Pascua y Festividades Mayores

Dedicadas al Señor.

Obispo Alejandro (Mileant)

Traducido del ruso por Taisa Morosoff

 

Contenido:

Nacimiento de Jesucristo (Navidad).

Presentación del Señor al Templo.

Bautismo del Señor (Epifanía).

Transfiguración del Señor.

Entrada del Señor en Jerusalén (domingo de Ramos).

Luminosa Resurrección de Jesús.

Ascensión del Señor.

Descenso del Espíritu Santo sobre los Apóstoles.

Exaltación de la Santa Cruz.

 

 

Nacimiento de Jesucristo (Navidad).

Poco antes del nacimiento del Salvador, el emperador romano Augusto ordenó que se hiciera un censo general de toda la población. Entre los hebreos, los registros se llevaban por tribus, pueblos y por lugares de nacimiento, y cada uno de ellos tenía determinados sus propias ciudades y aldeas donde se guardaban los registros genealógicos. En vista de que Belén era el lugar de nacimiento del rey David, es que se la consideraba como la ciudad de su familia y de todos sus descendientes.

No cabe ninguna duda que no fue sin la intervención de la Providencia Divina que fue dictado el edicto del César que ordenaba la reinscripción de toda la población, ya que Jesucristo debía nacer en Belén, y no en Nazaret donde residía en ese entonces la Virgen María. Así es como lo predijo el profeta Miqueas: "Y tú, Belén, tierra de Judá, en nada eres menor a los capitanes de Judá, porque de ti saldrá un Guía, que apacentará a mi pueblo Israel" (Miqueas 5:2). La Santísima Virgen María, era huérfana total, y como única heredera del nombre y de los bienes patrimoniales de su familia, al igual que todos los hombres, también estaba sujeta a realizar la reinscripción. Encontrándose en los últimos días de Su embarazo, debía ir junto con su pariente-tutor, el anciano José, a su ciudad natal, Belén, para cumplir con la ordenanza del censo.

Tomando en cuenta el estado de la Virgen María, el viaje desde Nazareth a Belén podía llegar a prolongarse alrededor de tres días de camino. Cuando llegaron allí, la Virgen María con José, no pudieron encontrar ningún lugar para hospedarse, debido a la gran cantidad de gente que había arribado para cumplir con el censo. Habiendo encontrado cerca de Belén una gruta, donde los pastores metían su ganado cuando el tiempo era inclemente, y por no tener otro lugar donde albergarse, José y la Purísima Virgen se ubicaron en ella. La gruta estaba vacía, ya que por causa del buen tiempo reinante, los pastores se quedaron con sus ovejas en el campo.

Y así, en esta humilde caverna, apartados de todos, durante el silencio de la noche, la Virgen María sin dolencia alguna, y sin ayuda ajena, dio a luz a nuestro Señor Jesucristo — al Salvador prometido para el mundo. Tomando en cuenta las profecías de Isaías (Is. 7:14), la Iglesia Ortodoxa enseña, que no solo la concepción del Salvador fue sobrenatural, sino que también durante el nacimiento, y aun después del milagroso nacimiento del Niño, Su Madre permaneció Virgen, en cumplimiento de la promesa de virginidad que había hecho. Según las tradiciones hebreas, el Mesías debía nacer en el mes "quisleve" — el noveno mes de acuerdo al cálculo hebreo, y según nuestro calendario — en Diciembre. Aunque la fecha exacta del Nacimiento no se conoce, este acontecimiento comenzó más adelante a celebrarse por la Iglesia el 25 de Diciembre.

Después de dar a luz al Divino Niño, al Dios-Hombre, al Salvador del mundo, Jesucristo, la Madre de Dios, por si Misma Lo tomó en Sus manos, Lo envolvió en pañales y Lo puso en un pesebre, que había excavado en la gruta para dar alimento al ganado. Las devotas tradiciones complementan el relato Evangélico, diciendo que también se encontraban allí un buey y un asno, los cuales, estando al lado del pesebre, calentaban con su aliento al Divino Niño, que reposaba en él.

A esas horas de la medianoche, Belén y sus alrededores estaban sumergidos en un profundo sueño. Sólo en esta humilde gruta había animación: la Madre de Dios y el justo José estaban diligentes ante el Recién Nacido. En el campo, en las cercanías de la gruta había rebaños descansando, vigilados por pastores.

En medio de este divino silencio nocturno, de pronto se apareció a los pastores el Ángel del Señor envuelto en una resplandeciente luz y dijo: "¡No temáis! Porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, quien es Cristo el Señor. Esto os servirá de señal: hallaréis al niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre." Inmediatamente después de esto se presentó una innumerable cantidad de Ángeles, que cantaban aquel maravilloso cántico, que aún hasta hoy en día toda la gente escucha con emoción. "Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, para con los hombres de buena voluntad" (Lucas 2:10-14).

Después que los Ángeles se alejaron, los pastores, volviendo en si, se apresuraron hacia el lugar que les había sido indicado, hacia la gruta, y entrando en ella, reverenciaron al Divino Niño. Cuando el Justo José escuchó de los pastores el relato acerca de la aparición de los Ángeles, se convenció, de que tanto la concepción, como el nacimiento del Niño de la Virgen María, era obra del Dios Todopoderoso, en cumplimiento de las antiguas profecías acerca de Mesías.

Según la tradición, la Virgen María con el Divino Niño y José pasaron en la gruta de Belén unos cuarenta días. Fue allí mismo, que al octavo día después del nacimiento, realizaron sobre el Niño el rito de la circuncisión, en cumplimiento de lo establecido por la Ley, dándole el nombre de Jesús, según el mandato del Arcángel Gabriel.

El cálculo del calendario cristiano, que es aceptado por todas las naciones desarrolladas, debe su origen al monje romano del siglo 6-o, Dionisio el Menor. Según sus cómputos, el Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo sucedió en el año 754 después de la fundación de Roma. Sin embargo más adelante, Ideler, conocido astrónomo alemán (l846) contabilizó, que el Nacimiento de Jesucristo sucedió algo antes — en el 749 o 750 después de la fundación de Roma. Si tuviéramos en cuenta sus estudios, como más correctos, tendríamos que agregar al año en curso unos cuatro años más.

Tropario Tono 4:

Tu nacimiento, oh Cristo Dios nuestro, ha irradiado sobre el mundo la luz de la sabiduría. Porque los que se postraban ante los astros, por los astros aprendieron a adorarte a Ti, oh Sol de Justicia, y de conocer, que de las alturas del oriente viniste, oh Señor gloria a Ti.

Kontaquio Tono 3:

Hoy la virgen da a luz al excelso en esencia, la tierra ofrece la gruta al que es Inaccesible, los Ángeles con los pastores alaban, y los magos siguen la estrella en el camino. Porque por causa de nosotros ha nacido un Niño nuevo, que es Dios pret-eterno.

La Benemérita:

Por temer ofenderte, Virgen María, guardemos silencio, por el conflicto, de que por amor a Ti, ofrecerte canciones sabiamente compuestas, no es fácil. Mas Tú Misma, Madre, concédenos ese arte según nuestro celo.

Adoración de los magos.

El nacimiento del Salvador era esperado no solo por los hebreos, quienes tenían claras profecías acerca de ello, a través de profetas como Miqueas, Isaías y otros, sino también por paganos, quienes entendían al Mesías, como a un cierto enviado del cielo, que traería a la sociedad humana un saneamiento moral.

El historiador romano Tácito dice directamente: "Era convicción general, que en los antiguos escritos se dice, como que en este mismo tiempo el oriente obtendrá fuerzas y los hebreos se apoderarán de todo." Los europeos esperaban la venida del Salvador desde el oriente, los hindúes y los chinos — desde el occidente, pero no todos concluían claramente de esto a Judea como el sitio señalado. Es conocido, por ejemplo, que el emperador chino Ming-Ti había enviado a la India para averiguar, si había venido Aquel Santo, Quien, según antiguas tradiciones, debía aparecer en el occidente. Pero donde sobre todo era mas impaciente la espera de la venida al mundo del Salvador, era por cierto, en Asia Central, donde, como se sabe, vivían esparcidas todas las doce tribus del pueblo israelita.

Además del interés generado por las diferentes predicciones proféticas, incluyendo la profecía de Daniel, la venida del Salvador al mundo también atraía la atención de los así llamados magos, o sabios, observadores de la naturaleza y astrónomos. Se llamaban en la antigüedad magos o hechiceros, a la gente de una tribu de la nación de los Medas, a quienes les había sido confiado cumplir las ceremonias religiosas. Ellos estudiaban atentamente el estado y la ubicación de las estrellas. Los magos gozaban de un gran respeto entre los reyes y hasta tenían influencia sobre las resoluciones de los asuntos gubernamentales. Luego, durante el reinado del rey Ciro la casta de los magos pasó a Persia. Ellos aseguraban, que cada persona nacía bajo la influencia de cierta estrella, a través de la cual se podía conocer su destino. En vista, de que el Salvador del mundo tendría que ser un muy visible enviado del cielo, tendría que aparecer cierta estrella muy especial a baja altura, anunciando a todos el nacimiento del Cristo Salvador. Habiendo visto esta brillante estrella unos dos años antes del nacimiento de Cristo, ellos comprendieron, que debía nacer, por fin, el prometido Rey–Salvador y, dirigidos desde lo alto, llevando las ofrendas, iniciaron el camino, para verlo.

Aunque en las Escrituras no se habla del número de los magos, pero, según las antiguas tradiciones, eran tres, y en la devota tradición religiosa hasta se citan sus nombres: Melchor, como descendiente de Sem, Gaspar — descendiente de Cam, Baltasar — descendiente de Jafet. La Escritura inclina a pensar que los magos vinieron de Persia, tierra donde eran abundantes, los regalos que ellos trajeron: oro, incienso y mirra.

Los magos partieron orientados por la estrella, la cual los condujo hasta Jerusalén. Allí comenzaron a indagar a todos — "¿Dónde está el Rey de los judíos, que ha nacido? Porque Su estrella hemos visto en el oriente, y vinimos a adorarle." Ninguno de los habitantes de la región, por supuesto, pudo señalar el lugar del nacimiento del Salvador, pero sin embargo la noticia de la venida de los magos y de su búsqueda llegó hasta los oídos del rey Herodes. Entonces, después de haber interrogado a los sacerdotes y a los eruditos para saber dónde debía nacer Jesús, según lo escrito en las profecías bíblicas, llamó secretamente a los magos y les indicó que averiguaran el lugar del nacimiento de Cristo. Les dijo, que se lo informaran para que así pudiera ir él mismo a adorarlo. Pero claro, su finalidad no era ir a adorarlo, sino matarlo, como a su futuro contrincante, según el concepto de Herodes.

Averiguado con mayor exactitud el lugar del nacimiento del Salvador, los magos se dirigieron a Belén. La estrella, que antes había desaparecido, brilló nuevamente en el ocaso del cielo delante de ellos, orientándolos y mostrándole el camino. Encima del lugar del nacimiento de Jesús, la estrella se detuvo... y ellos comprendieron que allí estaba el nacido Rey.

