La Selección de los

trabajos teológicos

del Beato Metropolita

Antonio (Khrapovitzki)

Parte II

Traducción de ruso de E. Ancibor

 

Contenido:

El significado de la fe en Jesucristo.

Por qué Jesucristo no llamaba a Sí Mismo Dios.

Hijo del hombre.

En qué difiere la Fe Ortodoxa de las confesiones occidentales.

 

 

El significado de la fe

en Jesucristo

Nos ocupamos de la posible respuesta a semejante pregunta ante la declaración de L. Tolstoy que los dogmas del Credo no sólo no tienen ningún significado para la vida moral, sino además contradicen las exigencias del Sermón de la Montaña, que expresa la enseñanza de la virtud cristiana.

Sin embargo, hasta obviando a Tolstoy, cada cristiano ilustrado debe tener a Jesucristo como verdadero Dios, y que esta confesión considera una de las condiciones de su salvación. La salvación se otorga a los que cumplen los mandamientos (Mat. 19:17) y por eso, si no es posible salvarse sin la fe en la Deidad de Jesucristo y en la Santa Trinidad, esto significa que sin esta fe es imposible hacer crecer en sí las perfecciones evangélicas y vencer las pasiones pecaminosas.

1. Así, ¿se están representando los rusos ilustrados a aquella unión interna e indisoluble, que existe entre los dogmas y la virtud? — Por cierto, muy vagamente. Tenemos que escuchar tales declaraciones ligeras: "Considero a Jesucristo como mi ideal, y no menos que Ud respeto Su enseñanza, pero nunca puedo considerar a Él, Dios." Que esta gente sea consecuente, que rechace abiertamente aquella enseñanza que de la boca de Cristo se declaró Hijo de Dios, pero esto ellos no quieren hacer sinceramente y si comencemos a preguntarles sobre los mandamientos por separado, la gran mayoría será rechazada por ellos: ¿acepta Ud la humildad? no; ¿acepta la penitencia? no; ¿considera obligatoria la mansedumbre? — no siempre; ¿se preocupan que el alma vuestra tuviera hambre y sed de la verdad? sinceramente nunca etc. Algunos de estos mandamientos del Señor rechaza por principio la sociedad europea contemporánea como p. ej. el mandamiento de humildad, de castidad, casi la misma suerte tienen las palabras de Cristo que nos enseñan las relaciones personales hacia Dios y Él Mismo. ¿Qué real aplicación puede hacer un contemporáneo rechazador de Su Divinidad de la parábola de hijo pródigo, de publicano y fariseo, del sembrador, de rico y Lázaro? ¿Cómo puede aplicar a su alma la charla del Señor con Necodemo sobre el renacimiento y la fe en Él, otra semejante sobre la resurrección de los muertos (Ju. cap. 7), sobre el buen pastor, sobre el Juicio Final y la charla de despedida con los discípulos sobre las relaciones personales con Él de los creyentes y sobre la permanencia del Salvador con nosotros? Quedarían solo los relatos sobre los milagros de Cristo, pero a estos o directamente niegan los que no creen en Su Dignidad Divina, o con un increíble esfuerzo explican en el sentido de una curación natural de los enfermos, de manera que las frecuentes menciones del Salvador sobre Su fuerza milagrosa, entienden como un engaño.

Así, una gran parte de Evangelio es rechazada directamente por los que no creen en Hijo de Dios, y los otros mandamientos de Él, a pesar de ser rodeados de consideración y respeto, son tomados como algo o irrealizable, que expresan un ideal inalcanzable, o como algo simpático para la observación artística, pero completamente no obligatorio para cumplir. Para el cumplimiento se aceptan solo las palabras y hechos del perdón y condescendencia del Señor hacia los pecadores arrepentidos, y con esto la condición misma del perdón, o sea la penitencia, se olvida y se introduce solo una relación liviana hacia diferentes pecados. El Evangelio para ese tipo de gente adquiere la importancia no más que de un poema sensible o una fábula instructiva.

2. Sin embargo, los no creyentes tratan de ocultar de otros, y a veces de sí mismos, que el negador de la Divinidad de Cristo puede considerar al Salvador solo un deshonesto embustero, vano soñador (como Mahoma). Los no creyentes a toda costa tratan de conservar la imagen de Cristo como un hombre perfecto, santo. Así p. ej. L. Tolstoy, a pesar de tratar de convencer a los lectores que la mayoría de los milagros de Cristo fueron inventados después y que los hechos, que los Apóstoles consideraban milagros, eran hechos naturales, pero no desea presentar a Cristo como un seductor. Con todo esto, el ciego de nacimiento, según Tolstoy, no era ciego, sino un hombre bruto y estúpido al cual Cristo lo hizo inteligente; el paralizado, según su opinión, era simplemente holgazán, tirado en Betsaida; el Salvador solo lo convenció de trabajar. Según el evangelio de Tolstoy no se nota que Jesucristo se opondría a la comprensión falsa de Sus sanaciones, que tratara de desviar el pensamiento sobre Su Divinidad; hacia el final de su exposición el autor ya olvidó que deseaba presentar al Salvador como un hombre perfecto y no puede contenerse de no acusar a Él de tener miedo ante la guardia farisea y tener ganas de defenderse con las armas. Sin embargo, nuestros lectores poco exigentes están listos de pasar por alto todo esto en la alegría que se puede respetar el Evangelio, no creyendo en la Divinidad de Cristo y por consiguiente, elegir de él solo lo que les gusta. Esto es mas atrayente todavía, ya que los escritores negativos no prohíben llamar a Jesucristo el Salvador, el Redentor, indicando en Él un ejemplo viviente para seguir. Así actúa nuestro Tolstoy. Pero particularmente bien supo seducir con palabras semejantes a nuestro público Ernesto Renán, quien no escuchó con indignación las declaraciones de las damas rusas: "Me obligó a amar a Jesucristo nadie otro que Renán con su libro." "He aquí — agregan los hombres — Renán, a pesar de no reconocer a Cristo como Dios, hizo un mejor servició al cristianismo que todos los teólogos, presentando al Salvador como un hombre perfecto y así obligando a todos por igual respetar a Jesús."

Cuando tales horribles palabras van a leer los hijos no de la europea, sino de cristiana cultura, que conocen a Renán, llegarán a la convicción que en el siglo 19 se escribió y se editó mucho en el estado de altísima fiebre. En realidad, justamente nadie otro que Renán nos convence en el dilema arriba mencionado, que al Salvador se puede reconocer solo como Dios, y si no hacerlo entonces como un lastimoso embustero. Y Renán no se para ante esta elección, él directamente entilda al Salvador una parcialidad para fábulas populares sobre Sus milagros, búsqueda de la simpatía popular hacia Su persona y finalmente se atreve a decir tal patraña, como si el Salvador sacó de la tumba no a un muerto de cuatro días, sino un amigo vivo escondido en la cueva para hacer efecto a la muchedumbre supersticiosa.

Dijimos, que la gente no creyente, pero con su boca venerante del Salvador, toma del Evangelio solo lo que en una interpretación falsa puede propiciar sus pasiones. Con particular claridad esto se mostró en el libro de Renán. Notando en la prédica de Cristo dos facetas — misericordia hacia los arrepentidos y amenazas acusadoras para los pecadores que persisten en sus faltas — la enseñanza sobre la gozosa reconciliación con Dios y con su conciencia, — y la enseñanza sobre la cruz y el autosacrificio, sobre la paciencia ante el odio del mundo; en una palabra viendo tanto la acongojante como la consoladora faceta de la enseñanza evangélica, ¿cómo pudo el autor separarse de la primera y conservar solo la última como la enseñanza verdadera de Cristo? Muy simple: él decidió que todo lo acusador, triste, lo que exige hazañas, apareció de la boca del Salvador no como Su convicción, sino como un fruto de su enojo contra los oyentes duros que no querían reconocer a Él como enviado Divino — como el fruto de frustrado amor propio. Las verdaderas convicciones de Él, según Renán, es solo un rosado sentimentalismo, educado por los lindos paisajes de la naturaleza de Galilea y por eso solo aquellas palabras de Evangelio tienen valor para el cristiano, las que hablan sobre la reconciliación con Dios, el general significado de la verdad, el perdón de los fornicadores y publicanos, y por el contrario todo lo que está dicho sobre el martirio por la verdad, el pago, el renacimiento — todo esto puede ser ignorado, como palabras causadas por un casual enojo.

Es por esta agüita sucia que exaltan a Renán como gran interpretador de las palabras de Jesucristo y a Él, vestido en la vergonzosa vestimenta de embustero egoísta, prefieren a la Santísima Imagen de pureza, amor, humildad y grandeza Divina, tal como está en las páginas de nuestro Evangelio de la Iglesia. ¿No está claro que los negadores de la Deidad de Cristo no pueden guardar la imagen de Su Santidad, que este dogma de la Iglesia, no en vano es protegido por sus padres y maestros con tal celo?

Aceptemos que no reconociendo la verdad sobre la Divinidad de Jesucristo, puedo representarme a Él como un hombre mas perfecto: ¿qué fuerza moral puedo recibir de Él? ¿Qué derecho guardaré de nombrar Lo mi Salvador? Los pensadores panteístas alemanes contestan a esto con aburridos y nebulosos razonamientos que Cristo aseguró a los hombres de su unidad de ser con Dios y con esto los salvó del temor de la muerte enseñando que ésta última nos lleva a la unidad con la Deidad, confluye con Nirvana. Lo mismo enseña también Tolstoy, representando al Salvador como el mas popular panteísta. Sin embargo nuestro escritor no pudo semejarse hasta el final con sus directores germanos en la debilitación del cristianismo y tratando, a pesar de su propia lógica, de conservar la enseñanza sobre la vida como una lucha interna, agregando además el pensamiento que Jesucristo, como verdadero hombre santo, es el mejor objeto de imitación en distintos dudosos casos de la vida de cada hombre, que le certifica la posibilidad de vida santa; en este sentido Cristo es el Salvador de la gente.

Pero, entonces, ¿se debe llamar salvadores a otros héroes morales que pueden servir de ejemplos de vida virtuosa y dirigentes como p. ej. Buda, Confucio, Sócrates, apóstoles, santos? Tolstoy no tiene nada en contra de llamar salvadores a los tres primeros: él solo afirma que Jesucristo, en grado mas perfecto, merece este título. Pero entonces, es muy posible que ante tan alto ánimo de las mentes, aparecerán otros hombres hasta mas perfectos que Jesucristo, los cuales todavía con mas derecho tomarán el nombre de salvadores de la humanidad. Tolstoy no tiene ningún reparo de contestar negativamente a esta cuestión.

De ahí sigue que Jesucristo puede ser nuestro único Salvador, solo en el caso que nosotros creamos en Él como verdadero Dios. Sin esta fe Su significado moral para nosotros se elevaría muy poco sobre el significado de cualquier héroe moral y hasta puede ceder a algunos héroes, p. ej. aquellos que nos son mas cercanos por su posición, carácter, condiciones de la vida, y por eso mas cómodamente pueden ser para nosotros objetos de imitación.

3. De tal manera, el significado moral de nuestro dogma está mostrado suficientemente claro desde su faceta negativa, pero esta faceta no tiene tan importante significado como la faceta positiva, que consiste en el estudio de las condiciones de nuestro desarrollo moral, la lucha o el perfeccionamiento que es inseparable siempre de la fe viviente en Jesucristo como verdadero Dios.

Pero que no le parezca a nadie que nosotros veremos la misma vida moral nuestra no por su esencia, sino con el deseo de indicar la influencia en ella de esta fe, expresaremos sus principales condiciones con las palabras del pensador que negaba la Divinidad de Jesucristo y la importancia de ese dogma para la virtud, mencionemos al famoso Kant, el mas imparcial de los filósofos. Y he aquí que este mismo Kant esperaba demostrar que el Evangelio puede traer no menor utilidad para los que niegan los milagros y revelaciones que para los creyentes. Mostrar esto, sin duda, él no logró, pero en todo caso, él presenta su opinión en forma mucho mas convincente que los negadores contemporáneos. Notemos con esto, que sus puntos de vista religiosos con un marcado descenso de su valor moral entraron en la base de la escuela racionalista de Tübinger de la cual salieron tanto Renán como nuestro Tolstoy. Esta escuela en las personas de Schtraus, Baur, Hartmann y otros semejantes, no pudo sostener totalmente los puntos de vista de Kant sobre la enseñanza evangélica, ya que de todos ellos, solo el nombrado filósofo trata de conservar la altura y la pureza de los mandamientos de Evangelio. Además, siendo por su moral incomparablemente mas alto de todos sus seguidores contemporáneos, a los cuales se incluyen casi todos los filósofos de Europa, Kant retuvo el pensamiento de incondicional antitesis del bien y el mal, sobre la lucha en nosotros de estos principios, sobre la libertad de la voluntad y responsabilidad moral. Exponiendo su enseñanza sobre la redención o salvación, no vamos a tocar sus razonamientos sobre la autonomía moral, en cambio directamente nos dirigiremos hacia la descripción de lo que, según su opinión, sucede en el hombre, cuando él decide de consagrarse a obtener la perfección moral. Entonces, espero que sin esfuerzo notaremos que es posible, solo ante la vivida fe en Jesucristo como incondicionalmente santo sin pecado, que sufrió por nosotros, Redentor y verdadero Dios.

