Las Palabras

de los Ancianos

 

Contenido:

Prologo.

Antonio El Grande. Arsenio. Agatón. Ammón (Ammonas). Aquiles (Aquilas o Aquila). Amoés (Ammóes). Ammonio (Amún) de Nitria. Anub. Abraham. Arés. Alonio. Afú (Afí), Obispo de Oxirrinco. Apolo. Andrés. Aio. Ammonata.

Basilio. Besarion. Benjamín. Biaré. Gregorio El Teólogo. Gelasio. Geroncio. Daniel. Dióscuro (Dióscoro). Dulas. San Epifanio, Obispo de Chipre. Efrén. Eucaristo, Seglar. Eulogio, Presbitero. Euprepio. Eladio. Evagrio. Eudemon.

Zenón. Zacarías. Isaías de Escete. Elías. Heraclio. Teodoro de Fermo (Ferme). Teodoro de Ennaton (Nono). Teodoro de Escete. Teodoro de Eleutopolis. Teodoro. Teonas. Teofilo Arzobispo. La Madre Teodora.

Juan El Enano. Juan El Cenobita. Isidoro de Escete. Isidoro de Pelusio. Isaac, Presbitero de Las Celdas. Jose de Panefo. Jacobo (Jaime). Ierace. Juan El Eunuco. Juan de Cilicia. Juan de Las Celdas. Juan de Tebaida. Isidoro Presbitero. Juan El Persa.

Continua…

 

 

Prologo.

En este libro se cuenta la virtuosa ascesis, el admirable modo de vivir y las palabras de los santos y bienaventurados padres, para inflamar y enseñar a imitarlos a aquellos que quieran llevar una vida celeste y recorrer el camino que lleva al reino de los cielos; así pues, es preciso saber que los santos padres celadores y maestros de esta bienaventurada vida monástica, una vez inflamados del amor divino y celeste, estimaron en nada las cosas que los hombres consideran buenas y apreciables, y buscaron ante todo no hacer nada para ser vistos. Fue a escondidas y ocultos, por exceso de humildad, como realizaron la mayor parte de sus obras y recorrieron el camino según Dios: por eso nadie ha podido describirnos con precisión sus vidas; no obstante, algunos han realizado un gran esfuerzo para confiar a la tradición escrita algo de las palabras y de las gestas por ellos realizadas, no para complacerles a ellos, sino para despertar el celo de los que vendrían después. Así pues, algunos, en diferentes épocas, han puesto en forma de relato las sentencias y las acciones de los santos ancianos, con un estilo simple y sin ornato, porque apuntaban a este único objeto: la edificación de muchos. Con todo, gran parte de ese material, por estar mezclado y no ordenado, presenta cierta dificultad a la mente del lector, que no logra abrazar con la memoria el sentido esparcido aquí y allá por el libro. Por eso nos hemos visto obligados a proceder a una sistematización en orden alfabético, de modo que el material así ordenado pueda ofrecer, a quien lo desee, una comprensión más útil y una pronta edificación. En consecuencia, lo que se refiere al padre Antonio, Arsenio y los otros, que empiezan por alfa, está recogido bajo esta letra, lo que se refiere a Basilio el Grande, Bersarión y Benjamín, en la letra beta, y así hasta omega. Ahora bien, dado que hay también otras sentencias y acciones de santos ancianos, que no presentan el nombre de los protagonistas, las hemos recogido en capítulos al final de la sistematización alfabética. Tras haber realizado repetidas investigaciones en muchos libros, hemos colocado al final de los capítulos todo lo que hemos podido encontrar, para que el alma obtenga edificación de todo, y se deleite con las palabras de los ancianos, más dulces que la miel y que el jugo de panales, y nosotros, viviendo de una manera digna de la vocación con que hemos sido llamados por el Señor, alcancemos su Reino. Amén.

 

Antonio El Grande.

Si los datos transmitidos por la tradición son exactos, vivió más de 100 años, desde el 250-51 hasta el año 356. Había nacido en un pueblo copto; era de familia cristiana, de cultura simple y limitada. "Frecuentaba la iglesia con sus padres…estaba sometido a sus padres" era un joven muy piadoso. Se quedó pronto huérfano, solo con una hermana pequeña; "tenía 18 ó 20 años y se ocupaba de la casa y de la hermana." Poco meses después, sintió que se dirigían irresistiblemente a él las palabras del Señor al joven rico, que había oído leer en la iglesia: "Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos; luego ven, y sígueme." Por escalones sucesivos, se entregó a una vida de oración y penitencia, primero en casa; después confió la hermana "a unas vírgenes fieles que conocía bien, para que fuera educada en la virginidad," y empezó una vida más solitaria en las proximidades del pueblo, siguiendo el ejemplo y la enseñanza de un anciano asceta que vivía por aquella parte. Había ya, efectivamente, personas que, solas o en grupos reducidos, consagraban toda su vida al Señor en la virginidad, penitencia y oración. Mas el fenómeno no había alcanzado aún ni unas dimensiones especiales, ni el aspecto de éxodo de los lugares habitados que tuvo lugar siguiendo la estela de Antonio; en consecuencia, tiene bien merecido el título de padre del monacato. Su relación con aquel anciano, unido a la búsqueda de algún contacto con hombres amantes de Cristo, constituye un testimonio vivo de un punto esencial de la vida ascética. La obligación de asistir a una escuela, no poder iniciarse sin maestro. Vino después el retiro de Antonio más lejos aún del mundo, en una de las muchas tumbas de una región sembrada de sepulcros. Aquí vivió hasta la edad de 35 años, para adentrarse después en e desierto e instalarse en Pispir, en un castillo semidestruido. Su fama se vuelve cada vez mayor y cada vez son más numerosos los que quieren oír alguna palabra suya. Entre tanto, crece en él el deseo, nunca apagado, del martirio y de una soledad cada vez mayor. En la persecución de Diocleciano y Maximino, se fue a Alejandría esperando ser martirizado, pero no ocurrió así. "Servía, no obstante, a los mártires en las minas y en las cárceles y, asistiendo a procesos, exhortaba apasionadamente con sus discursos a los luchadores, para que tuvieran una buena voluntad más pronta al martirio." Aplacada la persecución, Antonio regresó a su soledad, donde "sufría cada día el martirio de la conciencia y lidiaba la lucha de la fe." Dado que muchos le molestaban insistentemente, se alejó del Nilo adentrándose aún más en el desierto, en dirección al Mar Rojo, para detenerse "en un monte interior," en la parte mas interior de una montaña, que todavía hoy leva el nombre de monte de san Antonio, desde el cual puede verse el Sinaí. Este fue el último lugar de estancia de Antonio, de allí ya no se movió, excepto para acercarse una segunda vez a Alejandría, solicitado por el obispo Atanasio para que interviniera en su apoyo, junto con otros, a favor de la ortodoxia en la lucha contra los arrianos. Pronto volvió al lugar de su soledad, donde, en los últimos años de su vida, realizó grandes prodigios. Previó su muerte y ordenó a sus dos fieles discípulos que sepultaran su cuerpo en lugar desconocido e todos, para que no ocurriera — como solía pasar — que en un exceso de devoción lo robaran los fieles. Los discípulos obedecieron; y, de modo análogo a cuanto está escrito del patriarca Moisés en la Biblia, Atanasio escribió que "nadie sabe dónde está escondido el cuerpo de Antonio." Estos son los datos esenciales de una vida que se desarrolla de manera orgánica hacia una soledad y una inmersión en Dios cada vez mayores, aunque Antonio no puede evitar cierto número de contactos espirituales con personas que venían a buscarlo. La Vita Antonii, escrita por Atanasio poco después de la muerte del gran eremita, tuvo enseguida un inmenso éxito, como lo prueba el testimonio de Agustín, a cuya conversión contribuyó enormemente, así como el hecho de que en muy breve espacio de tiempo fuera traducida al latín, copto, armenio, siríaco, árabe, etíope y georgiano, y las numerosas huellas de su enorme influencia. De la Vita y de otras fuentes se desprendería que Antonio escribió — mejor dicho, es casi seguro que dictó, pues no estaba en condiciones de escribir directamente — siete cartas a los monjes y algunas otras cartas de respuesta al emperador, al obispo y a otros personajes. Antonio conocía sólo el copto y tenía necesidad de intérprete para dirigirse a las personas de lengua griega. Todavía siguen abiertos muchos problemas críticos sobre el texto y sobre la autenticidad de las siete cartas a los monjes, de las que existe edición de las versiones griega, georgiana y latina, además de algún fragmento copto. En la biografía, Atanasio pone en boca de Antonio un largo discurso, por así decirlo programático, sobre la vida ascética: penitencia, oración, lucha encarnizada contra los demonios llevada a cabo sobre todo con el signo de la cruz y en el nombre de Cristo; vivir día a día, no volverse hacia atrás, a la vida pasada, tener fija la mirada sobre la eternidad futura; un discurso mucho más breve contra el arrianismo; algunas disputas con filósofos paganos. Antonio aparece como el modelo del cristiano formado a base de la Escritura y la experiencia, opuesto al modelo del docto educado en la cultura helenística. Como es sabido, en la Vita escrita por Atanasio ocupa un lugar eminente el aspecto de la lucha contra los demonios, que aparecen en todas las formas e inventan toda suerte de astucias. El cuadro ofrecido por los apotegmas, que, aunque no son muy numerosos, están, no obstante, extremadamente bien seleccionados y reunidos, es más rico y amplio que el que se desprende de la Vita; es más variado y competo que el retrato de otros ancianos, y sobresale de los grupos, numéricamente también más conspicuos, de apotegmas a ellos atribuidos. Es evidente que el recopilador de la colección ha querido abrirla con un retrato que se distinguiera por una particular ejemplaridad y plenitud. Para hacerlo no ha tenido necesidad de añadir otras sentencias de Antonio que se encuentran en otras colecciones, dado o amplia y múltiple de la gama de estos. La intención programática del recopilador aparece manifiesta desde el primer fragmento, que es claramente introductorio, no sólo a la figura de Antonio, sino a todo el mundo de los apotegmas. Nos describe, en efecto, con sencillez y fuerza, la jornada de un monje del desierto: jornada de soledad, oración, trabajo, tentaciones. No es posible ni hacer una lista ni resumir los incontrolables testimonios sobre Antonio rendidos por la tradición. Baste con señalar dos entre los muchos existentes: Sócrates, el autor de historia eclesiástica, dice de él que tenía los ojos de los ángeles, a través de los cuales se ve a Dios y se capta su luz; Juan Crisóstomo, en su Comentario al Evangelio de Mateo, inserta una gran alabanza de Antonio: "considérese al gran y bienaventurado Antonio, a quien se dirige todavía hoy la admiración de todo el mundo y que, nacido en Egipto, ha llegado a ser casi igual a os apóstoles. Recordemos que este santo nació en la tierra de los faraones, sin que ello le viniera daño alguno. Bien al contrario, fue muy digno de la visión divina y su vida no fue otra cosa que la exacta manifestación de cuanto Jesús había mandado. Aquellos que lean atentamente el libro que cuenta la historia de su vida, reconocerán lo que estoy diciendo y se darán cuenta, por muchas circunstancias, que tuvo también el don de profecía leed el libro de su vida…esta lectura instilará en vosotros una gran virtud.

Un día el santo padre Antonio, mientras estaba sentado en el desierto, fue presa del desaliento y de densa tinieblas de pensamientos. Y decía a Dos: "¡Oh Señor! Yo quiero salvarme, pero los pensamientos me lo impiden. ¿Qué puedo hacer en mi aflicción? Entonces, asomándose un poco, ve Antonio a otro como él, que está sentado y trabaja, después interrumpe el trabajo, se pone en pie y ora, después se sienta de nuevo y se pone a trenzar cuerdas, y después se levanta de nuevo y ora. Era un ángel del Señor, enviado para corregir a Antonio y darle fuerza. Y oyó al ángel que decía: "Haz así y serás salvo."

El padre Antonio, dirigiendo la mirada al abismo de los juicios de Dios, preguntó: "Oh Señor, ¿cómo es que algunos mueren jóvenes y otros viejísimos? ¿Por qué unos son pobres y otros ricos? ¿Por qué los impíos son ricos y los justos pobres?" Y vino a él una voz que le dijo "Antonio, ocúpate de ti mismo. Se trata de juicios de Dios: de nada te sirve conocerlos."

Preguntó uno al padre Antonio: "¿Qué debo hacer para agradar a Dios? Y el anciano le respondió: "Haz lo que te mando: dondequiera que vayas, ten siempre a Dios ante tus ojos; para cualquier cosa que hagas o digas, bésate en el testimonio de las Sagradas Escrituras; en cualquier lugar que mores, no te vayas enseguida. Observa estos tres preceptos, y serás salvo."

Dijo el padre Antonio al padre Poemen: "Esta es la obra grande del hombre: echar sobre sí el propio pecado ante Dios y esperar tentaciones hasta el último aliento.

Dijo aún: "Nadie, si no es tentado, puede entrar en el reino de los cielos; de echo — dice — quita las tentaciones, y nadie se salva."

El padre Pambo preguntó al padre Antonio: "¿Qué debo hacer?" El anciano le dice: "No confíes en tu justicia, no te preocupes de lo que pasa y sé continente con la lengua y con el vientre."

Dijo el padre Antonio: "Vi tendidas sobre la tierra todas las redes del Maligno, y dije gimiendo: "¿Quién podrá escapar de ellas? Y oí una voz que me dijo: "La humildad."

Dijo el padre Antonio: "Hay algunos que han martirizado su cuerpo con la ascesis y, por falta de discernimiento, se alejan de Dios."

Dijo aún: "Del prójimo nos viene la vida y la muerte. Porque, si ganamos al hermano, ganamos a Dios; y si escandalizamos al hermano, pecamos contra Cristo."

Dijo aún: "Así como mueren los peces si se quedan en lo seco, así los monjes que se demoran fuera de la celda o se entretienen entre los mundanos, debilitan el vigor de la unión con Dios. Por consiguiente, como el pez al mar, así nosotros debemos correr a la celda; para que no suceda que, demorándonos fuera, olvidemos custodiar lo de dentro."

Dijo aún: "El que permanece en el desierto, para guardar el sosiego con Dios, está liberado de tres guerras: la de oír, la del hablar y la de ver. Le queda una sola: la del corazón."

Algunos hermanos fueron al padre Antonio para contarle sus visiones y saber si eran verdaderas o de los demonios; tenían un asno, y murió en el camino. Con que cuando llegaron al anciano, este les previno: "¿Cómo es que ha muerto el asno en el camino?" Le dicen: ¿Y cómo lo has sabido padre?" Y él les respondió: "Los demonios me lo han hecho ver?" Le dicen: "Precisamente para esto habíamos venido: para preguntarte si no somos presa de engaño, pues tenemos visiones que, con frecuencia, se presentan como verdaderas." Así pues, con el ejemplo del asno, el anciano les convenció de que eran de los demonios.

Había en el desierto uno que cazaba bestias feroces; y vio al padre Antonio que bromeaba con los hermanos y se escandalizó de ello. Pero el anciano, queriendo hacerle comprender que conviene ser condescendiente en alguna ocasión con los humanos, le dice: "Ténsalo más," y lo hizo. Le dijo una vez más: "Ténsalo." El cazador le dice: "Si lo tenso más, se romperá el arco." Le dice el anciano: "Así sucede también con las obras de Dios: si con los hermanos tensamos el arco de manera excesiva, enseguida se rompen. Por eso es necesario ser condescendiente en ocasiones con los hermanos." Al oír esto, el cazador se sintió presa de compunción y se marchó muy edificado con ello. Y también los hermanos se volvieron confortados a sus lugares.

Oyó el padre Antonio que un joven monje había realizado un prodigio en el camino: al ver a los ancianos cansados del camino, había ordenado a los onagros que vinieran y los llevaran hasta Antonio. Los ancianos contaron la cosa al padre Antonio: Este les dice: "Ese monje me parece una nave llena de tesoros; mas no sé si llegará a puerto." Después de cierto tiempo, de repente, el padre Antonio se pone a llorar, a arrancarse los cabellos, a gemir. Le dijeron los discípulos: "Padre, ¿por qué lloras?" Y respondió: "Se ha derrumbado poco ha una gran columna de la Iglesia." Hablaba de aquel joven monje. "Mas id a verle — dice — para ver que ha sucedido." Así pues, los discípulos van y se encuentran al monje que, sentado en una estera, llora el pecado cometido. Al ver a los discípulos del anciano, dice: "Decid al padre que suplique a Dios que me conceda sólo diez días de tiempo, y espero poder enmendarme." Cinco días después murió.

Un monje fue alabado por los hermanos ante el padre Antonio. Él lo tomó consigo y lo puso a prueba para ver si soportaba el desprecio. Viendo después que no era capaz de sufrirlo, le dijo: "Pareces un pueblo completamente adornado por delante y completamente saqueado por los ladrones por detrás."

Dijo un hermano al padre Antonio: "Ora por mí." El anciano le dice: "No puedo tener piedad de ti, y ni siquiera Dios, si no te comprometes tú mismo a orar a Dios."

Un día vinieron algunos ancianos a visitar al padre Antonio; estaba con ellos el padre José. Entonces el anciano, para ponerlos a prueba, les propuso un pasaje de la Escritura y empezó por los más jóvenes a preguntarles el significado. Cada uno se expresó según su propia capacidad. Pero el anciano decía a cada uno: "Todavía no has encontrado." Por último, pregunta al padre José sí ha encontrado el camino, porque ha dicho: "No sé."

Unos hermanos de Escete quisieron visitar al padre Antonio. Cuando se embarcaron para realizar el trayecto, encontraron a un anciano que también quería ir allí; pero los hermanos no le conocían. Sentados en el barco, conversaban sobre las palabras de los padres, sobre las de la Escritura, y también sobre sus trabajos; el viejo callaba. Cuando llegaron al ancladero, se dieron cuenta de que también el viejo iba a ver al padre Antonio. Cuando llegaron donde él, les dice el padre Antono: "Habéis encontrado una buena compañía en este anciano." Y el anciano: "Padre, te has encontrado con buenos hermanos." Y responde el anciano: "Buenos lo son; pero su patio no tiene puerta y el que quiera puede entrar en el establo y desatar el asno." Pretendía decir que hablaban de cualquier cosa que les viniera a la boca."

Unos hermanos visitaron al padre Antonio y le dijeron: "Dinos una palabra: ¿cómo podemos salvarnos." Dice el anciano: "Habéis escuchado la Escritura? Es lo que vosotros necesitáis." Y ellos dijeron: "Padre también de ti quisiéramos oír algo." El anciano les responde: Dice el Evangelio: Si uno te golpea en la mejilla derecha, ponle también la otra." Le dicen: "No somos capaces e hacer esto." Les dice el anciano: "Si no sois capaces de poner también la otra, mantened al menos firme la primera." Le dicen: "Ni siquiera de eso somos capaces." Dice el anciano: "Si ni siquiera de eso sois capaces, no respondáis a lo que habéis recibido." Dicen: "Ni siquiera eso podemos hacer." Entonces el anciano le dice a su discípulo: "Prepárales un caldito: están endebles." Y a ellos: "Si esto no lo podéis y aquello no lo queréis, ¿qué puedo hacer por vosotros? Es necesario orar."

Un hermano, que había renunciado al mundo y dado sus bienes a los pobres, pero se había reservado algo para él, visitó al padre Antonio. El padre, sabedor del echo, le dice: "Si quieres hacerte monje, vuelve a tu tierra, compra carne, átatela en torno al cuerpo desnudo y ven aquí." Así lo hizo el hermano; pero los perros y los pájaros le desgarraron todo el cuerpo. Cuando estuvo junto al padre, este le preguntó si había seguido su consejo: él le mostró el cuerpo lleno de heridas. San Antonio le dice entonces: "Aquellos que renuncian al mundo y quieren conservar bienes, quedan desgarrados de este modo luchando contra los demonios."

