Siguiendo

a Cristo

(Sobre las obras Cristianas).

Obispo Alejandro (Mileant).

Traducido por Bernardo Aramburu / Gennady Tschubov

 

"Aunque tengáis diez mil instructores en Cristo, aun así no tenéis muchos padres; porque en Cristo Jesús yo os he engendrado a través del evangelio. Por lo tanto os insto a imitarme" (1 Cor. 4:16).

 


Contenido: Ascetismo (sobriedad) - ¿Quién lo concibió? Imitación de Cristo. El gran Objetivo


  

Ascetismo - ¿Quién lo concibió?

En la literatura cristiana antigua hay una historia notable de un joven de 18 años de edad llamado Antonio, quien vivió en los siglos tercero y cuarto cuando el paganismo aún era una fuerza dominante en el mundo. Sus padres siendo cristianos egipcios lo educaron a ser devoto, enseñándole la importancia de asistir los domingos a la Iglesia.

Una vez, camino a la Iglesia, Antonio meditaba habitualmente sobre las vidas de los apóstoles, como ellos dejaron todo para seguir a Cristo. Cuando Antonio entró al Templo, quedó impactado con las palabras del Evangelio que en voz alta pronunciaba el diácono: "Si desais ser perfectos, íd, vended todo lo que teneis y dádselo a los pobres, y tendreis un tesoro en el cielo; y venid, seguídme" (Mateo 19:21). Antonio sintió, que estas palabras eran dirigidas directamente a él. Al poco tiempo repartió todas sus propiedades heredados de sus padres, abandonó su casa y los lugares natales y se retiró al desierto, para que en ese lugar, en paz y soledad, servir solamente a Dios.

Es imposible describir, cuantas dificultades y tentaciones debió soportar este joven "héroe espiritual" en las severas condiciones del desierto egipcio. Sufrió el hambre y la sed, el frío y la intemperie. Pero la más terrible tentación, por palabras del propio Antonio - en su corazón era la añoranza por el mundo y la perturbación de sus pensamientos. A todo ello se le agregaron las seducciones y horrores demoníacas.

A veces Antonio, desfallecía y estaba a punto de arrepentirse y regresar al mundo, no obstante su férrea fe en Dios, permitió sobrellevar y vencer todas las tentaciones.

Después de que Antonio vivió en reclusión por veinte años, algunos de sus amigos descubrieron el lugar en el que estaba viviendo y fueron a visitarlo. Esperando encontrarlo muy débil, casi muerto, o enfermo mentalmente por tan prolongada reclusión, se sorprendieron al encontrarlo completamente saludable y sin rastro de agotamiento físico. Una paz celestial reinaba en su alma y se reflejaba en sus ojos. Calmado, reservado, y amistoso con todos, Antonio los cautivaba con su amor, sensibilidad y sabiduría espiritual. Sus amigos regresaron a casa animados y transfigurados espiritualmente.

Pronto, las noticias sobre el joven "héroe espiritual" se propagaron rápidamente por todo Egipto. Una multitud de gente iba hacia él, algunos por ayuda y consejo, otros para enriquecerse espiritualmente con la gracia que radiaba de él. Algunos iban para establecerse como residentes permanentes, viviendo cerca de él e imitando su modo de vida monástica. San Antonio de esta manera dio origen a un poderoso movimiento monástico, que data desde mediados del siglo cuarto, el cual se diseminó desde Egipto al Cercano Oriente, luego a Bizancio, después al Oeste, y por último, a Rusia.

San Antonio, no inventó el monasticismo, sus raíces se remontan a los primeros siglos del cristianismo. Sin embargo, es interesante destacar, que su florecimiento coincidió con el debilitamiento de la vida cristiana en las ciudades, después de haber cesado la persecución a la Iglesia, el cristianismo de pronto se convirtió en "moda" y el bautismo de los antiguos paganos adquirió un carácter espontáneo. Ciertamente, muchos se bautizaron no tanto por convicción, sino siguiendo el ejemplo popular, conservando sus costumbres y ritos paganos. Entonces muchos cristianos celosos de su fe, con ansias de una vida espiritual, comenzaron a mudarse de las ruidosas ciudades al desierto y monasterios.