Así razona nuestro filósofo sobre la corrección de la vida: "Pasaje hacia el bien, — dice Kant, — no puede suceder en el hombre sin dolor. El sentimiento de una interna confusión y renovación causa sufrimiento tanto mas fuerte cuanto las inclinaciones malas de la voluntad hicieron crecer raíces profundas en la costumbre... Chocando entre sí, los sentimientos diversos (horror del pecado y alegría de la renovación) causan aquel alto sufrimiento que se puede imaginar. Es la congoja incomparable con ninguna otra. Es igualmente justo la posición que la aceptación como regla de la voluntad a un principio bueno causa sufrimiento, así también lo contrario, que el sufrimiento se produce del renacimiento espiritual y la victoria sobre el mal. El sufrimiento es la consecuencia de aquel y otro acto simultáneo" (alejamiento del mal y unión con el bien y Dios).

Sin duda, estos pensamientos para un cristiano ortodoxo — son bien conocidos, pero para el Occidente, que oscureció el concepto de la hazaña cristiana, es lo mas grande, hasta donde llegó su filosofía, tan grande, que enorme mayoría de moralistas subsiguientes no pudo asimilar a esta verdad, no supo asimilarse con ella. Solo en los últimos años se introduce en la elegante literatura de Francia y esto bajo la influencia de su mas simple expresión por los escritores rusos y no por Kant. Así este último afirma que en el pasaje hacia el bien es imprescindible "la muerte" del hombre caduco, su "crucifixión" con las pasiones y deseos: éste como el mas doloroso de todos los sufrimientos es la renovación perfecta del corazón y la aceptación del ánimo del Hijo de Dios como su constante dirección y regla.

¿Dónde podemos encontrar un constante estímulo para no solo trabajar sobre su perfeccionamiento, sino también reconciliarse con aquellos sufrimientos que están unidos a él? El sufrimiento es el objeto de rechazo para el hombre natural, casi toda su vida consiste en que él se preocupa como evitar los sufrimientos. Y he aquí, le dicen los apóstoles, que él debe regocijarse en las congojas y alabarse con ellas. El Evangelio beatifica a los desterrados, deshonrados y castigados, llama a todos al camino angosto que siguen pocos, exige el rechazo de sí mismo y odio a su misma vida, predice penas a los ricos, saciados, los que ríen y aquellos de quien todos hablan bien. Seguir una enseñanza así significa ir contra su naturaleza, ¿con qué puede uno ser inspirado para eso?

"Para inspirarse con la representación de una secular perfección moral, dice Kant, debemos representarnos la última ya realizada, y entonces sin esfuerzo nos inspiraremos por esta hermosa imagen, que será para cada uno de nosotros y por consiguiente para todos nosotros la salvación verdadera." Ven, que fácil es salvarse en la fantasía del filósofo alemán: es suficiente encontrar para esto un ejemplo inspirador. Queda solo la extrañeza, por qué hay tan pocos que se salvan, cuando cientos de millones conocen el ejemplo de la vida del Salvador.

4. Es justo, sin duda, que la imagen moral de Él eleva y enternece mi espíritu, pero una cosa es admirar, y otra — imitar. Cuando para la imitación de Él debo ir contra mi naturaleza, contra la sociedad, ir a la cruz, entonces la santidad de Jesucristo, para un no creyente en Su Divinidad, enseguida palidece, se presenta como algo condicional, posiblemente muy adecuado para el Mismo Jesús Nazareno, pero completamente inaplicable a la organización de nuestra vida contemporánea. Jesús podía ser santo. Pero ¿cómo Él que posee una naturaleza moral tan genial, puede convencerme a mí, pecador, que para mí también está abierto el camino a tal pureza moral? El Orfeo podía con su canto domar a las fieras, Sócrates sorprendía a los dioses con su inteligencia, Alejandro — con su coraje, Aquiles con la velocidad, pero si yo, un hombre común, desearía perseguir a todos los genios, ¿no sería ridículo como el sapo que se hinchaba por encima de sus fuerzas para igualarse al buey? No es en vano que el sabio Necodem decía a Jesús que renacer es tan imposible como entrar de nuevo en el seno materno; no en vano los judíos repetían que Él engaña al pueblo. Es posible que Él era santo, pero pensar que semejante santidad es accesible para mí, significa engañarme, tal como Simón el Mago que quería volar por el aire, siendo carne. Cristo me llama a Él, llama a la lucha con el mundo, pero el mundo me atrae con sus delicias, me es emparentado y hasta mas, que el Evangelio.

Realmente, además de su lucha interna consigo mismo, el cristiano cada día es obligado a elegir entre Cristo y el mundo, que es enemigo de la perfección. Es verdad que el mundo no ama completos vicios y maldad, pero mas todavía, odia la completa virtud y mata a sus seguidores. Es por eso los griegos que se inventaban dioses según las observaciones de la vida de la naturaleza, el hombre y la sociedad, se representaban a los moradores del cielo ni demasiado buenos, ni demasiado malos, sino les atribuían todas las fuerzas buenas y malas que rigen la vida de la gente. El mundo es penetrado por el pecado en los mas básicas leyes de vida orgánica que constituye una lucha egoísta por la sobrevivencia en la organización actual de nuestro cuerpo lascivo y vengativa y orgullosa alma, en la historia de sociedades humanas y hasta en la organización de las familias: es todo egoísmo deseos y orgullo.

El asceta de la perfección, él mismo no libre todavía del goce del mal, se sitúa contra todo este conjunto, teniendo para sí sólo el ejemplo de Jesucristo y Sus relativamente pocos seguidores (que, sin embargo, creían en Su Divinidad). No es claro que también él que vacila entre el mundo y Cristo, solo en tal caso irá contra el mundo, "condenará al mundo" si creerá que Cristo es mas alto que el mundo, según la palabra del Apóstol: "¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?" (1 Ju. 5:5), ya que solo a Él es aplicable esta otra declaración: "El que en vosotros está, es mayor que el que está en el mundo [diablo]" (1 Ju. 4:4). Cristo debe ser mas alto que el mundo, no solo el visible y cognoscible, sino también de toda existencia condicionada: para eso, Él debe ser incondicional y sin principio, ya que si Él comenzó, entonces puede ser que existe y se abra cierta fuerza de Él mas antigua, que ocupará en su tiempo el lugar de ella ocupado y expulsará a todo lo hostil a ella — igual en todo al Creador por su ser, ya que de otra manera ¿quién me asegurará que la santidad Divina no diferente de aquella, predicada por Cristo, que me hizo enemigo y mártir del mundo?

Así, para ser nuestro Salvador, Cristo debe ser mas alto que la naturaleza y el mundo, un Dios verdadero. Esto es necesario para poder en Su nombre contradecir al mundo, rechazar al mundo; y para unificar esta contradicción con el mundo, en una mas alta unidad con Él, para amar al mundo renovado en su aspecto actual no es el verdadero templo de Él creado por Dios, sino el vulnerado y deformado por la mala voluntad de la gente, que con el Verbo fue creado, y sin el Verbo no comenzó a existir nada que comenzó a existir (Ju. cap. 1).

5. Así, tomando en cuenta las condiciones de nuestro perfeccionamiento interior, debemos reconocer que el significado activo del ejemplo y la palabra de Cristo se extiende solo sobre aquellos de Sus seguidores que confiesan a Él como Dios, pero hasta semejante actividad está lejos de ser suficiente para elevar a la gente a la cruz de la vida, para dar les las fuerzas de llevar con paciencia a esta cruz, para esto es necesario aceptar y cumplir la enseñanza sobre Cristo-Redentor.

Es posible que viendo los sufrimientos santificados por la participación en ellos del Hijo de Dios, los amaré y tomaré la decisión de llevar los, pero ¿será útil el hecho de llevarlos?

Kant razona con justicia, diciendo que la perfección moral consiste de sacar la naturaleza caduca y vestirse en una nueva, pero ¿de quién tomará el hombre esta naturaleza nueva? ¿Quién liberará a él de este cuerpo de la muerte (Rom. 7:24)? ¿Es incorrecta la palabra del Evangelio que de la zarza no recogen la uva y del abrojo — higos (Mat. 7:16)? Los ejemplos de tal ascetismo que se fuerza de extraer de sí mismo los buenos sentimientos y hechos, nos convence de lo funesto de este camino, ya que consiste en inhibir a una pasión con otra, así los budistas que vencieron a la sensualidad caen en el orgullo, que vencieron la maldad — en indiferencia, pero elevarse a la impasibilidad y amor no pueden. Así es la clásica y contemporánea moral europea, basada sobre la vanidad — seca y muerta; esta es la moral de los mahometanos que consiste en regular goce de bienes sensuales y espera de los mismos en la vida tras-tumba. Pero esto no es todo, hasta aquellos ascetas completamente ortodoxos autosacrificados, que atraídos por la idea de su espíritu ponían la esperanza de perfeccionamiento subsiguiente en sí mismos y no en la gracia, pronto sucumbían en un orgulloso y sensual enceguecimiento. Por eso los maestros del ascetismo siempre recordaban a sus discípulos, que no en ellos mismos, sino en el don externo de gracia, se encuentra la fuente de su crecimiento espiritual, como dice el Apóstol: "Yo planté, Apolos regó: mas Dios ha dado el crecimiento. Así que, ni el que planta es algo, ni el que riega; sino Dios, que da el crecimiento" (1 Cor. 3:6-7). O en otro lugar: "He trabajado más que todos ellos: pero no yo, sino la gracia de Dios que fue conmigo (1 Cor. 15:10); combatiendo según la operación de él, la cual obra en mí poderosamente" (Col. 1:29).

6. Sin embargo, si hasta la palabra Divina y la observación de los ascetas de la fe nos parece a nuestra conciencia como algo alejado y abstracto, entonces dirijámonos a las manifestaciones de la vida cotidiana, que nos rodea. ¿Han visto alguna vez a un hombre que cambió radicalmente su vida y se hizo virtuoso después de vicios anteriores? ¿Cuáles pueden ser las causas de semejantes transformaciones? Casi siempre — religiosas, y con esto generalmente unidas a pesadas conmociones que mataron o debilitaron la naturaleza caduca del pecador. Si estas condiciones que acompañan no eran de carácter negativo, sino positivos, consistían por lo general en que al hombre pecador se acercó y se emparentó con el alma un amigo inteligente, puro y amante. Semejantes buenas transformaciones ocurren p. ej. después del casamiento o después de la vuelta a la casa paterna a los padres amantes. En la amistad de un hombre vicioso con uno virtuoso vemos no una simple imitación, sino una asimilación, injerto de fuerzas morales de uno a otro. Viviendo la vida con un amigo que ama, el hombre vicioso encuentra en sí mismo, hasta ahora inexistente, fuerza de vencer las costumbres malas que le parecían antes invencibles. Ahora le parece, y no en vano, que su alma lucha con el mal no sola, sino junto con el alma de su amigo, así, en lugar de una fuerza buena tiene dos.

¿En qué condición de parte de buen amigo sucede esta misteriosa confluencia? Ante la condición de compasión. Realmente, cada uno puede cerciorarse por medio de la experiencia cotidiana que ni la inteligencia, ni la elocuencia, ni hasta el buen ejemplo del maestro pueden por sí mismos cambiar la mala voluntad del hombre, pero beato Apóstol que exclamaba: "Hijitos míos, que vuelvo otra vez a estar de parto de vosotros, hasta que Cristo sea formado en vosotros" (Gal. 4:19): esto tan conocido a las madres acongojadas, una vivencia profunda en su alma ante todas las caídas del hombre amado es esto lo que encierra en sí el misterio de la influencia espiritual sobre un alma pecadora. Aquel que la posee, según la expresión del Apóstol, es colaborador de Dios en su campo (1 Cor. 3:9). Y si esto es así, por consiguiente, el verdadero trabajador, el verdadero buen pastor es Dios Cristo que otorgaba compasión a cada hombre, Quien extendía hacia todos Sus brazos y que decía: "¡Cuántas veces quise juntar tus hijos, como la gallina junta sus pollos debajo de las alas!" (Mat. 23:37). Él, que prometía permanecer eternamente con Sus discípulos, Él, que decía al Observador de misterios: "He aquí, yo estoy a la puerta y llamo: si alguno oyere mi voz y abriere la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo" (Apoc. 3:20). El grado mas alto de compasión hacia los pecados de toda la gente el Señor mostró en el Huerto de Getsemaní, cuando comenzó a padecer por ellos de tal medida que pidió al Padre Celestial de liberar a Él de este peso moral, "Y fue escuchado por su veneración" como dice el Apóstol (Hebr. 5:7) ya que apareció el ángel y fortificó a Él.

