Sobre los últimos

Acontecimientos.

de Arcipreste Jorge Florovski.(1893-1979)

Traducido por Irina I. de Bogdaschevski.

 

Índice:

El menosprecio de la escatología por parte de la teología occidental.

El misterio del final está unido al misterio de la creación.

Lo inconcebible de la Segunda Llegada.

 

"He aqui, yo hago nuevas todas las cosas" (Apoc.21:5).

El menosprecio de la escatología por parte de la teología occidental.

La teología contemporánea había menospreciado a la escatología durante mucho tiempo. Las palabras soberbias de Ernesto Trellch: "La oficina escatológica permanece mayormente cerrada" caracterizan fielmente la tradición liberal, comenzando desde el Siglo de Esclarecimiento. Este desdén con respecto a las cuestiones escatológicas tampoco ha sido superado por el pensamiento contemporáneo. Para muchos la escatología se asemeja a un fosilización, resto de un pasado largamente olvidado. Tratan de eludir el propio tema, o lo recorren a toda prisa como algo inútil e inoportuno. Al hombre contemporáneo no le interesan los últimos acontecimientos. Semejante trato sólo se intensificó con la aparición del existencialismo en la teología. El propio existencialismo se declara dueño de una teoría escatológica. Pero esto es una burda tergiversación del concepto. La interpretación existencialista introduce la escatología dentro del ser humano, ella se disuelva en la momentánea elección personal. En algún sentido, el existencialismo teológico actual es nada más que la nueva variación sobre el viejo tema pietista. Y al fin de cuentas lleva a la tergiversación radical de la historia del cristianismo. Los sucesos históricos palidecen, comparando con los sucesos de la vida interior. La propia Biblia es sólo un enmarcado pasajero, porque el encuentro con la Eternidad es posible en cualquier tiempo. La historia deja de ser el problema teológico.

Por otra parte, en las últimas décadas las muy diversas tendencias de la teologías contemporánea volvieron inesperadamente a hablar sobre las historicidad profunda del cristianismo. En el pensamiento teológico se produjo un importante cambio. Es, en realidad, el retorno a la fe bíblica. Desde ya, en la Biblia no se halla una elaborada "filosofía de la historia." Pero allí hay una visión global de la historia, una desarrollada perspectiva del tiempo que corre desde el comienzo hacia el final, guiado por la voluntad omnipotente de Dios hacia el cumplimiento de Su meta final. El cristianismo es ante todo el testimonio, fiel a la verdad, sobre las grandes acciones de Dios que han llegado a su cúspide "en aquellos últimos días" de la llegada de Cristo y de su victoria redentora. Por ende, la teología cristiana debe ser construida como "la teología de la historia." La Fe cristiana no está basada en las ideas, sino en los acontecimientos. El propio Credo es el testimonio histórico, — el testimonio sobre aquellos acontecimientos salvadores, redentores, en los cuales la fe repara en los magníficos hechos producidos por Dios.

1. El artículo se encuentra incluido en una colección dedicada a la teología de Emil Brunner, por eso daremos un pequeño informe sobre este científico. Brunner, Emil (1889-1966) Teólogo protestante, suizo. Desde 1916 — pastor. En 1924-1955 profesor de la teología sistemática en Zürich. En el año 1955-56 ha hecho un viaje misionero a Japón, donde dio clases en la Universidad Cristiana de Tokio. Es uno de los fundadores (junto con Carlos Bart) de la "teología dialéctica" o "teología de la crisis," donde critica severamente la teología liberal del protestantismo y subraya la diferencia ontológica infinita entre el Dios y el hombre, que puede ser superado solamente por la Fe libremente elegida en la Revelación Divina. La Biblia para Brunner es la narración sobre la Revelación, pero no la propia palabra de Dios, exento de equivocaciones y errores. La Revelación, según Brunner, se entrega primero a la razón natural, y luego se enfoca con mayor precisión para llegar a su plenitud en Cristo, — el único Intermediario. Brunner dedicó a la Cristología su trabajo "Der Mittler" (El Mediador, el Intermediario, en ingl.:The Mediator) de 1924. El reconocimiento de Brunner de la necesidad y del carácter único de la Revelación en Cristo para toda la humanidad ha llevado a la ruptura con Bart, quien en su trabajo "Nein!" ("¡No!")insistía en la posibilidad sólo de la revelación personal. Sin embargo, la Iglesia se le presenta a Brunner sólo como la libre asociación de los creyentes que aceptaron la revelación.

El descubrimiento de la olvidada medida histórica en el cristianismo le devuelve a la escatología el enfoque preciso de la teología contemporánea. Tanto la Biblia, como el Credo están dirigidos hacia el futuro. La filosofía griega no ha podido, según la definición actual, escaparse de la "opresión del pasado." Para los antiguos helenos la historia no conocía la categoría del futuro. Ellos se imaginaban que la historia se mueve en círculo, volviendo inevitablemente a su punto de partida, para que todos los acontecimientos se repitiesen de vuelta. La Historia Bíblica, al contrario, está abierta hacia el futuro, donde se descubriría y aparecería algo "nuevo." E indudablemente, el cumplimiento del proyecto Divino se difiere al futuro, hacia un cierto "estado de realización," cuando ya no habrá tiempo.

"Die Eschatologie ist der "Wetterwinkel" in der Theologie unserer Zeit" (La escatología es "el ojo de la tormenta" de la teología de nuestro tiempo) (Baltasar, Hans Urs von. Eschatologie// Fragen der Theologie Heute. Ed. Feiner, Trütsch Böckle. Zürich, 1958, Pags 403-421), — notó ingeniosamente von Baltasar. Es cierto, en este nudo se cruzan y se entretejen estrechamente todas las tendencias del pensamiento teológico. A la escatología no se la puede separar en un parágrafo aparte, asignarle la categoría especial de un dogma — sólo se la puede entender sin excluirla de la perspectiva integra del cristianismo. Para el pensamiento teológico contemporáneo es característico, justamente, el restablecimiento de la dimensión escatológica en el cristianismo. Todos los Credos de Fe tienen que ver con la escatología. En la teología actual no hay consentimiento con respecto a los "últimos temas," al contrario, siguen discusiones recrudecidas. Pero no son discusiones vanas: en ellas se renueva y se ahonda el aspecto del problema.

