El destino del hombre

después de la muerte.

Protopresbitero Miguel Pomazansky

La muerte es el destino común de los hombres. Pero, ella no es la aniquilación del hombre, sino solamente separación del alma y del cuerpo. La verdad sobre la inmortalidad del alma humana es una de las verdades fundamentales del cristianismo. "Dios no en Dios de los muertos, sino de los vivos, ya que en Él todos están vivos." En las Sagradas Escrituras del Nuevo Testamento la muerte es llamada "la partida del alma" ("que después de mi partida vosotros podáis en todo momento tener memoria de estas cosas," 2 Ped. 1:15), liberación del alma de su prisión (2 Cor. 5:1), separación del cuerpo ("sabiendo que en breve debo abandonar mi cuerpo," 2 Ped. 1:14), separación ("deseo irme y estar con Cristo, lo cual es muchisimo mejor" Fil. 1: 23), partida ("el tiempo de mi partida esta cercano" 2 Tim 4:6), Dormición ("David….durmió, y fue reunido con sus padres" Hech. 13:36). Según el claro testimonio de la Palabra de Dios, el estado del alma después de la muerte no es inconsciente, sino consciente, (por ejemplo, la parábola del rico y Lázaro). El hombre después de la muerte está sometido al juicio denominado particular, a diferencia del último juicio universal. "Es fácil al Señor, el día de la muerte pagar a cada uno según su proceder" dice la Sabiduría de Sirac (Eclesiástico 11:26). Lo mismo expresa santo apóstol Pablo: "Está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio" (Heb. 9:27). El apóstol expresa que el juicio sigue directamente después de la muerte del hombre, comprendiendo, evidentemente, no el juicio universal, sino el particular, según lo interpretan los Santos Padres de la Iglesia.

En las Sagradas Escrituras no nos es dado saber cómo sucede el juicio particular después de la muerte del hombre. Podemos solamente formar una idea parcial acerca de esto, según expresiones aisladas, que encontramos en la palabra de Dios. Así, es natural pensar, que en el juicio particular, tienen gran participación en el destino del hombre después de la muerte tanto los ángeles buenos, como los malos. Los primeros son instrumentos de la bondad de Dios y los segundos, por voluntad de Dios, instrumentos de la Verdad de Dios. Lázaro, según la parábola, "fue llevado por los ángeles al seno de Abraham," y en la parábola del rico insensato se le dice al rico: "necio, esta misma noche te reclamarán el alma" (evidentemente, la arrancarán los poderes malos, dice San Juan Crisóstomo). Por un lado, "los ángeles de los pequeños," según palabras del Señor, ven siempre el rostro del Padre celestial, y de la misma manera en el fin del mundo el Señor "enviará a sus ángeles" que "apartarán a los malos de entre los justos y los arrojarán a la hoguera ardiente" (San Mateo 13:49). Y por otro lado, "vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar" (1 Ped. 5:8). Es como si el aire estuviera lleno de espíritus malos, que están por debajo del cielo y el príncipe de ellos se llama "príncipe de la potestad del aire" (Ef. 2:2; 6:12).

Sobre la base estas indicaciones de las Sagradas Escrituras los santos Padres, desde la antigüedad han representado la senda del alma que se separa del cuerpo, como un camino a través de espacios espirituales, donde fuerzas obscuras esperan tragarse a los débiles de espíritu, y donde, por esa razón, es especialmente necesaria la defensa de los ángeles celestiales y el apoyo de la oración de parte de los miembros vivos de la Iglesia. Entre los antiguos Padres, que hablan de esto están: San Efren el Sirio, Atanasio el Grande, Macario el Grande, Basilio el Grande, Juan Crisóstomo y otros. El que explica con más detalle esta idea es San Cirilo de Alejandría en su "Homilía para la partida del alma" impreso generalmente en el Salterio de los Divinos servicios. El cuadro que describe este camino es presentado en la vida de San Basilio el nuevo. En un sueño, su discípulo vio a la difunta venerable Teodora, quien le manifestó lo que ella vio y experimentó después de su muerte y durante el asenso de su alma a las mansiones celestiales. La vía que sigue el alma después de dejar su cuerpo se suele llamar "pruebas," — "mitarstva" en eslavo. En relación con el carácter metafórico del relato de los "mitarstva," el Metropolitano Macario de Moscú señala en la "Teología Dogmática Ortodoxa": "Es necesario recordar firmemente las instrucciones que le dio el Ángel a San Macario de Alejandría, apenas empezó la alocución sobre esta vía: acepta aquí los objetos terrenales como una debilísima imagen de lo celestial. Corresponde representar "pruebas-mitarstva" en el sentido espiritual, encubiertos bajo sensaciones de rasgos humanos."

