor hacia Dios y de amor hacia su prójimo. Es lo que nos es solicitado.

Y podemos creer que estos hombres, y el paralítico curado, han vuelto a sus hogares profundamente cambiados: hombres nuevos sintiéndose perdonados, curados y amados. Habrán comprendido que si el perdón de los pecados es la primera necesidad del hombre, mismo antes de la curación de los males físicos, es a través del arrepentimiento que Dios se los da.

"Para mostrarles que el Hijo del hombre tiene el poder de perdonar los pecados, te ordeno, levántate, toma tu camilla y vuelve a tu hogar." Es la frase clave del relato evangélico: curando al paralítico de su enfermedad visible — la parálisis de su cuerpo — Jesús ha querido mostrarnos que Él ya había curado de esta enfermedad más profunda — que se sitúa en la raíz de nuestro ser, en el punto de unión entre Dios y el hombre — que es el pecado: "Tus pecados te son remitidos," le había dicho al principio. Así el Dios hecho hombre, el Hijo de Dios se tornó Hijo del hombre, perdona los pecados. Este poder, lo pagará con su Sangre tan preciosa sobre la cruz: es, en efecto, soportando Él mismo el castigo de los pecadores — la muerte, consecuencia natural del pecado (una rama cortada del árbol, ¿puede no morir?) — que Él obtendrá de su Padre el perdón: "Padre, perdónalos, pues no saben lo que hacen." Perdonándonos, Él nos cura pues nos une a Dios.

Prácticamente, concretamente ¿Cómo hoy en día el Cristo nos hace llegar Su perdón?

 

Misterio o Sacramento del Arrepentimiento.

Hemos visto, el Señor Jesús, actúa en el mundo gracias al Espíritu Santo que hace de la Iglesia su Cuerpo. Es a través de la Iglesia y por obra del Espíritu Santo que la Mano perdonante y curativa del Señor Jesús llega hasta nosotros: "Reciban el Espíritu Santo, había dicho, a sus apóstoles, el día de Su resurrección; a quienes ustedes perdonen los pecados les serán perdonados" (Juan 20:22-23).

Todavía falta que este perdón sea deseado y solicitado; la parábola del Hijo Pródigo, que hemos relatado hace poco, ilustra las etapas de este retorno de la muerte hacia la vida:

El hijo pródigo "entra en sí mismo" para constatar su caída y toma el camino de retorno hacia la Casa de su Padre; es la conversión o "metanoia."

Reconoce su falta diciendo: "Padre he pecado contra el cielo y contra ti": es la confesión.

El Padre que le esperaba y que va a su encuentro, lo toma en sus brazos, sin darle tiempo de terminar la frase: es el perdón.

Matan el ternero cebado: es el festín, el banquete eucarístico.

A nosotros de atravesar estas mismas etapas:

La Metanoia.

Es esta toma de conciencia, esta repentina lucidez de David cuando Natán —habiéndole hablado del pobre a quién el rico le había robado a la oveja — le dice: "eres tú." La palabra griega metanoia quiere decir: "cambio de espíritu": es una vuelta interior, una conversión, un descubrimiento de su enfermedad acompañadas de una voluntad de curarse. Las peores enfermedades son aquellas que se ignoran. La metanoia es una especie de despertar: "Despiértate, tú, que duermes, levántate de entre los muertos, y sobre ti resplandecerá el Cristo" (Efesios 5:14).

El pecado es un estado de letargo, de pre-muerte; el arrepentimiento es la sed de vivir, de vivir realmente, de toda la intensidad de vida que está en Dios. Es la respuesta del hombre a la Palabra de Dios mismo que nos es traída por el profeta Ezequiel: "No quiero la muerte del pecador, pero que se convierta y que viva."

La Confesión.

Cuando hacemos el mal, es todo el Cuerpo del Cristo que sufre, pues "si un miembro sufre, todos los miembros sufren con él" (1 Corintios 12:26). Cuando pecamos, no nos hacemos mal únicamente a nosotros mismos, pero, a toda la Iglesia. Es porqué el Apóstol Santiago nos dice: "Confiesen pues sus pecados los unos a los otros y recen los unos por los otros con el fin de que sean curados" (Santiago 5:16).

Hay, en particular, tres categorías de pecados que hacen al hombre extraño a Dios y que en todo tiempo, momentáneamente han excluido de la Iglesia a aquel que era fiel y quién, por uno u otro de estos pecados ha cesado de serlo:

La apostasía, pecado contra Dios.

Esta falta consiste en renegar su Cristo, cuando por cobardía, por miedo, tenemos vergüenza de decir que uno es su discípulo: "Aquel que me renegará delante de los hombres, yo lo renegaré delante de mi Padre" (Mateo 10:33). Era la falta de aquellos quienes, en período de persecución, decían no ser más cristianos; es la falta, hoy en día, de aquellos por temor a "ser mal vistos" por su entorno no creyente, dejarse llevar a seguir la moda de hoy, para darse aires de "no creyente."

El homicidio, pecado contra el prójimo.

No es únicamente el acto de aquel que mata, pero, también de aquel que odia "pues cualquiera que odia a su hermano es un homicida," nos dice el apóstol Juan (1 Juan 3:15). Odiar, es matar en espíritu. Aquel que no quiere perdonar, pero, que "enmohece" en su rencor, comete la misma falta. "Si no perdonan a los hombres, vuestro Padre tampoco los perdonará por vuestras faltas" (Mateo 6:15). Ver también la parábola del deudor despiadado (Mateo 18:23-35): "Si cada uno de ustedes no perdona a su hermano del fondo del corazón," el Padre celestial los tratará como el rey de esta parábola había tratado al deudor despiadado. Es porqué san Pablo nos dice: "Jamás dejes al sol acostarse sobre tu rencor" (Efesios 4:26).

La impudicia, pecado contra el amor y contra sí mismo.

Es la búsqueda del placer carnal sin amor, sin la dádiva definitiva de sí mismo al otro; es el pecado contra la carne (y no como impropiamente algunos dicen el pecado de la carne). Es el pecado de aquel que "peca contra su propio cuerpo" (1 Corintios 6:18), que peca contra el amor, que de una manera u otra profana el amor, el amor que es la comunión con Dios pues Dios es Amor (1 Juan 4:16). Aquel que profana el amor rechaza a Dios "pues Dios no nos ha llamado a la impureza pero a la santificación. De ahí, quién rechaza eso (es decir la santificación del amor), no es a un hombre que rechaza, es a Dios, Él que le hace la dádiva de su Espíritu Santo" (1 Tesalonicenses 4:7-8)… "¿No saben que vuestros cuerpos son miembros del Cristo? ¿E iré a tomar los miembros del Cristo para hacerlos miembros de prostituta? ¡Ciertamente, no! ¿O bien, no saben ustedes que aquel que se une a una prostituta no es más que un cuerpo con ella? pues está dicho: los dos no serán más que una carne… ¿No saben que vuestro cuerpo es un templo del Espíritu Santo que está en vosotros y que ustedes lo tienen de Dios? ¿y que ustedes no se pertenecen? ¡Han sido comprados a precio! Pues, Glorifiquen a Dios en vuestro cuerpo" (1 Corintios 5:15-19).

Pues aquel que ha cometido tales faltas debe, después de arrepentirse, solicitar a reintegrar el Cuerpo del Cristo; se necesita que este Cuerpo — la Iglesia — acepte de retomarlo en su seno, se necesita que la Asamblea lo perdone. Para ello se necesita que el pecador se presente a la Iglesia y, reconociendo su falta, se confiese a la Asamblea, a la Iglesia. Es el porqué en la Iglesia primitiva, la confesión era pública. Esto, sin embargo, presentaba graves inconvenientes pues algunos podían guardar el recuerdo de los pecados confesados y desconfiar del pecador, aunque haya sido perdonado. La Asamblea delegó en su presidente, su obispo o su sacerdote, para acoger al penitente y escuchar su confesión..

La confesión expresa la sinceridad del arrepentimiento; ella evoca el retorno del hijo pródigo al Hogar del Padre. El sacerdote que lo escucha, representa a la Iglesia, el cuerpo sufriente del Cristo entero, la Asamblea y su cabeza el Cristo: no es más que el humilde testigo.

El Perdon o la Absolucion.

Para que la Asamblea reintegre su miembro desfalleciente pero arrepentido, para que ella lo reconcilie a la vez con los otros miembros y con el Señor en común, se necesita que ella le transmita el perdón de Aquel quién "tiene poder de perdonar los pecados," de la cabeza del Cuerpo, del Cristo: entonces, en el nombre de la Asamblea, y en el nombre del Cristo, el sacerdote posa la mano sobre su estola ubicada sobre la cabeza del penitente arrodillado, gesto que representa la Mano curativa del Cristo — y le dice: "Todo lo que has dicho, a mi humilde persona… que Dios te lo perdone en este mundo y en el otro; que Nuestro Señor y Dios Jesucristo, por la gracia y la abundancia de su amor para con los hombres, te perdone, hijo mío, todas tus transgresiones… que la gracia del Espíritu Santo te tenga por eximido y perdonado." Es la absolución. El Espíritu Santo, a través del misterio de la Iglesia, a través del perdón de la Asamblea y de su sacerdote, ha transmitido al penitente el perdón y la curación del Cristo. De ahora en más "es más blanco que la nieve." San Isaac el Sirio, un monje del siglo VII, nos recuerda "Un puñado de arena en el mar inmenso, he aquí lo que es el pecado en comparación con la misericordia de Dios." Otro gran monje — del siglo XX — pues ha fallecido en 1938, Siluán, ha dicho: "Todo hombre que ha perdido la paz debe arrepentirse y el Señor le perdonará sus pecados. Entonces la alegría y la paz reinarán nuevamente dentro de su alma," pues se ha reconciliado con los hombres y con Dios. El perdón, es, en efecto, la reconciliación del hombre con su Señor, el reestablecimiento de la unión natural que hace comunicar a la criatura con el Creador: "Porque en Cristo estaba Dios reconciliando consigo al mundo, no tomándole cuenta de sus pecados, sino dándonos la palabra de la reconciliación" (2 Corintios 5:19)… "La prueba que Dios nos ama, es que el Cristo, entonces cuando todavía éramos pecadores, ha muerto por nosotros… Si siendo enemigos fuimos reconciliados a Dios por la muerte de su Hijo, cuanto más, una vez reconciliados, seremos salvados por Su Vida" (Romanos 5:8-10). El perdón de Dios, por Jesucristo, no devuelve la verdadera vida, nos libera de la muerte. Entonces, escuchemos a san Pablo, si, escuchémoslo cuando nos dice: "Nosotros les suplicamos en el nombre del Cristo, déjense reconciliar con Dios" (2 Corintios 5:20), con el fin de poder exclamar con él: "Nosotros nos glorificamos en Dios por Nuestro Señor Jesucristo por quién, desde el presente, hemos obtenido la reconciliación" (Romanos 5:11). El pecador perdonado es nuevamente miembro en parte entera del Cuerpo del Cristo.

El Festin.

` Él puede, de ahora en más, libremente, como antes, acercarse de los Santos misterios, comulgar en el Cuerpo y en la Sangre del Cristo Salvador, beber de la Fuente de Agua Viva, y recibir la vida eterna: el misterio del arrepentimiento desemboca sobre el misterio de la Eucaristía; el pecador es curado y salvado.

 

El Misterio de la Unción.

El hombre es un todo, es al mismo tiempo alma y cuerpo. Como lo dice san Gregorio Palamas (en el siglo XIV): "No aplicamos el nombre de hombre separadamente al alma y al cuerpo pero a los dos juntos, pues, el hombre entero fue creado a la imagen de Dios." Lo mismo san Ireneo nos dice que el Cristo es el Salvador del alma y del cuerpo: si Él no salvaba nuestro cuerpo, ¡ no nos salvaría del todo, pues nunca hemos visto un hombre sin cuerpo!

Es porqué el Cristo curaba las enfermedades del cuerpo tanto como las del alma, y el Evangelio está sembrado de relatos de enfermos graves — paralizados, ciegos, sordos, mudos, leprosos, epilépticos, poseídos del demonio — que Jesús ha curado. Esta acción, sus Apóstoles lo prolongarán: "Echaban a muchos demonios, y hacían unciones con aceite a numerosos enfermos y los curaban" (Marcos 6:13). Esta acción curativa, el Señor la continúa hoy en día dentro de su Iglesia, por su Espíritu Santo, en el misterio de la unción de los enfermos.

La unción de los enfermos está destinada a no importa cual enfermo, cual sea la gravedad de su estado, y siempre se hace con la esperanza de la curación: es por ello que es totalmente erróneo que algunos han llamado a esta unción "extremaunción" como si se tratara de un sacramento administrado una sola vez, y esto sin esperanza de curación, en los últimos instantes de la vida.

No es así. Esto resalta claramente de la institución del sacramento tal cual nos es relatado en la Epístola de Santiago (5:13-15): "¿alguno de ustedes está enfermo? Que llame a los presbíteros ("ancianos" o "sacerdotes") de la Iglesia y que ellos recen sobre él luego de haberlo ungido con óleo en el nombre del Señor. La oración de la fe salvará al paciente y lo levantará. Si ha cometido pecados, le serán remitidos." Aparece bien en esta frase del Apóstol que no existe una frontera entre los males del cuerpo y los del alma: además, la medicina lo sabe muy bien; es él porqué a lo largo del oficio de la unción, se reza por la curación del cuerpo y por el perdón de los pecados del enfermo. La curación está solicitada en el cuadro del arrepentimiento y de la salvación y no como un fin en sí mismo. La vida — la verdadera, la eterna — no termina con el deceso del hombre. Cualquiera fuese el resultado de la enfermedad — es decir que el hombre se restablezca o que fallezca — tiene necesidad de arrepentirse y necesita del perdón divino. Es esto, la verdadera curación. Por la Santa Unción y su poderosa plegaria para el enfermo — quién es nombrado por su nombre, pues, este sacramento, como todos los sacramentos, es personal — la Iglesia recuerda al hombre que no está solo, pues ella está presente a su lado; toda la Asamblea sufre junta cuando uno de sus miembros sufre (1 Corintios 12:26), y toda la Asamblea, por las plegarias de sus sacerdotes, pide perdón, auxilio y liberación del círculo vicioso del pecado y del sufrimiento. La gracia de Dios cura las enfermedades del cuerpo y del alma.

Así, la unción puede traer al enfermo a la salud o por lo menos darle el aumento de fuerza necesaria, o recobrar la esperanza. La Iglesia no viene a tomar el lugar del médico cuando este ha agotado todos los recursos de la ciencia. No, ella viene para reintroducir al hombre sufriente y angustiado dentro del amor y la vida de Dios que es la vida misma. En el Cristo, todas las cosas — la alegría y el sufrimiento, la salud la enfermedad, la vida y la muerte — tienen un sentido, todo puede ser un camino hacia la Vida. El hombre es llamado, ayudado a ir hacia Dios con confianza como un pájaro se lanza en al aire o un pescado en el agua, y a continuar a cantar Su Gloria; sea aquí abajo si recobra la salud, sea en la vida por venir. Cantar su gloria y también decir: "Ten piedad de mí, pecador," en la actitud de sumisión a la voluntad del Señor, de confianza y de humildad de aquel que espera todo de la misericordia divina.

El oficio de la unción de los enfermos puede ser celebrado sea en la iglesia, en la Asamblea de los fieles, si el enfermo puede asistir, sea en el hogar. Está previsto que sea celebrado por siete sacerdotes; sin embargo, tres de ellos, dos o uno solo pueden hacerlo.. es de uso administrar el Miércoles santo el sacramento de la unción de los enfermos a todos los fieles, para la curación de sus males y de sus "pecados olvidados," en la "confluencia, justamente del cuerpo y del alma." Lo que caracteriza al oficio, es lo que contiene.

1º— Siete plegarias de bendición del óleo, o plegarias del óleo — en griego euchelaión — luego de las cuales los sacerdotes, como les prescribe el apóstol, ungen de óleo de misericordia al enfermo en la frente, en la nariz, en las sienes, en la boca, sobre el pecho, entre los hombros, sobre la palma y el dorso de la mano. Una de entre ellas comienza así: "Padre santo, médico de las almas y de los cuerpos, has enviado a tu Único Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, para curar todo mal y liberar de la muerte, cura también a tu servidor en su debilidad tanto corporal como espiritual… "

2º— Lectura de siete pasajes de las Epístolas y del Evangelio. Todos estos pasajes manifiestan el amor eficaz del Señor Jesús por los enfermos y los pecadores. Constituyen un verdadero himno al Amor de Dios en Cristo y a Su Misericordia. Conviene remarcar aquí que misericordia, compasión, en griego se dice eleos y que el aceite s dice elaión, de manera que el aceite se vuelve totalmente natural, en los evangelistas, el símbolo de la divina misericordia. Leemos en la parábola del Buen Samaritano: "Un samaritano… llegó cerca de él, lo vio y fue tocado de compasión — eleos; se acercó, vendo sus llagas, y vertiendo óleo — elaión — y vino" (Lucas 10:33-34). Lo mismo, se lee la parábola de las Diez Vírgenes, donde el aceite, del cual las cinco vírgenes sabias se aprovisionan para sus lámparas, representa la misericordia de la cual se debe abastecer el cristiano.

Siete Epístolas, siete Evangelios, siete plegarias, siete unciones por siete sacerdotes, es un acto de plenitud de la Iglesia, de la catolicidad de la Iglesia, del Cuerpo del Cristo todo entero y no una plegaria individual de tal o cual "curación."