Entrando en la humilde gruta, los magos reverenciaron al Niño que reposaba en el pesebre y Le presentaron los regalos: oro, incienso y mirra. El oro, como tributo a un Rey; incienso, como signo de sacerdocio, porque es utilizado en los servicios y oraciones a Dios; mirra, como a un hombre, que tenía que rescatarnos con Su muerte. Ellos tenían intenciones de regresar después a Jerusalén con Herodes, pero vieron en sueños a un Ángel que les indicó no ir allá, sino regresar a su país por otra ruta.

Esperando el regreso de los magos, Herodes se enteró que un Niño excepcional había sido llevado al templo de Jerusalén, de Quien la gente decía que Él era — el esperado Mesías de los hebreos. Comprendiendo, que los magos no volverían para verlo, Herodes se enfureció y mandó que se matara, en Belén y en sus alrededores, a todos los niños menores de dos años, con la esperanza de matar entre ellos a aquel Niño especial, Quien podría ocupar su trono. Las ordenes de Herodes fueron cumplidas cruda e inflexiblemente de manera que en Belén y en sus alrededores perecieron cerca de l4 mil niños.

Sin embargo el Niño-Dios no fue víctima de esta matanza, ya que un Ángel se le apareció en sueños a José y le previno acerca del propósito de Herodes. Tomando al Niño y a Su Madre, huyeron hacia Egipto donde permanecieron hasta nueva indicación. Al año, en un sueño, le fue abierto que ya podía regresar a su país, ya que habían muerto los que buscaban el alma del Niño (Mat. 2:20).

En el camino hacia Palestina, José supo que reinaba Arquelao, el hijo de Herodes y temió volver a Belén, y regresó a su ciudad natal Nazaret en Galilea, como lugar más seguro. Allí se ubicó y habitó la Familia Santa.

Observaciones:

La celebración del nacimiento del Señor, o Navidad el 25 de Diciembre, surgió en el Occidente. Esta fecha fue introducida por la Iglesia con la intención de equilibrar un culto pagano y para proteger a los cristianos de la participación en él. Es conocido que para los romanos el 25 de Diciembre se festejaba el tal llamado: dies natalis Sollis invicti, que expresaba la idea del permanente regreso del verano y algo así como la renovación del sol, que este era un día de desenfrenados entretenimientos para el pueblo, día de juegos para los siervos y los niños, etc. De esta manera, por sí sólo este día era el más apropiado para dar contrapeso a ese culto pagano y celebrar el acontecimiento del Nacimiento de nuestro Señor Jesucristo, Quien en el Nuevo Testamento repetidamente es denominado sol de la verdad, luz del mundo, salvación de la gente, vencedor de la vida y la muerte. El censurable festejo pagano era causa suficiente, para que la Iglesia reconociera como necesario el rescatar y ennoblecer este día con la elevada recordación cristiana. Por lo tanto la antigua Iglesia, negando la identidad de dos fiestas semejantes – una pagana y otra cristiana — le da a la celebración de la Navidad un significado visible y expresivo — la renunciación a las supersticiones y costumbres paganas.

Antes del siglo 4, en las Iglesias del Oriente, se la celebraba el 6 de enero y era conocida con el nombre de Aparición Divina. Esta celebración era consagrada a la aparición de Dios en la carne, Su autorevelación a los hombres, por ello es que se la denomina Aparición de Dios, o simplemente aparición epifanía. Como fundamento para esto sirvió la comprensión de la relación entre el primer y el segundo Adán, entre el culpable del pecado y la muerte, y el Jefe Superior de la vida y la salvación. Conforme a una misteriosa percepción de la antigua Iglesia, el segundo Adán, nació y murió en el mismo día que en el que fue creado y en el que murió el primer Adán – al sexto día, lo cual correspondía al 6 de enero, por cuanto este era el primer mes del año. Fue en la Iglesia de Constantinopla, cerca del año 377, cuando, por primera vez, la Navidad se comenzó festejar el 25 de Diciembre, gracias a la energía y a la fuerza de la elocuencia de San Juan Crisóstomo, y desde allí esta festividad se propagó por todo el Oriente ortodoxo.

La determinación de que la celebración de la Navidad de Cristo fuera el 25 de Diciembre tuvo trascendental significado para constituir el calendario eclesiástico. Apenas fue confirmada y bendecida esta festividad, con relación a ella se fueron ubicando consecuentemente todas las otras celebraciones que se relacionaban con el nacimiento del Salvador, las cuales son: el 24 de marzo, 1 de enero, 2 de febrero, 23 de setiembre y 24 de julio (Lucas 1:36).

En su alocución, San Juan Crisóstomo dice: "Aquello, hacia dónde se dirigían tan tenazmente nuestros antepasados, lo que anunciaban los profetas y lo que los justos deseaban ver, hoy se ha cumplido. Dios se presentó en la tierra en Su cuerpo y habitó entre los hombres. ¡Alegrémonos y regocijémonos, mis amados! Juan se regocijó en el vientre de su madre, cuando María llegó a lo de Elizabeth su madre; ¡cuánto mas deberíamos prorrumpir nosotros, debido a nuestra interior alegría espiritual, viendo hoy no sólo a María, sino también a nuestro Señor, nuestro Salvador! ¡Acaso no tendríamos que colmarnos con gran admiración y devoción viendo Su nacimiento y este supremo misterio de Su encarnación, incomprensible para nuestra mente! ¡A qué asombro llegaríamos si el sol descendiera del cielo y comenzara a girar sobre la tierra, y Sus rayos fueran esparcidos entre todos los hombres! Ciertamente todos los habitantes de la tierra estarían asombrados ante tal milagro: ¿Cuánto mas deberíamos nosotros colmarnos de profunda admiración ante la presencia de la consumación de este milagro, que es muchísimo mas importante, cuando el Sol de la verdad disemina sus rayos desde Su recibido cuerpo, con los que ilumina nuestras almas?"

Las oraciones en los servicios Divinos nos conducen al pensamiento, de que no en gloria y magnificencia apareció al mundo el Creador y Señor del cielo y de la tierra, sino en pobreza y humildad, no un palacio suntuoso, sino — una humilde guarida alberga al Rey de los que reinan y Señor de los que señorean. En esto se nos muestra la grandeza de la humildad, la pobreza, la mansedumbre y la sencillez, y lo pernicioso del orgullo, la soberbia, la riqueza, el engreimiento, la vanidad y el lujo. Sencillos pastores de Belén son los primeros en merecer oír el anuncio de los ángeles acerca del nacimiento del Salvador del mundo y ser los primeros en adorarlo, y después de ellos – los sabios magos persas, de esta manera es que vemos ante el pesebre del Salvador dos clases de hombres — pastores y magos, es decir los hombres mas sencillos y los hombres mas eruditos. Con esto se nos sugiere que el Señor recibe a todos, y a cada uno de nosotros: le es grata la sencillez de los que no tienen ilustración, si ella está unida con el fiel cumplimiento de su condición, con la pureza de la conciencia y de la vida; no desestima tampoco a la sabiduría humana, si ella sabe someterse a la inspiración superior y utilizar sus conocimientos para gloria de Dios y en beneficio del semejante.

Esto nos enseña que cada uno debe conformarse con su destino, y al mismo tiempo nos muestra que no hay condición o situación que nos impidiera de acercarnos a Dios, que un trabajo honesto y esmerado, animado por la fe y la esperanza en Dios, que el cumplimiento a conciencia de nuestras obligaciones son siempre agradables a Dios y atraen Su bendición, que lo que ante los ojos de Dios tiene valor no son las prerrogativas exteriores en el mundo, sino la pulcritud del corazón y la conciencia, la mansedumbre y la humildad del espíritu, la sumisión y la obediencia a la ley de Dios, la paciencia y la benignidad, la confianza y la fidelidad a la voluntad Divina, la bondad y buena voluntad para con el prójimo, el caminar delante de Dios en todos Sus mandamientos y Sus justificaciones irreprochablemente, que estas valiosas cualidades no pertenecen con exclusividad a casta alguna, que en todas las posiciones y estados el hombre puede ser agradable a Dios, siempre que Le complazca con su palabra y su obra, sus deseos y sus pensamientos.

Presentación del Señor al Templo.

La ley de Moisés disponía que todo niño primogénito de sexo masculino fuera llevado al templo en el día 40 después del nacimiento para ser presentado y ofrecer por él el rescate que estaba establecido. En cumplimiento de esta ley, la Santa Familia, al día 40 desde el nacimiento del Divino Niño, se dirigió al templo de Jerusalén. La Madre de Dios, por causa de su pobreza, solo pudo traer dos jóvenes tórtolas. En este tiempo, por la inspiración del Espíritu Santo, vino al templo cierto piadoso anciano, de nombre Simón. A él le había sido prometido por el Espíritu Santo, que no iba a morir hasta que no viera a Cristo Salvador.

Acercándose a la Virgen María, Quien sostenía al Divino Niño, el Justo Simón Lo tomó en sus brazos y en la abundancia de su alegría agradeció a Dios con las siguientes palabras: "Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz, conforme a tu palabra; porque han visto mis ojos Tu salvación, la cual has preparado en presencia de todos los pueblos; Luz para revelación a los gentiles y gloria de Tu pueblo Israel." Luego, dirigiéndose a la Madre, dijo: "He aquí, éste está puesto para caída y para levantamiento de muchos en Israel y para señal, que será contradicha,... para que sean revelados los pensamientos de muchos corazones." Con estas palabras Simón profetizó que el Divino Niño traerá a muchos a la salvación, pero también habrá no pocos, tales, que se endurecerán y abandonarán por completo a Dios. Y que según cual sea la actitud de los hombres para con el Salvador del mundo y Su enseñanza, en los hechos revelarán su propia disposición espiritual. El que se apesadumbra por sus pecados y ansía la Verdad Divina, ese encontrará en Él al guía y sanador de su alma, pero el que ama este mundo con sus deleites pecaminosos, el que está contento consigo mismo, o que a semejanza de los letrados hebreos, transformó a la religión en una fuente de prosperidad, para ese las enseñanzas de Jesucristo le serán inadmisibles. Para tales personas, que rechazan conscientemente el llamado a la salvación, la palabra de Cristo solo les servirá para mayor condena.

Previendo los muchos sufrimientos que debía padecer el Salvador, el justo Simón predice también los sufrimientos de Su Madre: "¡Y una espada traspasará tu misma alma!" — es decir, Tus dolores maternales, a semejanza de una espada traspasarán Tu corazón, pues Sus padecimientos recibirás como Tuyos propios.

Al finalizar el diálogo del Justo Simón con la Madre de Dios, se les acercó la anciana Anna-profetiza, quien durante muchos años vivía y trabajaba en el templo, y con sus oraciones y ayunos alcanzó gran virtuosidad. También ella, por la intuición del Espíritu Santo, reconoció en el Niño Divino al Mesías tan largamente esperado, y en un arrebato de alegría comenzó a glorificar en alta voz a Dios. Después de esto comenzó a anunciar a los habitantes de Jerusalén, que el esperado Salvador ya había nacido. Esto llegó también a los oídos de Herodes, quien entonces dispuso que se matara a todos los niños nacidos en Belén y sus alrededores.

Habiendo cumplido todo lo ordenado por la ley acerca del Primogénito recién nacido, la Santa Familia regresó a Nazaret

Tropario Tono 1:

Regocíjate oh Madre de Dios, llena eres de gracia, porque de Ti resplandeció el Sol de Justicia Cristo nuestro Dios, iluminando a los que están en las tinieblas. Regocíjate también Tu, justo anciano, que recibiste en Tus brazos al Redentor de nuestras almas, que nos otorgó la resurrección.