El aporte de Emil Brunner a esta disputa no es unilateral. Su teología — es la teología de la esperanza y de la espera, que es natural para la religión protestante. Está interiormente dirigido a "los últimos acontecimientos." Pero en muchas cuestiones él se siente obstaculizado por los determinados prejuicios teológicos. La teología de Brunner refleja su propia experiencia personal de la fe — "su estar en la fe," como lo llama él mismo.

El misterio del final está unido al misterio de la creación.

El misterio de los últimos temas se encuentra oculto dentro de la paradoja inicial de la Creación. Según Brunner, el término "Creación" en su significado bíblico determina no el camino que dio existencia al mundo, sino sólo la omnipotencia ilimitada de Dios. En el acto de la Creación Dios crea algo absolutamente distinto de lo que es Él Mismo, algo "opuesto" a Sí Mismo. Por consiguiente, el mundo de criaturas tiene su propio modo de existencia — una existencia condicionada, supeditada, dependiente, pero real y verdadera. Brunner se expresa de una manera muy precisa: "El mundo, no siendo Dios, existe en la estrecha cercanía Suya." De este modo, la propia existencia del mundo es imposible sin cierta "restriccion voluntaria" Divina, Su "Kenosis," cuya culminación ha sido la Cruz de Cristo. Dios, deciendo literalmente, se estrechó, se apretó un poco, dándole sitio a la otra existencia. El mundo "ha sido llamado para existir" con fin determinado — manifestar la Gloria de Dios. El Verbo — es la Causa Primaria y la Meta de la Creación.

El propio hecho de la Creación resulta ser la paradoja básica del Cristianismo, de quien proviene, más bien, dentro del cual se encuentran ya todos los restantes misterios de Dios. Si embargo, aquí Brunner no hace la distinción precisa entre la existencia de Dios y Su voluntad. La existencia de Dios de ningún modo puede ser limitada. Si hay una "resticción propia" esa puede referirse sólo a la voluntad, porque se crea otra voluntad, que podría no haber existido del todo. Esta "no obligatoria" Creación atestigua la presencia de la absoluta libertad de Dios. Por otro lado, la "kenosis" creadora llega a su cúspide sólo en "los últimos acontecimientos." El ápice de la paradoja "kenótica" no está en la existencia del mundo, sino en la posibilidad del infierno. El mudo puede obedecer a Dios, y en su obediencia servir a Él y manifestrar Su Gloria. Esto no es la "limitación," sino la expansión de la grandeza Divina. Por el contrario, el infierno significa la insumisión y alejamiento, puro y sin mezcla. Pero, hasta en su sublevación y la rebelión, el mundo Le pertenece a Dios. Y no podrá aludir el Juicio.

El Dios es eterno. Es una definición negativa. Significa solamente que la noción del tiempo es inaplicable a Su existencia. Realmente, el tiempo es sólo una de las características del modo existencial de la criatura. El tiempo nos fue dado por Dios, y la existencia dentro del tiempo no podría llamarse imperfecta o perjudicada. El tiempo no es ilusorio, la temporalidad es real. El tiempo, con seguridad se mueve hacia delante, — irreversiblemente. Pero no es simplemente una torrente, y menos aún es un movimiento circular. Tampoco es una serie infinita de los impersonales "átomos del tiempo" que no tiene ni límites, ni fronteras. No, esto es un proceso teológico, interiormente dirigido hacia la meta final. Ya en el mismo proyecto de la Creación está presente el telos (meta). Por eso, aquello que acontece en el tiempo, tiene significado, — es significativo y real hasta para el Propio Dios. La historia no es una sombra. Ella tiene también una misión "supra-histórica." Brunner no utiliza este término, pero subraya la inherente "finitud" de la historia. Historia interminable, que corre hacia adelante sin meta y sin destino hubiera sido algo vacío y sin sentido. Una narración es imposible sin el final, sin la conclusión, la catarsis, desenlace. El tema debe abrirse totalmente. La historia debe tener el final, en el cual ella se "realizará" y se "cumplirá." La "realización" entra en el proyecto del Creador. Después del final no habrá más historia. El tiempo, como dice Brunner, se llenará de la Eternidad. Está claro, que aquí "la Eternidad" significa Dios. El tiempo tiene significado sólo en el caso de que la Eternidad estuviera detrás de él, quiere decir, que lo tiene sólo en el contexto del proyecto Divino.

Sin embargo, la historia no es solamente la realización de un poderoso proyecto inicial. El tema de la historia real, — la única historia de la cual conocemos algo — se plantea por medio de la existencia del pecado. Brunner no investiga la procedencia del pecado, sólo señala su categoría universal. El pecado en el sentido bíblico no se presentaba como la categoría esencialmente ética. Según Brunner, la palabra "pecado" significa sólo la necesidad de redención. Estos dos conceptos vienen unidos indisolublemente. El pecado no es inicial, original: es la ruptura, desviación, deformación de la verdad. Su esencia es la apostasía y la rebelión. Justamente este lado del pecado está reflejado en la historia bíblica de la caída. Brunner no admite el pecado inicial como un acontecimiento real. Él afirma solamente que sin este concepto la buena nueva del Nuevo Testamento, — sobre la salvación, — no se hubiera podido entender. Sin embargo, hablando del pecado original, no se debe preguntar "¿cuándo? ¿cómo?" La esencia del pecado podemos discernir sólo a la luz de Cristo, quiere decir a la luz de la redención. El ser humano, como él se presenta en la historia, siempre es un pecador, incapaz de no pecar. El hombre histórico siempre es un rebelde. Brunner se da cuenta perfectamente de la fuerza del mal en el mundo y en la historia humana. Él se atiene al concepto Kantiano del mal radical. Su idea sobre el pecado de satanás, como totalmente distinto del pecado humano, y su idea de la sobrehumana fuerza satánica, — son realmente profundas y muy significativas; pero son, además, ofensivas y alarmantes para el hombre actual. Pero la pregunta esencial queda sin respuesta. ¿El pecado original, fue realmente un acontecimiento? La propia lógica de los razonamientos de Brunner nos obliga analizar este suceso como un eslabón en la cadena de los acontecimientos. De otro modo hubiera sido sólo un símbolo, una hipótesis laboral necesaria para comprender la situación, pero ajena a la realidad. El final de la historia, con todo lo enigmático que éste podría ser, Brunner lo observa como un acontecimiento. Pero el "comienzo" tiene para él también el carácter del acontecimiento, del primer eslabón en la cadena de los sucesos. Más aún, la propia Redención es un acontecimiento exactamente datado, — con la posición clave, pre-determinante para todo lo demás. Por eso el pecado original, sea cual sea su interpretación, debe ser inevitablemente un acontecimiento. De cualquier manera, en el sistema de Brunner el pecado original y la Redención están estrechamente e indisolublemente unidos.

