El Salvador del mundo

(Evangelio para niños)

París 1956

I. N. Baigachov

La buena nueva

En la casa donde vives y en la escuela, en un lugar visible, hay un almanaque. En todo el mundo las personas cuentan, según el calendario, los días, meses y años. Recordando los acontecimientos pasados, dicen: esto ocurrió en tal año.

¿Desde qué día, entonces, empezó esta cuenta? Según lo que se sabe, la humanidad existe desde hace muchos miles de años sobre la tierra, pero el almanaque recién está llegando al año 2000. La fecha nos indica que transcurrió un determinado tiempo desde un acontecimiento especial sobre el cual todos debemos conocer.

¿Cuál es este día tan especial que recuerda el almanaque? Él nos recuerda que pasaron tantos días, meses y años desde el día del Nacimiento de Jesucristo, Hijo de Dios, el que llegó a la tierra como hombre vino para salvar a la humanidad y para enseñar el camino hacia la verdad y la salvación. Por eso nosotros lo llamamos El Salvador.

La llegada de Jesucristo fue anunciada mucho antes de su nacimiento terrenal, por los profetas. Los profetas eran personas sabias y honestas a las que Dios les dio el don de anticipar el futuro lejano.

Cristo nació en Belén, una pequeña ciudad del reino de Judea en Palestina. Sobre la vida, enseñanzas, milagros, muerte y resurrección de Jesucristo hay escritos muchos miles de libros en todos los idiomas. Los primeros, más importantes y revelados por Dios se llaman los Santos Evangelios, que son cuatro y están escritos por los santos evangelistas: San Mateo, San Marcos, San Lucas y San Juan.

La palabra Evangelio significa la Buena Nueva. Todo lo que cuenta el Evangelio, fue en verdad una buena nueva para todos.

De los cuatro evangelistas, San Mateo y San Juan fueron discípulos de Jesucristo y estuvieron permanentemente junto a Él. San Mateo y San Juan anotaron todo lo que vieron y escucharon. En cambio San Marcos y San Lucas no conocieron a Jesucristo y escribieron según los relatos de otros, que vieron y escucharon la palabra de Nuestro Señor.

En nuestros días el Evangelio es el libro más popular en el mundo. Esto no es un cuento, no es una historia inventada por los hombres, sino lo que sucedió verdaderamente, en lo que creían, creen y seguirán creyendo siempre miles de millones de personas.

La Madre del Salvador

Dos mil años atrás vivían en Nazaret, Palestina, los esposos Joaquín y Ana. Eran buenos y honrados, respetados por todos. Tuvieron una hija a la que llamaron María.

Joaquín y Ana no sabían que su hija, por la voluntad de Dios, sería la Madre terrenal del Hijo de Dios.

La pequeña María desde los 3 años vivía en el templo, donde con otras niñas estudiaba religión. Según las costumbres de aquellos tiempos las niñas, al llegar a la pubertad, no podían seguir viviendo en el templo, por lo tanto debían volver a la casa de sus padres o casarse. Como los padres de María habían fallecido, se eligió para Ella al noble José que siendo persona mayor y viuda, tomó el compromiso de cuidar de María. José era un humilde carpintero, en su casa, María se ocupaba de los quehaceres domésticos y leía libros sagrados.

Los libros sagrados contaban la historia del pueblo hebreo, las leyes dadas por Dios y las profecías sobre el futuro. Entre los profetas hubo quienes advertían sobre las desgracias que sufriría el pueblo hebreo por sus pecados: de su destrucción, su cautiverio y la ocupación extranjera. Ellos predijeron que Dios enviaría a la tierra al Salvador, también llamado el Cristo, Mesías, Emmanuel (del hebreo "Emanu-El," que quiere decir: Con nosotros, Dios).

La Anunciación

El profeta Isaías, que vivió setecientos años antes de la Natividad de Cristo, decía que el Mesías-Cristo es Dios encarnado, que nacerá de una Virgen, que hará milagros, padecerá, morirá por los pecados de todos los hombres y resucitará (Isaías 7:14 y cap. 53).

La mayoría de los hebreos imaginaba que el Mesías vendría para liberarlos de los invasores extranjeros, conquistar el mundo entero y quedar para siempre como un rey terrenal. Una vez, mientras la Virgen María leía en los sagrados libros las profecías sobre la llegada del Mesías, se le apareció de improvisto un ángel enviado por Dios y le dijo: "¡Regocíjate, llena de gracia, Dios está contigo! ¡Bendita Tú eres entre todas las mujeres!" María quedó confundida por la aparición del ángel y se quedó callada. "No temas, María - continuó el ángel - Dios te eligió, tendrás un hijo al que llamarás Jesús, será grande y lo llamarán Hijo de Dios."

María le dijo al ángel: "¿Cómo puede suceder eso si soy Virgen?" El ángel le contestó: "Para el Señor no hay nada imposible. El Espíritu Santo se posará sobre Ti, por eso tu hijo será llamado Hijo de Dios."

María continuó: "¡He aquí la sierva del Señor! Hágase en mí según su voluntad" (Lucas 1:25-38).

La Virgen María

visita a Santa Isabel

Santa Isabel, esposa del sacerdote Zacarías, era pariente de María. Durante el transcurso de un oficio religioso un ángel se le apareció en el templo a Zacarías y le anunció que su esposa iba a tener un hijo que sería un gran profeta. Como los esposos eran muy ancianos, Zacarías no le creyó y entonces el ángel lo dejó mudo hasta el nacimiento de su hijo (S.Lucas 1:11-20).

La Virgen María después de la aparición del ángel decidió visitar a Isabel que vivía al sur de Galilea cerca de Nazaret. En el momento que Isabel saludaba a María fue llena del Espíritu Santo y dijo a María: "Bendita Tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre; y de donde a mí que la madre de mi Señor venga a mí." María contestó a este saludo con loas al poder y la fuerza de Dios, con agradecimientos por su infinita gracia hacia ella y después de una corta estadía en la casa de Zacarías, volvió a Nazaret (S. Lucas 1:39-56).

Navidad del Salvador

Por órdenes del emperador romano Augusto, se efectuó en Palestina un censo de la población. Cada ciudadano tenía que anotarse en la ciudad de donde eran sus padres. Como José y María provenían del linaje de David, se encaminaron a Belén, la ciudad del rey David.

Con motivo del censo, en Belén se juntó tanta gente que no sólo los albergues, sino también las casas de familia estaban colmadas.

Después de largas búsquedas, y no habiendo encontrado albergue, José y María salieron de la comarca y decidieron pernoctar en una gruta, donde en días lluviosos los pastores guardaban su ganado. En esta fría gruta, a la medianoche nació Jesucristo, el Salvador del mundo.

Después de poner a su Hijo los pañales, la Madre de Dios lo acostó en el pesebre sobre el pasto seco. Y había unos pastores en los alrededores que dormían al descampado y vigilaban por turno sus rebaños. "Entonces se les presentó el ángel del Señor y la gloria del Señor los envolvió en su luz, llenándose de temor. El ángel les dijo: No teman, pues les anuncio una gran alegría que lo será para todo el pueblo. Hoy ha nacido en la ciudad de David el Salvador que es Cristo Señor; y esto les servirá de señal: encontrarán un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre. De pronto, apareció junto al ángel una multitud del ejército celestial que alababa a Dios, diciendo: Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad" (S.Lucas 2:8-14). Cuando el cielo otra vez se oscureció, los pastores fueron a la gruta y encontraron allí al niño con la Madre de Dios, se arrodillaron delante de ellos y luego contaron a María y a José de la aparición de los ángeles.

La adoración de los sabios

No sólo los pastores fueron notificados milagrosamente sobre el nacimiento del Salvador. En países muy lejanos de Palestina, personas sabias e instruidas también se enteraron de la natividad de un modo poco común.

En aquellos tiempos no existían tantos estudios científicos como los que hay actualmente. Las personas vivían más cerca de la naturaleza y estaban acostumbradas a observar las nuevas manifestaciones y sus movimientos.