En cuanto al estado del alma después del juicio particular, la Iglesia Ortodoxa enseña así: "Creemos que las almas de los difuntos están en estado de gozo o de tormento, según sus obras. Habiéndose separado del cuerpo, inmediatamente pasan al regocijo o al sufrimiento y al dolor. No obstante ni sienten el gozo pleno o el tormento pleno, porque la bienaventuranza total o el tormento total lo recibirán todos después de la resurrección general, cuando el alma se una al cuerpo en el cual vivió virtuosamente o viciosamente" (Epístola de los Patriarcas orientales, art. 18). Así, la Iglesia Ortodoxa distingue dos diferentes condiciones después del juicio particular: una para los rectos y la otra para los pecadores, en otras palabras, el paraíso y el infierno. La Iglesia no acepta la doctrina católico-romana de tres estados, distinguidos como: 1) la bienaventuranza, 2) el purgatorio y 3) la permanencia en la gehena (infierno). El nombre gehena generalmente lo usan los Padres de la Iglesia para nombrar el estado después del juicio final, cuando la muerte y el hades serán arrojados al "lago de fuego" (Ap. 20:15). Los Padres de la Iglesia, teniendo como fundamento la palabra de Dios, presumen, que los tormentos de los pecadores antes del juicio final tienen carácter introductorio. Estos tormentos pueden ser mitigados e incluso pueden ser retirados por las oraciones de la Iglesia (Epístola de los Patriarcas orientales, art. 18).

 

"Mytarstva" (pruebas del alma inmediatamente después de la muerte del hombre).

(Traducido del ruso por Xenia Sergejew).

Vivimos entre una población, que a pesar de ser cristiana, tiene muchos conceptos y opiniones diferentes con relación a la fe. Ello nos obliga, aunque sea a veces, a comentar sobre temas de nuestra fe, cuando surgen y son tratados desde un punto de vista no ortodoxo por personas de otras confesiones, o por personas ortodoxas que han perdido una base ortodoxa firme bajo de sus pies.

En las condiciones limitadas de nuestra existencia, como pequeña rama de la Iglesia, desafortunadamente no estamos en condiciones de reaccionar plenamente a tales discursos o de responder a tales preguntas, pero a veces sentimos dentro de nosotros la necesidad de hacerlo. En particular, tenemos el propósito de determinar la opinión ortodoxa sobre el tema de "mytarstva," que compone el tema, o uno de los temas del libro en inglés cuyo título es "La Mitología Cristiana." "Mytarstva" son las vivencias del alma cristiana inmediatamente después de la muerte del hombre, tal como lo presentan los Padres de la Iglesia y los santos cristianos. En los últimos años se hicieron más evidentes ciertos enfoques críticos a una serie de nuestras opiniones eclesiásticas, enfoques que le atribuyen a estas opiniones rasgos primitivos de la visión cósmica, una devoción ingenua, al utilizar palabras tales como "mitos," "magia" u otras semejantes.

Nuestro deber es responder a tales opiniones.

El tema de "mytarstva" no es precisamente objeto de la teología cristiana ortodoxa: no es un dogma de la Iglesia en sentido estricto. Compone un material de naturaleza moralizadora y educativa, se podría decir de carácter pedagógico. Para abordarlo correctamente es imprescindible comprender la base y el espíritu de la concepción ortodoxa del mundo, ya que, "¿Quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios," "para que sepamos lo que Dios nos ha concedido" (I Cor. 2:11-12).