Brunner traza una precisa distinción entre la creación, como tal, y el pecado. La criatura proviene de Dios, el pecado — viene de una fuente absolutamente diferente. Lo pecaminoso se descubre en los sucesos, en los hechos y acciones pecaminosos. El pecado es el abuso de la fuerza y de la libertad, una errónea disposición del responsable don de libre albedrío que el hombre recibió en el mismo instante del propio acto de la Creación. Pero alguna vez, antes de que el abuso se hiciera común y acostumbrado, — ese abuso sucedió por primera vez. La rebelión siempre tiene un comienzo. Semejante conclusión se deduce inevitablemente de los razonamientos. Al no estar de acuerdo con Brunner, llegaremos a un cierto dualismo metafísico, del cual el propio Brunner se deslinda categóricamente. En todo caso, no se debe de ninguna manera igualar, o identificar la creación con el pecado.

Brunner tiene razón al decir que nosotros debemos comenzar desde la mitad, — desde la feliz noticia sobre la Redención en Cristo. Pero a la luz de Cristo nosotros observamos no sólo la inevitable "situación existencial" de la debilidad y del pecado, sino también la histórica atracción de la gente hacia el pecado. Nosotros vivimos en el mundo de acontecimientos. Sólo por eso tenemos el derecho de mirar hacia el futuro y esperar "los últimos acontecimientos."

En un punto crítico Dios cambió radicalmente el curso de la historia. Según Brunner, con la llegada de Cristo el propio tiempo para los creyentes obtuvo una cualidad totalmente nueva: "Una desconocida hasta ahora cualidad de elección" (eine sonst unbekannte Entscheidungsqualität). Desde aquel momento los creyentes, permaneciendo en el común tiempo histórico, han sido puestos ante una elección radical. Una seria elección, de tremenda responsabilidad, — la elección entre el Cielo y el infierno. Aquellos, los que por medio de la Revelación Divina han sido llamados para tomar la decisión, — comprendieron, que cualquier momento puede transformarse en el decisivo para ellos. Por eso Brunner dice: "Para la Fé el tiempo terrenal está cargado de la tensión de la eternidad" (mit Ewigkeitspannung geladen). Desde aquellos tiempos, cuando Dios manifestó Su voluntad en Cristo, en Su muerte y en Su Resurrección, — las personas no pueden evadirse de una elección voluntaria. ¿Significa esto que las "decisiones eternas," quiere decir las decisiones que se toman para la eternidad, — deben hacerse en una época histórica dada? Por medio de la fe en Jesús Cristo, el Mediador entre lo temporal y lo eterno, cualquiera puede ahora ya comulgar con la eternidad. Después de Cristo los creyentes viven, diciendo literalmente, — en dos dimensiones, — dentro de los límites y fuera de los límites del tiempo "común" — "hoc universum tempus, seve saeculum, in quo cedunt morientes succedentque nascentes" (de este tiempo universal o siglo, donde los fallecientes ceden lugar a los nacientes. De san Agustín, Oe Civ. Dei XV,1). Con la llegada de Cristo el tiempo, deciendo de sierta manera, se ha polarizado. Ahora el tiempo se correlaciona con la eternidad, quiere decir — con Dios, de doble modo. De un lado, el tiempo siempre tiene unión con Dios como con el Creador: el tiempo es donado por Dios. De otro lado, "en aquellos últimos días" la intromisión directa de Dios — la llegada de Jesús Cristo — transformó el tiempo. He aquí lo que dice de esto Brunner: "La propia temporalidad, de existencia en el tiempo, obtiene una nueva característica a través de su unión con este acontecimiento, a través de su unión con Jesús Cristo, Quien es efapaks (el caso único) en la historia, a través de su unión con lo único e irrepetible de Su Cruz y de su Resurrección. Esta transformación es paradójica, no se la puede entender guiándose sólo por la razón." (Brunner, Emil. Eternal Hope, Philadelphia, 1954, pag. 48).

Nos hemos acercado a la idea fundamental de Brunner. Su comprensión del destino humano es rigurosamente cristológico y cristo-céntrico. Sólo con la fe en Cristo la existencia humana adquiere sentido. En esto consiste el lado fuerte del trabajo de Brunner. Pero en su cristología se observa una tendencia "doquetica" que tiene efecto pernicioso sobre la manera de ver la historia. El mismo Brunner, aunque parezca extraño, atribuye este defecto a la tradicional cristología de la Iglesia, diciendo que la Iglesia nunca le ha prestado suficiente atención al histórico Jesús Cristo. No entra en nuestros planes analizar y refutar esta acusación. Señalaremos solamente que la cristología de Brunner es considerablemente más "doquética" que la cristología de la Tradición de la Iglesia. La relación de Brunner con el Cristo histórico es dual. Según Brunner, Cristo fue una personalidad histórica sólo como hombre. "Revelándose; — revelando su esencia Divina a aquellos, que tienen los ojos de la fe, — Él cesaba de ser una Personalidad histórica. La humanidad de Cristo, según Brunner, es sólo una "careta." Cristo verdadero es Dios. A los creyentes Cristo se presenta sin la "careta," sin el "incógnito," según la expresión del propio Brunner. "Allí, donde Él revela a Sí mismo, Él ya deja de ser una personalidad histórica, sino es el Hijo de Dios, Quien estará por siglos de los siglos." (Brunner Emil. The Mediator, London, 1949, pag. 346). Formulaciones asustadoras.