Poco tiempo después del nacimiento del Salvador, llegaron de tierras lejanas del este a Jerusalén los sabios. Ellos se enteraron del nacimiento de Jesucristo por la nueva y extraordinariamente brillante estrella que apareció en el cielo. Cuando llegaron a Jerusalén, la estrella dejó de observarse y comenzaron a preguntar a todos: "¿Dónde está el Rey de Judea recién nacido? Nosotros vimos su estrella sobre el este y venimos a postrarnos de rodillas delante de Él." En ese tiempo el rey de Judea era Herodes que se subordinó a los romanos. Cuando escucho las preguntas de los sabios, Herodes temió por su trono. Mandó llamar a los Sumos Sacerdotes y escribas que estudiaban los anuncios de los profetas, y les preguntó: "¿Dicen los libros dónde tiene que nacer Cristo?" Ellos contestaron unánimemente: "En Belén de Judea." Entonces Herodes mandó a llamar a los sabios y les preguntó en qué momento apareció la estrella y luego les dijo: "En sus antiguos libros se dice que Cristo deberá nacer en Belén. Búsquenlo allí y cuando lo encuentren, vuelvan y avísenme para que yo pueda ir y adorarlo también" (San Mateo 2:1-8).

Pero en verdad Herodes no pensaba en la adoración sino que quería encontrar al niño Jesús para matarlo. Los sabios se encaminaron hacia Belén y apenas salieron de Jerusalén apareció de nuevo la milagrosa estrella en el cielo y empezó a moverse delante de ellos, mostrándoles el camino. En Belén la estrella se paró justo sobre el lugar donde se cobijaron María, el Niño y José. Los sabios entraron al pesebre indicado por la estrella y encontraron allí a la Madre de Dios con el Niño Jesús y lo reverenciaron como a un Rey obsequiándole oro. Oro por ser Rey, incienso por ser Dios y mirra por la naturaleza humana. Pero no volvieron a Jerusalén, ya que no creyeron en las buenas intenciones de Herodes. Esa misma noche se le apareció en sueños un ángel a José y le dijo: "Levántate y lleva al Niño y a su Madre a Egipto. Herodes busca al Niño para matarlo. Quédate en Egipto hasta que yo te avise" (San Mateo 2:13).

José se levantó, despertó a la Madre de Dios y al Niño y así la Santa Familia partió a Egipto donde vivió hasta la muerte de Herodes. Herodes esperó en vano el regreso de los sabios, y cuando se dio cuenta que nunca volverían, se puso tan furioso que mandó a matar a todos los niños menores de 2 años en todo Belén y sus alrededores.

La adolescencia de Jesucristo

No se habla mucho, en los Evangelios, sobre la niñez y adolescencia de Jesucristo, sólo se dice que vivía con su Madre y José en Nazaret y era muy obediente. El Evangelista Lucas cuenta sólo un episodio de la adolescencia de Cristo. Todos los años, para las fiestas de Pascua, la Santa Familia iba a Jerusalén al Templo. En esa circunstancia, cuando Cristo tenía ya 12 años, ocurrió que al regresar sus padres advirtieron que Él no estaba con ellos, en su búsqueda regresaron a Jerusalén y lo encontraron en el Templo. Estaba sentado entre los sacerdotes y escribas, quienes escuchaban su palabra autorizada, le hacían preguntas que Él contestaba de tal manera, que todos se maravillaban de su inteligencia.

El Profeta San Juan, el Bautista.

San Juan, el hijo de San Zacarías y Santa Isabel, se fue al desierto siendo todavía muy joven. Allí su vida era de continua oración. Usaba ropa tosca de pelo de camello y se alimentaba sólo con lo que encontraba en el desierto hostil (langostas y raíces) (San Mateo 3:4).

Al cumplir treinta años, llegó al Río Jordán y empezó a predicar: "¡Arrepiéntanse! ¡Se está acercando el Reino de Dios!"(San Mateo 3:2). Hablaba con tanta fe y convencimiento que de todas partes se juntaba gente para escucharlo. Muchos le preguntaban: "¿Qué tenemos que hacer?" Y le contestaba: "El que tenga dos túnicas que le dé una al que no tiene. El que posee muchos alimentos, debe darle la mitad al hambriento." A los recaudadores de impuestos, que le preguntaban, les decía: "No recauden más de lo necesario" y a los soldados: "No ofendan a nadie." A los que se arrepentían de sus pecados, San Juan los bautizaba en el río Jordán como símbolo de la purificación de los pecados (San Lucas 3:10-14).

Algunos viendo la vida santa de San Juan y escuchando sus sermones, pensaban que era él el Mesías - Cristo Salvador, la llegada de la cual fue anunciada por muchos profetas; pero él contestaba a todos: "No, yo no soy Cristo. Sólo los estoy preparando para su llegada" (S. Juan 1:19-23).

Bautismo de Jesucristo

Una vez, mientras estaba diciendo esta frase, Jesucristo se acercó a él para recibir el bautismo.

"¿Tú vienes a mí? - preguntó San Juan - ¡Si tengo que recibir yo de Ti el bautismo!" Pero Cristo le contestó: "Así tiene que ser." San Juan obediente, lo bautizó. Entonces "aquí se le abrieron los cielos, y vio al Espíritu de Dios, que descendía como paloma, y que venía sobre Él." Y he aquí una voz de los cielos que decía: "Este es mi Hijo el amado, en quien me he complacido" (S. Mateo 3:16-17).

A la mañana siguiente San Juan, viendo pasar a Cristo, dijo a la gente señalándolo: "Aquí está el Cordero de Dios, que toma sobre sí los pecados de todo el mundo. Él es Cristo, Hijo de Dios" (S.Juan 1:29-34).

Jesucristo en el desierto

Luego de recibir el bautismo, Jesucristo se fue al desierto, donde se quedó por cuarenta días ayunando y rezando. Al final de este prolongado retiro, cuando estaba debilitado por el hambre, se le apareció el maligno diablo y empezó a tentarlo, diciendo: "Si eres el Hijo de Dios, entonces transforma estas piedras en pan y sacia tu hambre."

Pero Jesucristo le contestó: "No sólo de pan vive el hombre, sino de cada palabra de Dios." Entonces el diablo lo transportó al tejado de un templo muy alto y dijo: "Si eres el Hijo de Dios, ¡arrójate! Seguramente los ángeles te sostendrán."

Pero Cristo le respondió: "El hombre no debe tentar la bondad de Dios, Nuestro Señor, y sin necesidad, esperar un milagro."

Entonces el diablo lo llevó a la cima de una montaña y le mostró todos los reinos del mundo y sus riquezas y dijo: "¡Inclínate ante mí, y te daré todo lo que ves!" Pero Cristo le contestó: "¡Aléjate de Mí, Satanás! El hombre debe inclinarse sólo ante Dios."

El diablo se apartó de Él y desapareció (S. Mateo 4:1-11).

Primer milagro

En una oportunidad la Madre de Jesucristo fue invitada a una boda en la ciudad de Canaán en las cercanías de Nazaret, a la que concurrió junto con su Hijo y sus discípulos. Al promediar la fiesta los dueños de casa se percataron de que no alcanzaba el vino. La Madre de Dios se dio cuenta de ello y dijo despacito a Jesucristo: "Parece que no tienen vino." Y Cristo contestó: "Mujer, ¿qué nos va a mí y a ti? Aún no es llegada mi hora" (S. Juan 2:3-4). Ella sabía que Cristo podía ayudar, y efectivamente Él ayudó. En el mismo recinto, donde se llevaba a cabo el festejo, había 6 grandes recipientes de piedra para guardar agua, los que Jesucristo mandó llenar con agua hasta el borde. Cuando los recipientes estaban llenos, Jesucristo dijo: "Llenen una copa y llévenla al Maestro de sala de la fiesta para que pruebe."

Los servidores se asombraron, pero siguieron las directivas de Cristo y se asombraron más todavía, cuando el Maestro de sala, luego de probar el contenido de la copa, constató que no era agua sino un vino de la mejor calidad con el que hizo llenar las copas de todos los invitados.

