Los Iconos

en la Iglesia Ortodoxa

Por María Cecilia Mascarenhas de Boschkowitsch

Contenido:

1. El icono.

2. Introducción a la teología del icono.

3. Resumen histórico.

4. El arte iconográfico.

5. El Icono y el arte.

6. El icono y el iconógrafo.

7. El Icono y la Ortodoxia.

8. Contenido y forma del icono.

9. Símbolos en iconografía.

1. El icono.

El Icono contiene en si mismo historia, tradición, simbolismo, teología y arte. Para estudiar estos aspectos es necesario introducirnos en la vida de la Iglesia porque la historia del Icono está relacionada con la historia de la Iglesia y con la historia del arte, dos aspectos diferentes pero unidos en una realización en común.

El Icono es un símbolo porque el símbolo es en sí mismo la presencia de lo que simboliza y es la presencia del representado.

El Icono es "Teología en Color." La Iglesia define teológicamente al Icono en función del "Dogma Trinitaria" y sobre todo permite entenderlo en función de la "Encarnación."

No vean al Icono lindo, no lo piensen feo, no lo critiquen como arte natural; en su desnaturalizada belleza trascendente esta Dios; que escucha, aunque no le hablemos; acompaña aunque no lo busquemos; entiende aunque no lo entendamos y protege aunque no lo veamos.

Contemplemos a los Iconos, observando lo que los Iconos simbolizan. Compartamos la alegría de expandir los Iconos que son la imagen inmediata de una luz proyectada; que son un tejido cuyos hilos se juntan, se entrecruzan, se ocultan y se sostienen mutuamente, entre Aquel que los inspira, los representados y los que los contemplan.

2. Introducción a la teología del icono.

Es casi imposible comprender al icono fuera del medio en que ha sido creado, o sea del ámbito de la Iglesia. El punto de partida para comprenderlo se encuentra en la base de la Iglesia, o sea en la "Santísima Trinidad." Ésta es el fundamento para la vida de la Iglesia, para su orden canónico, para el carácter de su pensamiento teológico, para su espiritualidad y para su creación artística.

"El Hijo y el Espíritu Santo, enviados del Padre, revelaron la Santísima Trinidad; no de una manera abstracta, como conocimiento intelectual, sino como una regla de vida" (L. Uspensky).

Ap. Juan en su primera epístola dice: "Tres son lo que dan testimonio en el cielo, el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo... y tres son lo que dan testimonio en la tierra: el Espíritu, el agua y la sangre..." (1 Jn. 5:7-8).

Teológicamente el punto de partida para confesar la Santísima Trinidad es "la Persona" (Hipóstasis) misterio esencial de la revelación cristiana; poseedora de la naturaleza Divina en su plenitud.

La persona tiene importancia clave tanto para "la teología del icono" como para el icono mismo. Porque en "la Persona" concreta del "Uno" encarnado, se basa la veneración de los iconos. "La Persona de Dios" hecho hombre es el único camino que conduce al prototipo del icono.

Los padres de "Séptimo Concilio Ecuménico" dicen con relación al icono: "hemos visto lo que escuchamos," el icono nos muestra silenciosamente lo que dice "La Palabra."

También sabemos por San Pablo que "nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo" (1 Cor. 12:3); nadie puede escribir "el icono del Señor" si no es por el Espíritu Santo. El fue, es y será el "iconógrafo Divino."

Según los santos Padres, el Espíritu Santo es la toma directa de la belleza que comunica el esplendor de la santidad y se revela como "Espíritu de la Belleza."

Según San Gregorio Palamas "En el seno de la Santísima Trinidad el Espíritu Santo es el gozo eterno en el que los tres se complacen juntos." Explícita el dogma Trinitaria diciendo: "si el Hijo es la palabra que el Padre pronuncia y que se hace carne, el Espíritu Santo la manifiesta, la hace audible y nos la hace escuchar en el Evangelio; pero Él queda oculto, misterioso, silencioso, nunca habla de El mismo."

La obra del Espíritu Santo, como espíritu de belleza es una poesía sin palabras.

Los atributos más conocidos del Espíritu Santo son: la vida y la luz. La luz es, ante todo, potencia de revelación; por eso el Dios revelado es llamado "Dios Luz."

Ya dentro de nuestro plano óptico, el ojo no percibe los objetos en si mismos sino por la luz que esos objetos reflejan. El objeto es visible porque la luz lo hace visible. "La Palabra de Dios" en el primer día de la creación fue "Sea la luz." Esta luz no es la que aparece el cuarto día, cuando Dios creó los astros, esta luz es la "Luz Increada" de la cual hablan los santos padres. "El Padre pronuncia la palabra, el Hijo la cumple y el Espíritu Santo la manifiesta y la mantiene; es "la Luz de la Palabra" (San Gregorio Palamas).

Tenemos conocimiento de esa luz a través de la Biblia "Sea la luz" (Gen. 1:3), Nuestro Señor expresa "Yo, la luz..." (Juan 12:46) "El Padre es Luz,"" el Hijo es Luz," "el Espíritu Santo es Luz." La luz es la potencia de la revelación, "Dios es luz." (1 Juan 1:5).

La acción del Espíritu Santo condiciona todo acto en que lo espiritual toma cuerpo, se encarna, se convierte en "Cristofanía" (manifestación del Cristo). El Espíritu Santo cubre con su sombra a María y la hace Madre de Dios. De la Encarnación nace el Cristo. De sus ‘Lenguas de Fuego" nace la Iglesia. De un bautizado y confirmado hace un miembro de la Iglesia. Del vino y del pan hace la sangre y el Cuerpo del Señor. De la "Santa Faz" hace un "icono." Así se convierte en el "iconógrafo Divino" que realiza el arquetipo del cual vienen todos los iconos. Estas acciones son "del Padre, por el Hijo y en el Espíritu Santo" (San Basilio, el Grande).

La acción de Espíritu Santo coloca a la iconografía en el rango de arte sagrado y en el camino de la santificación del hombre, y por otra parte, esta acción esencialmente carismática y al mismo tiempo eclesiástica hace del icono un lugar teológico y por lo tanto fuente de teología.

La oración de "la Santificación de los iconos" dice: "Señor Dios, Tú creaste al hombre a Tu imagen. La caída lo oscureció. Pero la Encarnación lo restaura y lo restablece en su dignidad primera. Al inclinarnos ante los iconos, veneramos Tu Imagen y Tu Semejanza y en ellos Te glorificamos."

Por lo tanto el icono se realiza en función de la Encarnación, y el icono está condicionado por la "creación a imagen y para la semejanza de Dios."

El icono es "la teología de la imagen." "El que me ha visto a mí, ha visto al Padre" (Juan 14:9); y realiza "la teología Bíblica del Nombre."

El nombre identifica la presencia; "el Nombre de Dios" no puede pronunciarse en vano. El icono del Cristo, no lleva nombre, sólo letras; es el inefable. Este hecho está enraizado en esa noción, por eso lo identifica como tal. Ningún icono está terminado si no se lo marca con el nombre de los que representa.

Moisés nos dice el Nombre de Dios "Yo soy el que soy"..."Yo soy..." (Éxodo 3:14); Jesucristo nos lo hace ver, nos muestra Su Imagen; el Espíritu Santo nos lo hace entender.

"Yo Soy el Alfa y el Omega" (Apocalipsis 1:8); principio y fin"; "que era, que es y que ha de venir," " unión del principio y del fin." Todo aquel que contempla el icono del rostro humano del Cristo, Dios hecho hombre, contempla el misterio de la palabra y del nombre. El arte iconográfico es sinérgico; "el Espíritu" ilumina al hombre.

Todos los iconos del Cristo dan la impresión de una semejanza tal que se lo reconoce inmediatamente; pero esta semejanza no es un retrato. Justamente lo que se revela en cada icono de una manera única no es la individualidad humana sino "la Hipóstasis del Cristo"; de esta manera es única, eclesial y personal a la vez. Por eso existen tantas "Santa Faz" como iconógrafos las han pintado. Pero su misterio está en que siempre se lo reconoce porque es "Rostro de Rostros" y "Rostro del Inaccesible."

Según los santos Padres, con el Cristo la belleza de los cielos desciende a la tierra; la belleza se acerca a nosotros, viene a nuestro encuentro, se hace íntima, cercana, emparentada con la substancia misma de nuestro ser.

Cuando nuestro espíritu se lanza buscando "la Belleza Divina," encontramos al "icono."

El icono no es un objeto, ni un objeto de arte, es la imagen, la semejanza visible del Cristo, de quienes Lo precedieron, de quienes Lo acompañaron y de quienes Lo siguieron; es "belleza y luz," por la "Gracia de Dios."

A través de la semejanza, que los iconos tan misteriosamente transmiten, ilustran los relámpagos inefables de la "Belleza Divina."

En los iconos, la belleza aparece como un estallido desde la profundidad misteriosa del ser, atestiguando la íntima relación entre el cuerpo y el espíritu.

La esencia deificada, que se manifiesta en toda la naturaleza creada, nos hace ver la "Belleza Divina." La naturaleza se vuelve hacia nosotros, nos habla, nos confía sus cantos y sus colores secretos, nos llena con una alegría desbordante y quiebra nuestra soledad. Comulgamos con la belleza de un paisaje, de un rostro y sentimos una extraña consonancia con una realidad, que es la "Presencia Unica" de nuestra alma perdida y reencontrada.