 

15. Conclusión.

Es habitual en la Iglesia, desde el siglo XIII, de hablar de "siete sacramentos" (en griego mysteria o misterios): Bautismo, Crismación (Confirmación), Eucaristía, Arrepentimiento (Penitencia), Sacerdocio, Matrimonio, Unción de los enfermos. Profundizando el sentido de estos "sacramentos" hemos descubierto que en el fondo son tanto de aspectos diversos de un solo Misterio, aquel del Cristo que también es el misterio de su Cuerpo resucitado, el misterio de su Iglesia, el misterio de la presencia de Dios en el medio de la Asamblea de los creyentes y por ella en el mundo. Este misterio, nosotros lo vivimos participando a la divina Eucaristía, que, justamente, es comunión en el misterio del Cristo y experiencia del misterio de la Iglesia. Es por el Bautismo y la Crismación que entramos en la Asamblea eucarística, que nos tornamos miembros del cuerpo del Cristo. Es por el misterio del Arrepentimiento que nosotros reingresamos cuando por el pecado hemos salido. Es por el misterio de la Coronación que los nuevos hogares se integran. Es por la Unción del óleo que los miembros enfermos encuentran la plena participación a la vida del Cuerpo. Es por fin, por la ordenación sacerdotal que la Asamblea eucarística, el Cuerpo del Cristo, se estructura y organiza. En fin, todos los "sacramentos" contribuyen a la plenitud del misterio eucarístico y desembocan sobre él; en todo, en definitiva, no son más que la manifestación del único misterio del Cristo, viviendo por su Espíritu Santo en la Iglesia.

Los "sacramentos" no son, en efecto, simples actos humanos: son esencialmente manifestaciones de la Pentecostés, de las obras del Espíritu Santo, confirmando la Palabra del Cristo (haciéndonos parte" de las riquezas insondables que se esconden en Él y uniéndonos misteriosamente al Cuerpo del resucitado para asociarnos a la obra que Él hace para el mundo.

"… Este misterio es grande… se aplica al Cristo y a la Iglesia."

Así, honrados por nuestro Salvador, como no clamaremos con san Pablo: "Si, tengo la certeza, ni muerte ni vida, ni ángel ni principado, ni presente ni futuro, ni poder ni altura ni profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarme del amor de Dios manifestado en el Cristo Jesús Nuestro Salvador" (Romanos 8:38-39).

 

 

Septima Parte.

El segundo Advenimiento

y la vida por del siglo por venir.

 

Introduccion.

"Y volverá con gloria a juzgar los vivos y los muertos y su reinado no tendrá fin," proclamamos en el Símbolo de la Fe: el segundo Advenimiento del Señor Jesús — su Retorno en gloria al fin de los tiempos — y la llegada de su Reino, tal es el tema central de esta séptima y última parte de este libro.

Cuando el hombre piensa al fin de los tiempos, evidentemente incluye en este misterio la inquietud de su propio destino, y es en definitiva la cuestión del devenir de su propio "yo" que constituye su interrogación fundamental: "¿Qué me sucederá cuando muera?" Todo hombre, en efecto, se cree el centro del mundo; por la revelación bíblica, y a continuación, para la Tradición de la Iglesia o Tradición apostólica, el centro del mundo, no es el "yo" pero Aquel que ha dicho: "Soy Alfa y Omega, el comienzo y el fin" La pregunta a la cual responde la Biblia es pues: "¿Que pasará cuando el Cristo retorne?"

La Iglesia vive en la espera del retorno de su Señor: el fin de los tiempos, es pues la realización, el "día del Señor," el "segundo y glorioso nuevo Advenimiento," términos que implican un mundo totalmente nuevo del cual los profetas del Antiguo Testamento y los autores del Nuevo nos han hablado en un idioma a menudo simbólico que se encuentra a veces al límite de lo que la palabra humana es capaz de expresar: algunos temas se entrecruzan — expresiones de diversas tradiciones y revelaciones que se yuxtaponen sin excluirse: resulta una visión global grandiosa más difícil de descifrar, como sería el dibujo de una tapicería donde los numerosos hilos embrollados formarían cada uno una figura original; pero los cristianos leen las Escrituras tal los peregrinos de Emmaus iluminándolos con la Luz del conocimiento que viene del encuentro con el Señor Jesús: entonces todos estos temas se ordenan alrededor de Su Retorno: es pues, sobre esta perspectiva central que estudiaremos sucesivamente:

Capítulo 1º Los dos Advenimientos del Señor

Capítulo 2º La espera del segundo Advenimiento: la vigilancia

Capítulo 3º Los Signos precursores del segundo Advenimiento

Capítulo 4º El fin del mundo y la creación del nuevo mundo

Capítulo 5º La Resurrección de los muertos

Capítulo 6º El Tiempo litúrgico

Capítulo 7º La Vida en la muerte

Capítulo 8º El Juicio

Capítulo 9º Un acercamiento de la escatología ortodoxa

Capítulo 10º La plegaria por los muertos y la comunión de los Santos

Capítulo 11º La Dormición de la Madre de Dios

Capítulo 12º La Jerusalén celestial

 

 

1. Los dos Advenimientos del Señor

En el Antiguo Testamento.

Se podría, leyendo ciertos pasajes del Antiguo Testamento, en particular el libro de Isaías, tener la impresión de una sola venida del Mesías que inauguraría inmediatamente una era de reconciliación, de Justicia, de gloria y de bonanza: "Una rama saldrá de la cepa de Jesé (el padre de David)… Juzgará a los débiles con justicia… Del aliento de Sus labios, hará morir a los malvados… El lobo habitará con el cordero… Sobre el agujero de la serpiente, el niño extenderá su mano… No se hará mal ni destrucción sobre mi montaña santa, pues el país será llenado del conocimiento del Señor (…). Y la gloria será su estadía" (Isaías 11:1-10). Y todavía el Señor, el Todopoderoso, va a dar sobre esta montaña un festín para todos los pueblos (…). Hará desaparecer la muerte para siempre. El Señor Dios secará las lágrimas sobre todos los rostros, y en todo el país sacará la vergüenza de su pueblo. Se dirá, en ese día: es Él nuestro Dios, hemos esperanzado en Él y nos libera (…). Exaltemos, regocijemos, pues Él nos salva (Isaías 25:6-9).

Novicio: el Mesías sin embargo vino ya hace 2000 años, y lejos de ver al lobo jugar con el cordero, desaparecer la muerte, veo malvados y poderosos oprimir y explotar a los débiles, desencadenarse la violencia y los muertos llenar los cementerios…

Maestro: ¡Sí, lamentablemente, es cierto! Pero espera un poco. Tu sabes que en este libro siempre leemos el Antiguo Testamento a la luz de lo que el Cristo nos ha revelado. Una tal lectura del libro de Isaías, y también pasajes similares de los libros de Daniel, de Zacarías o de Malaquías, nos dejan entrever que en las frases que venimos de leer, en esta visión global de la era mesiánica, hay una especie de choque de dos planos sucesivos: cuando vemos de muy lejos dos montañas — en realidad situadas a una gran distancia una de la otra — aparecen las dos sobre un mismo plano, si nos acercamos, percibimos al llegar a los bordes de la primera, que la segunda esta todavía lejos y atrás. Lo mismo podemos distinguir en los profetas dos aspectos, en apariencia contradictorios, de la llegada del Mesías; esta contradicción desaparece si consideramos como refiriéndose a dos venidas sucesivas del mismo Mesías.

No leemos los textos del Antiguo Testamento con el "velo" que tenían todavía sobre el corazón aquellos que leían sin haber reconocido en Jesús al Mesías. Es en Cristo que el velo desaparece. Es únicamente por la conversión al Señor que el velo cae (2 Corintios 3:14-16).

El Libro de Isaias.

Por una parte el Libro de Isaías describe al Mesías como un Servidor burlado, humillado: "Su aspecto estaba desfigurado; Él ya no tenía aspecto humano… Ha sido traspasado a causa de nuestros pecados; aplastado a causa de nuestros crímenes… por sus sufrimientos mi Servidor rendirá justicia de multitudes sucumbiendo a sí mismo por sus faltas. Es librado a la muerte. Se lo consideró entre los pecadores, cuando soportaba las faltas de las multitudes y que Él intercedía por los pecadores" (cf. Isaías 52:14; 53:12).

Por otra parte, este mismo libro de Isaías describe al Mesías llegando con gloria, la Gloria misma de Dios. Se trata de un pasaje (Isaías 35:1-10) al cual Jesús mismo hace alusión, cuando los discípulos de Juan Bautista prisionero, le pregunta si Él es "Aquel que debe venir" (Mateo 11:2-6), texto que la Iglesia lee el día de la Epifanía durante la Bendición de las aguas: "Que se regocijen el desierto y las tierras áridas, que la estepa exulte y florezca… que ella salte y dance y grite de alegría. La gloria del Líbano le es dada, el esplendor del Carmelo y de Sharón, y veremos la gloria del Señor, el esplendor de nuestro Dios… digan a aquellos que se enloquecen: sean fuertes, no teman, he aquí vuestro Dios… Él mismo viene a salvarlos… Entonces los ojos de los ciegos verán… entonces el cojo saltará como un ciervo… surgirán aguas en el desierto, torrentes en las estepas…"

Novicio: En efecto, estos dos pasajes dan del Mesías dos imágenes totalmente contradictorias…

Maestro: Ellas no lo son si aplicamos al primero de estos textos a la primera llegada del Mesías, anunciando el Reino de Dios a un mundo hostil: "Él ha venido al mundo… y el mundo no lo ha conocido: vino a su casa y los suyos no lo han recibido… La Luz resplandece en las tinieblas y las tinieblas no lo han comprendido" (Juan 1:5-11). El segundo texto se refiere al Segundo Advenimiento que el Señor Jesús anuncia Él mismo cuando promete de volver en la gloria. La era mesiánica inaugurada por la Encarnación necesita para cumplirse la colaboración de los hombres: es lo que llamamos sinergia. Los hombres al unirse por una fe activa al Señor crucificado y resucitado prepararán este Segundo Advenimiento, triunfo definitivo de la justicia y de la vida sobre el mal y la muerte: el lobo y el cordero serán entonces reconciliados…

El Libro del Profeta Daniel.

Este libro nos hace entrever los dos Advenimientos del Mesías.

En una primera visión — sueño alegórico del rey Nabucodonosor interpretado por el Profeta — encontramos la imagen extraña de la piedra que crece y se extiende. Había una inmensa estatua, brillante de aspecto aterrorizante; su cabeza era de oro fino, su pecho y sus brazos de plata, su vientre y sus muslos de bronce, sus piernas en hierro, sus pies en parte de hierro y en parte de arcilla cocida. De repente, sin que una mano la toque, una piedra se desprendió, vino a golpear la estatua a los pies y la quebró: hierro, bronce, plata y oro se dispersaron sin dejar rastros. La piedra se tornó una gran montaña que llenó toda la tierra (Daniel 2:31-36).

Daniel interpretando el sueño, ve, en los cuatro componentes de la estatua, la sucesión de los cuatro grandes reinos. El último reino, simbolizado por los pies, es un reino dividido, poseyendo en él la fuerza y la debilidad. La piedra es igualmente un reino, pero, con la diferencia respecto a los otros, este reino es edificado por el Dios del Cielo. Daniel determina: Este Reino no será destruido; no pasará a otro pueblo; aplastará a los otros reinos y subsistirá para siempre" (Daniel 2:44).

Esta simple piedra que se desprende sin que la mano del hombre la haya tocado, pero que hace volar en pedazos la inmensa estatua (noten el lado perturbador — para no decir subversivo — del Reino de Dios que ataca a las potencias de este mundo) llena progresivamente toda la tierra, aniquilando uno después del otro a todos los reinos terrestres: anticipación del proceso histórico desencadenado por la irrupción del Mesías. También leemos este pasaje la víspera de Navidad pues la Iglesia ve el anuncio de la primera venida del Mesías inaugurando su Reino en este mundo: "Oh Virgen, montaña sin corte, una Piedra que ninguna mano ha desprendido se ha desprendido de Ti, es la Piedra angular, el Cristo que reúne las naturalezas separadas…" (novena oda, tono IV, maitines de Navidad). Este himno nos hace descubrir, en una sola frase, que la montaña de Daniel prefigura la Madre de Dios. La piedra es la imagen del Cristo, nacido de la Virgen sin la intervención de un padre según la carne.. Esta piedra es también la piedra angular del salmo 117[118], v. 22, rechazada por los constructores y sobre la cual reposa todo edificio. Es todavía la piedra, revelada a Isaías, como preciosa, fundamental, que san Pedro, en su primera Epístola (1 Pedro 2:4-7), reconociendo en ella al Cristo, denominado "Piedra viviente."

Segunda visión. En el capítulo 7º del mismo libro de Daniel, el Profeta exclama: "Miraba en las visiones de la noche y he aquí, llegando sobre las nubes del cielo, como un Hijo del hombre; llegó hasta el Anciano y lo hicieron acercarse en su presencia y le fue dada la soberanía, gloria y realeza: las gentes de todos los pueblos, naturalezas e idiomas le servían; se reinado es un reinado eterno, su reino no tendrá fin y su realeza es una realeza que jamás será destruida" (Daniel 7:13-14). Es evidente que se trata del mismo Reino, pero el Rey aparece "viniendo sobre las nubes del Cielo" y se presenta delante del Trono del Padre celestial (el Anciano). El Cristo mismo se aplicará esta profecía para anunciar su retorno glorioso (Mateo 24:30) y lo citará delante de Caifás (Mateo 26:64) provocando de esta manera su condena a muerte como blasfemo.

El Profeta Zacarias.

Él también describe al Mesías tanto humilde y sufriente, tanto todopoderoso y glorioso.

Humilde y sufriente: "He aquí que tu Rey viene a ti… humilde y montado sobre un burro, sobre un pollino hijo de una borrica" (9:9). El evangelista Juan (12:16) nos dice que los discípulos de Jesús, después de su Resurrección, "recordaron que esto se había escrito de Él y era realmente lo que le habían hecho" el domingo de Ramos cuando hizo su entrada en Jerusalén. El Profeta Zacarías escribe en el capítulo 12 (vs. 10 a 12): "Miraron hacia Aquel que fue traspasado: harán sobre Él la lamentación como se hace para un hijo único y llorarán como se llora al primogénito… y el país lo lamentará."

Por el contrario, en el capítulo 14, Zacarías nos describe al Cristo glorificado y todo poderoso: "Y ese día, Sus pies se posarán sobre el Monte de los Olivos, que está enfrente de Jerusalén al Oriente. El Monte de los Olivos se rajará por el medio… luego el Señor mi Dios llegará acompañado de todos Sus santos… será un día único sin alternancia del día y de la noche… entonces el Señor se mostrará Rey de toda la tierra. En ese día el Señor será único y su nombre único…"

En el Nuevo Testamento.

Durante su primer Advenimiento, el Mesías profetiza su segundo Advenimiento: "Y se verá al Hijo del hombre venir sobre nubes del cielo con poder y gran gloria. Y mandará a sus ángeles con una trompeta sonora para reunir a sus elegidos de los cuatro rincones del horizonte, de un extremo de los cielos al otro" (Mateo 24:30-31; Marcos 13:26-27; Lucas 21:27).

San Pablo, en la primera de sus cartas, que escribió de Corinto a los Tesalonicenses en el año 51, nos recuerda esta promesa del Señor Jesús: "He aquí lo que tenemos a decirles, según la Palabra del Señor… El Señor mismo, a la señal dada por el Arcángel y la trompeta de Dios, descenderá del cielo" (1 Tesalonicenses 4:15-16). "Como un rayo, en efecto, parte del levante y brilla hasta el poniente, así será el Advenimiento del Hijo del hombre" (Mateo 24:27).

Cuando en el momento, nadie conoce ni el día ni la hora, tampoco los ángeles en el cielo, ni Él mismo Hijo del hombre, pero solamente el Padre (Mateo 24:36). Es porqué Jesús nos dice "Velen," y, utilizando una imagen fuerte: "El día del Señor vendrá como una ladrón en la noche: velen para no ser sorprendidos" (Mateo 24:42-44; 2 Pedro 3:10).

 

2. La espera del segundo Advenimiento: la vigilancia.

Jesús indica que la actitud fundamental del creyente debe ser la vigilancia.

La vigilancia, es estar listo, listo para el reino, listo para acoger al Señor. En la parábola de las diez vírgenes, de la cual hemos hablado a propósito de la Iglesia esposa del Cristo, las vírgenes sabias "velaban" estando atentas y manteniendo el aceite en sus lámparas, es decir la acción del Espíritu Santo en sus almas. Jesús también propone otra parábola: la del Servidor fiel que su amo encuentra despierto cuando llega a una hora inesperada. La Iglesia a retomado en los cantos solemnes de los maitines del Lunes, Martes y Miércoles santos los temas de estas parábolas. En los cantos, es el alma de cada uno de los fieles que trata de identificarse ala Virgen sabia y al Servidor despierto.

Este estado de "vela" es por lo tanto más que lo que habitualmente designamos con esta palabra, en oposición al estado de sueño fisiológico. Esta vigilia que nos pide Jesús se asemeja a la del centinela, atenta al menor signo que indicara la presencia del Enemigo. Ella es la condición del combate "espiritual" y se opone pues al sueño espiritual, donde se deja llevar por los eventos en una vida automática que se desarrolla como en un sueño. En un tal estado de ausencia, de "sonambulismo," el reino no puede crecer en nosotros: es así, que dirigiéndose a los Efesos, el Apóstol Pablo, interpretando Isaías (26:19), dice: "Despierta, tú que duermes, levántate entre los muertos y el Cristo te iluminará" (Efesos 5:14).

También dice Pablo: "Oren sin cesar" (1 Tesalonicenses 5:17). Es una manera de responder a la orden expresa del Señor: "Velen." Una tradición ortodoxa espiritual liga la vigilancia y la plegaria perpetua. Esta tradición es ilustrada en el Relato de un Peregrino ruso, donde un simple campesino, hecho vagabundo, se hace una sola y única pregunta, donde se concentra toda su razón de vivir: ¿Qué significa: "Orad sin cesar"? A fuerza de hacérsela obstinadamente, el peregrino encuentra la respuesta en la enseñanza de la oración incesante que no fluye de los labios pero del corazón y hace repetir incansablemente el Nombre de Jesús. Es la "oración del corazón" u "oración de Jesús," que puede tomar esta forma: "Señor Jesucristo ten piedad de mí, pecador"

Cuando los miembros de la Iglesia viven en el amor mutuo, el perdón, la reconciliación y la humildad, se conducen en "hijos de la Luz" (Juan 12:36). No se contentan por manifestar que la noche esta avanzada y que el Día del Señor está próximo (Romanos 13:12), se apresuran y anticipan la llegada de este Día (2 Pedro 3:12) manifestando su vigilancia.