Kontaquio Tono 1:

Tú que por Tu nacimiento santificaste las entrañas virginales y bendijiste los brazos de Simeón, como era conveniente, advirtiéndonos, y nos salvaste hoy, Cristo Dios, concede paz, en los tiempos de las guerras y fortifica a los cristianos ortodoxos a quienes amaste, oh Único amante de la humanidad.

 

Bautismo del Señor (Epifanía).

Hasta la edad de 30 años nuestro Señor Jesucristo vivió con Su Madre en la pequeña ciudad de Nazaret. Ayudando al anciano José en sus trabajos de carpintería, no se daba a conocer por nada especial, y la gente Lo consideraba como a uno de los hijos de José. Pero he aquí, se acercó la hora de comenzar Su servicio público. Entonces Dios, en cierta visión especial, ordenó al profeta Juan el Bautista, que vivía en el desierto, comenzar la predicación del arrepentimiento ante todo el pueblo y bautizar en el Jordán a todos los arrepentidos, como señal del deseo de ellos de limpiarse de sus pecados. El lugar donde el profeta Juan comenzó su prédica se llamaba: "desierto de Judea," situado en la orilla oeste del Jordán y del mar Muerto.

El evangelista Lucas nos proporciona valiosos datos históricos acerca de este decisivo período, mas precisamente, que en ese tiempo Palestina, que entraba en el conjunto del imperio romano, era gobernada por cuatro gobernantes, tetrarcas. En aquel entonces el emperador era Tiberio, hijo y heredero de Octavio Augusto, durante cuyo reinado había nacido Jesús. Tiberio subió al trono después de la muerte de Augusto en el año 767 después de la fundación de Roma, pero ya dos años antes, desde el 765 gobernaban en conjunto, y por lo tanto, el año l5 de su gobierno comenzaba en el 779, cuando el Señor cumplió 30 años de edad, — la edad exigida para ser un maestro de la fe.

En Judea, en lugar de Arquelao gobernaba el procurador romano Poncio Pilato, en Galilea — Herodes Antipas, hijo de aquel Herodes el Grande, que mató los niños en Belén; su otro hijo, Felipe, gobernaba el país de Iturea, ubicado hacia el este del Jordán y de Trajonite, en el noreste del Jordán; en la cuarta provincia, Abilinia, que lindaba por el noroeste con Galilea, al pie de la montaña de Antilivan, gobernaba Lisanias. En aquél entonces los sumo sacerdotes eran Ana y Caifás. En realidad el sumo pontífice era Caifás, y Ana o Anan era su suegro, quien había sido apartado de sus deberes por las autoridades gubernamentales romanas, pero gozaba de autoridad y respeto sobre el pueblo y dividía el poder con su yerno.

Los evangelistas llaman a Juan el Bautista "voz clamante en el desierto," porque él exhortaba enérgicamente a la gente: "Preparad el camino del Señor, haced que sea recto Su camino." Estas palabras son tomadas de las palabras del profeta Isaías, donde él consuela a Jerusalén, diciendo, que ya había terminado el tiempo de su humillación y pronto vendría la gloria del Señor, y "se manifestará la gloria de Dios, y toda carne juntamente la verá" (Isaías 40:5). Juan el Bautista explica esta profecía (Juan l:23) en forma de prototipo: debajo de la figura del Señor que marcha a la cabeza de Su pueblo que regresa de Su cautiverio, se entiende al Mesías, y como el mensajero — Su Antecesor, Juan. Por desierto, en sentido espiritual, se figura al mismo pueblo de Israel, y las irregularidades que debieran ser quitadas, como los obstáculos para la venida del Mesías — son los pecados y las pasiones de los hombres; he aquí porque la esencia de toda la predicación del Bautista se reducía propiamente en un solo llamado: ¡Arrepentíos! Esto era la proto-imagen de la profecía de Isaías. El último de los profetas antiguos, Malaquias, declara directamente, llamando al Bautista "Ángel de Dios," preparador del camino para el Mesías.

Juan el Bautista, relacionaba su prédica acerca del arrepentimiento, a la aproximación del Reino Celestial, es decir el Reino del Mesías (Mateo 3:2). La Palabra de Dios, entiende bajo este Reino, a la liberación del hombre del poder del pecado y la instauración del imperio de la justicia en su corazón (Lucas l7:21; Romanos l4:17). Es natural y evidente, que la gracia Divina, instalándose en los corazones humanos, los congrega en una sociedad, o Reino, denominado también Iglesia (Mateo l3:24-43, 47-49).

Preparando a los hombres para el ingreso en este Reino, que se desplegará pronto con la venida del Mesías, Juan convoca a todos al arrepentimiento, y a los que respondieron a este llamado, los bautizaba "con el bautismo del arrepentimiento para el perdón de los pecados" (Lucas 3:3). Esto no era todavía el bienaventurado bautismo cristiano, sino solo la inmersión en el agua como símbolo, de que el arrepentido deseaba la purificación de los pecados, en forma semejante, a como el agua limpia su cuerpo de la suciedad.

Juan el Bautista era un austero asceta, usaba ropas toscas de pelo de camello y se alimentaba con ácaros (género de langosta) y miel salvaje. Él representaba en sí mismo lo radicalmente opuesto a sus contemporáneos, los preceptores del pueblo hebreo, y su predicación acerca de la proximidad del Mesías, Cuya venida muchos esperaban tan ansiosamente, no podía no llamar la atención general. Hasta el historiador de los judíos José Flavio testimonia que el "pueblo, extasiado por las enseñanzas de Juan se congregaba hacia él en grandes multitudes" y que el poder de este hombre sobre los judíos era tan grande, que estaban dispuestos a hacer todo lo que él aconsejare, y hasta el mismo rey Herodes (Antipas) temía el poder de este gran maestro. Ni siquiera los fariseos ni los saduceos podían mirar con indiferencia, como el pueblo en masa iba hacia Juan, y ellos mismos tuvieron que ir al desierto hacia él, aunque es dudoso que todos ellos fueran con sentimientos sinceros. Por ello no es extraño que Juan los reciba con palabras severas y acusadoras: ¡Generación de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera? (Mateo 3:7). Los fariseos ocultaban hábilmente sus vicios con el estricto cumplimiento de las prescripciones puramente exteriores de las leyes de Moisés, y los saduceos, entregándose a sus satisfacciones físicas, negaban aquello, que contradecía su modo de vida epicúreo: la paz espiritual y la retribución de ultratumba.

Juan les reprocha su soberbia, les reconviene de la certeza en su propia justicia, y les sugiere que la esperanza de ser los descendientes de Abraham no les traerá ningún beneficio si no realizan frutos, dignos de arrepentimiento, pues "todo árbol, que no da buen fruto, es cortado y echado al fuego" (Mat. 3:l0; Luc. 3:9), como algo que no sirve para nada. Los verdaderos hijos de Abraham no son aquellos que descienden de él por la carne, sino los que habrán de vivir en el espíritu de su fe y fidelidad a Dios. Si no os arrepentís, Dios os rechazará y llamará a vuestro lugar a nuevos hijos de Abraham en el espíritu (Mateos 3:9; Lucas 2:8).

Turbados por la severidad de sus palabras la gente preguntaba: ¿Qué haremos? (Lucas 3:11) Juan contesta, que es indispensable hacer obras de misericordia y amor, y abstenerse de todo mal. Y estos son precisamente aquellos: "frutos dignos de penitencia," — es decir actos buenos, contrarios a aquellos pecados que ellos realizaban.

Eran aquellos los tiempos cuando todo el mundo esperaba al Mesías, y entretanto, además los hebreos también creían, que el Mesías, cuando viniera, iba a bautizar (Juan l:25). No es de extrañar entonces, que muchos se hicieran la pregunta: ¿no será el Cristo, el mismo Juan? Juan respondía a esto, que él bautiza en agua para el arrepentimiento (Mateo 3:l0), es decir como señal para el arrepentimiento, pero que tras de él viene Uno más Poderoso que él, a Quien él, Juan, no es digno de desatar los cordones de Su calzado, como lo hacen los siervos a su señor. "Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego" (Mateo 3:11; Lucas 3:16; Marcos l:8) — y en su bautismo actuará la gracia del Espíritu Santo, como fuego, quemando toda inmundicia pecaminosa. "Su aventador está en Su mano, y limpiará Su era; y recogerá Su trigo en el granero, y quemará la paja en fuego que nunca se apagará" (Mateo 3:12; Lucas 2:17) es decir Cristo limpiará a Su pueblo, como el dueño limpia su era, de la cizaña y la basura, y Su trigo, es decir a los que creyeron en Él, los reunirá en Su Iglesia, como en un granero, y a los que Lo aborrecieron, los arrojará a eternos tormentos.

Entonces, de entre toda la otra gente, también vino a Juan, Jesucristo de Nazareth de Galilea, para ser bautizado por él. Juan nunca antes había visto a Jesús y por eso no sabía Quien era Él. Pero cuando Jesús se acercó para ser bautizado, Juan, como profeta, percibió Su Santidad, pureza e infinita superioridad sobre sí mismo, y por ello dijo asombrado: "¡Yo necesito ser bautizado por Ti! ¿Y Tú vienes a mí?""Así conviene que cumplamos toda justicia" — contestó con mansedumbre el Salvador. (Mateo 3:14-l5). Con estas palabras el Señor Jesucristo quiso decir, que Él, como engendrador del nuevo regenerado género humano, debía mostrar con Su Propio ejemplo la necesidad de cumplir todo lo que está establecido por Dios, entre lo que también estaba el bautismo.

No obstante, "bautizado, Jesús luego subió del agua" (Mateo 3:l6) porque Él no tenía necesidad de confesarse en pecados como toda la otra gente, que permanecía en el agua mientras se confesaba de sus pecados. Habiéndose bautizado, Jesús, según las palabras del Evangelista, oraba, evidentemente, acerca de que el Padre Celestial bendijera el comienzo de Su servicio.

"Y he aquí los cielos le fueron abiertos, y vio Juan al Espíritu de Dios Quien descendía como paloma y venía sobre Él." Evidentemente, no sólo Juan vio el Espíritu de Dios sino que también lo vio el pueblo que estaba allí reunido, por cuanto el propósito de este milagro era presentar al pueblo a Jesús como Hijo de Dios, Quien hasta entonces había permanecido en el anonimato. Es por eso que en el día del bautismo del Señor, llamado también Aparición del Señor, en el oficio de la iglesia se canta: "Te presentaste hoy al universo..." Según el Evangelista Juan, el Espíritu de Dios no sólo descendió sobre Jesús, sino que permaneció en Él (Juan l:32).

El Espíritu Santo se presentó en figura de paloma porque esa era la forma más explícita de presentar Sus cualidades. En las enseñanzas de San Juan Crisóstomo, se dice: "la paloma es un ser extremadamente manso y limpio. Y como el Espíritu Santo es un Espíritu de mansedumbre, en tal manera se presentó". San Cirilo de Jerusalén explica que "en la época de Noé una paloma anunció la finalización del diluvio universal, trayendo una ramita de olivo, así también ahora el Espíritu Santo anuncia la remisión de los pecados en forma de paloma. Otrora una ramita de olivo, ahora la misericordia de nuestro Dios."