7. ¿Bajo qué condición puedo aprovechar a la congoja del Salvador por los pecados de los hombres tal, como un hombre vicioso llena su alma con el amor compasivo de su amigo? — Sin duda, solo bajo la condición de la seguridad que yo, personalmente yo, estuve y estoy incluido en el pensamiento y corazón de Cristo acongojado por mis pecados. Solo en este caso, cuando estoy convencido, que Él me ve, extiende hacia mí Su mano que sostiene, me envuelve con Su amor compasivo, solo bajo esta condición Él es realmente mi Salvador, que vierte en mí nuevas fuerzas morales, enseña a mis manos para la guerra (Sal. 27:35) con el mal, y no alguien ajeno a mí, un histórico ejemplo de la virtud, sino parte de mi ser, o mas exactamente — yo parte de Su ser, comulgador del Ser Divino, tal como dice el Apóstol (2 Ped. 1:4).

Es comprensible que poder contener en Su corazón a todas las personas humanas podía solo el todosapiente y todobondadoso Dios. Así, vemos que Salvador de la gente podía ser solo Dios que se unió con nuestro ser, o sea Dios-hombre y además Sufriente, que consufrió con nosotros. Pero en tal caso, o sea, si el hombre con un deseo instantáneo se haría de un malhechor — un santo, la verdad Divina que separó con sufrimientos el bien del mal no sería satisfecha igual que nuestra conciencia. Dependía del Señor organizar tales leyes de existencia y vida espiritual que el pasaje del mal hacia el bien es posible solo a través de sufrimientos del pecador, pero estos sufrimientos quedarían insoportables e infructuosos, si no se unen con la compasión hacia ellos del santísimo Hijo de Dios, Quien de este modo acepta las congojas no por Él, sino por nosotros, sufrió por nosotros, y por eso era la victima de reconciliación, Redentor de nosotros que participamos en Sus sufrimientos (1 Ped. 4:13). Él no tuvo que luchar con la naturaleza caduca como nosotros, ya que era libre de ella, pero justamente nuestros pecados, nuestro hombre caduco fue vencido por Él y crucificado (Rom. 6:6 y 1 Ped. 2:24). Estos sufrimientos Suyos por mis pecados son mi redención, esta larga paciencia de Él mi salvación (2 Ped. 3:15), no en el sentido solo de un ejemplo animador, sino en el sentido real que conociendo a Jesucristo que lloró sobre mis pecados por amor a mí, yo con mi deseo de ir por Su camino de santidad, hago a Él la propiedad de mi ser, vivo por Él, vivifico con Él a nuevo hombre en mí, me reconcilio con mis tan martirizantes sufrimientos, que me alejaban del camino de la virtud, ya que ahora los considero un puente hacia una mejor unión con el Señor, tal como me enseñaron los apóstoles de participar en Sus sufrimientos, o los mártires que no sentían en el entusiasmo espiritual ni el fuego, ni el hierro, ni palos, ni la desgarradura del cuerpo en pedazos.

8. La revelación Divina, con toda claridad nos certifica que la condición mas importante de nuestra perfección espiritual, que enseña al hombre despreciar a todas las tentaciones de la vida, aceptar a todos los sufrimientos y le da la oportunidad de aportar el bien espiritual no solo para sí mismo, sino también para los prójimos es no otra cosa, que la constante unión con Cristo, unión de fe y amor, confluencia con Él, mucho mas efectiva que la unión de las almas de amigos y esposos. Así el Mismo Señor llama a los creyentes a la unión con Él, y Sus apóstoles, particularmente Juan y Pablo, confiesan una realización real en ellos de esta unión bendita. Citemos algunas de estas declaraciones y con esto terminaremos a nuestro artículo. He aquí las palabras del Señor: "Estad en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto de sí mismo, si no estuviere en la vid; así ni vosotros, si no estuviereis en mí. Yo soy la vid, vosotros los pámpanos: el que está en mí, y yo en él éste lleva mucho fruto; porque sin mí nada podéis hacer. El que en mí no estuviere, será echado fuera como mal pámpano, y se secará; y los cogen, y los echan en el fuego, y arden... Como el Padre me amó, también yo os he amado: estad en mi amor" (Ju. 15:1-9). "Si no comeréis la carne del Hijo del Hombre, y beberéis su sangre, no tendréis vida en vosotros" (Ju. 6:53). "El que cree en mí, como dice la Escritura, ríos de agua viva correrán de su vientre" (Ju. 7:38). "Mis ovejas oyen mi voz, y yo les doy vida eterna: y no perecerán para siempre, ni nadie las arrebatará de mi mano" (Ju. 10:28).

Y estas son las palabras de apóstoles que realizaron los mandamientos de Cristo: "Nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo... La sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado" (1 Ju. 1:3-7). "...Hijitos, perseverad en él; para que cuando apareciere, tengamos confianza, y no seamos confundidos de él en su venida. Si sabéis que él es justo, sabed también que cualquiera que hace justicia, es nacido de él" (1 Ju. 2:28-29).

Hasta qué grado se extiende esta penetración con Cristo, atestigua el Apóstol Pablo: "Porque para mí el vivir es Cristo y el morir, ganancia. Pero si el vivir en la carne resulta para mí en beneficio de la obra, no sé entonces qué escoger: De ambas cosas estoy puesto en estrecho, teniendo deseo de partir y estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor; pero quedar en la carne es más necesario por causa de vosotros" (Filip 1:21-24).

Al final algunas mas declaraciones, que indican el significado de la personalidad de Cristo para la sociedad cristiana: "Os he desposado a un marido, para presentaros como una virgen pura a Cristo" (2 Cor: 11:2). "Porque de la manera que el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, empero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un cuerpo, así también Cristo... Pues vosotros sois el cuerpo de Cristo, y miembros en parte" (1 Cor. 12:12, 27), para que "siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todas cosas en aquel que es la cabeza, a saber, Cristo. Del cual, todo el cuerpo compuesto y bien ligado entre sí por todas las junturas de su alimento, que recibe según la operación, cada miembro conforme a su medida toma aumento de cuerpo edificándose en amor" (Ef. 4:15-16).

Así, la enseñanza evangélica, y en general la enseñanza del Nuevo Testamento, sobre nuestras relaciones personales con Cristo, que dijo: "Yo soy el primero y el último; Y el que vivo, y he sido muerto; y he aquí que vivo por siglos de siglos, Amén" (Apoc. 1:18), esta enseñanza salvadora no solo eleva paulatinamente a la santidad a cada uno de sus sinceros seguidores, reconciliándolos con el Cielo, sino también a la misma vida social revela a él en una completamente nueva luz, en la luz de amor y esperanza. A todo con amor haz crecer en Cristo, dice el Apóstol. Tú eres — parte del cuerpo de Cristo. Aquellos, por los cuales vas a sufrir de alma, van a llegar a la penitencia y unificarse a esta salvadora unidad de la Iglesia. En ella no hay una impersonal desaparición de todos como en los panteístas y los de Tolstoy, y aquella diversidad pesada que siente directamente el hombre natural. La fe y plena de amor compasión unifica a todos en Cristo. "Porque él es nuestra paz, que de ambos [o sea judíos y paganos] hizo uno, derribando la pared intermedia de separación... para edificar en sí mismo los dos en un nuevo hombre, haciendo la paz, y reconciliar por la cruz con Dios a ambos en un mismo cuerpo, matando en ella las enemistades" (Ef. 2:14-16).

 

Por qué Jesucristo

no llamaba a Sí Mismo Dios

Tal pregunta debemos resolver como hijos de la actualidad poco creyente ante frecuentes opiniones contra la Divinidad de Cristo, basados sobre el argumente que aparentemente el Mismo Salvador nunca llamó a Sí Mismo Dios. Particularmente bien están desarrolladas estas opiniones por los musulmanes, los cuales, para vergüenza nuestra, a menudo son mejores conocedores de nuestra Biblia, que nosotros mismos.

Aquellos de nosotros, que leyeron el Evangelio, se apresuran a citar declaraciones según las cuales se ve que el Señor exigía la fe en Él, aprobaba la confesión de Él como Hijo de Dios, Él Mismo se nombraba así y hablaba de Su consubstanciación con el Padre. Pero los oponentes no se convencen con estas sentencias del Evangelio: los musulmanes encuentran en ellas solo la indicación sobre la dignidad sobrehumana de Jesucristo y no a la Divinidad, en cambio los racionalistas las entienden en el sentido panteístico en el cual, según su opinión, estas sentencias son aplicables a todo hombre. Refutar a estos últimos es mas fácil que a los musulmanes; es suficiente leerles aquellas palabras de Cristo donde Él revela Su particular relación con el Padre, no natural a otra gente, y luego develar la total inadecuación de los conceptos panteístas con la enseñanza bíblica — del Antiguo Testamento y de Cristo, completamente penetrada por relaciones personales entre Dios y el hombre.

Es mas difícil conformar a las exigencias mahometanas, a los cuales la cultura semítica enseñó asimilar bastante las verdades evangélicas, pero al mismo tiempo aportó en las últimas la deformación consecuentemente pasada. La religión musulmana enseña que Jesús, concebido en forma particular de una mujer virtuosa, rico en Espíritu Divino, y hasta siendo Él Mismo Espíritu de Dios y hombre muy santo, trajo a la tierra la enseñanza celestial; pero después de Su ascensión al cielo (en el cual creen los musulmanes, rechazando sin embargo tanto la resurrección como la crucifixión y muerte) Sus discípulos, particularmente el odiado Pablo, deformaron la enseñanza de Jesús, y la historia de Su vida, expuesta en el libro santo el Evangelio, después, aparentemente, de varias deformaciones, se presenta a la gente en forma deformada.

Con esta presentación de la cosa, los malignos dirigentes musulmanes llegan a dos metas. Ellos no impiden a sus seguidores de aprobar las hermosas verdades de la enseñanza evangélica y así no los obligan de ir contra la clara verdad, pero, por otro lado, les obstaculizan el camino para seguirlo decidamente a través de unión con sociedad cristiana, declarando la enseñanza verdadera de Jesús el Profeta perdida para los cristianos, pero reinstalada y perfeccionada por Dios a través de Mahoma.

Como los cristianos, discutiendo con los musulmanes sobre la superioridad de Su Maestro ante Mahoma, citan la dignidad Divina de Cristo, los mahometanos tratan de oponerse decidamente a esta verdad, indicando que el Mismo Jesús nunca llamó a Sí Mismo Dios y que ese dogma es inventado por Sus discípulos. Este argumento es interesante de abolir no solo para aquellos que tienen que encontrarse con los musulmanes, sino para todos los cristianos, ya que las palabras impíos de aquellos circuncisos, desgraciadamente a menudo son repetidas por los bautizados, pero poco creyentes hijos de la cultura europea. Estos últimos, sin bases, gustan de separar el Evangelio de la integridad del Nuevo Testamento a pesar de que todo Nuevo Testamento está escrito por los mismos apóstoles. La causa verdadera de tal separación es indudablemente la ignorancia.

El carácter tentador de esta cuestión se potencia en la conciencia actual por la influencia de enseñanzas occidentales sobre nuestra enseñanza escolar de la fe. Y por eso, por la destrucción de estos puntos de vista occidentales sobre el cristianismo debe comenzar la resolución de la perplejidad indicada sobre la Divinidad de Cristo. Sin duda, esta verdad es una de las mas preciadas y mas santas verdades del cristianismo, que dejaría de ser si perdería la fe salvadora en esta verdad.

Pero por otro lado, la enseñanza protestante sobre la fe salvadora en la Divinidad de Jesucristo, con el tratamiento poco serio de Sus mandamientos, ilumina en forma parcial la historia evangélica. Si la salvación que nos trajo Jesucristo se limita solo a la fe en Su Divinidad, entonces, sin duda esta verdad debería ser el objeto principal de Su prédica.

Y de repente, se nos dice que directamente y en forma clara el Señor no llama a Sí Mismo Dios, ningún lado. Una vez Él dijo que el Padre es más que Él, otra vez Él llama al Padre, Su Dios y Dios de Sus seguidores. Si la enseñanza sobre la Divinidad de Cristo es la única finalidad de Su prédica, entonces ¿cómo explicar, que Él directamente no expresó aquello que constituye la esencia de Su obra en la tierra? Ahora se nos hizo comprensible toda la agudeza de esta perplejidad y la necesidad de su aclaración.

¿Es característica a los maestros ortodoxos una tal visión sobre la enseñanza evangélica como la difusión de un solo dogma sobre la Divinidad de Cristo? Sin duda los Santos Padres nuestros no perdían la oportunidad de revelar esta verdad en aquellas sentencias de Cristo que la contenían. Pero en diferencia con las interpretaciones protestantes, nuestra exegética de la Iglesia atestigua no sobre esto, como si el Señor trataba de inducir en Sus oyentes la fe en Su Divinidad, todo lo contrario, Él escondía Su Divinidad. Así en varios versículos de Minea Festiva y Triodia Florida, Cristo es llamado Dios escondido, o sea que se oculta. Su Divinidad, según la interpretación de los Santos Padres, hasta Su resurrección, el Señor ocultaba no tanto de la gente, cuanto del diablo, el cual solo por eso llevó a los judíos a condenar a Él a la muerte, porque no preveía que Él con Su Divinidad destruirá el reino del infierno.