El monasticismo ha tenido una profunda influencia sobre la Iglesia Ortodoxa, produciendo volúmenes de literatura ascética-espiritual, elaborando reglas para la Iglesia (conocidas como el typicon), con todas sus cuaresmas y festividades, embelleciendo los oficios con oraciones y gloriosos cantos. Después de los mártires por la fe, el monasticismo dio la mayor cantidad de servidores de Dios.

La vida monástica no es para todos, sino que más bien para aquellos quienes, como San Antonio el Grande, desean vivir solo para Dios, abandonando el vacío espiritual de las actividades cotidianas y la maldad que domina a la vida secular. Los monásticos son llamados internamente a servir solamente a Dios. En esencia, el propósito de un monasterio, es dar las condiciones adecuadas para una vida espiritual, para que el hombre, por el camino más corto y recto, pueda alcanzar la perfección espiritual en unidad con Dios. Aquí todo lo material se posterga al último plano, el pensamiento elevado a Dios, la oración y el esfuerzo espiritual están en primer lugar.

Para una sociedad contemporánea, que ha crecido en medio de un mutilado neo-cristianismo, es difícil poder valorar el mérito que significa llevar una vida monástica. Si el hombre se salvara solamente con la fe, como sostienen los protestantes, entonces cualquier esfuerzo sería inútil. La banalidad de tal aseveración surge de la incomprensión de la esencia del cristianismo. Su objetivo es "la renovación espiritual" del hombre y la "imitación a Cristo," y no simplemente el traspaso del alma a una condición más favorable. "El que esta en Cristo, es una nueva creación" (2 Cor. 5:17).

El Señor Jesucristo con su ejemplo santificó todos los elementos básicos de una vida monástica, incluyendo la pobreza voluntaria, el celibato, el ayuno riguroso, la oración continua, y la vida en el desierto (ya sea real o alegórica). En verdad, después de Su bautismo en el Jordán el "Señor fue conducido por el Espíritu al desierto," y allí pasó cuarenta días ayunando y enfrentando las tentaciones de Satanás (Marcos 1:13). Es importante destacar que Jesús fue al desierto no solamente por su propia voluntad; sino, que fue conducido por el Espíritu Santo que descendió sobre Él durante su bautismo. ¿Cuál ha sido el resultado de la permanencia de Cristo en el desierto? "Entonces Jesús regresó (del desierto) en poder del Espíritu a Galilea, y noticias de Él salieron a lo largo de toda la región circundante" (Lucas 4:14). En otras palabras, en las austeras condiciones de un estricto ayuno y oración solitaria, en lucha contra las tentaciones del diablo, la naturaleza humana de Jesucristo adquirió el grado más alto de fortaleza espiritual. Para recuperar esta fortaleza el Señor, durante Su prédica a la humanidad, partía de tanto en tanto a lugares solitarios para orar durante toda la noche (Mateo 14:23; Marco 1:35; Lucas 5:16.).

Imitación de Cristo

"Ya que estamos, pues, rodeados de una nube tan grande de testigos, descarguémonos de todo peso y de los lazos del pecado que nos tiene ligados, y corramos por la paciencia al término del combate que nos es propuesto, poniendo los ojos en Jesús, autor y consumador de la fe. Este habiéndole sido propuesto el gozo, sufrió la cruz, sin hacer caso de la ignominia. Ahora esta sentado a la diestra del trono de Dios" (Heb. 12:1-2).