Entonces resulta, que la humanidad de Cristo es sólo un método de entrar en la historia, exactamente, — manifestarse en la historia. La relación de Dios con la historia y con las realidades humanas hasta en el misterio de la Encarnación sigue siendo, digamos, motivados, relacionados. La humanidad de Cristo le interesa a Brunner sólo como el "medio" para la Revelación, la Divina auto-revelación. Si, según Brunner, por medio de Cristo el Dios se había arraigado sólidamente dentro de la humanidad. Pero esto significa solamente que ahora Dios llama al hombre "desde adentro." Para encontrarse con el ser humano Dios había bajado hasta su nivel. Esa puede ser una idea absolutamente ortodoxa, es la idea más querida por los Santos Padres de la Iglesia. Pero Brunner niega la mutua penetración de los lados Divino y humano en la Personalidad de Cristo. Ellos siguen siendo así — "los dos lados." Dos naturalezas se encuentran, pero no se reúnen. Para el creyente Cristo sigue siendo Dios con una máscara de hombre. Esta humanidad es sólo el medio de entrar en la historia, más bien, manifestarse dentro de la historia. La historia es simplemente una pantalla de cine, a donde se proyecta la Eternidad Divina. Dios viste los andrajos de la carne, porque de otro modo no podrá encontrarse con el hombre. En la experiencia personal del Encarnizado no hay una verdadera incorporación a la realidad humana. La humanidad de Cristo es un instrumento, un camuflaje. Todo esto es el "doquetismo" puro, sea cuanta sea la atención que se le otorgue a "Cristo histórico." Pues, porque "Cristo histórico" en Brunner no pertenece a la region de la fe.

La elección, dice Brunner, no se realiza en la historia. "Aquí la gente lleva máscaras. A causa de esta mascarada, a causa de nuestra falsedad pecaminosa, el Mismo Cristo, si se podría decir así, ha sido forzado de ponerse la máscara; así El conservaba Su "incógnito." (Brunner, Emil. The Mediator, pag. 346). En el acto de la Fe el hombre se quita la máscara. Y Cristo a su vez se saca Su careta — su humanidad — y aparece en toda Su Gloria. La fe, dice Brunner, hace fracturar la historia. El acto de fe es "suprahistórico," supera a la historia y la está desechando por ser ya inservible. Bunner sin embargo con toda justicia subraya la unicidad de Revelación Divina redentora en Cristo. Y de allí se deduce que al hombre le fue dada una posibilidad única. Tiene la única chance de tomar la decisión, superar su naturaleza limitada, superar el propio tiempo y en el acto de la fe despegarse de la historia, teniendo por lo menos la esperanza hasta que llegue la Última hora. ¿Pero, es posible que la historia humana es sólo una mascarada? Brunner repite varias veces que el tiempo, en sí, no es pecaminoso. ¿Entonces, por qué la Revelación Divina en Cristo suprime la historia? ¿Por qué la historicidad resulta ser un fastidioso obstáculo en el camino de la Auto–Revelación de Dios — el obstáculo que es indispensable eliminar sin piedad?

Al fin de cuentas, la transformación de la historia — la Nueva Era descubierta por la llegada de Cristo — consiste, según Brunner, en la nueva, desconocida antes, libertad de elección, Después de hacerse evidente inconmensurabilidad de la Revelación Divina con la mascarada humana, Dios de la misma manera, quizás en mayor medida aún, permanece fuera de la historia. Él puede acercarse al hombre sólo enmascarado. El curso de la historia no cambió ni por medio de la llegada de Cristo, ni porque el hombre obtuvo la posibilidad de elección. Con la excepción de poder elegir la fe, la historia sigue vacía y llena de pecado. La Revelación Redentora no influyó de ninguna manera en la estructura interna de la vida histórica. Sólo nos fue dada una advertencia: Nuestro Señor vendrá de nuevo. Vendrá no como el Redentor, sino el Juez, aunque el Juicio completará y afianzará la Redención.

Con los ojos de la fe nosotros podemos distinguir en el curso de la historia actual cierta "tensión Escatológica," aunque cualquier "recuento apocalíptico" será vano y sin sentido. Esta tensión existe sólo a nivel de los humanos. "El intervalo escatológico" es el tiempo de las decisiones, — decisiones que toman los hombres. El Dios ya había hecho Su elección. Según Brunner, la historia de la cristiandad, en su totalidad, es la triste historia de fracasos, olvidos y decadencia. Esta idea se arraigó sólidamente en la historiografía protestante todavía desde los tiempos de Gotfrido Arnoldo. Al principio la iglesia cristiana ha sido verdaderamente una sociedad Mesiánica, "portadora de la nueva vida eterna y de las fuerzas del mundo Divino," según la expresión de Brunner. Pero esta sociedad no pudo sobrevivir, por lo menos como un organismo histórico, como factor histórico. Brunner reconoce algunas, temporales "apariciones" del Reino de Dios en la historia. Pero son aisladas y raras. Donde hay fe, allí está la Iglesia y el Reino de Dios — oculto en la mascarada de la historia. La historia contemporánea representa una cierta forma de hacer el test: al hombre se le hacen preguntas y se analizan sus respuestas. ¿Pero seguirá "la historia de la Salvación"? ¿Sigue actuando Dios en la historia, o después de Su venida a la tierra, Él dejando al hombre la promesa de volver pronto, habría desaparecido totalmente del plano histórico?

La historia es sólo un etapa temporal y pasajero de la vida humana. El hombre esta consigna — do para la eternidad, y no para la historia. Es por eso que la historia debe, tarde o temprano, llegar a su fin. Pero la historia es también el tiempo de crecimiento: el trigo y la cizaña crecen juntos y su separación se posterga hasta el Día de la cosecha. Es cierto, que el crecimiento de la cizaña es intenso y rápido. Pero también crece el trigo. Sin él la cosecha no tendría sentido, — ¿quién necesita cizaña? La historia sigue creciendo no sólo para el Juicio, sino también para el cumplimiento. Más aún, Cristo sigue actuando en la historia también ahora. Brunner esto no lo nota, o no lo toma en consideración. Para él la historia de la cristiandad se divide en átomos. Ella consiste de diferentes actuaciones humanas, y lo que resulta más extraño aún, que sólo los actos negativos - la resistencia y la rebelión Brunner tiende a juntar unas con otras y unificarlas. Pero la Iglesia no es el conjunto de diversos acontecimientos, sino es el Cuerpo de Cristo. Cristo está presente en la Iglesia no sólo como objeto de fe y de conocimiento, sino también como su Cabeza. Él realmente dirige y gobierna. Él cuida la autenticidad y la inmutabilidad de la Iglesia. Pero, según Brunner, Cristo está en algún lugar fuera de la historia, o encima de ella. Él había llegado una vez — en el pasado. Él vendrá otra vez en el futuro. Pero, ¿dónde está Él ahora? - ¿Acaso sólo en los recuerdos sobre el pasado y en las esperanzas para el futuro, y quizás, todavía, en los actos "super-históricos de la fe?