La voz del Dios Padre: "Este es Mi Hijo amado, en quien tengo complacencia," indicó a Juan el Bautista y al pueblo presente la dignidad Divina del Bautizado, como Hijo de Dios, en Su propio sentido, Hijo Único, en El que permanece eternamente la benevolencia del Dios Padre; y al mismo tiempo estas palabras del Padre Celestial contestaban las plegarias de Su Divino Hijo acerca de la bendición para el comienzo de la gran hazaña de la salvación humana.

Nuestra Iglesia festeja el bautismo del Señor el 6 de enero, llamándolo — Aparición del Señor, por cuanto en este acontecimiento se presentó ante la gente toda la Santísima Trinidad — Dios Padre — con la voz desde los cielos, Dios Hijo — con el bautismo por Juan en el Jordán, Dios Espíritu Santo — descendiendo en forma de paloma sobre Jesucristo. La festividad del Bautismo, al igual que la festividad de la Pascua, son los festejos cristianos más antiguos. Siempre es recibido por los cristianos con gran expectativa e importancia, porque les recuerda su propio bautismo, lo que los induce a comprender aún más profundamente la fuerza y el significado de este sacramento.

Para el cristiano, dice el padre de la Iglesia de los primeros siglos, san Cirilo de Jerusalén, las aguas bautismales son "tanto el ataúd como la madre." El ataúd para su anterior vida pecaminosa en ausencia de Jesús, y madre de su nueva vida en Cristo y en el Reino de Su inconmensurable verdad. El bautismo — es la puerta por la que se sale del reinado de las tinieblas y se entra al Reinado de la luz: "Los bautizados en Cristo, de Cristo habéis sido ataviados" — El que es bautizado en Cristo está envuelto en la túnica de la rectitud y la justicia de Cristo, se asemeja a Él, comienza a participar en Su santidad. La fuerza del bautizo consiste, en que el bautizado recibe la capacidad y la fuerza para amar a Dios y a sus semejantes. Este amor cristiano lo induce hacia una vida justa y recta y le ayuda a vencer su adicción al mundo y a sus placeres pecaminosos.

Tropario, Tono 1:

Al bautizarte en el Jordán, oh Señor, se manifestó la adoración a la Trinidad: porque la voz del Padre dio testimonio de Ti, llamándote su Hijo muy amado, y el Espíritu, en forma de paloma, confirmó la veracidad de estas palabras. Oh Cristo Dios que Te manifestaste e iluminaste al mundo, gloria a Ti.

Kontaquio Tono 4:

Hoy Te has aparecido al mundo y Tu luz, oh Señor, se ha grabado sobre nosotros que, conociéndote, Te cantamos: has venido y Te has manifestado, oh Luz inaccesible.

Santificación de las aguas en la festividad del Bautismo.

El ceremonial de la gran santificación de las aguas surgió de la costumbre de bautizar a los catecúmenos en vísperas de la Aparición del Señor. La misma oración de la santificación de las aguas en la fiesta de la Aparición del Señor, es tomada de la ceremonia del bautismo, y no es otra cosa, que una posterior reelaboración de ella. Es por eso que las mas antiguas crónicas hacen referencia a que esta ceremonia se realizaba en la tarde y la noche, en la víspera de esta festividad y no el mismo día de la Aparición del Señor. Esta costumbre de santificar las aguas por única vez en las vísperas de la Aparición del Señor se mantuvo hasta los siglos 11-12. En nuestros tiempos, por influencia del reglamento de Jerusalén, se afirmó la costumbre de santificar dos veces las aguas: en vísperas y durante el día de la Aparición del Señor.

En cuanto a lo que se refiere a la práctica existente en la iglesia, entre nosotros en todos lados en las catedrales de todos las ciudades, el 6 de enero, después de la liturgia, con la participación de todo el clero parroquial, se dirigen en solemne procesión, portando la Cruz, al así llamado "Jordán," que se organiza generalmente en el río, para realizar allí la gran santificación de las aguas. En las aldeas también se realiza, en el momento señalado, la procesión hacia el río o alguna otra gran fuente de agua para la gran santificación. En caso de que el río esté demasiado alejado del templo, se preparan grandes cubas, tinajas o toneles para la Gran santificación.

Transfiguración del Señor.

Poco antes de Sus padecimientos en la cruz, Nuestro Señor Jesucristo comenzó a manifestar a Sus discípulos, que muy pronto iba a padecer sufrimientos, ser crucificado, y al tercer día resucitar. Viendo, que ellos se turbaron por estas palabras, el Señor añadió: "en verdad os digo, que hay algunos de los que están aquí, que no gustarán la muerte hasta que hayan visto al Hijo del Hombre viniendo en su reino." El significado de estas palabras pronto se les reveló a ellos, cuando Él nuevamente los reunió cerca del lago de Galilea.

Tomado consigo a tres apóstoles: Pedro, Jacobo y Juan, ascendió junto con ellos a una montaña. Los evangelistas no indican el nombre de esta montaña, pero la antigua tradición señala al monte Tabor, situado en Galilea a seis kilómetros al sudeste de Nazaret. No lejos de esta montaña Jesucristo pasó Su juventud, y ciertamente es muy probable que muchas veces habría ascendido y rezado allí. Casi de un kilómetro de altura, el monte Tabor se eleva majestuosamente sobre las llanuras circundantes, llamando la atención de los viajeros desde todos lados. Desde su cima se abre una vista al mar de Galilea y al río Jordán, los que están hacia el este. Desde su nacimiento hasta el centro, el monte está cubierto con magníficos robles y árboles de pistachos.

Ascendiendo por escarpados senderos y habiendo llegado a la cima, Cristo dejó a los discípulos reposando, mientras Él se alejó a una corta distancia para orar. Cansados, los discípulos se recostaron y se durmieron. De pronto, despertados por gran luz resplandeciente, vieron a su Maestro en una visión completamente inusual: Estaba rodeado por una luz no terrenal, Su rostro resplandecía, como el sol, Sus ropas eran más blancas que la nieve y también relucían extraordinariamente. Junto a Él estaban Moisés y Elías, profetas del Antiguo Testamento, venidos del cielo y conversaban con Él. Iluminado por esa luz no terrenal, Pedro sintió una indecible beatitud y exclamó: "¡Señor! ¡Que bueno es para nosotros estar aquí! Hagamos tres enramadas: una — para Ti, otra para Moisés, y otra para Elías."

Cuando todavía Pedro no había finalizado su frase, del cielo bajó una nube misteriosa que los cubrió. Entonces desde la nube se oyó la voz de Dios Padre, que dijo: "Este es Mi Hijo amado, en Quien tengo complacencia; ¡a Él oíd!" Asustados, los discípulos se postraron sobre sus rostros. Más, el Señor se les acercó, los tocó y dijo: "¡Levantáos, y no temáis!"

Levantándose, los discípulos sólo vieron a Jesucristo, ahora ya en sus vestimentas habituales y no en su estado transfigurado. Moisés y Elías ya no estaban. Cuando ellos descendían del monte, el Señor les ordenó a los discípulos no decir nada acerca de esta visión hasta que Él no resucitara de entre los muertos. Los discípulos, por su parte, no comprendiendo las palabras de Cristo, comenzaron a preguntarse el uno al otro: "¿Qué sería aquello de resucitar de los muertos?" Solo más adelante, después de los próximos padecimientos del Salvador en la cruz, debían ellos comprender el significado de estas palabras. Y entonces, la conversación de los profetas Moisés y Elías con el Señor acerca de estos padecimientos, como así también Su gloriosa transfiguración, debían fortificar su fe en Cristo. Los apóstoles pensaban acerca de los padecimientos de su Maestro, como en algo deshonroso e indigno para el Mesías. Pero los profetas Moisés y Elías se referían a ello como Su "gloria," pues justamente en Sus voluntarios sufrimientos el Señor presentó toda la inconcebible belleza de Su amor a los hombres que se estaban perdiendo y, al mismo tiempo, Su Divino poderío sobre el tenebroso reinado de los demonios, que mantenía a los hombres aprisionados en el pecado."

La transfiguración del Señor era, en primer lugar, una revelación del "Reino de Dios, venido en Su poder." En efecto, en el monte Tabor brilló por primera vez ante los hombres la luz espiritual de la naturaleza Divina de Jesucristo, que hasta entonces estaba oculta bajo la cobertura de Su cuerpo humano. El milagro consistió en que, como que cayó de los ojos físicos de los apóstoles, el velo que les ocultaba aquel mundo, y entonces, con sus ojos espirituales, vieron a Jesucristo, en Su Divina gloria. Entonces sus corazones se colmaron de una tan indecible paz y tal beatitud, como nunca antes habían experimentado hasta ese momento.

Desde el descenso del Espíritu Santo sobre los apóstoles hasta nuestros días muchos cristianos, en especial los santos, participaron en el milagro de Tabor y fueron merecedores de sentir dentro de sí y ver los reflejos de la luz Divina. Esos eran siempre para ellos inolvidables y felicísimos momentos de sus vidas. Pero la luz Divina no es dote solamente de algunos elegidos. Ella se instala en cada cristiano en el momento de su bautismo y desde entonces secretamente permanece en él, guiando sus pensamientos y sentimientos. Se fortalece a medida que el cristiano se perfecciona, y en la medida de su acercamiento interior a Dios, lo que se consuma con especial evidencia en el sacramento de la Comunión.

Es común que en el comienzo de su conversión a la fe, en el momento de un profundo arrepentimiento, o después del bautismo, una persona sienta una gran afluencia de fuerzas espirituales, una indecible alegría y una ligereza, que hacen fácil para él la manera de vivir cristiana. Pero este estado no perdura durante mucho tiempo. Pues para que el hombre no se debilite y no se vuelva soberbio ante sus éxitos, es como si de él se le quitara este sentimiento de alegría en su comunicación con Dios. La inspiración se va, la vida cristiana se hace significativamente más difícil. Esto es así porque la beatitud está predestinada para la vida futura. Pero no obstante ello, la luz Divina permanece y actúa en el cristiano voluntarioso aunque él no lo perciba. Por momentos, sin embargo, para animarnos y reforzarnos, el Señor nos deja sentir la alegría de la comunicación con Él. Y este es siempre un estado inolvidable, que no se puede explicar a quien no lo ha experimentado. En comparación con este sentimiento de felicidad todas las alegrías terrenales aparecen insignificantes y lamentables.

El Señor Jesucristo nos prometió, que después de este mundo temporal comenzará la vida eterna, cuando: "Los justos resplandecerán como el sol en el Reino de su Padre" (Mateo l3:43).

Tropario Tono 7:

Tú que fuiste transfigurado en la montaña, oh Cristo nuestro Dios, mostrando a Tus discípulos Tu gloria, como cada uno podía soportar; brilla Tú sobre nosotros, que somos todos pecadores, Tu luz eterna, por las oraciones de la Madre de Dios. ¡Gloria a Ti, dador de luz!

Kontaquio:

Te transfiguraste en el monte, oh Cristo Dios, Tus discípulos vieron Tu gloria según pudieron contemplar. Para que cuando Te vean crucificado, comprendan que Tu muerte es voluntaria, y proclamen al mundo, que verdaderamente Tú eres el resplandor del Padre.