Cristo - el ideal de la perfección. En los mejores momentos de nuestra vida, cuando estamos inspirados para comenzar a vivir para el bien, amar a todos y haciendo el bien a todos, no podemos encontrar mejor ejemplo de imitación, que el de nuestro Señor Jesucristo. El hombre recto de todos los tiempos - los profetas, apóstoles, mártires, ascetas, y otros "héroes" de la fe - brillan con la belleza espiritual en la medida que ellos imitan a Cristo. "Pues todos los que habéis sido bautizados en Cristo, estáis revestidos de Cristo" (Gal. 3:27; ved también v. 4:19). Así como las gotas de lluvia muestran diferentes colores al reflejar los rayos de luz del sol, del mismo modo cada cristiano fiel debe reflejar la belleza espiritual de Cristo. No solo que podemos, sino que debemos imitar a Cristo.

Para una persona espiritualmente pobre y atada a lo terrenal, estas virtudes parecen más allá de sus fuerzas. Sin embargo, si calamos en lo profundo, la dificultad no radica en la naturaleza humana, sino en nuestra corrupción. Ciertamente, los ángeles en el Cielo viven virtuosamente y llevan a cabo los mandamientos de Dios de manera natural, sin ningún esfuerzo, y lo más importante, lo hacen con gran alegría. Si fuésemos inmaculados y puros, como Dios creó al hombre en el inicio, sería fácil y placentero también para nosotros, vivir de ese modo. Pero el pecado ha destruido en nosotros, la harmonía entre el alma y el cuerpo. El cuerpo derrotado por la picardía del pecado, tomó el poder sobre el alma y comenzó a tiranizarla con sus desordenados y caprichosos deseos. Es imprescindible reprimir el cuerpo y someterlo a la obediencia del alma. Esto es fácil decirlo. En realidad la humanidad esta esclavizada por el pecado y el diablo. Fue necesario la aparición del Hijo de Dios sobre la tierra y tomar nuestra naturaleza, para ayudar a liberarnos de nuestro mal (pecado) y restaurar en nosotros la semejanza de Dios.

El mismo Señor Jesucristo atravesó la desdichada senda de los hombres, con todas sus dificultades para llevar una vida virtuosa en condiciones egoístas, de una sociedad pecadora y hasta combativa contra Dios. No obstante, Él hizo esto para mostrarnos el camino a la salvación y renovación espiritual. A través de Su Gracia, Él nos ayuda en cada uno de nuestros pasos; Él nos alienta y nos da fuerza. Él nos quita el peso de nuestros pecados, no obstante, no debemos evitar el esfuerzo de nuestra parte, ya que el obstáculo para la renovación espiritual está dentro nuestro. Nosotros - somos el principal estorbo de nuestra salvación.

A pesar de nuestra pecaminosidad, uno no debe desesperarse. Todos los rectos en mayor o menor medida, al principio padecieron de diversas faltas, estaban sometidos a las tentaciones tanto internas como externas, algunas veces desfallecían y caían, luego se levantaban y otra vez se arrepentían. Es maravilloso, como con la ayuda de Dios, ellos lograban estados espirituales tan elevados, adquiriendo sabiduría y experiencia para luego poder ayudar a otros a seguirlos en el camino de la renovación espiritual. El mismo Señor para testificar que sus caminos son verdaderos, les ha otorgado el don de obrar milagros y predecir el futuro. Entre estos incontables Rectos había gente de las más diversas extracciones sociales - había pobres y ricos, campesinos y eruditos, esclavos y reyes. Sin embargo, toda esta diferencia externa los unía algo en común: la lucha por la fe cristiana (en Ruso: podvig). Todos siguieron la "angosta senda," abierta por Cristo, todos renunciaron voluntariamente a las diversas ventajas y placeres que les ofrecía la vida, todos ellos trataban de "crucificar su propia carne con sus pasiones y deseos" (Gálatas 5:24; Romanos 6:6).