 

3. Los signos precursores del segundo Advenimiento.

Acosados por el Señor de prepararse para su retorno, los discípulos le preguntan con insistencia las precisiones: "¿Dinos, cuando tendrá lugar y cual será el signo de tu advenimiento y del fin del mundo?" (Mateo 24:4; Marcos 13:4 y Lucas 21:7). Rehusando de indicarles una fecha, el Señor Jesús, no obstante les revela los signos precursores que, a medida que se producen, confirman Su Palabra, reaniman nuestra fe, nos recuerdan la inminencia permanente de la Venida del Esposo, de este Esposo que tarda en venir, pero que, sin embargo vendrá cuanto menos lo esperamos. Enumeremos estos signos en el orden del Evangelio según san Mateo. Algunos de ellos nos han sido dados en el transcurso de la historia, otros lo son todavía: no se puede hablar de un orden cronológico.

"No Quedará Aquí Piedra Sobre Piedra …"

Es delante del esplendor deslumbrador del Templo de Jerusalén, nuevamente reconstruido por el rey Herodes, y en respuesta a la admiración de sus discípulos — "¡Maestro, mira que piedras, que construcciones!" (Marcos 13:1) — que el Señor Jesús evócale fin del mundo y su segundo Advenimiento: la destrucción del Templo y de la ciudad de Jerusalén, constituirá el primer signo precursor del fin: "Ven todo esto, ¿no es cierto? En verdad les digo, no quedará aquí piedra sobre piedra: todo esto será destruido" (Mateo 24:2). Y también: "Cuando vean Jerusalén cercada por los ejércitos, dense cuenta que su devastación es muy cercana: entonces, los que estarán en Judea huyan hacia las montañas, los que estén en el interior de la ciudad se alejen y que aquellos que estén en los campos no vuelvan: pues serán días de castigo, donde todo lo que ha sido escrito se cumplirá. ¡Desgraciadas aquellas que estén embarazadas o amamanten esos días! Habrá, en efecto, gran aflicción en el país y cólera contra este pueblo. Serán pasados al filo de la espada, llevados cautivos en todas las naciones y Jerusalén quedará pisoteada a los pies de los paganos hasta que estén terminados los días de los paganos" (Lucas 21:20-24).

Esta profecía debía realizarse cuarenta años más tarde en agosto/septiembre del año 70, durante el reinado del emperador Vespasiano, su hijo Tito sitió a Jerusalén, arrasó la ciudad e incendió el templo. Los habitantes fueron matados, vendidos o condenados a trabajos forzados. Los discípulos de Jesús, recordando entonces las palabras de su Señor, vieron el cumplimiento del primer signo precursor de su Retorno: la destrucción de Jerusalén permanece el símbolo del fin del mundo, es por ello que nos sentimos consternados por los eventos que se desarrollan en Tierra Santa: "Sion, cada uno le dice: ¡Madre! Pues en ella cada uno ha nacido" (Salmo 86[87], 5).

"Vendran Muchos Bajo Mi Nombre Que Diran: Soy yo el Cristo."

"Estén atentos que no abusen de ustedes, pues, vendrán muchos bajo mi Nombre que dirán: Soy yo el Cristo, el tiempo es bien cercano, ellos abusarán de mucha gente; no se pongan a seguirlos" (Mateo 24:5; Marcos 13:6; Lucas 21:8). La historia ya ha conocido falsos cristos y conocerá a otros. Es viviendo en la Iglesia que evitaremos de sucumbir a su ilusoria seducción.

"Ustedes Tambien Escucharan Hablar de Guerras… Hambrunas y Temblores de Tierra."

"Ustedes también escucharán hablar de guerras y de rumores de guerras; no se dejen alarmar; pues, es necesario que esto suceda, pero, todavía no es el fin. En efecto, se levantarán naciones contra naciones y reinos contra reinos. Habrá aquí y allá hambrunas y temblores de tierra, y todo esto no hará que comenzar los dolores del nacimiento" (Mateo 24:6-8; Marcos 13:7-8; Lucas 21:8-11).

Los Libraran a los Sufrimientos y la Muerte…"

"Los librarán a los sufrimientos y a la muerte; serán odiados por todos los pueblos a causa de mi Nombre. Entonces muchos sucumbirán; serán traiciones y odios intestinos" (Mateo 24:9-10)… "Estén sobre sus guardias. Los librarán a los sanedrines (tribunales), serán golpeados con varas en las sinagogas y comparecerán ante gobernadores y reyes por causa Mía para rendir testimonio ante ellos" (Marcos 13:9)… "Metan bien en vuestro espíritu que no tiene que preparar la defensa; pues, les daré Yo mismo un idioma, una sabiduría a la cual ninguno de vuestros adversarios no podrá resistir ni contradecir. Así mismo serán librados por vuestros padres y madres, por vuestros cercanos, vuestros amigos; harán morir a varios de entre ustedes, y serán odiados por todos a causa de mi Nombre. Pero ni un solo cabello de vuestra cabeza perecerá. Salvarán vuestras vidas por vuestra constancia" (Lucas 21:14-19).

Estas palabras — que se reúnen a aquellas de las Bienaventuranzas: "Bienaventurados serán cuando los persigan… a causa Mía" — dieron a los mártires de los tres primeros siglos de nuestra era el coraje de resistir a las persecuciones y de regar a la Iglesia de su preciosa sangre hasta la conversión del imperio romano en su plenitud. Siguiendo, las persecuciones se retomaron en los países de misión. Y he aquí que resurgen, en nuestros días, con una nueva intensidad en numerosos países largamente considerados como cristianos. La Iglesia también se tiene que preparara afrontar el neo-paganismo contemporáneo, monstruo frío, aterrador por la eficacia de sus técnicas y de su ciencia al servicio del apetito del poder y del goce.

"La Iniquidad Creciente…"

Un optimismo naif imagina que en cada generación los hombres mejoran, como si el progreso moral fuera a la par con el progreso de las ciencias.

El Señor, al contrario, nos advierte que antes de su retorno, "por seguir la iniquidad creciente, el amor se enfriará en muchos" (Mateo 24:12)… "Habrá una gran angustia, tal que no hubo desde el comienzo del mundo hasta ese día y que no habrá más. Y si esos días no habían sido reducidos, ninguno tendría la vida salva; pero a causa de los elegidos, serán abreviados esos días" (Mateo 24:21-22). El Señor Jesús mismo dirige la pregunta: "¿El Hijo del hombre cuando venga encontrará la fe sobre la tierra?" (Lucas 18:8).

San Pablo, escribiendo a Timoteo (2 Timoteo 3:1-5) retoma este anuncio de pruebas: "Sabe bien, además, que en los últimos días sobrevendrán momentos difíciles, los hombres, en efecto, serán egoístas, codiciosos, jactanciosos, orgullosos, difamadores, rebeldes a sus padres, ingratos, sacrílegos, sin corazón, implacables, murmuradores, intemperantes, intratables, enemigos del bien, delatores, desvergonzados, ciegos por orgullo, más amigo de la voluptuosidad que de Dios, teniendo las apariencias de la piedad pero en realidad renunciado a su espíritu. A estos, también, evítalos."

Hoy asistimos al desencadenamiento del orgullo y de la incredulidad, a un recrudecimiento de la delincuencia y de la criminalidad, a crímenes colectivos cometidos por los Estados, al empleo sistemático, monstruoso, satánico de la tortura por numerosos gobiernos de horizontes políticos los más diversos. No nos dejemos intimidar ni descorazonarnos: al contrario, resistamos con tanta o más audacia y de tenacidad que el Señor Jesús nos ha preparado a afrontar estas pruebas anunciándonos, permitiendo de esta manera de discernirlas como un signo de la inminencia de Su Retorno: más el Maligno se manifiesta, más debemos quedarnos fieles: "Aquel que preservará hasta el final será salvado" (Mateo 24:13).

"Esta Buena Nueva Será Proclamada en el Mundo Entero."

"Esta buena nueva (en griego evangelión) será proclamada en el mundo entero en testimonio a la faz de todos los pueblos y entonces vendrá el fin" (Mateo 24:14).

No es solamente para que ella aporte sus frutos en el corazón de aquellos que la han escuchado que el Señor trae la Buena Nueva, pero para que sea anunciada a todas las naciones antes de su Retorno. Es porqué el Señor Jesús envió de a dos a sus discípulos delante de Él en todas las ciudades y en todos lo sitios donde Él mismo tenía que ir. Les dijo:

"La mies es grande, pero hay pocos obreros, oren pues al Amo de la mies de enviar obreros a su cosecha. Partan; he aquí que los envío como corderos en el medio de los lobos. No lleven ni bolsa, ni alforja, ni calzado… en las casas que puedan entrar, digan primero: que sea la paz sobre esta casa, y si se encuentra ahí un hijo de paz, vuestra paz se posará sobre él; sino, ella volverá a ustedes… en algunas ciudades en las que ustedes entren, curen a los enfermos que se encuentran y digan a las gentes: el reino de Dios se ha acercado a ustedes" (Lucas 10:1-9).

Era en el tiempo donde Jesús mismo predicaba entre los judíos, pues, convenía que el Reino fuese primeramente anunciado a Israel. Jesús envía pues a sus discípulos a Judea y e Galilea delante de Él. Los envía con las manos vacías, como inocentes sin defensa, locos de Dios, poseyendo nada más que la Palabra fecunda a sembrar para la futura mies.

No obstante, llegado al término de su predicación, cuando casi todo fue cumplido y que la Cruz pronto se iba ha erguir, antes de su última vigilia en el Monte de los Olivos, Jesús dice a sus discípulos: "Cuándo los envié sin bolsa, sin alforja y sin calzado, ¿les ha faltado alguna cosa? Respondieron: Nada. Él les dijo: Ahora al contrario, que aquel que tiene una bolsa que la tome, que aquel que tiene una alforja que también la tome, y aquel que no tiene una espada, venda sus vestidos y compre una espada. Pues, les digo, es necesario que se cumpla en Mí esta Palabra de la Escritura: Fue puesto en el rango de los infames" (Lucas 22:35-37).

¿Porqué este cambio, porqué esta brusca puesta en guardia a los discípulos contra la hostilidad que van a encontrar? Bien que Jesús no lo diga explícitamente, se trata de una predicación extendida a todas las naciones hasta los confines de la tierra, según las Escrituras. La Buena Nueva fue primeramente anunciada al pueblo judío, pero este, en su conjunto, no la comprendió. En el prólogo del Evangelio de Juan, leemos: "La Palabra era la Luz verdadera… ella vino a su casa y los suyos no la han recibido" (Juan 1:9-11). La Cruz es la consecuencia de este rechazo: es necesario que Jesús sea "elevado de la tierra" sobre el leño para que Él "atraiga a todos los hombres a Él" (Juan 12:32). Es entonces, enseguida después de su Resurrección, que puede decir a sus discípulos: "Ustedes serán mis testigos en Jerusalén, en toda la Judea y Samaria y hasta los confines de la tierra" (Hechos 1:8). "Id, pues, a todas las naciones, hagan discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo y enseñándoles a observar todo lo que yo les he prescripto, y Yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo" (Mateo 28:19-20). No obstante, Jesús sabe, si los "suyos" — es decir el pueblo preparado por Dios a recibirlo — han resistido a Su Palabra, con más razón el mundo resistirá al Evangelio. Previene a sus discípulos que la evangelización será un duro combate: "El Reino sufre violencia y los violentos lo arrebatan" (Mateo 11:12).

Después de veinte siglos de evangelización, La Buena Nueva ha llegado hasta los extremos de la tierra, pero el mundo sigue resistiendo. No solamente el mundo exterior, pero también nuestro mundo interior: también, únicamente aquellos que se hacen violencia y afrontan el combate de la Cruz por la muerte del egoísmo y del viejo hombre pondrán apoderarse del Reino de Dios. La Cruz del Salvador se yergue entre Sus dos Advenimientos y permanece el signo permanente del combate contra el Mal, al cual, los discípulos del Crucificado-Resucitado son llamados a asociarse para acelerar el Día de Su Retorno y de Su Victoria.

"Todo Israel Sera Salvado…"

El Señor mismo, lo hemos visto, había anunciado: "Jerusalén será pisoteada por los paganos hasta que se cumplan los tiempos de los gentiles" (= a los no judíos; Lucas 21:24) — lo que deja entrever un retorno de Israel al Reino. Esta Palabra del Señor es precisada por el Apóstol Pablo en su Epístola a los Romanos: "No quiero, hermanos, dejarlos ignorar este misterio… una parte de Israel se endurecieron hasta que haya entrado la totalidad de los paganos y así todo Israel será salvado" (Romanos 11:25-29).

Cuando el Evangelio sea anunciado al mundo entero — y en nuestros días se puede tener la impresión que esto esta casi cumplido, por lo menos en un plano horizontal y geográfico — "el tiempo de los gentiles" será concluido y Pablo nos deja entrever "la admisión de los judíos" en la Iglesia: "Así todo Israel será salvado" y "de Sion vendrá el Libertador" (Romanos 11:26).

Previamente Debe Darse a Conocer el Hombre Impio… el Adversario…"

El último signo que precederá al fin del mundo, el Anticristo, constituirá el apogeo, el punto culminante de este crecimiento de la injusticia, de la iniquidad de la cual hemos hablado.

Si Jesús no ha empleado el término de Anticristo, hizo alusión recordando la profecía de Daniel: "Cuando, pues, ustedes verán la abominación de la desolación, de la cual ha hablado el profeta Daniel, instalada en los Santos Lugares, entonces, aquellos que están en Judea huyan en las montañas…" (Mateo 24:15-16). Y san Pablo precisa en la primera Epístola a Timoteo (4:1-2): "El Espíritu dice expresamente que en los últimos tiempos algunos renegarán la fe para atarse a espíritus engañosos y doctrinas diabólicas, seducidos mentirosos hipócritas marcados a hierro al rojo en su conciencia… " Y sobretodo en la segunda a los Tesalonicenses: "Les solicitamos, hermanos, con respecto al advenimiento de Nuestro señor Jesucristo… no se dejen inquietar el espíritu demasiado rápido ni alarmarse por palabras proféticas… que los harán pensar que el Día del Señor ya está ahí. Que nadie abuse de ustedes de alguna manera. Previamente debe venir la apostasía y revelarse el Hombre impío, el Ser perdido, el Adversario, aquel que se eleva por encima de todo aquello que lleva el nombre de Dios o recibe un culto, incluso yendo a sentarse en persona en el Santuario de Dios, produciéndose a sí mismo como Dios… Entonces el Impío se revelará y el señor lo hará desaparecer por el aliento de su boca, lo aniquilará por el resplandor de su Gloria. Su venida, del Impío, estará marcada por la influencia de Satán, de toda especie de obras de poder, de signos y de prodigios mentirosos, como todos los engaños del mal, dirigidos a aquellos que se han consagrado a la perdición por no haber acogido el amor de la verdad que le habría valido de ser salvados" (2 Tesalonicenses 2:1-10).

Es la Bestia que nos es descripta en el Apocalipsis: "Maravillado, la tierra entera siguió a la bestia…Le fue dado una boca para proferir arrogancia y blasfemia… Ella abrió su boca en blasfemias contra Dios… Le fue dado de hacer la guerra a los santos y de vencerlos, y le fue dado el poder sobre todas las tribus, idioma y nación… Es la hora de la perseverancia y de la fe de los santos" (Apocalipsis 13:1-10).

San Juan, en sus dos epístolas (1 Juan 2:18; 4:3; 2 Juan 7) da "al Devastador" del libro de Daniel, al "Adversario impío" del cual habla san Pablo, a la "Bestia del Apocalipsis," el nombre de Anticristo: "¿Quién es el mentiroso, sino aquel que niega que Jesús sea el Cristo? He aquí el Anticristo: niega al Padre y al Hijo" (1 Juan 2:22). "Ustedes han escuchado decir que un Anticristo debe venir; y ahora mismo muchos Anticristos han venido; con lo cual reconocemos que la última hora está ahí" (1 Juan 2:18). "Todo espíritu que no confiesa a Jesús, es el espíritu del Anticristo; ustedes han escuchado decir que iba a venir; ¡y bien! ahora está en el mundo" (1 Juan 4:3). "Es que muchos seductores, se han desparramado en el mundo, que no confiesan a Jesucristo venido en la carne. He aquí el Seductor, el Anticristo" (2 Juan 7).

Novicio: ¿Estos textos de Juan nos dan mas bien la impresión que el Anticristo ya ha llegado?

Maestro: No, Juan nos habla de supuestos del Anticristo, de "seductores," de la multitud de rostros (Nerón, Hitler…) que manifiestan el espíritu del Anticristo: ellos ya han venido, otros vendrán, pero él — el Hombre impío, el Anticristo — debe venir justo antes del Día del Señor.

Novicio: ¿No es entonces al Cristo que esperamos, pero, primero a Satán?

Maestro: No tengas miedo: "El Señor mismo vendrá y hará desaparecer al Anticristo por el aliento de su boca y lo aniquilará por el resplandor de su Venida" (2 Tesalonicenses 2:8). Pero sé vigilante, no te dejes seducir por el Mentiroso que imitará al Cristo para engañarnos mejor. Armate de esperanza y de fe para que el desencadenamiento del mal y las victorias pasajeras de los malvados no te descorazonen. El Señor mismo dice: "No temas, pequeño rebaño, pues vuestro Padre ha considerado bien de darles el Reino" (Lucas 12:32).

 

4. El fin del mundo y la creación del mundo nuevo.

El Fin del Mundo.

La Revelación bíblica nos enseña que este mundo tiene un comienzo, ella nos enseña también que habrá un fin. Esta revelación atraviesa toda la Biblia: "Yo soy Alfa y Omega, el primero y el último, el comienzo y el fin" (Apocalipsis 1:8).

En el Antiguo Testamento.