El mundo creado, dice Brunner, tiene su propio modo existencial. Pero el mundo no es más que el "ámbito" para la Revelación Divina. Él debe ser, digamos, transparente para la Luz y la Gloria Divinas. Esto hace recordar, de manera muy extraña, la gnosis platónica de Origén y de sus múltiples seguidores. Todo se transforma en la dialéctica de lo temporal y de lo eterno. La alegoría — esta es la palabra clave de la concepción de Brunner.

Lo inconcebible de la Segunda Llegada.

El concepto del "fin" — total y absoluto — es de por sí paradójico. El fin al mismo tiempo pertenece a la cadena de los acontecimientos, y también la interrumpe. Es tanto un "acontecimiento," como "el fin de todos los acontecimientos." El fin sucede dentro de la historia, — y la deroga. Es también así de paradójico el concepto del comienzo absoluto. Según las palabras de San Basilio el Grande, "el comienzo del tiempo aún no es tiempo, pero es precisamente su comienzo" (In Haxaem, hom, 1, 6). Es el "momento" y es más que el momento.

Hablar del futuro se puede sólo por medio de imágenes y parábolas. Así es el lenguaje de las Escrituras. Estas imágenes son inefables, no permiten descifrarlas con exactitud y no deben tomarse literalmente. Pero tampoco deben, de ninguna manera, ser burdamente "desmitizadas." Brunner coincide con esta idea. La esperada Segunda Llegada de Cristo debe comprenderse como el acontecimiento. Cómo será este acontecimiento, — es imposible imaginar. Difícilmente podrán hallarse mejores símbolos e imágenes, que aquellos, dados en la Biblia. "Fuera, como fuese este acontecimiento, — pero lo que se sabe exactamente, es que esto sucederá" (Brunner, Emil. Eternal Hope, pag. 138). "La última unión redentora tiene carácter de un acontecimiento." — afirma decididamente el dogma cristiano. Con otras palabras, la Segunda Llegada pertenece a la cadena de los acontecimientos, y al mismo tiempo la concluye. "La Cristiandad sin la espera de la Segunda Llegada es la escalera que se rompe, cayendo en el vacío." A través del velo de imágenes se ve claramente una sola cosa: Cristo vendrá de nuevo a nosotros. La llegada de Cristo será Su "vuelta," a pesar de toda la novedad radical de este acontecimiento. Y el centro, el núcleo de los últimos acontecimientos será el propio Cristo.

El final llegará "súbitamente." Sin embargo, en algún sentido ya estará preparado por la misma historia. "En la historia humana se descubren los rasgos apocalípticos," — observa Brunner y se sumerge en las especulaciones metafísicas. "El péndulo se balancea más y más rápido." El ritmo de la vida humana se acelera. Tarde o temprano llegará a un punto crítico y la historia estallará simplemente. Por otra parte, si se mira más profundamente, crece la discordancia en la existencia humana: "Se hace más ancha la escisión en la conciencia humana." Es cierto, que el significado de los semejante razonamientos es puramente hipotético. Brunner trata de hacerle llegar a la conciencia actual la idea paradójica del fin. Pero estas ideas reflejan su propia visión del mundo. La historia está lista para estallar, toda ella consiste de agudas tensiones y contradicciones irresolubles. Hace algunos años el filósofo religioso ruso Vladimir Ern llamó a la historia humana "el progreso catastrófico," el movimiento irresistible dirigido hacia el final. Sin embargo, la Segunda Llegada de Cristo debe cumplirse y vendría desde afuera, eso quiere decir que no sería simplemente una "catástrofe," no sólo "el juicio sobre si mismo" — descubrimiento de las contradicciones internas. Será el Juicio final, absoluto, el Juicio de Dios.

¿Qué es entonces el Juicio? Lo mismo que la Segunda Llegada, es un acontecimiento. Es el encuentro de la humanidad pecaminosa con el Dios Santo. Ante todo, es el descubrimiento o la aparición del verdadero estado de cada hombre y de la humanidad entera. Nada quedaría sin descubrir. Con este hecho el Juicio pondrá fin a todo desorden y confusión, — aquella incertidumbre, según la expresión de Brunner, que ha sido característica para toda la historia humana. A la luz de Cristo ocurrirá la "diferenciación" terminante. Se escuchará la última llamada. La Voluntad Divina debe cumplirse finalmente, debe mostrarse con todo Su poder y fuerza. De otro modo, dice Brunner, "las conversaciones sobre la responsabilidad serían puras chácharas." Al hombre le fue dada la libertad, pero no es la libertad de la indiferencia. La esencia de la libertad humana es la responsabilidad. Es la libertad de asumir la voluntad de Dios como la suya propia. Predicar sobre la "libertad pura" pueden sólo los ateas. "Dios confió una misión al hombre y espera la respuesta a Su decisión sobre el hombre y para el hombre" (Brunner, Emil. Eternal Hope, pag. 178). La meta de la vida humana está designada por el Dios. No existe un dilema real. Al hombre le resta sólo obedecer.

Todo esto es la pura verdad. Pero surge aquí una pregunta importante. ¿En el Juicio Final, toda la gente aceptaría la voluntad Divina?¿ Quedaría alguna posibilidad de resistir? ¿Podría la rebelión humana persistir hasta después del Juicio? ¿Podría el ente creado, dotado de libertad, seguir ejerciendo su propia voluntad, seguir obstinadamente en su oposición a Dios, así, como lo había hecho hasta entonces? ¿Existiría semejante criatura, — en rebelión y amotinada, resistiendo contra la voluntad Divina, colocándose fuera de la salvación en Dios? "Sería posible para el hombre no responder al llamado de Dios? "Sería cierto que aquella imagen evangélica donde se separan las ovejas de los cabrones, — fuese la última palabra sobre el ser humano? ¿Cuál es el "status" real de la "libertad" de la criatura? ¿Qué quiere decir la frase "La voluntad Divina se cumplirá"? Son todas preguntas inquietantes y nada simples. Pero son inevitables. No están causados por la curiosidad intelectual, sino que pertenecen a los problemas existenciales. Es cierto, que el Juicio Final es un misterio que supera todo saber y todo el entendimiento; no se debe tratar, — y tampoco es posible — explicarlo racionalmente. Pero este es el misterio de nuestra existencia: no podemos entenderlo con la razón, pero tampoco podemos eludirlo.