La experiencia artística sólo puede prestarnos sus ojos mostrándonos un fragmento donde, sin embargo, el "Todo" está presente, como el sol que se refleja en una gota de rocío. Pero, conducido, por la mano de Dios, el hombre a pesar de sí mismo revierte el techo de lo estético y de lo ético y lo convierte en "fe." La fe nos hace ver que la verdadera belleza no está en la naturaleza misma sino en la "Epifanía del Trascendente," que hace de la naturaleza el lugar cósmico de Su resplandor.

Según los santos Padres, en el orden de la encarnación y la redención, el Cristo es el arquetipo de todas las formas y por eso la belleza sólo se formula partiendo de Dios.

Los "santos iconos" tienen su fundamento en el "icono no hecho por mano de hombre" — "la Santa Faz" — "Icono de Iconos," "Belleza de Bellezas," que nos expresa y muestra la "Belleza de Dios." Cuando observamos los "santos iconos" observamos la "Belleza de la Luz de Dios."

El relato del encuentro de Motovilov con San Serafín de Sarov, durante el invierno de 1831, en el corazón del desierto nevado, nos muestra lo que significa esa luz, llamada por San Gregorio Palamas "Luz Increada."

Motovilov le dice al Santo que explique el estado de Gracia; San Serafín pide que lo mire; "yo lo miré y me asombré con temor." El Santo apareció como vestido de sol; la visión fue de una luz enceguecedora y una sensación poco habitual de calor y de perfume. El encuentro terminó con un mensaje de San Serafín, "No es para ti solamente que estas cosas han sido, sino para que por tu intermedio pasen al mundo"

Esta experiencia relatada no es un éxtasis, un abandono del mundo, es un anticipo de la "Luz del Padre, por Jesucristo, en el Espíritu Santo" (San Basilio el Grande).

En este relato llama la atención la participación de los sentidos; la Gracia se experimenta, se vive, se siente como dulzura, paz, gozo y luz.

Lo espiritual y lo corporal se integran. Todo esto nos hace ver el porqué del empleo en la liturgia del pan, del vino, del canto llano, del icono y del incienso. La liturgia llama a nuestros sentidos: nuestro oído, nuestra vista, nuestro olfato y nuestro gusto — para elevarnos y devolver a la materia su dignidad primaria y su destino final; nos permite comprender que nuestro cuerpo no es sustancia autónoma sino parte integra de lo espiritual.

La "Belleza de Dios" que es su luz, no es material, ni sensible, ni intelectual, sino que se da a sí misma y se deja contemplar a través de la gracia de los elegidos que, por sus propios sentidos, pueden "ver" lo que está mas allá de "ellos mismos." San Serafín, mas cercano a nosotros, nos hace ver que " la Luz " de la Creación, del Thabor, de Pentecostés, es la única y verdadera "Luz Divina"; es el misterio del "Octavo Día" y del "Cristo Transfigurado." San Serafín nos hace reconocer una realidad que es un aliciente para la experiencia, de los santos y de los hombres.

En las escrituras, encontramos a Isaías que clama; "Cuan hermosos son sobre los montes los pies del que trae alegres nuevas, del que anuncia la paz, ... del que publica salvación, del que dice a Sión: ¡Tu Dios reina!... Alzarán la voz, juntamente darán voces de jubilo; porque ojo a ojo verán que el Señor vuelve a traer a Sión" (Isaías 52:7-8).

A través de los "santos iconos," "la Faz luminosa del Señor" mira a los hombres. Es el "Cristo Transfigurado." Los santos Padres afirman que lo que vemos en los iconos es la "Hipóstasis del Cristo" y de aquellos que han logrado la santificación.

Así el icono se convierte en una experiencia profundamente religiosa, que nos hace ver la "Luz de la Belleza de Dios."

3. Resumen histórico.

La tradición dice que el primer iconógrafo fue San Lucas, el evangelista, que dibujó sobre la tabla de una mesa la imagen de la Virgen.

Los evangelios apócrifos hablan de una imagen que el mismo Señor Jesucristo dejó sobre un lienzo, llamado "el icono no hecho por mano de hombre" o "Santa Faz," que fuera llevado al Rey Abgar para que curara su mal.

Para entender el proceso histórico, se suele dividir la historia de la iconografía en varias etapas:

  1. Arte del siglo I
  2. Arte simbólico
  3. Período pre-iconoclasta
  4. Iconoclasmo
  5. Período post-iconoclasta
  6. Período de oro de la iconografía
  7. Decadencia del icono
  8. Icono de tipo renacentista
  9. El icono en la actualidad

La historia del arte de Roma, Grecia y Siria del siglo I, época en que Jesús de Nazaret vivía, muestra la moda del retrato, la perfección del dibujo, los colores y el conocimientos que tenían los artistas de la anatomía humana y animal. Por lo tanto no es de extrañar que los primeros iconos fueran realizados bajo la influencia del arte grecorromano y sirio. La tradición nos indica que la primera escuela iconográfica estuvo en Siria, en Palestina.

El dato más valioso se encuentra en la historia de la Iglesia" — Libro VII, Capitulo 18 — escrita por el historiador Eusebio (265-340). Eusebio dice que "ha visto" en Cesárea (Palestina), iconos de la Santísima Virgen, de Nuestro Señor, de Pedro, Pablo y de los apóstoles.

Muchos de los cristianos de los primeros siglos eran judíos, fieles seguidores de la Torra y de la Ley Mosaica. Para esos cristianos la "representación en imágenes" no era fácil de aceptar. Por eso el testimonio de Eusebio (que era reacio a aceptar los iconos) es muy valedero desde el punto de vista histórico.

Las persecuciones a los cristianos de los primeros siglos hicieron que el arte iconográfico, que recién surgía, se ocultase y, en cambio, el arte simbólico se hizo popular.

Los cristianos comenzaron a realizar, en lugar de los iconos, representaciones alegóricas y simbólicas, que en su mayoría se tomaban de los símbolos bíblicos, tales como el pez, el pan, las uvas, el cordero, la paloma, etc. Estas representaciones se multiplicaban en los lugares de reunión de los cristianos, las catacumbas.

Se decoraban las tumbas y las paredes. Son famosas las Catacumbas de Roma, de Pricilia y de Alejandría, donde todavía encontramos verdaderos tesoros históricos del arte simbólico e iconográfico.

El símbolo más común era el pez = ICTHYS, iniciales de las palabras "Jesucristo Dios Salvador." Los cristianos para reconocerse entre ellos dibujaban un pez. El ancla representa a la Virgen, como ancla de la salvación. El cordero es el Cordero Inmolado de Isaías, el Cristo Salvador. La paloma o las lenguas de fuego es el Espíritu Santo. El arco iris, la alianza entre Dios y el hombre. Una mesa con pan y una copa, la Eucaristía sobre el altar. Estas representaciones simbólicas continúan formando parte de la composición de los iconos.

A partir de la época del Emperador Constantino, el cristianismo deja de ser perseguido y es aceptado en el imperio, el icono vuelve a surgir como tal. Surgen dos estilos iconográficos bien definidos que van a dar origen al estilo románico y al estilo bizantino.

El estilo románico tiene la gran influencia del arte de Roma, con los dioses de esa época, por lo que surgen figuras del Cristo parecidas a Zeus o a Júpiter y angelitos con rizos parecidos a los hijos de Saturno, etc.

El estilo bizantino en cambio es influenciado por el arte sirio y el helénico. Grecia le da la elegancia y el equilibrio, y Siria le da su vigoroso impresionismo; pero ninguno cambia la "Esencia Religiosa" del arte bizantino. Se convierte en un arte religioso que une tres expresiones: la oriental, la helénica y la cristiana.

Desde Bizancio, el icono se extiende por todo el imperio y por todas las iglesias, en esa época el intercambio era fluido y cordial, tanto como las comunicaciones lo permitían, ya que las distancias eran difíciles de sortear, de tal manera que no hay diferencias sustanciales en el tipo de pintura.

Es preciso recalcar que la expresión iconográfica no surge del clero, nace de las comunidades, en los fieles, con la necesidad de explicar a los iletrados los textos bíblicos. Esto no quiere decir que el clero estaba ausente de esta expresión cultural. No sólo daba su visto bueno, sino que aceptaba ésta expresión artística y corregía su expresión dogmática.

La Iglesia a través de lo siglos custodió estas expresiones artísticas para que los iconos se realizaran bajo su dirección dogmática.

Así llegamos al período llamado "iconoclasta."

Iconoclasta — palabra griega compuesta — significa: icono = imagen; clasta = destrucción, devastación.

A lo largo de la historia de la iglesia ha habido siempre, por diversas razones, iconoclastas, algunos basados en principios dogmáticos, o teológicos, o en ideologías extrañas a la fe cristiana. Pero la irrupción del iconoclasmo se hace notable en un período importante y largo de la Iglesia, basándose en herejías y en las "discusiones" que éstas provocaban.

El iconoclasmo interrumpe el desarrollo de la iconografía bizantina, durante más de un siglo. Sin embargo, esta interrupción, no tiene tanta gravitación en otros lugares como en Roma y su zona de influencia.

Desde el punto de vista histórico el año 313 divide a la historia de la Iglesia en dos: la lucha por la vida, primero, y segundo la lucha por la doctrina.

Así vemos que en los siglos IV, V, VI y VII, surgen grandes santos y teólogos en oriente y occidente que establecen enormes "discusiones," escriben numerosos tratados y hacen lugar a seis "Concilios Ecuménicos" que fundamentan los principios del dogma Cristiano.