 

 

Entrada del Señor en Jerusalén (domingo de Ramos).

Después de la resucitación de Lázaro, sus hermanas Marta y María invitaron al Señor Jesucristo a cenar con ellas. Impulsada por un arrebato de agradecimiento por resucitar a su hermano, María compró una libra de mirra, de gran precio, con la cual ungió los pies del Salvador, secándolos después con sus cabellos. Entre los invitados a la cena se encontraban también los apóstoles de Jesucristo y con ellos Judas Iscariote — el que después iba a ser el traidor. Mortificado por el uso inútil, según le parecía a él, de tan valioso óleo, protestó así: "¿Porqué malgastar así el óleo? Mejor hubiera sido venderlo en trescientos denarios y repartir el dinero entre los pobres." Como nos lo aclara el evangelista Juan, esto no lo dijo porque se preocupara por los pobres, sino porque era ladrón. Llevando consigo la bolsa con el dinero de las ofrendas, deseaba, evidentemente, sacar provecho de la venta de tan preciado óleo.

Viendo a María turbada, Jesucristo se apresuró a calmar su consternación diciendo: "Dejadla, porque ella ha guardado esto para el día de Mi sepultura. Porque a los pobres siempre los tendréis con vosotros, mas a mi no siempre me tendréis."

Tanto en la casa de Lázaro, como a su alrededor, en ese tiempo se reunió mucha gente, que vino no solo por causa de Jesús, sino que también para ver a Lázaro, resucitado por Él, a quien recientemente habían sepultado, y ahora — estaba vivo. Mortificados por la creciente popularidad de Jesucristo, sobre todo después del milagro de la resurrección del que había estado muerto hacia ya cuatro días, los sumo sacerdotes, junto con los principales se reunieron y decidieron matar no sólo a Jesucristo, sino también a Lázaro, como que este era para todos una evidente demostración de la fuerza espiritual y poder Divino de Jesucristo.

Al día siguiente después de la cena y a seis días de la pascua hebrea, Jesucristo con Sus discípulos se dirigió a Jerusalén, donde para esta fiesta concurrían muchos fieles. Llegando al pequeño poblado de Betfagé, el Salvador envió allí a dos de Sus discípulos, diciéndoles: "Id a esta aldea y hallaréis una asna atada, y un pollino, en el cual ningún hombre ha montado, desatadlo y traedlo. Y si alguien os dijera algo, decid: el Señor lo necesita." Los enviados se fueron y cumplieron todo como les fue ordenado.

Entonces el Salvador ascendió al asnito, que había sido cubierto con ropas, y, acompañado por Sus discípulos y una gran cantidad de gente, prosiguió su camino a Jerusalén. Aquí se cumplió la profecía del profeta Zacarías: "¡No temas hija de Sión! He aquí tu Rey viene; montado sobre un pollino de asna."

Mucha gente, llegada a Jerusalén, salió al encuentro de Cristo. Arrancando ramas de palmera, las tendían sobre el camino, o las agitaban con alegría, y algunos tendían sus ropas ante el paso del pollino. La muchedumbre aclamaba triunfalmente: "¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor, Rey de Israel! ¡Hosanna en las alturas!" Y también había mucha cantidad de niños quienes también agitaban las ramas de palmera y, agregándose a la alegría general, exclamaban: "Hosanna, al Hijo de David."

Los fariseos, viendo este entusiasmo general y los honores de rey, prodigados a Jesús, se crisparon y sin ceremonias comenzaron a exigir a Jesús, que Él hiciera cesar ese júbilo: "¿Oyes lo que vociferan? — rabiaban los escribas (Para los hebreos la denominación "Hijo de David" era sinónimo de "Mesías.")"Oyes como Te enaltecen, nombrándote Mesías." — Es, como si ellos le señalaran a Jesús: "¿Qué clase de Mesías eres Tú? Tú eres un lamentable pobretón, amigo de publicanos y pecadores. Por eso ordena a todos que callen de inmediato." Mas, Cristo, mansamente contestó a esto: "Acaso nunca habéis leído la profecía; de la boca de los niños y de los que maman, fundaste la fortaleza de Tu alabanza" — recordándoles acerca de la predicción del rey David (Salmo 8:3). El texto completo de este fragmento en el salmo precisamente acusa a los enemigos del Salvador: "de la boca de los niños y de los que maman fundaste la fortaleza de Tu alabanza, a causa de Tus enemigos, para hacer callar al enemigo y al vengativo."

Habiéndose acercado al declive del monte de los Olivos, todos los numerosos discípulos comenzaron a alabar jubilosamente a Dios por todos los milagros que habían visto, diciendo: "¡Bendito el rey que viene en el nombre del Señor! Paz en el cielo y gloria en las alturas." Los fariseos de entre la gente, nuevamente comenzaron a protestar: "Reprende a Tus discípulos de decir tales cosas." Más Él nuevamente opuso resistencia: Os digo que si estos callaren, las piedras clamarán!"

"Y cuando llegó cerca de la ciudad — dice el evangelista Lucas, — al verla, lloró por causa de ella, diciendo: ¡Oh, si también tu conocieses, a lo menos en este tú día, lo que es para tu paz! Más ahora está encubierto de tus ojos. Porque vendrán días sobre ti, que tus enemigos te rodearán con vallado, y te sitiarán, y por todas partes te estrecharán, y te derribarán a tierra, y a tus hijos dentro de ti; y no dejarán en ti piedra sobre piedra, por cuanto no conociste el tiempo de tu visitación." (Luc. 19:41-48). Esta profecía del Salvador se cumplió en el año 70, cuando el general romano Tito con todo su ejército destruyó completamente Jerusalén y su famoso templo. En esta acción perecieron más de un millón de personas: una parte fue muerta en la ciudad durante el sitio, y la otra pereció en cautiverio en distintos países del Imperio Romano.

Bajando del asno, el Salvador entró en el templo y encontró allí una gran cantidad de mercaderes y cambistas de dinero. Entonces Él hizo un látigo de sogas y echó del templo a todos los compradores y vendedores, diciendo: "Mi casa será llamada casa de oración para todos los pueblos... y vosotros la habéis convertido en cueva de ladrones" (Isaías 56:7; Jeremías 7:11).

Y así, como ya era tarde, Jesucristo salió hacia Bethania — el pueblo más cercano, acompañado por Sus discípulos.

Tropario Tono 1:

Asegurando antes de Tu pasión la resurrección general, oh Cristo Dios, levantaste a Lázaro de los muertos. Por lo tanto también nosotros como los niños, llevando el signo de la victoria sobre la muerte, Te clamamos a Ti, vencedor de la muerte; Hosanna en las alturas. Bendito es el que viene en nombre del Señor.

Kontaquio Tono 6:

Oh Cristo Dios que estás sentado en el cielo sobre el trono, y en la tierra sobre el pollino, aceptaste la alabanza de los Ángeles y la glorificación de los niños que Te clamaron: Bendito el que viene para librar a Adán.

 

Luminosa Resurrección de Jesús.

"Jesucristo es la nueva Pascua, ofrenda viva, cordero de Dios, tomó los pecados del mundo" (Acompañamiento en la novena canción del canon durante el Sábado Santo).

Como el sol oculta con su brillo la luna y las estrellas, del mismo modo la Luminosa Resurrección de Jesucristo, con su solemnidad y alegría sobresale de entre todas las otras festividades. Remarcándola, no sólo nos alegramos por aquel acontecimiento del lejano pasado, sino que gozamos anticipadamente, en ella, también de nuestra propia resurrección para la vida eterna en el Reino de la Luz y el Bien.

La celebración de la Resurrección de Jesucristo, o Pascua del Señor, como se le denominaba en la antigüedad, está íntimamente ligada con la Pascua hebrea del antiguo testamento. A mil quinientos años antes del nacimiento de Jesucristo, el antiguo pueblo de Israel desfallecía en Egipto bajo el pesado yugo de la esclavitud. El Señor se compadeció de él y con Su mano fuerte lo sacó del cautiverio, haciéndolo Su pueblo, para que de él surgiera El Salvador del mundo, y de él propagar la fe cristiana entre todas las naciones. En la víspera del día de la liberación del cautiverio de los hebreos, un ángel de Dios pasó por la tierra Egipcia y en cada casa mató al hijo primogénito. Solo en aquellas casas, que tenían sus puertas exteriores pintadas con la sangre de un cordero sin defecto, él no mató a nadie, sino que pasó de largo. De aquí surgió el nombre de "Pascua," que significa "pasar de largo." En recuerdo de esto y de la subsiguiente liberación de la esclavitud egipcia, los hebreos cada año festejaban su Pascua. Fue precisamente en esta fiesta, como lo sabemos del Evangelio, que a nuestro Señor Jesucristo Le complació redimirnos con Su muerte en la Cruz. Y así como la sangre del cordero pascual salvó a los primogénitos hebreos de la muerte, y sirvió para la liberación del pueblo hebreo del cautiverio, así también la preciosa Sangre, derramada en la cruz por el Cordero de Dios, que tomó sobre Sí los pecados del mundo, nos salva de la esclavitud al diablo y de la muerte eterna (1 Cor.5:3).

Todos los evangelistas relatan acerca de los acontecimientos, ligados con la muerte y la resurrección del Salvador (Mateo 28:1-15; Marcos 16:1-8; Lucas 24:1-11 y Juan 20:1-21). Cuando el Señor Jesucristo falleció, José de Arimatea, junto con Nicodemo, bajaron Su cuerpo de la cruz y Lo pusieron en la gruta sepulcral, la que José había tallado en la roca en el jardín de su casa, y donde nadie había sido sepultado antes. Fue necesario realizar el ritual de la sepultura con apuro y simplificadamente, ya que en esa tarde comenzaba la pascua hebrea, durante la cual, según la ley no era lícito realizar ninguna tarea, sino que todos debían permanecer en su casa para comer el cordero pascual. Por exigencias del Sanedrín, Pilatos colocó una vigilancia de soldados romanos a la gruta donde estaba sepultado el cuerpo de Jesús, y la entrada fue ocluida por una grande y pesada piedra que fue precintada con un sello oficial. Todo esto fue hecho para prevenir cualquier tentativa de hurtar el cuerpo de Jesús, porque Él había predicho, que resucitaría de entre los muertos.

Pasaron el viernes y el sábado. Y he aquí que al siguiente día — el tercero, contando después de Su muerte, y al que ahora llamamos domingo, temprano en la mañana, Jesucristo resucitó de entre los muertos y dejó la gruta. Cuando y cómo sucedió esto exactamente, — nadie lo vio. Se sabe únicamente, que en seguida después de esto hubo un temblor de tierra, cuando el Ángel de Dios separó la piedra de la gruta y se sentó sobre ella. Asustados por la aparición del luminoso Ángel, los guardianes, que vigilaban el sepulcro, cayeron al suelo. Pero después, viendo que el Ángel estaba sentado tranquilamente y no les hacía ningún daño, se alejaron de la gruta arrastrándose y luego comenzaron a correr. Llegados a los sumo sacerdotes, les contaron acerca de lo sucedido. Cuando se enteraron, de parte de los soldados, que el sepulcro donde estaba sepultado el cuerpo de Jesús, estaba ya vacío, cuando el Ángel abrió su entrada, los sumos pontífices pudieron entender que Jesús resucitó, así como Él mismo lo había predicho. Pero, como no deseaban reconocer este milagro ante el pueblo, dieron a los guardias mucho dinero, para que ellos contaran a la gente, como que, mientras se quedaron dormidos, los discípulos por la noche se llevaron Su cuerpo secretamente. Además los sumos pontífices prometieron a los soldados, que en el caso de que Pilatos se enterara de que ellos se durmieron durante la guardia, intercederían para librarlos del castigo. Los guerreros, tomando el dinero, cumplieron con todo, tal como se lo ordenaron los máximos jerarcas del Sanedrín, y hasta el día de hoy esta mentira permanece vigente entre el pueblo hebreo.