El fin del mundo ya aparece en el Salmo 101[102]:25 a 28: "Desde hace mucho Tu has fundado la tierra, y los cielos son obras de Tus manos, ellos perecen, Tu quedas, todos como vestimentas se gastan, como un vestido que se cambia, los cambias; pero Tú, el mismo, sin fin son tus años."

La misma idea, casi expresada con las mismas palabras, se encuentra en Isaías: "Los cielos se disiparán como el humo, la tierra se gastara como una vestimenta, sus habitantes morirán como insectos. Pero mi salvación será eterna y mi justicia no tendrá fin" (Isaías 51:6).

Y aún más explícito: "La tierra volará estrepitosamente, la tierra se rajará, se resquebrajará, la tierra temblará, vacilará, la tierra titubeará como un borracho, ella será bamboleada como una choza, su pecado le pesará tanto que ella se caerá sin poder levantarse… la luna enrojecerá, el sol tendrá vergüenza" (Isaías 24:19-23). Un poco mas lejos: "Los cielos son enrollados como un libro y todo su ejército se marchita como se marchitan los pámpanos, como las hojas de una higuera se marchitan" (Isaías 34:4).

El profeta Joel hace la misma predicción: "El sol y la luna se obscurecerán, las estrellas perderán su fulgor" (Joel 2:10; 4:15).

En el Nuevo Testamento.

El Nuevo Testamento retoma las mismas imágenes y las precisa. El Señor Jesús mismo dice: "Inmediatamente después de la aflicción de esos días, el sol se obscurecerá, la luna perderá su fulgor, las estrellas caerán del cielo… sobre la tierra, las naciones estarán en la angustia, inquietos del fragor de mar y de los embates; los hombres morirán de pavor en la espera de lo que amenazará al mundo, pues las potencias de los cielos serán alteradas" (Mateo 24:19; Marcos 13:24-27; Lucas 21:25-26).

El Apóstol Pedro (2 Pedro 3:7. 10. 12) retoma: "Los cielos y la tierra desde el presente, la misma Palabra los ha puesto de lado y en reserva para el fuego en vista del Día del Juicio y de la ruina de los hombres impíos… vendrá el Día del Señor como un ladrón; en ese Día, los cielos se disiparán con estruendo, los elementos inflamados se disolverán, la tierra con las obras que contiene será consumida… los cielos encendidos se disolverán, los elementos inflamados se fundirán."

San Juan, el Teólogo, en el Apocalipsis, describe la misma escena: "El cielo y la tierra huyeron delante de Su rostro sin dejar rastros (20:11)… El primer cielo, en efecto y la primera tierra han desaparecido, y mar, no hay más" (21:1).

El mundo nuevo.

Novicio: La Biblia nos enseña, luego del Diluvio, Dios había prometido: "Ninguna carne será exterminada por las aguas del diluvio; no habrá más diluvio para devastar la tierra" (Génesis 9:11). Lo que nos anuncian estos textos del Nuevo Testamento, ¿no es peor que el Diluvio?

Maestro: El mundo había continuado luego del Diluvio, pues éste no estaba destinado a destruir la tierra, pero, el mal. Dios nos daba una advertencia sin romper su Alianza, la esperanza — de la cual la paloma era el signo — renacía por la salvación de Noé y de todos los que abrigaba el Arca. Lo que nos anuncian, los textos de los cuales tu hablas, es bien el fin de este mundo. Es normal de tener miedo. Pero, ¿no es necesario que desaparezca al mundo antiguo para que aparezca un mundo nuevo, inaugurado por la Primera Venida del Cristo y que se cumplirá con el Segundo Advenimiento? Cierto, será un día terrible para los "hombres impíos" pues, será "la ruina" (2 Pedro 3:7-12); pero, sobretodo, será un día de gloria que esperamos con una ardiente esperanza, pues, será entonces que el Cristo retornado " repondrá la Realeza a Dios el Padre después de haber destruido toda dominación, toda autoridad, todo poder" (1 Corintios 15:24), y que será creado, por Dios, el mundo nuevo ya anunciado en el libro de Isaías: "Voy a crear cielos nuevos y una tierra nueva y no se acordarán más del pasado que no subirá más al corazón" (65:17). También el Apóstol Pedro escribe: "Son nuevos cielos y una tierra nueva que esperamos de acuerdo a su promesa, donde la justicia habitará" (2 Pedro 3:13). Lo mismo, en el Apocalipsis, Juan exclama: "Luego he visto un cielo nuevo, una tierra nueva" (20:11) y escucha al Señor que le dice: "He aquí, hago todas cosas nuevas" (21:5).

No tengas mas miedo de la muerte, no tengas mas miedo del fin del mundo, como tu no tienes miedo de la noche, puesto, que sabes que el día vendrá. Recuerda también, que bautizado, ya vives en el mundo nuevo que viene: "Si alguien está en el Cristo, es una nueva creación; el ser antiguo ha desaparecido, un nuevo ser está ahí" (2 Corintios 5:17). Un nuevo ser, muerto en el pecado, "renacido" para Dios. Escucha a san Pablo: "Ustedes están muertos y vuestra vida, de ahora en más, escondida con el Cristo en Dios; cuando el Cristo será manifestado, Él que es vuestra vida, entonces ustedes también serán. Es entonces que el señor volverá y que los muertos resucitarán con sus cuerpos, con sus carnes, para la vida eterna. manifestados con Él llenos de gloria" (Colosenses 3:3).

 

5. La resurrección de los muertos.

La resurrección de la carne, ¿es una realidad? ¿O bien no es que un mito, un término para designar una creencia fuera de moda e inverosímil?

Bajando de la habitación de arriba a las calles de Jerusalén, Pedro, iluminado por el fuego del Espíritu Santo, proclama al Cristo resucitado (Hechos 2:26-28). Partiendo de las Escrituras cita el Salmo 15[16]:9-11: "Mi carne, ella misma, reposará en la esperanza, tu no abandonarás mi alma al Hades (estancia de los muertos, el Sheol, los infiernos), no dejarás a tu santo ver la corrupción, me has hecho conocer los caminos de la vida." El Apóstol explica: sí, David, el autor del salmo, "ha muerto, ha sido sepultado y su sepulcro todavía hoy en día está entre nosotros. Pero como era profeta y sabía que Dios le había prometido bajo juramento de hacerlo sentar sobre su trono un descendiente de su sangre, él vio por adelantado y anunció la Resurrección del Cristo" (Hechos 2:29-31). Es pues, el descendiente de David, Jesucristo, el vencedor de la muerte, Él, nuestra "Pascua incorrupta" que abre a toda carne la esperanza de la resurrección. Se trata bien de la resurrección de la carne. Es muy concreto. No es una noción abstracta, una sobrevivencia del alma únicamente separada de su envoltura carnal y purificándose para vivir en un mundo desencarnado de las "Ideas," según la enseñanza de ciertos filósofos. El salmista y Pedro ponen realmente toda sus esperanzas en la carne salvada de la corrupción.

Novicio: ¿Qué es la corrupción?

Maestro: Es la descomposición de los cuerpos, el retorno a la tierra; recuerda el relato de la creación (Génesis 2:7): el hombre, sacado de la tierra, retornará a la tierra, pues, luego de la caída, el mal, el sufrimiento, la muerte y la descomposición se introducen en la bella creación de Dios: "Retornarás la tierra, pues, de ella has salido. Pues, polvo eres y al polvo retornarás" (Génesis 3:19).

Sin embargo, creemos y esperamos que los muertos revivirán, "Espero la resurrección de los muertos y la vida del siglo por venir," son las últimas palabras del Símbolo de la fe.

Novicio: ¿Cómo puede ser? Me cuesta creer que todos los que están muertos revivirán.

Maestro: Quedemos, si tu quieres, bien cerca de los textos para jamás desviarnos de la verdadera fe. En este dominio misterioso — la muerte y la resurrección — no tenemos el derecho de inventar o de afirmar, pero únicamente escudriñar lo que nos fue revelado por las Escrituras. Todo en ellas pone en guardia contra la curiosidad malsana tratando de comunicarse con el más allá para conocer los secretos de la muerte. Ellas solas nos pueden revelar la verdad, pues, a través de ellas, es el mismo Espíritu Santo que nos enseña, Él que "habla por los profetas" (Símbolo de la fe). Busquemos, pues, en la Biblia los textos que mencionan la resurrección de la carne.

En el Antiguo Testamento.

El hombre a su muerte retorna al polvo. Sin embargo el profeta Daniel promete: "Un gran número de aquellos que duermen en el país del polvo despertarán, los unos para la vida eterna, los otros para el horror eterno" (Daniel 12:2).

Isaías proclama la misma esperanza: "Tus muertos revivirán, sus cadáveres resucitarán; despiértense, arrebátense de alegría, todos los yacentes en el polvo, pues tu rocío es un rocío luminoso y el país de las sombras dará a luz" (Isaías 26:19). Es como un segundo nacimiento, una re-creación.

Job, este inocente en la agonía, abandonado en el sufrimiento sobre un montón de estiércol, exclama: "Yo sé, que mi Defensor está vivo, que Él, el último, se levantará sobre la tierra. Luego de mi despertar, me levantará cerca de Él, y de mi carne veré a Dios" (Job 19:25-26). Job sabe que con sus ojos carnales verá a Dios. Compartimos plenamente esta esperanza. El montón de estiércol, es nuestro mundo caído; podredumbre y muerte nos rodean y sin embargo proclamamos que veremos a Dios.

Lo mismo Jonás — del vientre del pescado que representa el sitio subterráneo de los infiernos — sabe que Dios lo escucha: "Entrañas de Sheol (estancia de los muertos), he gritado, tu has escuchado mi voz" (Jonás 2:3). Es a través de Jonás que Jesús dará una respuesta a los incrédulos que quieren pruebas, garantías. El signo de Jonás, es la esperanza en la resurrección por encima de toda esperanza, ahí donde no hay nada más a esperar, ahí donde todo está perdido, en el infierno: "Lo mismo que Jonás fue en el vientre del pescado, tres días y tres noches, así el Hijo del hombre estará en el seno de la tierra tres días y tres noches" (Mateo 12:40).

Novicio: Que el Cristo, el Hijo de Dios, no pudo quedarse en el sepulcro, esto lo creo, pues Él es Dios, la Fuente de la vida, Él resucita, es lógico. ¡Pero, para nosotros los hombres, la resurrección de la carne, no es evidente!

Maestro: La resurrección del Cristo tampoco es evidente ni lógica como tu dices. Lo que es inconcebible y constante fuente de asombro, es que el Hijo de Dios haya realmente tomado un cuerpo humano y no una apariencia. ¡Pues, lo ha hecho! No es un espíritu que habría tomado prestado una apariencia humana por un tiempo limitado (herejía doceta), lo que habría permitido a Jesús de pasar por la muerte sin que Lo toque, puesto que no habría realidad corporal. "Vean mis manos y mis pies, ¡soy bien Yo! Tóquenme y dense cuenta que un espíritu no tiene carne ni huesos, como ustedes ven que tengo" dice Jesús a sus Apóstoles luego de Su resurrección (Lucas 24:39) y, para confirmar que su cuerpo está bien vivo, come delante de ellos.

San Pablo tiene razón de llamar a Jesús el primogénito de entre los muertos (Colosenses 1:18); esto significa que no es solamente para Él mismo que resucitó; no ha hecho una demostración egoísta para causar estupor en los hombres. A continuación, todo hombre resucitará, toda carne, mismo descompuesta, volverá a la vida, pues, lo que Dios a creado dándole su imagen no retorna a la nada. La profecía de Ezequiel, que cantamos la noche del Viernes santo, afirma esta resurrección. Este texto, uno de los más impactantes del Antiguo Testamento, vale de ser citado íntegramente:

La mano del Señor estuvo sobre mí y me llevó por el espíritu del Señor y me posó en medio de un valle, un valle lleno de osamentas. Me lo hizo recorrer entre ellas en todas las direcciones. Pues, las osamentas eran muy numerosas sobre el suelo del valle, y estaban completamente desecadas. Me dijo: "Hijo del hombre, ¿estas osamentas vivirán? — le dije: "Señor eres Tu quien lo sabe." Él me dijo: "Profetiza sobre estas osamentas. Tu les dirás Osamentas desecadas, escuchen la Palabra del Señor. De esta manera habla el Señor a estas osamentas. He aquí que voy hacer entrar en ustedes el espíritu, y vivirán. Pondré sobre ustedes nervios, haré crecer sobre ustedes la carne, tenderé sobre ustedes la piel y les daré un espíritu, y vivirán, y sabrán que soy el Señor" Profetice como me fue dada la orden. Entonces hubo un ruido mientras profetizaba, hubo un estremecimiento y los huesos se aproximaron uno del otro. Miraba: estaban cubiertos de nervios, la carne crecía y la piel se tendía sobre ellos, pero no había espíritu en ellos. Y me dijo: "Profetiza al espíritu, profetiza, hijo del hombre. Tu dirás al espíritu; Así habla el Señor. Ven de los cuatro vientos, espíritu, sopla sobre estos muertos y que vivan." Yo profetizaba como me había dado la orden, y el espíritu vino en ellos, y retomaron la vida y se pararon sobre sus pies: grande, inmenso ejército. Entonces me dijo: "Hijo del hombre, estas osamentas, es toda la casa de Israel. He aquí que dicen: Nuestros huesos son disecados, nuestra esperanza está destruida, estamos acabados. Es el porqué profetiza. Tu les dirás: Así habla el Señor. He aquí que abro vuestros sepulcros, y los haré ascender de vuestros sepulcros, pueblo mío, y los reconduciré sobre el suelo de Israel. Y sabrán que soy el Señor cuando abra vuestros sepulcros y que los haré ascender de vuestros sepulcros, pueblo mío. Y pondré mi espíritu en ustedes, y vivirán y los instalaré sobre vuestro suelo y sabrán que Yo, el Señor he dicho y he hecho — oráculo del señor" (Ezequiel 37:1-14).

También en el oficio de las exequias, cantamos: "Mortales, hemos sido formados de la tierra y retornaremos a la tierra como lo has ordenado, Tú que nos has dicho: ¡tú eres polvo y volverás al polvo! Ahí donde nosotros, los mortales, iremos todos, transformando los llantos funerarios en cantos de aleluya." ¿Cómo cantaríamos aleluya en el polvo, si, como Job, Jonás, los tres jóvenes en el horno (Daniel 3), no tendríamos la esperanza de la vida en el fondo mismo del abismo de la muerte?

En el Nuevo Testamento.

Jesús mismo nos confirma en esta esperanza: escuchamos Su voz, nos ha prometido. "En verdad, en verdad les digo, la hora viene — y estamos — donde los muertos escucharán la voz del Hijo de Dios y aquellos que la habrán escuchado vivirán… la hora viene y todos aquellos que yacen en el sepulcro saldrán al llamado de Su voz" (Juan 5:25-28). Este pasaje es leído en el transcurso del oficio de las exequias.

San Pablo, en la primera Epístola a los Tesalonicenses, que también leemos en el transcurso de las exequias, recuerda esta promesa:

No queremos, hermanos, que estén en la ignorancia con respecto a los muertos; no es necesario que se desconsuelen como los otros que no tienen esperanza. Puesto que, lo creemos, Jesús ha muerto luego ha resucitado, mismo, aquellos que se han dormido en Jesús, Dios los llevará consigo. He aquí, en efecto, lo que tenemos que decirles, según la misma Palabra del Señor. Nosotros los vivientes, nosotros que estaremos todavía ahí cuando sea el Advenimiento del Señor, no nos anticiparemos a aquellos que están dormidos. Pues el Señor, Él mismo, a la señal dada por la voz del arcángel y de la trompeta de Dios, descenderá del cielo y los muertos en Cristo resucitarán… Así, estaremos en el Señor siempre. Reconfórtense, pues, los unos a los otros por estos pensamientos (1 Tesalonicenses 4:13-18).

Novicio: ¿No es mas bien el alma sola que va hacia el Señor? En el oficio de las exequias a menudo se repite: "Acuérdale el reposo al alma de tu servidor difunto" ¿Por lo tanto, habría separación del alma y del cuerpo? El cuerpo está en el sepulcro, retorna al polvo.

Maestro: San Ireneo, obispo de Lyon, alrededor del año 170, discípulo de Policarpo, éste discípulo del evangelista Juan, responde vigorosamente a tú pregunta: "Si el Cristo no salvaba todo el cuerpo y la carne resucitándolos, no salvaría al hombre del todo, puesto, que no se ha visto un hombre sin cuerpo…"

Muy a menudo simplificamos la realidad humana oponiendo la parte carnal a la dimensión espiritual, imaginando al hombre como una dualidad en lucha: lo que es la carne estaría sometido al mal y consagrado a la corrupción, el alma liberada de su envoltura corporal se purificaría, accediendo a la contemplación. Es ella sola que podría ser salvada y participar de la eternidad de Dios. Nace de esta actitud puritana una desconfianza con respecto a la carne. Ponemos de un lado todo lo que es carnal y del otro todo lo que es espiritual. La carne sería impura, el alma aspiraría a la pureza; el cuerpo sería terrestre, el alma celestial. Dios ha creado al hombre en su integridad. El cuerpo se vuelve malo que si el espíritu del hombre, por su pecado, lo desvía de Dios y se sirve para esclavizar el alma.

Sin duda tu puedes leer en san Pablo: "¡Hombre desgraciado que soy! ¿Quién me liberará de este cuerpo de muerte?" (Romanos 7:24). Y también: "El deseo de la carne, es la muerte, mientras que el deseo del Espíritu, es la vida y la paz, puesto que el deseo de la carne es enemigo de Dios (Romanos 8:6-7). ¿Será san Pablo despreciativo respecto de la carne? Por cierto que no, pues sabe que la carne es salvada y glorificada por la victoria del Cristo sobre la muerte: "El cuerpo (…) es para el Señor y el Señor es para el cuerpo. Y Dios, que ha resucitado al Señor, nos resucitará, a nosotros también, por su poder. ¿No saben que sus cuerpos son miembros del Cristo? (…). Aquel que se une al Señor (…). No es con Él que un solo espíritu (…). ¿No saben que vuestros cuerpos son templos del Espíritu Santo?" "Glorifiquen, pues, a Dios en vuestro cuerpo" (1 Corintios 6:13.15.17.19-10). Y: "En Él (el Cristo) habita corporalmente toda la plenitud de la divinidad y ustedes se encuentran en Él, asociados a su plenitud" (Colosenses 2:9).