Sucedió que un hermano, en el cenobio del padre Elías, sucumbió a la tentación; expulsado de allí, se fue al monte donde estaba el padre Antonio. Después de estar un año junto a él, este lo remitió al cenobio de donde había salido; pero en cuanto lo vieron, lo volvieron a expulsar. Él volvió al padre Antonio dijo: "Padre, no han querido recibirme." Entonces el anciano lo volvió a enviar con este mensaje: "Una nave ha naufragado en el mar, ha perdido su cargamento, y ha conseguido con esfuerzo llegar salva a tierra; ¿queréis vosotros echar al mar lo que ha llegado salvo a tierra?" Ellos, cuando supieron que era el padre Antonio quien lo enviaba, enseguida lo acogieron.

Dijo el padre Antonio: "Creo que hay en el cuerpo un movimiento físico connatural, pero que no actúa si el alma no quiere: se trata del simple movimiento corpóreo no pasional. Hay después otro movimiento que procede de nutrir y cuidar el cuerpo con alimentos y bebidas: calentada con estos elementos, la sangre suscita energía en el cuerpo. A propósito de esto decía el Apóstol: No os embriaguéis de vino, en el cual está la lujuria, y en el Evangelio ordenó el Señor a los discípulos: Guardaos que no hagan pesados vuestros corazones por el libertinaje y por la embriaguéis. Y hay todavía un tercer movimiento: el de aquel que es combatido por el asalto envidioso de los demonios. Por consiguiente, se puede decir que hay tres movimientos corpóreos: uno que procede de la naturaleza, otro de los alimentos tomados sin discreción y el tercero de los demonios.

Dijo también: "Dios no permite que desencadenen guerras contra esta generación como contra las antiguas; porque sabe que es débil y no tiene fuerza para aguantar."

Tuvo el padre Antonio esta revelación en el desierto: "En la ciudad hay uno que se te parece: es médico de profesión, da lo que le sobra a los necesitados, y canta todo el día el trisagio con los ángeles."

Dijo el padre Antonio: "Vendrá un tiempo en que los hombres enloquecerán, y al ver a uno que no esté loco, se lanzarán contra él diciendo: "¡Estás loco! a causa de su desemejanza con ellos."

Unos hermanos fueron a visitar al padre Antonio y le propusieron un pasaje del Levítico. Entonces el anciano se fue al desierto; el padre Ammón, que conocía sus costumbres, lo siguió a escondidas. El anciano, alejándose bastante y orando de pie, grito con gran voz: "Oh Dios, envía a Moisés para que me explique estas palabras." Y le llegó una voz que le habló. Entonces el padre Ammón dijo: "He oído la voz que le hablaba, aunque no he comprendido el sentido del discurso."

Tres padres tenían costumbre de ir a ver cada año al bienaventurado Antonio; dos de ellos le preguntaban sobre los pensamientos y sobre la salvación del alma; el tercero, en cambio, siempre callaba y no preguntaba nada. Después de mucho tiempo, el padre Antonio le dice: "Hace mucho tiempo que vienes aquí y no me preguntas nada." Le respondió: "A mí, padre, me basta sólo con verte."

Se cuenta que un anciano pidió a Dios ver a los padres y los vio, pero el padre Antonio no esta allí. Dice entonces al que se los muestra: "¿Y dónde está el padre Antonio?" Y le dijo: "Está allí donde se encuentra Dios."

Un hermano fue acusado en falso de impureza en un cenobio: y se fue con el padre Antonio. Vinieron entonces los hermanos del cenobio para interesarse por él y echarlo fuera. Se pusieron a acusarlo: "Has hecho esto." Y él a defenderse: "No he hecho nada de eso." Sucedió, por fortuna, que se encontraba allí el padre Pafnucio Kefala; el cual contó esta parábola: "Vi sobre la orilla del río a un hombre metido en el fango hasta las rodillas; y acudieron algunos para echarle una mano, pero lo hicieron hundirse hasta el cuello." Y el padre Antonio, refiriéndose al padre Pafnucio, les dijo: "He aquí un verdadero hombre, capaz e cuidar y de salvar las almas." Llenos de compunción por lo que habían dicho, los ancianos s inclinaron delante del hermano; después, exhortados por los padres, lo volvieron a llevar al cenobio.

Hay quien cuenta que el padre Antonio se volvió pneumatóforo, pero no quería hablar a causa de la gente: podía revelar lo que sucedía en el mundo y los acontecimientos futuros.

El padre Antonio recibió un día una carta del emperador Constantino invitándole a Constantinopla. Y se puso a reflexionar sobre el modo de proceder. Pregunta, pues, al padre Pablo, discípulo suyo: "¿Es preciso ir?" Le responde: "Si vas, te llamas Antonio; y si no vas, padre Antonio."

Dijo el padre Antonio: "Ya no temo a Dios, le amo. Porque el amor expulsa el temor."

El mismo padre Antonio dijo: "Tened siempre ante los ojos el temor de Dios; acordaos de quién da la muerte y la vida; odiad el mundo y todo lo que contiene; odiad toda satisfacción carnal; renunciad a esta vida y vivid para Dios; recordad lo que habéis prometido a Dios, porque se os pedirá cuenta de ello en el día del juicio; sufrid el hambre, la sed, la desnudez, velad, afligios, llorad, gemid en vuestros corazones; examinad si sois dignos de Dios; despreciad la carne para salvar vuestras almas."

Un día el padre Antonio fue a visitar al padre Ammonio en el monte de Nitria. Y, después de haberse encontrado, le dice el padre Ammonio: "Puesto que por tus oraciones ha crecido el número de los hermanos y algunos de ellos quieren construir celdas lejos para sumergiese en la unión con Dios, ¿qué distancia quieres que haya de aquí a las celdas que serán construidas?" Dijo: "Comamos cualquier cosa a la hora nona y salgamos después a dar una vuelta por el desierto para ver el sitio." Después de que hubieron caminado por el desierto hasta el ocaso, le dice el padre Antonio: "Oremos y plantemos aquí una cruz: que construyan aquí los que lo quieran; de modo que los de allá abajo, cuando quieran reunirse con estos puedan consumar su ligera refección a la hora nona, y llegar aquí al ocaso; y los que partan de aquí, procediendo del mismo modo, puedan encontrarse con los otros sin tener distracción." Esa distancia es de doce millas.

Dijo el padre Antonio: "El que golpea un bloque de hierro, piensa primero lo que quiere hacer con él: una hoz, o una espada, o una hacha. También nosotros debemos saber la virtud a la que tendemos, si no queremos cansarnos en vano."

Dijo aún: "Obediencia y continencia amansan las fieras."

Dijo también: "He visto caer a monjes después de muchas fatigas y perder el juicio, porque habían confiado en sus obras y dejado de lado aquel precepto que dice: Pregunta a tu padre y él te lo anunciar."

Dijo aún: "Cuando sea posible, el monje debe confiarse a los padres respecto al número de pasos a dar y de las gotas de agua a beber en su celda; si no quiere caer en estas cosas."

Arsenio.

Nació en Roma hacia el año 354 y fue ordenado diácono por el papa Dámaso, pasó la juventud en la corte de Constantinopla, quizás con otras funciones que no conocemos bien la atribución del papel de preceptor puede ser que le haya sido atribuida sobre la base de una lectura errónea del apotegma. De todos modos, es cierto que estuvo en la corte y llevó una vida de gran disipación, cuyo recuerdo permaneció siempre para él como estímulo para una durísima austeridad. Fue una voz que lo arrancó de la vida mundana: "Huye de los hombres," y se retiró al "vastísimo desierto" de Escete, hacia el año 394. Tras el primer saqueo de Escete, obra de una incursión de bárbaros hacia el año 407, huye a Canope de Alejandría; luego vuelve a Escete, para huir de allí por segunda vez con acasión del segundo saqueo acaecido el año 434. Se refugia en Tura (situada al sudeste de El Cairo actual), donde se queda hasta su muerte, en torno al año 449. Algunos de los apotegmas sobre él pueden producir un cierto desconcierto por el modo radical en que siempre buscó obedecer a aquella primera voz. "Huye de los hombres"; pero otros nos explican bien la profunda verdad y unidad que esto tenía en su espíritu y en la multiforme economía divina. Resulta significativo que la iconografía se haya complacido en ilustrar la deliciosa escena descrita. A diferencia de otros, tanto en su caso como en la de Antonio la enorme mayoría de las sentencias de esta colección está presente también en la serie sistemática latina. Un manuscrito importante añade en la cabeza de la colección el siguiente fragmento: "Se decía del padre Arsenio que nadie podía igualar su modo de vida." Casi ninguno de los padres del desierto ha sido tan celebrado en la literatura ascética, en la historiografía, ni está presente de un modo tan vivo en los ambientes monásticos, a veces también muy diversos, de Egipto, Palestina, Siria y Bizancio.

En Palestina, la Vida de Eutimio, maestro del gran san Sabas, lo declara modelo de Eutimio y hace de él un gran elogio. Cuenta que Eutimio repetía siempre un lema del gran Arsenio: "¿Para qué has salido (del mundo)," y se hacía contar por los padres egipcios, que venían a su encuentro con frecuencia, las virtudes de Arsenio y ponía todo su celo en imitarle. Juan Clímaco — uno de los más grandes y sutiles teóricos de la vida espiritual, monje en el monte Sinaí en el siglo VII, autor de la famosa obra La escala del Paraíso, de cuyo nombre griego recibió el sobrenombre de Clímaco — lo llama "el gran e igual a los ángeles hesicasta Arsenio" y exhorta a los que viven en la soledad a acordarse de él y de cómo él despedía a menudo a los visitantes, para no perder "la cosa más grande," es decir, la contemplación de Dios (XXVII, 185). Es muy significativo que precisamente Teodoro Estudita, el gran patriarca de la vida cenobítica en Constantinopla a comienzos del siglo IX, esto es, un monje que vivía y hacía vivir una experiencia monástica muy distinta a la de Arsenio, haya escrito e su honor una no pequeña Laudatio, en donde celebra su vida y sus virtudes y reúne las sentencias sobre él en un mosaico bien construido. En el epílogo comenta su oración nocturna, inspirándose en el v.12 del salmo 138 (139), y dice que en virtud de sus oraciones la noche se iluminaba como el día. Podríamos añadir otras fuentes — griegas, siríacas — que lo señalan como modelo de vida ascética y que continúan volviendo a él bastante siglos después. La patrología griega contiene dos breves escritos ascéticos que le son atribuidos con gran probabilidad: tratan de la fuga del mundo, de la vigilancia contra los innumerables ataques de los demonios, de la purificación de nuestro "hombre interior." Muchos otros apotegmas, además del grupo de los reunidos bajo su nombre, hablan de él o al menos lo mencionan. Aparte de Poemen, que aparece citadísimo en las cartas de Barsanufio y Juan, estas retoman las sentencias de Arsenio con más frecuencia que la de los otros. La nº 1, conjuntamente con la nº1 de Antonio y la nº 15 del mismo Arsenio, se cita como ejemplo de gran humildad (ep. 126) y la nº 10 es usada por Bassanufio para concluir una carta de exhortación y consuelo a un hermano enfermo y tentado: "Aférrate, pues, a Dios; y permanecerá contigo y te dará fuerza en su nombre. A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén" (ep. 45).

Mientras estaba aún en la corte, el padre Arsenio oró a Dios diciendo: "Señor, guíame por el camino de la salvación." Y le llegó una voz que dijo: "Arsenio, huye de los hombres, y serás salvo."

Habiéndose retirado a la vida solitaria, oró todavía con las mismas palabras, y oyó una voz que le dio: "Arsenio, huye, calla, practica la soledad." De estas raíces nace la posibilidad de no pecar.

Un día los demonios asaltaron a Arsenio en su celda para atormentarlo; llegaron entre tanto los que le servían y, estando fuera de la celda, le oyeron gritar a Dios: ""h Dios, no me abandones; no he hecho nada de bueno a tus ojos, pero, en tu bondad, concédeme comenzar."

Se decía que, así como en la corte nadie llevaba vestidos más bellos que él, así entre los monjes ninguno los llevaba más viles."

Alguien dijo al bienaventurado Arsenio: "¿Cómo es que tanta cultura y ciencia no nos sirven para nada y estos rústicos egipcios poseen tales virtudes?" El padre Arsenio le dice: "A nosotros no nos sirve para nada la cultura mundana, pero estos rústicos egipcios han conquistado las virtudes con su esfuerzo."

Un día el padre Arsenio sometió sus pensamientos a un padre egipcio. Uno que lo vio le dijo: "Padre Arsenio, cómo es que tú, que posees una cultura grecorromana, interrogas sobre tus pensamientos a este tontaina?" Y respondió: "Es cierto, poseo la cultura grecorromana, pero aún no he aprendido el alfabeto de este simple campesino."

El bienaventurado arzobispo Teófilo fue una vez donde el padre Arsenio en compañía de un magistrado. Le pidió al anciano poder oír una palabra suya. Tras un momento de silencio, le respondió": Y si os la digo, ¿la observaréis?" Le prometieron hacerlo. Les dijo el anciano: "Dondequiera que sepáis que está Arsenio, no os acerquéis."

Otra vez, el arzobispo, queriendo nuevamente ir a su lado, envió primero a ver si el anciano le abriría. Este le explicó: "Si vienes, te abriré. Pero si te abro a ti, abriré a todos, y entonces no me quedaré más en este lugar." Al oírlo, dijo el arzobispo: "Si yendo lo echo, no iré más."

Un hermano pidió al padre Arsenio que le dijera una palabra. El anciano le dijo: "Lucha con todas tus fuerzas para que el trabajo que haces dentro de ti sea según Dios y así vencerás las pasiones de fuera."

Dijo aún: "Si buscamos a Dios, se revelará a nosotros. Si lo retenemos, se quedará junto a nosotros."

Dijo un hermano al padre Arsenio: "Me atormentan mis pensamientos diciéndome: "No puedes ni ayunar ni trabajar: visita al menos a los enfermos, puesto que también eso es amor (a Dios)." Reconociendo la semilla del diablo, le dice el anciano: "Ve, come, bebe, duerme, y no trabajes; únicamente no te alejes de la celda." Sabía, en efecto, que el cansancio de estar en la celda lleva al monje a ser lo que debe."

Decía el padre Arsenio: "Un monje forastero fuera de su tierra que no se inmiscuya en nada y quedará en paz."

El padre Marcos dijo al Padre Arsenio: "¿Por qué huyes de nosotros?" El anciano le dice: "Dios sabe que os amo. Mas no puedo estar al mismo tiempo con Dios y con los hombres. Los ejércitos celestes que son millares y decenas tienen una sola voluntad, mientras que los hombres tienen muchas. Por eso no puedo dejar a Dios para estar con los hombres."

El padre Daniel contaba que el padre Arsenio pasaba toda la noche velando. Cuando, hacia la mañana, la naturaleza sentía necesidad de dormir, decía al sueño: "Ven, siervo malvado." Dormía un poco sentado; pero enseguida se levantaba.

Decía el padre Arsenio: "Al monje, si es un luchador, le basta con dormir una hora."

Contaban los ancianos que una vez regalaron a Escete algunos higos. Dado que eran muy pocos, no enviaron al padre Arsenio, para que no se ofendiera. Habiéndolo sabido, el anciano no fue a la liturgia. "Me habéis excluido — dijo — de la bendición enviada por Dios a los hermanos, que yo no he sido digno de recibir." Todos lo oyeron y quedaron edificados por la humildad del anciano. El presbítero fue a llevarle los higos y lo condujo con alegría a la celebración común.

Contaba el padre Daniel: "El padre Arsenio permaneció muchos años con nosotros; le dábamos sólo un cesto de pan para un año y después, cuando íbamos a verlo, también comíamos nosotros de él."

Contaba aún que el padre Arsenio no cambiaba el agua de las hojas de las palmas sino una vez al año; el resto del tiempo se limitaba a ir añadiendo: en efecto, trenzaba cuerdas y cosía hasta la hora sexta. Los ancianos le preguntaron: "¿Por qué no cambias el agua de las palmas? ¡Apesta! Respondió: "Debo aceptar este olor a cambio de los perfumes y aromas de que he gozado en el mundo."

También contó esto: "Cuando oía el padre Arsenio que todas las clases de frutas estaban maduras, decía: ‘Traedme.’ Entonces probaba una sola vez un poco de cada una, dando gracias a Dios."

Un día en Escete enfermó el padre Arsenio y, a causa de ello tuvo necesidad de una camisa: como no tenía dinero para comprarla, aceptó la caridad de uno y dijo: "Te doy gracias, Señor, porque me has concedido recibir la caridad en tu nombre."

Se contaba que su celda estaba situada a treinta y dos millas. Salía raramente; otros le dispensaban los servicios necesarios. Cuando fue devastado Escete, salió llorando: "El mundo ha perdido Roma y los monjes Escete."

El padre Marcos le preguntó al padre Arsenio: "¿Está bien no tener nada de reserva en la propia celda? He vista a un hermano que tenía unas cuantas plantas y las estaba arrancando." Respondió el padre Asenio: "Está bien, pero depende de las disposiciones de cada uno: en efecto, si no tiene fuerzas para vivir así, plantará otras."

El padre Daniel, discípulo del padre Arsenio, contó que se había encontrado una vez junto al padre Alejandro. Este fue presa de dolores, y a causa del dolor estaba tendido sobre el dorso. Sucedió que el bienaventurado Arsenio vino a hablar con él y (desde lejos) lo vio tendido; abrió la boca y dijo: "¿Quién es el hombre del mundo que he visto aquí?" Le dice el padre Alejandro: "¿Dónde lo has visto?" Responde: "Al bajar del monte he mirado hacia abajo a la cueva y he visto a uno que yacía tendido sobre el dorso." Entonces el padre Alejandro se inclinó ante él diciendo: "Perdóname, era yo, me habían cogido unos dolores." "Ah, así pues, eras tú — le dice el anciano. Creía que se trataba de un hombre del mundo, y por eso he preguntado."

Dijo una vez el padre Arsenio al padre Alejandro: "Cuando hayas terminado de cortar tus ramas de palma ven a comer conmigo. En cambio, se llegan huéspedes, come con ellos." El padre Alejandro solía trabajar de modo regular y sosegado. Cuando llegó la hora (de la comida) aún le quedaban ramas; pero, queriendo obedecer a lo que le había dicho el anciano, esperó hasta haberlas terminado. Mientras tanto, el padre Arsenio, viendo que tardaba, comió, pensando que tendría huéspedes. Vino el padre Alejandro cuando hubo terminado, avanzada ya la tarde. Le preguntó el anciano: "¿Has tenido huéspedes?" "No," respondió. "¿Entonces, cómo no has venido?" Dijo: "Me has dicho: "Ven cuando hayas terminado de cortar tus ramas. Por obedecer a lo que dijiste no he venido, porque apenas acabo de terminar." El anciano admiró la exactitud de su obediencia y le dijo: "Rompe enseguida el ayuno para ir a la liturgia sin agitación y para poder tomar tu poco de agua; de otro modo tu cuerpo se debilitará enseguida."

Llegó un día el padre Arsenio a un lugar en el que había cañas movidas por el viento. El anciano preguntó a los hermanos: "¿Qué es todo este ruido?" "Son cañas," responden. Dice entonces el anciano: "En verdad, cuando uno practica el recogimiento, si oye la voz de un pájaro, el corazón ya no tiene el mismo recogimiento. ¡Cuánto más vosotros, con el ruido de estas cañas!

Contaba el padre Daniel: "Algunos hermanos, que debían ir a la Tebaida para comprar redes, dijeron: "Aprovecharemos la ocasión para ver también al padre Arsenio." El padre Alejandro entró a decirle: "Unos hermanos venidos de Alejandría quieren verte." Dice el anciano: "Infórmate de la razón por la que están aquí." Tras oír que habían venido a Tebaida por las redes, lo refirió al anciano. Y este dijo: "Seguramente no verán la cara de Arsenio, porque no han venido por mí, sino por su trabajo. Dales de comer y despídelos en paz, diciéndoles que el anciano no puede recibirles."