Brunner rechaza decididamente "la doctrina horrenda" del determinismo, como incompatible con el espíritu de la Biblia. Dios en su proyecto creativo no condena a nadie a ser destruido. A todos nosotros Él nos ha creado para la salvación. La salvación es la única meta de Dios. Pero con esto no se soluciona el problema principal. La cuestión es esa: ¿puede cumplirse la única meta de Dios en toda su plenitud, como lo afirman los partidarios de la teoría de la salvación universal, alegando que existe igual testimonio en las Escrituras? Brunner rechaza la teoría de la apocatástasis, como "una herejía peligrosa." Como doctrina — es errónea. Ella infunde en la mente humana una infundada despreocupación: si todos los caminos llevan a la salvación, no hay ningún peligro real y no se necesita en realidad ningún esfuerzo. Sin embargo, Brunner reconoce que la doctrina sobre la gracia salvadora y la absolución por medio de la fe lleva lógicamente al concepto de la redención universal. ¿Acaso puede la tenacidad de las miserables criaturas contraponerse a la voluntad de Dios omnipotente, y hasta triunfar sobre ella? Esta cuestión sólo puede ser resuelta dialécticamente, con ayuda de la fe. Nosotros no podemos conocer a Dios teóricamente. Sólo debemos confiar en Su amor.

Es interesante señalar, que Brunner examina este problema exclusivamente desde el punto de vista de la voluntad Divina. Por eso se le escapa la esencia intrínseca del asunto. Él no repara, simplemente, en el ser humano. Desde ya, Dios "encolerizado" no pronuncia Su "maldición eterna" dirigida a los pecadores. Dios no creó el infierno. "La maldición" pronuncian los pecadores sobre sí mismos: es la consecuencia inevitable de su rebelde oposición a la voluntad de Dios. Brunner reconoce, que la maldición y el perecimiento son posibles. Es erróneo y peligroso no tomar en cuenta esta posibilidad. Pero se debe tener esperanza, que esto nunca sucederá. Sólo que la esperanza tiene que ser sensata y realista. Tenemos ante nosotros dos posibilidades: o los incrédulos y no arrepentidos pecadores responderían en el Juicio Final al llamamiento de Dios y se convertirían libremente (esta es la hipótesis de san Gregorio de Nissa), — o el Todopoderoso y Misericordioso Dios les impondría la salvación, en contra de su voluntad y sin buscar su consentimiento. En la segunda posibilidad está presente la contradicción, siempre y cuando nosotros no entendemos "salvación" como un término jurídico, formal. Es cierto, que en un juicio el delincuente puede ser absuelto, a pesar de que no se haya arrepentido y siguiera obstinado en sus vicios. Entonces, él simplemente queda liberado de cualquier castigo. Pero el Juicio Final no es lo mismo que un juicio terrenal. La salvación resulta imposible sin la conversión, sin el acto de Fe. Al ser humano no se le puede salvar por la fuerza. Entonces, ¿es más probable la realización de la primera posibilidad? Es cierto, que teóricamente no se puede desechar la posibilidad de la conversión tardía — "a la hora última" y hasta más tarde, pues la fuerza del amor Divino no tiene límites. Pero la posibilidad de la conversión delante del trono de Cristo, ubicado en toda Su Gloria, no se debe analizar abstractamente, en general. Al fin y al cabo, la cuestión de la salvación, como cualquiera elección humana, — es un asunto personal y se puede buscarle una solución sólo en el contexto de una existencia individual concreta. Se salvan o perecen las personas. Y cada persona debe analizarse por separado. La principal debilidad del trabajo de Brunner consiste en que él habla todo el tiempo sobre las líneas generales. Él habla todo el tiempo de la humanidad, pero ni una sola vez de los seres vivos, en particular.

El problema del hombre es para Brunner, esencialmente, el problema de la pecaminosidad. Él tiene miedo a cualquier categoría ontológica. Si, el hombre es un pecador, pero ante todo es un ser humano. Es verdad, que la real elevación de la naturaleza humana nosotros vemos sólo en Cristo, Quien no ha sido sólo un Hombre. Sin embargo, Cristo nos ha dado no sólo el perdón, sino también la fuerza de convertirnos en aquellos, quienes debemos ser: los hijos de Dios. Brunner reconoce que los creyentes pueden ahora, ya, en esta vida, tener contacto con Dios. Pero luego llega la muerte. Entonces, después de haber terminado la existencia terrenal, ¿siguen teniendo sentido la fe y el estar "en Cristo"? ¿Acaso el contacto con Cristo establecido por la fe (y, sin duda, los sacramentos) se interrumpe con la muerte? ¿Será cierto, que la vida humana es "la existencia hacia la muerte"? La muerte física pone límite a la vida física. Pero Brunner habla sobre la muerte de la persona, de la muerte del "Yo." Le da el nombre de un misterio inconcebible, a cuyo lado la razón no tiene nada que hacer. Pero el concepto "la muerte de la personalidad" no es más que una conjetura metafísica, que proviene de ciertas premisas filosóficas: no fue presentado como ninguna experiencia real, menos como la experiencia de la fe. "La muerte" de la personalidad esta — en su desprendimiento de Dios, pero también en éste caso no se produce la aniquilación total. Es cierto, que en algún sentido la muerte significa desintegración de la personalidad, porque el ser humano ha sido creado como un ser corpóreo. La muerte del cuerpo quebranta la integridad de la personalidad humana. El hombre muere, pero sigue viviendo en espera del Final universal. La antigua enseñanza sobre la Iglesia Celestial se basa en el triunfo de Cristo: en Él, con la fe (y sacramentos) hasta los muertos están vivos, y — saboreando de antemano, pero realmente, participan de la vida eterna. La Iglesia Celestial es un tema escatológico muy importante. Brunner lo ignora, pero no casualmente, sino conscientemente y con insistencia. Él habla de la condición mortal, pero no de las muertes concretas. En el concepto del "alma inmortal" se percibe un resabio platónico, pero la noción de la "personalidad indestructible" se encuentra en el Evangelio. Sólo así podrá ser posible el Juicio sobre todo el universo, donde los representantes de todos los tiempos y de todos los pueblos se presentarán ante el Rostro de Dios no como la multitud de pecadores, miserables e irresponsables, sino como la reunión de las personas conscientes y responsables, cada uno con sus rasgos característicos, innatos o adquiridos. La muerte es una catástrofe. Pero la personalidad sobrevive y en Cristo permanece viva hasta en la muerte. Los creyentes no sólo esperan tener una nueva vida, sino ellos ya la están viviendo, aunque en la espera de la Resurrección. Brunner esto lo entiende. Según sus propias palabras, los creyentes "mueren no en la inexistencia, sino en Cristo." ¿Quiere decir esto, que los no-creyentes "mueren en la inexistencia"? ¿Y qué es, lo que significa el término "inexistencia" "la oscuridad exterior" (lo más probable) o la total desaparición del ser?