En la presente cuestión lo básico es: Nosotros creemos en la Iglesia. La Iglesia es el celeste-terrenal Cuerpo de Cristo, predestinada al perfeccionamiento moral de los miembros de su parte terrenal, y la vida bienaventurada y alegre, pero siempre activa, de sus numerosos miembros en la esfera Celestial. La Iglesia en la tierra glorifica a Dios, une a los fieles y los educa moralmente, para ennoblecer y elevar la vida terrenal misma, tanto personal de sus hijos, como la comunitaria; y principalmente, para ayudarles a lograr la vida eterna en Dios, a alcanzar la santidad sin la cual "Nadie verá al Señor" (Heb. 12:14). Para ello, es imprescindible que nosotros, terrenales, estemos en comunión eclesiástica ininterrumpida con la Iglesia Celestial. En el Cuerpo de Cristo todos sus miembros están en interacción. El Señor, Pastor de la Iglesia, tiene como dos rebaños: el celestial y el terrenal (Epístola de los Patriarcas Orientales del siglo XVII). "Si sufre uno de sus miembros, sufren con él todos los miembros; si se regocija uno de sus miembros, se regocijan con él los demás miembros." Se regocija la Iglesia Celestial, pero al mismo tiempo, sufre por sus miembros terrenales. San Gregorio el Teólogo llamó a la Iglesia terrenal de sus tiempos "Ortodoxia sufriente," y así permanece hasta hoy día. Esa comunión es valiosa e imprescindible para un objetivo común, para que nosotros "Todos crezcamos en Aquel de Quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre si por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en el amor" (Apóstol Pablo, Epístola a los Efesios). El objetivo de todo es la divinización en Dios para que "Dios sea todo en todos." La vida terrenal del cristiano es, y debe ser, --- un lugar de crecimiento espiritual, de elevación, de ascensión del alma hacia el Cielo. Sí, mucho nos afligimos ya que, con pocas excepciones, conociendo nuestro camino, nos alejamos de él porque nos aferramos a lo puramente terrenal, y aunque estamos dispuestos a arrepentirnos, continuamos viviendo en la indolencia y la pereza. Pero, no existe en nuestras almas aquella "tranquilidad espiritual" que es intrínseca a la psicología cristiana occidental, apoyada en un cierto "mínimo moral" que otorga una disposición espiritual cómoda para que nos ocupemos de nuestros intereses mundanos.

Entretanto, justamente allí donde termina la "tranquilidad espiritual," comienza el campo abierto para el perfeccionamiento, para el trabajo interior del cristiano. "Porque si pecaremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad,, ya no queda más sacrificio por los pecados, sino una horrenda expectación de juicio, y de hervor del fuego que ha de devorar a los adversarios... ¡Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo!" (Heb. 10: 26-27, 31). La pasividad, la despreocupación no son habituales al alma: al no elevarnos, con ello mismo descendemos hacia abajo. Pero, la elevación exige una incansable vigilancia del alma y más aún, de una lucha. ¿Lucha contra quién? ¿Sólo contra uno mismo? "Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espíritus de maldad en las regiones celestes" (Ef. 6:12).

Aquí nos acercamos al tema de "mytarstva."

No es casual, ni es en vano que la oración del Señor termine con las palabras: "y no nos dejes caer en la tentación, mas líbranos del maligno." Sobre este maligno el Señor les dijo a los apóstoles en otra de Sus pláticas: "Yo vi a satanás caer del cielo como un rayo." Éste, precipitado del cielo, se convirtió de esta manera en habitante de la esfera inferior, "príncipe de las potestades aéreas," príncipe de la "legión" de espíritus impuros. "Cuando el espíritu inmundo sale del hombre" pero no encuentra reposo, vuelve a aquella casa de donde salió y al encontrarla desocupada, barrida y adornada, "Va, y toma consigo otros siete espíritus peores que él, y entrados, moran allí; y el postrer estado de aquel hombre viene a ser peor que el primero. Así también acontecerá a esta mala generación" dijo como conclusión nuestro Señor (San Mateo, capítulo 12). ¿Ocurrirá esto sólo con aquella generación? El Señor, al referirse a la mujer jorobada quien fue curada en sábado contestó: "Esta hija de Abraham, ligada por satanás ya hace 18 años, ¿no correspondía liberarla de las ataduras en día de sábado?." Tampoco olvidan a nuestros enemigos los apóstoles en sus enseñanzas. "Ustedes alguna vez vivieron --- escribe el Apóstol Pablo a los Efesios --- según las costumbres de este mundo, según la voluntad del príncipe que reina en el aire, espíritu que actúa aún en este momento en los hijos de la contradicción...." Por ello, "ceñíos con las armas del Señor para que podáis resistir las asechanzas del diablo" ya que "el diablo, como un león rugiente, busca a quien devorar."