Cierto, el cuerpo, cuando el espíritu se torna prisionero, puede arrastrar al hombre hacia la materia, tiranizarla, y, por su fuerza de inercia entorpecer los enviones del espíritu: "Velen y recen para no entrar en la tentación: el espíritu es ardiente, más la carne es débil" (Mateo 26:41). El cuerpo no es la fuente del mal, pero, puede tornarse el sitio del pecado, "el cuerpo de muerto," pero, este mismo cuerpo es asumido y de este hecho salvado por Jesucristo, nuestro Salvador, que ha crucificado al "hombre viejo" (Romanos 6:6) para liberarlo de la servidumbre. "La muerte vino por un hombre, también, es por un hombre que llega la resurrección de los muertos. Lo mismo, que todos mueren en Adán, todos también revivirán en el Cristo" (1 Corintios 15:21-22). De esta manera, san Pablo nos revela una gran misterio: nuestro cuerpo se torna portador del Espíritu Santo, todos podemos ser transformados. La carne de todo hombre puede tornarse inmortal, puesto que, ella ha sido asumida por Jesús y espiritualizada por su Espíritu: "Y si el Espíritu de Aquel que ha resucitado al Cristo Jesús de entre los muertos habita en ustedes, Aquel que ha resucitado al Cristo Jesús de entre los muertos también dará la Vida a vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que habita en ustedes" (Romanos 8:11).

"Pues, cuando, este ser corruptible será revestido por la incorruptibilidad y que este ser mortal será revestido por la inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra de la Escritura: "La muerte fue engullida en la victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? … Gracias sean a Dios, quién nos da la victoria por Nuestro Señor Jesucristo" (1 Corintios 15:54-57).

 

6. El tiempo litúrgico.

Novicio: La resurrección de los muertos tendrá lugar, tu me dices, cuando el Señor volverá el Día de su segundo Advenimiento. Mientras tanto, ¿qué pasa con nosotros después de la muerte y puesta en tierra de nuestro cuerpo y antes de la resurrección de la carne?

Maestro: En nuestra vida terrestre, vivimos dentro de nuestro cuerpo y percibimos la realidad que nos rodea por medio de los cinco sentidos. Es porqué nuestra experiencia es limitada por el espacio y tenemos tendencia a concebir el tiempo como una línea que se desplaza de un punto a otro: de A a Z. todo nuestro lenguaje está marcado por esta forma de pensar y de sentir: "antes," "después," "ayer," "mañana." "Hoy," lo más a menudo, un punto entre "ayer" y "mañana".

El Cristo, que es Dios y hombre, nos hace participar a otra realidad que sobrepasa los límites del espacio y del tiempo. Las Santas Escrituras hacen alusión: "Mil años son a tus ojos como un día," dice el Salmo 89[90]:y san Pedro retoma: "Ante el Señor, un día es como mil años y mil años como un día" (2 Pedro 3:8). El Salmista y el Apóstol utilizan un idioma humano, pues, no comprendemos otro. Pero, no se tendría que comprender que 1000 años = 1 día y viceversa ; no se trata de una ecuación matemática (que aún sería prisionera del espacio y del tiempo) Se trata de sugerirnos que no hay una medida en común entre el tiempo de las creaturas y la eternidad de Dios. Tampoco es que la eternidad es "el contrario" del tiempo; es una realidad totalmente distinta. El Señor mismo nos la sugiere por un a torcedura a la gramática, cuando dice a los judíos: "Antes que Abraham fue, Yo soy" (Juan 8:58). Dentro de la realidad divina, "ayer" y "mañana," son en cierta manera, presente en un "hoy" (o: "este día que el Señor ha hecho") que no es una etapa entre "antes" y "después," pero una recapitulación de todo en Dios. Este "hoy" no es un parar en el tiempo; Dios no es estático; Él es vida ("Soy Aquel que Soy," Exodo 3:14). Pero Su vida no va del nacimiento a la muerte como la nuestra; es la vida eterna, sobre todo no hay que comprenderla como un tiempo que no termina de desenrollarse y que no hay que buscar de medir con nuestras categorías humanas derivadas de nuestra experiencia corporal.

Es a esta realidad, que sobrepasa al espacio y al tiempo, que participamos de aquí abajo, pues, según la promesa del Cristo, "Cuando dos o tres de entre ustedes estén reunidos en Mi nombre, estoy en medio de ellos" (Mateo 18:20). Esto es particularmente cierto en la Liturgia eucarística, puesto que recibimos el Cristo todo entero ("Aquel que come Mi Cuerpo y bebe Mi Sangre demora en Mí y Yo en él" Juan 6:56).

Cierto, el Cristo ha vivido en la historia, en nuestro tiempo lineal. Pero, ha subido a los cielos y está sentado en la gloria a la derecha del Padre (una vez más, esta "derecha del Padre" no debe ser concebida como un lugar alcanzable por los instrumentos de la ciencia experimental; es un "sitio" que sobrepasa la noción de espacio), y viene a juzgar a los vivos y a los muertos. El Cristo al cual participamos es Aquel al cual sirven los Poderes celestiales, y en los cuales están reunidos todos los Santos, todos los muertos y todos los vivos en la comunión. En efecto, cuando venimos a la Iglesia a reunirnos en comunión eucarística, alrededor de nuestro Obispo, traemos con nosotros en ofrenda los dones, frutos de la tierra y del trabajo de los hombres, y también todo lo que Dios nos ha dado. Esto comprende todos los seres humanos que son nuestros contemporáneos de quién, los cristianos, tenemos la responsabilidad. También como que participamos a la realidad que sobrepasa el espacio y el tiempo, no abandonamos la historia. Cuando cantamos: "Depongamos ahora las preocupaciones de este mundo," esto no significa que el mundo y la historia no nos interesan más. Esto significa que aportamos una en ofrenda nuestro tiempo, que no debemos considerarlo únicamente en su dimensión puramente humana, limitada, encerrada en sí misma, a la manera de "este mundo." Por contrapartida, en la Liturgia, del tiempo de los humanos y de la eternidad divina, la realidad del espacio y del tiempo se torna nueva ("He aquí, hago todas cosas nuevas" Apocalipsis 21:5). Esto significa que todo se torna posible: los hombres y las mujeres no están más encerrados dentro de las leyes de la naturaleza y en la fatalidad de la historia. El milagro es posible, puesto que, misteriosamente, en este encuentro del tiempo y de la eternidad, el reino está ya presente (quedando a llegar en su plenitud).

¿Y los muertos que "esperan" la resurrección? No sabemos que significa este verbo "esperar" para aquellos que han salido del espacio y del tiempo y que están en "el seno de Abraham." Sobretodo, abstengámonos de inventar leyendas (como se hace a menudo) aplicando al más allá nuestras categorías de espacio y tiempo.

Lo que sabemos, es que, en la Liturgia, los muertos están presentes con los santos y los poderes celestiales y que rezamos por ellos y con ellos. Es lo que comprendemos cuando decimos, que, en la Liturgia, estamos en la Comunión de los Santos. Igualmente, no olvidemos, que, cada vez que celebramos la Liturgia eucarística, como lo dice san Juan Crisóstomo, celebramos Pascua. Es decir, que participamos de la realidad de la Resurrección de la cual tenemos que llevar testimonio por nuestra vida en el mundo.

 

7. La vida en la muerte.

¿Que Es la Muerte?

Es la pregunta esencial que nos debemos plantear. El Salmo 103[104] nos da una primera respuesta. Ya sabemos por el libro del Génesis (2:7) que el aliento divino es la fuente de la vida del hombre: "Dios modeló al hombre con la arcilla del suelo, insufló en su nariz un aliento de vida y el hombre se tornó un alma viviente." La vida del hombre creado "a imagen y semejanza de Dios" (Génesis 1:26) está pues ligado a su Creador. El Salmo 103[104] saca la consecuencia; cuando el aliento divino es retirado, se produce la muerte: "Aparta tu rostro, ellos (los vivientes) están en el pavor; retírales tu aliento, expiran; retornan al polvo; envíales tu aliento, son creados y renuevas la faz de la tierra" (Versículos 29-30).

Sin embargo, la muerte para el hombre es contra natura, pues "Dios a creado al hombre incorrupto; ha hecho una imagen de su propia naturaleza" (Sabiduría 2:23). El hombre no fue creado para la muerte, pero, para la vida. "Dios no hizo la muerte. No se regocija con la pérdida de los vivientes" (Sabiduría 1:13). El lazo entre el cuerpo y la vida, entre el cuerpo y su alma es "tan natural" que no podemos imaginarnos lo que podría ser una vida sin cuerpo.

"Es por la envidia del diablo que la muerte ha entrado en el mundo: harán la experiencia, aquellos que le pertenecen" (Sabiduría 2:24). San Pablo retoma la misma idea: "La muerte es el salario del pecado… por un solo hombre el pecado ha entrado en el mundo y por el pecado la muerte" (Romanos 6:23; y 5:12). Es al apartarse de la Fuente de la vida, por la sugerencia de "Aquel que tiene el poder de la muerte, es decir el Diablo" (Hebreos 2:14) que el hombre se cortó de la Vida para desembocar a esta situación absurda que es la desintegración de la naturaleza humana, la muerte.

Novicio: Vuelvo a mi pregunta: ¿Qué pasa con nosotros después de la muerte y la puesta en tierra de nuestro cuerpo y esperando la resurrección de la carne?

Maestro: el mejor método a seguir para responder a tu pregunta consiste en recorrer las diversas etapas de la Revelación, la cual en este dominio como en muchos otros, fue progresiva.

Los Muertos de Acuerdo a los Salmos y los Profetas.

Los Salmos y los antiguos profetas nos presentan la muerte como el "silencio," el "país del olvido," el "polvo," el "agujero"; es lo que denominan el sheol:

"En la muerte ningún recuerdo de Ti, en el sheol, ¿quien te loaría? (Salmo 6:6).

"¿Qué ganas tú a mi sangre, en mi descenso en la tumba? ¿Alábate el polvo, anuncia él Tu verdad?" (Salmo 29[30]:10).

"Para los muertos, ¿haces tú maravillas; ¿se levantan las sombras para loarte? ¿Hablan de tu amor en las tumbas, de tu fidelidad en los lugares de perdición? ¿Conocen en las tinieblas tus maravillas y la justicia en el país del olvido?" (Salmo 87[88]:11-13).

"No son los muertos los que alaban al Señor, ni todos los que descienden al silencio" (Salmo 113[114]:17).

"El sheol no te alaba, la muerte no te celebra; los que yacen en el agujero no esperan más tu fidelidad" (Isaías 38:18).

Para los antiguos profetas la muerte, pues, estaba concebida como un lugar de perdición, de silencio, de olvido. En suma, los muertos "duermen." Sin embargo, la esperanza de la resurrección ya aparecía, lo hemos visto con el Salmo 15[16] citado por Pedro en los Hechos, y en el libro del mismo Isaías (26:19); ella se precisaba en el libro de Job (19:25) y sobre todo en Ezequiel (37:9-14). Encontramos en Daniel este contraste entre el "sueño" de la muerte y el "despertar" de la resurrección esperada: "Un gran número de aquellos que duermen en el país del polvo despertarán, los unos para la vida eterna, los otros para el oprobio y para el horror eterno" (12:2).

La Muerte de los Justos en el Libro de la Sabiduria.

Los últimos libros del Antiguo Testamento nos revelan un aspecto nuevo de lo posterior a la muerte, un aspecto que se precisará en el Nuevo Testamento, pero que, tal cual está expresado en el libro de la Sabiduría, marcará la conciencia de la Iglesia.

"El justo, mismo si muere antes de la edad, encontrará el reposo" (Sabiduría 4:7).

"Las almas de los justos están en la mano de Dios y ningún tormento los alcanzará. A los ojos de los insensatos parecen haber muerto, la salida de este mundo pasa por una desgracia y su partida de entre nosotros por un aniquilamiento, pero están en la paz… Dios los ha sometido a la prueba y los encontró dignos de Él; como el oro en el crisol, los ha probado, como un holocausto, los ha admitido. El día de su visita resplandecerán… los que son fieles demorarán cerca de Él en el amor; pues sus elegidos encuentran la gracia y la misericordia" (Sabiduría 3:1-9).

"Los justos viven eternamente; su recompensa está en las manos del Señor, es el Altísimo que toma cuidado de ellos. También recibirán de la mano del Señor la corona real de gloria y la diadema de belleza" (Sabiduría 5:15-16).

El libro de la Sabiduría hace, pues, una distinción entre los muertos: los justos mueren en apariencia; "Parecen morir"; de hecho, sus vidas están en la mano de Dios: viven eternamente.

La Vida Eterna en el Nuevo Testamento.

La venida en este mundo de la Vida misma; en la persona de Nuestro Señor Jesucristo, va a transformar esta esperanza en certeza. El Señor Jesús, retomando la imagen de la "mano de Dios" del libro de la Sabiduría, dirá en el evangelio de Juan (10:27-28): "Mis ovejas… les daré la vida eterna; jamás perecerán y nadie las arrancará de mis manos" "Es la voluntad de mi Padre que cualquiera que vea el Hijo y cree en Él tenga la vida eterna y que lo resucite el último día" (Juan 6:40)… "En verdad les digo, aquel que cree en la vida eterna" (Juan 6:47). "En verdad, en verdad, les digo, si alguien guarda mi palabra, jamás verá la muerte" (Juan 8:51). "Quién cree en Mí, fuese muerto, vivirá y cualquiera que vive y cree en Mí jamás morirá" (Juan 11:25-26).

La vida del hombre continúa mas allá de la muerte del cuerpo en la medida donde ella está ligada a su Dios. Es porqué, Jesús dice en el evangelio de san Mateo (10:28): "No teman nada de aquellos que matan su cuerpo, pero, no sabrán matar su alma; mas bien, teman a aquel (el diablo) que puede perder en la gehena (infierno) a la vez el alma y el cuerpo" La ausencia de Dios, el lugar donde Dios no está, ¿sería, pues, aquello la muerte, el infierno? El alma que tiene sed de Dios y busca Su presencia no puede perecer: este deseo de Dios la mantiene viva. También aquel que vive en Cristo, en este mundo, continúa a vivir en Cristo cuando deja el cuerpo.

San Pablo, a su vez, afirma con certeza absoluta: "En efecto, sabemos que si esta tienda — nuestra morada terrestre — viene de ser destruida, tenemos una casa que es la obra de Dios, una morada eterna que no está hecha de la mano del hombre, y que está en los cielos. Por eso gemimos en este estado, deseando revestirnos de nuestra mansión celeste, si es que nos hallamos vestidos, no desnudos… Por lo tanto, siempre estamos animosos, sabiendo que mientras moramos en el cuerpo, vivimos lejos del Señor… pero a la vez, llenos de ánimo, preferimos salir de este cuerpo para estar juntos al Señor" (2 Corintios 5:1-8).

Esta misma fe, esta misma certeza de vivir en Cristo mas allá de la muerte de su cuerpo, san Pablo también expresa en la epístola a los Filipenses: "Tal es la espera de mi ardiente esperanza: nada me confundirá, al contrario, guardaré toda mi seguridad… Para mí, por cierto, la vida es Cristo y morir representa una ganancia… Tengo el deseo de irme y de estar con el Cristo" (Filipenses 1:20-23).

La Vida, es el Cristo pues es Dios, el Dador de vida (Zoodhotis) Aquel que vive en Cristo, aquel cuya vida "está escondida con el Cristo en Dios" (Colosenses 3:3), su "memoria es eterna" pues es llevado por el Espíritu de Dios, la muerte no tiene apresamiento sobre él y "cuando el Cristo será manifestado, Él que es nuestra vida, nosotros también seremos manifestados con Él llenos de gloria (Colosenses 3:4).

Novicio: Tu me hablas de aquellos que viven en Cristo, pero todos los otros, aquellos que han muerto antes del Cristo, o aquellos, hoy en día, que no creen en Él, ¿Qué sucederá con ellos después de la muerte?

Maestro: El Apóstol san Pedro responde a tu pregunta: "El Cristo fue a predicar a los espíritus en prisión, quienes han sido alguna vez rebeldes, cuando Dios prolongaba su paciencia, del tiempo cuando Noé construía el arca" (1 Pedro 3:19).

Aquellos que fueron "rebeldes," lo son o lo serán, son pues, después de la muerte "espíritus en prisión." Se encuentran en este Sheol, este "lugar de perdición," esta "tierra de olvido," de los cuales los Salmos e Isaías nos han hablado. El Señor Jesús mismo hace alusión, bajo una forma gráfica, a la triste suerte de estos "rebeldes" en la parábola de Lázaro y del rico. Este "murió" y fue sepultado; estando en la morada de los muertos presa de los tormentos, él levanto los ojos, y vio de lejos a Abraham, y, en su seno, a Lázaro. Elevando la voz, dijo: "Padre Abraham ten piedad de mí y envía a Lázaro a mojar la punta del dedo para refrescar mi lengua, pues, estoy atormentado en esta llama" (Lucas 16:23-24).

Por lo tanto, esta morada, este Hades, es separada de la "tierra de los vivos," del seno "de Abraham," del "lugar de la luz" por un "inmenso abismo" de suerte que "es imposible sea de ir hacia ustedes de ahí donde nosotros, Abraham y Lázaro estamos, sea de venir hacia nosotros de ahí donde están ustedes" (Lucas 16:26).