En el año 726, a raíz de esta lucha dogmática surge la llamada "lucha por la defensa de los santos iconos"; en esta época sobresalen San Juan Damasceno y San Teodoro el Estudita que se convierten en los grandes defensores del icono.

El arte iconográfico no pierde sin embargo, su continuidad histórica. Sobreviven murales en las iglesias de Hosios David, de San Jorge de Tesalónica, el Mausoleo de Galio Placido y el Baptisterio de Ravena, los mosaicos de San Apolinario, etc.

Durante el iconoclasmo se realizan, entre otros, en Roma los murales de San Cosme y San Damián. Se conocen también los iconos de la Virgen de las Tres Manos realizada por San Juan Damasceno, conservada en el Monasterio de Hilandar, de origen Servio, en el Monte Athos y la Virgen del Portal o de Iviron (Iveria), conservada en el Monasterio de Iviron también del Monte Athos.

El iconoclasmo es vencido, por que es una herejía total, y el icono retoma su verdadero valor en el "Séptimo Concilio Ecuménico" que restaura la veneración de los santos iconos, y es considerado como el triunfo de la ortodoxia.

A partir de ese concilio el "arte sagrado" se divide, como se dividen las iglesias de Oriente y Occidente. Esta división no se produce de un día para el otro, sino que se produce en el transcurso de tres siglos. De esta forma el arte bizantino perdura en Oriente; y en Roma surge el arte italiano que adopta características propias.

En el período post-iconoclasta surgen grandes escuelas iconográficas como la de Constantinopla, la de Creta, la de Tesalónica y otras que coinciden con la cristianización del pueblo eslavo; como la de Macedonia (Yugoslavia), Bulgaria, Rumania y Rusia.

Con la caída del "imperio bizantino," el imperio de la ortodoxia se traslada a los países eslavos, que reciben a los iconógrafos de muy buen grado. Rusia toma el lugar de Bizancio y se convierte en el "gran imperio ortodoxo" donde sobresalen las escuelas de Novgorod, Kiev y Moscú.

El período de oro de la iconografía comienza en el siglo XII, aparecen iconógrafos como Teofanes el Griego, Daniel, Andrés Rublev en Rusia, Pancelinos en el Monte Athos, entre los más renombrados.

De esta época encontramos las iglesias de San Eutemio y San Demetrio en Tesalónica, San Nikita en Servia, la iglesia del Protatón en el Monte Athos y la iglesia de la Anunciación de Moscú. De la gran dedicación de Andrés Rublev surge el icono de "la Santísima Trinidad" y "El Pantocrátor." Como muchos otros en diferentes lugares.

La decadencia del icono comienza en el siglo XVII, en Rusia, con el Zar Pedro el Grande, que saca a los iconógrafos de la iglesia. Pasan a convertirse en artistas seculares y realizan imágenes fuera de toda corrección dogmática, dando lugar después a la aparición del icono renacentista.

Esta influencia renacentista llega a los Balcanes y a Grecia en el siglo XIX, después de la guerra de la independencia (1821-1828). Los iconógrafos rompen con la tradición y utilizan el naturismo, y la técnica del temple es reemplazada por el óleo; buscan el fiel detalle anatómico y la belleza física; olvidan la perspectiva invertida y el arte de los símbolos.

Durante las últimas décadas ha resurgido el interés por el arte bizantino en el mundo.

En Grecia hubo una revitalización significativa gracias al renombrado iconógrafo Fotio Kontoglu (1895-1965), busca los orígenes del arte, los revitaliza y los da a conocer a través de sus iconos, sus publicaciones y conferencias. Surgen las escuelas en Atenas y de Tesalónica con maestros iconógrafos que inculcan a sus alumnos el respeto por la tradición.

Rusos exilados como Evdokimov y Leonidas Uspensky vuelven a las fuentes y publican libros donde se muestra la teología del icono, llevan sus enseñanzas a Francia, Alemania, U.S.A. y otros países. Surgen iconógrafos y escuelas iconográficas en todo el mundo, siendo las mas importantes la Francesa y la de Estados Unidos. En Rusia se comienzan a restaurar los iconos antiguos y se publican libros sobre los iconos y su restauración.

El icono ha ido ganando espacio. Inclusive en la iglesia romana, con motivo de cumplirse el milenio de la Cristianización de Rusia, ha publicado libros y reproducciones de iconos rusos y romanos en papel, llegando en los últimos años al "delirio del interés" con la caída del régimen comunista en Rusia, y la libertad de religion en ese país.

4. El arte iconográfico.

El icono no fue inventado por los artistas, surge del pueblo y se convierte en una "tradición de la iglesia" y una regla confirmada. La iglesia a través de sus clérigos vigila para que los iconógrafos se abstengan de fantasear y sigan la tradición; y realicen iconos dentro de los cánones establecidos.

Para ser un iconógrafo, el arte y el talento de un artista no bastan, aunque son necesarios. El icono para el iconógrafo es un camino; es una forma de vida, dedicada a la contemplación y al estudio. Para "escribir iconos" se necesita la ascetismo de la paciencia, del silencio, de la perseverancia y de la oración continua. El iconógrafo debe alcanzar el dominio de los medios con que trabaja para que ellos le sirvan para hacer un "relato del cielo."

Un icono nunca puede descender por debajo de cierto nivel artístico. Es alabanza, canto y poesía en color; es una resonancia musical de líneas y formas. El icono no es la belleza tal como la concibe el arte profano, sino "la Verdad" que desciende y se viste con sus formas. El icono relaciona dos infinitos: "La Luz Divina" y el espíritu humano.

En el icono, el detalle queda reducido al mínimo y la expresión es lo máximo. Con laconismo y sobriedad, el icono se corresponde con la "Escritura Sagrada" sólo muestra lo esencial. Se debe renunciar a la expresión naturalista del espacio y con la profundidad deben desaparecer las sombras.

El arte iconográfico, en lugar de representar una escena que el espectador mira, pero de la que no participa, representa personajes relacionados entre ellos por el sentido general de la imagen y unidos sobre todo al espectador mismo; porque es más importante la comunicación con el espectador que la acción representada, dado que, esta comunicación, debe conducirlo hacia su propio interior.

La tradición eclesiastica cultiva el refinamiento en el estilo y el gusto; y el "canon iconográfico" precisa los grandes principios que conciernen a la forma y al contenido. La iconografía no es un libre juego de la imaginación sino la lectura de la Biblia y de los arquetipos y la contemplación de los prototipos; pese a ello, las reglas iconográficas no son inmutables; no comprimen la espontaneidad del iconógrafo.

La rigidez de la regla iconográfica preserva al iconógrafo del subjetivismo impresionista de los románticos; y la sujeción al ritmo contribuye a la claridad de la expresión y a su pleno poder. Aun así, sin abandonar los cánones, el iconógrafo puede modificar el ritmo de la composición, los contornos, las líneas cortas o largas, ciertos colores y los matices que llegan a ser únicos para cada artista; y con todo esto, puede expresar una característica totalmente personal.

Iconógrafos como Andrés Rublev y Teofanes el Griego han escrito iconos con la misma composición y sobre el mismo tema; y resulta asombroso constatar que, a pesar de su parecido, no hay uno igual a otro. No es posible encontrar dos iconos idénticos, ni aun si son hechos por el mismo iconógrafo. Hoy día se pueden observar copias idénticas, realizadas por copistas que se dedican sólo a hacer este tipo de trabajo.

Cada icono, cada iconógrafo, cada escuela, tiene su propio sello.

El arte iconográfico es un lenguaje, un sistema de expresión especial, cuyos elementos se relacionan con un sentido, de la misma manera que el pensamiento se relaciona con las palabras de una frase. Su contenido, su mensaje secreto, expresan "el mas allá."

"La crisis actual del arte sagrado no es estética; es religiosa" (Evdokimov). Si bien en los últimos años hemos visto resurgir el interés por los iconos, no se comprende su esencia, y aun existe a veces un "iconoclasmo" (rechazo del icono) encubierto, porque progresivamente se ha ido perdiendo el simbolismo litúrgico y la visión patrística de lo religioso.

Actualmente, hay obras de arte sobre temas religiosos, que siguiendo las leyes ópticas, lanzan su red sobre las cosas y constituyen una visión de lo que está "más cerca."

Los principios del arte religioso moderno están en fusión con un estado de exteriorización, de separación, de distancia y de aislamiento. Para expresarse buscan el espacio que se interpone entre el ojo y las cosas a través de la unidad de la acción y de la red del tiempo; sólo son útiles para la vida corriente, a través de su ilusión óptica.

La iconografía en cambio, trata de lograr un estado de interiorización, de unión, de acercamiento y de comunicación. Para expresarse busca la unión entre el la vista y el icono, a través de la diversificación en la acción, sin tiempo, con la perspectiva invertida. No utiliza la ilusión óptica; trata de mostrar la realidad espiritual y la imagen visible de la Divinidad. No presenta una óptica habitual e impone al espectador otros principios.

EL iconógrafo no puede ignorar nada de las técnicas pictóricas, pero no debe hacer de ellas la condición de su arte. El icono no copia la naturaleza; la relación entre las dimensiones de los seres y las cosas no entra en un icono. Sugiere la presencia esquemática del mundo, a menudo por medio de formas geométricas, que dibujan las escarpadas rocas de una arquitectura surrealistas. El icono realiza una sabia abstracción que quita la pesadez y conduce a una figuración paradójica de las cosas. La arquitectura, el mundo esquemático, las rocas, las plantas y los animales que se utilizan no tienen valor por sí mismos, sólo refuerzan el significado de los personajes y muestran la sumisión de lo material a lo espiritual.