Tomemos, por ejemplo, la valiosa y alentadora vida del Apóstol Pablo. Su vida es valiosa sobre todo porque, los protestante, lo citan preferentemente a él, cuando afirman, que los "sacrificios" (podvigui en ruso) no son necesarios, ya que el hombre se salva solamente con la fe. Sus notas autobiográficas que se encuentran dispersas en sus diversos mensajes permiten comprender aquellos motivos que lo movían, con los cuales él se manejaba en su propia vida. En primer lugar, la misión en sí misma de divulgar y predicar el Evangelio, que le confiara Dios, requirió de él un enorme esfuerzo y completa abnegación. Parecería que no le era necesario ningún otro sacrificio adicional. No obstante, el apóstol Pablo permanentemente se recargaba con ayunos y oraciones vespertinas. De acuerdo a sus propias palabras, San Pablo frecuentemente permanecía "en trabajo y fatiga, en muchas vigilias, en hambre y sed, en muchos ayunos, en frío y en desnudez..." (2 Cor. 11:27). Para preservar en sí mismo una conciencia espiritual, constantemente se "entrenaba" con ejercicios espirituales, mirando su vida como si estuviese compitiendo en los juegos olímpicos. "¿No sabéis," él escribe en su primer epístola a los Corintios, "que los que corren en el estadio, si bien todos corren, uno solo se lleva el premio? Corred, pues, de tal manera que lo ganéis. Todos aquellos que han de luchar en la palestra, guardan en todo contingencia; y no es sino para alcanzar una corona perecedera; al paso que nosotros la esperamos eterna. Así que yo voy corriendo, no como quien corre a la aventura; peleo, no como quien tira golpes al aire, sino que castigo mi cuerpo y lo esclavizo; no sea que habiendo predicado a los otros, venga yo a ser reprobado" (1 Cor. 1:24-27).

Evidentemente, él vivió de este modo porque él se consideraba como alguien quien aún no ha alcanzado la medida necesaria de la perfección espiritual "No que lo haya logrado ya, ni llegado a la perfección; pero yo sigo mi carrera por ver si alcanzo aquello para lo cual fui destinado por Jesucristo. Yo, hermanos, no pienso haberlo ya alcanzado. Mi única mira es, olvidando las cosas de atrás, y extendiéndome hacia las de adelante para ganar el premio a que Dios llama desde lo alto por Jesucristo. Pensemos, pues, así, todos los que somos perfectos. Si vosotros pensáis de otra suerte, Dios os iluminará también en esto. Más en cuanto a los conocimientos a que hemos arribado ya, tengamos los mismos sentimientos y perseveremos en la misma regla ¡Oh hermanos!, sed imitadores míos, y poned los ojos en aquellos que proceden conforme al modelo que tenéis en nosotros" (Filipenses 3:12-17).

Indudablemente, el apóstol Pablo comprendió el verdadero cristianismo mucho mejor que muchos de los líderes de las sectas contemporáneas. Si él se esclavizó y sacrificó voluntariamente, es porque consideraba que esto era necesario para el crecimiento espiritual. Cuando le escribía a los cristianos: "Os suplico, pues, ¡oh, hermanos! encarecidamente por la misericordia de Dios, que ofrezcáis vuestros cuerpos como una hostia viva, santa y agradable a Dios, como vuestro culto racional" (Romanos 12:1), llamándolos a seguir su modo de vida (Phil. 3:17; 2 Tes. 3:7; Hebreos 13:7).

Así, si estuviéramos completamente sin pecados, libres de las pasiones e inmunes a toda tentación, enteramente comprometidos con el modo de vida espiritual, llenos de verdadero amor a Dios y a nuestros semejantes, en una palabra, espiritualmente perfectos. En ése caso, la lucha espiritual ya no sería necesaria, como les es innecesaria a los ángeles y a los santos que han alcanzado el Reino Celestial. En la lamentable situación actual - constituye una meta la cual debemos alcanzar con la ayuda de Dios, pero también con nuestro propio esfuerzo personal.

