Meditaciones Sobre

el Carácter

de la Maldad

Por Padre James Thornton

Traducido por Daniel Gregorio Stepenberg

Leemos en varios pasajes de las Sagradas Escrituras sobre encuentros dentro Cristo y Satanás, o personas poseídas por demonios, o, lo que se puede llamar, la esencia del maligno. Estos pasajes nos iluminan que nuestra vida en este mundo, el mundo caído, es obviamente una lucha dentro el Bien y el Mal. A razón de esta contienda, se requiere nuestra presencia en la iglesia, asociarnos con la iglesia; se requiere nuestra participación en los Misterios Sagrados, como el Bautismo, la Crisma, la Confesión, la Comunión etc. Estos significan nuestro compromiso con Dios. Nos fortalecen con su Divina Gracia entre nuestra lucha para vencer la maldad.

Siendo cristianos, nos obliga a entender más comprensivamente este fenómeno llamado la maldad para poder enfrentarlo. Hablaremos brevemente sobre el tema de la maldad, utilizando principalmente un ensayo publicado hace 50 años, La Oscuridad de La Noche, escrita por Georges Florovsky, uno de los más grandes teólogos ortodoxos del siglo. Les presento una paráfrasis con citaciones del comentario del Padre Georges. El texto completo se encuentra en Creación y Redención, imprenta de la casa Nordland en1976 (pg.81-91). ¿Como será posible que existe la maldad en un mundo creado por Dios? Si la maldad es precisamente eso que se opone y resiste a Dios, corrompiendo sus intenciones y repudiando sus ordenanzas. ¿Entonces como puede existir la maldad, si todo lo que existe depende de Dios?

Todo tiene su causa. Verdaderamente, Dios es la causa prima y la causa directa de casi todo. Pero eso que trae la maldad es muy singular. La causa de la maldad es una anomalía, e es más o menos ocultada. La maldad existe fuera de la ‘cadena’ de causas universales. Desfigura y divide lo que alcanza desfigurar. Existe como el rival de Dios el Creador; pero es lo contrario, el destructor. Dios crea todo y la maldad intenta destruir todo.

Dios es la fuente de todo, es el verdadero poder; sin embargo la maldad, que no viene de Dios, posea también un poder, una fuerza, una energía violenta. Es, evidentemente, un misterio. La oposición a Dios es real, no imaginaria, y es muy activa. En este mundo el bueno esta seriamente limitado y oprimido por la insurrección del mal.

Dios mismo se encuentra en una lucha con las fuerzas siniestras, y las pérdidas son reales. Hay una disminución perpetua de lo bien; es perpetua porque como el bien permanecerá para eternidad en el cielo, así la maldad permanecerá en el infierno. La armonía universal, deseada e establecida por Dios se descompone, y el mundo se cae. En este estado caído, el mundo entero esta rodeado por el sombrío del nada. No es más el mundo concebido y creado por Dios. Hay innovaciones morbosas, existencias "falsas" pero de cualquier manera reales. La maldad agrega algo a la creación de Dios. Tiene la habilidad de imitar a la creación de Dios. Su existencia, su poder, su habilidad de impedir el plan que tiene Dios para el universo, todo se ve como un misterio.

Pero Dios tiene su respuesta al mundo de la maldad. Dios respondió por primera, y por última, vez por medio de Su Hijo Querido, Quien vino a la tierra a suportar los pecados del mundo y de toda la humanidad.

Como a dicho un escritor Ruso del siglo IXX, "La maldad empieza en la tierra, pero perturba el cielo, y es la causa del descenso del Hijo de Dios a la tierra." La respuesta de Dios a la maldad fue la Cruz, la Crucifixión, la Pasión, la Muerte del Hijo Encarnado. La maldad causo el sufrimiento de Dios, e el acepta este sufrimiento hasta el final. Entonces, la Gloria de la vida eterna relumbra victoriosamente desde el sepulcro del Dios encarnado.

El sufrimiento y muerte de Jesús Cristo fue un triunfo, una victoria decisiva. También fue un triunfo del Amor Divino, quien nos llama, nos acepta, sin ninguna coerción. La maldad si continúa en las sombras, pero esta rodeada por el amor que Dios tiene por nosotros.

Podemos entender la maldad como el ‘nada’. Claro, la maldad no tiene su propia existencia, sino existe dentro del Bien. La maldad es una pura negación, una privación, una mutilación. Pero, aunque la maldad es un vacío total, es un vacío que existe, un hueco que devora seres. Crear no puede, pero su poder destructivo es enorme. La maldad nunca asciende, siempre desciende. Es espantoso la degradación que efectúa en un ser. La maldad es caótica, una separación, una constante descomposición, una desorganización total de la estructura del ser.