Este fue el primer milagro hecho por Jesucristo (S. Juan 2:1-11).

La transformación del agua en vino fue hecha por Jesús a petición de la Madre de Dios, la que viendo la ansiedad de los dueños de casa, quiso ayudarles. Por amor a su Madre, Jesucristo realizó y sigue realizando, por intermedio de Ella, infinidad de peticiones a los que creen en Él. Desde el momento del milagro en Canaán, a Jesús lo seguía una multitud de gente, ansiosa de verlo y escucharlo.

La cura del enfermo

En una oportunidad, estando Jesús en Cafarnaum, entró a una casa en la cual se había reunido mucha gente a su alrededor. Trajeron a un hombre que estaba paralizado totalmente, y no pudiendo entrarlo por la puerta a causa de la multitud, lo llevaron al techo plano de la casa, desarmaron el techo y con sogas bajaron al paralítico a los pies de Jesús.

Viendo la fe de ellos, es decir de los cuatro hombres que llevaban al enfermo, dijo Jesús al paralítico: "Hijo mío, tus pecados te son perdonados" (S. Marcos 2:5). Enseguida el enfermo sintió que la parálisis lo había abandonado, se levantó, se inclinó delante de Cristo y glorificando a Dios se dirigió a su casa. La multitud, que recién lo había visto inmóvil, se apartó a su paso con respeto y admiración, todos glorificaban a Dios impresionados por el milagro, y muchísimos comenzaron a creer en Jesucristo. Pero también había muchos, especialmente entre los fariseos, que no querían creer, incluso después de muchos milagros. Ellos se enfurecían porque Cristo curaba a los enfermos los días sábados, cuando por la antigua ley estaba prohibido hacer cualquier cosa este día. Se enfurecían porque Cristo frecuentaba a los pobres, a los que ellos despreciaban. Los amigos advirtieron a Jesús que algunos fariseos se complotaron para asesinarlo. Entonces Jesús, junto con sus discípulos se fue de Judea a Galilea.

 

El joven rico

Una vez se le acercó al Salvador un joven adinerado, educado en el espíritu de los mandamientos de Dios, y le preguntó? "Maestro bueno, ¿Qué tengo que hacer para obtener la vida eterna? Cristo le contestó: "¿Por qué me llamas Bueno? Sólo uno es bueno, que es Dios. Mas, si quieres entrar en la vida eterna, tienes que cumplir los mandamientos, o sea no robes, no levantes falso testimonio, respeta a tus padres y quiere a tu prójimo como a ti mismo." El joven exclamó: "Pero todo eso lo hago desde mi juventud ¿qué más debo hacer?" El Salvador lo miró con amor y le dijo: "Sólo una cosa te falta: Ve y vende todo lo que tienes, repártelo entre los pobres y sígueme" (S. Mateo 19:16-22).

El joven, al escucharlo, se puso triste y se alejó del Salvador. Como era rico, no quería abandonar su fortuna para iniciar el camino de su salvación.

 

El sermón de la montaña

Mientras tanto al pie de la montaña se reunió una multitud que ansiaba ver y escuchar a Jesús.

Rodeado de Sus discípulos, Jesús subió a un lugar elevado y empezó a enseñar a la gente cómo vivir para conseguir la dicha de la vida eterna. Decía así:

"Bienaventurados los mansos - personas que agradecen a Dios por todo lo que tienen y reciben, esperanzados en la piedad de Dios - su recompensa será el Reino de los Cielos."

"Bienaventurados los que lloran - gente que sufre en la tierra por ellos y por lo demás, los que sufren por sus pecados - a ellos se les perdonará y serán consolados en el Reino de los Cielos."

"Bienaventurados los dóciles - personas buenas, que no conocen la ira y que no ofenden a los demás - a estos Dios los premiará en la tierra y el Reino de los Cielos les será abierto."

"Bienaventurados los que buscan la verdad, como un hambriento busca comida y un sediento la bebida, - gente que quiere conocer la verdad de Dios, íntegros y justos; ellos se saciarán y obtendrán lo deseado en el Reino de los Cielos."

"Bienaventurados los piadosos - personas que ayudan a los pobres y humildes, que consuelan a los desdichados, desconsolados y a los ofendidos que no condenan a otros, también ellos obtendrán el perdón de Dios y entrarán en el Reino de los Cielos."

"Bienaventurados los limpios de corazón - personas que evitan las malas acciones, palabras y pensamientos, - a ellos se les concederá ver a Dios en el Reino de los Cielos."

"Bienaventurados los apaciguadores - personas que viven en paz con sus semejantes y apaciguan a los que pelean y hacen la guerra; - en el Reino de los Cielos, Dios los llamará sus hijos, ya que en la tierra hacían su voluntad."

"Bienaventurados los perseguidos por la verdad - gente a los que se persigue y tortura por haber comprendido la verdad de Dios y que enseñan a otros a alcanzarla, - serán premiados con el Reino de los Cielos."

"Bienaventurados todas las personas que soportan las ofensas, burlas, calumnias, exilio y la cárcel - por la fe en Mí. Que soporten todo esto con alegría, ya que les espera una gran recompensa en el cielo" (S. Mateo 5:1-12).

"Ayuden a los necesitados y dad a los que piden (S. Mateo 5:42). Después de hacer una buena acción, no alardeen con ello y no esperen alabanzas. Si hacen el bien sólo para que los alaben, habrá muy poca bondad para su alma en ello." "El Señor lo ve todo y lo sabe todo, por cada buena acción que hagan los recompensará."

"Si piden - lo obtendrán, si buscan - encontrarán, si golpean - les abrirán" (San Mateo 7:7). No se preocupen por la comida y la vestimenta más que por el alma; el cuerpo se muere, todo pasa y se termina, pero el alma sigue inmortal." "No condenen y no serán condenados."

"Cuando rezan y se dirigen a Dios con una petición, no empleen demasiadas palabras.

Recen así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre, venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad así como es en el cielo, en la tierra. El pan nuestro sustancial de cada día dánosle hoy. Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. No nos dejes caer en la tentación, mas líbranos del maligno" (S.Mateo 6:7-13).

"Cada uno que escuche mis palabras y las cumpla, será un hombre sabio, que edificó su casa sobre cimientos sólidos. Soplarán vientos y saldrán los ríos de su cause, pero esta casa quedará. El que escuche Mis palabras y no las cumpla, es un necio, porque edificó su casa sobre la arena; La tempestad e inundación la destruirá" (S. Mateo 7:24-27).

La maravillosa pesca

Una vez, acompañado por una multitud, llegó Jesús a las orillas de un lago.

En la orilla había 2 botes y los pescadores guardaban en ellos las redes, quejándose de no haber podido pescar nada ese día. Jesucristo subió a uno de los botes, que pertenecía a Simón, y le pidió que se alejara un poco de la costa, para que los que quedaban allí pudiesen oírlo.

Después de haber terminado con el sermón, dijo a Simón: "Dirígete a un lugar profundo y tira las redes."

"Maestro," - contestó Simón - "estuvimos trabajando toda la noche y no pescamos nada, pero haré lo que me indicas."

Llegaron al centro del lago, tiraron las redes y con mucho esfuerzo pudieron sacarlas nuevamente, ya que se encontraban llenas hasta el borde. Había tal cantidad de peces que no entraba en un sólo bote y Simón tuvo que llamar a sus compañeros para que ayuden con el otro bote. Todos los pescadores estaban asombrados por el milagro realizado y miraban con miedo a Cristo. Simón se arrodilló delante de Él y dijo: "Señor ¡no soy digno de estar a Tu lado! ¡Soy un hombre pecador!" Después de haber sacado los dos botes a la orilla, los pescadores dejaron todo y se fueron tras Jesús (S.Lucas 5:1-11).

La muerte de Juan el Bautista

El rey Herodes encerró a Juan el Bautista en la prisión porque este le reprochaba su vida fuera de la ley con Herodías, la mujer de su hermano. Un día, festejando con sus allegados el cumpleaños, Herodes, en el apogeo de la fiesta, mareado por el vino, y la danza de Salomé, hija de Herodías, le prometió cualquier cosa que le pida.