La materia está viva pero inmóvil, aparenta una desmaterialización, convierte al hombre terrenal en hombre celestial. No se rinde culto al físico; la desnudez se cubre, se viste o se recubre, se adivina el misterio de la Transfiguración a través los pliegues del vestido. No se ensalza ni se exalta la anatomía; se deforma expresamente, se le da una aparente rigidez para subrayar la potencia interior. A través de las deformaciones voluntarias y admirablemente medidas, se muestra el desapego de las formas terrenales, se da a los cuerpos una esbeltez tal que pierden su carácter carnal.

Por otra parte, si se observa la desnudez en los iconos, ésta se muestra como un vestido de Gloria; no denota pesadumbre ni sensualidad, sino corporeidad espiritual; la carne se viste de espacio luminoso, con la desnudez anterior a la caída.

El iconógrafo trata el tiempo y el espacio con gran libertad, utiliza a su gusto los elementos de este mundo y deja atrás la audacia de la pintura moderna. Invierte la perspectiva, hace que todos los tiempos y lugares converjan en un punto; todo lo despliega hacia afuera. La posición de los personajes y su tamaño dependen del significado de la escena.

Respetando el ritmo propio de la composición y la forma plana de la tabla, el iconógrafo da libertad a cada parte del icono en función de sí mismo. Todo objeto se presenta como sujeto conocido en sí mismo. Los personajes del plano posterior pueden ser más grandes que los del plano anterior sin que se pierda la armonía del conjunto.

El arte moderno modela en tres dimensiones, el arte iconográfico modela en dos dimensiones, sin tomar en cuenta la tercera. El iconógrafo organiza su composición en base a la altura y no a la profundidad, subordina el conjunto a la superficie de la madera plana o del lugar en que escribe el icono; por lo tanto, suprime el vacío y ubica los personajes sobre las dos dimensiones de la plancha, los coloca a lo largo de la superficie por la cual parecen resbalar, salir y avanzar hacia el que los contempla.

El iconógrafo no trabaja el claro oscuro; no utiliza la profundidad ficticia, ni el volumen, los reemplaza por la superposición de colores y las manchas claras, (que dan la impresión de distancia), por la perspectiva invertida y los fondos luminosos.

No hay cronología en el tiempo; las escenas se superponen siguiendo el orden de un tiempo dado, la composición no se encierra jamás entre muros, los episodios se asocian según su sentido; la acción se desarrolla fuera de los límites del lugar y del tiempo. "No hay lugar," "no hay tiempo"; "todo ha sido, todo es y todo será," "todo es siempre presente y para siempre."

La perspectiva, tal cual la estudiamos en forma académica, es un producto del renacimiento. Esta perspectiva consiste en que el cono óptico, entre el objeto y el ojo, determina un punto de huida donde las líneas se encuentran y que, para la mirada, se sitúa en la línea del horizonte; los objetos alejados parecen mas pequeños, todo está proporcionado a la distancia y da la ilusión de profundidad. Es el sistema científico y matemático que representa un objeto en el espacio.

En iconografía hablamos de perspectiva invertida. Esta perspectiva consiste en que el punto de huida, entre el cono óptico y el objeto, no se sitúa atrás del cuadro, sino adelante, en el espectador. Los objetos no se ubican en forma proporcional a la distancia; no hay ilusión de profundidad. Esta perspectiva no es un sistema científico, ni matemático, es un "sistema espiritual," que representa los objetos en un espacio celestial. Las líneas se dirigen en sentido inverso; el mundo del icono está vuelto hacia el hombre, porque los personajes salen a su encuentro, o sea el mundo del icono es el comentario iconográfico de la "Conversión Evangélica."

En la composición iconográfica, la figura humana se basa en la figura del Cristo..., "El Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros…" (Juan 1:14).

La cabeza da la dimensión y la posición del cuerpo; el rostro se centra en la mirada, de ojos grandes y fijos, la frente es ancha y alta. La boca y los labios están privados de sensualidad; las orejas se alargan y la nariz es sólo una curva fina. El tono oscuro de la piel suprime toda nota carnal.

La figura humana no se pone de perfil — salvo en Judas el Iscariote (el traidor), en satanás; y en los pecadores, o cuando los personajes están en posición de veneración al personaje principal. El perfil interrumpe la comunicación, manifiesta gran agitación y produce incapacidad de contemplación en el espectador. La figura humana debe hacer ver el hombre, escondido en el fondo del corazón (1 Pedro 3:4).

El iconógrafo debe ser un gran maestro del dibujo. Variar las líneas hasta el infinito, sin que pierdan precisión; el trazado continuo se asocia al ritmo; un contorno negro destaca y subraya el valor propio de la figura.

El iconógrafo hace del color un canto y una poesía. Utiliza colores radiantes; nunca bajos ni sombríos. El color se lleva hasta su máxima saturación y ofrece una gama cromática plena, hacia el blanco. Los colores se pueden cambiar según el tema, la escuela y el sentido de la composición.

A través de sus conocimientos, el arte iconográfico lleva "la Luz del Primer Día" hasta "la Ciudad Luminosa" del "Ultimo Día."

5. El Icono y el arte.

Hasta el siglo X, el arte de la Iconografía se mantuvo dentro de la tradición bizantina, en Oriente y en Occidente. A partir de ese momento, pintores como Giotto, Duccio, Cimabue, introducen en el Arte Sagrado occidental la facticidad óptica, la perspectiva, la profundidad, el juego de los claros-oscuro, o sea el engaño visual .Olvidan el lenguaje "Sagrado de los Símbolos" y de "la Presencia"; trabajan plásticamente "temas religiosos," que por su realismo, golpean el sistema nervioso; el "Misterio de los Símbolos" pierde su potencia secreta y se borra.

El arte comienza a alejarse de lo trascendente, rompe con los "cánones de la Tradición" y cesa de integrarse al "Misterio Litúrgico." Los personajes aparecen de carne y sangre; están vestidos y ubicados en el ambiente contemporáneo; el relato Bíblico, el hecho milagroso, son sólo una ocasión para ejecutar un retrato, una anatomía, un paisaje; se apela a los sentimientos emocionales y no a los sentidos místicos.

A partir del renacimiento los grandes estilistas se ejercitan en temas cristianos con una total ausencia de sentido religioso, comienza el arte subjetivo. En el siglo XVIII, el arte pierde el lazo entre contenido y forma y se hunde progresivamente en la noche de las rupturas, hasta llegar a la abstracción pura. El conocimiento se separa de la contemplación; el ser se vacía, su contenido esencial se desnaturaliza, se degrada, se destruye lo real disociando sus elementos y se suscitan discontinuidades infranqueables.

El artista, dedicado cada vez más a la soledad, busca cierta clase de "super-objeto de "supra-realidad," porque para él la realidad simple no es expresable. Se esfuerza por alcanzar ese lazo secreto por las cosas de este mundo. En el deseo de conocer el objeto secularizado, se pierde el misterio y se llega a una abstracción docética, al juego fantasmagórico de sombras sin cuerpo.

El arte abstracto encuentra, en su punto de avance, una libertad sin prejuicios y sin formas académicas. La forma exterior figurativa está deshecha.

Por lo tanto, se debe ver el arte de hoy como "arte de la puerta cerrada," no trasciende nada, porque el acceso a la forma interior, — que es portadora del mensaje secreto, — está cerrado por "el querubin con la espada encendida."

El arte debe elegir entre "vivir para morir," o "morir para vivir," porque el camino se va a abrir a través del "Bautismo del Espíritu Santo."

En la muerte, el arte encontrará su resurrección; su renacimiento será el "Arte Epifanio," cuya expresión culminante es el Icono.

En los últimos tiempos se ve que en la "Acción del Espíritu" como "una de la manos del Padre" (G. Palamas) hay, una sugestión, una invitación decisiva dirigida a todos los medios culturales, a fin de encontrar su intención original y culminar en una opción; volver a la fuente, a Dios mismo.

Cuando un artista se convierte en Iconógrafo, encuentra su verdadera vocación en un arte sacerdotal, cumpliendo con el Sacramento Teofánico y mostrando el lugar donde "Dios desciende y asienta su morada." En la actualidad, aquel que quiera llegar a ser Iconógrafo, debe hacer morir en si mismo el arte tal como se lo concibe hoy día, debe volver su vida hacia Dios, hacia el "verdadero arte." La Iconografía es la representación visible de "Lo Invisible"; es volver al símbolo, a lo simbólico. Porque el Icono se opone radicalmente, a todo cuanto es retrato, a lo subjetivo, a lo engañoso, a lo abstracto; el Icono es únicamente relación entre "la Persona" que representa y su "Cuerpo Celestial."

Por eso, resulta imposible realizar el Icono de un viviente y toda búsqueda de semejanza terrenal o carnal queda excluida. En Iconografía la "Hipóstasis" se adueña de la "semejanza" como tal, asumiendo el cuerpo transfigurado que el Icono representa. Por lo tanto, en su valor de símbolo, el Icono sobrepasa el arte pero también lo ubica; podemos admirar las grandes obras de los maestros de la pintura y hacer de ellas la cima del arte pictórico pero el Icono siempre está aparte; como la Biblia, que se coloca por encima de la literatura y la poesía.