¿Está de acuerdo tal enfoque de los Padres con la misma historia evangélica? Sí, tal como ahora lo mostraremos. Y cuando demostraremos que Jesucristo, siendo verdadero Dios, quería ocultar Su Divinidad de la gente no preparada para recibir esta verdad, si comprenderemos también aquellos motivos que guiaban al Señor nuestro y Maestro, entonces, espero, entenderemos por qué Él no se llamaba directamente Dios, a pesar de ser lo y a Sus apóstoles enseñaba la fe en Él como Dios.

Sobre esta fe diremos unas palabras antes de dirigirnos a la historia evangélica. El Salvador revelaba esta fe a los judíos cuando Le preguntaban: ¿Quién eres Tú? — "El que Existe desde el principio, tal como les dije," — contesta el Señor. "Antes que fue Abraham, Yo estoy" (Ju. 8:58). "Yo y Padre somos uno" (Ju. 10:30). En estas sentencias el Señor reveló Su existencia preeterna y Su consubstanciación con el Padre. Cuando los fariseos expresaban duda sobre los plenos poderes de maestro del Salvador, entonces Él declaró directamente Su derecho Divino de perdonar los pecados: "Que sepan que el Hijo del Hombre tiene poder en la tierra de perdonar los pecados" (Mc. 2:10). Este poder y gloria el Señor tenía "Antes de la existencia del mundo" (Ju. 17:5). Él Se confiesa omnisapiente y omnipresente: "Así como Padre Me conoce, Así Yo también conozco al Padre" (Ju. 10:15); "Nadie conoce al Hijo solo el Padre, ni al Padre nadie conoce salvo el Hijo (Mat. 11:27); nadie subió al cielo salvo él que bajó del cielo, Hijo del Hombre que está en los cielos" (Ju. 3:13).

No es necesario demostrar que aquí el Salvador hablaba de Sí personalmente y no sobre aquella reencarnación del abstracto, impersonal espíritu del mundo, que entienden aquí los panteístas. No la evolución del espíritu del mundo, sino Su vida personal define Él en la última conversación con los discípulos: "Yo salí del Padre... Salí del Padre y vine al mundo; y de nuevo dejo el mundo y voy al Padre" (Ju. 16:28).

Hay muchas palabras de Cristo que se puede encontrar en Evangelio, de las cuales se ve que Él Se confesaba Dios, a pesar de no decir directamente Soy Dios. Está claro que en las frases arriba mencionadas el Señor certifica para los que preguntan que Él es un Ser eterno que vivió conciente y personalmente antes de Su nacimiento carnal y designado volver a la gloria anterior, igual a Dios. De estas sentencias se ve que a pesar de que el Señor Jesucristo no llamó a Sí Mismo ni una vez Dios, pero que esta verdad con toda definición y claridad es contenida en Sus dichos.

Sin embargo, no se puede obviar la circunstancia que estos dichos fueron obligados por las preguntas insistentes de los judíos. De manera que se conserva en toda su fuerza también aquel pensamiento de la enseñanza de la Iglesia que el Señor, hasta donde podía, ocultaba Su Divinidad.

Ahora, como prometimos, nos dirigiremos para la verificación de este pensamiento a la historia evangélica.

Los interpretadores, que son inclinados a ver en todos los acontecimientos y palabras evangélicas la prédica de Cristo sobre Su Divinidad, ante todo señalan Sus milagros como acciones cumplidas para la finalidad de justamente tal prédica. Sin duda, los milagros de Cristo eran uno de los mas importantes estímulos para Sus discípulos para creer en Su dignidad sobrehumana. Sin embargo, vean ¿siempre deseaba aprovechar la difusión de tal fe el Señor? El Salvador, a menudo prohíbe difundir la noticia sobre sanaciones milagrosas experimentadas por distintos sufrientes. Así, p. ej., Él prohíbe difundir los milagros de sanación de los leprosos (Mc. 1), poseídos (Mc. 3; Luc. 4:41); oculta Su milagro en la boda de Cana de Galilea (Ju. 2); no permite que los apóstoles hablen sobre Su Milagrosa Transfiguración; muestra la resucitación de la hija de Iaír solo a cinco. Pero en otros casos, el Salvador Mismo ordenaba predicar sobre Sus milagros, p. ej. al poseído de Gadarín, a los discípulos de Juan, que dudaban de Su mensaje; al final, gran número de milagros fue hecho por Él ante multimilenaria muchedumbre del pueblo, como p. ej. la alimentación con cinco y luego siete panes, la resucitación del hijo de la viuda de Naín, resucitación de Lázaro y otros.

Y esta contraposición es completamente justa, contestaremos y nos ayudará mucho para la resolución de la pregunta planteada, ¿qué es lo que impulsaba al Señor cuando Él ocultaba su milagrosa fuerza?

Podemos pensar que la forma mas fácil de contestar es plantear una pregunta contraria: ¿qué pasaría si el Señor comenzara Su prédica a partir de la revelación de Su Divinidad, si haciendo milagros de sanaciones, concluiría a estos con la confesión de aquella verdad, que Él es Dios, encarnado, pero que no deja de ser Dios, igual al Padre? Pasaría que la gente moriría del pavor (Ex. 33:20). Nuestra alma no puede soportar el descubrimiento abierto del Ser Divino infinito. Que nadie piensa que en estas palabras hay exageración. En aquellos pocos casos cuando el Salvador solo entreabría la gloria de Su Divinidad, la gente se desmayaba del temor, tal como pasó con Sus amigos y enemigos. "Sal de mí, Señor, porque soy un hombre pecador" — decía Pedro después de la pesca milagrosa, y durante la Transfiguración de Cristo sobre la montaña, los discípulos de Cristo sintieron tal miedo que cayeron de bruces a la tierra y permanecieron así hasta que terminó la visión de la gloria del Señor y Él acercándose a ellos en Su aspecto humilde dijo:Soy yo, no teman!" Y en otra ocasión cuando dijo Él con fuerza "Soy yo" al regimiento de enemigos que vinieron a arrestar a Él, causó a éstos tal pavor que ellos "Retrocedieron y cayeron a la tierra."

De manera, cuando a la mente de judíos llegaba el pensamiento, aunque sea de la posibilidad de que el maestro Jesús no es un simple profeta, sino alguien bajado de Dios a la tierra, ellos quedaban perplejos y no se atrevían de acercarse a Él (Luc. 4:30; Ju. 7:30; 8:59; 10:39; Luc. 11:19). Juzguen por sí mismos, ¿si podrían ellos sentir un pensamiento completamente claramente expresado y afirmado por los milagros, que el maestro que se encontraba con ellos es Dios? Si no solo simples pecadores, sino los profetas iluminados por Dios sentían miedo cuando les aparecía solo un ángel. La visión de Dios no pueden soportar hasta los ángeles, arcángeles, querubines y serafines, que cubren con miedo sus rostros ante Su gloria y no pueden ni por un instante calmar a su espíritu de una temblosa y entusiasta glorificación, tal como fue revelado al profeta Isaías (cap. 6).

El Señor enseñaba a la gente la verdad de Su Divinidad, pero a esta verdad Él revelaba por partes, para que ellos se convencieran paulatinamente. Para la mente humana es tan poco habitual aceptar que la persona en contacto con él es un habitante del cielo y mas todavía, Dios lo cual, según el testimonio de los evangelistas, hasta los apóstoles tomaban semejantes palabras como algo completamente enigmático y lo asimilaron concientemente solo después de la resurrección de Cristo (Ju. 2:22).

La misma profecía del Señor sobre Su resurrección ellos no asimilaban (Mc. 9:10) y en el momento de la entrega de Él, olvidaron definitivamente a esta profecía, a pesar de que ésta les fue afirmada por Cristo una hora antes de la traición (Mat. 26:32) — y olvidaron tan completamente que no creyeron a las portadoras de mirra cuando éstas les notificaron que vieron al Señor resurrecto (Mc. 16:13). No creyeron ellos ni a sus propios ojos cuando Él apareció ante ellos hasta que no tocaron a Él con sus manos y vieron que comía. Y he aquí, solo entonces, cuando Tomas que dudaba tocó Sus heridas, la boca del hombre, por primera vez, con toda claridad confesó a Cristo como verdadero Dios. "¡Señor y Dios mío!" — y Cristo aprobó a esta confesión.

Había también otro estímulo más para que el Señor no estaba apresurado de revelar Su Divinidad a la gente hasta la creyente. Revelemos a este estímulo también según el Evangelio mismo.

¿A quiénes llamó el Señor creyentes durante Su vida terrenal? Aquellos que creían que Él viene de Dios, que Sus palabras son palabras Divinas (Ju. 7:16-18). Pero Él no deseaba de convencer a la gente de Su Divinidad o hasta de Su dignidad profética con métodos puramente externos, para que las mentes humanas sometidas acepten Sus mandamientos como esclavos, como mahometanos y no por el libre acuerdo de la mente con la enseñanza de la virtud.

Muchos usan mal esta expresión: libre acuerdo de la mente y dan la ocasión de entender la fe misma como algo ajeno a una común demostración razonable. Esto es completamente en vano. Nuestra fe es ajena a una ciega arbitrariedad. La asimilación libre, no forzada, de la fe en la verdad y santidad de mandamientos de Cristo y de ahí en Su Divinidad para un atento e imparcial investigador es tan obligatorio como las reglas de aritmética, pero la misma atención e imparcialidad son ánimos y cualidades del alma a los cuales nada puede forzar al hombre "Escudriñad las Escrituras, porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí. Y no queréis venir a mí, para que tengáis vida" (Ju. 5:39-40). Digamos de paso, que si la gente contemporánea entendiera aquella simple verdad que una mente imparcial lleva a la fe, pero que alcanzar la imparcialidad en la investigación de los objetos de la fe es muy difícil para los que no desean tener fe y hasta, sin la ayuda de la gracia, es imposible, entonces la enorme literatura sobre el conocimiento y la fe, sobre la ciencia y religión perdería su significado y los pensadores podrían ocuparse de problemas mas útiles del espíritu.

Pero volvamos al Evangelio. Así, el Señor deseaba que la gente, ante todo, ame la nueva virtud predicada por Él. Así pasó con los servidores de los fariseos que no quisieron arrestar a Él, oyendo Su enseñanza celestial y dijeron a sus amos como justificación: "Nunca un hombre habló como éste." Sí, el Salvador deseaba que la gente por el testimonio de sus corazones llegará a la convicción que el Predicador de esta enseñanza no es un hombre común, sino un enviado de Dios, para que estando seguros de esto, aceptarán con toda confianza aquellas palabras extraordinarias del Salvador sobre Sí Mismo, cuyo sentido para ellos no era completamente comprensible mientras el Señor estaba entre ellos, pero después de Su resurrección de los muertos se reveló con toda claridad lógica, como la verdad sobre la dignidad del Redentor Divina, igual al Padre, Luz de la Luz, Dios verdadero de Dios verdadero.

Dijimos con claridad lógica ya que el sentido lógico de las arriba mencionadas sentencias de Jesucristo sobre Sí Mismo es solo uno, el que está expresado en el Credo, pero las temerosas almas de la gente durante la vida del Salvador no se atrevían de penetrar plenamente en el sentido de maravillosas palabras y se contentaban con la convicción que su Maestro es un Alto Enviado Divino, Cuyo Ser solo recientemente se revistió en el aspecto humilde y rebajado de un hombre común.

Ante tal suposición sobre las finalidades de la docencia de Cristo se nos hará completamente comprensible cuando Él ocultaba sus cualidades Divinas y cuando las revelaba. Él las ocultaba al principio de Su prédica para evitar la esclavización mental de Sus oyentes.

Y con todo el cuidado del Señor de que la gente que se acercaba a Él con la fe y amor recordará que la cercanía del Señor a sus corazones está condicionada por el alejamiento de ellos mismos de las pasiones y de todo el mal. Él, sin embargo, a veces encontraba la incomprensión de esta verdad, hasta entre los mejores de Sus discípulos.

¿Qué afligía más a nuestro Salvador? ¿La falta de fe, o la fe ajena al espíritu cristiano? Pensamos que ambas cosas en medida igual y esto se confirma cuando se considera el milagro de saciar a gran cantidad de gente con cinco panes. Como resultado de este milagro el pueblo decidió proclamar a Él su rey e ir contra los romanos.

No para sorprender al pueblo con Su fuerza sobrenatural, que el Señor hizo este milagro. El pueblo, olvidando las necesidades de su cuerpo, siguió al Señor al lejano desierto, y el Señor enseñaba varias veces que no se debe preocupar que se comerá o beberá y en que se viste, sino buscar el Reino de Dios y su verdad y entonces todo lo demás se agregará para nosotros. El pueblo actuó según este mandamiento en aquel día, ¿no se debería justificarlo de hecho? Así la compasión para el pueblo y confirmación de los creyentes en la despreocupación para las necesidades de la vida — era el motivo para el milagro de los panes. En cambio por esta fe ardiente pero insensata en Su misión que llenó al pueblo saciado, el Señor no solo no se alegró, sino se ocultó de ellos. Y cuando el pueblo encontró a Él el día siguiente de otro lado del mar, ya algo tranquilizado después de la primera impresión, entonces el Señor comenzó a acusarlo y aquí justamente se reveló la poca solidez de su fe externa, ya que aquellos que ayer exclamaban: "Éste verdaderamente es el profeta que había de venir al mundo," — decían hoy: "Dura es esta palabra: ¿quién la puede oír?" — y se quejaban de Él de manera que "Desde esto, muchos de sus discípulos volvieron atrás, y ya no andaban con él" (Ju. 6:14, 60-66).