Un hermano fue a la celda del padre Arsenio en Escete, miró por la ventana y vio al viejo que estaba todo como de fuego: el hermano era, en efecto, digno de ver aquello. Cuando llamó, salió el anciano y, al verlo fuera de sí por el estupor, le preguntó: "¿Llamas desde hace mucho? ¿No has visto nada aquí?" Dijo: "No." Entonces conversó con él y luego le despidió.

Una vez, mientras Arsenio residía en Canope, vino a verlo desde Roma una virgen de familia senatorial, muy rica y temerosa de Dios. La recibió el arzobispo Teófilo; ella le pidió que persuadiera al anciano para que la recibiese. El arzobispo fue a verle y le rogó diciendo: "Ha venido de Roma tal mujer de familia senatorial y quiere verte." Mas el anciano no consistió recibirla. Cuando se lo dijeron, la mujer dio orden de ensillar las cabalgaduras. "Confío en Dios — decía — que he de verle. No he venido para ver a un hombre, ¡hay muchos en la ciudad! sino para ver a un profeta." Cuando llegó junto a la celda del anciano, este, por disposición divina, se encontraba precisamente fuera de la celda; al verle, ella se echó a sus pies, pero él, airado, la hizo levantar y la miró fijamente diciendo: "¿Quieres mirarme la cara? Pues, mira." Pero ella, por vergüenza, no le miró la cara. Le dice el anciano: "¿No has oído hablar de mis obras? Ellas son las que es menester mirar. ¿Cómo te has atrevido a emprender semejante viaje? ¿No sabes que eres una mujer? No debes salir cuando te plazca. ¿O acaso querías volver a Roma a decir a las otras mujeres que has visto a Arsenio, para después convertir el mar en una vía para mujeres que vengan a mí?" Ella dijo: "Si el Señor quiere, no permitiré que ninguna venga aquí. Pero tú ruega por mí y acuérdate de mí siempre." Mas él respondió: "Ruego a Dios que borre tu recuerdo de mi corazón." Al oír esto, se marchó de allí descompuesta. Cuando llegó a la ciudad, le entró fiebre a causa del dolor. Hizo saber al bienaventurado arzobispo Teófilo que estaba enferma, y este, yendo a la casa de la mujer, le rogó que le dijera lo que tenía. Y ella le dijo: "¡Ah! ¿Ojalá nunca hubiera venido aquí! Le he pedido al anciano que se acordara de mí y me ha respondido: "Ruego a Dios que borre tu recuerdo de mi corazón. Y por eso muero de dolor." El arzobispo le respondió: "Pero ¿no sabes que eres una mujer y que el enemigo se sirve de las mujeres para combatir a los santos? Por esa razón te ha hablado el anciano de este modo. Sin embargo, el anciano ora continuamente por tu alma." Así se curó su pensamiento y se marchó a casa con alegría.

Contó el padre Daniel que una vez vino un funcionario a traerle al padre Arsenio el testamento de un senador pariente suyo, que le había dejado una herencia muy conspicua. Cogido el testamento, Arsenio iba a romperlo, cuando el funcionario cayó a sus pies diciendo: "¡No lo rompas, te lo suplico, me costaría la cabeza!" Y el padre Arsenio le dijo: "Yo he muerto antes que él y él ha muerto apenas ahora." Y devolvió el testamento sin aceptar nada.

Contaban de Arsenio que el sábado por la noche, cuando ya apuntaba el domingo, volvía la espalda al sol y extendía las manos al cielo en oración, hasta que nuevamente el sol le resplandecía en la cara; sólo entonces se sentaba.

Se contaba del padre Arsenio y del padre Teodoro de Fermo (Ferme) que odiaban más que nadie la gloria humana: sólo en raras ocasiones aceptaba el padre Arsenio reunirse con alguien; el padre Teodoro, en cambio, sí recibía a la gente, pero era como una espada.

Un día el padre Arsenio, tras haberse establecido en la zona inferior de Egipto, puesto que en ella era molestado, pensó abandonar la celda. Sin coger nada consigo, se fue a ver a sus discípulos Alejandro y Zoilo de Farán. Dijo a Alejandro: "¡Vamos, embárcate!" Y así lo hizo; y a Zoilo: "Ven conmigo al río, busca una nave que vaya a Alejandría y luego embárcate tú también para alcanzar a tu hermano." Turbado por estas palabras, Zoilo calló. Luego se separaron; descendió, pues, el viejo a la región de Alejandría, y se enfermó gravemente. Sus discípulos se preguntaban: "¿Habrá entristecido alguno de nosotros al anciano, y por eso se ha separado de nosotros?" Pero no encontraban en ellos mismos ni haberle desobedecido ni ninguna otra causa. Una vez curado, se dijo el anciano: "Me iré con mis padres." Se embarcó y llegó a Petra, donde se encontraban sus discípulos. Mientras estaba junto al río, llegó de improviso una muchacha etíope que le tocó el manto. Pero el anciano la reprendió. Entonces le dijo la muchacha: "Si eres monje, vete a los montes." El anciano, compungido al oír estas palabras, decía entre sí: "Arsenio, si eres monje, vete a los montes." Mientras estaba con estos pensamientos, le vinieron al encuentro Alejandro y Zoilo, que se echaron a sus pies. Pero el anciano se echó también al suelo y lloraron todos. Después preguntó el anciano: "¿No habéis oído que estaba enfermo?" "Sí," le respondieron. Dijo el anciano: "¿Y por qué no habéis venido a mi encuentro?" Responde el padre Alejandro: "No hay explicación para tu separación de nosotros. A muchos no les supuso motivo de edificación y dijeron: "Si no hubieran desobedecido al anciano, este no se había separado de ellos." Dijo él: "Esta vez dirá la gente: "La paloma no encontró reposo para sus pies y volvió con Noé al arca." Con estas palabras quedaron confortados, y se quedó con ellos hasta la muerte.

Dijo el padre Daniel: "El padre Arsenio nos contó esta historia como si le hubiera sucedido a otro, mas probablemente se trata de él mismo. En una ocasión llegó una voz a un anciano que estaba sentado en su celda: "Ven y te mostraré las obras de los hombres. Él se levantó y salió. Lo condujo entonces a un lugar donde le mostró a un etíope que cortaba leña y hacía con ella una gran pila. Luego intentaba llevarla, pero no podía. En vez de coger una parte, recomenzaba a cortar leña y a añadirla al montón. Así hizo mucho tiempo. Avanzaron un poco y le mostró un hombre que sacaba agua de un pozo para echarla en un recipiente agujereado, que vertía de nuevo el agua en el pozo. Le dijo aún: "Ven, te mostraré otra cosa. y vio un templo y a dos hombres a caballo que llevaban un palo transversalmente, uno frente al otro. Pretendían entrar por la puerta, pero no podían porque el tronco estaba colocado de manera transversal y ninguno de los dos se humillaba a ponerse detrás del otro para llevar el tronco derecho. Y por eso permanecían fuera de la puerta. "He aquí, dice, a los que llevan con soberbia esa especie de yugo que es la justicia y rehusan la humillación que supone corregirse para recorrer el camino humilde de Cristo; por eso se quedan fuera del reino de Dios. El que corta la leña es un hombre sumergido en muchos pecados, el cual, en lugar de convertirse, acumula encima nuevas iniquidades. El que saca agua es un hombre que realiza buenas acciones, pero, puesto que están mezcladas con la maldad, también se pierden las obras buenas. Es menester que cada uno vigile sus propias acciones, para no cansarse en vano."

Contaba aún Daniel que una vez vinieron unos padres de Alejandría para ver al padre Arsenio. Uno de ellos era tío del viejo Timoteo, arzobispo de Alejandría, llamado "eo pobre," y llevaba consigo a uno de sus sobrinos. Pero el anciano no se encontraba bien y no quiso recibirlos, para que no vinieran después otros a molestarle. Se encontraba entonces junto a Petra de Tura. Y se volvieron afligidos. Sobrevino después una incursión de los bárbaros, y se trasladó a las regiones inferiores. Cuando lo supieron, volvieron a él para verlo y fueron recibidos con alegría. Y dijo el hermano que estaba con ellos "¿No sabéis, padre, que fuimos a verte a Tura y no nos recibiste?" "Vosotros habéis probado el pan y bebido el agua — le dice el anciano — yo en cambio, oh hijo, en verdad no he probado ni pan ni agua ni me he sentado, para castigarme a mí mismo, hasta que he sabido que habíais llegado a vuestra casa, porque por mi causa os habíais molestado; mas perdonadme, hermanos." Se marcharon consolados.

El mismo contaba que un día el padre Arsenio lo llamó y le dijo: "Da consuelo a tu padre, para que él, cuando vaya junto al Señor, ore por ti y te vengan bienes."

Contaban del padre Arsenio que un día que estaba enfermo en Escete, le llevó el presbítero a la iglesia y lo recostó sobre una alfombra, poniéndole bajo la cabeza un pequeño cojín. Vino un anciano a visitarlo y, al verlo sobre la alfombra y con un cojín debajo, se escandalizó. "¿Este es el padre Arsenio? — dijo — ¿y se acuesta sobre estas cosas?" Entonces el presbítero, cogiéndolo aparte, le dice: "¿Qué hacías en tu tierra?" "Era pastor," respondió. ¿Cómo vivías?" "Con muchas dificultades." "Y cómo vives ahora en tu celda" "Vivo más aliviado." Entonces le dice: "¿Ves al padre Arsenio? Era preceptor de emperadores en el mundo y tenía a su alrededor a miles de siervos que llevaban cinturones de oro, joyas y vestidos de seda. Bajo él habían alfombras preciosas. Tú en cambio, que eras pastor, no gozabas en el mundo de la comodidad de que gozas ahora. Mientras él aquí no goza de las delicias de que gozaba en el mundo. Tú encuentras ahora alivio, y él tribulación." Al oír estas palabras, se sintió compungido, y se inclinó diciendo: "Perdóname padre, he pecado. Este es realmente el camino verdadero, puesto que él ha venido a la humillación, yo en cambio al descanso." Y se marchó de allí edificado.

Uno de los padres fue a donde el padre Arsenio. Y cuando llamó a la puerta, abrió el viejo creyendo que sería su servidor; mas cuando vio que era otra persona, se echó rostro en tierra. Este le dijo: "Levántate, padre, para que pueda abrazarte." Y el anciano le respondió: "No me levanto si no te vas de aquí." Y a pesar de insistir mucho, no se levantó hasta que se hubo marchado.

Se contaba que un hermano había venido a Escete para ver al padre Arsenio; llegado a la iglesia, rogaba a los cléricos que le dejaran verle. Le dijeron: "Come un poco, hermano, y después lo verás." Mas él decía: "No tocaré comida antes de haberlo visto." Lo mandaron con un hermano para acompañarlo, porque la celda de Arsenio estaba muy lejos. Tras haber llamado a la puerta, entraron, y, una vez que saludaron al anciano, se sentaron en silencio. Dijo entonces el hermano enviado por la comunidad: "Me voy, rogad por mí." El hermano forastero, que no tenía valor para dirigir la palabra al anciano, le dijo: "También yo me voy contigo." Y salieron juntos. Después le rogó: "Llévame al padre Moisés, aquel que antes era un ladrón." A su llegada, este les recibió con alegría y los despidió después de dispensarle una acogida muy hospitalaria. El hermano que hacia de guía le dijo al otro: "Mira, te he llevado a un padre extranjero y a otro egipcio, ¿cuál de ellos te ha gustado más?" "Por ahora me ha gustado más el egipcio," respondió. Uno de los padres, que lo había oído, rogó a Dios: "Señor, explícame esto: uno huye de los hombres en tu nombre, el otro en tu nombre los abraza." Y he aquí que aparecieron dos grandes naves por un río y vio en una de ellas al padre Arsenio, que navegaba en medio de gran sosiego con el Espíritu de Dios, en la otra vio al padre Moisés junto a ángeles de Dios que navegaban con él y lo alimentaban con panales de miel.

Contaba el padre Daniel: "Cuando el padre Arsenio estaba a punto de morir, dio esta orden: "No preparéis ágapes por mí. Si me he preparado un ágape, lo encontraré."

Cuando el padre Arsenio estaba próximo a la muerte, sus discípulos se turbaron sobremanera. Les dijo: "Aún no ha llegado la hora. Cuando llegue, os lo diré. Pero si dierais a alguien mi cuerpo, tendré que ser juzgado junto con vosotros en el altar del Tremendo." "Dijeron ellos: "¿Qué hacemos entonces? Puesto que no sabemos enterrar a muertos." Les dice el anciano: "¿No sabéis atarme una cuerda a los pies y arrastrarme al monte?"

En su boca habían estado siempre estas palabras: "Arsenio, ¿a qué saliste del mundo? Me he arrepentido muchas veces de haber hablado, nunca de haber callado."

A punto de morir, los hermanos le vieron llorar y le dijeron: "¿Verdaderamente, tú también tienes miedo, padre?" Les dijo: "En verdad, el temor que siento ahora en este momento me ha acompañado siempre desde que soy monje." Y así se durmió.

Se contaba del padre Arsenio que durante toda su vida, mientras estaba sentado para el trabajo manual, tenía un trozo de tela sobre el pecho a causa de las lágrimas que corrían de sus ojos.

Cuando el padre Poemen (Poimén) se enteró de su muerte, dijo llorando: "Bienaventurado tú, padre Arsenio, porque te has llorado a ti mismo en este mundo; en efecto, quien no se llora a sí mismo aquí, llorará eternamente en el más allá. Es imposible no llorar: o bien en este mundo por nuestra propia elección, o en el otro por los tormentos."

El padre Daniel contó de él que no quería tratar nunca de cuestiones referentes a la Escritura, aunque había podido hacerlo, si hubiera querido. No era fácil que escribiera ni siquiera una carta. Cuando, de vez en cuando, venía a la iglesia, se sentaba detrás de una columna para que nadie le viera el rostro y para no mirar, a su vez, a nadie. Su aspecto era angélico, como el de Jacob. Era completamente cano, de figura elegante, enjuto. Tenía una larga barba que le llegaba a la cintura, mientras que las cejas se le habían caído de los ojos por el llanto. Era alto, aunque estaba encorvado a causa de la vejez. Vivió noventa y cinco años; cuarenta en el palacio de Teodoro el Grande, de divina memoria, como perceptor de los divinísimos Arcadio y Honorio; cuarenta en Escete, diez en Tura, encima de Babilonia, frente a Menfid; tres en Canope de Alejandría, y los dos últimos volvió a Tura, donde murió, terminando su carrera en la paz y el temor de Dios, puesto que era un hombre bueno, lleno de Espíritu Santo y de fe. "Me ha dejado su manto de pieles, un silicio de pelo blanco y sandalias de fibra de palma. Y yo, indigno, los llevo puestos, para recibir sus bendiciones."

Contó aún el padre Daniel del padre Arsenio: "Una vez llamó a mis padres Alejandro y Zoilo y se humilló ante ellos diciendo: "Puesto que los demonios me hacen guerra y no sé si apoderan de mí durante el sueño, luchad conmigo esta noche y prestad atención a que no me amodorre durante la vela. Uno se sentó a su derecha, el otro a la izquierda, resistiendo en silencio hasta el final de la noche. Contaron después a mis padres: "Nosotros nos adormecimos y luego nos volvimos a despertar y no advertimos que él hubiera sido presa del sueño. Al alba, sabe Dios si lo hizo adrede, para que pensáramos que se había dormido, o que en realidad había sido vencido por el sueño, suspiró tres veces, se levantó enseguida y dijo: "Verdaderamente me he amodorrado." Y nosotros respondimos: "No lo sabemos."

Un día vinieron unos ancianos donde el padre Arsenio e insistieron mucho en verle. Él abrió, y ellos le rogaron que les dijera alguna palabra sobre aquellos que practican la soledad y no se encuentran con nadie. Dijo: "Mientras la virgen está en casa de su padre, son muchos los que querrían casarse con ella; pero, después que ha tomado marido, no gusta a todos: algunos la desprecian, otras la alaban, y ya no es tan estimada como antes, cuando estaba escondida. Lo mismo sucede con las cosas del alma: si son divulgadas, no pueden convencer a todos."

Agatón.

También fue monje en Escete, después de haberlo sido quizás de joven en Tebaida, pertenece asimismo muy probablemente a la generación que dejó Escete tras el primer saqueo del año 407 aproximadamente. Lo encontramos, en efecto, junto al Nilo, no lejos de Tura, antes de que Arsenio se marchara después del segundo saqueo de Escete. En esta ocasión la serie alfabética recoge muchos más significativos; permite así identificar a una figura dulcísima "citadísimo en la virtud de la humildad y de la paciencia," animado verdaderamente de una caridad sin comparación: "Si pudiera encontrar un leproso, darle mi cuerpo y tomar el suyo, lo haría de buena gana; eso es el amor perfecto." No por casualidad concluye la recopilación con el tristemente famoso episodio del ángel que se le apareció en forma de leproso, enviado para poner a prueba su caridad y su paciencia. El último de los discursos de Isaías de Escete está constituido sobre todo por algunos apotegmas que presentan las figuras de algunos padres del desierto: Poemen (Poimén), Amún, Sisoés, Agatón. La mayor cantidad de espacio — con mucho — está dedicada al discípulo de Agatón, Abraham, que relata a Isaías de Escete muchas anécdotas sobre su maestro. Por eso concluye así: "Era pacífico con todos los hermanos con los que habitaba, todos le amaban o imitaban su modo de vivir." La sentencia nº 1 resulta particularmente entrañable a Barsanufio y Juan, que la citan expresamente cinco veces, insistiendo en que la insolencia es la madre de todas las pasiones, engendradora de todos los males y hace perder al monje todos sus frutos. Doroteo de Gaza se remite más veces a su enseñanza: en dos de sus "instrucciones" recuerda las palabras de Agatón próximo a la muerte, su temor y su inseguridad, porque una cosa es el juicio de los hombres, otra el de Dios, y extrae de ellas estas admoniciones: "Mirad, este anciano nos ha abierto los ojos para comprender la humildad y nos ha indicado la vía para alcanzarla." Doroteo retoma las mismas palabras de Agatón para concluir el fundamentalísmo capítulo sobre el no deber fiarnos de nuestro propio juicio. Doroteo apela a Agatón y concluye: "Que Dios nos proteja del peligro de dirigirnos a nosotros mismos y nos haga dignos de seguir firmemente la vía de nuestros padres."

El padre Pedro, discípulo del padre Lot, contó que se encontraba un día en la celda del padre Agatón, cuando vino un hermano a decirle: "Quiero habitar junto a los otros hermanos. Dime el modo en que debo vivir con ellos." El anciano le respondió: "Considérate extranjero durante todos los días de tu vida como el primer día en que te has unido a ellos, para no tener nunca con ellos demasiada libertad." El padre Macario le pregunta: "Pero ¿qué hace esta libertad?" Le dice el anciano: "La demasiada libertad es semejante a un violento viento siroco que, cuando llega, todos huyen de él y destruye los frutos de los árboles." El padre Macario le pregunta aún: "¿Es, pues, tan nociva, la demasiada libertad?" Y el padre Agatón respondió: "Ninguna otra pasión es más nociva que la demasiada libertad: es la madre de todas las demás; el monje laborioso debe guardarse de ella, aunque viva solo en su celda."

Dijo el padre Agatón: "El monje no debe permitir que su conciencia le acuse de nada"

Dijo aún: "No se puede progresar ni siquiera en una virtud sin observar los mandamientos de Dios."