Es posible ver el arte como algo más perfecto que la Iconografía, porque justamente, ésta última no busca la perfección. La perfección daña al Icono, porque descentra la mirada interior y la saca de la "Revelación del Misterio." La belleza del Icono se apoya en un equilibrio de extrema exigencia; debajo de cierto "límite" no es más que un dibujo, por encima de ese límite el Icono resplandece con la belleza estricta conforme al tema, según San Basilio en la belleza de "Aquel que es el Dios de los pintores de los Cielos y de lo que está por encima de los Cielos."

Para convertirse en receptáculo de la "Belleza Divina," "el Arte por la Fe," se debe abrir conscientemente a la "Luz Divina." Para reencontrar la belleza cara a cara, para alcanzar el resplandor de la Gracia, debe sobrepasar lo sensible y lo inteligible, franquear las "Puertas Sagradas del Templo" y llegar al "Icono."

El Icono es una invocación, es la presencia, la belleza que viene al encuentro de nuestro espíritu, no para arrebatarlo sino para abrirlo a la proximidad ardiente del Dios personal.

El arte del Icono no es autónomo; está incluido en el "Misterio Litúrgico" de donde fluye la "Presencia Sacramental." El Icono hace suya cierta transfiguración; los elementos de este mundo están en sumisión total a lo espiritual. Pueden representar a la Virgen con tres manos, hacer caminar a un mártir que lleva en sus manos su propia cabeza o en una bandeja sus propios ojos; poner el cráneo de Adán a los pies de la Cruz; personificar al Cosmos en la figura de un viejo rey y al Jordán en la de un pescador; invertir la perspectiva y hacer que todos los espacios culminen en un solo punto.

Hoy en día, el pintor maneja los colores como un arco iris fuera de su contexto cósmico; utiliza el espectro solar variándolo de muchas maneras pero no une el cielo y la tierra; no le dice al hombre nada de un modo esencial; utiliza el juego del color sólo para un fin estético.

En el Icono, el color y el arco iris no son un juego estético; son símbolos escondidos. Según la Biblia, "es el Símbolo de la Primera Alianza" entre Dios y el hombre en caída.

En la Iconografía el arco iris sostiene el cuerpo del Cristo en la Transfiguración, en la Ascensión y en su "Glorioso Segundo Advenimiento." Ese simbolismo muestra lo ilimitado de la expresión Divina y toma como punto de partida la Encarnación: "Por Tu naturaleza, por cierto eres ilimitado, pero Tu has querido, Señor, limitarte bajo el velo de la carne."

En el Icono el Rostro del Cristo está presente y con Él todo lo humano; su inmovilidad Iconográfica casi rígida, ese límite de la forma, desborda lo ilimitado de su espíritu. De su posición frontal o semi-frontal, sin ningún artificio, su mirada nos quema sin consumir y nos da su luz para poder vivir. La propia luz del Icono le sirve de materia colorante, lo hace luminiscente por si mismo, esto hace que toda fuente de luz sea inútil; él mismo es fuente de luz.

Por estas razones, la Iconografía moderna es llamada más que nunca a encontrar la potencia creadora de los primeros Iconógrafos. "Hacer morir el arte, para que el arte viva" a la Luz de la" Imagen de Dios." Hacer del arte profano, el arte Teofánico; restablecer el Icono, buscar al "Ángel de la Presencia y la belleza de "la Iglesia." Recrear el rostro humano del hombre, con la Santa Faz del Dios-Hombre; valorizar el alma humana con "la Mujer vestida de Sol," "Su Santa Madre," "Gozo de todos los Gozos," que combate todas las tristezas y de quien fluye toda la ternura.

6. El icono y el iconógrafo.

En el manual de iconografía del Monte Athos se indica, a los iconógrafos, "que para escribir un icono es necesario la plegaria con lágrimas para que Dios penetre en el alma" y explica que la iconografía es un arte divino que Dios mismo nos transmite." También dice "rezad a San Lucas, nuestro primer iconógrafo, de esa manera la inspiración del evangelista y la vuestra se emparentará en el nivel de las revelaciones del Misterio."

El iconógrafo debe aprender con dedicación rezando constantemente y como dice el manual "debe invocar al Espíritu Santo para que lo dirija." Luego de terminar sus estudios debe realizar el icono de la Transfiguración para que la "luz" brille en su corazón por la gracia de Dios.

El manual agrega "que el iconógrafo se presente con su icono ante un presbítero, para que éste, rece sobre él y recite el himno de la Transfiguración." Si el icono es aceptado y el presbítero considera que este está realizado bajo los términos de la tradición, el estudio y de las reglas iconográficas le indicará que vaya a su maestro o a otro iconógrafo para que le de su bendición.

De esta manera un artista se convierte en un iconógrafo aceptado y debe solicitar a un obispo su bendición apostólica para ser iconógrafo consagrado

El iconógrafo aprende que el icono canta la Gloria y la Belleza de Dios. Esa Belleza que no necesita pruebas, porque Se muestra a través del icono mismo porque evidencia la existencia de Dios. La teología del icono nos habla de la "Esencia" y de la "Energía" del icono que son símbolos de la "Presencia" que deberá manifestarse para trascender al espectador.

El iconógrafo debe aprender a través de la contemplación, de la composición y de la realización del icono de la Transfiguración que los iconos se pintan con la "luz." Esa luz que no tiene sombras, y que enmarca las figuras, esa luz que lleva al iconógrafo a clarificar los colores desde su color más profundo. Aparece así la figura surgiendo de una progresión, que reproduce el crecimiento de la luz en el interior del hombre.

El icono es, por lo tanto, el reflejo brillante del mayor atributo de la gloria, la "Luz de Dios." El icono nos revela "la Luz," por eso se debe fusionar el elemento artístico con la contemplación mística, para que se vea que en el icono está el brillo del mas allá; porque el icono revela "la Luz" como oración purifica y transfigura al que lo contempla; como misterio enseña que en él está el silencio habitado y la alegría del cielo en la tierra.

El icono marca "la Luz" de la forma interior, así como la arquitectura sagrada ordena el espacio del templo y el memorial litúrgico ordena el tiempo de la oración. El icono es una escritura, una presencia, una contemplación y una oración y como tal debe ser comprendido por el iconógrafo.

El iconógrafo no debe basarse en su imaginación para realizar un icono, debe realizarlo según las escrituras y la tradición.. El "Séptimo Concilio Ecuménico" declaró: "la composición de los iconos no se deja a la iniciativa de los artistas; que se deben basar en los principios establecidos por la iglesia y la tradición religiosa. Sólo el arte pertenece a los pintores; el ordenamiento y la disposición pertenecen a los padres de la iglesia."

San Juan Damasceno dice: "Ya que el Invisible, se revistió de carne y apareció visible, tu puedes representar la semejanza de Aquel que se encarnó." Por eso el icono es una enseñanza Teológica, una participación litúrgica, una comunión (común-unión). Es una visión transfigurada, una imagen del cielo sobre la tierra. No es cualquier imagen; muestra la Divinidad y a los Servidores de Dios (Ángeles, Profetas, santos, etc.) que se nos manifiestan en el tiempo.

San Juan Damasceno dice: "El sacerdote toma el pan y el vino que se transforman en el Cuerpo y la sangre del Cristo y el iconógrafo toma la "materia" que se convierte en un mundo transfigurado. Toma el pan y el vino, es decir las formas, las líneas, los colores y el diluyente y hace una visión estética.

Los maestros iconógrafos indican: "el iconógrafo debe poseer humildad, dulzura y piedad. Debe tratar de vivir en paz. No debe beber, ni robar. Ante todo conservará la fuerza del alma y del cuerpo. Si no puede vivir en celibato que se case. Si no es un monje, como laico debe buscar la santidad cumpliendo sus deberes de estado, pero aspirando a imitar el ideal propuesto por quienes se han apartado del mundo. Si no puede hacerlo efectivamente, tiene que hacerlo en su interior. Debe visitar frecuentemente a su Padre espiritual, contándole su manera de vivir. Guardará la disciplina y la castidad. Huirá de la imprudencia y de la agitación (desasosiego — ofuscación) porque el icono es una escuela de paciencia, silencio y perseverancia."

El iconógrafo debe comprender y hacer comprender que la belleza del icono no está en su perfección estática sino en lo que inspira al observarlo.

El artista convertido en iconógrafo, no crea para recibir elogios del hombre, sino para que a través de su obra, el hombre pueda llegar a Dios.

7. El Icono y la Ortodoxia.

El Concilio de Constantinopla del siglo IX, restablece definitivamente la veneración de los Iconos; del Icono en sí mismo, como "Icono de la Ortodoxia." Este hecho se recuerda el primer domingo de cuaresma.

La Iconografía es parte de la Tradición y constituye una verdadera "Teología Visual." Implica la conducción y la revelación de las "energías" celestiales,, porque en la Iconografía se encierra "el misterio," cuyo sentido no se da directamente sino que se representa por medio de intermediarios, mediadores y símbolos que llevan el "mensaje oculto."

El Icono se considera un símbolo porque contiene en sí mismo la "presencia" de lo que simboliza. El Icono es expresión de la Iglesia y de su enseñanza dogmática; es revelación de la vida en Cristo y de los misterios de la economía Divina para la salvación de los hombres.