Es cierto, que toda la plenitud de la existencia humana, rescindida y transgredida por la muerte, se restablecerá en la Resurrección universal. Brunner subraya que la Resurrección será personal. "La Fe del Nuevo Testamento no conoce otra vida eterna excepto la vida de las personas" (Brunner Emil. Eternal Hope, peg.148). Según la opinión suya, el cuerpo anterior no renacerá, pero en la Resurrección habrá una cierta corporalidad. Resucitaran todos, porque Cristo ha resucitado. Y esto será al mismo tiempo la Resurrección a la vida en Cristo, y la Resurrección para el Juicio Final. De la Resurrección Brunner habla como del triunfo de la Fe, del perdón y de la vida. Pero, ¿qué se hará con aquellos, quienes no creían, no pedían perdón, quien no ha conocido del todo el amor redentor de Cristo, o quizás lo negaba como un mito, o una mentira, como un astuto engaño, o como un agravio a su inmunidad personal?

Volvemos otra vez a la paradoja del Juicio. Aunque parezca extraño, Brunner reflexiona aquí más bien como filósofo, y no como un teólogo, precisamente porque trata de eludir las indagaciones metafísicos. Los problemas rehuidos vuelven formulados de otra manera. Brunner plantea el problema de modo siguiente: ¿cómo se puede conciliar la omnipotencia Divina con la libertad humana, o, — a nivel más profundo — la integridad y la justicia de Dios con Su misericordia y amor? Es un problema puramente metafísico, hasta si se le trata de resolver a base de las Escrituras. El problema teológico es otro: ¿qué lugar en la existencia humana ocupan los no-creyentes ante la vista de Dios y en la perspectiva del destino del hombre? La cuestión sobre el estado y el destino de distintas personas — es una cuestión existencial. El inicial método de Brunner hizo que esta cuestión se tornara para él prácticamente irresoluble: el teólogo protestante declara que todo el genero humano es culpable de pecados y se niega a señalar, aunque sea alguna, significativa diferencia — existencial u ontológica — entre los justos y los pecadores. Ciertamente, se juzgarán todos, — pero el juicio será diferente para cada uno. El mismo Brunner distingue a aquellos, que caen en la tentación, — de los que tientan y seducen a los demás. Brunner sabe que es posible la existencia del crimen consciente. Pero él no se pregunta de qué manera la constante y consciente oposición y apostasía, y "el amor al mal" influyen sobre la estructura interior de la personalidad humana. Hay diferencia entre la flaqueza y el vicio, entre la debilidad y el ateísmo. ¿Pueden ser perdonados los pecados no reconocidos y no arrepentidos? ¿Acaso no se otorga el perdón sólo cuando hay sumisión y fe? Dicho con otras palabras, ¿debería entenderse "la condenación" en el sentido jurídico como "el castigo" o como una cierta "recompensa negativa"? ¿O es simplemente la aparición de lo oculto, y a menudo hasta de lo manifiesto y perfectamente conscientizado en las almas de aquellos, que abusaron de la libertad y optaron por el ancho camino que lleva al infierno?

En ningún libro de Brunner figura un capítulo dedicado al infierno. Pero el infierno no es un mito, un giro verbal o una locución usado para la intimidación. Pero tampoco es una lúgubre perspectiva, la que, esperamos, — jamás se realizaría. "Horribile dictu" (es terrible decir) — es una realidad, a la cual se adhieren ya ahora y por su propia voluntad, muchos seres humanos (por lo menos, por su propia elección y decisión, que lleva a la esclavitud, que por lo común se considera como libertad). El infierno no es un lugar, sino el estado de alma. Es la desintegración de la personalidad que a menudo se parece a la auto-afirmación, porque tiene su origen en el orgullo. Es un absoluto recogimiento en sí mismo, total enajenación y aislamiento, una soledad arrogante. En el propio pecado se esconde el infierno, aunque la imaginación egoísta que lo domina, lo toma por un paraíso. Por eso los pecadores eligen el pecado, la pose de un Prometeo, la orgullosa contemplación del mundo. Se puede elegir el infierno como su ideal y tratar de llegar a él obstinadamente y a sabiendas. "Dónde estoy yo, allí está mi libre albedrío; allí reina el eterno y total infierno" (Marcel Juandeau, "La álgebra de los valores morales"). Al fin de cuentas, aquí tenemos solamente una ilusión, una equivocación, un engaño, un error. Sin embargo, el poder del pecado consiste precisamente en la negación de la realidad creada por Dios, en la tentativa de establecer otro orden de cosas, imponer otro régimen de vida, que sería, evidentemente, un caos absoluto en contraste a la armonía del mundo de Dios, pero al que el pecador enceguecido y embriagado por el orgullo, puede dar su preferencia — a perpetuidad. Cristo aniquiló y venció el pecado (pero no puede decirse que lo redimió, redimidos pueden ser sólo las personas). Pero para nosotros no es suficiente saber sobre la Redención Divina y creer en ella — se necesita nacer de nuevo. Toda la personalidad debe ser purificada y sanada. El perdón debe ser libremente comprendido y aceptado. No hay salvación sin la fe, el agradecimiento y el amor. La paradoja consiste en que el amor de Dios no puede salvar a la gente mientras ellos no Le contestan con el amor agradecido. Es cierto, que a lo largo de la vida terrenal, histórica, siempre existe la posibilidad del arrepentimiento y de la conversión. ¿Acaso, se puede permitir que la semejante posibilidad permanezca también después de la muerte? Brunner difícilmente acepta la enseñanza sobre purgatorio. Sin embargo, hasta esta enseñanza no habla de una súbita y radical conversión. En el purgatorio se encuentran los creyentes, gente con buenas intenciones, fieles a Cristo, pero imperfectos en el sentido del crecimiento y labor espirituales. La personalidad humana se está formando en esta vida, por lo menos aquí se determina la dirección de su crecimiento. Dios no pone barreras a la "conversión universal," al contrario, "Él desea que se salven todas las personas" y seguramente no tanto como para que se cumpla Su voluntad, ni para que se conserve Su santidad, cuanto más para completar y santificar la existencia humana. Los invencibles obstáculos surgen sólo de parte de la criatura. Al fin y al cabo, ¿porque la "última rebelión" es la paradoja mayor y la mayor ofensa a Dios, que cualquier otra rebelión y cualquier otra sublevación que haya infringido el orden del mundo de criaturas y obstruido el camino de la Redención? Sólo asimilando la opinión "doquética" sobre la historia y llegando a la conclusión de que, por cuanto ésta es temporal y transitoria, es imposible hacer en ella una elección eterna, — así sólo podemos alejarnos de la paradoja de la "última rebelión."