Dijo también: "Nunca me he dormido teniendo rencor contra alguien; y, en cuanto me ha sido posible, no he permitido que nadie se durmiera teniendo rencor contra mí"

Se decía que algunos fueron al padre Agatón, pues habían oído hablar de su gran don de discernimiento. Para ponerlo a prueba y ver si se airaba, le dicen: "¿Eres tú Agatón? Hemos oído decir que eres fornicador y soberbio." Responde: "Sí, es verdad." "¿Eres, Agatón, dicharachero y chismoso?" "Lo soy." Dicen de nuevo: "¿Eres tú Agatón el hereje?" "No soy hereje," responde. Le ruegan: "Explícanos por qué, cuando te acusamos de cosas tan graves, las aceptaste, y sólo esta no la has soportado." Les dijo: "De las primeras me acuso yo mismo, y es útil para mi alma, mas la herejía es separación de Dios y yo no quiero ser separado de Dios." Al oír esto, admiraron su discernimiento y se fueron edificados.

Contaban del padre Agatón que empleó mucho tiempo junto a sus discípulos en construir una celda. Cuando la hubieron terminado, empezaron a vivir en ella, pero ya desde la primera semana vio algo que le parecía no ser de ayuda, y dijo a sus discípulos: "¡Levantaos, vámonos de aquí!" Se quedaron muy turbados y dijeron: "Si precisamente tenías la intención de marcharte, ¿por qué nos hemos cansado tanto para construir la celda? La gente se escandalizará de nuevo y dirá: "¡Mirad a estos inestables, que se van de nuevo!" Viéndolos tan abatidos, les dijo: "Aunque algunos se escandalicen, otros, a su vez, quedarán edificados y dirán: "Bienaventurados los que por amor de Dios se han ido despreciando todo. Por consiguiente, el que quiera venir que venga. Yo me voy ahora" Entonces se echaron por tierra, rogando que les permitiera partir con él.

Se dice aún de él que salía con frecuencia sin tener ninguna otra cosa en los bolsillos que su cortaplumas.

Le preguntaron una vez a Agatón: "¿Qué vale más, la fatiga del cuerpo o la custodia del corazón?" Respondió el anciano: "El hombre es como un árbol: la fatiga del cuerpo son las hojas, la custodia del corazón el fruto. Ahora bien, puesto que está escrito: Todo árbol que no produzca buen fruto será cortado y echado al fuego, está claro que todo nuestro empeño debe tender al fruto, es decir, a custodiar nuestro espíritu. Mas también es necesaria la protección y el ornato de las hojas, es decir, la fatiga del cuerpo."

Los hermanos preguntaron al padre Agatón: "Padre, ¿qué virtud requiere mayor fatiga en la vida espiritual?" Les dice: "Perdonadme, pero me parece que no hay fatiga tan grande como orar a Dios. En efecto, cuando el hombre quiere orar, los enemigos intentan impedirlo, porque saben bien que nada les obstaculiza tanto como la oración. Con cualquier obra que emprenda el hombre, si persevera, poseerá el sosiego. La oración, en cambio, requiere lucha hasta el último suspiro."

El padre Agatón era sabio con el intelecto, laborioso con el cuerpo, autosuficiente en todo: en el trabajo manual, en el alimento y en el vestido.

Paseaba un día el padre Agatón con sus discípulos, cuando uno de ellos vio en tierra un pequeño garbanzo verde. Y le preguntó: "Padre, ¿permites que lo coja?" El anciano le miró estupefacto: "¿Eres tú quien lo ha puesto ahí?" "No," respondió el hermano. Le dijo el anciano: ¿"Cómo quieres coger, entonces, lo que tú nos has puesto?"

Vino un hermano al padre Agatón y dijo: "Permíteme vivir contigo." En el camino para llegar donde él había encontrado un pedacito de nitro y lo había cogido. Le pregunta el anciano. "¿Dónde has encontrado el nitro?" Y respondió el hermano: "Lo he encontrado andando por el camino y lo he cogido." Le dice el anciano: "Si has venido para vivir conmigo, ¿cómo has podido coger algo que no habías puesto tú?" Y le mandó que lo volviera a llevar a donde lo había cogido.

Preguntó un hermano al anciano: "Se me ha dado una orden, pero en este lugar existe una tentación. Quisiera ir para obedecer, pero temo la tentación." El anciano respondió: "Si fuera Agatón, ejecutaría la orden y vencería la tentación."

Se celebró un consejo en Escete sobre cierto problema y se tomó una decisión. Más tarde vino Agatón y dijo: "No habéis decidido bien el asunto." Le dijeron: "¿Y quién eres tú para querer hablar?" Respondió: "Un hijo de hombre; está escrito efectivamente: Si verdaderamente habláis de justicia, juzgad con rectitud, oh hijos de los hombres."

Contaban que el padre Agatón vivió tres años con un guijarro en la boca, hasta que consiguió practicar en silencio.

Contaban de él y del padre Ammonio que, cuando vendían mercancía, decían el precio una sola vez, y tomaban en silencio y con paz lo que se les daba; y cuando a su vez querían comprar algo, señalaban en silencio lo que necesitaban y retiraban la mercancía, sin decir una palabra.

El mismo padre Agatón dijo: "Yo nunca he celebrado un ágape, pero el dar y recibir era para mí un ágape, porque pienso que la ganancia del hermano es una ofrenda cultural."

El mismo Agatón, cuando veía alguna cosa que su pensamiento hubiera querido juzgar, se decía a sí mismo: "No, Agatón, no lo hagas." Y su pensamiento se calmaba.

Decía también: "Un hombre irascible, aunque hiciera resucitar a los muertos, no sería acepto a Dios"

Hubo un tiempo en que el padre Agatón tenía dos discípulos que llevaban vida solitaria; un día le preguntó a uno: "¿Cómo vives en tu celda?" Respondió: "Ayuno hasta la noche, luego como dos panecillos." El anciano le dijo: "Buen régimen, sin gran fatiga." Preguntó también al otro: "¿Y tú, cómo?" Respondió: "Ayuno un día sí y otro no, y cada dos días como dos panecillos." Le dijo el anciano: "Permanece tenso en el esfuerzo, porque debes sostener dos batallas: si uno come cada día sin saciarse, se cansa; hay, en cambio, quien ayuna un día y el otro se sacia. Tú, sin embargo, haces el doble, ayunas y no te sacias nunca."

Preguntó un hermano al padre Agatón sobre la impureza. Le dice: "Ve, echa ante Dios tu enfermedad y encontrarás sosiego."

Enfermaron un día el padre Agatón y otro de los ancianos y se metieron en la cama en una celda. Un hermano les leía el libro del Génesis, y llegó al capítulo en que dice Jacob: "José ya no está, ni Simeón tampoco; y queréis quitarme también a Benjamín; haréis bajar con dolor mi vejez a la tumba." Intervino entonces el otro anciano: "¿No te bastan los otros diez, padre Jacob?" "¡Calla, anciano! le dijo el padre Agatón, si Dios justifica, ¿quién podrá condenar?

Dijo el padre Agatón: "Si sé que alguien me lleva a cometer una falta, aunque sea una persona que me resulte extraordinariamente querida, rompo toda relación con ella."

Dijo aún: "Es menester que el hombre esté siempre atento al juicio de Dios."

Mientras unos hermanos hablaban sobre la caridad, dijo el padre José: "Pero ¿sabemos qué es la caridad? Y contó que el padre Agatón poseía un pequeño cuchillo; vino un hermano y lo admiró, y él no le dejó marcharse sin que lo hubiera cogido."

Decía el padre Agatón: "Si pudiera encontrar a un leproso, darle mi cuerpo y tomar el suyo, lo haría de buena gana: eso es el amor perfecto."

Contaban aún, que una vez fue a la ciudad para vender mercancías, y encontró en la plaza a un forastero que yacía en tierra enfermo, sin nadie que se preocupara de él. El anciano se quedó con él, tomando una habitación en alquiler y pagando el alquiler con el precio del trabajo manual; el dinero que le quedaba lo gastó en la cura del enfermo. Se quedó con él cuatro meses, hasta que el enfermo estuvo restablecido. Entonces el anciano regresó a su celda en paz.

Contaba el padre Daniel que sus padres vivían con el abad Agatón, antes de que el padre Arsenio viniera a vivir con ellos. El abad Agatón amaba al padre Alejandro, porque era un asceta y al mismo tiempo un hombre dulce. Ahora bien, sucedió que todos los hermanos lavaban los juncos en el río, y el padre Alejandro los lavaba con una gran calma. Los otros hermanos dijeron al anciano: "El padre Alejandro no hace nada." Y él, queriendo corregirlos, le dijo: "Hermano Alejandro, lávalos bien, porque son hilos de lino." Al oír esto, se entristeció; pero enseguida lo consoló el anciano diciéndole: "¿Crees que no sé que lo haces bien? Pero te he dicho esto delante de ellos para curarlos de su pensamiento con el ejemplo de tu obediencia, hermano."

Contaron que el padre Agatón se esforzaba en cumplir cada mandamiento: si subía a una embarcación, era el primero en coger el remo; cuando venían a él hermanos, inmediatamente después de la oración preparaba la mesa con sus manos. Estaba, en efecto, lleno del amor de Dios. Cuando estuvo próximo a la muerte, permaneció tres días con los ojos abiertos, inmóviles. Los hermanos lo sacudieron, diciendole: "Padre Agatón, ¿dónde estás?" Les dice: "Estoy ante el juicio de Dios." Y ellos: "¿También tu sientes miedo, padre?" Les dice: "Hasta ahora he intentado con todas mis fuerzas observar los mandamientos de Dios; pero soy un hombre. ¿Cómo puedo saber si mi obra ha sido grata a Dios?" "¿No tienes confianza en que tus obras — dicen los hermanos — estén hechas según Dios?" Les dice el anciano: "No estoy segura de nada hasta que no haya encontrado a Dios; en efecto, una cosa es el juicio de Dios y otra el de los hombres." Puesto que todavía querían preguntarle, les dijo: "Tened conmigo la caridad de no hablarme más, porque estoy ocupado." Y murió en medio de la alegría. Lo vieron subir al cielo con la actitud de quien saluda a los propios amigos y parientes. Había ejercido una gran vigilancia en todo, y solía decir: "Sin una gran vigilancia, el hombre no progresa ni siquiera en una virtud."

Un día fue el padre Agatón a vender algunas cosas a la ciudad y se encontró a un leproso al borde del camino. Le dice el leproso: "¿Adónde vas?" Y le respondió el padre Agatón: "A la ciudad a vender mercancía." "Hazme la caridad — le dice el otro— de cargar conmigo y llévame allí." Se lo cargó sobre la espalda y lo llevó a la ciudad. "Déjame en donde vendas las cosas," le dijo. Y así lo hizo. Cuando hubo vendido un canasto, le dijo el leproso: "¿Por cuánto lo has vendido?" Se lo dice. Y él: "Cómprame una hogaza." La compró. Vendió después otro canasto. Y le dijo: "Cómprame esto." Y se lo compró. Cuando lo hubo vendido todo y estaba para marcharse, le dijo el leproso: "¿Te vas?" "Sí." "Hazme otra caridad — le dijo entonces — carga conmigo y llévame a donde me encontraste." Agatón se lo cargó sobre la espalda y volvió a llevarlo a aquel lugar. Finalmente le dijo el leproso: "Bendito eres del Señor, Agatón, en el cielo y en la tierra." Agatón levantó los ojos y no vio a nadie: se trataba, efectivamente, de un ángel del Señor, venido para ponerlo a prueba.

Ammón (Ammonas).

Fue discípulo de Antonio, que profetizó de él la grandeza que había alcanzado en la humildad y la inocencia. Fue monje durante catorce años en Escete y luego obispo; no sabemos si es él el Ammón sucesor de Antonio en Pispir, lugar del primer retiro de Antonio; quizás hubiera podido serlo entre la vida en Escete y el episcopado. Pero nombres como el suyo o semejantes (Ammonio, Ammonas, Amún, etc.) eran muy frecuentes y eso no permite reconstrucciones históricas seguras. Se le atribuyen 14 cartas dirigidas a "hijos y hermanos." En una de ellas recupera la enseñanza de Antonio diciendo: "El padre Antonio nos decía: "Sin tentaciones no puede entrar el hombre en el reino de los cielos." Las cartas tratan con gran amplitud el tema de la lucha contra las tentaciones y el de la adquisición del Espíritu Santo. Doroteo de Gaza, en su capítulo sobre el deber de no juzgar al prójimo, retoma el apotegma nº10 y lo comenta de este modo: "¡Qué misericordia demostró, qué caridad tenía aquella alma santa! … Y no sólo, después de Dios, protegió al culpable, sino que también lo curó corrigiéndolo en el momento oportuno… De inmediato fue presa el hermano de dolor y compunción, de inmediato actuaron sobre su alma el amor y la compasión del anciano."

Rogó un hermano al padre Ammón: "Dime una palabra." El anciano le dijo: "Mira, pon en tu mente lo que piensan los malhechores en la cárcel: estos preguntan siempre a todos dónde está el juez y cuándo vendrá, y lloran en espera del castigo. Del mismo modo el monje debe estar siempre atento, y acusar su alma diciendo: "¡Ay de mí! ¿Cómo podré presentarme en el tribunal de Cristo? ¿Cómo podré justificarme ante él? Si repites de manera incesante, podrás salvarte."

Cuentas que el padre Ammón mató una vez un basilisco: al salir al desierto para sacar agua del pozo, vio un basilisco y se echó con el rostro a tierra diciendo: "Señor, ¿quién debe morir, yo o él?" Inmediatamente el basilisco fue descuartizado por el poder de Cristo.

Ha dicho el padre Ammón: "He pasado catorce años en Escete pidiendo a Dios día y noche la gracia de vencer la ira."

Contó uno de los padres que en las Celdas había un monje muy trabajador, que llevaba puesta una estera. Un día fue donde el padre Ammón. El anciano lo vio vestido con una estera y le dijo: "Esto no te sirve para nada." El otro le preguntó: "Estoy cogido por tres pensamientos: errar por el desierto, ir a tierra extranjera donde nadie me conozca o encerrarme en una celda, no contestar a nadie, y comer un día sí y otro no." Le dijo el padre Ammón: "Ninguna de estas tres cosas te sirve. Quédate más bien en tu celda, come un poco cada día, medita incesantemente en tu corazón las palabras del publicano, y podrás salvarte"

Llegaron a encontrarse unos hermanos en situación angustiosa donde vivían y, pensando en dejar el lugar, fueron a ver al padre Ammón. Pero he aquí que el anciano se encontraba haciendo un viaje en barca; y, viéndoles caminar sobre la orilla del río, pide a los barqueros: "ponedme en tierra," y llamó a los hermanos: "Yo soy el Ammón a cuya casa queréis ir." Consoló sus corazones y los convenció para que volvieran al lugar de donde habían partido. En efecto, lo que les angustiaba no causaba daño a sus almas, sino humana tribulación.

Una vez el padre Ammón, venido al río para cruzarlo, encontró un bote bien preparado, en el que se sentó. Y he aquí que sobrevino otro, que llevaba a personas notables. Le dicen: "Ven tú también, padre, viaja con nosotros." Pero él dice: "Yo subo en embarcaciones públicas." Llevaba consigo un pequeño haz de ramas de palma, y estaba sentado trenzando una cuerda y luego la deshacía, hasta que llegó la embarcación y alcanzó así la orilla. Los hermanos se inclinaron ante él diciendo: "¿Por qué obras así?" Les dijo el anciano: "Para que, teniendo el pensamiento siempre ocupado, no divague." Pero esto es sólo un ejemplo, para decir que debemos recorrer con recogimiento el camino de Dios.

Un día el padre Ammón, que había salido para ir a ver al padre Antonio, se extravió en el camino. Entonces se sentó para dormir un poco, luego, tras levantarse del sueño, oró a Dios con estas palabras: "Te suplico, Señor Dios mío, que no pierdas a tu criatura." Y se le apareció como una mano de hombre suspendida del cielo, que le indicó el camino, hasta que llegó y se paró sobre la cueva del padre Antonio.

A este padre Ammón le profetizó el padre Antonio que debía hacer progresos en el temor de Dios; lo llevó fuera de la celda y le mostró una piedra diciendo: "¡Insúltala y golpéala!" Tras haberlo hecho así, le dijo el padre Antonio: ¿Acaso ha dicho algo la piedra?" Dijo el otro: "No." Entonces le dijo el padre Antonio: "mira, también tú debes llegar a ello." Y así sucedió: el padre Ammón hizo tales progresos que por su gran bondad ignoraba completamente el mal. En esta situación, cuando fue obispo, le fue conducida una joven que estaba en cinta, y le dijeron: "Fulano…es quien ha hecho esto. ¡Castígalo!" Él, sin embargo, tras hacer la señal de la cruz sobre el vientre de la joven, dio orden de entregarle seis pares de sábanas, para que, si en el momento del parto morían ella o el niño, no faltara algo en lo que sepultarlos. Los acusadores dijeron: "¿Por qué haces esto? ¡Castígalo más bien!" Pero él les dijo: "¿No veis hermanos que está cercana la muerte? ¿Qué puedo hacer yo?" Y la despidió; el anciano nunca se atrevió a condenar a nadie.

Contaban que un día fueron algunos al padre Ammón para ser juzgados por él. Pero fingió ser tonto. Entonces una mujer le dijo a su vecino: "¡Este viejo está loco!" El viejo la oyó y, llamándola, le dijo: "He pasado tantas fatigas en el desierto para conquistar esta locura ¿y tendré que perderla hoy por ti?"

El padre Ammón fue a comer un día a un lugar donde había un hombre que gozaba de mala fama. Y sucedió que la mujer (con la que el hermano estaba en relaciones) llegó y entró en la celda del hermano que tenía mala fama. Los habitantes de aquel lugar, cuando lo supieron, se agitaron y se unieron, para echarlo de su celda. Al oír que el obispo Ammón se encontraba en aquel lugar, fueron a llamarlo para que viniera con ellos. El hermano se dio cuenta y escondió a la mujer en un gran tonel. Cuando llegó la gente, el padre Ammón ya sabía lo que había sucedido, y, por amor a Dios, quiso esconder la cosa. Una vez entrado, se sentó sobre el tonel, y dio orden de que buscaran por toda la celda. Cuando hubieron rebuscado por todas partes sin encontrar a la mujer, dijo el padre Ammón: "¿Qué significa esto? Que Dios os perdone." Y, tras haber rezado, hizo salir a todos; luego tomó la mano del hermano y le dijo: "¡Vigílate a ti mismo, hermano!" Dicho esto, se marchó.

Le preguntaron al padre Ammón: "¿Cuál es el camino estrecho y lleno de tribulaciones?" Respondió: "Este: hacer violencia a los propios pensamientos y amputar la propia voluntad por amor a Dios. Este es también el significado de las palabras: Mira, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido."

Aquiles (Aquilas o Aquila).

Poco o nada sabemos de él, aunque su memoria es muy viva en la tradición, sin duda debido a la dureza de su vida, que emerge de manera manifiesta de las pocas sentencias sobre él. Lo recuerda el sinaxario (es decir, el calendario litúrgico) en honor de Antonio (17 de enero) con un acento que hoy resuena un tanto cómico, pero que sigue siendo significativo: "Con las armas Aquiles destruyó la ciudad de aquí abajo, con las fatigas Aquilas enriquece la ciudad de allá arriba." Al comienzo de la gran celebración cuaresmal, celebra la Iglesia bizantina la memoria de los santos ascetas y menciona a Aquilas y Amoés llamándolos "flores del desierto." La sentencia con que se cierra el apotegma nº3 ha sido versificada, varios siglos después, por un poeta bizantino, Juan Geómetra (PG 106,881 c), lo que da testimonio de que ese episodio ha permanecido muy vivo en la tradición oriental.