El Apóstol Pedro sintetiza el contenido del modo de vida cristiano de esta manera,

"Habiendo, pues, Cristo padecido en su carne, armaos también vosotros de la misma consideración, que quién padeció en la carne, ha acabado de pecar; de suerte que ya el tiempo que le queda en esta vida mortal, viva, no conforme a las pasiones humanas, sino conforme a la voluntad de Dios" (1 Pedro 4:1-2). Aquí la superación del pecado esta puesta en relación directa con la crucifixión voluntaria del cuerpo con todas sus pasiones y lujurias (Gal. 5:24).

En esencia todo se reduce a una muy elemental y absoluta verdad, que debido al estado pecaminoso y deteriorado de nuestra naturaleza, el alma y el espíritu se encuentran en permanente conflicto. Cuando el cuerpo se sacia, la fuerza espiritual del hombre disminuye y se debilita, por el contrario, cuando el hombre con abstinencia voluntaria debilita su cuerpo, renace nuevamente su fuerza espiritual. Los grandes sabios ya de antaño establecieron, que cualquier esfuerzo espiritual, cualquier privación voluntaria, cualquier rechazo, sacrificio - inmediatamente es cambiado, dentro nuestro, por riquezas espirituales; Cuanto más perdemos físicamente, más ganamos espiritualmente.

Es por esto, que el principal tema de las Santas Escrituras es alentar la "lucha" interna. La vida de un cristiano consiste en imitar a Cristo tomando la cruz y siguiéndolo: "Y quien no tome su propia cruz y me siga, no es digno de mí" (Mateo 10:38). Cuándo los discípulos le preguntaron a Cristo, ¿muchos se salvarán?, el Señor respondió, "Esforzáos para entrar a través de la puerta angosta, porque muchos, os lo digo, tratarán de entrar y no podrán" (Lucas 13:24), "el reino de los cielos se toma con fuerza, y los que utilizan el esfuerzo, lo consiguen" (Mateo 11:12; ved también Lucas 13:22-30, 14:25-27; Marcos 8:34-38; Juan 12:25-26); "buscad primero el reino de Dios, y su justicia, y todas estas cosas se os darán por añadidura" (Mateo 6:33, 6:19-34). Y esto no solo sea en determinados momentos de la vida, sino que debe convertirse en una forma de vida. "Que vuestra cintura se ciña y vuestras lámparas ardan" (Lucas 12:35; Marco 13:33-37); "En el cuidado no perezosos; ardientes en espíritu; sirviendo al Señor; Gozosos en la esperanza; sufridos en la tribulación; constantes en la oración" (Romanos 12:11-12).

De cualquier modo, cuando hablamos de la necesidad de la lucha espiritual, debemos recordar que en el cristianismo es significativo el hecho de que no tenemos vida espiritual excepto a través de la imitación de Cristo. La espiritualidad puede ser obtusa, mala y sombría - como la "espiritualidad" de los demonios. El hinduismo con sus ejercicio de yoga también desarrolla la "espiritualidad" y ciertas cualidades del alma - solo que en este caso el resultado es totalmente opuesto al necesario para la salvación. El catolicismo romano, se separó de la enseñanza y tradición apostólica, y ha desarrollado sus específicos métodos ascéticos de "mortificación del cuerpo," pero tales ejercicios "espirituales" están llenos de sombríos e inconscientes cumplimientos establecidos por exigencias disciplinarias y, además, alejadas de la verdadera meta.

El cristianismo es una religión de dicha. El nerviosismo, la austeridad, y la tristeza contradicen el entendimiento ortodoxo de la verdadera "lucha" (podviga). El propio sermón de Cristo comenzó con el llamando de los hombres al reino de la felicidad eterna: "Bienaventurados los pobres de espíritu . . . Bienaventurados los que lloran . . . Bienaventurados los mansos... " (Mateo 5). Los ascetas más célebres siempre reflejaron en sí mismos un estado de ánimo luminoso y alegre. Al hablar, por ejemplo, con San Serafín de Sarov, el Santo Staretz Ambrosio de Optina, San Juan de Kronstadt, San Hermán de Alaska y otros legítimos rectos, la gente sentía paz y consuelo. Todos los auténticos eremitas eran muy estrictos con ellos mismos pero muy clementes y cariñosos con los demás.