San Gregorio de Nissa esperaba la conversión universal después de la muerte, cuando la Verdad Divina se abrirá y se presentará en toda su irrefutable evidencia. Aquí se manifestó la limitación del pensamiento helénico. La evidencia podría haber ejercido la influencia decisiva sobre la voluntad, si el pecado hubiera sido simplemente el desconocimiento. El pensamiento helénico tuvo que pasar por un temple ascético largo y riguroso, por una escuela ascética de auto-revisión y auto-control, — para superar las ingenuas ilusiones racionalistas y descubrir los tenebrosos abismos en las almas caídas. Sólo después de varios siglos de pruebas ascéticas, en san Máximo Confesor, encontramos una nueva, profunda concepción de la "apocatástasis." En los últimos días toda criatura se restablecerá totalmente. Pero las almas muertas permanecerán ciegos a la Revelación de la Luz. La Luz Divina iluminará a todos, pero aquellos, que una vez han elegido las tinieblas, no podrán, ni tampoco querrán gozar de la bienaventuranza eterna. Ellos permanecerán hundidos en la oscuridad de la egolatría. Ellos no podrán alegrarse simplemente. Seguirán inmersos en la "oscuridad externa," porque la unión con Dios, en el que consiste la salvación, presupone y exige una disposición precisa de la voluntad. La voluntad humana es irracional, sus motivos no pueden ser explicados lógicamente. Hasta "la evidencia" no siempre puede convencerla.

La escatología está llena de antinomias, que tienen el origen en el propio misterio de la Creación. Si Dios es la plenitud de la existencia, ¿cómo puede existir algo aparte de Él? Los teólogos trataron de resolver este problema, más bien, desembarazarse de él por medio de las referencias sobre la causa de la Creación, poniendo de esta manera bajo sospecha hasta la independencia y la libertad de Dios. Pero Dios crea en plena libertad, "ex mera liberalitate" sin necesidad de ninguna "fundamentación extra." La creación es el libre don de un amor inefable. Más aún, el hombre en la Creación está dotado de un derecho misterioso e inconcebible de libre albedrío, y aquí la posibilidad de obediencia es mucho más enigmática que la posibilidad de la rebeldía. ¿Acaso no es así la voluntad de Dios, a la que se puede mostrar sólo la sumisión, sin el verdadero — es decir, libre consentimiento? El misterio está en la libertad real de la criatura. ¿Para qué la necesitamos en el mundo creado y gobernado por Dios, por su ilimitada sabiduría y amor? Para hallar la realidad, la respuesta humana no debe ser simplemente un eco. Debe ser una actitud personal, una obligación interior. La vida humana, — y añadimos, la vida y la existencia del cosmos, — se mantienen con la colaboración, o la oposición de dos voluntades: la Divina y la humana. En el mundo, creado por Dios, suceden unas cuantas cosas que Dios aborrece. Y aunque parezca extraño, Dios respeta la libertad humana, — así hablaba santo mártir Irineo de Lyon, — a pesar de que ésta (la libertad) se manifiesta mayormente en la rebelión y en el alboroto. ¿Pues, acaso tenemos el derecho de esperar que al final de los tiempos Dios "dejará de respetar" la desobediencia humana y cumplirá Su santa voluntad con fuerza, sin prestar más la atención a la conformidad o la disconformidad del ser humano? ¿No se transformaría por eso mismo toda la historia en una mascarada repugnante? ¿Par qué se necesita todo ese horrible relato sobre pecado, vicio y rebeldía, si al fin y al cabo todo se allanará y se calmará sólo por medio de la manifestación de la omnipotencia Divina?

La existencia del infierno, es decir de la absoluta oposición, significa, digamos, un cierto malogro del proyecto Divino. Pero la Creación es más que un simple proyecto, esquema, plan. Dios llama a la existencia a las personas vivas. A veces, siguiendo la expresión de Jean Guiton, se habla del "riesgo Divino" (le risque Divin). Quizás, este término es mejor que "Kenosis." De cualquier manera, aquí está el misterio inconcebible para la razón, — el misterio original de la existencia del ser.

A la posibilidad de que exista el infierno, Brunner la trata con mucha seriedad. Para él no existe la indolencia a causa de la "salvación universal," — aunque, hablando teóricamente, por medio de la misericordia de Dios omnipotente es posible la salvación universal. Brunner tiene esperanzas que el infierno no existirá. Pero lo malo es que el infierno ya existe. Su existencia no depende de la decisión del Señor. Dios no manda a nadie al infierno. El infierno lo crea la gente sola. Es el fruto de los esfuerzos humanos que está fuera del "régimen del mundo creado." El Juicio Final sigue siendo un misterio.

 

Folleto Misionero # S095h

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Editor: Obispo Alejandro (Mileant)

 

(last_events_florovsky_s.doc, 11-08-2004).