No conociendo nada de lo que había sucedido en la noche, temprano en la mañana de ese mismo día, María Magdalena, Juana, Salome, María (madre de Jacobo) y otras mujeres miróforas, se proveyeron con óleos aromáticos y se dirigieron al sepulcro del Salvador, para finalizar el rito de la sepultura. Ellas no sabían nada acerca de la vigilancia de los guardias, ni del sello que había sido colocado, lo que les preocupaba era quien iba a retirar la pesada piedra, que cerraba la entrada a la gruta. Por su ardoroso carácter y su encendido amor a Jesús, María Magdalena llegó al sepulcro antes que las otras. Estaba oscuro todavía, pero ella vio que la piedra estaba retirada y el sepulcro vacío. Alarmada, ella corrió hacia los apóstoles Pedro y Juan para avisarles de esto.

Mientras tanto llegaron a la gruta las demás mujeres miróforas, quienes también vieron que la piedra estaba retirada y la entrada abierta. Entrando tímidamente, vieron al Ángel, sentado a la derecha del sepulcro, su vestido era blanco como la nieve y su aspecto era como un relámpago (Mateo 28:3; Marcos 16:5). Él les dijo: "No temáis vosotras, porque yo sé que buscáis a Jesús, el que fue crucificado. No está aquí, pues ha resucitado, como dijo. Venid, ved el lugar donde fue puesto el Señor. E id pronto y decid a sus discípulos que ha resucitado de los muertos, y he aquí va delante de vosotros a Galilea; allí le veréis. He aquí, os le he dicho" (Mateo 28:5-7). Escuchado esto, ellas apresuradamente salieron de la gruta. Sobrecogidas de temor y alegría, todavía no sabían con quien compartir esta noticia.

Entonces, en la misma mañana temprano, los apóstoles Pedro y Juan se dirigieron hacia el sepulcro, para investigar lo sucedido con el cuerpo de Jesucristo. El más joven, Juan, llegó primero, más no entró en la gruta. Después de él llegó Pedro, quien entró en el sepulcro y vio solo los lienzos, y el sudario, que había estado sobre la cabeza de Jesús, que no estaba junto con las telas, sino enrollado en lugar aparte. Entonces en la cueva también entró Juan. Viendo, con cuanto cuidado estaban plegados los paños funerarias, se convenció que Jesucristo había resucitado.

Luego de irse los apóstoles, nuevamente llegó al sepulcro María Magdalena y comenzó a llorar, pensando, que habían robado el cuerpo de Jesús. Mirando dentro de la gruta vio dos ángeles con vestiduras blancas, semejantes a la nieve, que estaban sentados el uno a la cabecera, y el otro — a los pies, de donde el cuerpo de Jesús había sido puesto. Los ángeles le preguntaron: Mujer, ¿por qué lloras? Ella contestó a esto: "Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto." Dicho esto, se volvió hacia atrás y vio a Jesús de pie, mas no Lo reconoció. Jesucristo le pregunta: "¡Mujer! ¿Porqué lloras? ¿A quién buscas?" Ella, pensando que era el hortelano, Le dijo: "¡Señor! Si tú lo has llevado, dime donde lo has puesto, y yo lo llevaré."

Entonces Jesucristo le dijo: "¡María!Oyendo la conocida voz, ella exclamó: "Raboni" (es decir Maestro) — y se echó a sus pies. Pero Jesús le dijo: "No me toques, porque aun no he subido a mi Padre; mas ve a mis hermanos, y diles: Subo a Mi Padre y a vuestro Padre, a Mi Dios y a vuestro Dios" (Juan. 20:17).

Entonces María corrió a comunicar a todos la alegre noticia de que había visto al Señor y Él habló con ella. Llegando a los apóstoles, los encontró a ellos y a muchos amigos mas que estaban "tristes y llorando" (Marcos l6:10). Su relato deja atónitos a todos, más ellos no le creen mucho y no saben qué pensar.

Después de la aparición a María Magdalena, Jesucristo se aparece por el camino también a las demás mujeres miróforas. Viéndolo, ellas de alegría cayeron de rodillas y abrazaron Sus pies. Les dice Jesús: "¡No temáis! Id, dad las nuevas a Mis hermanos, para que vayan a Galilea, y allí Me verán" (Mat. 28:8-10).

Sin embargo, a pesar de las palabras de María Magdalena y las demás mujeres miróforas, los apóstoles todavía no podían creer en el milagro de la Resurrección. Es evidente que ellos estaban excesivamente abrumados por los recientes terribles sucesos, como Su arresto, el juicio ilícito sobre Él, y Su oprobiosa crucifixión junto a malhechores. Pero, en la noche del mismo día, en la habitación donde se habían reunido a puertas cerradas, el mismo Señor se les apareció y, reprochándoles en su incredulidad, comenzó a mostrarles Sus heridas. Para disipar las últimas dudas, hasta comenzó a comer alimentos delante de ellos. Seguir dudando mas resultó completamente imposible, y los discípulos de Cristo comenzaron a alegrarse y a festejar, que Su amado Maestro estuviera vivo y nuevamente estuviera con ellos.

De este modo la noticia de la resurrección de Jesucristo comenzó a propagarse rápidamente en Jerusalén y en sus alrededores, fortaleciéndose cada vez mas con nuevos relatos de testigos oculares.

Maitines Pascuales (“Zutrenia”).

Preparándose con emoción para los Maitines (Matutinos) Pascuales, los creyentes se reúnen con suficiente anticipación en el templo, besan con devoción el Santo Sudario y guardando silencio colocan velas encendidas en los candeleros. Poco antes de iniciar la procesión, el coro entona en el Sábado Santo los himnos de despedida del protocolo funerario.

Por fin, el Santo Sudario se retira del centro del templo y se coloca sobre la mesa del altar. A las doce horas en punto se abren las puertas Reales del iconostacio y se oye el canto, al principio muy bajo, pero que gradualmente se vuelve más fuerte y más triunfal y solemne: "A Tu resurrección, Jesucristo Salvador, los Ángeles cantan en los cielos y a nosotros en la tierra permítenos glorificarte con corazón puro." Los oficiantes salen del altar portando: el sacerdote — el triquirio (tres velas) con el crucifijo, adornado con flores, y el incensario, el diácono — una vela encendida, los oficiantes eclesiásticos — el icono de la Resurrección y otras imágenes santas. Junto al ambón permanecen los monaguillos, dispuestos para iniciar la procesión de la cruz, portando la Santa Cruz, el farol y los estandartes. Los sacerdotes, que ofician la celebración salen del templo, acompañados por los feligreses que llevan velas encendidas, y caminan despacio rodeando el templo mientras cantan: "A Tu resurrección Jesucristo, los ángeles cantan en los cielos..."

Después, deteniéndose ante las puertas que dan hacia el oeste del templo y después de la exclamación del oficiador superior: "Gloria a la Santísima..." los oficiantes comienzan a cantar el Troparion de la Resurrección: "Cristo Resucitó de entre los muertos, la muerte con la muerte venció, y a los que estaban en el sepulcro les dio la vida." El Troparion es repetido por el coro y acto seguido el sacerdote exclama las estrofas del salmo profético de David "Que resucite Dios" a lo cual el coro contesta cantando con gran sonoridad el Troparion: "Cristo Resucitó."

Finalmente el sacerdote superior traza la señal de la cruz ante las puertas cerradas del templo, las cuales se abren. El jubiloso conjunto sacerdotal, con canción triunfal, ahora ya sin detenerse, pasan por todo el templo directamente hacia el altar, que desde ese momento quedará abierto durante toda la semana pascual, en señal de que desde ahora el Reino de Dios está abierto a todos los que creen.

El templo está ahora totalmente iluminado por la luz de las velas encendidas, y luego de la Gran letanía del diácono y de la exclamación del sacerdote el coro canta el conocido e inspirado canon pascual de san J. Damasceno, comenzando por el primer irmos. "¡Día de la resurrección, iluminémonos hombres, es la Pascua, Pascua del Señor! De la muerte a la vida y de la tierra a los cielos, Cristo Dios nos trajo, victoriosamente cantemos."

Este canon de San J. Damasceno es la diadema de todos sus cantos espirituales. El monasterio de San Sava fue el primero que lo incorporó y lo pasó a la Iglesia Universal. Todo este cánon — es un arrebato de entusiasmo... Entre cada irmos, cuando se repiten las estrofas, que separan la de "Cristo Resucitó," los sacerdotes, alternándose, recorren todo el templo con el triquirio y la cruz, el incensario y el cirio (el diácono), incensando con el incienso, como con los aromas de las miróforas.

En el recorrido, los sacerdotes saludan a los fieles exclamando: "Cristo Resucitó" para que nadie permanezca con alguna incertidumbre en esta noche salvadora, noche luminosa, en la cual la luz perenne y sin comienzo, brilló desde el sepulcro.

En los irmos — o bien se representa la visión del Ángel al profeta Habacuc, señalando el día de la salvación, o, con Isaías, se invita a los fieles a madrugar durante la "profunda mañana" y en lugar de mirra, traerle al Señor un cántico, para ver a Cristo, el Sol de la verdad, iluminador de la vida de todos. O se manifiesta Su solemne triunfo en el mismo dominio del infierno: "Descendió hacia los confines de la tierra, y destruyó las cadenas eternas de los que estaban atados, Cristo, y como Jonás de la ballena, en tres días resucitó del sepulcro." San Damasceno exclama: "Festejamos la aniquilación de la muerte, la destrucción del infierno, el comienzo de una nueva vida eterna," — y aclara cuan magnánima es para nosotros la solemnidad de la redención. "Este día elegido y santo, único Rey y Señor del sábado, festejo de los festejos, la solemnidad de las solemnidades, en el cual bendecimos a Cristo por siglos."

¿A qué podemos comparar este sublime Maitines pascual? Dominados todos por un éxtasis espiritual, de los labios fluyen cánticos sagrados, se perdonan todos las mutuas ofensas.

¡Día de la Resurrección! ¡Iluminémonos con la solemnidad y abracémonos los unos con los otros! Digámonos, hermanos, y a los que nos aborrecen perdonémosles todo por la resurrección, exclamando así: ¡Cristo resucitó de entre los muertos!"

Durante esta canción los fieles comienzan de besarse mutuamente. La iglesia se convierte en un único cuerpo de Cristo, unido con el espíritu de Su amor, pues en momentos semejantes todos besan de alma a sus hermanos espirituales.