Salomé consultó con su madre y aquella le ordenó pedir la cabeza de Juan el Bautista. El rey, a pesar de su crueldad, se puso triste, pero no se atrevió a romper la promesa y envió un guardia a la cárcel para que le corten la cabeza al Santo y se la traigan sobre una bandeja (S. Mateo 14:3-11).

De esta manera, por la voluntad de un rey malo y ateo, vertió su sangre aquél, del que Cristo dijo que es el más grande de los profetas.

La falta de fe en Dios, el libertinaje y la arrogancia terminan en la crueldad y en la maldad por culpas de las que padece el mundo.

El sembrador

Jesucristo no sólo predicaba sus enseñanzas por intermedio de los sermones directos. Muchas veces se dirigía al pueblo con relatos - parábolas, donde sus enseñanzas se aplicaban a la vida misma. Aquí relatamos uno de ellos:

"Un hombre salió a sembrar. Mientras sembraba algunos granos, se cayeron al lado del camino y fueron pisados por la gente y picoteados por los pájaros. Otros cayeron sobre el suelo rocoso, donde había muy poca tierra. Pronto brotaron, pero al no encontrar las raíces la humedad necesaria, sucumbieron por el calor. Algunos cayeron en la maleza. La maleza los ahogó. Otros granos, en cambio, cayeron en buena tierra, germinaron y dieron una buena cosecha.

El grano es la palabra de Dios y el campo, el corazón del ser humano. Muchos escuchan la palabra de Dios, pero en algunos corazones no encuentra el suelo adecuado y perece. El grano que calló sobre el suelo rocoso, representa a la gente inconstante y cobarde. Ellos aceptan la palabra de Dios, pero en la primera oportunidad, ante una dificultad o persecución, reniegan de ella. El grano que se perdió entre la maleza, representa a la gente, en la cual, la palabra de Dios es ahogada por los placeres mundanos. En cambio, las personas de corazón limpio, que escuchan la palabra de Dios y la cumplen, se asemejan a los granos caídos en el suelo fértil. Ellos traen múltiples frutos mediante sus buenas acciones" (S. Lucas 8:4-15).

El buen samaritano

Un sabio judío preguntó al Salvador: "¿Qué tengo que hacer para alcanzar la vida eterna?" Él le contestó: "¿Qué está escrito en la ley?" El sabio dijo: "Ama a Dios, tu Señor, con todo tu corazón y con toda tu alma, y al prójimo como a ti mismo." Jesús le dijo: "Contestaste bien, hazlo así y vivirás." Pero el sabio, queriendo justificarse, preguntó: "¿Y quién es mi prójimo?" Cristo le contestó: "A un hombre, que venía de Jerusalén a la ciudad de Jericó, lo asaltaron unos bandidos, lo robaron, lo lastimaron y lo dejaron tirado medio muerto. Dio la casualidad que por el mismo camino pasó un sabio esclarecedor de leyes. Miró al hombre que se desangraba, y pasó de largo. De la misma manera pasó otro paisano. Entonces pasaba por este camino un hombre de otra nación. Cuando vio al herido, se paró, lavó y vendó sus heridas, lo puso sobre su asno y lo llevó a su albergue. Allí lo cuidó toda la noche. A la mañana, al partir, le dejó dinero al dueño del albergue para que lo cuide y le dé de comer." Jesucristo le preguntó al sabio: "¿Quién de estos tres fue el prójimo del damnificado?" "El prójimo es aquel que prestó ayuda al infeliz," contestó el sabio. Entonces Jesús le contestó: "¡Haz tú lo mismo!" (S. Lucas 10:25-37).

Jesús nos enseña que todas las personas son semejantes entre sí. Tienen que ayudarse y no mirar la diferencia entre religiones, razas ni nacionalidades.

Lázaro y el rico

Esto también es una parábola. Había un hombre rico. Todos los días organizaba fiestas suntuosas. Al lado de la puerta de su casa se refugiaba un enfermo pobre de nombre Lázaro. Se alimentaba sólo con los restos que se tiraban de la cocina del rico. Murieron los dos. El rico ingresó en el infierno y el pobre en el paraíso. Sufriendo en el infierno, el rico vio a Lázaro feliz en el paraíso y le pidió que le alcance aunque sea una gota de agua. Del paraíso contestaron: "Lázaro no puede cruzar el abismo que separa el paraíso del infierno." Entonces el rico pidió que comuniquen a sus hermanos en la tierra como vivir con integridad. Del paraíso contestaron: "Ellos tienen las Sagradas Escrituras. Que se atengan a ellas. Pero si no escuchan las Escrituras de Moisés y los profetas, entonces aunque venga alguno de los muertos, no escucharán igual" (S. Lucas 16:19-31).

El rico gozó en la tierra, y el pobre sufría y se atormentaba. El rico no trató de aliviar su vida en la tierra. Entonces ahora es justo, después de la vida terrenal, que Lázaro sea feliz y que el rico sufra.

El hijo pródigo

Un hombre tenía 2 hijos. El más chico pidió que le den la parte de los bienes que le correspondían por herencia. El padre lo cumplió. El hijo menor se dedicó a viajar. En el exterior se gastó todo el dinero, viviendo con lujo y libertinaje. Al final, para no morir de hambre, empezó a cuidar chanchos. Esta plata no le alcanzaba ni siquiera para la comida. Muchas veces comía la comida de los cerdos. Entonces se acordó de la casa paterna. Se arrepintió por haberla abandonado y pensó: mi padre tiene muchos obreros; todos ellos bien comidos, contentos y tienen sus viviendas. Volveré a la casa de mi padre, me inclinaré delante de él hasta el suelo y le diré: "Padre, he pecado ante Dios y ante ti. No soy digno de llamarme tu hijo. Recíbeme como un obrero más entre los tuyos."

Habiéndose decidido, abandonó la tierra extraña, volvió a su patria y fue a la casa paterna. El padre lo vio de lejos, cansado, en harapos; se apiadó de él, apurándose para recibirlo, y lo abrazó con fuerza. Luego le dio ropa nueva y ordenó a los sirvientes preparar un lujoso almuerzo, para festejar su regreso. El hijo mayor, volviendo del trabajo, escuchó el ruido y festejos en la casa y preguntó la causa de semejante júbilo. Le explicaron que se festejaba el retorno del hermano menor. El hijo mayor le reprochó al padre por no haber hecho ninguna fiesta en su honor, a pesar de haber trabajado siempre en la casa del padre. Entonces el padre le contestó al mayor: "Hijo, tu siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo. En cambio tu hermano estaba muerto y ahora revivió, se perdió y lo encontramos. ¿Cómo no voy a estar contento y regocijado?" (S. Lucas 15:11-32).

Con esta parábola Cristo nos hace ver que Dios recibe siempre con amor a los pecadores arrepentidos y les perdona con benevolencia.

El Salvador y los niños

Siempre se reunía mucha gente para escuchar a Cristo. Venían muchas mujeres y traían consigo a niños. Cristo era especialmente cariñoso con los niños. Él sabía de su sincera bondad, mansedumbre y sinceridad.

"No molesten a los niños si vienen a Mí," decía Cristo. "Recuerden, el que ama a los niños y les hace el bien, lo hace también para Mí. Únicamente el que tiene la fe tan pura y tan viva, como la de los chicos, puede entrar al reino de los Cielos" (S. Lucas 18:15-17).

Una vez los discípulos le preguntaron a Jesucristo, quien de ellos será el mayor en el reino de los cielos. Él llamó a uno de los niños, lo colocó entre los discípulos y dijo: "Si alguno de Uds. va a ser tan puro y humilde como este niño, éste será el mayor en el reino de los cielos" (S. Mateo 18:1-5).

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María Magdalena

Muchas mujeres piadosas creyeron en Jesucristo. Algunas lo seguían. Consideraban un gran honor servirle. Una de ellas, María Magdalena, antes había sido una gran pecadora.