Aquí la explicación del evangelista sobre la fe, basada en demostraciones externas: "Y estando en Jerusalem en la Pascua, en el día de la fiesta, muchos creyeron en su nombre, viendo la señales que hacía. Mas el mismo Jesús no se confiaba a sí mismo de ellos, porque él conocía a todos" (Ju. 2:23-24). El Señor sabía que los judíos perderán a esta fe externa en cuanto verán hasta que punto Su enseñanza contradice a sus pasiones. "Gloria de los hombres no recibo. Mas yo os conozco, que no tenéis amor de Dios en vosotros. Yo he venido en nombre de mi Padre, y no me recibís: si otro [posiblemente el anticristo] viniere en su propio nombre, a aquél recibiréis" (Ju. 5:41-43).

Para liberar al pueblo hebreo de prejuicios basados sobre las deformaciones fariseos de la fe bíblica, el Señor indica directamente Sus plenipotencias celestiales que el pueblo comprendió correctamente como la confesión de Su igualdad con el Padre: "Mi Padre hasta ahora obra, y yo obro. Entonces, por tanto, más procuraban los judíos matarle, porque no sólo quebrantaba el sábado, sino que también a su Padre llamaba Dios, haciéndose igual a Dios" (Ju. 5:17-19). En otro caso parecido el Salvador dice por eso: "Porque Señor es del sábado el Hijo del hombre" (Mat. 12:8). Los judíos malos tercamente discutían con las palabras del Señor y Él aquí de nuevo indica que ni los milagros, ni las profecías son la causa de la fe en Su enseñanza, sino al contrario, el rechazo de los judíos hacia Sus mandamientos es la causa de falta de fe en Sus milagros: "¿Por qué no reconocéis mi lenguaje? porque no podéis oír mi palabra" (Ju. 8:33-43; 5:38-44). Según esta misma consecuencia el Señor exigía fe de aquellos que pedían sanaciones milagrosas, y negaba mostrar el milagro a los enemigos no creyentes en Su enseñanza, prometiéndoles solo el milagro del profeta Jonás y preguntando a los sufrientes que pedían sanaciones: "¿Puedes creer?Todo es posible para él que cree; según su fe que sea para vosotros" etc.

Así el Señor no entildaba la fe en Él a la fuerza, a pesar de que podía lograrlo con los milagros, pero cuando los no creyentes Le preguntaban con juramento: "¿Eres tú el Cristo, el Hijo del Bendito? Y Jesús le dijo: Yo soy; y veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra de la potencia, y viniendo en las nubes del cielo" (Mc. 14:61-62).

Sin duda tan claras sentencias ningún seguidor de Tolstoy puede interpretar en el sentido panteísta, sino solo en el sentido personal.

En conclusión resolvamos la perplejidad de los mahometanos y arianos en algunas sentencias del Señor. Los primeros gustan indicar las palabras de Cristo: "¿No está escrito en vuestra ley: Yo dije, Dioses sois?" (Ju. 10:34) y afirman como que el Señor Se llamaba a Sí Mismo Hijo de Dios en el sentido panhumano. Pero tal afirmación, sin base, se destruye ahí mismo por las siguientes palabras del Salvador de las cuales se ve que Él llamaba a Sí Mismo Hijo de Dios en un sentido completamente excepcional y tal nombre los judíos no deberían considerar una blasfemia hasta en el caso que Él hubiera sido un hombre común: "Si dijo, dioses, a aquellos a los cuales fue hecha palabra de Dios (y la Escritura no puede ser quebrantada); ¿A quién el Padre santificó y envió al mundo, vosotros decís: Tú blasfemas, porque dije: Hijo de Dios soy?" (Ju. 10:35-36).

Los arianos para afirmar a su herejía citaban las palabras de Cristo: "El Padre mayor es que yo" (Ju. 14:28). Los ortodoxos les responden y muy justamente que el Señor decía esto de Su ser humano y si alguien dude de esta interpretación, su duda se destruirá con la subsiguiente lectura del discurso de Cristo. Esta parte de la charla de despedida, desde el principio y hasta el capítulo 15, constituye el consuelo de los discípulos en la separación venidera, y aceptación pacifica de la denigración de Cristo. El Señor les induce que la entrega de Él no es la ejecución por un gobierno poderoso de un hombre indefenso, sino un retorno voluntario del emisario celestial del valle de humillación terrenal a la gloria del Padre celestial. "Que no se confunda el corazón vuestro decía el Señor los que creen en Dios, también crean en Mí... Voy para preparar el lugar para vosotros... Vendré de nuevo y los llevaré Conmigo... No los dejo huérfanos, vendré a vosotros."

Sin embargo, Sus discípulos no se apaciguan: Tomas, Felipe y Judas hacen a Él preguntas, por las cuales se ve su congoja desconsolada sobre la futura separación y humillación del Maestro. Él de nuevo los consuela con palabras de amor: "Que no se confunda corazón vuestro ni tenga miedo. Han escuchado lo que les dije: me voy de vosotros y vendré a vosotros. Si Me hubieran amado sigue el Señor, o sea si hubieran comprendido lo que sirve para Mi gloria, entonces comprenderían que no una humillación Me espera en Mi muerte humana, en la muerte de aquel que ven en Mí, ya que muriendo humanamente vuelvo al Padre, Quien es mas que Yo en esta Mi naturaleza humana si Me amareis os alegraríais que voy al Padre, ya que Mi Padre es mas que Yo" (Ju. 14:28). Consolando a Sus discípulos de la futura crucifixión y muerte según Su naturaleza humana ¿podría el Señor en estas palabras hablar sobre Su Divinidad, Que no muere? Si hasta sin esto Él recién les confesó Su Divinidad y consubstanciación con el Padre: "El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y Nosotros vendremos a él, y haremos con él morada" (Ju. 14:23) y algo antes: "El que me ha visto, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre? ¿No crees que yo soy en el Padre, y el Padre en mí?" (Ju. 14:9). Es la indicación sobre la igualdad perfecta del Padre e Hijo.

Las mismas palabras sobre la morada de Padre e Hijo en el corazón del creyente y también las subsiguientes predicciones del Señor que los creyentes entrarán en la unión de Padre e Hijo nos aclaran una mas de las perplejidades de los mahometanos a causa de las palabras: "Asciendo a Mi Padre y Padre de vosotros y a Mi Dios y Dios vuestro" (Ju. 20:17). Aquí no hay ningún indicio sobre desigualdad de Padre e Hijo, sino la indicación de la participación de todos los creyentes en la gloria de Padre e Hijo y que ellos no son ya esclavos de Cristo sino sus amigos (Ju. 15:15).

Es justamente en esta gloria entra el Señor después de Su Ascensión y en Sus palabras a María Magdalena Él certifica que también Sus amigos se tornan tan cercanos a Su Padre, como Él les prometió que su neoagraciada relación a Dios se acerca ahora a aquella relación que existe entre propio ser humano y Dios, que por Su ser humano ellos ahora son Sus hermanos: "Anda a mis hermanos u diles" (Ju. 20:17). Mas adelante en el mismo capítulo del Evangelio, el Señor recibe la confesión de uno de Sus hermanos por lo humano: "¡Señor mío, y Dios mío!" y aprobando le contesta: "Tú creíste porque Me has visto; bienaventurados los que no vieron y creyeron" (Ju. 20:28-29). Con estas palabras Él beatifica a nosotros, los creyentes en que Él es Dios verdadero, y condena a los que dudan.

Tal es la respuesta definitiva nuestra a la principal pregunta, verificada por el Evangelio a través de toda la vida terrenal de Jesucristo y reconciliada con todas las supuestas contradicciones. El Señor Se confesó Dios verdadero, pero deseó que esta verdad fuera asimilada por Sus discípulos en forma paulatina, amando antes la santidad de Sus mandamientos, inclinándose ante Su humillación y sufrimientos y al fin conociendo Su resurrección.

 

Hijo del hombre.

Experiencia de interpretación

En qué sentido el Señor llamó a Sí Mismo Hijo del Hombre? Los teólogos trabajaron mucho sobre esta pregunta, escribieron muchos libros sobre ese tema, pero la pregunta misma dejaron abierta hasta ahora. Algunos interpretaban esta expresión en el sentido antimonofisita, entendiendo en ella la indicación sobre la naturaleza humana de Cristo. No pocos son los intentos de encontrar en esta expresión la indicación sobre la mas esencial finalidad de la llegada del Señor y desde este punto de vista explicaban esta expresión o en el sentido de Redentor, o Pastor y Maestro, o en general Mesías.

Sin embargo, todas estas interpretaciones resultaban tan poco convincentes que el conocido profesor de la Academia Teológica de Petersburgo V. V. Bolotov reunió toda una referencia en la cual, habiendo refutado a todas las interpretaciones, llegó a la conclusión que en la ciencia no hay una satisfactoria interpretación de este nombre de Cristo y por eso se lo debe reconocer carente de contenido definido y simplemente un dicho que sustituye al pronombre de primera persona.

Pero pensar que la ausencia de alguna idea en la ciencia demuestra su ausencia en la realidad, es muy erróneo. Estar de acuerdo con esto no pueden ni los admiradores de la ciencia contemporánea, ya que con esto se niega el progreso científico, ni mucho menos los negadores de la teología escolar actual, porque las mencionadas tentativas son obra de la escuela y no de contemplación de los Santos Padres. Y, en realidad, la deducción de V. V. Bolotov es refutada muy claramente por Evangelio del cual citaremos ahora algunas sentencias que atestiguan que el Señor Salvador no solo unía este nombre, que estamos discutiendo, con un contenido definido, sino además consideraba que era conocido por el pueblo, al menos a algunos y en cierta medida. "¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?" (Mat. 16:13). Está claro que Él deseaba escuchar de la gente la deducción desde algo conocido a desconocido. "Que Yo Hijo del Hombre, esto lo saben todos, pero ¿a quién consideran ellos el Hijo del Hombre?" La respuesta: "Unos por Juan el Bautista, otros por Elías..." De ahí se ve que no solo el Señor y los apóstoles, sino todos los judíos generalizaban ciertos indicios bajo el concepto de "Hijo del Hombre," pero se dividan en opiniones, quién justamente de los justos o enviados debía encarnarlos en sí. Una tal pregunta con gran perplejidad planteaban al Salvador los judíos hostiles al final de Su vida terrenal, cuando para todos era claro que Él se confiesa a Sí Mismo el prometido Mesías o Cristo. De repente Él les habla de inminente crucifixión de Él. Esto ellos no podían entender de ninguna manera. "Nosotros hemos oído de la ley, que el Cristo permanece para siempre: ¿cómo pues dices tú: Conviene que el Hijo del Hombre sea levantado? ¿Quién es este Hijo del Hombre?" (Ju. 12:34). Si Tú eres Hijo del Hombre Cristo, no puedes morir, y si Tú dices que serás muerto y Te manifiestas como Hijo del Hombre, entonces ¿quién eres Tú? Sabemos que el Hijo del Hombre será Cristo y ahora vemos en Ti al Hijo del Hombre pero no podemos reconocer a Ti como Cristo si Tú serás muerto.

La sentencia del Señor, abajo mencionada, indica mas claramente todavía que con las palabras "Hijo del Hombre" el Señor no sustituía simplemente al pronombre de primera persona, sino ponía en ellas un particular contenido definido. "Como el Padre tiene vida en sí mismo, así dio también al Hijo que tuviese vida en sí mismo: Y también le dio poder de hacer juicio, en cuanto es el Hijo del Hombre" (Ju. 5:26-27).

Esta sentencia exige definitivamente de la teología bíblica dar la respuesta a la pregunta planteada: ¿qué entendía el Señor bajo palabras "Hijo del Hombre"?

Difíciles para la comprensión palabras y expresiones del Nuevo Testamento deben ser explicadas según el Antiguo Testamento, tal como hacía Juan el Crisóstomo y otros interpretadores de la Iglesia y de lo cual casi totalmente separaron la ciencia los protestantes. Al investigar muchas sentencias del Antiguo Testamento con las palabras "Hijo del Hombre," la ciencia contemporánea hace un error acostumbrado. Trata, a toda costa, encontrar en todas ellas un mismo pensamiento y además trata de hallarlo según la mayoría numérica de sentencias con sentido conocido. Mientras tanto, es indudable que en la Biblia esta expresión tiene varios sentidos directo y derivado, tal como otras expresiones p. ej: Reino de Dios, Reino Celestial, la fe, salvación, la ley y otros, lo cual raramente toma en cuenta la ciencia escolástica.