En el ser humano se ubica la maldad en, lo que llaman los Padres Santos de la Iglesia, ‘las pasiones’. Las pasiones mueven al hombre. En su esencia, tienen el poder de hacer el hombre caer en la trampa. El hombre esta restringido por sus pasiones. No lo permiten desarrollar su potencia. Las pasiones son una concentración de energía cósmica que esclaviza al hombre y lo mantiene prisionero. Siendo ciego, las pasiones ofuscan la vista de los que poseen. Un hombre poseído por las pasiones no es el sujeto, sino el objeto, de la acción. Pierde la conciencia de ser un agente libre. Hasta llega a desmentir la posibilidad de ser libre. Atribuye su esclavitud a un concepto determinista universal. Según a esta idea, ninguna persona puede escapar su condición de flaqueza de que resulta una sujeción rigurosa a las pasiones. En consecuencia, la persona pierde su identidad; se vuelve caótico por dentro, con múltiples caras, máscaras. Este hombre se demuestra lleno de energía, activo, pero en actualidad ya no es libre. Solo le queda ser un blanco para las influencias impersonales. Estas lo hipnotizan e ejercitan un poder continuo.

La maldad en el mundo se nos revela por todo el sufrimiento y la tristeza que nos rodea. El mundo es desolado, indiferente, inútil. Todos sufrimos por la maldad. Si contemplamos el sufrimiento causado por la maldad que extiende por todo el mundo, nos podemos desesperar. Toda la creación sufre, está envenenada por la maldad y sus energías cósmicas.

Ahora, la Iglesia Ortodoxa enseña que el hombre llega a la verdadera libertad cuando derroca el poder de las pasiones que lo tienen amarrado y sojuzga el pecado de su condición caída. Parece una paradoja, pero la obediencia y la servidumbre a Dios le entrega al hombre la verdadera libertad, la libertad concreta y real que corresponde a hijos de Dios. Dios impone una disciplina severa al hombre que de veras desea ser libre, una disciplina de oración continua, de ayunos, de vigilancia, de estudio, de trabajo, de servicio. Pero, en someterse a Dios el hombre restaura su personalidad, ya reintegrada con el Espirito Santo, y logra una libertad genuina.

Leemos en el Sagrado Evangelio pasajes donde Cristo cura dos endemoniados, y por Su poder milagroso libera a estos hombres de la influencia de la maldad. Por parte de Su Iglesia, la Iglesia Ortodoxa, Cristo nos ofrece a cada unos de nosotros la habilidad de combatir, luchar y vencer la maldad; a echar afuera su influencia sobre nuestras vidas. Satanás, al contrario, busca desviarnos de nuestro objetivo, y usa cualquier trampa para engañarnos. Nos susurrará que nos falta el tiempo o la energía para luchar contra la maldad; que somos incapaces, aun con la ayuda de Dios, de tener éxito. ¡Tenemos que resistir estas mentiras!

El pecado y la maldad nos hacen esclavos. Cuando elegimos la maldad, es un grave error, y ahí el pecado nos empieza a cautivar. Por ejemplo, los que eligen drogas frecuentemente están amarrados a este vicio toda la vida, hasta que le viene la muerte. Lo mismo pasa con el abuso del alcohol, o el azar o otro tipo de maldades. Son cadenas que nos enlazan, rceles para nuestras almas y cuerpos; nos roban la felicidad en la vida terrestre y nos amenazan la felicidad del reino eterno. Algunos les buscan ayudar con métodos que no incorporan a Dios; son poco eficaces.

Pero existe un escape para ellos, y para todos quien quedan encarcelados en sus jaulas de pecados.

Ese escape es por medio del Evangelio libertador de Cristo Jesús. Dios nos creó para la felicidad y para la libertad. A nosotros, sus criaturas favoritas, nos dio dominio sobre todo el universo. Por medio de el, por medio de fidelidad a sus enseñanzas, podemos reclamar nuestros derechos en ser criaturas de Dios, y vencer al Adversario, el Maligno. Inclinemos nuestros corazones a Cristo y a Su Iglesia. Si haremos eso, nos purificaremos, y nos liberemos del Adversario cuya ambición es nuestra condena perpetua. Dios ten piedad y nos protege de ese Adversario.

 

 

 

 

Folleto Misionero # S51c

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Editor: Obispo Alejandro (Mileant)

 

 

(Good_and_evil_s.doc, 08-08-04)