San Juan Crisóstomo en su maravilloso mensaje persuade a cada uno, que el que es piadoso, a deleitarse con este presente luminoso triunfo, y entrar en la alegría de su Señor. Esta prédica nos recuerda la parábola de los asalariados, quienes vinieron en tiempos diferentes a trabajar al viñedo. Pero por la generosidad del propietario todos recibieron igual paga por su trabajo. El Señor llama a todos a Su banquete y no desea que nadie se apene por su indigencia, ya que he aquí está el Reino para todos. Nadie tema a la muerte, ya que El que descendió al infierno, lo escarneció, él que estaba imaginando obtener la tierra, y en cambio — encontró el cielo: "¿Dónde está tu aguijón y tu muerte? Infierno, ¿dónde está tu victoria? ¡Resucitó Jesucristo y tu te desmoronaste!"

Tropario Tono 5:

Cristo resucitó de entre los muertos, hollando la muerte con su muerte y otorgando la vida a los que yacían en los sepulcros.

Kontaquio Tono 8:

Aunque descendiste al sepulcro, Tú que eres Inmortal; pero has destruido el poder del hades y has resucitado como vencedor, oh Cristo Dios, diciendo a las mujeres Miróforas: "¡Regocijaos!" y a Tus discípulos otorgaste la paz, Tú que concedes la resurrección a los caídos.

La Resurrección de Jesucristo viendo.

Viendo la resurrección de Cristo, saludamos al Santísimo Señor Jesús, Al único que es sin pecado. Adoramos Tu Cruz y con cánticos gloriosos adoramos Tu Santa Resurrección. Porque Tu — eres nuestro Dios, sólo a Ti, a nadie más conocemos, y sólo por Tu nombre clamamos. Venid creyentes, saludaremos la Santa Resurrección de Jesús, pues a través de Su cruz llegó la alegría a todo el mundo. Alabando siempre al Señor, celebramos Su Resurrección, pues con Su sufrimiento en la cruz y con Su muerte aniquiló la muerte.

 

Ascensión del Señor.

Durante varias semanas después de Su Resurrección el Señor Jesucristo frecuentemente se aparecía a Sus discípulos y conversaba con ellos, preparándolos para su próxima misión apostólica. Finalmente en el cuadragésimo día, el Señor Jesucristo nuevamente se apareció a los apóstoles y les ordenó no alejarse de Jerusalén, pues precisamente allí debía descender sobre ellos el Espíritu Santo prometido por Él.

Después de decir esto los llevó hacia el monte de los Olivos, que se encontraba hacia el oriente de Jerusalén. En la expectativa, de que algo importante debía suceder, comenzaron a preguntarle: "¿Señor, es este el tiempo en el que Tu restaurarás el reino de Israel?" Los apóstoles, así como la mayoría de los hebreos, esperaban, que el Mesías iba a ser un rey-conquistador, quien realizaría grandes cambios sociales, liberaría a su pueblo del dominio extranjero, y les traería gloria y prosperidad. A los apóstoles les parecía completamente lógico, que por cuanto el Señor resucitó de entre los muertos, que ya había finalizado el período de Su voluntaria humillación, y que ya era tiempo de declararse a todo el pueblo, como el Mesías tan largamente esperado.

— "No os toca a vosotros saber los tiempos o los plazos, que el Padre puso en su potestad"; — contestó Jesucristo: — "Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta los últimos confines de la tierra." En otras palabras, quiso decir no trataran de prever, cuándo y precisamente qué cambios visibles, deberían acontecer en el mundo. Vuestra labor será preparar las condiciones necesarias para su aparición, para que la gente crea en Mí, como Salvador del mundo, y reciban Mis enseñanzas. Esto será un trabajo grande y difícil, más Dios-Padre, os fortalecerá con la fuerza de Su Gracia.

Después de decir esto Jesucristo los bendijo, y comenzó, ante sus ojos, a separarse de la tierra, elevándose cada vez más y más. Viendo esto, los discípulos Lo reverenciaron, y el Señor alejándose, continuaba bendiciéndolos. Los Apóstoles no querían desviar su vista de Cristo, ni aun después, que Él Se ocultó totalmente detrás de las nubes. Después de esto se les aparecieron dos ángeles con vestiduras blancas como la nieve, y les dijeron: "¡Varones Galileos,! ¿Por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús, que se ha elevado ahora al cielo, así vendrá como lo habéis visto ir al cielo!"

Alegrados con esta promesa, los apóstoles descendieron del monte y regresaron a Jerusalén.. Aquí, diariamente reuniéndose en la habitación de Sión, en oración y en la lectura de las Sagradas Escrituras, esperaban el descenso sobre ellos del Espíritu Santo (Hechos l-er. cap.) Acudían a estas reuniones también otros discípulos de Jesucristo y algunas de las mujeres miróforas. Evidentemente, este era el mismo aposento, donde, menos de dos meses atrás, en la víspera de Sus padecimientos en la cruz, el Señor Jesucristo realizó la Última cena.

Así, con Su Ascensión, el Salvador finalizó Su servicio sobre la tierra, que Él cumplió para la redención de los hombres pecadores. Su permanencia sobre la tierra fue el tiempo de Su voluntaria humillación, pobreza y padecimientos, que culminaron en la oprobiosa y dolorosa muerte en la cruz. Ahora Él regresó al mundo de Su eterna gloria. Siendo siempre igual al Padre por Su naturaleza Divina, con la ascensión al Cielo Él "se sentó a derecha" de Dios-Padre — es decir, también como Hombre, recibió aquella potestad, grandeza y gloria, las cuales Le corresponden, por ser el Hijo de Dios. Desde entonces Él, como Cabeza de la Iglesia fundada por Él, rige los destinos del mundo. De allí entonces, antes del fin del mundo, nuevamente vendrá en toda Su Divina gloria, rodeado por ángeles y santos, para resucitar a todos los hombres y retribuir a cada uno según sus obras. Entonces los salvados entrarán en Su Reino de gloria, el que no tendrá fin.

Tropario Tono 4:

Ascendiste en la gloria, oh Cristo Dios Nuestro, después de alegrar a Tus discípulos por la promesa del Espíritu Santo, fueron confirmados por Tu bendición otorgada; pues Tú eres el Hijo de Dios, el Redentor del mundo.

Kontaquio Tono 6:

Habiendo cumplido la dispensación para con nosotros y unido todo lo terrenal con lo celestial, ascendiste en la gloria, oh Cristo Dios, sin apartarte de nosotros, sino permaneciendo inseparable y prometiendo a los que Te aman: estoy con vosotros, y nadie estará contra vosotros.

 

Descenso del Espíritu Santo

sobre los Apóstoles.

Festividad de Pentecostés, o de la Santísima Trinidad

Una de las tres principales celebraciones hebreas era la de Pentecostés, cuyo mismo nombre señala al hecho, de que se celebraba al quincuagésimo día después de la Pascua. En este día se recordaba como los hebreos, después de salir de Egipto, al pie del monte Sinaí, ingresaron en una alianza con Dios y recibieron de Él diez mandamientos escritos en dos tablas de piedra. La celebración del Pentecostés coincidía con la finalización de la cosecha, por eso era esperada con especial alegría. Para celebrar esta fiesta, peregrinos de distintos países del amplio imperio romano llegaban en esta época a Jerusalén. Su número a veces podía superar el millón de personas, y entre ellos había no sólo hebreos por sangre, sino también prosélitos, es decir paganos, que habían adoptado la religión judaica. Muchos de estos peregrinos habían olvidado, o nunca conocieron, el idioma hebreo, y sin embargo todos querían tomar parte en esta antigua y altamente venerada celebración.

En este día, ya desde muy temprano en la mañana los apóstoles junto con la Madre de Dios y otros discípulos, en un total de aproximadamente ciento veinte personas, se reunieron en la amplia habitación de Sion (el cenáculo). Para completar el lugar dejado por el traidor Judas, por indicación de Dios, ellos eligieron a Matías, quien desde ese momento entró en el número de los doce apóstoles. Esperaban todos la venida del Espíritu Consolador, Quien, según lo prometido por el Salvador, tenía que investirlos con fuerza desde lo alto, es decir concederles dones de Gracia. No sabiendo con exactitud como se expresaría el descenso del Espíritu Santo, ni cuando precisamente ello iba a suceder, ellos se preparaban para esto orando y leyendo la palabra de Dios.

Y es así, como cerca de las nueve de la mañana repentinamente se percibió un ruido intenso, como si fuera de un remolino de viento, que llenó la habitación, donde estaban los apóstoles. Elevando sus miradas, vieron sobre ellos algo semejante a lenguas de fuego, que descendían sobre la cabeza de cada uno de ellos. Estas misteriosas "lenguas" resplandecían con luz brillante, pero no quemaban. La propiedad más notable de estas "lenguas" eran aquellos cambios y sensaciones interiores, que producían en cada uno de aquellos, sobre los que descendían: la persona sentía claramente una gran afluencia de fuerzas espirituales, animación e indecible alegría. Él comenzaba a percibirse como fuera una nueva persona: purificada, pacificada, llena de vida y ardoroso amor a Dios. Habiendo recibido los abundantes dones del Espíritu Santo, los apóstoles comenzaron a expresar sus sentimientos de alegría con exclamaciones, y con fuerte voz glorificaban a Dios. Y he aquí que descubrieron, que hablaban no en su idioma natal — en hebreo, sino en otras lenguas, hasta entonces desconocidas por ellos.

Así se cumplió sobre ellos aquel bautismo con el Espíritu Santo y el fuego, para el que los había estado preparando el Señor Jesucristo.

Mientras tanto, el ruido, semejante a un viento turbulento, atrajo a muchos habitantes de Jerusalén a la casa de los apóstoles. Viendo la multitud que se congregaba, los apóstoles, con oraciones de alabanza y gloria a Dios en sus labios, ascendieron al techado de la casa. Oyendo esta efusión de himnos glorificantes, los reunidos alrededor de la casa se extrañaron y estaban confusos, viendo este hecho que era incomprensible para ellos: los discípulos de Jesucristo, gente por su aspecto galileos de origen sencillo e incultos, de quienes de ninguna manera se podía esperar el conocimiento de algún idioma, salvo el de su lengua natal, hablaban claramente en lenguas extranjeras, comprensibles para la diversa multitud llegada a Jerusalén desde muchos países. Sus palabras eran claras para todos, dichas en la lengua natal de estos peregrinos. Aun así, entre la multitud se encontraron cínicos, que no tuvieron vergüenza en tratar de ridiculizar a los inspirados predicadores, diciendo, que ellos, pues, en una hora tan temprana, ya tuvieron tiempo de embriagarse con vino aderezado.

Viendo la general perplejidad de los reunidos, el apóstol Pedro se adelantó, y pronunció su primer prédica, en el cual explicaba, que todos ellos habían sido testigos de la milagrosa venida del Espíritu Santo. El profeta Joel predijo, hace mucho tiempo, acerca de este acontecimiento, hablando en nombre de Dios:

"Y será en los últimos días, dice el Señor, derramaré Mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones. Y también sobre los siervos y sobre las siervas derramaré Mi Espíritu en aquellos días. Y daré prodigios en el cielo y en la tierra, sangre, y fuego, y columnas de humo..." (Joel 2:28-32).