El gran objetivo

Ante nosotros hay una gran meta - ser una nueva creación y asemejarse a Cristo. Para lograrlo, uno debe corregirse mucho en sí mismo y de algún modo quebrar la propia voluntad y obstinación, pasando del orgullo a la mansedumbre; de la pasión a la abstinencia; del mal genio a la gentileza y hospitalidad; de indiferentes a deseosos de hacer el bien; del egocentrismo y la avaricia al sacrificio y compasión; de la desconfianza y los celos a la benevolencia; de la ligereza a la sabiduría en Dios; de la cobardía y la pusilanimidad al valor y coraje.

A pesar de que Dios nos ayuda en cada paso, es imprescindible que nosotros también pongamos todas nuestras ganas. Y aquí encontramos una multitud de obstáculos, tanto externos como internos. A menudo nos puede parecer, que toda nuestra naturaleza y todo nuestro ser se oponen el modo de vida cristiano. Esto nos pone en una situación de desesperanza y el deseo de volver al modo de vida anterior (los Santos Padres llamaron a esa situación "desaliento espiritual"). Tal tentación indudablemente viene del diablo. Así como él tentó a Cristo cuando nuestro Señor se encontraba al borde del desfallecimiento, así trata de tentarnos en los momentos más débiles de nuestras vidas. Astuto y cobarde dragón! Por eso, "vigilad y orad, no sea que caigáis en la tentación. El espíritu está en verdad dispuesto, pero la carne es débil" (Mateo 26:41), recordando siempre que "si verdaderamente sufrimos con Él... nosotros también hemos de ser glorificados con Él" (Romanos 8:17).

La oración, la asistencia a los oficios de la iglesia, el ayuno, la abstinencia, la confesión, la Santa Comunión, el estudio de las Santas Escrituras, la lectura de la literatura espiritual, el pensamiento en Dios, las obras de caridad - todos éstos son medios necesarios para nuestra renovación interna, son nuestros pasos en pos de Cristo. Cuando se olvida la meta, nuestros actos por sí mismos nos reportan poco beneficio y pueden convertirse en inconscientes actos fariseos.

Debemos valorar por pertenecer a la Iglesia Ortodoxa, porque ella ha conservado el entendimiento original de la esencia del cristianismo, cuando en aquel entonces, las religiones paganas quitaron del cristianismo todo aquello, que les parecía difícil y desagradable. Con ello, se han privado a sí mismos de la fuerza vivificadora de la fe cristiana, dejando solamente las hermosas y entusiastas frases." Para la persona que busca la cumbre de la perfección espiritual, la Ortodoxia da todos los medios imprescindibles en sus benditos sacramentos y en la experiencia espiritual de los santos padres. Por supuesto que no todos son llamados a ser grandes sabios u obtener el premio Nobel. Pero es trágico, cuando sistemáticamente al hombre se le cierra el camino al progreso y crecimiento, cuando la escuela primaria - pasa a ser la única institución de enseñanza, y los periódicos la única literatura.

Y así, "Por tanto, volved a levantar vuestras manos caídas y fortificad vuestras rodillas debilitadas" (Hebreos 12:12), recordando que todo esfuerzo positivo de nuestra parte nos acerca a Cristo, y que cada victoria sobre la tentación - es nuestra victoria con Él. Sigamos a Aquel quien dijo, "Tomad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mi; porque yo soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es fácil y mi carga es ligera" (Mateo 11:29-30).

Obispo Alejandro

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Panfleto Misionero # S71

Copyright (c) 2000 y Publicado por la

Iglesia Ortodoxa Rusa de la Santa Protección

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Editor: Obispo Alejandro (Mileant).

 

(essence_christianity_3s.doc, 04-01-2000).