Siendo cristianos, ¿podemos referirnos a estas citas de las Sagradas Escrituras como una mitología?

Lo que está escrito, aquello sobre lo que nos previene la palabra de Dios, se refiere también a nosotros, al igual que se refería a las generaciones anteriores. Y por ello, los obstáculos para la salvación son los mismos. Unos consisten en nuestra propia indolencia, en la confianza en nosotros mismos, en la despreocupación, en el egoísmo, en las pasiones carnales. Los otros se presentan en las tentaciones y en los tentadores que hay a nuestro alrededor: en las personas vivientes y en las oscuras fuerzas invisibles que nos rodean. Es por ello que en las oraciones personales diarias que rezamos en nuestros hogares le pedimos a Dios que no nos permita siquiera acercarnos al "éxito que proviene del maligno," es decir, al logro en nuestros asuntos que devenga de la ayuda de las fuerzas oscuras. Y en general, en las oraciones personales y en los oficios Divinos nunca dejamos de pensar en el paso a la otra vida después de la muerte.

En los tiempos de los apóstoles y los primeros cristianos, cuando había en ellos más entusiasmo, cuando era más clara la diferencia entre el mundo pagano y el mundo de los cristianos, cuando los sufrimientos de los mártires por sí solos eran la luz del cristianismo, se requería menos preocupación para mantener el espíritu de los cristianos con la simple prédica. ¡Pero, el Evangelio es máximo! Las premisas del Sermón de la Montaña no estaban dirigidas sólo a los apóstoles. Y por ello, ya en los escritos de los apóstoles no leemos sólo simples enseñanzas, sino que ellos nos previenen del futuro, cuando debamos dar cuenta.

"Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo..." "Para que podáis resistir en el día malo y mantenerse firmes después de haber superado todos los obstáculos..." (Efesios cap. VI). "Porque si después de haber conocido a Dios, pecamos deliberadamente, ya no queda más sacrificio por los pecados, sólo resta esperar con terror el juicio y el fuego ardiente que consumirá a los enemigos... ¡Verdaderamente es terrible caer en manos del Dios viviente!" (Hebreos cap. X). "Sed misericordiosos para con los unos, mas a los otros salvadlos por medio del temor, arrebatándolos del fuego, aborreciendo aun la ropa contaminada por su cuerpo" (Judas, hermano de Santiago). "Porque es imposible que los que una vez fueron iluminados y gustaron del don celestial, y fueron hechos participes del Espíritu Santo, y asimismo gustaron de la buena palabra de Dios y los poderes del siglo venidero, y recayeron, sean otra vez renovados para arrepentimiento, crucificando de nuevo para si mismos al Hijo de Dios y exponiéndolo a vituperio." (Hebreos cap. VI).

Así era en tiempo de los apóstoles. Pero cuando la Iglesia recibió la libertad de confesión y comenzó a colmarse de personas, cuando la inspiración de la fe comenzó a flaquear en todos, entonces se hizo más aguda la necesidad de palabras fuertes, de acusaciones, de llamados a la vigilancia espiritual, al temor de Dios y al temor por su propio destino. Aun entre los compendios de las enseñanzas pastorales de los archipastores más fervientes, leemos palabras severas de las imágenes del futuro juicio que nos espera después de la muerte. Esas palabras están destinadas para llegar a la comprención de los pecadores y, evidentemente, fueron pronunciadas en una época del año de arrepentimiento cristiano general, antes de la Gran Cuaresma. En ellas la veracidad de la "verdad de Dios," la verdad de que nada impuro entrará al Reino de la santidad, está revestida de imágenes vivas, en parte afluentes, cercanas a lo terrenal y conocidas por cada uno de nosotros. Los mismos Santos llamaron a estas imágenes del juicio que sigue inmediatamente a la muerte: "mytarstva." Las mesas de los publicanos ("mytar"--- publicano), recaudadores de impuestos y aranceles, eran aparentemente, puntos de inspección donde se controlaba el paso para seguir el camino a la ciudad, a su parte central. Por supuesto, la palabra por sí misma no nos introduce a su sentido religioso. En el discurso patrístico significa un corto período después de la muerte cuando el alma cristiana deba responder por su contenido moral.