Así, nos deben interesar poco la mayoría de las sentencias del Antiguo Testamento en las cuales Hijo del Hombre significa un hombre en general y simplemente hombre para distinguirlo de los cortesanos o del rey. Es necesario hacer notar que la expresión de algún concepto o calidad al agregarle hijo o hija (hijos del reino — Mat. 8:12, 13:38; hijos de gehena — 23:15; Hijos del trueno Mc. 3:17; Hijos del mundo — Luc. 10:6; hijos de la resurrección — 20:36; hijo de la luz — Ju. 12:36; hijos de la perdición — 17:12; hijos de la oposición — Ef. 2:2, 5:6; Col. 3:6 y otros; hija de Sion, hija de Israel — en lugar de Sion, Israel — Mat. 21:5; Ju. 12:15) significa una asimilación particularmente profunda de cierta cualidad como si fuera una plena penetración por él. En particular, la expresión "Hijo del Hombre" en mayoría de los lugares significa humanidad por excelencia.

En Antiguo Testamento hay un lugar donde Hijo del Hombre es llamado directamente el futuro Mesías, no un hombre común, sino alguien Divino y sin duda que este lugar, esta visión del profeta Daniel el Salvador Mismo no una vez aplicaba a Sí Mismo. En esto se encuentra la solución del problema que nos ocupa. Este lugar es bien conocido para todos que estudian las Sagradas Escrituras.

El profeta Daniel vio a distintos animales monstruosos que reinaban sobre la tierra y sobre el pueblo de los santos y que hablaban orgullosamente contra Dios. Sin embargo, su poder era de corta duración.

"Veía yo al final, que fueron puestos los tronos y se sentó el Anciano, Su vestido era blanco como la nieve y los cabellos de Su cabeza, como ola pura... Los jueces se sentaron y abrieron los libros..." Los animales fueron privados de poder y ejecutados con el fuego, ¿Quién en lugar de su reinado de corta duración recibe el poder eterno? "Veía yo en visiones nocturnas, he aquí con las nubes del cielo iba como si era Hijo del Hombre, llegó hasta el Anciano [Dios Padre] y lo acercaron a Él. Y fue dado a Él el poder, la gloria y el reino, para que todos los pueblos y tribus y lenguas sirvieran a Él; Su reinado es un reinado eterno, que no pasará y reino de Él no será destruido" (Dan. 7).

Los lectores del Nuevo Testamento no pueden dudar que justamente a esta visión se refiere el Señor, llamando a Sí Mismo Hijo del Hombre en varias sentencias. Los judíos veían unánimemente en las palabras de Daniel una indicación del Mesías, al Cual ellos imaginaban como juez de todos los pueblos, restaurando el reino de Israel y sometiendo a Él todas las tribus de la tierra. Con esta pregunta se dirige a Él Nekodem: "¿Tú eres Aquel, Quien debe llegar según las profecías?" El Señor no niega esto, pero indica que Él no es simplemente un hombre agrandado, tal como entendían los judíos la profecía de Daniel, sino un Dios que Se disminuyó a Sí Mismo. Solo ante tal cita muda de los interlocutores a la profecía se hace comprensible la continuación de la conversación. Sí, Yo soy Aquel que llegará al Anciano, pero debes saber que "Nadie subió al cielo, sino el que descendió del cielo, el Hijo del Hombre, que está en el cielo... No envió Dios a su Hijo al mundo para que condene al mundo" (Ju. 3:13, 17).

Todavía mas clara es la proximidad de las siguientes palabras de Cristo a la visión de Daniel: "cuando se sentará el Hijo del Hombre en el trono de su gloria, vosotros también os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel" (Mat. 19:28; a esto también se refieren las palabras de Apóstol Pablo: "¿O no sabéis que los santos han de juzgar al mundo?" 1 Cor. 6:2).

Pero, particularmente claro y completamente indudable el acercamiento de Su personalidad con la profecía de Daniel encontramos en la respuesta del Señor al Caiafa a la pregunta: "¿Eres tú el Cristo, el Hijo del Bendito? Y Jesús le dijo: Yo soy; y veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra de la potencia, y viniendo en las nubes del cielo" (Mc. 14:62; Mat. 26:64). Al citar la profecía el Señor declinó de Sí la acusación de blasfemia que Él siendo hombre, Se hace Dios (Ju. 10:23). Esto es particularmente claro según el Evangelio de Lucas. "Y dijeron: Eres Tú Cristo, dilo a nosotros. Él les contestó: Si les diré, no Me creerán, si les preguntaré, no Me contestarán y no Me soltarán." Evidentemente, el Señor quiso preguntarles según la visión de Daniel (como antes preguntó según el Salmo 109), quién es aquel Hijo del Hombre, quien fue igualado con el Anciano, — ya que luego Él cita a esta visión: "Desde ahora Hijo del Hombre Se sentará a la derecha de la Fuerza de Dios." Esta era la cita, pero para acusar a Cristo de blasfemia, era necesario lograr de saber si Él refiere a esta cita a Sí Mismo. "Y dijeron todos: ¿Así Tú eres Hijo de Dios? Él les contestó: Vosotros decís que Yo soy" — o sea "¡Sí! Yo soy Hijo de Dios" (Luc. 22:70).

Los Apóstoles vivían con la esperanza de ver con sus propios ojos la realización de la profecía de Daniel en Cristo y de esto fueron dignos: Esteban, Su primer confesor, y Juan, que sobrevivió a todos otros. "He aquí, veo los cielos abiertos, y al Hijo del Hombre que está a la diestra de Dios" (Hech. 7:56).

Todavía en Apocalipsis hay dos lugares, donde el Señor es llamado Hijo del Hombre y de nuevo aplicado a la visión de Daniel: "Y he aquí una nube clara y sobre la nube está sentado alguien semejante al Hijo del Hombre" (Ap. 14:14). La visión de Daniel tan claramente estaba reproducida en la historia de Nuevo Testamento, que el Señor para mostrar Su consubstanción con el Padre, revelaba a Sí Mismo en visiones con mismas características como cuando apareció al profeta el Dios Padre, o sea en vestimenta blanca como nieve, como durante la Transfiguración o con cabello blanco como una ola con base de fuego como en la primera visión de Apocalipsis (1:3) y a pesar de no ser nombrado Anciano pero con nombres de mismo significado: "El Alpha y la Omega, principio y fin" (Rev. 1:8). "Yo soy el primero y el último; dice mas adelante el Hijo del Hombre, — Y el que vivo, y he sido muerto; y he aquí que vivo por siglos de siglos, Amen" (Rev. 1:18).

Así, aclaramos, que llamar a Sí Mismo Hijo del Hombre el Señor basa sobre la visión de Daniel y a esta visión se refiere en la mas solemne confesión de Sí Mismo como Mesías e Hijo de Dios, antes de Su muerte y por la cual fue sentenciado a la muerte.

Sin embargo, con esta aclaración nos hemos acercado solo a la respuesta sobre la pregunta de nuestro artículo, pero no la resolvimos. Debemos ahora concebir ¿cuál era el sentido de la visión de Daniel? ¿Qué cualidades de Mesías preindicaba el profeta, llamando a Él Hijo del Hombre?

Los teólogos ven en esta visión la indicación de la dignidad Divina del Mesías y tienen razón. Pero con esto no solo no se agota la explicación, sino hasta ni se indica su principal pensamiento. Para comprender a la Biblia nunca hay que limitarse con la definición de cualidades metafísicas e históricas de las personas y fenómenos, ya que esta faceta de ellos es primaria desde el punto de vista aristotélico y escolástico y no del bíblico. Esta definición no está ausente en la última pero no ocupa en ella un lugar principal, que en mayoría de los casos pertenece al punto de vista teológico.

Todo lector del libro de profeta Daniel no tendrá dificultad de interpretar a esta visión ya que ella está interpretada por el mismo profeta. Los reinos de animales son reinos paganos, en cambio el reino de Hijo el Hombre es reino de Santos, o sea la Iglesia de Cristo. Con esto terminan las explicaciones contemporáneas de la visión, pero esto es solo prefacio y no la explicación misma. Hay que contestar, por qué los reinos paganos son representados bajo el aspecto de animales, en cambio el Reino de Dios bajo aspecto de Hijo del Hombre. Esto debe ser aclarado en relación a la exposición de cómo Dios enseñaba al pueblo elegido sobre su llamado y cómo lo entendieron los elegidos Divinos.

Los Bibleístas aclaran este llamado desde el punto de vista mesiánico y esto es correcto, pero no completo. La enseñanza mesiánica fue dada en forma muy camuflada, mas claramente fue revelado al patriarca y legislador la misión moral del pueblo judío entre los impíos paganos "El Señor apareció al Abraham y le dijo: Yo soy Dios todopoderoso: camina ante Mí y seas justo y colocaré Mi testamento entre Mí y ti" etc. (Gen. 17:1). La finalidad de este testamento el Señor definió mas claramente en otra visión, cuando le reveló el futuro castigo de Sodoma por su perversión y crueldad. "De Abraham se originará un gran pueblo fuerte y serán bendecidos en él todos los pueblos de la tierra. Ya que lo elegí para que él ordene a sus hijos y casa de caminar después de él por el camino del Señor, haciendo la verdad y juicio" (Gen. 18:18-19).

Fijando la alianza con el pueblo israelí para que él haga verdad y juicio, el Señor le prohíbe de tener amistad con pueblos impíos para que estos no lleven al pecado a Su herencia (Ex. 23:32-33), para que no le enseñen la fornicación (Ex. 34:13-16). Enseñando mandamientos de castidad a Su pueblo, el Señor agrega: "No se profanen con esto; ya que con todo esto se mancharon los pueblos que yo echaré de vosotros. Y se profanó la tierra y Yo miré su iniquidad y la tierra sacó de sí a los que vivían sobre ella" (Lev. 18:24-30).

Pero Israel no conservó la alianza con Dios y la tierra de Dios lo precipitó de acuerdo a la terrible advertencia del Señor y he aquí, él en la esclavitud en las manos de impíos paganos volvió en sí y de nuevo se inspiró con la esperanza que el Señor cumplirá Sus promesas hechas a Abraham, Isaac, Jacobo y Moisés. Viviendo entre paganos como pueblo de santos, él cada vez mas comprendía su superioridad infinita sobre estos servidores de pasiones repelentes, pero al mismo tiempo, no podía no percibir que está obligado estar no a la cabeza de la vida histórica, sino a su cola, tal como fue predicho por el Señor. Enormes estados, igualmente ajenos de contenido moral y sabiduría Divina o se potencian, o destruyen unos a los otros y si el pequeño Israel hasta recibió la libertad de Nabujodonosor, Ciro o Dario, ¿qué puede esperar de su destino futuro? Si los estados que luchan, estas culturas diferentes que despojan unas a las otras, van a tirar a él como pelota uno debajo del otro, entonces esperar la vuelta de su grandeza no tiene ningún apoyo: ¿en qué se expresará su predestinación mundial, y cómo se cumplirá la palabra Divina sobre que en él serán bendecidos todos los pueblos de la tierra? Esta perplejidad resuelve la visión de Daniel, y a él se refieren también las profecías mas tardías de Aggeo, Zacarías, Malaquías, Ezdra y los apócrifos de contenido escatológico, Daniel y otros profetas convencen a Israel que su predestinación no es política, ni mundana, sino moral. Brillantes y terribles reinos lo atemorizan como temibles y repelentes monstruos, pero su poder es de corta duración y su gloria vana: el Señor ve su falsedad y pronto los destruirá. En forma contraria, la obra modesta y poco visible que se produce en Israel tiene una predestinación eterna y mundial. Aquellos reinos monstruosos se precian con la fuerza y riqueza y hablan en forma altanera. Israel, pueblo de santos, puede alabarse solo de que está educando a verdadero hombre, hijo del hombre. Hasta que punto el hombre es mas débil que un oso, una pantera o cualquier monstruo (Dan. 7:7), tanto también él es mas valioso y bello que ellos. Así es la relación del pueblo de santos con los pueblos que lo vencen. Y el Omnipotente sabe esto. Él prepara una pronta ejecución para los temibles reinos paganos, en cambio el Hijo del Hombre que expresa en sí la predestinación del pueblo que cumple la verdadera ley, llegará hasta el Anciano y reinará sobre el universo.

Viendo este extraordinario enaltecimiento de humilde Hijo del Hombre sobre los animales temibles, el profeta le preguntó sobre el significado y recibió la respuesta: "Estos grandes animales que son cuatro, significan que cuatro reyes se levantarán de la tierra. Luego tomarán el reino los santos del Altísimo y poseerán el reino por los siglos de los siglos (Dan. 7:17-27).

Así, el Hijo del Hombre, que recibió la honra, iguala Dios, expresa en Sí aquella santidad, por la cual el pueblo de santos difiere de los orgullosos y parecidos a los animales pueblos paganos.