Pedro explicó, que precisamente, en un descenso como este del Espíritu Santo, Dios predestinó comenzar la obra de la salvación de los hombres. Y para gestionar ante Dios la renovadora Gracia del Espíritu Santo para los hombres, Nuestro Señor Jesucristo, el Mesías venido a ellos de Dios, soportó el escarnio y la dolorosísima muerte en la cruz. Los jerarcas hebreos, así como muchos de los reunidos aquí, no reconocieron en Él al Salvador prometido, Lo rechazaron y Lo mataron, pero Él resucitó de entre los muertos y ahora está en los Cielos, sentado a la derecha de Dios.

Corta y sencilla era esta prédica, pero por cuanto a través de los labios de Pedro hablaba el Espíritu Santo, esas palabras penetraron muy profundo dentro de los corazones de los que escuchaban. Muchos de ellos se enternecieron de corazón y comenzaron a preguntar: "¿Varones hermanos, qué haremos?" — "¡Arrepentíos! — les contestó el apóstol Pedro — y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo." Y Dios perdonará no sólo vuestros pecados, sino que, como a nosotros, también os dará la gracia del Espíritu Santo.

Muchos de los que creyeron por la palabra de Pedro allí mismo públicamente se arrepintieron de sus pecados y se bautizaron, de tal modo que hacia la tarde de ese día la Iglesia de Cristo, de 120 creció a 3000 personas. Con este milagroso suceso, la Iglesia de Cristo comenzó a difundirse, al principio en Jerusalén, después — en Judea, y con el tiempo por todo el mundo.

De este modo, la antigua celebración de Pentecostés, desde el momento del descenso del Espíritu Santo sobre los apóstoles, se convirtió en "el día del nacimiento" de la Iglesia de Cristo. Ella, de acuerdo con la promesa del Mismo Salvador, permanecerá invencible en la tierra ante todas las fuerzas del hades hasta Su gloriosa Segunda venida.

Desde el día del descenso del Espíritu Consolador la celebración de Pentecostés se comenzó a llamar también fiesta de la Santísima Trinidad, porque el Espíritu Santo, que había descendido sobre los discípulos, reveló a los hombres un conocimiento mas profundo de Dios, y mas precisamente, el hecho de que Dios, siendo uno en Su esencia, tiene tres Hipostacias. Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo — es un solo Dios en tres Hipostacias.

Troparion Tono 8:

Bendito eres, Cristo Dios nuestro, que has revelado a los pescadores como sabios, enviando a ellos al Espíritu Santo, y por ellos has pescado a todo el mundo, Tú que amas a los hombres, gloria a Ti.

Kontaquio Tono 8:

Cuando el Altísimo descendió, confundió las lenguas, y cuando distribuyó las lenguas de fuego, llamó a todos a la unidad, por eso todos al unísono glorificamos al Espíritu santísimo.

 

Exaltación de la Santa Cruz.

La Cruz, en la cual fue crucificado Nuestro Señor Jesucristo, fue hallada por santa Elena, emperatriz, quien por sus esfuerzos fue equiparada al rango de los apóstoles, madre de Constantino el Grande. Con el ascenso al trono de su hijo, la emperatriz Elena vivía en el palacio. Sin mezclarse en los asuntos políticos, ella dedicaba los últimos años de su vida al fortalecimiento de la fe cristiana. No se puede imaginar nada mas triste y desolador que el estado, en que quedó Palestina después de la última invasión romana. Sobre las ruinas de la ciudad de David se construyó una nueva ciudad, adornada con templos paganos y otros monumentos dedicados a la idolatría. El altar de Júpiter fue ubicado en el mismo lugar, donde anteriormente estaba situado el templo de Salomón. Por casualidad o intencionalmente, los lugares, santificados por el nacimiento y la muerte de Nuestro Señor, fueron profanados estableciendo en ellos templos idólatras, consagrados a misterios abominables. Encima de las puertas principales de la ciudad fue colocada una figura donde estaba representado un cerdo, con el fin de que con este emblema odiado por los israelitas obligarlos a alejarse aún mas de su sagrada ciudad.

Después de llegar a Jerusalén, el primer deseo de la emperatriz fue visitar el lugar de la sepultura del Salvador. "Vayamos — dijo ella, — vayamos a venerar el lugar donde Sus Santísimas pisadas dejaron de caminar." Pero, para su enorme sorpresa, nadie pudo indicar con exactitud ese lugar. Desde hacia ya mucho tiempo los paganos habían rellenado la gruta, donde Jesucristo fue sepultado, para privarla de la veneración, que los cristianos le dispensaban. Poco a poco hasta los mismos cristianos dejaron de visitar la gruta, para no demostrar algún tipo de veneración a los objetos de idolatría que los paganos habían colocado intencionalmente en ese santo lugar. Por otro lado, a causa de los cambios políticos, incendios y devastaciones sucedidos en Jerusalén, la distribución misma de la ciudad cambió mucho. La nueva generación residente en la ciudad casi había olvidado las tradiciones acerca de los santos lugares. Solo se salvó del olvido total el lugar del nacimiento del Salvador — la gruta en Belén. Pero Elena no se detuvo por estos obstáculos. Por su invitación, se reunieron a los cristianos y hebreos mas eruditos y estando ella presente, se realizaron estudios topográficos del lugar de los padecimientos de Jesucristo. Relatan, que en este caso prestó grandes servicios un hebreo, que heredó de sus antepasados el secreto acerca de los lugares santos de los cristianos.

Apenas se hubo determinado el lugar de los padecimientos de Jesucristo, cuando la misma Elena, a la cabeza de trabajadores y soldados, se apresuró a ir al lugar indicado y ordenó limpiarlo. El trabajo suponía grandes dificultades, pues era necesario destruir gran cantidad de construcciones, que se elevaban sobre el monte del Gólgota y en sus alrededores. Pero Elena tenía el mandato de Constantino de no retroceder ante ningún obstáculo. Se destruyeron casas y templos paganos, se cavaron profundos pozos, y al mismo tiempo tenían especial cuidado en transportar lo mas lejos posible los materiales excavados, para limpiar el santo lugar de todo, lo que fue hecho por las manos de los paganos. Santa Elena incitaba a todos al trabajo con encendidas palabras: "He aquí — decía ella — el lugar del combate, ¿más dónde está el emblema de la victoria? Yo busco este emblema de nuestra salvación, y no lo encuentro. ¡Cómo! ¡Yo reino, más la cruz de mi Salvador yace en el polvo!.." ¿Cómo queréis, que me considere salvada, cuando no veo el símbolo de mi redención?"

Finalmente los enormes esfuerzos de Santa Elena, fueron bendecidos por el Señor con el éxito completo: debajo de las ruinas del templo pagano de Venus se descubrió la gruta del Santo Sepulcro, y por testimonio de todos los historiadores, (excepto Eusebio) fueron encontradas tres cruces de madera conservadas completamente intactas. Nadie dudaba, acerca de que estas cruces fueran los instrumentos usados para el suplicio de Jesucristo y de los dos malhechores, crucificados con Él. La dificultad consistía solo, en hallar la manera de averiguar cual de las tres era aquella en la que había sido crucificado el Dios-Hombre.

Al lugar, donde estaban las cruces, fue traída una mujer, que padecía enfermedad incurable; sacaron afuera las tres cruces encontradas en la gruta. El obispo de Jerusalén Macarios, la emperatriz Elena y todos los presentes cayeron de rodillas, pidiendo al Señor que les indicara el madero de la salvación. Después sobre la enferma fueron colocadas sucesivamente una y después otra cruz, pero sin ningún resultado. Pero apenas la tercer cruz tocó los miembros de la moribunda mujer, ella abrió los ojos, se levantó sobre sus piernas y comenzó a caminar, glorificando al Señor.

Inmediatamente que el Señor a través de la fuerza del milagro testificó la verdadera cruz de Cristo, santa Elena, con el corazón lleno de alegría y al mismo tiempo de temor, se apresuró a acercarse al santo madero. Ella deseaba reverenciarlo, pero al mismo tiempo se consideraba indigna de tocar y besar tan grandiosa santidad. Con profundo sentimiento de devoción se inclinó ella ante la cruz de Jesucristo.

Antes de dejar Palestina la emperatriz se ocupó muy activamente de la construcción de un templo en honor de la Resurrección y Cruz de Cristo, el cual decidieron levantar sobre el Santo Sepulcro. Además de este templo, Elena comenzó la construcción de otros dos: sobre la gruta de Belén, donde nació el Salvador, y en el monte de los Olivos desde donde ascendió al cielo. En medio de la general solemnidad, y rodeada del amor y respeto de todos los cristianos, Elena sintió el acercamiento de la muerte y falleció, aproximadamente a los 80 años desde su nacimiento. Falleció a inicios del año 328 en brazos de su hijo y de su nieto Constancio; exhortándolos a gobernar a las naciones confiadas a ellos por Dios con rectitud, a hacer el bien, sin enorgullecerse sino servir a Dios con temor y estremecimiento.

La celebración de esta fiesta tiene la particularidad, de que en el servicio vespertino luego de la gran entrada ante el tríptico canto de: Santo Dios... el sacerdote toma del trono la Santa Cruz, la posa sobre su cabeza y, precedido por candelas, sale del altar por la puerta norte hacia las Puertas Reales y desde allí, después de la exclamación: "¡Sabiduría! ¡Con atención!" (Permaneced piadosamente y atiendan la sabiduría) lleva la cruz al centro del templo y la coloca sobre el "analoi" (tambien analogionsoporte alto, a modo de mesa para colocar sobre él íconos, el Evangelio, el misal), adornado con flores. Se canta el troparion dedicado a la cruz:

Tropario Tono 1:

Salva oh Señor a Tu Pueblo, y bendice a Tu heredad. Concede Tu la victoria a los cristianos ortodoxos, sobre sus adversarios; y por el poder de Tu cruz preserva a todos los que Te pertenecen.

Kontaquio, Tono 4:

Oh Cristo Dios, Tú que voluntariamente fuiste levantado sobre la cruz. Concede Tu misericordia al pueblo nuevo llamado por Tu nombre. Alegra con Tu poder a los reyes ortodoxos, concediéndoles victoria sobre sus adversarios, teniendo por auxilio Tu arma de paz, la victoria invencible.

El sacerdote con el diácono realizan la inciensación de la Cruz tres veces. Todos los sacerdotes oficiantes reverencian la Cruz con tres inclinaciones hasta el suelo, mientras se canta la estrofa "¡Ante Tu Cruz nos inclinamos, Señor, y bendecimos Tu resurrección!"

Luego de lo cual todos los creyentes reverencian y besan la santa Cruz. El coro canta los versículos de la crucifixión de Jesucristo. En la Liturgia, en lugar de las "tres veces santo..." se canta, "ante Tu Cruz...". Las lecturas de los apóstoles y el Evangelio son las que corresponden a ese día. El día de la exaltación de la Cruz — es de severo ayuno.

Folleto Misionero # S101

Copyright © 2003 Holy Trinity Orthodox Mission

466 Foothill Blvd, Box 397, La Canada, Ca 91011

Editor: Obispo Alejandro (Mileant)

(fiestas_mayores_s_1.doc, 12-22-2003).

Edited by

Date

Alejandro Molokanov

12/20/2003

   
   

 

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