El siglo IV nos dio ejemplos de tales llamamientos pictóricos en cuadros vivos.

"Que nadie se adule con palabras vanas ya que la destrucción caerá repentinamente sobre ti" (I Tesalonicenses V: 3) y se producirá un viraje semejante a una tormenta. Vendrá un ángel severo y conducirá a la fuerza tu alma atada por los pecados. Ocúpate pues de reflexionar sobre el último día,... imagínate la confusión, el acortamiento de la respiración y la hora de la muerte, la sentencia de Dios que se acerca, los ángeles presurosos, la terrible turbación del alma atormentada por la conciencia, que con mirada lastimosa ve lo que ocurre a su alrededor. Y finalmente, la necesaria inminencia de la subsiguiente migración" (San Basilio el grande — en "Experiencia de la teología ortodoxa con exposición histórica" del obispo Silvestre, tomo 5 pág. 89). San Gregorio el Teólogo, quien trabajó con una gran congregación sólo durante cortos períodos, se limita a palabras generales, y dice que "cada uno es juez sincero de sí mismo a causa del juicio venidero."

San Juan Crisóstomo da una imagen todavía más clara: "Si nosotros — dice él — al partir hacia una tierra o ciudad lejana exigimos guías, ¡cuánto más necesitamos de ayudantes y alguien quien nos dirija para pasar sin obstáculos cerca de los superiores y potestades, soberanos del mundo aéreo, perseguidores y jefes publicanos! Por ello, al alejarse del cuerpo, el alma ora se eleva, ora desciende; tiene miedo y tiembla. El reconocimiento de los pecados nos atormenta, más aún en aquella hora en la que nos espera ser llevados al examen y al temible juicio." Y más adelante San Juan Crisóstomo da enseñanzas morales para un modo de vida cristiano. En lo que se refiere a los niños difuntos, él pone en su boca las siguientes palabras: "Los santos ángeles nos separaron pacíficamente del cuerpo y nosotros, teniendo guías bondadosos, pasamos sin infortunios cerca de las potestades aéreas. Los espíritus malignos no encontraron en nosotros aquello que buscaban, no vieron lo que querían. Al ver el cuerpo sin pecado, ellos fueron humillados; al ver un alma inmaculada, se avergonzaron; al ver una lengua pura, callaron. Pasamos a su lado y los deshonramos. Se rompió la red y fuimos liberados. Bendito es Dios, Quien no nos entregó a sus trampas" (ídem Palabra Segunda, Sobre el recuerdo de los difuntos).

La Iglesia Ortodoxa presenta a los mártires cristianos, tanto hombres como mujeres, entrando libremente en las moradas celestiales sin obstáculos. En el siglo V la representación del juicio inmediato sobre el alma después de su salida del cuerpo, o el juicio particular antes del Juicio Universal, se unía más plenamente con la representación de las "mytarstva" como lo vemos en los escritos de San Cirilo de Alejandría en su "Palabra sobre la partida del alma," donde resume imágenes similares de los Padres de la Iglesia que lo antecedieron. Es completamente evidente, que las imágenes puramente terrenales son presentadas referente a la naturaleza espiritual para que esa imagen, grabada en la memoria, despierte el alma del hombre. "He aquí se acerca el Novio a la medianoche, y bendito es el siervo que sea encontrado vigilante." Al mismo tiempo, en estas imágenes, la corrupcion inherente del hombre caído, se descubre en sus variadas formas y facetas, y ello incita al hombre a analizar su propio contenido espiritual. En las enseñanzas de los santos ortodoxos, las facetas y formas de la corrupción tienen un cierto sello propio especial, y en las escrituras biográficas, también el suyo propio (En las enseñanzas de los santos ortodoxos a veces las pasiones y los demonios malignos casi se confunden: los espíritus que se introducen en los cuerpos de las personas vivas, son incitadores de pasiones; las pasiones se convierten no sólo en enfermedades corporales, sino y espirituales, y por ello permanecen en el alma como trampa para pasiones terrenales hasta la muerte. Por ello se puede representar las "mytarstva" como una lucha interna personal en el alma despojada del cuerpo). Gracias a la accesibilidad de las vidas de los santos, se hizo especialmente conocido el relato sobre las "mytarstva" de la justa Teodora, quien se lo describió detalladamente en sueños al Santo Basilio el Nuevo. Las visiones en sueños en general expresan el estado espiritual de la persona en particular, y en casos especiales son visiones reales de las almas de los difuntos en su aspecto terrenal. El siguiente relato tiene elementos de lo primero y lo segundo. Las reflexiones sobre la participación en el destino del hombre de los ángeles buenos, nuestros ángeles guardianes, y, por otro lado, de los espíritus de la maldad que hay debajo de los cielos, encuentra su fundamento en la parábola del rico y Lázaro. Lázaro inmediatamente después de la muerte fue llevado por los ángeles al seno de Abraham; "el rico impío" en otra parábola escuchó: "insensato, esta noche tu alma te será quitada"; "te será quitada" al parecer se refiere a nadie más que a los mismos "espíritus malos subcelestiales."