Una vez un tal Simón, invitó a Jesucristo a almorzar en su casa. Entonces entró María Magdalena, se sentó en los pies del Señor y empezó a sollozar. Con sus lágrimas lavó los pies de Jesús y los secó con sus cabellos, luego los perfumó con aceite aromático.

Simón, viendo esto, se sorprendió y pensó: "¿Cómo puede Cristo permitir que semejante pecadora lo toque?" Cristo, habiendo leído este pensamiento en los ojos de Simón, le dijo: "Un hombre tenía dos deudores: uno le debía una suma muy grande y otro muy poco. Ni uno ni otro le podían pagar la deuda. Como era bueno les perdonó a los dos. ¿Qué te parece Simón, cuál de ellos estaba más agradecido?" "El que debía mucho." Contestó Simón. Entonces dijo Jesús, mostrando a María: "Y esta mujer, como puede, demuestra su gran agradecimiento por los muchos pecados que yo le perdoné." Y dirigiéndose a María, Cristo le dijo: "Ve en paz, tu fe te ha salvado."

La resurrección de un joven

Una vez, al entrar Jesús por los portales de la ciudad de Naím, se cruzó con una procesión fúnebre. El muerto era un joven, único hijo de una pobre viuda. La pobre madre acompañaba el cuerpo mientras lloraba desconsoladamente. Cristo se apiadó de ella e hizo parar la procesión. Dirigiéndose al muerto dijo: "Joven, a ti te digo: ¡levántate!" Y en este mismo momento el joven revivió, se sentó y empezó a hablar. Al ver semejante milagro, todos se asustaron, glorificaban a Dios y decían: "Un gran profeta apareció entre nosotros. ¡Dios visitó a su pueblo!" (S. Lucas 7:11-17).

La resurrección de la hija de Jairo

Uno de los jefes de la sinagoga, de nombre Jairo, vino a Jesús, se le tiró bajo los pies, y dijo: "Mi hija se muere. Ven a mi casa, pon tus manos sobre ella, para que se sane y quede con vida." Viendo la fe de Jairo, Jesucristo fue con él. Por el camino se encontraron con los sirvientes de Jairo que le dijeron: "No molestes al Maestro, tu hija ha muerto." Jairo estaba desesperado. Cristo le dijo: "No tengas miedo, si crees, tu hija será salvada." Cuando se acercaron a la casa, ya estaban preparando a la joven para el entierro. En la casa todos lloraban. Cristo dijo: "No lloren, la joven no murió, sólo está dormida." Algunos se empezaron a burlar sabiendo seguro que la joven había muerto. Cristo hizo salir de la casa a todos los que no eran familiares y junto con los padres de la joven, el apóstol Pedro, Santiago (Jacobo) y Juan, entró a la habitación donde estaba la joven, la tomó de la mano y dijo: "Virgen, a ti te digo: ¡levántate!" En este mismo instante la muerta revivió, se levantó y empezó a hablar.

La fama por los milagros que hacía Jesucristo se desparramó por todos lados. La gente acudía a Él por miles. Muchos se quedaban con Él todo el día. Escuchando sus sermones se olvidaban de comer (S. Lucas 8:40-56).

Curación del sirviente de un jefe del ejército

Se enfermó el sirviente preferido de un jefe del ejército romano. Se estaba muriendo. A raíz del pedido del jefe, Jesús contestó: "Voy a ir y lo curaré." El jefe contestó: "¡Oh, Señor! No soy digno que entres en mi casa; pero di una sola palabra, y mi sirviente se curará." Con esta acción el jefe dio un ejemplo de fe y humildad: de fe, ya que estaba convencido, que Cristo, con una sola palabra y a distancia, podía curar al sirviente; humildad, ya que no se sentía digno de la visita de un Hacedor de milagros tan grande. Ve

Hasta el mismo Cristo se sorprendió por una fe tan profunda y le contestó al jefe: "en paz. Que sea como dijiste" (S. Mateo 8:5-13). En este mismo momento el sirviente sanó.

La multiplicación de los panes

Un día, a las orillas del mar de Galilea había más gente de lo normal. Los discípulos le dijeron a Jesús: "Maestro, ya es tarde. Despídelos, para que puedan ir al pueblo y comprarse pan para calmar su hambre." Jesús contestó: "Dénles de comer ustedes." Uno de los discípulos le dijo: "Señor, un jefe de aquí tiene 5 panes y 2 pescados, pero no es nada para semejante cantidad de gente."

Cristo hizo traer el pescado y los panes y empezó a rezar. Después los bendijo y partiendo en pedazos los entregó a sus discípulos. Los discípulos los repartieron entre la gente. Había más de cinco mil personas. De las manos de los discípulos no dejaban de afluir los panes y los pescados. Cuando empezaron a levantar los restos de los pedazos, había más de 12 grandes canastos (S. Marcos 6:34-44).

El Salvador camina sobre las aguas

Después de la milagrosa multiplicación de la comida, Jesucristo se alejó al desierto para rezar en soledad, y a sus discípulos les ordenó ir en bote a la ciudad de Cafarnaum. El bote con los discípulos avanzaba muy lentamente, ya que soplaba un viento muy fuerte en contra. Ya casi terminaba la noche y no habían llegado siquiera a la mitad. El viento soplaba cada vez más fuerte, la inquietud aumentaba. Los discípulos remaban hasta las últimas fuerzas. Ya el viento pasó a ser huracán. Todos esperaban el inevitable naufragio. De improvisto vieron un resplandor sobre el agua. Alguien se acercaba a ellos caminando sobre las crestas de las olas, como si fuese sobre el suelo. Sus vestiduras blancas se agitaban en el aire. Los discípulos quedaron petrificados, pensando que veían un fantasma y que había llegado su fin. De pronto escucharon la voz de Jesús: "¡No teman: soy Yo!" En el mismo momento ya no tenían miedo.

Simón Pedro, viendo al Maestro, exclamó: "¡Señor! Ordena que vaya hacia Ti." Jesús le contestó: "Ven." Saliendo del bote el apóstol Pedro se encaminó sobre las olas, pero al alejarse un poco, se volvió, y viendo alrededor sólo la oscuridad y bajo los pies las encrespadas olas, se asustó y empezó a hundirse... En su desesperación pegó un grito: "¡Señor, sálvame! Me hundo." Jesús se acercó y tendiéndole la mano a Pedro, le ayudó a entrar en el bote, diciéndole con humilde reproche: "Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?" Pronto el viento se calmó, el bote llegó a destino. Todo lo acontecido asombró de tal manera a los discípulos de Cristo, que se hincaron con devoción delante de Él exclamando: "¡Señor, en verdad eres el Hijo de Dios!" (S. Mateo 14:22-33).

La Transfiguración del Señor

Muchas veces Jesucristo profetizó a sus discípulos que para la salvación de los hombres, tenía que padecer, morir y resucitar al tercer día. Pero para que el padecimiento y su muerte no perturbaran la fe en Él, como Hijo de Dios, de los discípulos, se transfiguró delante de ellos. Una vez llevó consigo a tres discípulos: Pedro, Santiago y Juan y subió con ellos al monte Tabor para rezar.

Habiéndose cansado con la prolongada oración, los discípulos se durmieron. De pronto los despertó una luz muy singular. Entonces vieron que la cara de Jesús brillaba como el sol. Sus vestiduras eran más blancas que la nieve. A sus costados estaban los profetas Moisés y Elías. Viendo esto, el apóstol Pedro exclamó extasiado: "¡Señor! Qué bien que nos sentimos aquí. Permítenos hacer tres carpas: para Ti, para Moisés y para Elías." En el momento en que Pedro hablaba, una nube brillosa bajó sobre Jesucristo. Los Apóstoles escucharon la voz de Dios: "Aquí está mi amado Hijo. Creed en cada palabra suya." Con mucho miedo, los discípulos cayeron a tierra. Cristo los tocó con la mano y dijo: "Levántense, no tengan miedo." Entonces se levantaron y miraron a su alrededor. La nube ya había desaparecido, tampoco estaban los dos profetas. Delante de ellos estaba Jesús, tal como lo veían siempre.