Fueron un día tres ancianos, uno de los cuales tenía mala fama, a donde el padre Aquilas. Pidió uno de ellos: "Padre, hazme una red." "No la hago," respondió. El segundo pidió: "haznos esta caridad, para que podamos tener un recuerdo tuyo en nuestro monasterio." Pero él respondió: "No tengo tiempo." Dijo luego el tercero, el que tenía mala fama: "Hazme una red, padre, para que tenga yo un objeto hecho por tus manos." A este le respondió enseguida: "Te la haré." Los otros dos le preguntaron después aparte: "¿Por qué no has querido consentir a nuestras peticiones, y a él le has dicho: "Te la haré?" Les dijo el anciano: "A vosotros os he dicho que no la haría y no os habéis puesto tristes, porque sabéis que no tengo tiempo. Sin embargo, si no se la hiciera a él, diría que no quiero porque he sabido de sus pecados. Y con eso romperíamos la cuerda. En cambio, he querido aliviar su alma, para que no esté inmersa en la tristeza."

Contó el padre Amoés: "Me fui junto con el padre Vindemio a donde el padre Aquilas, y le oí meditar este pasaje: No temas, Jacob, bajar a Egipto. Al rato volvió a repetir este pasaje. Cuando llamamos, nos abrió y nos dijo: "¿De dónde venís? Como no nos atrevíamos a decirle de Las Celdas, dijimos: "Del monte de Nitria. — ¿Qué puedo hacer por vosotros? nos preguntó, porque venís de lejos. Y nos hizo entrar. Lo vimos trabajar mucho trenzando cuerdas durante la noche, y le pedimos que nos dijera la razón de ello. — Desde la noche hasta ahora, dijo, he trenzado 120 pies, y ciertamente no tengo necesidad de trabajar tanto. Pero tengo miedo de que el Señor se encolerice contra mí y me reproche diciendo: "Tú podrías trabajar; ¿por qué no lo haces? Por eso intento emplear todas mis fuerzas. Se fueron edificados."

Otra vez, un gran anciano vino de Tebaida para ver al padre Aquilas, y le dijo: "Padre, me siento tentado hacia ti." El otro le dice: "¡Vamos, anciano! ¿Precisamente hacia mí te sientes tentado?" El otro le respondió con humildad: "Sí, padre." Había allí junto a la puerta un anciano ciego y cojo. El anciano le dijo: "Quería estas aquí algunos días, pero, a causa de este anciano, no puedo." Al oír estas palabras el padre Aquilas admiró la humildad del anciano y dijo: "Esto no es impureza, sino envidia de los malvados demonios."

Amoés (Ammóes).

Ya ha sido mencionado junto a Aquilas. Es contemporáneo de Daniel, el discípulo de Arsenio (cf.Daniel 5, p. 175). Como se ve claramente por estos cinco apotegmas y por el apotegma sobre Juan, su discípulo (p. 286), al que sólo cuando estaba a punto de morir dirigió una palabra de consuelo, Amoés está situado ciertamente en la línea del gran Arsenio y de él aprendió a defender con una terrible firmeza la austeridad y el recogimiento.

Contaban que el padre Amoés, cuando iba a la iglesia, no quería que su discípulo caminara a su lado, sino a distancia. Si se le acercaba para preguntarle sobre lo que pensaba, como solía hacer tan sólo con él, lo alejaba de inmediato diciéndole: "No vaya a ser que, mientras hablamos de cosas útiles al alma, se insinúe alguna palabra extraña; por eso no te permito que te quedes junto a mí."

El padre Amoés empezó diciendo al padre Isaías: "¿Cómo me ves ahora?" Le dice: "Como un ángel, padre." Al final le preguntó: "¿Y ahora cómo me ves?" "Como Satanás; en efecto, aunque las palabras que me has dicho eran buenas, las siento como una espada."

Se contaba que el padre Amoés tuvo que permanecer enfermo en la cama durante muchos años, y nunca permitió a su mente distraerse observando cosa alguna que hubiera en la celda, porque le llevaban muchas cosas con motivo de la enfermedad. Incluso cuando su discípulo Juan entraba y salía, cerraba los ojos para no ver lo que hacía. Sabía, por otra parte, que era un moje digno de confianza.

El padre Poemen (Poimén) contó que un hermano fue al padre Amoés para pedirle una palabra. Pero durante los siete días que se detuvo cerca de él, no obtuvo respuesta alguna. Al despedirlo después, le dijo el padre Amoés: "¡Vigílate a ti mismo! En cuanto a mí, mis pecados han levantado ahora un muro tenebroso entre Dios y yo."

Contaban que el padre Amoés, después de haber cocido 50 artabas de pan, para que fuera usado medida que hiciera falta lo puso al sol. Pero, antes de que estuviera bien seco, encontró en aquel lugar algo que no le ayudaba, y dijo a sus discípulos: "Vayámonos de aquí." Pero ellos se pusieron muy tristes. Al verlos tan tristes, les dice: "¿Estáis disgustados por los panes? Os aseguro que he visto a algunos huir dejando las ventanas recién barnizadas y dentro rollos de pergamino. Y ni siquiera cerraron las puertas, sino que se fueron dejándolas abiertas."

 

Ammonio (Amún) de Nitria.

Es contemporáneo de Antonio. Es decir, pertenece a la primera gran generación de monjes. Es el fundador de la vida monástica en el desierto de Nitria, al que se retiró hacia el año 330, tras 18 años de vida, no conyugal sino fraterna, con la mujer que un tío le había impuesto a la fuerza. Paladio nos cuenta así su noche de bodas: "Después de que todos se hubieran ido… dice Ammonio: "En este lugar, señora mía, te expondré mi intención para el resto de la vida. El matrimonio que hemos contraído no tiene gran valor. Por eso obraremos bien si, desde este momento, cada uno de nosotros duerme solo, a fin de que continuemos agradando a Dios guardando intacta nuestra virginidad. Y tomó de su seno un librito en el que hablaba el Apóstol…" Evidentemente se trata del capítulo 7 de Primera carta a los Corintios — y pronto persuadió a su esposa, a la que le pidió, no obstante, habitar fraternalmente juntos. Después de 18 años también ella se decidió por la vida solitaria y Ammonio quedó libre para retirarse al desierto. No sólo recogió la enseñanza y el ejemplo de Antonio, sino que el mismo Antonio se refería a él y lo tenía en grandísima estima. Los dos grandes — separados por una distancia de cerca de 13 días de camino— se intercambiaron algunas visitas; probablemente remonte al año 338, cuando Antonio se fue a Alejandría para apoyar la causa de Atanasio el episodio narrado entre las sentencias de Antonio: tras haberse hecho aconsejar por é, Ammonio dio comienzo a la fundación de Las Celdas, más lejos de la zona habitada, para quien deseara una mayor soledad que en Nitria. Este asentamiento estará constituido por celdas esparcidas en su mayor parte sobre un área más vasta y a una mayor distancia las unas de las otras y de la iglesia. Aunque sobre él tengamos tan pocos apotegmas — y probablemente el nº 2 se le atribuye erróneamente a él en vez de a Ammón u otro anciano de nombre similar — otras fuentes han dejado constancia de su gran fama. Atanasio de Alejandría lo recuerda en la Vida de Antonio y le dirige una breve carta. Se contaban muchos prodigios sobre él: una vez, yendo al encuentro de Antonio, habría sido transportado milagrosamente más allá del río Lico en crecida. Él mismo realizaba muchos milagros y estaba dotado del carisma diorático, esto es, del don de ver las realidades invisibles, los pensamientos y los acontecimientos secretos. La Historia monachorum cuenta que una vez le llevaron un niño mordido por un perro. Dijo: "Devolved a aquella viuda el buey que habéis matado y el niño curará." El fragmento nº3 de la actual serie ha dejado muchas huellas en la tradición de los apotegmas, hasta el punto de que volvemos a encontrarlo, más o menos adaptado, en muchas otras recopilaciones: constituye, además, un texto básico en la doctrina sobre la obediencia de Doroteo de Gaza: lo cita en la I instrucción, sobre la renuncia al mundo y a la propia voluntad, para apoyar su afirmación de que "la obediencia y el no tener voluntad propia arranca al hombre de la misma muerte." Ammonio murió antes que Antonio, por tanto antes del año 356. Antonio previó en espíritu su muerte y lo mandó llamar, diciéndole que era impulsado a esto por una irresistible revelación divina "para que podamos gozar el uno del otro e interceder el uno por el otro." Le ordenó que se quedara hasta la muerte, que no tardó en llegar, en una cueva cercana; y a su muerte vio cómo el alma subía al cielo. Muchos ilustres ancianos han sido discípulos suyos: Benjamín, Macario Alejandrino, Pambo, Pior.

El padre Ammonio de Nitria fue a ver al padre Antonio y le dijo: "Mira, mi vida es más dura que la tuya, ¿cómo puedes ser más famoso que yo?" El padre Antonio le dice: "Porque amo más que tú al Señor."

Contaban que una pequeña cantidad de cebada le bastaba al padre Ammonio para dos meses. Fue a verle el padre Poemen (Poimén) y le dijo: "Si voy a la celda del vecino, o si este viene a mí por cualquier razón, debemos estar atentos para que no se insinúe en la conversación alguna palabra extraña." "Haces bien — le dice el anciano— puesto que la juventud tiene necesidad de vigilancia." Después le dice el padre Ammonio: "Pero ¿qué hacían los padres?" Le respondió: "Los padres que habían progresado en la virtud no tenían nunca ninguna cosa diferente dentro de ellos, ni cosa alguna extraña en la boca de la que debieran hablar." Y dijo el otro: "Así pues, si es necesario hablar con alguien, ¿quieres que lo haga con las palabras de la Escritura o con las palabras de los padres?" Dice el anciano: "Si no puedes callar, es mejor que hables con las palabras de los padres y no con la Escritura. Porque en esto existe un peligro no pequeño."

Vino a Escete un hermano a decirle al padre Ammonio: "Mi padre me manda fuera a un servicio, pero temo caer en impureza." Le dice el anciano: "En el momento en que te venga la tentación, di: ¡Oh Dios de los ejércitos, líbrame por las oraciones de mi padre!" Pues bien, un día una muchacha cerró la puerta detrás de él. El hermano gritó con gran voz: "¡Oh Dios de mi padre, líbrame!" Y de inmediato se encontró sobre el camino de Escete.

Anub.

Es el mayor de siete hermanos, de los cuales el menor es Paisio y el más famoso y autorizado Poemen (Poimen). Desde el primer saqueo de Escete se refugiaron a cerca de veinte millas de distancia, en Tereneth, la actual Tarnut, sobre la rama occidental del delta del Nilo, al comienzo de la ramificación. Paisio, el hermano más pequeño, estaba siempre inquieto, nunca tenía paz, lo inventaba todo para atribular a sus hermanos; las anécdotas sobre él son muy divertidas. Al comienzo la dirección del grupo estaba encomendada a Anub, el más anciano: la sentencia nº 1 sobre Anub parecería decir que lo siguió estando durante toda su vida, mientras que la larga recopilación sobre Poemen (Poimén) muestra claramente que la responsabilidad había pasado luego a él. No obstante, es asimismo manifiesto que entre ambos subsistió siempre una gran comunión y colaboración: Anub debía ser, por así decirlo, el "ayudante" de Poemen (poimén). La divertida anécdota de la edición de Nau, nos revela la fidelidad de Anub a Poemen (Poimén), su amor paterno por el hermano pequeño, su sabio discernimiento.

El padre Juan contó que los padres Anub y Poemen (Poimén) y sus otros hermanos eran hijos de una misma madre y se hicieron monjes en Escete. A causa de la invasión de los macicos, que devastaron el lugar por primera vez, lo abandonaron. Llegaron a una localidad llamada Terenuth, y pensaron cómo podían vivir allí. Permanecieron algunos días en el antiguo templo. El padre Anub dijo al padre Poemen (Poimén): "Tened conmigo esta caridad, tú y tus hermanos: permanezca solo cada uno de vosotros en silencio y no nos encontremos durante esta semana." El padre Poemen (Poimén) dijo: "Hagamos como quieres." Así lo hicieron. Había en el templo una estatua de piedra. Cuando se levantaba por la mañana, el padre Anub le tiraba piedras a la cara, mientras que por la noche le decía: "Perdóname." Hizo esto durante toda la semana, hasta que el sábado, cuando se reunieron, le preguntó el padre Poemen (Poimén): "Excúsame, padre, te he visto esta semana tirar piedras contra la estatua e inclinarte después ante ella. ¿Acaso debe obrar así un cristiano?" Respondió el anciano: "Esto lo he hecho también por vosotros. Cuándo me veíais tirar piedras contra la cara de la estatua, ¿acaso ha dicho esta alguna palabra o se ha encolerizado?" "No," dijo el padre Poemen (Poimén). "Y cuando me inclinaba, ¿ha demostrado acaso contrariedad y ha dicho: "No te perdono?" "No," dijo el padre Poemen (Poimén). "Así debemos hacer nosotros — dijo el anciano — que somos siete hermanos; si queréis que vivamos juntos, debemos volvernos como esta estatua, que no se turba ni cuando es ofendida ni cuando es alabada. Si no estáis dispuestos a volveros así, mirad, en el templo hay cuatro puertas, que cada uno se vaya por donde quiera." Ellos se echaron a tierra diciendo al padre Anub: "Haremos lo que quieras, padre, y escucharemos lo que nos digas." Contó después el padre Poemen (Poimén): "Habitamos juntos toda la vida, trabajando según las órdenes del anciano y comiendo todo lo que nos ponía delante uno de nosotros que había sido instituido ecónomo. Era imposible que uno dijera: "Tráeme cualquier otra cosa, o bien:-No quiero comer esto. De este modo pasamos toda nuestra vida en el sosiego y la paz."

Dijo el padre Anub: "Desde que se invocó sobre mí el nombre de Cristo, no ha salido una mentira de mi boca."

Abraham.

Hubo un Abraham discípulo de Sisoés y un Abraham que vivía en Las Celdas junto a Isaac(cf.pp.265 ss), que no tienen que ser confundidos con este Abraham: hay muchos otros monjes que llevan el mismo nombre. Aquí se trata con toda probabilidad de un monje de Escete discípulo de Agatón, el que contó a Isaías de Escete tantas cosas sobre su maestro y que en algunas ocaciones iba también a consultar al padre Poemen (Poimén). Es fácil que se trate de la misma persona del apotegma que aparece con el nombre de Arés.

Cuentan de un anciano que en cincuenta años raramente comió pan y bebió vino; y afirmaba que había matado el espíritu de fornicación, el amor al dinero y la vanagloria. El padre Abraham oyó que había dicho esto, fue a él y le dijo: "¿Has dicho eso?" "Sí," respondió. "Mira — dijo el padre Abraham— si al entrar en la celda te encontraras una mujer sobre la estera, ¿podrías pensar que no es una mujer?" Dice: "No, pero lucharía contra el pensamiento de tocarla." Dice entonces el padre Abraham: "Por consiguiente, no has matado la pasión, esta vive; está solo encadenada." Y añadió: "Mientras paseas ves un pedazo de oro en medio de piedras y de conchas. ¿Podría tu mente considerarlo como piedras y las conchas?" "No — dice —, pero lucharé contra el pensamiento de cogerlo." Respondió el anciano: "Por consiguiente, la pasión está viva, aunque atada." Dice aún el padre Abraham: "Supón que oyes que hay dos hermanos: el uno te ama y el otro te odia y habla mal de ti. ¿Te sentirías igualmente dispuesto hacia los dos si vinieran a buscarte?" Dice: "No, pero lucharé con mi pensamiento para hacer bien tanto al que me odia como al que me ama." Le dice el padre Abraham: "Por consiguiente, están vivas las pasiones, aunque encadenadas por los santos."

Preguntó un hermano al padre Abraham: "Si me acaece comer mucho, ¿qué significa?" "¿Qué dices hermano? — respondió el anciano — ¿tanto comes? ¿crees acaso que has venido a un granero?

El padre Abraham contó de uno de los monjes de Escete que era amanuense y no comía pan. Vino a él un hermano y le dijo que le copiara un libro. El anciano, que tenía la mente sumergida en la contemplación, no escribió todos los renglones, sino que se saltó algunos. Cuando el hermano cogió el folio para leerlo y se dio cuenta de que faltaban reglones, dijo: "Padre, faltan reglones." Y le contestó el anciano: "Ve y primero haz todo lo que está escrito; vuelve después y te escribiré lo que falta."

 

Arés.

El padre Abraham fue a visitar al padre Arés. Mientras estaban sentados juntos, entró un hermano y le preguntó: "Dime, ¿qué debo hacer para salvarme?" Le dijo: "Ve, y durante todo este año como sólo por la noche, y sólo pan y sal. Después vuelve y te hablaré." Se marchó y así lo hizo. Al cabo del año volvió el hermano al padre Arés. Y precisamente se encontraba allí el padre Abraham. El padre Arés le dijo aún: "Ve, ayuna también este año a días alternos." Cuando se hubo marchado el hermano, preguntó el padre Abraham al padre Arés: "¿Cómo es que aconsejas a todos los hermanos un yugo ligero, mientras que a este le impones pesadas cargas?" "Los otros hermanos — dice el anciano— así como vienen se van, pero este viene precisamente por amor al Señor a escuchar una palabra. Es verdaderamente laborioso. Cualquier cosa que le digo, la cumple con celo. Por eso le digo la palabra de Dios."

Alonio.

Fue monje en Escete. Contemporáneo de Agatón y Poemen (Poimén); posiblemente más anciano no sólo que Agatón, sino también que el mismo Poemen (Poimén), el cual cita con deferencia unas palabras y un gesto suyo. Doroteo de Gaza retoma y comenta el apotegma nº4 de Alonio, que, efectivamente, puede crear algunos problemas. Bassanufio encuadra y explica muy bien el nº1, que en su forma tan lapidaria puede dejarnos, a primera vista, un tanto desconcertados. En la carta 346, respondiendo a un hermano que le pedía: "Ruega por mí a fin de que Dios tenga piedad de mí, porque soy miserable," escribe Bersanufio: "Quien quiera obtener misericordia debe observar el mandamiento de no comer del árbol y no caer en desobediencia, y el que no caiga en desobediencia obtendrá misericordia, será salvado por la gracia de Cristo Nuestro Dios. Porque ese dirá en su pensamiento: "Dios y yo estamos solos en el mundo, y si yo no cumplo su voluntad, no es a él a quien obtendré, sino al Extranjero. Esperará cada día su éxodo del cuerpo y el encuentro que debe tener con Dios, y se adherirá enseguida al camino de la salvación."

El padre Alonio dijo: "Si el hombre no dice en su corazón: "Dios y yo estamos solos en el mundo, no tendrá sosiego."

Dijo asismismo: "Si no destruyera todo, no podría construirme a mí mismo."

Dijo aún: "Si el hombre quiere, alcanza la medida de Dios de la mañana a la noche."

Una vez el padre Agatón le preguntó al padre Alonio: "¿Cómo puedo refrenar mi lengua para que no diga mentiras?" Le dijo el padre Alonio: "Si no mintieras, cometerías muchos pecados" "¿Cómo?" pregunta el otro. Y el anciano le responde: "Mira, dos hombres cometen un delito ante tus ojos, y uno huye a su celda. Lo busca un funcionario y te pregunta: "¿Ha tenido lugar el delito delante de ti? Si no mientes, entregas un hombre a la muerte; déjalo más bien libre ante Dios: Él es quien lo sabe todo."

Afú (Afí), Obispo de Oxirrinco.

Ossirinco (actual El-Bahnasa) es una de las ciudades del Faiyum, vasto oasis que se extiende sobre una superficie de 40 Km. De largo por 60 de ancho hacia, más o menos, la mitad del curso del Nilo, limitada al oeste por contrafuertes saharianos, al este por pequeñas colinas próximas al valle del Nilo. Aquí se han descubierto miles de papiros muy importantes. Se cuenta que en el siglo V sus alrededores estuvieron superpoblados por miles de monjes y de monjas.