La simple lógica dice que inmediatamente después de su separación del cuerpo el alma entra en la esfera de la determinación de su futuro destino, y ello lo confirma la palabra de Dios. "Esta establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio" leemos al apóstol Pablo (Heb. 9:27); el juicio es particular, independiente del total

Juicio Final.

La enseñanza del juicio particular por parte de Dios entra en el círculo de la teología dogmática ortodoxa. En lo que se refiere a "mytarstva," nuestros compiladores rusos de sistemas teológicos generales se limitan a observaciones de rutina: "Todas las imágenes terrenales sensitivas bajo las cuales se representa el juicio particular con la forma de "mytarstva," aunque son en general dignos de fe en su idea fundamental, empero, deben ser comprendidos (como le enseñó a San Macario de Alejandría el ángel venido), sólo como la más débil representación de lo celestial" (ver en Macario, Metropolitano de Moscú y Obispo Silvestre, rector de la Academia de Kiev. El Arzobispo Filaret de Chernigov en su obra de 2 tomos "Teología Dogmática" no toca este tema en absoluto).

Si hablamos del carácter temible de las imágenes de "mytarstva," ¿acaso son pocas las que se citan en las Escrituras del Nuevo Testamento en las alocuciones del Mismo Señor? — ¿No nos atemoriza acaso, la simple pregunta: "¿Como entraste aquí, sin estar vestido de boda?"

Comentamos sobre las reflexiones acerca de "mytarstva," acerca de este material secundario en el ámbito de nuestro pensamiento ortodoxo, porque nos brinda la oportunidad de iluminar la esencia de nuestra vida en la Iglesia. Nuestra vida cristiana, eclesial, de oración es una ininterrumpida comunicación recíproca con el mundo celestial. Ella no es un simple "llamamiento a los santos" como lo formulan con frecuencia. Ella es una comunión de amor. Por ese camino "todo el cuerpo, nutriéndose y uniéndose por las coyunturas y ligamentos, crece con el crecimiento que da Dios" (Colos. 2:19). Nosotros, a través de la Iglesia nos "acercamos a la Jerusalén celestial, a la compañía de muchos millares de ángeles, a la congregación de los primogénitos, que están escritos en los cielos, a Dios el Juez de todos, y a los espíritus de los justos hechos perfectos" (Heb. cap. 12). Nuestra unión en oración se mueve en todas las direcciones. Nos fue ordenado "Rezad los unos por los otros." Vivimos en los axiomas de la fe: "Vivimos o morimos, siempre somos de Dios." "El amor no cesará." "El amor cubrirá multitud de pecados" (I Pedro 4:8). No hay muerte para el alma. La vida en Cristo es el mundo de la oración. Ella traspasa todo el cuerpo de la Iglesia, une a cada uno de sus miembros con el Padre Celestial, a sus miembros terrenales entre sí, y a los miembros terrenales con los celestiales. Las oraciones son los hilos del tejido Vivo del cuerpo de la Iglesia. Mucho puede lograr la oración del justo (Apóstol Santiago). Veinticuatro ancianos cayeron delante del Cordero en los cielos, ante el Trono de Dios, y cada uno tenía arpas y recipientes llenos de incienso "que son las oraciones de los santos," es decir, elevaban oraciones de la tierra al trono celestial.