Cuando el Señor vino a la tierra, el ánimo general del pueblo era igual como en los tiempos de Daniel. Valorando altamente su espiritual superioridad sobre los impíos paganos, recordando siempre su excepcional elección, los hebreos no podían aceptar pacíficamente el yugo pagano. Su impaciente espera se concentró ahora en la muy definida imagen del Salvador-Mesías, Quien echará y vencerá a los romanos y reinando en Sion, juzgará a los pueblos tal como profetizó Daniel. Sobre este juicio el Señor habla con Necodemo y el pueblo quiso entronizarlo después del milagro de saciedad con cinco panes.

¿Sería necesario hablar que el Señor, menos de todo, deseaba tal comprensión de Su misión, tal entendimiento de las visiones de Daniel? El Hijo del Hombre, sobre el Cual habla el profeta, es de verdad Él, que bajó del Cielo, pero Él vino no para una externa subyugación de los pueblos, no para un juicio castigador sobre los reyes y reinos, sino para hacer entrar al pueblo de santos en la esperanza del reino no terrenal, eterno (no tal como Moisés y Abraham que todos murieron), para un juicio espiritual — acusador, y no castigante; Sus seguidores no deben esperar la gloria terrenal, — el Hijo del Hombre no tiene donde apoyar la cabeza. Llegará en su tiempo también la gloria visible del Hijo del Hombre, pero ya no para esta, sino para la vida futura, describiéndola el Señor continuamente llama a Sí Mismo Hijo del Hombre (Mat. 10:23; 13:41: 16:27; 19:28; 24:30; 37:39; 24:44; 25:13).

Así, el Hijo del Hombre entrará en Su gloria en la vida futura, en cambio en esta vida Él es no uno de los reyes-conquistadores que previó Daniel en forma de animales monstruosos, sino justamente Hijo del Hombre, el hombre verdadero, como debe ser todo el pueblo de santos. Como indicador de hazaña del pueblo de santos Él, llamando a Sí Mismo Hijo del Hombre, al Cual vio Daniel, trata de convencer con eso a todos los israelíes, de rechazar la sed de gloria terrenal, característica a los paganos, y seguir a Él en lo que Dios cerró la alianza con Abraham: hacer la verdad y el juicio. Así, en lugar de una esperada grandeza terrenal, el Señor dice a Israel: "Bienaventurados seréis, cuando los hombres os aborrecieren, y cuando os apartaren de sí, y os denostaren, y desecharen vuestro nombre como malo, por el Hijo del Hombre" (Luc. 6:22).

Uniendo todo lo dicho, afirmamos que el Señor llama a Sí Mismo Hijo del Hombre, como exponente y predicador de verdadera humanidad, o sea santidad personal como contrapeso de aquellas condicionadas políticas esperanzas, que ponían sobre Él Sus contemporáneos. Él eligió para este fin el nombre Hijo del Hombre ya que con este contenido este fue citado en la visión de Daniel. El Hijo del Hombre revelando en Sí al verdadero hombre santo, aparece como jefe del reino espiritual de santos que será, según el profeta, eterno en la vida futura, pero en la vida actual completamente otro de cómo lo esperaban ver los mismos judíos.

 

En qué difiere la Fe Ortodoxa de las confesiones occidentales

A una pregunta así muchos de los rusos ilustrados dirán — en las ceremonias. El absurdo de semejante respuesta es de tal modo evidente que ésta no merece atención. Sin embargo, muy poco mas cerca de la verdad es la otra opinión que es característica para la gente teológicamente preparada. Ellos les dirán sobre filioque, la supremacía papal y otros dogmas rechazados por los ortodoxos, y sobre aquellos dogmas — comunes para la ortodoxia y catolicismo — que a su vez son rechazados por el protestantismo. Resultaría que la ortodoxia carece de contenido que constituye su exclusiva propiedad igualmente ajena a las confesiones europeas. Mientras tanto, el origen de estos últimos que salieron unos de otros obliga a pensar que todos ellos son igualmente ajenos a tales o cuales tesoros de la verdad de Cristo, ya que es dudoso aceptar que de una herejía pueda salir otra, no conservando en sí una cierta parte de la primera y no volviendo a la Iglesia verdadera.

Los teólogos eslavonófilos en la persona de Khomiakov, por primera vez trataron de marcar la diferencia de la iglesia verdadera de las confesiones occidentales no por tales o cuales particularidades dogmáticas, sino por la común superioridad del ideal interno de la Iglesia verdadera sobre las Iglesias heterodoxas. En esto está el enorme mérito de Khomiakov ante la ciencia teológica y ante la Iglesia y ante el occidente ilustrado que la valoró tan unánimemente como los literatos rusos que se interesan de religiones. Esta valoración se manifiesta en forma mas convincente, porque todos los teólogos europeos que miran con simpatía a la ortodoxia, hablan de ella con la formulación de Khomiakov de las pasiones confesionales. En particular los antiguos-católicos que son atraídos hacia la Iglesia ortodoxa y que comenzaron una larga correspondencia oficial sobre el acercamiento a nosotros de su comunidad, expresan justamente los puntos de vista de Khomiakov sobre las cuestiones principales que separan, según ellos, a nosotros de los antiguos-católicos. Entendemos el pensamiento de filioque como una innovación, ante todo contraria a la disciplina eclesiástica, que ordena "conservar la unión del espíritu en la alianza de la paz" y sobre la transubstanciación en eucaristía como el concepto ajeno a la tradición eclesiástica (que enseña sobre transposición) y tomado de los teólogos occidentales.

Entre todos los trabajos teológicos que escribieron rusos, el pequeño tomo de Khomiakov es el mas popular tanto entre nuestra sociedad ilustrada, como en el extranjero. No vamos por eso reproducir en detalle sus ponencias. Recordemos que él ve la diferencia de confesiones en su enseñanza sobre la 9ª parte del Credo enseñanza sobre la Iglesia. Revelando la enseñanza ortodoxa sobre la verdad, completamente deformada y casi perdida por todo Occidente disidente, Khomiakov muy claramente muestra el valor moral de nuestro ideal espiritual, la superioridad en general de nuestra fe sobre los disidentes, que perdieron a una de las mas santas y que elevan el alma, verdades del cristianismo. Entendiendo bajo Iglesia no tanto el poder, cuanto una reciproca unión de las almas que plenifican unas a las otras con su misteriosa comunión con Cristo, Quien se revela a los creyentes no cada uno por separado, sino en su reciproco amor, según su unión (concilio universal), Khomiakov introduce en todas las exigencias de la disciplina eclesiástica y el mismo conocimiento de la verdad Divina (lo que es condicionado con la autoridad de la tradición eclesiástica) un espíritu alegre, ajeno a la esclavitud, que nos lleva a la amplitud inconmensurable de la comunión con todo el mundo de creyentes, con toda la eternidad.

Reconociendo plenamente que la enseñanza ortodoxa sobre la Iglesia está expresada por Khomiakov en forma correcta y que él suficientemente manifestó la superioridad de la ortodoxia sobre las confesiones occidentales, que perdieron la comprensión sobre la unión moral de los creyentes tanto en su vida religiosa y conocimiento religioso y rebajaron al Reino Divino al grado o de una hazaña personal (individual), o externamente una organización gubernamental legal. Reconociendo esto y admirando el merito teológico y misionero de Khomiakov, afirmamos, sin embargo, que su definición de la ortodoxia, o — lo que es lo mismo — un cristianismo verdadero y teorevelado, en contrapeso de las confesiones europeas, no está completo. Hace tiempo que teníamos ganas de completarlo.

En realidad, la diferencia entre nuestra fe y otras confesiones es mucho mas profunda.

El dogma de la Iglesia es uno de los mas importantes; nuestra comunión a través de la Iglesia debe estar presente siempre en la conciencia de un hombre creyente. Pero, además de esto, en la definición de la relación directa de cada persona con Dios y con su vida, se siente profunda diferencia entre el europeo de otra confesión y un cristiano ortodoxo. Con esta diferencia están penetrados hasta los pequeñeces. Tomemos las reglas de la vida espiritual. Unas de ellas, según las cuales estudiamos en la escuela y que componen el contenido de nuestra ciencia teológica, dogmática y moral, están tomadas de los católicos y protestantes; solo están suprimidas las conocidas y condenadas por las autoridades eclesiásticas, errores directos de otras confesiones. Otras reglas de nuestra vida espiritual son comunes a gente ilustrada y al pueblo tanto contemporáneos como nuestros ancestros por la fe hasta siglo IX y antes — constituyen el contenido de oraciones litúrgicas, himnos y nuestra moral de Santos Padres.

¡Pero cosa remarcable! Entre los dos géneros de estas reglas casi no hay una relación interna. Los teólogos diplomados no conocen a nuestros prefacios, himnos dogmáticos (versículos y cánones), nuestros Cheti-mieas, y si a veces los conocen, no como pensadores religiosos, sino como simples orantes, como aficionados del canto de la iglesia. Mientras tanto esta literatura eslava, en gruesos libros, es la única y principal alimentadora y creadora de la real y viva fe rusa, y no solo del simple pueblo, sino también del ilustrado. Sin embargo, la ciencia teológica no puede ni acercarse a ella, aunque sea por un interés psicológico.

Tomemos ahora a los mas perfectos cristianos, dirigentes de la vida cristiana entre nosotros: el ierosjimomonje Ambrosio, p. Juan, obispo Teófano. Ellos no son angostos fanáticos, ellos son los educandos de seminarios y academias, encuentren en sus enseñanzas citas de nuestra teología escolar. ¡No lo encontrarán, salvo casuales menciones!

Proponga a ellos montañas de tomos científicos como ayuda para sus enseñanzas, ellos los tratarán con respeto, pero no encontrarán nada para sacar para ellos. Lo mismo siente el cristiano común que desea interpretar mentalmente tal o cual fenómeno de su vida religiosa. Evidentemente la ciencia teológica nuestra formada según principios occidentales, aunque ajena a los errores occidentales, está tan lejos de la vida espiritual de un cristiano ortodoxo, de tal manera no emparentada con ella, que no solo no puede dirigirla, sino hasta no puede acercarse a ella.

Esto no podría ser si solo en la enseñanza sobre la Iglesia se centraba la diferencia de la teología occidental de la ortodoxa; pero esto pasó porque las religiones del occidente cambiaron el concepto mismo de la vida cristiana, su meta, sus condiciones.

Siendo rector de academia di a un estudiante inteligente un tema: comparar la enseñanza de la moral cristiana según el obispo Teófano y Martensen. Martensen — es un famoso predicador protestante reconocido como mejor moralista-teólogo, además, el mas libre de errores confecciónales. El Ob. Teófano — un ilustrado teólogo ruso, es rector de la Academia teológica de Petersburgo. ¿Y qué? Resultó que la moral cristiana bajo la pluma de estos dos autores apareció en forma completamente diferente y a menudo contraria. El resumen de diferencias es formulado así.

El Ob. Teófano enseña como organizar la vida según la exigencia de la perfección cristiana, en cambio, el obispo occidental (sit vena verbo) toma del cristianismo aquello y tanto que está coincidente con las condiciones de la vida cultural contemporánea. Significa, el primero ve el cristianismo como soporte eterno de la verdadera vida y exige a cada uno romper a sí mismo y a la vida hasta que ella entre en esta norma, en cambio, el segundo ve las bases de la vida cultural contemporánea como a un hecho encolumne y solo en la parte de variantes particulares existentes de éste indica aquellas que son mas aprobativos desde el punto de vista cristiano. El primero exige un heroísmo moral, la hazaña, el segundo — busca ¿qué cosa del cristianismo nos serviría en nuestra actual organización de la vida? Para el primero, para el hombre, llamado a la eternidad post-tumba, en la cual comenzará la vida verdadera, el mecanismo históricamente formado de la vida actual es un ínfimo fantasma, en cambio, para el segundo la enseñanza sobre la vida futura — es un idea alta que ennoblece y ayuda a nosotros de organizar mejor la vida real.

En la diferencia de estos dos maestros de la virtud se muestra la diferencia de las religiones de Europa occidental y la fe ortodoxa. La última sale del concepto de perfección cristiana o la santidad y desde este punto de vista valora la realidad, en cambio el occidente se afirma en el "status quo" de la vida y busca aquel mínimo de funciones religiosas con las cuales se puede salvarse, si de veras existe la eternidad.

"Ud. indica no creencias falsas sino un animo religioso rebajado del Occidente" — nos dirán.

¡Sí! respondemos; hasta ahora hablábamos sobre el ánimo, sobre la degeneración de la vida y del pensamiento religiosas del Occidente; ahora indicaremos el alto principio que ellos perdieron.