Pero, "lo que es imposible a los hombres es posible a Dios" (Lucas 18:27) y el Cristo — Dios hecho hombre — no desciende solamente del cielo sobre la tierra; desciende "dentro del abismo" para "ascender de entre los muertos" (Romanos 10:7); va a buscar al hombre hasta el fondo de la desgracia, hasta en el Sheol, hasta los "infiernos" para quebrar "los cerrojos eternos," liberar Adán y Eva de su "prisión" y acordar a aquellos que habrán escuchado Su voz de participar a la "Resurrección de Vida" prometida a los justos, a aquellos que se abren a su amor. Es lo que representa este ícono: vean el extraordinario poder del resucitado: "Por la muerte ha vencido la muerte, a aquellos que están en las sepulturas Él dio la vida"

Ahora podemos comprender el diálogo de Jesús con el Buen Ladrón. Cuando este criminal encuentra bastante fe para discernir la realeza del moribundo crucificado al lado y bastante esperanza para osar pedirle: "Acuérdate de mí, Señor, cuando entres en tu Reino," ¿qué le responde Jesús? "Hoy mismo, estarás conmigo en el Paraíso" Aquel que cree que "todo es posible a Dios" (Marcos 10:27) y se pone con confianza entre las manos del Cristo Salvador, desde el instante de la muerte corporal, se encuentra con el Cristo en el Paraíso — esta "morada eterna que no está hecha de la mano del hombre, que está en los cielos" (2 Corintios 5:1), en la alegre espera de la Resurrección.

 

8. El Juicio.

La Justicia de Dios en Este Mundo y en el Otro.

Novicio: Si también los criminales pueden ser salvados y si el Cristo a liberado a aquellos que estaban prisioneros en los infiernos, ¿no hay castigo eterno?

Maestro: Sí, Dios, infinitamente misericordioso, es también perfectamente justo: "Soy Yo que profeso la justicia y me muestro grande para salvar" (Isaías 63:1). En un hombre, justicia y misericordia a menudo parecen irreconciliables; pero Dios que "sondea los lomos y los corazones" (Jeremías 11:20 y Salmo 7:10), manifiesta a la vez una misericordia infinita y una justicia absoluta. El perdón y la salvación de aquellos que nos parecen más criminales no permiten de excluir todo castigo eterno. Solo Dios puede juzgar: "En efecto, lo conocemos, Aquel que ha dicho: a mí la venganza. Soy yo quién retribuirá… ¡oh, cosa espantosa que caer en las manos de Dios viviente!" (Hebreos 10:30-31; Deuteronomio 32:35-36).

Novicio: ¿Quieres darme miedo, me quieres culpabilizar! ¡El fuego del infierno, los demonios con sus horquillas, no va más en nuestros días! ¡Todo esto está sobrepasado; en nuestra época todo está permitido!

Maestro: No rebajes la justicia de Dios a un nivel de una imaginería punitiva popular y a representaciones míticas de una cierta edad media. Sí, en efecto, nuestra sociedad tiene tendencia a permitir todo — mismo el crimen — ¿admitirías tú que Dios "permita" a los arbitrarios de penetrar en su Reino y continuar con sus siniestra tareas? No, Él espera el arrepentimiento de sus corazones. ¿Piensas tú que deja a los tiranos indefinidamente a explotar y torturar a los inocentes? ¿Piensas tú que no escucha los gritos de los mártires, quienes, por la boca de san Juan, exclaman: "¿Hasta cuando, Amo santo y verdadero, tardarás en hacer justicia, y sacar venganza de nuestra sangre sobre los habitantes de la tierra?" (Apocalipsis 6:10). ¡No! pues "He aquí que voy a juzgar entre las ovejas gordas y la ovejas magras… voy a salvar a mis ovejas para que no estén más en el pillaje" (Ezequiel 34:17 y 22). La justicia de Dios hace obra de salvación, su castigo libera a los inocentes y salva a las víctimas: "Él ha revestido a la justicia como una coraza y puso sobre su cabeza el yelmo de la salvación" (Isaías 59:17). Es entonces que se puede decir. ¡Gloria a Dios que "libera a los oprimidos" y "derroca de sus tronos" a los tiranos, los herodes, los nerones, los hitleres!

El Juicio de Dios es primeramente presentado por los profetas como una intervención de Dios en este mundo, salvando de la injusticia a sus fieles servidores que soportan con la paciencia de Job las pruebas y la persecución. Él los salva y castiga sus tiranos: "Entonces a nuevo verán la diferencia entre el justo y el malvado…" (Malaquías 3:18-20). El Día del Señor del cual nos hablan los profetas (Amos 5:18-20; Isaías 13:6-9; Jeremías 50:27; etc.) es aquel que asegura, a la vez, la ruina de los pecadores y la liberación, el triunfo de los justos. Tarde o temprano, la justicia de Dios se manifiesta: todo el libro de los Salmos, todos los profetas, atestiguan esta espera confiada en la justicia de Dios: "Los impíos perecerán, ellos los enemigos del Señor, se irán como el adorno de los prados, en humareda se irán" (Salmo 36[37]:20)… "Espera en el Señor y observa su vía, Él te liberará de los impíos" (Salmo 33[34] "Los justos poseerán la tierra. Ahí habitarán para siempre" (Salmo36[37]:29). Es porqué, la noche de Pascua, la noche de la Resurrección, la noche donde el Señor aparece, cantamos: "Que Dios se levante, y sus enemigos serán dispersados, que aquellos que lo odian huyan delante de Su Rostro… como se disipa el humo, que se disipen como funde la cera en presencia del fuego… es así como perecerán los pecadores, lejos del rostro de Dios y los justos estarán en la alegría" (Salmo 67[68]:2-4).

Novicio: Sin embargo, los malvados prosperan y se enriquecen, y los justos sufren y están en la miseria.

Maestro: El profeta Jeremías lo ha notado antes que tú: "¿Porqué la suerte de los malvados es prospera? ¿Porqué todos los pérfidos saborean la paz?" (Jeremías 12:1). Sin embargo, la justicia de Dios ya se manifiesta en este mundo: la prosperidad de los malvados no dura más que un tiempo; tarde o temprano, la justicia de Dios aparece; toda la historia bíblica y la historia misma lo atestigua, si la justicia de Dios se manifiesta desde este mundo por signos deslumbrantes — tal la salida libertadora de Egipto, la destrucción del ejercito del tirano faraón, la derrota del imperio babilónico, el retorno de los cautivos a Jerusalén, la curación, la restauración y justificación de Job, por fin y sobre todo la resurrección del Justo Jesús el Crucificado, y también por una cantidad de signos más modestos en la vida de cada hombre — tiene menor sentido que la Justicia de Dios no reina en este mundo. Es porqué rezamos: "Que Tu reino (el reino de la Justicia) venga" y "Enséñame Tu justicia." Si estas plegarias son sinceras, adelantaremos este reino, pues, ellas nos conducirán a participar activamente y con todas nuestras fuerzas a la Justicia libertadora de Dios.

El libro del profeta Daniel, es el primero que nos hará descubrir que la Justicia de Dios no se cumple, no triunfa definitivamente que más allá de la muerte y de la resurrección de los muertos, es decir en el Reino de Dios (Daniel 12:2). La fe es una retribución de ultratumba — ligada a la fe en la resurrección de los muertos — aparece, pues, bastante tardíamente en el Antiguo Testamento: pero ella será claramente expresada por el Cristo.

El Juicio de Dios en el Nuevo Testamento.

"No se sorprendan; la hora viene donde todos aquellos que yacen en la tumba saldrán al llamado de la voz del Hijo del hombre; aquellos que habrán hecho el bien para una resurrección de Vida, aquellos que habrán hecho el mal para una resurrección del Juicio. Yo no puedo hacer nada por mí mismo. Según sea lo que escucho, juzgo y mi juicio es justo, pues, no es mi voluntad la que busco, pero, la voluntad de Aquel que me ha enviado" (Juan 5:28-30). En el oficio de los maitines del Domingo del Juicio (cuarta oda) cantamos: "Su tribunal es infalible, no esta corrupto por la sutilidad de los pleitos y de las mentiras de los testigos." Es, por lo tanto, una buena nueva, saber que seremos juzgados por el Cristo y no por el vecino del descanso de escalera o el compañero de clase, pues, sabemos que Aquel que nos juzgará, Él, nos ama. En efecto, san Pablo ha dicho: "La prueba que Dios nos ama, es que el Cristo ha muerto por nosotros, pues, cuando todavía éramos pecadores…" (Romanos 5:6-8). Es el Juez, que, por la boca de su profeta Ezequiel, decía: "No quiero la muerte del pecador, pero, que se convierta y que viva" (Ezequiel 33:11). Y san Pablo, precisa: "Quiere que todos los hombres sean salvados y lleguen al conocimiento de la verdad" (Timoteo 2:4). Lo mismo san Pedro: "Usa la paciencia hacia ustedes, queriendo que nadie perezca, pero que todos lleguen al arrepentimiento" (2 Pedro 3:9). Si, es realmente una buena noticia saber que seremos juzgados por el Cristo.

Novicio: Si el Cristo es juez, ¿según cuales leyes nos va a juzgar?

Maestro: Si el Cristo aplicara la ley de Moisés para juzgarnos, de la forma con la cual los jueces de este mundo aplican las leyes penales, nadie sería salvado y todos seríamos condenados, pues, "Nadie será encontrado justo, ante Él, por la práctica de la ley" (Romanos 3:20). Todos tenemos necesidad de misericordia. También seamos, nosotros misericordiosos: "Bienaventurados los misericordiosos, pues, ellos obtendrán la misericordia" (Mateo 5:7). "Muéstrense misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso. No juzguen, y no serán juzgados. No condenen y no serán condenados: perdonen y serán perdonados" (Lucas 6:36-37).

El Juicio Final.

El Cristo nos describe anticipadamente el Juicio Final por una parábola, la parábola de las ovejas y de los machos cabríos: "En ese día, Él dirá a aquellos que pondrá a su derecha: Vengan, los benditos de mi Padre, reciban en herencia el Reino que les ha sido preparado desde la fundación del mundo. (El mundo y el hombre han sido creados en vista del Reino). Pues he tenido hambre y ustedes me han dado de comer; he tenido sed y ustedes me dieron de beber; he sido un extraño y ustedes me han acogido; desnudo y ustedes me han vestido; enfermo y ustedes me han visitado; en prisión y ustedes han venido a mí" (Mateo 25:34-36).

El criterio según el cual seremos juzgados será por lo tanto nuestra actitud respecto a los que sufren: en cada enfermo, y cada inmigrante extranjero, en cada recluso de las prisiones se esconde el Cristo. Esto, podemos no saberlo; sin embargo, si tomamos cuidado de ellos el Cristo nos reconocerá en el Día del Juicio y nos hará entrar en su Reino: "Entonces los Justos le responderán: "Señor, ¿Cuándo nos sucedió de verte hambriento y alimentarte, sediento y haberte dado de beber? " y el Rey les responderá: "en verdad, se los declaro, cada vez cada vez que lo han hecho a uno de estos más pequeños que son mis hermanos, es a mí que lo han hecho" (Mateo 25:37-40).

Buscamos a Dios muy lejos y muy alto y Él está muy cerca, en la persona de su Hijo único, escondido en la pequeña viejita que la atropellan porque ella se resiste a los cuidados que le quieren imponer, escondido en el jornalero argelino que con el azadón cava las canalizaciones de nuestra calle y al cual nunca hemos invitado a nuestra mesa. Temamos que el Rey no nos diga en día del Juicio, con aquellos que estarán a su izquierda: "Váyanse lejos de mí, malditos, al fuego eterno que ha sido preparado para el diablo y sus ángeles. Pues, he tenido hambre y ustedes no me dieron de comer; he tenido sed y ustedes no me dieron de beber; he sido un extranjero y no me han acogido; desnudo y ustedes no me han vestido; enfermo y en prisión y ustedes no me han visitado… cada vez que ustedes no han hecho esto a uno de estos más pequeños, a mí tampoco me lo han hecho. Y, se irán, estos al castigo eterno y los justos a la vida eterna" (Mateo 25:41-46).

Novicio: Si hay castigo eterno, ¿cómo puedes hablar del amor de Dios?

Maestro: Dios mismo te responde por la boca del evangelista Juan: "Dios ha amado tanto al mundo que ha dado a su Hijo único para que todo hombre que cree en Él no perezca y tenga la vida eterna" (Juan 3:16). Pues, Dios quiere apasionadamente salvarnos de la muerte eterna al precio de la misma vida de su Hijo. Sin embargo, Dios respeta la libertad del hombre. No nos salva a pesar de nosotros, no nos obliga a armarlo: "Dios no atrae jamás a nadie por la fuerza, por la violencia. Desea la salvación de todos, pero, a nadie fuerza" (san Juan Crisóstomo). Nos ofrece la Vida cerca de Él — "Reinaremos con el Cristo si nos asociamos a sus pruebas" (Romanos 8:17) — pero, si no lo quisiéramos, tenemos el terrible poder de alejarnos de la Vida y de elegir la muerte, esta muerte, que, san Juan en el Apocalipsis denomina "la segunda muerte" y que san Mateo denomina "el castigo eterno."

"De esta manera, nosotros mismos, en cada instante, hacemos las elecciones que nos juzgan, porque, ellas puedan hacernos pasar desde ahora "de la muerte en la Vida" y que nos "revelan" desde ahora en "hijos de Dios" o "hijos del diablo" (1 Juan 3-10): "Nosotros, sabemos que hemos pasado de la muerte en la Vida puesto que amamos a nuestros hermanos: quién no ama permanece en la muerte" (1 Juan 3:14). Pasar del odio al amor, es pasar de la muerte a la vida, es en cierta manera adelantar el juicio. "El cielo sobre la tierra es la Eucaristía y el amor al prójimo," nos dice Juan Crisóstomo.

Es fácil de hablar del amor de nuestros enemigos; es más difícil de amarlos: "Mis pequeños hijos, no amemos en palabra y de la lengua, pero en hecho y en la verdad" (1 Juan 3:18).

Novicio: Hay gente que me molesta y me desagradan; si los detesto, ¿cómo puedo amarlos? Si yo hiciera apariencia de amarlos, ¿no sería yo un hipócrita?

Maestro: Si quieres cambiar el sabor de un vaso de agua, necesitarás echarle vino; si tu quieres cambiar la calidad de tu corazón, para que "tu corazón de piedra se torne en un corazón de carne," hay que introducir una presencia que no se encontraba. San Juan nos revela que "Dios es amor" (1 Juan 4:16) y que el "amor viene de Dios" (1 Juan 4:7). Para amar a nuestros enemigos, o simplemente a los molestos, pues, hay que recibir el amor de Aquel que es Amor. Por lo tanto, hay que pedírselo con confianza, con fe: es la fe que nos abre al amor: "Nosotros conocemos, por haber creído, el amor que Dios manifiesta en medio de nosotros" (1 Juan 4:16). "He aquí como se manifestó el amor de Dios en medio de nosotros: Dios ha enviado a su único Hijo en el mundo con el fin que vivamos por Él" (1 Juan 4:9). "Cualquiera confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios mora en él y él en Dios (1 Juan 4:15): es creyendo en Jesucristo que descubrimos que Dios "nos ha amado tanto que ha dado a su único Hijo… y cuando nos descubrimos amados, comenzamos nosotros también a amar: "Nos amamos porque Él, el primero, nos ha amado" (1 Juan 4:19).

Si la fe nos abre al amor, la inversa también es cierta: el amor nos abre a la fe, pues es amando que descubrimos a Dios: "Cualquiera que ama ha nacido de Dios y llega al conocimiento de Dios… quién no ama no ha descubierto a Dios porque Dios es amor" (1 Juan 4:7-9).

Creer y amar no hacen más que uno: He aquí su mandamiento: adherirnos con fe a su único Hijo Jesucristo y amarnos los unos a los otros. Entonces hemos "nacido de Dios": "Sabemos que cualquiera que ha nacido de Dios, no peca más, pero el Engendrado de Dios (es decir el Hijo, Jesucristo) lo guarda y el Maligno no tiene más poder sobre él" (1 Juan 5:18-19). "Él no viene en juicio, pero ha pasado de la muerte a la vida" (Juan 5:24). Amar, es por lo tanto, anticipar el Juicio.

 

9. Una aproximación de la escatología ortodoxa.

Por el P. Alexander Turincev

Llegando casi al término de esta Séptima Parte, sobre el segundo Advenimiento del Señor, en el curso de la cual hemos hablado, en particular, de los signos precursores de este segundo Advenimiento, del fin del mundo y del Juicio, nos parece útil de dar algunos extractos de un artículo del P. Alexander Turincev, aparecido en la revista Contacts (Nº 54, segundo trimestre 1966).

Este artículo tiene por título: "Un acercamiento a la escatología ortodoxa" (Escatología quiere decir lo que concierne a los últimos fines, la suerte del hombre después de la muerte).

El P. Alexander que tiene una larga y profunda experiencia de las almas y de la vida cristiana, testimonia aquí con el ardor de su fe y de su esperanza delante de "el enigma del mundo y del hombre, aquel del fin último de la evolución cósmica, del sentido de la historia humana, del destino de cada uno de nosotros." Está convencido que "el mundo no puede ser explicado a partir de sí mismo" y que "su sentido y su meta supremos están escondidos en la historia del hombre y no en la evolución del cosmos." Afirma que "es en vano que el hombre busque, fuera del Cristo, la explicación de estos enigmas."

El advenimiento de la vida del siglo por venir supone el fin de aquel en el cual vivimos, "el fin del mundo." Pero, nuestro mundo, que Dios su Creador ha llamado a la existencia, es, por esta razón, indestructible; pues no existe ningún poder más poderoso que aquel que lo ha creado. Lo que pasa es "la imagen de este mundo" (1 Corintios 7:31).