Luego Pedro, Santiago y Juan contaron a los demás discípulos sobre la maravillosa visión de la que fueron testigos. La fe en la divinidad de Jesucristo se afianzó más en ellos (S. Mateo 17:1-8).

La iglesia en este día reza: "Te transfiguraste hoy en el Monte, ¡oh, Jesús! Y allí vieron tu gloria los discípulos. Para que cuando te vean en la Cruz, comprendan tu voluntario padecimiento, y entonces predicarán al mundo hasta el fin, que eres el resplandor de Dios."

Resurrección de Lázaro

Jesús era amigo de Lázaro y de sus hermanas Marta y María. En una ocasión las hermanas enviaron a decirle que Lázaro estaba gravemente enfermo; esto ocurrió un poco antes de la fiesta de Pascua hebrea.

De paso para Jerusalén Cristo supo que Lázaro estaba muerto y sepultado. Marta salió a recibirlo y llorando le dijo: "Señor, si hubieses estado aquí, no hubiese muerto mi hermano." Díjole Jesús: "Tu hermano resucitará. El que cree en Mí, tendrá la vida eterna. ¿Crees tú en esto, Marta?" Le respondió Marta: "Yo creo que Tú eres Cristo, el Hijo de Dios." En la casa de Lázaro se juntó una multitud de amigos, llegados de Jerusalén con el fin de expresar su pésame a las dos hermanas.

También salió al encuentro del Señor, María, quien cayó a sus pies y asimismo dijo: "Señor, si hubieses estado aquí, no hubiese muerto mi hermano." "¿Dónde lo pusisteis?," preguntó Jesús. Luego le mostraron la gruta en la cual fue sepultado Lázaro. Jesús ordenó que se quitase la piedra que cerraba la entrada a la gruta. Entonces dijo Marta: "Señor, ya hace cuatro días que está aquí en el sepulcro." Acto seguido Jesús oró y exclamó: "¡Lázaro, sale!" Al instante el que había muerto salió, ligado de pies y manos con fajas (S. Juan 11:17-44). Ante esto muchos de los presentes creyeron en Jesucristo. Mas algunos de ellos se fueron a los fariseos, y les contaron las cosas que Jesús había hecho. Entonces los pontífices y fariseos convocaron un consejo, y dijeron: "¿Qué haremos? Este hombre hace muchos milagros. Si le dejamos así, todos creerán en Él." Por lo tanto, decidieron matarlo (S. Juan 11:45-48).

Uno de los discípulos de Cristo, Judas Iscariote, visitó a los fariseos y les ofreció entregar a Jesucristo por treinta monedas de plata. Ellos aceptaron su proposición y decidieron apresar a Jesús cuando Él regresase a Jerusalén; sólo que no querían apoderarse de Él en un día festivo. Para la fiesta se reunía mucha gente en Jerusalén y los fariseos temían que el pueblo se amotinara contra ellos si hacían algún daño a Cristo Jesús.

Entrada triunfal en Jerusalén

Poco tiempo después de la resurrección de Lázaro. Cristo partió hacia Jerusalén, acompañado como siempre por sus discípulos y una gran muchedumbre.

Cuando estuvieron cerca de Jerusalén, despachó Jesús a dos discípulos, diciendo: "Id a esa aldea que está enfrente, y, al entrar en ella, encontraréis atado un pollino, en el cual no se ha montado nunca nadie; desatadlo y traedlo" (S. Lucas 19:30).

Los discípulos trajeron al pollino y pusieron sobre él sus vestidos. Jesús lo montó y partió hacia Jerusalén. Vino una gran multitud a su encuentro y la gente extendía por el camino sus vestidos más valiosos y muchos de ellos adornaban el camino con flores y ramos de palmas. Clamaban, vitoreando a Cristo: "¡Bendito el que viene en nombre del Señor!" Las calles de la ciudad estaban llenas de gente. Los que no conocían a Jesús preguntaban: "¿Quién es Éste?" Y los que le conocían contestaban: "Éste es Jesús, el profeta de la ciudad de Nazaret" (S. Mateo 21:6-11).

En aquel entonces el templo de Jerusalén se encontraba en estado de abandono. En el mismo los hombres compraban, vendían y trocaban como en un mercado. Cristo Jesús expulsó a los mercaderes del templo. Los fariseos allí mismo querían apoderarse de Jesús, pero tenían miedo al verlo rodeado del pueblo que lo amaba.

La Última Cena

Se aproximaba la fiesta de Pascua. Los judíos festejaban todos los años este día en memoria del venturoso éxodo de Egipto. Durante esta festividad para la cena se servía un cordero, pan y vino. Jesucristo ordenó organizar una cena de esta índole tres días antes de la Pascua, sabiendo que los días de su vida sobre la tierra estaban contados. En el transcurso de la cena, Jesús se despidió de sus discípulos.

"Uno de vosotros me traicionará," dijo Jesús a sus discípulos. Al oír estas palabras, los discípulos se quedaron perplejos y tristes sin entender de quién hablaba Cristo. Uno de ellos preguntó: "¿Seré yo acaso?" Y Cristo contestó en voz baja: "Aquel que mete conmigo la mano en el cáliz, a quien daré un trozo de pan mojado en vino." Acto seguido, habiendo mojado el pan, se lo dio a Judas Iscariote, diciendo: "Ejecuta pronto lo que has tramado." Judas recibió el pan y enseguida salió del cenáculo (S. Juan 13:21-30 y S. Mateo 26:21-23).

Entonces dijo Jesús a los discípulos: "Hijos míos, por poco tiempo he de estar con vosotros. Un nuevo mandamiento os doy: Que os améis unos a otros, tal como Yo os he amado a vosotros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos" (S. Juan 13:33-35).

"Señor, ¿a dónde te vas?" preguntó Pedro. Respondió Jesús: "Adonde Yo voy, tú no puedes seguirme ahora; me seguirás, sí, después." Pedro le dice: "¿Por qué no puedo seguirte ahora? Yo daré por Ti mi vida." Pero Jesús le replicó: "Yo te digo, Pedro, que no cantará hoy el gallo, antes que tú niegues tres veces haberme conocido" (S. Juan 13:36-38). Pedro quedó confundido, y Cristo continuó su discurso dirigiéndose a todos sus discípulos: "Que no se turbe vuestro corazón. Vosotros creéis en Dios, creed también en Mí. Quien cree en Mí, ese hará también las obras que Yo hago. Si me amáis, observad mis mandamientos. Yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, el Espíritu de Verdad, para que esté con vosotros eternamente. Éste os enseñará toda la verdad" (S. Juan 14:1-17).

Muchas otras cosas hay que hizo Jesús instruyendo a sus discípulos, cómo deben vivir y predicar su doctrina en el mundo entero. Luego tomó el pan, lo bendijo, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: "Tomad y comed, éste es mi cuerpo." Y tomando el Cáliz dio gracias, y dióselo, diciendo: "Bebed todos de él; porque ésta es mi sangre, la cual será derramada por muchos para remisión de los pecados. Haced esto en memoria Mía" (S. Lucas 22:19-20).

"Hágase tu voluntad"

Luego Cristo salió de la casa acompañado por sus discípulos, yendo al huerto de Getsemaní. Se introdujo en el huerto sólo con tres discípulos: Pedro, Santiago (Jacobo) y Juan; pero aun a ellos los dejó para orar en soledad. Únicamente les dijo: "Aguardad aquí y velad."

Cristo oró: "Padre mío, si es posible, aparta de mí este cáliz (de sus próximos suplicios) pero no obstante, no se haga lo que Yo quiero, sino tu voluntad". Tres veces interrumpió su oración Cristo y se volvió a sus discípulos, pero cada vez los encontraba dormidos. Y dijo a Pedro: "¿Es posible que no hayas podido velar una hora conmigo? Velad y orad. Se aproxima la última hora. Levantáos: ya llega aquél que me ha de entregar." Mientras lo decía, en el huerto entró Judas Iscariote y juntamente con él los soldados con antorchas y una multitud armada con cuchillos y palos (S. Marcos 14:36-42).