Del obispo de Ossirinco, que se llamaba Afú, se cuenta que, mientras fue monje, practicó una ascesis muy dura; convertido en obispo, hubiera querido mantener el mismo rigor también en el mundo, pero no lo conseguía. Entonces se postró ante Dios diciendo: "¿Acaso se debe al episcopado el que la gracia se haya ido de mí?" Entonces le fue revelado: "No. Pero en aquel tiempo estabas en el desierto y, como no había hombres, te sostenía Dios. Ahora, en cambio, estás en el mundo, y te sostienen los hombres."

Apolo.

Estas sentencias se refieren, con toda probabilidad, a dos o tres personas distintas.

Había en Las Celdas un anciano llamado Apolo: con cualquier trabajo que se le pidiera se mostraba alegre, diciendo: "Para provecho de mi alma pudo trabajar hoy con Cristo. Esto es, en efecto, la recompensa para ella."

Contaban en Escete de un cierto padre Apolo, que era un pastor muy inculto. Un día encontró en los campos a una mujer en cinta e, impulsado por el diablo, se dijo: "Quiero ver cómo yace un niño en el seno materno." Le abrió el vientre y lo vio, pero enseguida su corazón se lo reprochó duramente. Compungido, vino a Escete para contar a los padres lo que había hecho. Allí los oyó salmodiar: "Setenta son los años de nuestra vida, y, sí (estamos) fuertes, ochenta, mas la mayor parte de ellos (es) fatiga y afán." Y les dijo: "Mirad, tengo cuarenta años y hasta ahora no he rezado nunca; pero, si vivo otros cuarenta años, no cesaré de rezar a Dios, para que me perdone mis pecados." Y ya no hizo trabajo manual, sino que rezaba siempre diciendo: "He pecado porque soy hombre, pero tú que eres Dios, perdóname." Y esta plegaria se convirtió en su meditación día y noche. Un hermano que habitaba con él le oyó decir: "Señor, te he ofendido, perdóname, para que pueda yo tener un poco de sosiego." Y le vino la certeza de que el Señor le había perdonado todos sus pecados, incluido el de la mujer. En cuanto al niño, el hermano no recibió ninguna certeza. Pero uno de los ancianos le dijo: "Dios te ha perdonado también el hecho del niño, sin embargo te deja en el sufrimiento, porque (eso) ayuda a tu alma."

El mismo Apolo dijo respecto a la hospitalidad de los hermanos: "Es necesario postrarse a los pies de los hermanos que vienen: Con ello nos postramos ante Dios, y no ante ellos. Cuando ves a tu hermano, ves al Señor tu Dios. Esto — dijo— lo hemos aprendido de Abraham. Y cuando acogéis a un huésped, obligadlo a que se restaure: esto nos lo ha enseñado Lot, que obligó a los ángeles a quedarse en su casa."

Andrés.

El padre Andrés solía decir: "Tres cosas le son necesarias al monje: extranjería, pobreza, silencio con paciencia."

Aio.

Contaban de cierto padre de la Tebaida, llamado Antiano, que en su juventud se ocupó mucho de los asuntos públicos y en la vejes enfermó y se volvió ciego. Los hermanos intentaban consolarlo de muchas maneras de su enfermedad y le ponían el alimento en la boca. Y preguntaron al padre Aio: "¿Qué resultado pueden tener tantas obras de confrontación?" Él les dijo: "Yo os digo que, si el corazón quiere y condesciende voluntario, aunque se coma un solo dátil, el Señor lo sustraerá de su tribulación, pero si no condesciende y acepta de mala voluntad, el Señor conservará intacta su tribulación, porque lo hace obligado sin querer; y ese no tendrá recompensa."

Ammonata.

Un día vino Pelusio un funcionario público y quería cobrar tasas a los monjes, como a la gente del mundo. Todos los hermanos se reunieron donde el padre Ammonata y propusieron que fueran algunos padres al emperador. Mas el padre Ammonata les dijo: "No hay necesidad de esta molestia; quedaos más bien en vuestras celdas en soledad y tranquilidad y ayunad durante dos semanas. Con la gracia de Cristo trataré yo solo la cuestión." Los hermanos se retiraron a sus propias celdas y también el anciano se quedó en la suya en soledad y tranquilidad. Pasados los catorce días, los hermanos se entristecieron por su causa al ver que aún no se había movido, y dijeron: "El viejo no se ha ocupado de nuestro problema." El decimoquinto día se reunieron los hermanos como habían establecido. El anciano llegó con la declaración del emperador. Los hermanos, al verla, se quedaron estupefactos, y le dijeron: "¿Cuándo la has traído, padre?" "Creedme, hermanos — dijo el anciano —, esta noche he ido a ver al emperador, y me ha escrito esta declaración. He ido después a Alejandría para hacerla suscribir por los funcionarios, y luego he venido con vosotros." Al oír esto, presos de temor, se postraron ante él. Así quedó resuelta la cuestión y el funcionario no vino más a molestarlo.

Basilio.

La tradición de los apotegmas ha querido rendir homenaje con este episodio a la fama del gran obispo de Cesarea, insigne doctor de la Iglesia y patriarca de la vida cenobítica en Capadocia. Basilio, bautizado ya de adulto, hacia el año 357, después de una brillante carrera en los estudios, se fue luego a visitar los monasterios de Palestina y de Egipto y extrajo de ellos grandes enseñanzas y estímulos en orden a la vida monástica, que habría instituido, a continuación, en Capadocia, pero extrajo también razones para desconfiar de la vida eremítica a causa de los abusos, singularidades y riesgos que había constatado. El ideal de Basilio era la forma cenobítica permanente para toda la vida, mientras que en Egipto y Palestina consideraban la forma cenobítica, si acaso, como preliminar para la vida solitaria. Mas también en el interior del monacato egipcio fue esto objeto de una cierta dialéctica, en ocasiones incluso de una aguda polémica, a las que prestaron apoyo las teorías de Basilio. Este episodio de Basilio, ya obispo, no puede referirse más que a uno de los tantos cenobios fundados por él en Capadocia, como atestigua también Doroteo de Gaza, que retoma este ejemplo en el capítulo sobre la obediencia. Basilio reaparece sólo dos veces en los apotegmas: para contar la historia de la monja de Tabena, despreciada y vejada por todas, que se había fingido loca y endemoniada, y para decir una palabra sobre la pobreza, referida por Casiano. ¡Pero quién sabe cuántas otras palabras de Basilio se habrían podido referir, idóneas para el mundo de los apotegmas! La parsimonia es evocar no sólo a Basilio — que, es cierto, era capadocio —, sino también a Pacomio, que era egipcio, está probablemente motivada por la polémica sobre la vida cenobítica y la vida solitaria.

Contaba un anciano que san Basilio se dirigió un día a un cenobio, tras haber dispensado a los monjes la acostumbrada instrucción, preguntó al superior: "¿Tienes aquí algún hermano obediente?" Le dijo: "Todos son siervos tuyos, Señor, y se comprometen para conseguir la salvación." Pero él insistió: "¿Tienes verdaderamente alguno obediente?" El otro le presentó a un hermano, y san Basilio se hizo servir por él en la mesa. Tras la comida, el hermano le presentó agua para lavarse, y san Basilio le dijo: "Ven, ahora te presento yo el agua para que te laves." El hermano consintió en dejarse verter el agua por él. Le dijo aún el obispo: "Cuando entre en el santuario, ven, que te haré diácono." Y, habiendo hecho este lo que le dijo, lo ordenó sacerdote y, por su obediencia, lo tomó consigo en el palacio episcopal.

Besarion.

La tradición ha querido convertirlo primero en un discípulo de Antonio y luego de Macario el Grande, pero no lo sabemos con exactitud. Realizó en Escete, en la segunda mitad del siglo IV, varios milagros, de los que hablan los apotegmas, pero era tan humilde que había que cogerlo por sorpresa para que los realizara. El último fragmento de la recopilación nos proporciona algún dato biográfico, aunque en gran medida patéticamente novelado por sus discípulos, que debían amarlo y añorarlo mucho. Tenían en él una fe tan plena que eran capaces de ponerlo delante de un muerto, sin decirle que estaba muerto, seguros de que lo habría resucitado, de decirle simplemente: "Padre, tengo sed," en pleno desierto, con la certeza de que habría provisto lo necesario. Se trata de una figura muy sugestiva, que sabe unir humildad y ascesis al poder de obrar prodigios extraordinarios. Tillemont, en sus Memoires, antes de referirse al prodigio del agua del mar convertida en dulce, escribe: "Del mismo modo que Besarión había renunciado a todo para ser completamente sólo para Dios, también puede decirse que Dios se entregó completamente a él, con el poder que tiene sobre las criaturas" (VIII, 488). Ciertamente se nos presenta investido de un poder verdaderamente divino sobre los elementos de la creación, sobre la vida y la muerte. El gran prodigio de haber detenido el sol se cita más adelante como ejemplo de la grandeza de su generación con respecto a las siguientes. Tal vez haya que atribuir a él, o quizás a uno de tantos que llevan el nombre de Serapión una graciosa anécdota: iba siempre con el Evangelio bajo el brazo, buscando actuar en todo según la palabra de su Señor. Una vez tropezó por casualidad con un muerto y lo revistió con su manto; a continuación encontró un hombre desnudo y se quedó desnudo para revestirlo. Le quedaba aún el Evangelio y estaba sentado desnudo "teniendo bajo la axila la palabra que hace ricos." Pasa un funcionario y le pregunta: "¿Quién te ha despojado?" Y él, mostrando el Evangelio, respondió: "¡Este!" A continuación, tras haber encontrado un pobre por el camino, para ayudarlo, fue corriendo al mercado a vender "aquella misma palabra que dice: "Vende lo que tienes y dalo a los pobres."

El padre Dula, discípulo del padre Besarión, contaba: "Un día, mientras caminaba a lo largo de la orilla del mar, tuve sed, y dije al padre Besarión: "Padre, tengo mucha sed. Tras haber orado, me dijo el anciano: "Bebe agua del mar. El agua se volvió dulce y bebí de ella. Cogí aún con un vaso, temiendo que me volviera aún la sed, pero el anciano, viéndolo, me dice: "¿Por qué coges?" "Perdóname, le digo, no quisiera que me volviera aún la sed lejos de aquí. Y él me respondió: "Dios está aquí y Dios en todas partes."

Otra vez, encontrándose en necesidad, hizo una oración, atravesó a pie el río Crirosoa y pasó a la otra orilla. Estupefacto, me incliné ante él diciendo: "¿Qué sensación experimentabas en los pies, al caminar sobre el agua? Sentía el agua hasta los talones, dijo el anciano, pero el resto era como tierra firme."

Otra vez, mientras íbamos juntos a ver a un anciano, el sol llegó al ocaso. El padre rogó diciendo: "Te suplico, Señor, que se pare el sol hasta que llegue donde tu siervo. Y así sucedió."

Otra vez entré en su celda y lo encontré de pie, en oración, con los brazos tendidos al cielo. Permaneció así catorce días. Y después me llamó y me dijo: "Sígueme. Fuimos al desierto. Tuve sed y le dije: "Padre, tengo sed. Me cogió el manto, se alejó a la distancia de un tiro de piedra, y después que hubo orado, me lo devolvió lleno de agua. Prosiguiendo el camino, llegamos a una cueva, entramos en ella y encontramos a un hermano, que trenzaba su cuerda, no quiso en modo alguno hablar con nosotros. El padre me dijo: "Vayámonos de aquí, probablemente este padre no está seguro en conciencia de poder hablar con nosotros. Caminamos hasta Lico, donde fuimos al encuentro del padre Juan. Lo saludamos, hicimos oraciones. Luego se sentaron a hablar de una visión que había tenido. Dijo el padre Besarión: "Ha salido un edicto: que sean destruidos los templos. Y así sucedió, fueron destruidos. Al volver, pasamos aún junto a la cueva en que habíamos visto a aquel hermano. El anciano me dijo: "Entremos donde él, quién sabe si Dios no le habrá dado certeza de que puede hablar con nosotros. Una vez entrados, lo encontramos muerto. Me dijo el anciano: "Ven, hermano, arreglemos su cuerpo, para eso nos ha enviado Dios aquí. Mientras lo hacíamos, para sepultarlo después, descubrimos que era una mujer. El padre, estupefacto, me dijo: "Mira cómo también las mujeres vencen a Satanás, mientras nosotros, en la ciudad, tenemos un aspecto tan mezquino. Dejamos aquel lugar dando gloria a Dios que protege a los que le aman."

"Un día vino a Escete un endemoniado, y se hizo oración por él en la iglesia, pero era un demonio obstinado, que no quería salir. "¿Qué podemos hacer contra este demonio? dijeron los cléricos. Nadie puede echarlo más que el padre Besarión. Pero si lo llamamos ahora para esto, no vendrá a la iglesia. Procedamos de este modo: él suele venir a la iglesia por la mañana enseguida, antes que todos. En su sitio pongamos a dormir al enfermo y, cuando él entre, nosotros estaremos haciendo oración y le diremos: "Padre, despierta a este hermano. Así lo hicieron; y, cuando el anciano entró por la mañana, se pusieron de pie para orar y le dijeron: "Despierta a este hermano. El anciano le dijo: "Levántate, y sal fuera. De inmediato el demonio salió de él y desde aquel momento quedó sano."

Dijo el padre Besarión: "He permanecido cuarenta días y cuarenta noches en medio de espinas, derecho, sin poder dormir"

El presbítero alejó de la iglesia a un hermano que había pecado. Entonces el padre Besarión se levantó y salió con él diciendo: "Yo también soy un pecador"

El mismo padre Besarión contó que no se había acostado durante cuarenta años, habiendo dormido o sentado o de pie.

Dijo también: "Cuando estés en paz y no seas tentado, humíllate entonces todavía más; para que no suceda que seamos presa de una alegría fuera de lugar, presumamos y seamos abandonados así a la tentación. En efecto, con frecuencia se debe a nuestra debilidad el que Dios no nos abandone como presa a la tentación, para que no nos perdamos."

Un hermano que vivía con otros hermanos preguntó al padre Besarión: "¿Qué debo hacer?" Le dijo el anciano: "Calla, y no te midas a ti mismo."

Al morir, el padre Basarión dijo que el monje debe ser como los querubines y los serafines: todo ojos.

Los discípulos del padre Besarión contaron que su vida había transcurrido como la de un animal del aire, del agua, o de la tierra, sin turbaciones y sin preocupaciones durante todo el tiempo de su vida: no se preocupaba del alojamiento, ni nunca dio la impresión de que su alma estuviera preocupada por el deseo de un lugar más que de otro, o de saciarse con la comida, o de poseer casas, o de tener trabajo con los libros; sino que se mostró completamente libre de las pasiones del cuerpo, nutriéndose con la esperanza de las cosas futuras. Firme sobre el baluarte de la fe, perseveraba en permanecer en cualquier lugar como un prisionero. Estaba siempre al aire libre, (expuesto) al frío y a la desnudez, y quemado por el ardor del sol. Se desollaba errando sobre las rocas escarpadas de los lugares desiertos. A menudo se complacía en dejarse arrastrar, como en el mar, sobre la vasta y desolada extensión de arena. Si llegaba luego a lugares menos ásperos, donde se uniformaban monjes en una vida común, él, sentado fuera de la puerta, lloraba y se lamentaba como la víctima de un naufragio. Si salía un hermano y lo encontraba sentado allí, como suelen hacer los mendigos en el mundo, se le acercaba y le decía con compasión: "¿Por qué lloras, hombre? Si te hace falta algo de lo necesario, en la medida en que sea posible lo tendrás, pero entre tanto entra, para participar de nuestra mesa y tener un poco de sosiego." El otro respondía que no podía detenerse bajo techo antes de haber vuelto a encontrar las riquezas de su casa. "He perdido muchos bienes de distintas maneras, decía, he caído en manos de piratas, he sufrido un naufragio, he caído de mi nobleza, de noble me he vuelto innoble." Fuertemente conmovido por estas palabras, el hermano entraba a coger un pedazo de pan, que después le ofrecía diciendo: "Toma esto, padre, y que Dios te restituya lo que dices: la patria, la estirpe y la riqueza que tenías." El otro, haciendo aún más duelo, gritaba entre fuertes sollozos: "No puedo decir si podré encontrar alguna vez lo que busco después de haberlo perdido. Mas por ahora me alegro más bien de estar cada día en peligro de muerte, de no encontrar alivio a mis inconmensurables desventuras: es preciso que yo termine la carrera errando sin descanso."

Benjamín.

Fue uno de los primeros discípulos de Ammonio de Nitria; es muy probable que se trate de la misma persona de la que cuenta Paladio que vivió 80 años sobre el monte de Nitria, más o menos entre el 311 y el 391. Era un gran carismático y curaba todas las enfermedades, bien con el simple contacto de las manos o con el aceite sobre el que había rezado. Enfermó después de hidropesía, hinchándose de un modo monstruoso, tanto que no podía ni pasar por la puerta ni estar en la cama. Sentado en un asiento anchísimo seguía curando a los otros sin apenarse por el hecho de no ser curado él mismo. Y decía: "Orad, hijitos, para que mi hombre interior no se vuelva hidrópico; este cuerpo, sin embargo, ni me ayudó cuando estaba bien, ni me perjudica ahora que estoy enfermo."

Contó el padre Benjamín: "Cuando bajamos a Escete después de la cosecha, nos trajeron de Alejandría parte de los frutos: a cada uno una vasija de aceite refinado, cerrada con yeso. Cuando volvió la nueva estación de las cosechas, los hermanos trajeron a su asamblea lo que les había sobrado. Yo no había abierto mi vasija, sino que le había horadado con un punzón, para tomar sólo un poco de aceite. Y creía en mi corazón haber hecho una gran cosa. Pero cuando los hermanos llevaron sus vasijas intactas, mientras la mía estaba horadada, por la vergüenza me sentí como un fornicador."

El padre Benjamín, presbítero de Las Celdas, contó: "Fuimos junto con otros a ver a un anciano de Escete, y queríamos darle un poco de aceite. Pero él nos dijo: "Mirad dónde está la pequeña vasija que me trajisteis hace tres años. Está aún allí donde la pusisteis. Al oír esto, admiramos la vida que llevaba el anciano."

Contó el mismo padre: "Fuimos a ver a otro anciano y nos retuvo a comer, y nos presentó aceitón. Le preguntamos entonces: "Padre, danos más bien un poco de aceite bueno. Al oírlo, se hizo la señal de la cruz diciendo: "No sé que exista otro aceite aparte de este."

Al morir, el padre Benjamín dijo a sus hijos: "Haced esto y podéis salvaros: Estad siempre alegres, orad sin interrupción, dad gracias en toda circunstancia."

El mismo dijo: "Recorred el camino real, medid las millas y no perdáis ánimo."

Biaré.

Alguien preguntó al padre Biaré: "¿Qué debo hacer para salvarme?" Le dijo: "Procura que tu vientre sea pequeño y poco tu trabajo manual; no te dejes coger por la turbación en tu celda, y serás salvo."

Gregorio El Teólogo.

Junto con Basilio y Juan Crisóstomo constituyen la gran trilogía de la Iglesia capadocia en el siglo IV, y la iconografía bizantina se ha complacido en representar a estos tres grandes inseparables unidos. Gregorio nació en Nacianzo el año 330 y murió el 390 en la casa paterna de Arianzo, adonde se había retirado tras dimitir de la sede episcopal de Constantinopla, ocupada por él durante breve tiempo. Tenía un carácter indeciso, tímido, excesivamente sensible, ciertamente no podía gobernar en un sitio de tanta responsabilidad, precisamente en aquellos años tan trabajados por las disputas doctrinales. A pesar de sus limitaciones psicológicas, su pensamiento es claro y profundo y se expresa con un estilo ejemplar, hasta el punto de que se le ha atribuido el apelativo de "teólogo." Especialmente fue sobre todo teólogo de la Trinidad, y estaba en gran consonancia y comunión de ideas con su amigo Basilio. Aunque no pertenece al mundo de los padres del desierto, estos han querido rendirle homenaje como a Basilio, procurándole esta breve aparición, en modo alguno disonante, en su literatura. Existe otro fragmento de Gregorio, sobre el misterio trinitario, que figura en cabeza de la serie editada por Nau, y que presenta inmediatamente después un doblete del nº 1 de esta recopilación. La sentencia de Gregorio en aquella serie viene después de otra también trinitaria de Atanasio de Alejandría. Es digno de destacar el hecho de que, dejando sitio a estas breves presencias, los padres del desierto dan testimonio de su consideración respecto al pensamiento teológico de los grandes doctores de la Iglesia.