El Icono es el arte resucitado; ni signo, ni imagen, ni cuadro simplemente Icono. Símbolo de la "presencia," lugar de "resplandor" y visión "litúrgica del misterio" hecho imagen. El Icono está integrado al "misterio litúrgico" y no es posible comprenderlo fuera de esta integración.

Este "Misterio Litúrgico" no se realiza exclusivamente en el templo. Para el ortodoxo, la liturgia se realiza también en los hogares, rezando frente a su altar solos o en familia recuerdan la frase del Señor cuando dice "...donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos..." (Mateo 18:20).

En la casa de los cristianos ortodoxos, los Iconos se ubican en los rincones o paredes de las habitaciones orientadas hacia el este, porque la "luz viene de oriente"; transformando el lugar en el punto más importante de la habitación. Muchos dedican una habitación completa como templo del hogar, allí colocan la Biblia sobre un atril y los Iconos cubren las paredes, es allí donde prenden velas, inciensan y rezan.

Hoy con los departamentos modernos es difícil dedicar toda una habituación, por lo tanto se elige un lugar, un rincón para este fin, a veces cada integrante de la familia busca su lugar en su habituación. El Icono trasforma el hogar en una "Iglesia familiar, casera" y la vida de los fieles en vida de oraciones.

La Tradición dice que al llegar al hogar, el cristiano ortodoxo, debe inclinarse ante El o los Iconos, rezar y recoger la mirada a Dios y después saludar a los que están en la casa; también al salir debe rezar y pedir la bendición del Señor y luego partir.

El Icono nunca es un adorno, una decoración; es un centro de "Luz" que ilumina el espacio dentro del cual se encuentra. En el templo, los Iconos están como objetos de culto, no para observarlos como en un museo. Todo fiel, que entra al templo, se siente tocado por una sensación de vida incesante. Aun fuera de los oficios todo parece estar esperando "los Santos Misterios"; todo parece animado y a la espera del Cristo que viene a darse en alimento espiritual. En esta grandiosa sinfonía, cada feligrés al mirar los Iconos ve a Dios, a su Santa Madre, a los Ángeles y a sus hermanos mayores que lo precedieron como seres vivos y con ellos participa de la liturgia y canta: "en Tus Santos Iconos contemplamos el tabernáculo celestial y Te alabamos con alegría."

El mencionado Concilio de Constantinopla dice: "... el Evangelio nos dice por la Palabra, lo que el Icono anuncia por los colores y nos lo hace presente...." El Icono atestigua la "Presencia" de los representados, expresa su intercesión y su comunión con nosotros.

El Icono físicamente es sólo una plancha de madera; no tiene sustancia propia; no encierra nada; todo su poder Teofánico lo obtiene por medio de la Semejanza allí pintada que lo convierte en rayo esplendoroso, que copartícipe de la Divinidad. El Icono traduce una "presencia energética," no localizada, no encerrada, no creada, que surge de su punto de concentración. Esta "Teología de la Presencia" es lo que distingue al Icono de un cuadro religioso.

El triángulo estético de toda obra de arte se forma con: la obra propiamente dicha, el artista y el espectador. El Icono rompe este triángulo estético; la obra se imanta con su función mística, el artista se borra tras la Tradición que habla, el espectador se prosterna en un acto de plegaria y adoración a Dios. Para "oriente," el Icono es algo "Sacramental." Por esta razón el Presbítero debe verificar la corrección dogmática, la conformidad con la Tradición y el nivel de expresión artística del Icono. Además para que se convierta en testigo, se colme de "La Presencia" y sea canal para la "virtud Santificadora," el presbítero debe santificar al icono y consagrar para instituirlo en su función litúrgica.

El Icono es una peregrinación hacia Dios por medio de la oración; una invitación a acompañar y seguir la vida del Santo que representa, invita a la conversión y señala que el hombre en su humildad debe hacer de la oración un estado permanente.

8. Contenido y forma del icono.

La iconografía es un arte que no copia la naturaleza, ni busca la forma. "Toma los elementos técnicos y logra expresar el Significado de la Ortodoxia" (7º Concilio Ecuménico).

La iconografía es un arte litúrgico y dogmático porque su contenido (propósito para el cual ha sido creado) cubre las necesidades y propósitos de la iglesia (espíritu y no materia).

La iconografía es un servicio "a" la Iglesia y "en" la iglesia. El contenido se entrelaza con la vida, la evolución y la tradición ortodoxa e interpreta el contenido histórico de la fe y las verdades doctrinarias.

Su contenido transcendental no es la belleza física, ni la natural, sino la expresión de la santidad. Lo bello en el icono no esta determinado por la natural formación del objeto sino por su contenido sublime " su poder de servir a los ideales de la fe"

El contenido litúrgico de la iconografía contribuye para que los creyentes comprendan el gran misterio de la Eucaristía. Los iconos ofrecen al espectador, a través de la desmaterialización, la impresión de una visión extraterrestre y hacen incomparablemente perceptible el contenido de los himnos y oraciones litúrgicas. "Que toda carne guarde silencio, en temor y temblor, que aleje de si todo pensamiento terreno pues el Rey de Reyes y el Señor de los Señores avanza para ser inmolado en el alimento a los fieles."

La iconografía por su naturaleza es "expresionista." Su expresión artística es una profunda experiencia de vida, no está limitada a las impresiones que el ojo recibe sino a lo que manifiesta el alma. Se dirige primordialmente al espíritu.

El contenido de la iconografía concurre al trabajo redentor del Cristo, "al mundo nuevo y al cielo nuevo; no concierne a lo antiguo, a la naturaleza y a lo transitorio. Es decir la iconografía ortodoxa representa al mundo regenerado por la Gracia Divina" (Constantín Kalokyris).

El icono no es una imitación servil de la realidad sino que trata de expresar la naturaleza deificada. La iconografía es la visión de un mundo "a través de los ojos interiores" en el cual la esencia profunda de las cosas se torna comprensible, tal como "el esplendor deiforme de la virtud."

La iconografía evita la representación de las sagradas formas según la realidad natural y ve, a través de una abstracción verdaderamente maravillosa sobre esas formas, como expresar la realidad espiritual que constituye su mas elevada verdad.

Materia y forma, esto es contenido y estilo, están en una relación tal que una interpreta a la otra y ambos interpretan la esencia de la iconografía. La forma iconográfica es el elemento que da a su expresión el poder y la superioridad espiritual.

La iconografía realiza sus creaciones en una concepción morfológica particular sacando al espectador de lo transitorio en este mundo y dándole la idea de la creación renacida y del mundo eterno.

En los iconos se observan características similares, que se repiten a través de los tiempos. Estas características exteriores se desnaturalizan expresando un estilo particular que no se limita a lo exterior sino que da forma a la esencia del ser representado.

 

9. Símbolos en iconografía.

"Tengan cuidado, sobre todo, de no revelar los misterios sagrados, y no permitan que ellos sean indiscretamente expuestos a la luz del mundo profano...

Sólo los santos — no todos los santos — pueden levantar el borde del velo que cubre las cosas que son sagradas...

Nuestros más sagrados fundadores están a cargo de la celebración de los misterios con tal variedad de ritos simbólicos que, lo que es en sí mismo uno e indivisible puede aparecer solamente poco a poco, como por partes, y bajo una infinita variedad de detalles.

Si embargo, esto no es simple, la multitud profana, no debe ni siquiera espiar la cobertura de las cosas sagradas por la propia debilidad de sus sentidos y de su espíritu. Nosotros, cuando somos débiles de sentimientos y de espíritu, necesitamos para descubrir los misterios, signos evidentes de que somos capaces de entender lo inmaterial y lo sublime" (Dionisio el Areopagita).

Símbolos esotéricos.

Los símbolos esotéricos son aquellos que no se ven y generalmente hacen a la forma de construcción del icono. Hoy día los símbolos esotéricos, están en discusión y análisis, muchos no admiten su existencia y dicen que son especulaciones modernas; lamentablemente los iconógrafos antiguos no dejaban escrito cómo realizaban los iconos, sólo los hacían y dejaban unas pocas líneas para recordar algún detalle. Por esta razón se han perdido muchas explicaciones que nos aclararían las cosas. Pero hay constantes que se repiten y hay que conocerlas.

Estos símbolos son el círculo, el cuadrado, el rectángulo, el triángulo y la cruz.

El círculo es símbolo de la unidad principal, la manifestación universal del Ser, no tiene principio ni fin, es símbolo del cielo.

En iconografía se construye la figura humana en base a círculos. Para cabeza de los personajes se utilizan círculos concéntricos. San Dionisio, el Areopagita, ha descrito, en términos filosóficos y místicos, los círculos concéntricos y a través de ellos, las relaciones del ser creado con su causa; dice que "cuando se alejan de la unidad central, todo se divide y se multiplica y a la inversa en el centro del círculo todos los radios coexisten en una unidad y uno solo contiene en sí todas las líneas rectas, unitariamente unificadas las unas con relación a las otras y todas juntas con relación al principio único del que todas proceden."

El cuadrado es el símbolo de la tierra, por oposición al cielo; es el símbolo del universo creado. En la antigüedad la tierra se consideraba cuadrada con cuatro puntos cardinales. Muchos espacios sagrados adoptan formas cuadrangulares.

Si el círculo y el cuadrado se unen, simbolizan la unión de lo celestial con lo terrenal. En las relaciones del círculo y el cuadrado existe una coincidencia. El círculo será al cuadrado lo que el cielo es a la tierra; pero el cuadrado se inscribe en el círculo, es decir, que la tierra depende del cielo.