La traición de Judas

Judas se puso de acuerdo con los soldados para que detuviesen a quien él besare (o sea, el saludo). Después de aproximarse a Jesús, Judas lo besó y saludó. Cristo se dirigió a la multitud, diciendo: "habéis salido armados con espadas y garrotes como contra un ladrón. ¿No les enseñaba a ustedes todos los días?" Y luego, dirigiéndose a los soldados, les preguntó: "¿A quién buscáis?" "A Jesús de Nazaret," contestaron ellos. "Soy Yo," dijo Jesús, y la multitud retrocedió. Todos los discípulos se asustaron y dispersaron (S. Juan 18:4-6).

En la casa de Caifás

Los soldados que prendieron a Jesús le condujeron a casa de Caifás, que era sumo sacerdote, servidor del culto de la sinagoga. Pedro le iba siguiendo de lejos. En la casa de Caifás se habían reunido todos los fariseos y escribas que odiaban a Cristo. Pero Pedro no se atrevió a entrar, permaneciendo en el patio junto con los sirvientes, deseando ver en qué terminaba todo eso.

Cuando Cristo compareció ante Caifás, éste comenzó a buscar algún falso testimonio esperando que se pronuncie algo suficiente como para condenar a Cristo Jesús y entregarle a la muerte. Los falsos testigos eran numerosos.

"¿Qué dirás para justificarte?" Preguntó Caifás a Cristo. Pero Jesús permaneció en silencio. Y díjole el sumo sacerdote: "Yo te conjuro de parte de Dios que nos digas si Tú eres Cristo, el Hijo de Dios." Le respondió Jesús: "Sí, Yo soy Cristo." A tal respuesta Caifás saltó y exclamó: "Ha blasfemado, ¿qué necesidad tenemos ya de testigos? ¿Qué castigo le aplicaremos?" Y todos los presentes gritaron: "¡Reo es de muerte!" Rodearon a Cristo y luego empezaron a escupirle en la cara y a maltratarle con golpes de puño, mientras que otros le daban bofetadas (S. Mateo 26:57-68).

Negación y arrepentimiento de Pedro

Mientras tanto Pedro se hallaba sentado fuera, en el atrio, cuando se le aproximó una criada que le dijo: "También tú andabas con Jesús el galileo." Pero él lo negó, diciendo que la criada se había equivocado y dirigiéndose a la puerta, allí lo vio otra criada que le dijo a quienes allí estaban: "Este también se hallaba con Jesús Nazareno." Pero Pedro negó por segunda vez diciendo que la criada había visto con Jesús a alguna otra persona, y no a él. Pedro se asustó y decidió irse, pero le rodearon los sirvientes que decían: "Seguramente eres tú también de ellos; porque tu misma habla te da a conocer como galileo." Entonces Pedro empezó a echarse sobre sí imprecaciones y a jurar que no había conocido a tal hombre, y le creyeron.

Y al momento cantó fuertemente el gallo, con lo que se acordó Pedro de la palabra de Jesús; y saliendo afuera lloró amargamente (S. Mateo 26:69-75).

En el palacio de Pilatos

Al día siguiente, por la mañana, Jesucristo fue conducido al palacio de Pilatos, el gobernador romano de Judea, ya que sin su confirmación las sentencias de muerte dictaminadas por los tribunales judíos no podían ejecutarse.

Al extenuado y atado Cristo lo rodeaba la multitud de los escribas, fariseos y sus secuaces que le detestaban.

Pilatos salió, miró a Jesús y preguntó a los jueces:

- "¿De qué acusáis a este hombre?"

- "Dice que es Hijo de Dios y Rey de los Judíos. Conforme con nuestras leyes es reo de muerte," contestaron ellos. Pilatos Preguntó: "¿Eres Tú el Rey?" A lo que Jesús respondió: "Tú lo dices. Pero mi reino no es de este mundo. Nací y vine al mundo para testificar acerca de la verdad; y todos los que son de la verdad escuchan mi voz."

Pilatos le dijo: "¿Qué es la verdad?" Y luego salió para decir a los judíos: "Yo no hallo delito alguno en este hombre. Pero sabiendo que tenéis costumbre que se suelte un reo para la Pascua, pregunto: ¿queréis que os suelte con ocasión de la fiesta al Rey de los judíos?" Pero ellos se pusieron a gritar: "No sueltes a Éste, sino a Barrabás"; Barrabás era un malhechor (San Juan 18:28-40).

Contestando a Pilatos los judíos gritaban: "Si lo sueltas serás enemigo del emperador (San Juan 19:12). Libera a Barrabás y no a Él." Entonces Pilatos ordenó a los soldados que azoten a Jesús, lo que en aquella época era un castigo común.

Los soldados no se limitaron a este castigo, sino también se mofaban de Cristo. Pusieron sobre su cabeza una corona de espinas cuyas largas púas herían muy dolorosamente. Pilatos quiso liberar a Jesús, y preguntó a la muchedumbre qué hacer con Jesucristo. El pueblo, incitado por sus jefes gritó: "¡Crucifícale! ¡Crucifícale!" Y Pilatos repitió una vez más: "Pues, ¿qué mal ha hecho Éste? Yo no hallo en Él delito ninguno de muerte. Después de castigarle, lo liberaré." Pero aumentaba la gritería: "¡Crucifícale! ¡Crucifícale!" Por fin Pilatos accedió a la demanda: soltó a Barrabás y entregó a Jesús a los judíos para la crucifixión (S. Lucas 23:20-25).

Crucifixión de Jesucristo

Las ejecuciones, por lo general, se llevaban a cabo afuera de la ciudad, sobre la colina del Gólgota; allá llevaron a Jesús y a dos ladrones para crucificarlos.

Una vez llegados al Gólgota, los soldados le quitaron sus vestidos; lo pusieron sobre la cruz de madera y clavaron sus manos y pies con grandes clavos.

Pero Cristo mientras tanto rezaba por sus crucificadores, diciendo: "Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen" (S. Lucas 23:34).

Crucificaron también a los dos ladrones. El ladrón situado a la izquierda imprecó a Jesucristo diciendo: "Si Tú eres el Hijo de Dios, sálvate a Ti mismo y líbranos a nosotros" (S. Lucas 23:39). En cambio el ladrón ubicado a la derecha reconoce sus faltas y la divinidad del crucificado. Desde lejos el pueblo pudo ver a los tres crucificados. En la cruz del centro, en la cual se hallaba crucificado Jesús, se puso un letrero que decía: "Jesús de Nazaret, Rey de los Judíos" (INRI). Uno de los ladrones crucificados exclamó con fe: "Señor, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino." Y Cristo le contestó: "En verdad te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso" (S. Lucas 23:42-43).

Las torturas que tuvo que soportar Jesús en la cruz eran terribles. Las heridas causadas por los clavos, aumentaban cada vez más bajo el peso del cuerpo. La sed insoportables quitaba las últimas fuerzas del desgarrado cuerpo. Cuando pidió de beber, uno de los soldados humedeció una esponja con vinagre y la acercó en la punta de su lanza a los labios de Jesucristo. Ya se aproximaba la muerte. Entonces Jesús, clamando con gran voz, dijo: "¡Está cumplido!" Y exhaló su último suspiro. La vida terrenal del Hijo de Dios había concluido. En ese momento tembló la tierra y se oscureció el sol. Toda la gente se asustó. El centurión romano presente glorificó a Dios, diciendo: "Verdaderamente era Éste un hombre justo e Hijo de Dios." Muchos soldados estaban de acuerdo con él (S. Marcos 15:36-39).

Los judíos asustados y confundidos se apuraron para volver de Gólgota a Jerusalén.

En la misma noche, uno de los seguidores de Jesucristo, José, varón virtuoso y justo, natural de Arimatea, conocido y respetado en Jerusalén, se presentó ante Pilatos y pidió el cuerpo de Jesús para sepultarlo en el huerto de su hacienda. Pilatos ya informado acerca de la muerte de Jesús, dio su consentimiento.

Sepultura de Jesús.