Decía el padre Gregorio: "El Señor pide tres cosas a todo hombre que haya recibido el bautismo: al alma recta fe, a la lengua la verdad, al cuerpo la continencia."

Decía también: "Toda la vida del hombre es como un solo día, para quien ha sido trabajado por el deseo ardiente."

Gelasio.

Las seis no pequeñas historias sobre él nos muestran una figura relevante. Las nn.4 y 5 nos proporcionan varios datos biográficos: vivió en Palestina en la segunda mitad del siglo V, en Nicópolis (actual Anwas, es decir, Emaús, al noroeste de Jerusalén), primero en soledad, luego como fundador y cabeza de un cenobio, en relación con el cual es comparado sin más con el gran Pacomio, patriarca de la vida cenobítica en Tebaida. En la dolorosísima vicisitud de las incomprensiones y las sangrientas fracturas de la Iglesia, que siguieron a las definiciones del concilio ecuménico de Calcedonia (el año 451), Gelasio fue, junto con Eutemio — el padre y maestro de San Sabas —, uno de los pocos monjes no bizantinos que tuvieron siempre las ideas claras, comprendieron enteramente y acogieron en su totalidad el concilio de Calcedonia, se opusieron a la usurpación de la cátedra de Jerusalén por parte del monje Teodosio y permanecieron fieles al obispo calcedoniense Juvenal. El fragmento n. 4 es un documento muy interesante de historia eclesiástica. Aunque de otros detalles particulares se deduce que quien ha recopilado y transmitido este relato sobre Gelasio debía poseer una notable cultura y un interés particular en la notación de algunos aspectos de la vida eclesial y civil de entonces. Se puede señalar así la amplitud del panorama que los apotegmas nos presentan: nos proporcionan, verdaderamente, la posibilidad de conocer muchos aspectos del mundo de aquel tiempo.

Contaban que el padre Gelasio tenía un libro de pergamino, que valía dieciocho monedas. Contenía todo el Antiguo y el Nuevo Testamento. Lo dejaba en la Iglesia, para que pudieran leerlo los hermanos que lo desearan. Un día vino un hermano forastero a visitar al anciano y, al ver el libro, deseó poseerlo; lo robó y se marchó. Aunque se dio cuenta, el anciano no corrió detrás de él para cogerlo. Cuando este llegó a la ciudad, intentó venderlo y, cuando encontró un comprador, le pidió la suma de 16 monedas. El que quería comprarlo, le dijo: "Dámelo, primero lo haré valorar, y te daré después lo que vale." Cuando lo tuvo, lo llevó al padre Gelasio para que lo valorara, diciéndole el precio pedido por el vendedor. El anciano le dijo: "Cómpralo, es bello y vale el precio que has dicho." Mas es otro, cuando volvió del revendedor, refirió la cosa de manera diferente a como le había dicho el anciano. Dijo: "Mira, se lo he enseñado al padre Gelasio y me ha dicho que es caro y no vale el precio que has dicho." Al oírlo, el hermano le preguntó: "No te ha dicho nada más el anciano?" "No." Entonces dice: "Ya no quiero venderlo." Y, compungido, volvió al anciano para expresarle su arrepentimiento y le pidió que volviera a tomar el libro. Este no quería, mas a las palabras del hermano: "Si no lo coges, no tendré paz," dijo: "Si no puedes tener paz, lo cojo." El hermano se quedó después junto al anciano hasta la muerte, muy edificado por el celo del viejo.

El padre Gelasio heredó un día la celda y el terreno que la rodeaba de un anciano, también monje, que habitaba junto a Nicópolis. Un pariente del difunto, campesino de Vacato — que en aquel tiempo era gobernador de Nicópolis de Palestina— fue a ver a Vacato con la pretensión de poseer aquel terreno, que, a su parecer le correspondía por ley. Este, que era un violento, intentó tomar con sus propias manos el terreno al padre Gelasio. Pero el padre Gelasio no lo consistió, porque no quería que una celda monástica fuera dada a alguien del mundo. Cuando Vacato vio las bestias del padre Gelasio transportando las olivas del terreno heredado, las arrastró detrás de él con violencia, llevó las olivas a su casa, luego volvió a enviar con ultrajes las bestias y a sus conductores. El bienaventurado viejo no reclamó derecho alguno sobre la cosecha, pero no cedió por nada en cuanto a la posesión del terreno, por la razón que se ha dicho. Inflamado de ira, Vacato se dirigió a Constantinopla, impulsado también por otras cuestiones análogas, porque era un hombre litigioso. Emprendió el viaje a pie y llegó junto a Antioquía, donde resplandecía una gran luminaria: el santo Simeón. Vacato, que era cristiano, oyó hablar de este hombre extraordinario y sintió deseos de verle. El santo Simeón lo vio llegar desde la columna y, entrando enseguida en el monasterio, le preguntó: "De dónde vienes? Y ¿a dónde vas?" Dijo: "Vengo de Palestina y voy a Constantinopla." Y el otro a su vez: "¿Y por qué motivo?" "Por muchos asuntos, le dijo Vacato, y espero, gracias a las oraciones de tu santidad, volver y besar tus pies." "¡Desventurado!" — le dijo el santo Simenón— ¿no quieres admitir que te has levantado contra el hombre de Dios? No harás un buen viaje, ni volverás a ver nunca más tu casa. Si quieres seguir mi consejo, vuelve atrás, ve de prisa a él, demuéstrale tu arrepentimiento, si acaso logras llegar allí vivo." Vacato, presa de inmediato de una fiebre elevada y transportado en un camastro por aquellos que le acompañaban, se apresuró, según las palabras del santo Simeón, a volver donde el padre Gelasio, para pedirle perdón. Mas, llegado a Berito, murió, sin haber visto su casa, según la profecía del santo. Todo esto ha sido contado a numerosos testigos dignos de fe por su hijo, que se llamaba también Vacato, después de la muerte del padre.

Muchos de sus discípulos contaban también esto de él: "Un día les llevaron pescado, que el cocinero frió y entregó después al celador de la despensa. Sobrevino alguna otra necesidad y éste salió de la despensa, dejando el pescado en un recipiente en el suelo, encargando a un pequeño discípulo del bienaventurado Gelasio vigilarlo hasta su regreso. Pero el muchacho, vencido por la gula, se puso a comer el pescado con avidez. Cuando volvió el celador y lo encontró comiendo sentado en el suelo, encolerizado, le dio incautamente un puntapié. El muchacho, golpeado mortalmente por una energía demoniaca, perdió el sentido y murió. El celador, presa de gran temor, lo envolvió en su estera y, manteniéndolo cubierto, fue a echarse a los pies del padre Gelasio y le refirió lo acaecido. Gelasio le ordenó que no lo dijera a nadie más, que lo llevara al diacónico a la noche, después de que todos se hubieran ido a la cama, que lo pusiera frente al altar y luego se marchara. Después el anciano, entrado en el diacónico, permaneció en oración. Cuando los hermanos se reunieron para la salmodia nocturna, el anciano salió seguido del muchacho. Y hasta su muerte nadie supo el hecho excepto él y el celador."

No sólo sus discípulos, sino también muchos de los que iban a verle frecuentemente, contaban este hecho: en tiempos del concilio ecuménico de Calcedonia, Teodosio, el iniciador en Palestina del cisma de Dióscuro, al regreso de Constantinopla — donde también él, expulsado de su propia patria como sembrador de desórdenes, había estado presente— precedió a los obispos que volvían a sus iglesias. Fue corriendo a ver al padre Gelasio, en su monasterio, y le habló en contra del sínodo, diciéndole que en concilio había prevalecido la doctrina de Nestorio. Con ello esperaba conquistar al santo y convertirlo en cómplice de su engaño y de su cisma. Mas él, por la inteligencia que Dios le daba y por la actitud de este hombre, comprendió la corrupción de su mente y, en vez de dejarse arrastrar por su apostasía, como hicieron entonces casi todos, lo despidió, tras haberlo injuriado como se merecía: poniendo en medio al muchacho al que había resucitado de los muertos, dijo en tono solemne: "Si quieres discutir sobre la fe, él es quien puede escucharte y discutir contigo. Yo no tengo tiempo para escucharte." Ante estas palabras, Teodosio, lleno de confusión, se dirigió deprisa hacia la ciudad santa, donde, simulando celo por el Señor, conquistó a todos los monjes. Conquistó también a la emperatriz, que se encontraba allí en aquel tiempo. Tras haber encontrado así un apoyo, se apoderó con violencia de la cátedra de Jerusalén, tras haberse preparado esta rapiña con delitos, ilegalidad y transgresiones, que todavía hoy se recuerdan. Convertido de este modo en dueño de la situación y conseguido su objetivo, consagró muchos obispos, poniéndolos en las sedes de los que aún no habían regresado. Luego mandó llamar al padre Gelasio y lo hizo venir al santuario, para embaucarlo y atemorizarlo. Cuando el padre Gelasio entró en el santuario, dijo Teodosio: "¡Anatematiza a Juvenal!" Pero él, en nada turbado, dijo: "No conozco a otro obispo de Jerusalén, fuera de Juvenal." Entonces Teodosio, con el "piadoso" temor de que otros pudieran imitar su santo celo, mandó que fuera "gentilmente" expulsado de la iglesia. Sus compañeros de cisma lo cogieron y amontonaron leña a su alrededor, amenazando con quemarle. Viendo, no obstante, que ni siquiera así cedía ni se asustaba, temieron un levantamiento popular, puesto que era muy famoso. Pero todo estaba establecido por la providencia celestial: dejaron ir incólume al mártir, que esta dispuesto a hacerse inmolar por Cristo.

Contaban de él que, en su juventud, vivió en pobreza y soledad. En aquel tiempo había en la zona de alrededor también muchos otros, que habían abrazado la misma vida, y entre ellos un anciano sencillo y pobre en máximo grado. Este habitó en una celda solo hasta la muerte, aunque en la vejez tuvo discípulos. Junto a los que vivieron con él hasta la muerte, se ejercitó atentamente en no poseer dos túnicas y en no pensar en el día de mañana. Cuando después se le ocurrió al padre Gelasio, con la ayuda de Dios, fundar el cenobio, le ofrecieron mucho terreno. Adquirió asimismo las bestias de carga necesarias al monasterio, y bueyes. El Espíritu de Dios, que había revelado al santo Pacomio que debía ser el primer fundador de un cenobio, ayudó también en la construcción del monasterio. El anciano que hemos recordado más arriba, cuando lo vio ocupado en esta empresa, movido por un sincero amor hacia él, le dijo: "Temo, padre Gelasio, que tu pensamiento esté atado a los campos y a las otras posesiones del cenobio." Pero el otro le respondió: "Está más atado tu pensamiento al punzón con el que trabajas que el pensamiento de Gelasio a estas posesiones."

Decían que el padre Gelasio era importunado con frecuencia por el pensamiento de retirarse al desierto. Dijo un día a su discípulo: "Por caridad, hermano, soporta cualquier cosa que haga esta semana y no me digas nada." Tomó después un bastón de palmera y empezó a caminar hacia delante y hacia atrás por su patio. Cuando se cansaba se sentaba un poco, para levantarse después y reemprender la marcha. Llegada la noche, dijo a su pensamiento: "El que anda errante por el desierto, no come pan sino herbaje; más tú, por tu debilidad, come un poco de verdura." Una vez hecho, volvió a decir a su pensamiento: "El que está en el desierto no duerme bajo techo, sino al aire libre; por consiguiente, haz tú lo mismo." Y se puso a dormir en el patio. Después de tres días, transcurridos caminando en su ermita, comiendo por la noche un poco de ensalada y durmiendo al aire libre, estaba muy cansado. Reprendió entonces al pensamiento que lo importunaba, rechazándolo con estas palabras: "Si no puedes llevar la vida del desierto, quédate con paciencia en tu celda a llorar tus pecados y no te vayas a dar vueltas, puesto que el ojo de Dios ve siempre las obras del hombre, ninguna le escapa, y conoce a quien realiza el bien."

Geroncio.

El padre Geroncio, que vivía en Petra, dijo: "Muchos, tentados por deseos carnales, aunque no se acercan a ningún cuerpo, pecan con la mente. Aunque guardan el cuerpo virgen, son fornicadores en el alma. Es una cosa buena, queridísimos, cumplir lo que está escrito y guardar el propio corazón con toda vigilancia.

Daniel.

No hay que confundirlo con el "Daniel de Escete," que vivió un siglo después. También vivió en Escete, donde ya lo habíamos encontrado como el discípulo de Arsenio y principal transmisor de sus enseñanzas. Todos estos apotegmas, a escepción de los dos primeros, están presentes en la serie sistemática latina. Sin embargo, el primero — que con seguridad ha sido puesto intencionalmente en cabeza de la recopilación como la presentación más digna de la figura de Daniel— ha tenido mucha fortuna: en Palestina, a comienzos del siglo siguiente, el gran Sabas y Juan de Colonia se las vieron con unos salteadores y citaron las palabras de Daniel: "Si Dios no cuida de mí, ¿para qué he de vivir? Y aún: "Mira, Dios ha cuidado de mí…" De hecho, Dios enviará un gran león junto a Juan como protector. También es muy famosa la máxima que cierra el pasaje y ha sido retomada más veces por la tradición.

Contaban del padre Daniel que, cuando los bárbaros hicieron una incursión en Escete, huyeron los padres. Pero el anciano dijo: "Si Dios no cuida de mí, ¿para qué he de vivir?" Y pasó por en medio de los bárbaros, pero ellos no lo vieron. Se dijo entonces a sí mismo: "Mira, Dios ha cuidado de mí y no he muerto. Haz tú ahora lo que corresponde al hombre y huye como los otros padres."

UN hermano le pidió al padre Daniel: "Dame un precepto y lo observaré." Le dice: "No mojes la mano en la escudilla con una mujer ni comas con ella, y así te alejarás un poco del demonio de la concupiscencia."

Contó el padre Daniel que, en Babilonia, la hija de un alto funcionario estaba poseída por el demonio. Su padre era muy amigo de un monje, que le dijo: "Nadie puede curar a tu hija a no ser unos anacoretas que conozco. Mas, si los invitas a venir, no vendrán por humildad. Procedamos así: cuando vengan al mercado, finge a cobrar el precio, les diremos que oren, y creo que curará." Fueron al mercado y encontraron a un discípulo de los padres sentado para vender su mercancía, y lo hicieron venir a llevar sus cestas y a retirar el dinero. Cuando el monje entró en la casa, la endemoniada le salió al encuentro y le dio una bofetada. Él puso también la otra mejilla, siguiendo el precepto del Señor. El demonio quedó atormentado y gritó: "¡Ay de mí! El mandamiento de Jesús me expulsa con violencia." Y enseguida la muchacha quedó limpia. Cuando llegaron los padres, les contaron lo sucedido. Glorificaron a Dios por ello diciendo: "Siempre le sucede así a la soberbia del diablo, que cae frente a la humildad del precepto de Cristo."

Dijo el padre Daniel: "Cuanto más florece el cuerpo, tanto más se extenúa el alma, y cuanto más extenúa el cuerpo, tanto más florece el alma."

Un día caminaban juntos el padre Daniel y el padre Amoés. Y dijo el padre Amoés: "¿Cuándo nos quedaremos nosotros también en una celda, padre?" Le dice el padre Daniel: "¿Quién nos quita a Dios ahora? Dios está en la celda, pero también está fuera."

Contó el padre Daniel que en Escete, en tiempos del padre Arsenio, había un monje que robaba los objetos de los ancianos. El padre Arsenio lo tomó en su celda para ganar su alma y para dar paz a los ancianos. Y le dijo: "si quieres alguna cosa, te la doy, pero no robes." Y le dio oro, dinero, vestidos y todo cuanto pudiera servirle. Sin embargo, cuando se marchó de la celda, volvió de nuevo a robar. Al ver que no tenía enmienda, lo expulsaron los ancianos diciendo: "Cuando se encuentra en un hermano una debilidad, preciso es soportarlo; pero si roba y no cesa ni siquiera después de haber sido amonestado, expulsadlo, porque hace daño a su alma y turba a todos los que habitan en aquel lugar."

El padre Daniel el faranita contó: "Nuestro padre Arsenio nos decía de un monje de Ascete que era muy trabajador, pero tosco en las cosa de la fe. Por ignorancia se equivocaba y decía: "El pan que comemos no es realmente el cuerpo de Cristo, sino un símbolo. Dos ancianos oyeron esta afirmación suya y, sabiendo que era grande en la vida, pensaron que hablaba sin culpa, por tosquedad. Fueron a él y le dijeron: "Padre, hemos oído que alguien dice una tesis contraria a la fe, que el pan que recibimos no sería realmente el Cuerpo de Cristo, sino un símbolo. Dice el anciano: "Soy yo quien lo dice: Entonces empezaron a exhortarle: No debes creer eso, sino lo que ha transmitido la Iglesia católica. Nosotros creemos que este pan es el Cuerpo de Cristo y este es el cáliz es la sangre de Cristo, realmente y no un símbolo. Como al principio, tomando polvo de la tierra, plasmó Dios al hombre a su imagen, y nadie puede sostener que no sea a imagen de Dios, aunque ello sea incomprensible, así también el pan que él dijo ser su Cuerpo creemos que es verdaderamente el Cuerpo de Cristo. Pero dijo el anciano: "Si no hay un hecho para convencerme, no me persuadiré. Los dos padres le dijeron: "Durante esta semana rogaremos a Dios respecto a este misterio, y creamos que Dios nos los revelará. El anciano acogió con alegría tales palabras y rogó a Dios diciendo: "Señor, tú lo sabes, no se debe a maldad alguna que yo no crea; mas para que yo no yerre en la ignorancia, hazme una revelación, Señor Jesucristo. Vueltos a sus propias celdas, rezaban los padres con estas palabras: "Señor Jesucristo, revela este misterio al anciano, para que crea y su fatiga no se pierda. Y Dios escuchó a ambos. Al final de la semana, cuando llegó el domingo, fueron a la iglesia y se pusieron los tres juntos aparte, y el viejo estaba en medio, en una grada. Y se les abrieron los ojos. Cuando se puso sobre el santo altar el pan del sacrificio, sólo ellos tres vieron en su lugar a un niño; y cuando el sacerdote tendió la mano para partir el pan, bajó del cielo un ángel del Señor con una espada; inmoló al niño y derramó su sangre en el cáliz. Cuando el sacerdote rompió el pan en pequeños fragmentos, también el ángel cortó al niño en pedazos pequeños; y cuando se acercaron para recibir los santos dones, sólo al viejo le fue ofrecida carne sangrante. Ante aquella visión, fue presa del temor y gritó: "Creo, oh Señor, que el pan es tu Cuerpo y el Cáliz tu sangre. Y enseguida la carne que tenía en la mano se convirtió en pan, según el misterio; y comulgó dando gracias a Dios. Los ancianos dijeron después: "Dios sabía que la naturaleza humana no puede comer carne cruda; por eso ha transformado su Cuerpo en pan y su Sangre en vino para aquellos para que lo reciban con fe. Y dieron gracias a Dios, que no había permitido que las fatigas del anciano se perdieran; después regresaron los tres con alegría a sus propias celdas."