El cristianismo es la hazaña de la virtud, el cristianismo es la perla, para adquirirla el comerciante conciente del Evangelio debió vender todo lo que tenía. Históricamente bajo esta decisión sacrificada, bajo la aceptación de la cruz se entendían supuestamente diferentes hazañas: durante la vida terrenal del Salvador entrada en el numero de discípulos que seguían a Él; luego la confesión de la fe y el martirio; luego desde el siglo IV y hasta siglo XX la vida eremítica y el monaquismo. En realidad, estas formas diversas de la hazaña eran solo condiciones de una idea, una meta un paulatino logro en la tierra de la perfección espiritual o sea la liberación de las pasiones, o su ausencia y la posesión de todas las virtudes tal como piden los creyentes en la oración de Efrem Sirin que se repite durante la cuaresma y es acompañada de muchas genuflexiones. "Tal es la voluntad de Dios — vuestra santidad" — dice el apóstol y lograrla se puede solo, si se hace de ella la principal y única meta de la vida, si uno vive para lograr la santidad. En esto consiste el verdadero cristianismo — la esencia de la ortodoxia como diferencia de otras confesiones occidentales. Las herejías orientales, en este aspecto, y por consiguiente por su esencia, son mas cercanos a la ortodoxia que las occidentales (entendemos la mayor herejía oriental la de monofisitas, cercana a los armenios). La perfección espiritual de la persona queda en ellos la meta de la vida cristiana, y la diferencia surge solo en la enseñanza de cómo lograr esta finalidad.

Pero ¿dicen los cristianos occidentales que no es necesario tender hacia la perfección moral? No puede ser que nieguen que el cristianismo nos manda ser perfectos.

Decir esto, ellos no dirán, pero en esto ven ellos la naturaleza del cristianismo y hasta en la comprensión de la perfección y la obtención de ella se separarían de nosotros en cada palabra; ellos hasta no entenderán a nosotros en nada, y no estarán de acuerdo con aquello que justamente la perfección moral de la persona es la meta de la vida cristiana y no simplemente el conocimiento de Dios (como piensan los protestantes) o la buena organización de la Iglesia (tal como piensan los papistas-católicos) por lo cual, según su opinión, Dios Mismo otorga al hombre la perfección moral como premio.

La perfección moral se logra por el camino de autoactividad, trabajo complejo sobre sí mismo, lucha interna, negaciones, y en particular la autohumillación. El cristiano ortodoxo, que cumple con dedicación la disciplina espiritual, ya con esto pasa gran parte de aquella hazaña porque nuestra disciplina está organizada de tal manera que sirve para matar paulatinamente las pasiones y adquirir la perfección de gracia. A esto ayuda el contenido de nuestras oraciones litúrgicas, las hazañas de penitencia, de ayunos y aquel orden casi monástico de la vida ortodoxa que está indicado por nuestra regla y al cual severamente cumplían nuestros ancestros antes de Pedro y hasta ahora sigue la gente con principios de cultura.

Diciendo en forma breve, la fe ortodoxa es una fe ascética; el pensamiento teológico ortodoxo — aquel que no queda como un bien muerto de la escuela, sino influencia la vida y se difunde en el pueblo — es la investigación sobre los caminos espirituales de la perfección. Con este punto de vista se ve en nuestros versículos y cánones tanto las definiciones dogmáticas, como los acontecimientos de la historia sagrada e igualmente los mandamientos y la espera del Juicio Final.

Sin duda, esto no es ajeno también a las confesiones occidentales, pero allí la salvación se entiende como premio externo por cierto numero de buenas obras (también externas), o por la fe indudable en la Divinidad de Jesucristo (protestantismo). Allí no piensa y no saben pensar como paulatinamente debe liberarse el alma de su dependencia de las pasiones, como nos elevamos de la fuerza a la fuerza hacia la ausencia de las pasiones y la plenitud de las virtudes. Allí hay también ascetas, pero su vida está penetrada por un sombrío, inconsciente cumplimiento de las exigencias disciplinarias, hace tiempo establecidas, y por lo cual se les promete el perdón de los pecados y la futura vida eterna. En cambio, el concepto que esta vida eterna ya llegó, tal como dice el Apóstol Juan, que esta bendita comunión con Dios se logra con firme ascetismo todavía aquí, tal como lo dice San Macario el Grande, a todo esto el Occidente no lo entiende.

La falta de comprensión se hace mas tosca y sin esperanza. Y los teólogos occidentales contemporáneos perdieron el pensamiento que la meta del cristianismo, la meta de llegada de Cristo a la tierra es justamente la perfección moral de la persona. Ellos como si perdieron la sensatez sobre un invento, como si Cristo Salvador llegó a la tierra para traer la felicidad a una cierta humanidad de ciertos siglos futuros, mientras que Él dijo con toda claridad que Sus seguidores deben llevar la cruz de sufrimientos y que la persecución de ellos por el mundo, por sus hermanos, hijos y hasta padres serán constantes, y hacia el fin de los siglos se multiplicará con particular fuerza. Aquel bienestar que esperan en la tierra los adoradores de la "superstición del progreso" (según el exitoso término de S. A. Rachinski), es prometido por el Salvador para la vida futura, pero ni los latinos (católicos), ni los protestantes no quieren aceptarlo por la sencilla razón (hablando sinceramente) que creen poco en la resurrección y creen mucho en el bienestar de esta vida, a la cual en forma contraria los apóstoles llaman el vapor que desaparece (Jac. 4:14). Es por eso, que el sendo-cristiano Occidente no quiere y no puede entender al cristianismo que niega a esta vida, que nos manda hacer el ascetismo "sacando de sí al hombre vetusto con sus obras y revistiéndose en uno nuevo que se renueva en el conocimiento según la imagen del Creador" (Col. 3:9).

"El cristianismo es el amor al prójimo, y el amor es compasión en las congojas" notarán los cristianos contemporáneos y particularmente las cristianas; "y el ascetismo es inventado por los monjes."

No voy a discutir contra la primera ponencia, tal como discutía Leontiev; hasta diré así: si sería posible el amor sin ascetismo espiritual, sin lucha interna y sin hazañas externas, entonces lo último y lo primero no sería necesario. Pero el amor se agotó en la gente justamente cuando ellos hablaron con la boca de Lútero. Se cumplió la palabra: "y por el aumento de la impiedad se agotará el amor de muchos." Donde no hay hazaña, donde no hay lucha, allí se entronizan las pasiones e injusticias y donde reina el pecado, allí se agota el amor y la gente comienza a odiar unos a los otros (Mat. 24:10). Volviendo a la segunda premisa. Es verdad que el amor se expresa ante todo en la compasión, pero no tanto para los males externos de los prójimos, cuanto para su pecaminosidad, y tal compasión es accesible solo al que llora por sus propios pecados, o sea un hombre ascético.

"El ascetismo es inventado por los monjes"... Una dama moscovita se expresó todavía en forma mas decidida: "a toda vuestra religión la inventaron los popes; yo reconozco solo a Nuestra Señora de Iver y el mártir Triphon (l'Iverskaya et Triphon le martyr), todo el resto son tonterías." Pero estas frases muestran ante todo que nuestra gente ilustrada no entiende la palabra ascetismo.

Con este concepto no se predecide el orden de nuestra vida y por sí solo no incluye en sí ni la virginidad, ni ayunos, ni ermitanismo. El ascetismo, o hazaña espiritual, se llama la vida, plena de trabajo sobre sí mismo; tal vida cuya finalidad es la destrucción de sus pasiones: lujuria, egoísmo, maldad, envidia, gula, pereza y otras y llenar el alma con el espíritu de castidad, humildad, paciencia y amor que nunca puede ser una virtud aislada, sino compañera y realizadora de las nombradas cualidades de vida.

Sin duda, un cristiano que desea ir por su camino, verá por sí mismo que tendrá que alejarse de la distracción mundana y doblegar la carne y de a poco orar a Dios pero estas hazañas no tienen un valor terminal en ojos de Dios y lo reciben solo para nosotros mismos como condición para adquirir los dones espirituales. Un valor mucho mayor tienen las hazañas espirituales que se realizan en la conciencia del hombre: autoacusación, autohumillación, autolucha, autoobligación, permanencia en el interior, la vista del mundo post-tumba, la permanencia en los sentidos, la lucha con los pensamientos, la penitencia y confesión, la ira contra el pecado y tentación, y otros ejercicios — todo lo que es tan poco conocido a la gente actual ilustrada y es tan comprensible y conocido a todo maestro espiritual popular, pasado o actual. He aquí el alfabeto espiritual sobre el cual habla San Tikhon: "Dos tipos de científicos y sabios hombres: unos estudian en las escuelas de los libros y la mayoría de ellos son mas insensatos que los simples y analfabetos, ya que no conocen el alfabeto cristiano; afilan su mente, corrigen las palabras y las pintan, pero a su corazón corregir no quieren. Otros aprenden en la oración con humildad y dedicación y se iluminan del Espíritu Santo y son los mas sabios, mas que filósofos de este siglo; son piadosos y santos y gustan a Dios; estos, aunque desconocen el alfabeto, entienden a todo lo bueno; hablan en forma simple y tosca, pero viven en forma hermosa y bendita. ¡A estos imiten los cristianos!" (III, 193). Y en esto justamente está el contenido mas importante de verdadero cristianismo como hazaña de la vida, contenido olvidado por las confesiones occidentales, pero que constituye el centro de la literatura teológica ortodoxa, que interpreta a toda la Revelación Divina, todos los acontecimientos y sentencias Bíblicas, ante todo en la aplicación a estos peldaños de perfeccionamiento espiritual. El Encarnado, humilde y acongojado por nuestro pecado Salvador, trajo en Su Persona y en la relación Consigo la posibilidad justamente de este trabajo espiritual y en esto está nuestra salvación. Pero unos lo hacen (Fil. 2:12) voluntariamente y en forma conciente pasando la vida espiritual, otros pasan a la vida casi contra su voluntad, corrigiéndose con sufrimientos enviados por Dios y cumpliendo la disciplina de la iglesia, los terceros, solo antes de la muerte limpian con el arrepentimiento su distracción y reciben iluminación post-tumba, pero la naturaleza de la hazaña cristiana está en el ascetismo, en el trabajo sobre su alma; y en esto consiste también la naturaleza de la teología cristiana.

Si seguir a todos los errores del Occidente — tanto aquellos que entraron en su enseñanza de la fe, como aquellos que son característicos a sus caracteres, que nos llegan a través de "la ventana de Europa" — veremos que todos ellos tienen raíces en incomprensión del cristianismo como hazaña de paulatino perfeccionamiento del hombre.

Así es la enseñanza sobre la redención latino-protestante, como la venganza sobre Jesucristo de la grandeza divina, ofendida por Adán — la enseñanza que creció a partir de conceptos feudales — sobre la honra de caballeros que se restituye vertiendo la sangre del ofensor; así es la enseñanza material sobre los sacramentos; así es la enseñanza de ellos sobre un nuevo órgano de Revelación Divina en forma de papa de Roma, sea cual sea la vida de él; la enseñanza sobre los meritos debidos y supradebidos. Así es finalmente la enseñanza de los protestantes sobre la fe que salva con el rechazo de la organización eclesiástica.

En estos errores está clara la visión sobre el cristianismo como algo ajeno a nuestra conciencia y sentido, algo condicional como un concordato con Dios, que no se sabe porque nos exige el reconocimiento de algunas incomprensibles formulas y que nos premia por eso con la salvación eterna. Para protegerse de las naturales objeciones, los teólogos occidentales potenciaron la enseñanza sobre la plena incomprensibilidad no solo del Ser Divino, sino también de la ley divina y exigían de parte de los escolásticos, de Lútero y hasta del contemporáneo Ríchel reconocer a la mente como enemigo de la fe y luchar contra ella, al tiempo que los Padres de la Iglesia en las personas de Basilio el Grande y hasta Isaac Sirin consideran como enemigo de la fe no la mente, sino la estupidez humana, distracción, falta de atención y terquedad. Si de las falsas creencias religiosas pasaremos a las convicciones morales de los occidentalistas, entonces encontraremos en algunos de ellos directamente perversión de los mandamientos cristianos y estas perversiones entraron tanto en el orden de la vida occidental, social y personal que ningunas perturbaciones culturales que voltearon los altares cristianos, destruyeron los tronos reales pudieron refutar a estos salvajes y amorales prejuicios.

Así, el Señor predica el todoperdón, en cambio la moral occidental la venganza y derrame de sangre; el Señor ordena ser humilde y considerarse mas pecaminoso de todos, en cambio el Occidente coloca mas alto de todo "el sentimiento de dignidad propia"; el Señor ordena alegrarse cuando nos ofenden y expulsan, el Occidente exige la "restitución de honra"; el Señor y los apóstoles llaman al orgullo "demoníaco," los occidentalistas nobleza. El último pordiosero ruso, a veces hasta un creyente a medias indígena que venera en secreto a keremet, distingue mejor el bien y el mal que semejantes moralistas de la milenaria cultura occidental que tan tristemente mezclaron los trozos del cristianismo con la falsedad del clasicismo.

Y en la base de todos los errores se encuentra el no entendimiento de la simple verdad, que el cristianismo es una religión ascética, que el cristianismo es la enseñanza sobre la paulatina eliminación de pasiones, sobre los medios y condiciones de la asimilación paulatina de las virtudes; condiciones estas — internas, que consisten en hazañas y exteriormente dadas que se encuentran en nuestras creencias dogmáticas y benditas ceremonias sagradas que tienen único fin: sanar pecaminosidad humana y elevarnos hacia perfección.

 

 

Folleto Misionero # S 111b

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Editor: Obispo Alejandro (Mileant)

 

(mitrop_antonij_hrapovitski_s_2.doc, 07-25-2005).