Nuestro Señor Jesucristo es el Verbo que se hace carne, une el cielo y la tierra, une Su Divinidad con la humanidad, inscribe dentro de un círculo una forma cuadrada; inscribe el cuadrado en el Círculo de la Divinidad.

La Redención del Cristo rompe el cuadrado (la tierra) y se transforma en cruz. Establece una relación entre el círculo, el triángulo y el cuadrado; por la intersección de sus dos rectas que coinciden con el centro del cuadrado lo abre al exterior; se inscribe en el círculo y lo divide en cuatro segmentos, engendra al cuadrado y el triángulo, cuando sus extremidades se enlazan con cuatro rectas. Es la base de todos los símbolos de orientación para el hombre formando con las conjunciones del círculo, el triángulo y el cuadrado: la estrella que guía al hombre.

El triángulo corresponde al número tres, el triángulo simboliza la Trinidad. Con la punta hacia arriba simboliza el fuego, con la punta hacia abajo el agua. La estrella de David y el sello de Salomón se forma con dos triángulos invertidos y simbolizan la sabiduría humana.

En la tradición el triángulo equilátero simboliza a Dios, este símbolo solo, o con una mano o con un ojo se ve en varias representaciones iconográficas y eclesiásticas.

La mayoría de los iconos y de las figuras que los componen se construyen con estos cuatro símbolos; mezclándolos, adosándolos o logrando componerlos para que tengan un gran significado.

Símbolos exotéricos.

Los símbolos exotéricos son aquellos que se ven a simple vista; abundan en la iconografía.

Para llevar un orden, la mejor manera de presentar estos símbolos es hacerlo en forma alfabética. No pretendo con esto agotar el tema ya que aquel que se interese debe buscar mayor bibliografía sobre el tema.

Agua: simboliza "Fuente de Vida," medio de purificación y centro de regeneración. El agua contiene todo lo virtual, lo informal, el germen de los gérmenes, todas las promesas de la creación y el poder de la reabsorción.

El Señor se sumerge en el agua para cumplir con la purificación por el agua. El icono del Bautismo del Señor es uno de los iconos Trinitarias en que se manifiesta el Padre, el Hijo y El Espíritu Santo. Es sumergirse en el agua para salir nuevo, marcando una muerte simbólica, recurrir a un inmenso depósito de potencial y extraer de allí una fuerza nueva.

En la tradición el agua simboliza el origen de la creación. El "mem" ("M") hebreo simboliza el agua que es madre y matriz. Todo el Antiguo Testamento celebra la magnificencia del agua. El agua aparece como un signo de bendición.

El agua es símbolo de vida espiritual. Nuestro Señor usó el simbolismo del agua diciendo "El que bebiere del agua que Yo le daré, no tendrá sed jamas; sino que el agua que Yo le daré será en él una fuente de agua que salte para la vida eterna " (Juan 4:14).

Símbolo de vida en el Antiguo Testamento — el agua se convierte en símbolo del Espíritu en el Nuevo Testamento.

El agua es el agua viva, el agua de la vida; purifica, cura, rejuvenece y por ende introduce en lo eterno. Sólo el Agua del Bautismo lava los pecados y no se otorga más de una vez, porque permite acceder a otro estado: El Hombre Nuevo. El agua posee la virtud purificadora. La inmersión del bautismo es regeneradora, opera un renacimiento, en el sentido de que es a la vez muerte y vida.

Altar: es el lugar donde lo sagrado se condensa con mayor intensidad. Sobre el altar se cumple el sacrificio. Simboliza el centro del mundo, el lugar y el instante en que un ser se torna sagrado. En el altar se consagra el pan y el vino, símbolo del Cuerpo y la sangre de Nuestro Señor Jesucristo.

Antorcha: representa la luz.

Árbol: Hablar del símbolo árbol en su totalidad es realizar un texto tan extenso que si se quiere se podría realizar un nuevo libro; aquí tomaré sólo algunos aspectos.

El árbol es el símbolo de la vida en perpetua evolución, en ascensión hacia el cielo.

El árbol de la vida está plantado en el medio del Paraíso rodeado por el río de cuatro brazos (Génesis 2:9-10). Anuncia la salvación mesiánica y la sabiduría de Dios. (Ez. 47:12; Prov. 3:18). El árbol de la vida sólo concierne a aquellos que han lavado sus vestiduras (Apoc. 3:7-22). El árbol de la vida, la primera alianza anuncia la cruz de la segunda alianza. El árbol de la vida del Génesis prefigura el árbol — cruz.

Un símbolo muy importante en iconografía es una vara del tronco de Isaí, que se lee en Is. (11:1-3) y a inspirado muchos iconos. Es por sí sólo un haz de símbolos.

Es símbolo de la Virgen María, Madre de Dios; simboliza la Iglesia universal, simboliza el paraíso donde están los elegidos; simboliza la cadena de las generaciones cuya historia resume la Biblia y que culmina con la llegada de la Virgen y del Cristo y se entronca con la cruz y la nueva alianza.

Arca: Símbolo de la restauración cíclica, de la morada protegida por Dios (Noe), símbolo de la presencia de Dios, santuario de sus santos (reliquias); símbolo de la iglesia

Arco Iris: Es el símbolo del puente entre el cielo y la tierra. Expresa siempre y en todo lugar unión, relación e intercambio entre ambos. Es símbolo de la primera alianza (señal de pacto) entre Dios y el hombre luego del diluvio (Génesis 9:12-17); símbolo de ascensión; de culminación, y de principio de la segunda alianza.

Báculo: Su forma de semicírculo significa el poder celeste abierto sobre la tierra. Símbolo de la fe. Emblema de jurisdicción pastoral del obispo o abad, símbolo de una autoridad de origen celeste.

Bandera — estandarte: Símbolo de protección, concedida o imploradas. El portador de un estandarte lo eleva sobre su cabeza, lanza un llamamiento hacia el cielo, crea un vínculo entre lo alto y lo bajo; lo celestial y lo terrenal. "Dios es mi bandera" (Ex. 17,15), lo que simboliza Dios es mi salvaguarda.

Bastón — palo — vara — callado: Simboliza el tutor, el maestro, el sostén, la autoridad legítima, la defensa y la guía. Símbolo del pastor, del peregrino y del Señor. De su vara Moisés muestra la fuerza y el milagro de Dios, se convierte en serpiente y en agua. La vara florida de San José marca la protección a la Santísima Virgen.

Cadena: Símbolo de lazos y relaciones. Según San Dionisio la cadena de la oración (rosario — cadena de nudos o cuentas) es la unión de la cadena de oro infinitamente luminosa que está presente arriba y abajo; une y liga el cielo y la tierra.

Calavera: aparece en la iconografía como símbolo de muerte, de la redención y de la resurrección. Aparece en las profecías del Antiguo Testamento con respecto a la resurrección y aparece también en el vestido de los monjes ermitaños como símbolo de la muerte para el mundo y su dedicación a Dios.

Cáliz — copa: Cumple la Ley porque se "eleva" (Salmo 116) y es símbolo de acción de gracias. Contiene la sangre y el principio de vida; es sacrificio y unión; es revelación y salvación.

Es la copa Eucarística que contiene el Cuerpo y la sangre de Nuestro Señor Jesucristo; el símbolo de la comunión (común — unión) de los cristianos dejado por Jesús a sus discípulos.

Candelabro: Es símbolo de la luz espiritual, de simiente de vida y salvación. Símbolo del candelabro de los siete brazos que el Señor manda a realizar para el templo (Ex. 25:31-33, 37-40). "Son los ojos de Yahaveh que recorren toda la tierra" dice el Ángel a Zacarias (Zac. 4:1-6). Símbolo de la Divinidad y de la luz que brinda a los hombres.

En el Apocalipsis hay siete candelabros, que simbolizan las siete iglesias.

Caverna — gruta: Simboliza el lugar subterráneo, representa al mundo.

Nuestro Señor nace en una gruta, y es enterrado en una gruta, es el principio y el fin. Desciende al Hades, la profundidad de los infiernos antes de elevarse al cielo.

Cesta — canasta: Símbolo de los trabajos domésticos. Hecha de mimbre posee el carácter sagrado de protección, acompaña los nacimientos milagrosos. Moisés es encontrado en una canasta de mimbre. En algunos santos se encuentra una canasta como sombrero, se la une al don de la palabra humilde que surge de la oración y la soledad en la fe y en los trabajos de la casa o del campo (San Espiridón)

Cirio — lámpara — vela: Simboliza la luz y la iluminación. Es un objeto ritual, las iglesias se iluminan con velas. El cristiano ofrece velas a los iconos símbolo de oración, de sacrificio, amor y presencia. También es símbolo de santidad y de vida contemplativa.

Columna: Simboliza el soporte, la solidez. Soporte del templo, indican límites y flanquean puertas. Sostienen lo alto; conectan lo alto y lo bajo. Los ermitaños estilitas vivían en columnas para acercarse a Dios. Las columnas están presentes en el templo de Salomón y en el Apocalipsis "Al vencedor, lo haré columna en el Templo de Dios" (Ap. 3:12). Las columnas simbolizan la Presencia de Dios."

Cordero: Símbolo de simplicidad, inocencia, obediencia, pureza, dulzura. Es considerado el animal de sacrificio por excelencia. Es la imagen de Nuestro Señor Jesucristo, inmolado en sacrificio por todos nosotros.