José y Nicodemo descolgaron el cuerpo de Jesús de la cruz y lo llevaron al huerto de José. Después de envolverlo con lienzos lo depositaron en el sepulcro nuevo del huerto. Finalmente, se hizo rodar una pesada piedra tapando la entrada del sepulcro.

Resurrección del Señor

Los príncipes de los sacerdotes y los fariseos acudieron a Pilatos para que ordene la custodia del sepulcro. Pilatos les contestó: "Ahí tenéis la guardia, id y ponedla como os parezca." Con eso, yendo allí, aseguraron bien el sepulcro, sellando la piedra y poniendo guardias. El día siguiente era el sábado, cuando según las leyes judías se prohibía ocuparse de cualquier cosa aparte de la oración, y nadie se aproximó. Mas a la noche siguiente del sábado el Ángel de Dios descendió al sepulcro y apartó la piedra que tapaba la entrada. Algunos soldados espantados huyeron y fueron a contar a sus jefes acerca de lo acontecido.

Al alba, las mujeres portadoras del miro aromático (mujeres miróforas), que eran seguidoras de Jesucristo, llegaron al sepulcro, llevando los aromas que tenían preparados para untar con estos óleos aromáticos el cuerpo de Jesús. Y quedaron muy consternadas al ver que la piedra había sido quitada. El sepulcro se hallaba abierto y un ángel de Dios se encontraba sentado sobre la piedra. Éste, al dirigirse a las mujeres, dijo: "No temáis; ya sé que estáis buscando a Jesús crucificado; no está aquí, sino que resucitó" (S. Marcos 16:5-6).

Aparición de Jesús a los Apóstoles.

En ese mismo día dos de los discípulos de Jesucristo iban de Jerusalén a una aldea llamada Emaús y conversaban entre sí acerca de las cosas que habían acontecido. Se hallaban tan conmovidos por los sucesos de los últimos días que no se dieron cuenta que se les había unido otra persona que escuchaba atentamente su conversación. Este acompañante estaba callado todo el tiempo, pero cuando ellos se dieron cuenta de su presencia, les preguntó: "¿Por qué estáis tan tristes?" Uno de los discípulos, llamado Cleofás, contestó: "¿Eres Tú el único peregrino en Jerusalén que no conoce lo que ha pasado en ella estos días? Nosotros éramos discípulos del gran Profeta y esperábamos que Él había de redimir a Israel. Pero los escribas y fariseos se apoderaron de Él y le entregaron para que fuese condenado a muerte y le crucificaron. Estamos ya en el tercer día después que ha muerto."

"¿Cómo no creéis en lo anunciado por los profetas?" Preguntó el acompañante que comenzó a recordarles todo lo escrito por los profetas acerca de la pasión, muerte y resurrección de Cristo. Ellos estaban sorprendidos por su conocimiento y elocuencia y sin darse cuenta cómo, llegaron a Emaús. El acompañante quiso dejarlos, pero ellos le convencieron que almuerce con ellos. Cuando se sentaron a la mesa, el acompañante tomó el pan, lo bendijo, partió y se lo entregó. Recién entonces reconocieron a Cristo Jesús y se alegraron, pero Él se hizo invisible (S. Lucas 24:13-32).

Los apóstoles se volvieron de Emaús a Jerusalén y contaron a otros discípulos que Jesucristo vive. Sin embargo, su relato les pareció increíble.

Mientras estaban hablando de estas cosas, de pronto, estando las puertas cerradas, apareció Jesús en medio de ellos, y les dijo: "¡La paz sea con vosotros!" Ellos, empero, atónitos y atemorizados, se imaginaban ver a algún espíritu.

Pero Jesús les dijo: "¿De qué os asustáis? ¿Acaso no me reconocéis? Mirad mis manos y mis pies." Ellos miraron y vieron sobre sus manos y pies las heridas causadas por los clavos; por eso creyeron, pero seguían mirándolo con temor. Luego el Señor preguntó: "¿Tenéis aquí algo para comer?" Ellos le presentaron un pedazo de pez asado y un panal de miel, y Él comió ante ellos. Recién entonces comprendieron sin lugar a dudas que se encontraban en presencia de la propia persona de Jesucristo y que no se trataba de una visión. Su regocijo no tenía límite (S. Lucas 24:36-43).

Entonces les dijo: "Ved ahí lo que os decía, cuando estaba aún con vosotros, que era necesario que se cumpliese todo cuando está escrito de Mí. Ya todo está cumplido, y ustedes son testigos de estas cosas. Yo voy a enviarlos al mundo, como el Padre me ha enviado a Mí. Les doy la gracia del Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedarán perdonados; a quienes se los retengáis, les quedarán retenidos" (S. Juan 20:23).

Empero Tomás no estaba con ellos cuando Jesús vino. Los otros discípulos le contaron después: "Hemos visto al Señor." Mas él les respondió: "Si yo no veo con mis propios ojos las heridas de los clavos y no las palpo con mis manos, y pongo mi mano en su costado, no lo creeré." Ocho días después estaban otra vez los discípulos en el mismo lugar; y Tomás con ellos. Vino Jesús estando cerradas las puertas (por temor de los enemigos de Cristo), se puso en medio de ellos, y dijo: "¡La paz sea con vosotros!" Dirigiéndose a Tomás, le dice: "Alarga aquí tu dedo, y registra mis manos; y trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo, sino creyente."

Respondió Tomás avergonzado: "¡Señor mío y Dios mío!" Entonces le dijo Jesús: "Tú has creído, ¡oh, Tomás! Porque has visto mis heridas; bienaventurados aquellos que creen sin haber visto" (S. Juan 20:24-29).

La ascensión del Señor

Jesucristo después de su resurrección permaneció sobre la tierra por 40 días. Durante este lapso aparecía a los apóstoles y los preparaba para la predicación del Evangelio en todo el ámbito de la tierra. Una de las veces que se apareció, esta vez en el monte de Galilea, les dijo: "A Mí me está dada toda la potestad en el cielo y en la tierra. Id a enseñarlo a todos los pueblos, bautizándolos en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, haciéndoles cumplir todo lo que les he mandado; y permaneceré con ustedes todos los días hasta la consumación de los siglos" (S. Mateo 28:18-20).

Levantando sus manos los bendijo y bendiciéndolos se fue separando de ellos y elevándose al cielo. Ellos se postraron ante Él y regresaron a Jerusalén con gran júbilo (S. Lucas 24:50-52).

Esto contaron los evangelistas a todo el mundo sobre la Navidad de Nuestro Señor Jesucristo, comprendiendo sus milagros, doctrina, padecimientos, muerte, Resurrección, hasta su Ascensión.

Acuérdate lo que ha dicho Cristo al Apóstol Tomás: "Tú has creído, porque has visto; bienaventurados aquellos que creen sin haber visto." Estos felices hombres eran y son muchísimos millones.

Recuerda que el principal mandamiento de Cristo fue el amor a Dios, y luego el amor entre todos los hombres. Ama a tu prójimo como a ti mismo y no le hagas nada que no desearas para ti.

Si cumpliésemos con las prescripciones evangélicas y siguiéramos la doctrina de Cristo, ya sobre la tierra viviríamos felices. Y después de la muerte, todos los que vivieron según el modo evangélico, verán al propio Dios. Verán su gloria, poder y luz; y vivirán con eterno gozo en Dios. Apégate a Cristo para protegerte de todos los males que nos esperan en este mundo.

Jesucristo será tu guía, consuelo, apoyo en tu vejez y esperanza en la muerte.

Después de la muerte nos admitirá en su Reino Celestial, donde está preparado el cielo para los que le aman.

Nuestro Padre Dios

que siempre reinas en la altura celestial,

enciende el fuego creador de la caridad

sobre la tierra en todos los corazones

santificando tu nombre y bondad

alimentándonos sublimemente con razones

que se perdonen los pecados

a los que saben perdonar,

y como último pedido:

no nos permitas caer en el pecado

ya que del diablo sabe preservar.

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Missionary Leaflet #
Holy Protection Russian Orthodox Church
2049 Argyle Ave. Los Angeles, California 90068
Editor: Bishop Alexander (Mileant)

(evangelio_ninos.doc, 11-13-98)