Es justamente en este sentido que hay que tomar el fin del mundo. La catástrofe final del universo no arrastra una nueva creación a partir de cero, a partir de la nada, pero ella constituye una renovación del mundo que fue creado una vez por todas. La continuidad entre la antigua tierra y la nueva tierra no es interrumpida, pero se produce un pasaje, un "transcensus," el salto de una forma de existencia en otra. La parusía, o segunda aparición del Cristo, no forma parte de la seguidilla de eventos históricos, pero, es un evento que modifica completamente el estado de este mundo, mas allá de la historia; ella es un fenómeno metafísico, meta-cósmico, que modifica la naturaleza del universo entero. El cambio que va a producirse no será el resultado de una combinación o de una explosión de fuerzas cósmicas exclusivamente naturales. Exige la intervención, la irrupción de la fuerza sobrenatural divina. El Padre envía al Hijo que viene en la gloria del Espíritu Santo. El fuego que es la acción de Espíritu Santo, renueva, glorifica, deifica a toda la creación. He aquí porqué nos equivocamos cuando hablamos de una posibilidad "real" de provocar el fin del mundo por la fuerza de una explosión atómica, por una desintegración material. La acción del espíritu Santo no puede ser forzada, no se puede provocar la parusía. Una catástrofe atómica mundial, que arrastraría la desintegración total de nuestro planeta (pero, no del cosmos…) no sería más que un suicidio del mundo, o un asesinato en escala planetaria. Nuestro universo no es solamente el lugar en el espacio del advenimiento del Señor, más bien, su receptáculo espiritual. Este receptáculo, son primero las almas humanas, dicho de otra forma el cuerpo del Cristo, la Iglesia escondida. (…). Todo lo que es espiritual es "dentro," es interior. El hombre tiene que estar listo para encontrar al Cristo en la gloria, como debe estar listo para su "pequeño Apocalipsis" personal, para su muerte. Es para esa hora que hemos nacido. La aparición del Cristo se debe cumplir, en primer lugar, al interior de las almas y del mundo… Nosotros también, como antaño los discípulos del Cristo, solicitamos: "¿Cuándo esto ocurrirá?" Y el Hijo del hombre mismo responde: "Nadie conoce ese día ni esta hora, salvo el Padre," El Señor solamente ha indicado (Mateo 24) los signos de la aproximación del fin, pero en definitiva no podemos más que "presentir" que el Señor "está próximo, a las puertas" (…). Esta ineludibilidad misma del encuentro con el Señor en el último día lleva en ella el Juicio final para todos.

Este Juicio es igualmente, un acto interior, inmanente y personal. El Juicio se efectúa por el Espíritu de verdad y por el amor de Dios: el hombre verá la verdad en lo que le concierne, se verá a sí mismo a la luz de la verdad. Será puesto cara a cara con la imagen de su perfección, cuando "el libro de la vida" de cada uno de nosotros será abierto. Nada de lo que mentira, pecado, enceguecimiento, error, odio, vanidad tendrá lugar en el reino de la Verdad y del Amor. La espada espiritual, que es la verdad y la fuerza de la Palabra de Dios, hendirá al hombre hasta lo más profundo de su ser. "Cada uno será salvado (dice san Pablo), pero, como a través del fuego" (1 Corintios 3:15) — del fuego que consume todo lo que es impuro e impropio para el reino. Para que el hombre sea "perdonado," se necesita que todo el mal que habita en él, todos los "nidos de víboras" de su corazón, sean eliminados a través del sufrimiento y de esta manera también redimidos por él mismo.

No se haría mas que repetir demasiado que las parábolas de la separación del grano bueno de la cizaña, de las ovejas de los machos cabríos, no son más que imágenes, símbolos. No hay que comprenderlas en un sentido literal, simplificado. Como lo explica san Juan Crisóstomo, nuestro Señor hablaba adaptándose al nivel de comprensión de aquellos que lo escuchaban. La línea de separación pasará, no entre dos categorías de almas — justas y pecadoras, pero dentro de cada uno de nosotros. No existe hombre que no sea pecador: cada uno encierra lo que será destruido o purificado; tampoco existe un pecador que no tenga dentro de sí una parcela de luz.

El hecho es, que al Juicio final seremos juzgados por el Amor y la Verdad de Dios no disminuye, por cierto, nuestra responsabilidad por toda nuestra vida y no saca nada a lo trágico de nuestra situación. No obstante, en nuestras meditaciones sobre el Juicio final, nos tenemos que deshacer de nuestras representaciones jurídicas del Juicio y del Juez. En la historia de la Iglesia muy a menudo se ha abusado de la "pedagogía de la intimidación" en el espíritu "de un código penal de los más despiadados," y muy a menudo se olvidaron "del abismo de la misericordia de Dios," deformando de esta manera la imagen del Dios del amor. La misericordia de Dios es ilimitada. Delante de ella el "pecado de toda carne" (dice san Isaac el Sirio), todo el pecado del mundo no es más "que un puñado de arena arrojado en el inmenso mar." Solo el hombre, pro el libre rechazo, o revuelta, puede oponerse a esta misericordia y siempre mantenerse en el sufrimiento de su rechazo. Los Padres orientales gustan repetir este refrán: "Sin nosotros Dios nos ha creado, pero Él no puede salvarnos sin nosotros." San Isaac el Sirio, en su 19ª homilía, pronuncia las siguientes palabras, características de la visión ortodoxa de las "cosas últimas": "Que no venga por el espíritu del hombre el pensamiento sacrílego que el Señor cesa de amar a los pecadores. Pero, el amor actúa de una doble manera: atormenta a los pecadores y regocija a aquellos que han observado su deber." "A mi juicio, agrega este Padre, el tormento del gehena es el arrepentimiento."

 

10. La plegaria por los muertos y la comunión de los santos.

La salvación es personal, es decir, que el hombre es responsable ante Dios de su vida. Este hecho no excluye la solidaridad que debe existir entre los hombres y que place a Dios. La Biblia hace tanto resaltar la responsabilidad personal, tanto la solidaridad.

Es en el libro de Ezequiel (14:12-20), que Dios subraya el primer aspecto: "Si un país pecara contra Mí por infidelidad y si yo extendiese mi mano contra él… y que hubiese, en este país, estos tres hombres — Noé, Daniel y Job — estos hombres salvarían sus vidas gracias a sus justicias — oráculo del Señor. Si largara las bestias feroces en este país para privarlo de sus hijos y hacer un desierto … y que hubiera estos tres hombres en este país: por mi vida — oráculo del Señor — no podrían salvar ni hijo ni hija, ellos solos serían salvados, pero el país se transformaría en un desierto." Por lo tanto, Dios salva al justo mismo si todo su entorno es infiel; e inversamente, los infieles no podrían prevalecerse de la justicia de uno de ellos para pretender la salvación.

Pero en el libro del Génesis (18:23-32) Dios nos hace saber que estaría dispuesto, a causa de diez justos de salvar una ciudad entera. En efecto, dice a Abraham que imploraba su misericordia: "Si yo encuentro en Sodoma cincuenta justos en la ciudad, perdonaría a toda la ciudad a causa de ellos… No se encontrarían nada más que diez, no la destruiría a causa de estos diez." Es porqué, el apóstol Santiago nos dice: "Recen los unos por los otros… la súplica ferviente del justo tiene mucho poder" (Santiago 5:16).

Es también el porqué san Esteban pedía al Señor de no ser riguroso con aquellos que lo lapidaban (Hechos 7:60): él sabía que la misericordia de Dios es también infinita que su justicia y que la plegaria del justo puede obtener el perdón del pecador; seguía así el ejemplo dado por el Cristo orando por sus crucificadores: "Padre, perdónalos, pues no saben lo que hacen."

La plegaria del justo puede obtener el perdón del pecador mismo si este ya es un difunto. Leemos en el Segundo Libro de los Macabeos : "Si Judas (Macabeo) no había esperado que los soldados caídos debiesen resucitar, era superfluo y tonto de orar por los muertos, y si considerase que una muy bella recompensa es reservada a aquellos que se duermen en la piedad, era ahí un pensamiento simple y piadoso. He aquí porqué ha hecho hacer este sacrificio expiatorio para los muertos afín de que fuesen liberados de sus pecados" (2 Macabeos 12:44-46). Orando por los muertos, podemos esperar de obtener para ellos el perdón. San Juan nos revela en el Apocalipsis, que recíprocamente los muertos pueden orar por los vivos (5:8; 8:3); mismo compara "la plegaria de los santos" delante del trono del Cordero "con copas de oro llenas de perfume." La muerte no rompe la unidad del Cuerpo del Cristo: los miembros de la Iglesia que todavía luchan en este mundo y aquellos que ya han recibido la corona en el otro, forman parte del mismo Cuerpo. Es lo que denominamos la comunión de los santos.

Lo mismo, la divina Liturgia es celebrada por la Iglesia entera: La Iglesia peregrinante de aquellos que están todavía "en esta carne" (Filipenses 1:22) y la Iglesia en gloria de aquellos que ya están "con el Cristo" (Filipenses 1:23), habiendo "dejado este cuerpo para ir a morar cerca del Señor" (2 Corintios 5:8). Estos últimos son representados en nuestras iglesias por los íconos que rodean a los fieles: ellos contemplan el rostro de Dios. Son igualmente representados en la celebración de la divina Liturgia por las partículas (migas de pan) que el sacerdote pone sobre la pátena, leyendo los nombres inscriptos por los fieles sobre los "dípticos". Cuando el sacerdote prepara la ofrenda eucarística, primero pone sobre la pátena un pedazo de pan denominado "Cordero" que se tornará el Cuerpo del Cristo y será dado a los fieles en comunión. Lugo coloca, a la derecha del Cordero, un pequeño triángulo en memoria de la Madre de Dios; a la izquierda del Cordero, nueve pequeños pedazos de pan, representando a los ángeles, los profetas, los apóstoles, los santos jerarcas (obispos), los ascetas, los mártires, los santos sanadores, los ancestros del Cristo, el santo de la Liturgia (Juan Crisóstomo o Basilio); luego pone a los pies del Cordero pequeñas parcelas representando a los difuntos cuyos nombres están en los dípticos. De esta manera, es la Iglesia entera congregada alrededor de su Jefe, que es representado en la pátena, que, luego de la gran plegaria de la anáfora, será presentado a Dios para que la santifique por su Espíritu Santo.

La Comunion de los Santos.

Novicio: Tú me presentas los santos dispuestos sobre la pátena: ¿Qué es un santo?

Maestro:"¡Uno solo es Santo, uno solo es el Señor, Jesucristo, a la Gloria de Dios Padre, amén!" responde el pueblo durante la Liturgia al sacerdote que viene de anunciar: "Los santos dones a los santos"

Novicio: ¿Cómo se puede llamar a hombres "santos," cuando únicamente el Señor Jesucristo es santo?

Maestro: En efecto, aquellos que denominamos santos, se tornan por la adquisición del Espíritu Santo y a la participación de la vida del único Santo, que ha dicho: "Sean perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto" (Mateo 5:48).

Novicio: ¿Son, por lo tanto, gente virtuosa?

Maestro: Por una parte san Pablo nos dice: "No hago lo que yo quiero, pero hago lo que odio" (Romanos 7:15-20): es nuestra condición común, seguimos nuestros impulsos, perseguimos nuestros intereses personales, aquellos del "viejo hombre"; por otra parte, en la Epístola a los Gálatas (2:20), él dice: "Vivo, pero no soy yo, es el Cristo que vive en mí." Ahí puede cumplir la voluntad del Padre, pues, su "viejo hombre ha sido crucificado con Él, para que sea destruido este cuerpo de pecado, y que de esta manera no seamos más esclavos del pecado. Pues aquel que ha muerto es liberado del pecado (…). Que, por lo tanto, el pecado no reine más en vuestro cuerpo mortal para hacerlos obedecer a sus apetencias…" (Romanos 6:6-12).

Novicio: ¡Entonces debo ser mejor!

Maestro: Si, pero no es suficiente: no puedes nada por ti mismo; si no es caer en el orgullo, pues, "¡sin Mí nada pueden hacer! (Juan 15:5). Siguiendo al Maestro, tomando tu cruz, dejando los muertos sepultar a los muertos, ¡podrás entrar en la Vida!

Novicio: ¿Por qué Jesús ha dicho "deja a los muertos sepultar a los muertos"? ¡Esto me desconcierta!

Maestro: En efecto, es desconcertante. Los muertos de los cuales habla el Cristo son aquellos — si bien vivos — que no buscan la Vida del Reino. En efecto, Jesús a dicho: "Deja a los muertos enterrar a los muertos, pero tú, ve anunciar el Reino de Dios" (Lucas 9:60). Para el viviente — el hombre que se ha alistado sobre la vía de la santidad a la búsqueda del único Viviente, el Cristo — las preocupaciones del mundo pasan después de la vida del Reino.

Novicio: ¿Qué sucede con estos "muertos"? ¿Tienen una esperanza?

Maestro: Si tienen "oídos para escuchar" (Mateo 11:15), si son atentos al Espíritu Santo, pueden escuchar el: "Sígueme" (Mateo 8:22), el llamado del Cristo y juntarse con los vivientes de su rebaño.

Novicio: ¿Y si escuchan la Palabra y no se reúnen con el rebaño?

Maestro: Terminarán como el siervo malo que enterró su talento (Mateo 25:24-30), pues, "aquel que echa la mano sobre el arado y mira para atrás no está hecho para el reino de Dios" (Lucas 9:62).

Novicio: Pero escuchar la Palabra y seguirla, ¿no es lo que se llama "vocación"?

Maestro: También es eso; aquel que escucha la palabra del Maestro, se alista sobre el camino estrecho que lo lleva a la Vida, vivirá su propio juicio como san Serafín de Sarov durante sus veinticinco años de vida reclusa, durante su vida desbordaba ya Espíritu Santo, ya está resucitado; a su muerte terrestre, que no será que un pasaje hacia más plenitud, entrará en la felicidad de su Maestro, en los brazos del Padre reencontrando al hijo pródigo para nunca jamás dejarlo, pues, como dice san Pablo: "Estaremos siempre con el Señor" (1 Tesalonicenses 4:17).

Los santos son aquellos que perpetúan la Pentecostés de la Iglesia, que atestiguan de la presencia del Espíritu Santo; es porqué la Iglesia ortodoxa los festeja el domingo siguiente a la Pentecostés, el domingo de Todos los Santos.

Novicio: ¿Porqué la Madre de Dios tiene un lugar aparte sobre la pátena?

Maestro: La Madre de Dios tiene, a lado del Cristo a la derecha, un lugar aparte, pues ella constituye el ejemplo más perfecto que nos ha sido dado del pasaje de la muerte a la vida. El modelo de un fin perfecto de nuestra existencia terrestre es en efecto la Dormición de la Madre de Dios, ella que ha pasado a la Vida Eterna mas allá del Juicio según el Evangelio: "Aquel que escucha mi Palabra y que cree a Aquel que me ha enviado a la vida eterna y no está sometido al Juicio, pero ha pasado de la muerte a la vida" (Juan 5:24).

 

11. La Dormición de la Madre de Dios.

La "Dormición de la Madre de Dios" no es narrada por las Sagradas Escrituras, pero el relato nos ha sido conservado en la memoria de la Iglesia y se expresa en el ícono de la festividad y en la Liturgia del 15 de Agosto, que nos dan ciertas apreciaciones de este misterio.

Icono de la Dormicion de la Muy Santa Virgen Maria.

María está acostada sobre su lecho de muerte; el Espíritu Santo ha reunido a los Apóstoles, de todos los rincones del universo, para acompañar a María en la muerte. Los primeros obispos de la Iglesia también la rodean, los ángeles se inclinan ante ella, las mujeres vienen a venerar su cuerpo. Parado, en el centro, detrás del lecho mortuorio, Jesús en gloria se yergue luminoso, teniendo en sus brazos un niño. Es el alma de Su Madre.

Novicio: ¿Porqué el alma tiene aspecto de un niño? ¿Será la estampa en miniatura del cuerpo y este sería la envoltura?

Maestro: No, se le da al alma de María la forma de un recién nacido en pañales, pues, ella nace en el cielo. Ella ha puesto al Hijo de Dios en el mundo en su carne, ella le ha prestado su humanidad para que Él nazca en la tierra. Este Hijo — que se tornó su hijo — en contrapartida le presta Su divinidad, para que ella nazca en el cielo: "La gloria del siglo por venir, el fin último del hombre está ya realizado, no solamente en una persona divina encarnada pero tambien en una persona humana deificada."

La Liturgia del Quince de Agosto.

Tropario de la Dormición: "¡En tu maternidad tu has guardado tu virginidad, durante la Dormición, tu no has abandonado el mundo, oh Madre de Dios. Tu has pasado a la vida, tú, que eres la Madre de la Vida. Intercede por nosotros y libera nuestras almas de la muerte!"

El oficio de la Dormición nos enseña que María ha pasado de la muerte a la vida, que ella goza de la Vida eterna sin ser sometida al Juicio (Juan 5:24), pues, la Madre de la Vida no pudo quedarse en la corrupción. El 15 de Agosto celebramos como una segunda Pascua, la resurrección de aquella, que, antes del Juicio Final, antes de la resurrección general, está desde ahora unida al Cristo: "El sepulcro y la muerte fueron impotentes a retener a la Madre de Dios; ella intercede por nosotros, nos protege y permanece nuestra esperanza inconmovible; el Cristo que ha habitado su seno virginal a transferido a la Vida a la Madre de la Vida" (kontakion, tono 2). "Los ángeles estaban golpeados de estupor a la vista de la Dormición de la Virgen; ¿cómo la Virgen se eleva de la tierra a los cielos?" (megalinario de la novena oda). Un texto de las vespertinas nos dice que los Apóstoles han asistido a una segunda Ascensión, la de María en su cuerpo para compartir la gloria de su Hijo.

Lo que ha sido ya realizado en María, está previsto en el plan de Dios para cada uno de nosotros. Al fin de los tiempos, luego del Juicio, estaremos vivos, almas y cuerpos, delante del Rostro de Dios. San pablo exclama: "Sembramos la corrupción, Él resucita de la incorruptibilidad; sembramos ignominia, Él resucita de la gloria; sembramos la debilidad, Él resucita un cuerpo espiritual" (1 Corintios 15:42-44). Tal es la finalidad del Juicio: desemboca sobre la Vida eterna, sobre la Jerusalén celestial.

 

12. La Jerusalén celestial.

Novicio: Hemos hablado de la Primera Venida del Señor, del sentido de la Encarnación, luego del tiempo de la Iglesia — el nuestro — aquel del combate. Los hombres esperan ahora la Segunda Venida, "la resurrección de los muertos y la vida del siglo por venir" (Credo).