La crucifixión evoca el sacrificio pascual del cordero y a la vez la sangre del cordero tiene un papel salvador rememora la salvación de los judíos en Egipto. El cordero está sobre la montaña de Sión en el Génesis y en Apocalipsis en el centro de la Jerusalén celeste.

Cruz: simboliza la pasión y la resurrección, el camino para la redención.

Las cuatro ramas simbolizan los cuatro elementos y los cuatro puntos cardinales del mundo, a la humanidad en su conjunto atraída hacia Cristo. "El pie clavado en la tierra" significa la fe puesta sobre profundos fundamentos, la parte superior indica la Esperanza subiendo al cielo, los dos brazos son la Caridad que se extiende hacia los enemigos.

Muchas iglesias se han construido en forma de cruz y a su vez la cruz sirve como muestra de jerarquía eclesiástica.

La iconografía la utiliza tanto para expresar el suplicio como su presencia. En la mano de los personajes es símbolo de cristianización (presencia del Cristo) y de martirio (el suplicio por Cristo). Es símbolo permanente para los cristianos que se reconocen por ella.

Dragón: Simboliza el guardián severo o símbolo del mal. La cabeza del dragón rota simboliza la victoria del Cristo. En el icono de San Jorge el dragón simboliza al maligno que es vencido en nombre de Nuestro Señor y donde aparece la figura de una princesa como símbolo de la idealización y del amor heroico por el sacrificio sufrido.

Escala: Simboliza la relación entre el cielo y la tierra. Vía de verticalidad y de ascensión gradual. San Isaac "el Sirio" dice: "La escala de este reino está escondida dentro de ti, en tu alma. Lávate pues del pecado y descubrirás los peldaños por donde subir"

Escudo: Simboliza la protección, la fuerza figurada. Es símbolo de arma pasiva, el cristiano lo debe usar en el combate espiritual de la salvación. El escudo de la fe debe servir contra las tentaciones; es atributo de virtud, de fuerza, de victoria y de castidad.

Esfera: es el símbolo de Dios; tiene el mismo simbolismo que el círculo. El relieve le da la totalidad celeste — terrena como unidad.

Espada: símbolo de lucha, de virtud y de poder. Tiene también un doble mensaje por sus dos filos, un aspecto destructor y uno creador. Es también la luz y el fuego. Es arma noble para luchar por la fe. Aparece en las manos del Ángel que expulsa a Adán y Eva del Paraíso como fuego y en el Apocalipsis como espada de dos filos que sale de la boca del Verbo (Ap. 1:16). Se la encuentra en toda la tradición Bíblica, en las manos de los Querubines y en las manos de los guerreros como símbolo de poderío y de lucha por los principios y por la fe.

Fuente: es el agua que surge de ella. Fuente de agua viva es expresado por el manantial que surge en medio del — jardín, al pie del árbol de la vida, en el centro del paraíso terrenal, dividiéndose luego en cuatro ríos que corren hacia cuatro direcciones del espacio — La fuente de vida o de inmortalidad, de juventud y enseñanza.

La fuente y el agua están muy unidas a la Santísima Virgen y dentro de la iconografía " el icono de la Madre de Dios Dadora de Vida" representa la Santísima. Virgen en una fuente o manantial del cual surge el agua que salva y cura. Dentro de las oraciones se la llama "Manantial de la miel y la leche," "Fuente de Vida," "Mar que devoras el soberbio enemigo," "Puerta en el mar de la vida," "Tú eres el río del agua abundante," "Fuente que limpias el alma," etc.

Iglesia: es el símbolo del "Pueblo de Dios," es el Templo Cristiano. En manos de los santos, en iconografía, es símbolo de fundadores o de constructores de iglesias.

Incienso: es el encargado de elevar la plegaria al cielo y es el emblema de la función sacerdotal, esto marca la razón por la que los Reyes Magos le ofrecen incienso al niño Dios. En iconografía se pone en las manos de los diáconos y sacerdotes y en las escenas en que se quiere indicar que hay oraciones que se están realizando.

Lanza o hacha: es el símbolo del guerrero que la obtenía como recompensa por haber realizado una acción brillante. Simboliza la fuerza de la fe.

Libro: (rollos) simbolizan la Biblia, la Palabra de Dios. En iconografía se los ve en las manos del Pantocrátor, en la de los apóstoles, evangelizadores y obispos.

El libro o los papiros pueden estar abiertos o cerrados; cuando están abiertos lleva palabras de la Biblia, oraciones o reglas vida. El libro cerrado guarda la materia oculta, el abierto la materia manifestada, marcando aquello que dice Nuestro Señor: "Porque nada hay oculto, que no haya de ser manifestado, ni escondido, que no haya de ser conocido, y de salir a la luz" (Lucas 8:17).

Lirio — azucena: símbolo de pureza y de la blancura, de la inocencia, de la pureza y de la virginidad. En la tradición bíblica es símbolo de elección, la elección del ser amado privilegio de Israel entre los pueblos en el Antiguo Testamento (Cant. 2:1) y de la Santísima Virgen entre las mujeres. Simboliza también el abandono a la voluntad de Dios y así se lo muestra en las manos de la Virgen.

Mandorla: (prefigura la almendra). Simboliza la presencia de Nuestro Señor Jesucristo, el misterio de la luz. En iconografía es símbolo de la primera y de la última alianza entre Dios y el hombre. Da la noción de elemento escondido, cerrado e inviolable, es el secreto de la nueva vida.

Palma: el ramo, la rama verde se consideran símbolos de la victoria, de ascensión, de regeneración, de inmortalidad y de triunfo de la fe. A Nuestro Señor se lo recibe en Jerusalén con palmas. Una hoja de palma es llevada al Paraíso, una palma se utiliza en el entierro de la Santísima Virgen.

Pan: es símbolo del alimento del alma, es el "pan de vida." "Beith-El": " La casa de Dios es la piedra alzada de Jacob, que se convierte en Beith-Lehem: en "La casa del pan," se transforma a la piedra en pan o sea en presencia substancial, en alimento espiritual.

El pan bajo la especie Eucarística simboliza El "Cuerpo del Cristo" que se inmoló para nuestra salvación, es el pan sagrado de la vida eterna. Simboliza el lugar de paso entre dos lugares, dos mundos, lo conocido y lo desconocido, la luz y las tinieblas.

En la tradición judaica y en el cristianismo simbolizan el acceso a la revelación .

Se nombra a las puertas en el Antiguo Testamento y en el Apocalipsis. El Señor mismo dice: "Yo soy la puerta; el que por Mi entrare, será salvo" (Juan 10:9). La puerta es el símbolo de la salvación, de la redención y es la justicia. También se la utiliza como símbolo en las oraciones a la Santísima. Virgen, que se refiere a ella como "Puerta del Oriente" y Puerta del Cielo." Es símbolo de la posibilidad de acceso a una vida superior.

En el icono del "Descenso al Hades" el Cristo rompe y pisa las puertas del infierno como símbolo del triunfo sobre él. A Pedro el Señor le entregó las "llaves de las puertas del cielo."

La apertura de las puertas de la Nueva Jerusalén, del templo ideal simboliza el libre acceso del pueblo santo a la "Gracia de Dios."

Rosa: es la manifestación, que surge de las aguas primordiales, por encima de las cuales se eleva y se abre. En iconografía es la copa que recoge la sangre del Cristo, es símbolo de las llagas del Cristo, símbolo del renacimiento a través de ellas.

Hay iconos de la Santísima Virgen con rosas en su pecho o en su mano, o rodeada de rosas y también hay un icono donde el niño Jesús está parado en una rosa y la Virgen le ofrece otra. Es símbolo del renacimiento místico, de la iniciación a los misterios y a la regeneración. Símbolo de amor y don de amor.

Vid: es un árbol sagrado en el Antiguo Testamento (Jue. 9:13 y Dt. 32:37). Israel ve a la vid como "árbol mesiánico" (Miq. 4:4 y Zac. 3:10). La sabiduría es una vid que hace germinar la Gracia (Echos. 24:17).

El símbolo de la vid se transfiere al Verbo Encarnado; el Mesías es como una vid. Jesús dice; "Yo soy la Vid verdadera" (Juan 15:1). En las parábolas la viña designa el Reino de Dios (Mateo 21:28). La vid es el origen del vino y el vino simboliza la sangre de Nuestro Señor que es derramada para nuestra salvación y es dejada como camino, en la "Última Cena," para nuestra redención por la comunión (común- unión).

En iconografía prefigura "el árbol de la vida" y en el mensaje apocalíptico es símbolo de la salvación, de la "Eucaristía" y de la "Vida Eterna" (Apocalipsis 14:18).

En la iconografía encontramos muchos símbolos que deben ser estudiados y conocidos para entender el significado que tiene cada cosa y el por qué aparecen de una o de otra manera, también marcan y señalan hechos y aspectos que ayudan al ser humano a continuar el camino de la fe.

Viendo y entendiendo cada símbolo utilizado en los iconos se pueden entender mis palabras al decir que el "icono" es todo símbolo, en si mismo, en lo que simboliza y en lo que contiene."

 

 

Folleto Misionero # S075

Copyright © 2004 Holy Trinity Orthodox Mission

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Editor: Obispo Alejandro (Mileant)

 

(iconos_iglesia_ortodoxa.doc, 08-25-2004).