Nosotros necesitamos ser atemorizados, ello puede y debe cuidarnos de malos actos. Pero, la misma Iglesia nos enseña que el Señor es generoso y misericordioso, muy paciente y muy misericordioso, contrito por la malicia de los hombres, tomando sobre Sí nuestras debilidades. Y también en la Iglesia Celestial tenemos a nuestros intercesores, ayudantes y quienes rezan por nosotros. La Purísima Madre de Dios es nuestro Manto Protector. Las oraciones que rezamos --- son las oraciones de los santos, anotados por ellos, que surgieron de sus corazones en los días de su vida terrenal, ellos pueden sentirlos, y así se acercan a nosotros. Así son las oraciones que elevamos a diario por nosotros. Así es todo el ciclo de oficios Divinos diarios, semanales y festivos. Toda estos escritos no provienen de una oficina. Los enemigos espirituales son impotentes en contra de esta ayuda, siempre que nosotros tengamos fe, y si nuestra oración es sincera y ferviente. Hay más alegría en los cielos por un pecador que se arrepiente, que por aquellos quienes no necesitan arrepentimiento. ¡Cuán insistentemente nos enseña en el templo la Iglesia a "terminar el resto de nuestra vida en paz y arrepentimiento"! Nos enseña a invocar a la Santísima, Purísima, Bienaventurada Soberana nuestra, la Madre de Dios con todos lo santos, y entonces con plena fe, encomendarnos a nosotros mismos, los unos a los otros y toda nuestra vida a la santa voluntad de Cristo, Dios nuestro. Pero, aun con toda esta miríada de protectores celestiales nos alegra la especial cercanía de nuestros ángeles guardianes. Ellos son mansos. Unas veces se alegran por nosotros, otras veces sufren por nuestras caídas. Y nosotros estamos colmados de esperanza en ellos en aquel momento en el que el alma se separe del cuerpo y haya que entrar en la nueva vida, ¿será en luz o en tinieblas? ¿En alegría o tristeza? por ello cada día rezamos a nuestros ángeles por aquel día venidero: "líbrame de la malicia del enemigo." Y en ciertos cánones de arrepentimiento les rogamos que no se alejen de nosotros ahora y hasta la muerte. "Te veo con ojos espirituales, a ti, que permaneces y conversas conmigo, santo ángel, tú que me cuidas, me guías, permaneces conmigo y siempre me ofreces lo que bueno para mi salvación..." "Cuando mi humilde alma se separe del cuerpo, instructor mío, en aquel momento me cubrirán tus santísimas y luminosas alas." — "Cuando la voz temible de la trompeta me despierte al juicio, párate cerca de mí, pacifico y regocijante, alejando mi temor con la esperanza de salvación." "Como una bella mente dorada como el sol, por tu bondad, dulzura y alegría, radiante preséntate ante mí con tu rostro sonriente y tu vista regocijante, cuando deba ser llevado de la tierra" — "Cuando te veía a la diestra de mi inicua alma, luminoso y pacifico, protector e intercesor mío, siempre desaparecían de mi espíritu, y alejabas a los terribles enemigos que me buscaban." (Canon al Ángel Guardián, Juan el monje, Libro de Oraciones Sacerdotales).

De este modo la Santa Iglesia, con la multitud de sus constructores: apóstoles, grandes santos, imitadores de Cristo, santos-ascetas, teniendo como Jefe y Pastor a nuestro Salvador y Señor Jesucristo, elaboró y nos da una plenitud de medios para nuestro perfeccionamiento espiritual y el logro de la eterna y bienaventurada vida en Dios. Ella vence nuestra despreocupación y ligereza por medio del temor y con severas prevenciones, pero al mismo tiempo, nos infunde fuerzas, esperanza luminosa al rodearnos con los santos guías y ayudantes espirituales. A través de las reglas de la Iglesia y los servicios nos fue dado el camino directo al Reino de la Gloria.

De las imágenes evangélicas, la Iglesia nos recuerda con especial frecuencia la parábola del hijo pródigo y una semana del ciclo anual la dedica a este recuerdo, para que conozcamos el ilimitado amor de Dios, y que el arrepentimiento de un fiel sincero, enternecido, con lágrimas vence todo obstáculo y toda "mytarstva" en el camino hacia el Padre Celestial.

 

 

Folleto Misionero # S77e

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Editor: Obispo Alejandro (Mileant)

 

(mytarstva.doc, 11-25-2002).

 

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