Lo que tu me has dicho sobre el fin del mundo en particular, me ha impresionado mucho. Me parece haber comprendido que la destrucción del antiguo mundo era el preludio necesario a la creación del nuevo. Pero, he escuchado, el otro día, una conferencia hecha por un astro-físico, astrónomo oficial. Anunciaba "el fin trágico del sol," prediciendo que un día se apagaría luego de haber explotado y hace volatilizar a la tierra. Será, dijo él, el fin de la humanidad. Numerosos libros y películas ilustran el fin del mundo de una manera muy realista. Tú, por el contrario, presentas el amor de Dios ofrecido para siempre a los hombres, la vida eterna en la Jerusalén celestial. ¿El fin del mundo del cual tu hablas y el anunciado por el astro-físico son ellos, por lo tanto, dos cosas diferentes?

Maestro: Ellos no se ubican en el mismo plano. La ciencia encerrada dentro de los límites del mundo, está orientada hacia la realidad unilateral de lo empírico y de lo racional. La Revelación va mucho más allá de los límites temporales en el interior de los cuales necesariamente se despliega la búsqueda científica.

Nuestra manera de ver es otra, bien que no tratamos de ignorar a la ciencia ni a liberarnos de la historia. Sabemos, nosotros, que el Señor es "el Alfa y la Omega" (Apocalipsis 1:8), el Principio, el Creador, el Centro y el Fin de todo, pues, "de Él, por Él y para Él" son todas las cosas (Romanos 11:36). Esto lo descubrimos al entrar en el misterio de las Escrituras.

Esta actitud no viene de por sí, la solicitamos en cada Liturgia eucarística en la plegaria dicha entes de la lectura del Evangelio: "Haz iluminar en nuestros corazones la luz incorruptible del conocimiento de Tu divinidad, oh, Señor, amigo de los hombres, y abre los ojos de nuestra inteligencia para que comprendamos Tu mensaje evangélico"

Vamos ahora a la Jerusalén celestial prometida. A lo largo de todas nuestras conversaciones y de mis relatos, las palabras Alianza y Promesa vuelven como un leit-motiv, nunca hay que olvidarlas. Dios es fiel, su Alianza siempre nos es ofrecida. Ella aparece en las Escrituras bajo formas, imágenes y símbolos diversos: del Reino Dios, el Reinado, Israel salvado, el Advenimiento del Señor, el banquete de nupcias del Cordero, la Tierra, el Templo, la Morada, la Ciudad de Dios, Sion, la vida del siglo por venir, la Nueva Jerusalén, la Jerusalén celestial. Lo que Dios nos promete es un mundo radicalmente nuevo.

Pero cuidado, el Advenimiento de este mundo nuevo es una vida eterna y dinámica, desarrollándose al mismo tiempo sobre dos planos que ínter penetran: aquel de la historia de los hombres y aquel del misterio. Este Reino está a la vez en germinación "aquí y ahora," es también "a venir," eterno y absolutamente nuevo. Esta novedad está en relación estrecha con la última vocación de los seres creados, que es, guárdalo bien en el espíritu, de alcanzar libremente la unión con Dios. Es lo que los teólogos denominan la "deificación" (theosis). Así pues, esto: "Es la definición positiva del mismo misterio que debe cumplirse plenamente en el siglo futuro, cuando, después de haber reunido todo en Cristo, Dios, "se tornará todo en todas cosas" (1 Corintios 15:28). Ves, "vocación" y "siglo futuro" están ligados.

Novicio: ¿Por lo tanto, el fin del mundo no significa el fin de todo?

Maestro: Ciertamente no: "Lo que pasa es la imagen de este mundo" (1 Corintios 7:31). "Lo que desaparecerá… es la muerte" "La Iglesia es la figura y el signo del Reino de Dios, porque el Reino comienza a realizarse como un germen y un fermento en la Iglesia de este tiempo…"

"La criatura (…) a comenzado a existir, pero ella existirá para siempre. La muerte y la destrucción no serán un retorno a la nada, pues, la palabra del Señor permanece eternamente (1 Pedro 1:25) y la voluntad divina es inmutable."

Estas promesas llenas de esperanza para nosotros se encuentran en todas las Escrituras.

En el Antiguo Testamento.

Un mundo radicalmente nuevo se bosqueja a través de todo el Antiguo Testamento: "He aquí lo que voy a hacer del nuevo que ya parece, ¿no lo aperciben?" (Isaías 43:19).

Un grito de esperanza, fundamentado sobre la Promesa, resuena, y su eco se hace oír de un texto al otro.

Se reencuentra el tema de la Jerusalén infiel y castigada, pero finalmente arrepentida, que será recreada y retomada como "Esposa" (Isaías 62:5), en quién Dios se regocijará.

Se puede decir que casi todos los términos positivos que se encuentran en el Antiguo Testamento sirvan a designar la Jerusalén celestial. Forman un haz de expresiones que nos ayudan a aprehender el misterio. Además de los términos mencionados más arriba, habría que agregar: La Luz (Isaías 60:1.3; Salmo 35[36], 10), el Rostro, la Fuerza de Dios.

El texto más vibrante de esperanza es aquel de Isaías: "Pues, voy a crear nuevos cielos y una tierra nueva y no se recordará el pasado, que no ascenderá al corazón. Que sean en el júbilo y que se regocijen por siglos y siglos de lo que voy a crear; pues, voy a crear Jerusalén "Felicidad" y su pueblo "Alegría." Me regocijaré de Jerusalén, seré feliz de mi pueblo. No se escuchará de ahora en más el ruido de las lágrimas y el sonido de los gritos. Ahí, no más de recién nacidos que viven no más que algunos días, ni de ancianos que no completan sus tiempos… Serán de una raza bendita del Señor, así como su descendencia. Mismo antes que me llamen Yo les responderé; ellos hablarán todavía, que ya serán acogidos. El lobo y el cordero pastorearán juntos, el león comerá paja como el buey y la serpiente se nutrirá de polvo. No se hará más mal ni exterminios sobre toda mi santa montaña, dijo el Señor" (Isaías 65:17-25).

Jerusalén o Sion, "ciudad de la paz" (Salmo 75[76], 3), personifica el pueblo elegido, "se lo denominará pueblo santo" (Isaías 62:12). Ella es la morada (Salmo 134[135], 21), el lugar de Dios (Salmo 2 y 109[110]), la ciudad fuerte (Salmo 59[60], 2), la ciudad donde se reencontrarán las naciones (Isaías 2:1-5). Las precedentes moradas de Dios, en el tiempo de Jacob y de Moisés, eran tiendas pasajeras, pero, la nueva Jerusalén será "el reposo del Señor para siempre" (Salmos 75[76]; 86[87], 2; 106[107], 3; 131[132], 14; 134[135] "Dios lo afirmó para siempre" (Salmo 47[48], 9).

Es cierto que en algunos textos es difícil discernir si se trata de la Jerusalén terrestre o de la Jerusalén celestial, pero nosotros sabemos que la Jerusalén visible no es más que la sombra de la Celestial, que aparecerá al final de los tiempos, construida con "piedras vivientes" (1 Pedro 2:5), es decir los hombres, sus ciudadanos. Esta patria espiritual, siempre tenemos que guardar el nombre en la memoria. "Si yo te olvido, Jerusalén, que mi derecha se seque" (Salmo 136[137], 5).

Como, en efecto, un ciudad construida solamente de piedras podría llamarse la "ciudad de Dios" (Salmo 47[48], 9),como decir de ella: "Sion, cada uno le dice: ¡Madre! pues, en ella cada uno a nacido" (Salmo 86[87], 5).

David en los salmos expresa en varias ocasiones este carácter divino de la "ciudad de David" (2 Reyes 5:9): "Mi Dios, Tu eres mi ciudad (mi ciudadela)" (Salmo 58[59], 10). "La ciudad de nuestro Dios, el monte sagrado, soberbio de empuje, regocijo de toda la tierra" (Salmo 47[48], 2).

Es con Israel, el pueblo elegido, personificado por Jerusalén, que el Señor a hecho su "alianza eterna" y es ahí que Él ha establecido (su santuario para siempre" (Ezequiel 37:26). Lavará al pueblo de todas sus manchas y le dará "un corazón nuevo… un espíritu nuevo." "Yo sacaré de vuestra carne el corazón de piedra y les daré un corazón de carne…" (Ezequiel 36:26). La promesa continúa a vivir en el corazón de los hombres y todo reposa sobre la Alianza. Como a una novia el Señor dice a Israel: "Yo te desposaré a mí para siempre; Yo te desposaré en la justicia y en el derecho… Diré: ¡Tú eres mi pueblo! Y él dirá: ¡Mi Dios!" (Oséas 2:21-25). Él colmará a la Esposa "de bienes de su hogar, de santidad de su templo" (Salmo 64[65], 5).

Entonces la felicidad estallará — pues, la función de la ciudad es la loa de Dios (Salmos 83[84], 5; 146[147] "Oh, mi felicidad, cuando me han dicho: ¡vamos a la casa del Señor! ¡Ya estamos, nuestros pasos hicieron un alto en tus puertas, Jerusalén!"

Eusebio, un autor del siglo IV, hace adivinar, en la esperanza, lo que son las puertas cuando dice, que si los cimientos de la Jerusalén celestial están ahí arriba sobre la "santa montaña," (Salmo 2:6), estas puertas están aquí abajo: es la entrada de la Iglesia que es la entrada del Reino del cielo. Así, nos es recordado que el camino hacia nuestra verdadera patria, le Jerusalén celestial, nos es mostrado por la Iglesia.

En el Nuevo Testamento.

Las Bienaventuranzas renuevan las antiguas promesas. Esta vez, es nuestro Señor Jesucristo mismo quién toma la palabra: "Bienaventurados los pobres de espíritu, pues el Reino de los Cielos es de ellos… Bienaventurados los mansos, pues recibirán la tierra como herencia… Bienaventurados los perseguidos por la justicia, pues el Reino de los Cielos es de ellos" (Mateo 5:3-10). En otra parte, en este mismo evangelio de Mateo: "Es a los pequeños niños y a sus iguales, dice el Señor, que pertenece el Reino de los Cielos" (19:14) y: "Los justos resplandecerán como el sol en el Reino de los Cielos" (13:43).

La parábola del Festín nupcial (Mateo 22:1-14) compara el reino de Dios a un festín de nupcias, donde, "los hombres de voluntad," aquellos que "llevan los vestidos de nupcias," aquellos que tienen sed de luz, sed de Dios, sed del Espíritu Santo, participen al festín de las nupcias del Hijo del Rey. No se trata únicamente de la observancia de los ritos o de las reglas, pero, de "renacer de agua y de espíritu" (Juan 3:1-21), de nacer a una nueva vida. El diálogo de Jesús con Nicodemo subraya la necesidad paradoxal de un nuevo nacimiento para entrar en el Reino (Juan 3:3).

Es también lo que dice san Pablo: "Si alguien está en el Cristo, es una nueva creación" (2 Corintios 5:17).

Dirigiéndose a los Gálatas, el mismo apóstol habla de la Jerusalén celestial; recordándoles que Abraham tuvo dos hijos, uno de la sirviente, el otro de la mujer libre — este último en virtud de la promesa — prosigue,: "Estas dos mujeres representan dos alianzas: la primera se sujeta al Sinaí y da a luz para el yugo… y ella corresponde a la Jerusalén actual que de hecho es esclava con sus hijos. Pero, la Jerusalén de arriba es libre y es nuestra madre" (4:21-26).

La Epístola a los Hebreos lo evoca también: "Ustedes se han acercado de la montaña de Sion, de la Ciudad de Dios viviente, de la Jerusalén Celestial…" (12:22).

San Pedro hablando del Día del Señor, afirma: "Son cielos nuevos y una tierra nueva, que esperamos según Su promesa, donde habitará la justicia" (2 Pedro 3:13).

Vayamos al último libro de la Biblia, el Apocalipsis, que quiere decir revelación, Juan insiste y la denomina: revelación de Jesucristo. Es un texto misterioso, lleno de enigmas y de símbolos, última profecía, punto culminante de toda la aspiración del pueblo del Antiguo Testamento, aclarada por la revelación de Jesucristo. Lo que se relaciona a la Jerusalén celestial, a la nueva creación, se encuentra sobretodo, en los dos últimos capítulos de este último libro de la Biblia. La primera creación, ella, ha sido descripta en los dos primeros capítulos de la Biblia.

Luego de los tumultos de los combates y de los flagelos, luego de la descripción de eventos proféticos y enigmáticos, un cambio se hace sentir en el texto de Juan; se tiene la impresión de acercarse con "temor y amor" al Reino, eternidad bienaventurada, inundad de Luz divina: "Luego he visto un cielo nuevo y una tierra nueva (reencontramos las mismas palabras de Isaías), el primer cielo, en efecto, y la primera tierra han desaparecido, y, el mar, ya no hay más. He visto la Ciudad santa, la nueva Jerusalén que descendía del cielo, de lo de Dios; ella se hizo bella como una joven desposada preparada para su esposo. Entonces escuché una voz clamando desde el trono: He aquí la morada de Dios con los hombres. Tendrá su morada con ellos; serán su pueblo, y Él, Dios con ellos, será su Dios. Secará toda lágrima de los ojos; no habrá más muerte, lloros, gritos y penas, no habrá más, pues, el antiguo mundo se ha ido. Entonces, aquel que se sienta en el trono, declara: He aquí hago todas las cosas nuevas… soy el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin. Aquel que tiene sed, Yo, le daré de la fuente de vida gratuitamente. Tal será la parte del vencedor; y seré su Dios, y él será mi hijo" (Apocalipsis 21:1-7).

"Entonces, uno de los siete ángeles… vino a decirme: "Ven, que te muestro la Esposa del Cordero"… Me mostró la Ciudad santa, Jerusalén que descendía del cielo, de lo de Dios, en Ella la Gloria de Dios" (Apocalipsis 21:9-11). "Maldiciones no habrá más; el Trono de Dios y del Cordero será levantado en la ciudad y los Servidores de Dios lo adorarán; verán Su rostro y Su nombre estará sobre sus frentes" (Apocalipsis 22:3-4). Notemos estas palabras: "Ellos verán su Rostro": La presencia de Dios es el Reino.

El Apocalipsis, cuyo tema mayor es el advenimiento glorioso del Señor que reinará con el pueblo de Dios "en los siglos de los siglos" (22:5) da la Jerusalén nueva y celestial como definitiva, donde la verdad será comunión y vida. Queda el misterio; "lo que el ojo no ha visto, lo que el oído no ha escuchado, lo que no ha ascendido al corazón del hombre… todo lo que Dios ha preparado para aquellos que lo aman" (Isaías 64:3; 1 Corintios 2:9).

Novicio: Cuando recitamos la plegaria del Señor y que decimos: "Que tu Reinado venga," ¿también se trata del Reino?

Maestro: Si, es la misma palabra (en griego: basilea) traducido de dos formas diferentes. Existe una correspondencia profunda y misteriosa entre el Reino que germina y crece en nuestros corazones y el Reino que llamamos y que viene.

En los Textos Liturgicos.

— Durante la Liturgia eucarística de san Juan Crisóstomo, el sacerdote termina una de las plegarias con estas palabras: "Dales a aquellos que te sirven con temor y amor… de ser dignos de tu Reino celestial"

En el transcurso de otra plegaria"Eres Tú quién del no ser nos has llevado a la existencia y que… no cesas de hacer todo hasta que Tu nos hayas llevado al cielo y que nos hayas hecho el don de Tu Reino por venir."

En la plegaria eucarística el sacerdote pide que los santos Dones santificados "se tornen para aquellos que los reciben… plenitud del Reino de los cielos."

Luego de la comunión, el diácono pronuncia estas palabras: "¡Oh Sabiduría, Verbo y Poder de Dios! Danos de comulgar más íntimamente en el día sin declinamiento de Tu Reino."

Durante la crismación, que sigue inmediatamente después del bautismo, el sacerdote ora por el recién bautizado: "Fortifícalo en la fe ortodoxa… a fin que… se torne hijo y heredero de Tu Reino celestial"

En los maitines del Jueves santo, el coro canta: "Oh Cristo, has dicho a tus amigos: Beberemos un vino nuevo en el Reino de los Cielos y ustedes participarán de mi Divinidad, pues, el Padre me ha enviado en este mundo para el perdón de los pecados" (cuarta oda).

En los maitines de la noche luminosa de Pascua, "festividad de festividades, solemnidad de solemnidades" se canta este hirmos triunfante, retomado en el curso de la Liturgia que sigue durante todo el tiempo pascual (y también en las oraciones del sacerdote al final de cada Liturgia eucarística). "Resplandece, resplandece, nueva Jerusalén, pues, la gloria del Señor se ha levantado sobre Ti. Ahora danza y arrebátate de alegría, Sion" También este stiquerio: "Vengan, ustedes que han visto, mujeres que anunciáis la Buena Nueva, y decid a Sion: Recibe de nosotros la Buena Nueva de la Felicidad, el Cristo ha resucitado, regocíjate, danza y arrebátate de alegría, Jerusalén, viendo el Cristo rey salir del sepulcro como Esposo"

Hay que haber escuchado estos cantos para comprender la felicidad rebosante que llena los corazones de los fieles cuando el Cristo resucitado sale de su sepulcro, ya es el Reino de Dios.

Novicio: Si, he sentido está felicidad, me gustaría conservar algo durante el resto del año.

Maestro: Al principio del Apocalipsis está escrito con respecto al Señor: "Él es, Él era y Él viene" (1:8). Esta presencia jamás cesa de ser para nosotros fuente de vida: puedes abrevarte. Escucha a Juan el Teólogo decir: "El Espíritu y la Esposa dicen: ¡Ven! Que aquel que escucha diga: ¡Ven! Y que el hombre sediento se acerque, que el hombre de voluntad reciba el agua de la vida gratuitamente" (Apocalipsis 22:17).

También escucha estas palabras que terminan la Biblia:

Sí, Mi Retorno esta Proximo! ¡Oh, si, ven Señor Jesus!" (Apocalipsis 22:20).

 

 

Folleto Misionero # S109

Copyright © 2003 Holy Trinity Orthodox Mission

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Editor: Obispo Alejandro (Mileant).

 

(dios_viviente_2.doc, 09-30-2003).