El padre Daniel contó también que otro gran anciano que vivía en el Egipto meridional, sostenía en su ignorancia que Melquisedec es el Hijo de Dios. Fue informado de ello el bienaventurado Cirilo, arzobispo de Alejandría, y mandó a alguien a verle. Pero sabía que el viejo era un taumaturgo y Dios le revelaba cualquier cosa que le pidiera, aquella afirmación sólo dependía de la ignorancia. Por consiguiente, hizo uso de la siguiente estratagema: hizo que le dijeran: "Padre, por favor, un pensamiento me dice que Melquisedec es el Hijo de Dios, otro pensamiento, sin embargo, me dice que no, que es un hombre, sumo sacerdote de Dios. Puesto que estoy en la incertidumbre, te pido que ruegues a Dios que te haga una revelación respecto a esto." El anciano, confiando en el valor de su vida, dijo con seguridad: "Dame tres días de tiempo, rogaré al Señor, y después te diré quién es." Cuando se marchó el otro, oró a Dios sobre este problema. Tres días después, fue a decir al bienaventurado Cirilo: "Melquisedec es un hombre." "¿Cómo lo has sabido, padre?", le preguntó el arzobispo. Él dijo: "He tenido esta revelación de Dios: han desfilado ante mi todos los patriarcas uno a uno, desde Adán a Melquisedec, y me ha dicho un ángel del Señor: "Este es Melquisedec. Puedes estar seguro de que es verdaderamente así." Cuando se marchó de allí, él mismo proclamaba que Melquisedec es un hombre. El bienaventurado Cirilo se sintió muy feliz con ello.

Dióscuro (Dióscoro).

Podría ser uno de los cuatro de Nitria, los "hermanos largos," así llamados por su elevada estatura, monjes muy apreciados en Nitria Dióscuro fue consagrado obispo de Damanhur (Hermopolis parva) — diócesis de la que formaba parte Nitria— por Teófilo de Alejandría entre el año 391 y el 394, pero fue víctima de la persecución antiorigenista del mismo Teófilo junto con los otros tres "grandes hermanos" y trescientos monjes más de Nitria que huyeron con ellos. Dióscuro fue expulsado de su sede por las fuerzas imperiales al servicio del arzobispo de Alejandría. Mas este nombre era más bien común en Egipto y puede ser que se trate aquí de otro Dióscuro.

Contaban del padre Dióscuro de Namisias que comía pan de cebada y de harina de lentejas. Cada año se proponía la práctica de una nueva disciplina. Decía: "No me encontraré con nadie este año," o bien: "No comeré ni fruta ni verdura." Hacía de este modo todas las prácticas posibles; apenas había cumplido una práctica, ya empezaba otra. Y eso cada año.

Preguntó un hermano al padre Poemen (Poimén): "Me turban mis pensamientos, haciendo de modo que no me cuide de mis pecados y preste atención a las faltas del hermano." Entonces le contó el padre Poemen (Poimén): "El padre Dióscuro estaba en su celda llorando por sí mismo, mientras que su discípulo estaba sentado en otra celda. Cuando iba a ver al anciano y lo encontraba llorando, le decía: "Padre, ¿por qué lloras? Y decía el anciano: "Lloro mis pecados. — Padre, tú no tienes pecados, dijo un día el discípulo. Y el anciano respondió: "En verdad, oh hijo, si yo me olvido de ver mis pecados, no bastará con otras tres o cuatro personas para llorarlos."

Dijo el padre Dióscuro: "Si nos revestimos con el hábito celeste, no seremos encontrados desnudos. Si, en cambio, no se nos encuentra con esa vestidura, ¿qué haremos, hermanos? ¿Deberemos oír también nosotros aquella voz que dice: echadle a las tinieblas de fuera, allí será el llanto y el rechinar de dientes? Ahora bien, hermanos, sería una gran vergüenza para nosotros, que desde hace tanto tiempo llevamos el hábito monástico, que en la hora suprema fuéramos encontrados sin el vestido nupcial. ¡Qué arrepentimiento sentiríamos entonces! ¡Y qué tinieblas caerían sobre nosotros frente a nuestros padres y hermanos, que nos verían castigados por los ángeles del castigo."

Dulas.

Se trata del discípulo de Besarión, que ha contado muchos episodios de él.

Decía el padre Dulas: "Si el enemigo quiere obligarnos a abandonar la soledad, no le escuchemos; puesto que nada puede combatirlo como la soledad unida a la abstinencia de comida: ambas proporcionan la agudeza a los ojos interiores."

Dijo también: "Corta muchas relaciones, para que tu espíritu no se vea asediado por una guerra que lo distraiga y turbe la unión con Dios."

San Epifanio, Obispo de Chipre.

Nació hacia el año 315 en Eleuterópolis (Palestina) y probablemente fue discípulo del gran Hilarión, patriarca de los monjes de Tierra Santa. Practicó el monacato en Egipto antes de fundar un monasterio en Besanduk, cerca de su ciudad natal, a medio camino entre Gaza y Jerusalén. De aquí fue sacado el año 367 para ser creado obispo de Constanza (Salamina) en Chipre, donde dio un fuerte incremento a la vida monástica. San Jerónimo, su gran amigo, escribe que había en Chipre numerosos monasterios habitados por muchísimos hermanos "atraídos de todas partes del mundo por el amor a aquel santo hombre." También un apotegma de la serie sistemática lo recuerda como un hombre santo, como un clarividente, como un profeta. La tradición eclesiástica lo venera como santo. Los 17 fragmentos de la colección alfabética nos revelan, sin duda, un espíritu muy ferviente, favorecedor de la oración continua; conocedor de la riqueza de la oración y de sus variadas formas posibles; anclado tan sólida y expresamente en la Escritura que casi todos los fragmentos, 14 de 17, se refieren a ella. Mas, por desgracia, existen otros muchos documentos que oscurecen este cuadro tan color de rosa y convierten a este santo en una figura muy controvertida: fomentó con una impetuosa violencia la polémica contra los origenistas, verdaderos o presuntos, porque en su fanática aversión hacia ellos veía origenistas por todos lados, incluso en el obispo Juan Crisóstomo, a quien Epifanio hizo la contra con indecible terquedad. El obispo de Chipre implicó e instigó fuertemente en sus grandes batallas a su amigo Jerónimo y, a su vez, fue instigado por Teófilo, arzobispo de Alejandría. Aunque el blanco principal de Epifano era Orígenes, disparó también gran cantidad de flechas contra otros muchos. Además de varias cartas, Epifanio nos ha dejado dos obras con títulos muy significativos: Ancoratus, a saber: un escrito con el que pretendía anclar sólidamente a los fieles en su fe, y Panarion o el "armario farmacéutico" "donde se contienen los remedios para todas las herejías que puedan amenazar la fe; el autor enumera 80. Tras haber prohibido, en un concilio local, la lectura de Orígenes, el viejo, ahora ya monagenario, intentó convencer a los otros obispos y patriarcas de que hicieran otro tanto. Como Juan Crisóstomo se hacia el sordo, Epifanio se embarcó para Constantinopla con la intención de convencerlo o de romper definitivamente con él. Murió el año 403, en el camino de regreso de esta infeliz expedición. No es la única figura de santo en estos siglos que ofrezca tamaña perplejidad, especialmente por la discordia que sembraba por todas partes; ciertamente no era un favorecedor de la paz. Pero eso era algo frecuente en aquella época, en la que tantos cristianos andaban metidos en apasionantes disputas doctrinales, e incluso constituye un signo de la sinceridad y viveza de la fe. Con todo, en los entusiasmos y pasiones por la fe frecuentemente se entremezclaban, especialmente por parte de los obispos, antipatías y rivalidades personales. Sin embargo, en el caso de Epifanio, todo el mundo está de acuerdo en decir que su polémica estaba exenta de estos componentes, era fruto únicamente de una defensa de la fe ingenua y visceral.

El santo Epifanio, obispo de Chipre, contó que, en tiempos del bienaventurado Atanasio el Grande, las cornejas volaban en torno al templo de Serapis gritando incesantemente: "¡Cras! ¡Cras! Los paganos, presentándose al bienaventurado Atanasio, gritaron: "Viejo infame, dinos lo que gritan las cornejas." Él respondió: "Gritan cras cras, que en la lengua latina significa mañana." Y añadió: "Mañana veréis a gloria del Señor." Al día siguiente fue anunciada la muerte del emperador Juliano. Ante este hecho, corrieron de Serapis y le gritaron en contra: "Si no lo queríais, ¿por qué aceptasteis sus ofrendas?

El mismo contó que había en Alejandría un abriga, cuya madre se llamaba María. En el curso de un certamen hípico, cayó, pero se volvió a levantar enseguida, rebasó al que le había hecho caer, y venció. Gritó la muchedumbre: "El hijo de María ha caído, se ha vuelto a levantar y ha vencido." Mientras aún se levantaba este grito, llegó a la muchedumbre la noticia de que había llegado el gran Teófilo, había derribado el ídolo de Serapis y se había apoderado del templo.

El bienaventurado Epifanio, obispo de Chipre, tenía un monasterio en Palestina. Su abad le mandó a decir un día: "Gracias a tus oraciones no hemos descuidado nuestra regla, sino que con celo celebramos las horas de prima, tercia, sexta, nona y el oficio del lucernario." Mas él le respondió con estas palabras: "Evidentemente descuidáis las otras horas del día absteniéndoos de la oración. El verdadero monje debe tener incesantemente en el corazón la oración y la salmodia."

Una vez el santo Epifanio, obispo de Chipre, envió a llamar al padre Hilarión: "Ven, encontrémonos antes de salir del cuerpo." Vino a verle y se alegraron juntos. Para comer les sirvieron aves. El obispo le ofreció al padre Hilarión, pero este protestó: "Perdóname, desde que me puse el hábito monástico no he vuelto a comer animales muertos." Y el obispo le contestó: "Yo, en cambio, desde que me puse el hábito monástico, nunca he permitido que nadie se durmiera sin estar en paz conmigo, ni yo me he dormido sin estar en paz con alguien." "Perdóname — dijo el anciano —, tu vida es mejor que la mía."

El mismo decía: Si Melquisedec, figura de Cristo, bendijo a Abraham, raíz de los judíos, tanto más la Verdad misma, Cristo, bendice y santifica a todos aquellos que creen en él."

Decía aún: "La cananea grito fuerte y fue escuchada, la hemorroísa calló y fue declarada bienaventurada, el fariseo gritó y fue condenado, el publicano no abrió ni siquiera la boca y fue escuchado."

El mismo decía: "El profeta David oraba en lo profundo de la noche, se levantaba a medianoche, invocaba ayuda antes del alba, al alba estaba ya en oración, por la mañana imploraba, por la noche y a mediodía elevaba súplicas. Por eso podía decir: Siete veces al día te alabo."

Dijo aún: "Es necesario, si se puede, poseer los libros cristianos. En efecto, el solo(hecho de) ver la Biblia nos vuelve más titubeantes frente al pecado y nos da un mayor vigor para cumplir la justicia."

Dijo aún: "Gran seguridad contra el pecado es la lectura de las Escrituras."

Dijo aún: "La ignorancia de las Escrituras es un gran precipicio y un abismo profundo."

Dijo aún: "Es una gran traición a la salvación no conocer ninguna de las leyes divinas."

El mismo decía que los pecados de los justos están en los labios, mientras que los de los impíos están en todo el cuerpo. Por eso canta David: Pon, Señor, un centinela en mi boca y una puerta que cierre del todo mis labios, y: He dicho: vigilaré mis caminos, para no pecar con mi lengua.

Preguntado sobre la razón de que los mandamientos de la ley sean diez y la bienaventuranzas nueve, respondió: "Los mandamientos son tantos como las plagas de Egipto, las bienaventuranzas son el triple de tres: la imagen de la Trinidad."

Le preguntaron aún si basta con que un solo justo suplique a Dios. Dijo: "Sí. Dice, en efecto: Buscadme un solo hombre que practique el derecho y la justicia, y yo perdonaré a todo el pueblo."

Dijo aún: "A los pecadores que se arrepienten, como la pecadora, el ladrón y el publicano, les perdona el Señor toda la deuda; pero a los justos les pide también los intereses. Eso es lo que significa aquello que dijo a los apóstoles: Si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y los fariseos, no entraréis en el reino de los cielos."

Decía también que Dios vende a un precio muy barato sus justicias a quien desea comprarlas: un pedacito de pan, un humilde vestido, una bebida fresca, una pequeña moneda.

Añadió también esto: "Si un hombre se ve obligado por la pobreza o la indigencia a contraer un préstamo, cuando devuelve el dinero da las gracias, pero lo devuelve el dinero da las gracias, pero lo devuelve a escondidas porque se avergüenza. El Señor Dios, en cambio, hace todo lo contrario: hace a escondidas el préstamo, pero la restitución tiene lugar frente a los ángeles, los arcángeles y los santos."

Efrén.

Nació hacia 306 en Nisibina o en sus alrededores (Mesopotamia), tras haber estudiado junto al obispo de aquella ciudad, Jacobo (Jaime), se convirtió en el animador de una escuela de doctrina, poesía y canto. Se refugió en Edesa en el año 367 a causa de la ocupación persa de Nisibina, y en ella prosiguió sus actividades de enseñanza, unidas a la composición de muchos escritos exegéticos, catequéticos e himnos en sirio. Su exuberancia poética era tan grande y tal el gusto de los sirios por la poesía, que muchas homelías están compuestas en verso. Recibió el título de "profeta de los sirios" y "cítara del Espíritu Santo" y la tradición se complació en engrandecerlo, al estilo de los dos primeros apotegmas, atribuyéndole la concesión milagrosa de los carismas de la palabra, de la sabiduría y también de las lágrimas. Se ha escrito de él que le era tan natural llorar como respirar a los otros hombres. Llevó desde muy joven, junto con otros, vida común en castidad, pobreza y penitencia, vida retirada, compatible, no obstante, con la enseñanza y la predicación. Fue ordenado diácono, pero no sabemos exactamente cuándo. Mucho se ha escrito sobre su vida, mas, por desgracia, entretejido con muchas leyendas. Varias fuentes cuentan que se dispensó con gran generosidad asistiendo a enfermos, hambrientos, dando sepultura a muertos, con ocasión de una grave carestía. Ya sea verdadera o falsa esta noticia, resulta significativo cómo la tradición ha querido transmitir una imagen completa de él, no sólo como gran escritor y compositor de himnos, sino también como un diácono entregado al servicio de los necesitados. Murió el año 373. Fue tan venerado, que, muy pronto fueron introducidos en las celebraciones litúrgicas himnos y otros escritos suyos. Fue traducido al griego y al latín, y, retocado, fue introducido en muchísimas recopilaciones, bajo el impulso del grande, aunque ingenuo, entusiasmo y amor que se le profesaba, se le atribuyeron falsamente muchas obras que no le pertenecían. La grandeza de san Efrén ha llegado a su punto más elevado en el canto de las alabanzas a la Madre de Dios. Falta aún mucho tiempo para el concilio de Éfeso y ya el pensamiento de Efrén sobre ella había adquirido un gran desarrollo y profundidad. En ella contempla y celebra la extraordinaria belleza y ve refulgir en ella, mediante una coparticipación extremadamente continua y privilegiada, la conformidad con Cristo: el Señor y su Madre son los únicos seres perfectamente bellos en este mundo contaminado; en la Señora resplandece una semejanza con Dios única y excepcional. Estos pensamientos son expresados de manera repetida por Efrén, sobre todo en los himnos para la Navidad.

El padre Efrén tuvo de niño este sueño o esta visión: salía una vid de tu boca y crecía y llenaba toda la tierra y estaba completamente llena de racimos; y vinieron todos los pájaros del cielo y comieron del fruto de la vid. Pero cuanto más comían más se multiplicaban sus frutos.

Otra vez uno de los santos tuvo esta visión: un ejército de ángeles bajaba del cielo por orden de Dios y llevaban un rollo en la mano, o sea, un volumen escrito por dentro y por fuera. Y se preguntaban: "¿A quién debemos confiarlo?" Unos decían: "A este"; otros: "A este otro"; pero, finalmente, se decidieron y dijeron: "Verdaderamente son santos y dignos, pero a nadie puede ser confiado este libro más que a Efrén." Luego vio el anciano que le entregaron el volumen a Efrén; al alba, cuando se levantó, oyó como una fuente que brotaba de la boca de Efrén mientras componía, y supo así que provenía del Espíritu Santo lo que salía de los labios de Efrén.

Un día en el que Efrén pasaba por el camino, salió una meretriz de emboscada para tentarlo a una torpe unión o, al menos, para encolerizarlo, puesto que nadie le había visto jamás presa de la ira. Él le dijo: "Sígueme." Cuando hubieron llegado a un lugar muy concurrido, le dijo: "Haz lo que quieres aquí, en este lugar." Mas ella, viendo la muchedumbre, dijo: "¿Cómo podemos hacerlo frente a tanta muchedumbre sin sentir vergüenza? Y él le respondió: "Si nos avergonzamos ante los hombres, tanto más deberíamos avergonzarnos ante Dios, que escruta en lo secreto de las tinieblas." Y ella, llena de vergüenza, se alejó sin haber realizado lo que quería.

Eucaristo, Seglar.

Es posible que este fiel no haya existido nunca, o que no se llamara de este modo, y que la historia haya sido inventada, o sea una variante de una única historia "tópica," que vuelve más veces de forma análoga. De todos modos, es digno de señalar el hecho de que este episodio sea nominativo, es decir, que forme parte de la serie alfabética bajo el nombre — ya sea verdadero o presunto— de un fiel, que fue completamente alineado así con los grandes ancianos, para apoyar la tesis de que también los laicos pueden llegar a una gran perfección. Es el único caso. Los episodios semejantes son frecuentemente anónimos o están insertados bajo el nombre del anciano que ha sido testigo o los ha oído contar y los ha contado a su vez. La serie sistemática recoge también este episodio y el de las dos mujeres casadas, que llevaban una vida conyugal normal, pero que nunca habían dicho una palabra mundana o mala, el el capítulo que lleva como título: "De la vida extraordinaria de algunos ancianos." Es muy importante que la tradición monástica haya acogido sin prejuicios los testimonios de estos fieles del mismo modo que el de los grandes ancianos.

Dos padres rogaron a Dios que les revelara el grado de perfección al que había llegado. Y oyeron una voz: "En tal pueblo de Egipto hay un laico llamado Eucaristo cuya mujer se llama María. Vosotros aún no habéis llegado a su altura." Los ancianos emprendieron el viaje y llegaron a l pueblo, donde, tras informarse, encontraron la casa de Eucaristo y a su mujer. Le preguntaron: "¿Dónde está tu marido? — Es pastor, dijo, y está apacentando las ovejas. Y los hizo entrar en casa. Al anochecer volvió Eucaristo con las ovejas y, al ver a los ancianos, preparó la mesa y dispuso agua para lavarles los pies. Mas los ancianos dijeron: "No probaremos alimento hasta que no nos háyais dicho cómo vivís. — Soy pastor — dijo Eucaristo con humildad— y esta es mi mujer. Pero, como no quería responder más a las preguntas que los ancianos insistían en plantearle, le dijeron: "Dios nos ha enviado aquí. Al oír estas palabras sintió temor y les dijo: "Estas ovejas las hemos recibido de nuestros padres; cuanto el Señor tiene la bondad de hacernos ganar con ellas, lo dividimos en tres partes: una para los pobres, otra para los huéspedes y la tercera para nuestras necesidades. Desde que tomé mujer no nos hemos contaminado ni ella ni yo: ella es virgen. De noche dormimos separados y nos ponemos sacos; de día, nuestros vestidos. Hasta ahora nadie lo sabía. Al oír (esto) se quedaron estupefactos y se marcharon glorificando a Dios.

Eulogio, Presbitero.

Es discípulo del gran Juan Crisóstomo fue monje en Ennatón, es decir, en la localidad situada a nueve millas de Alejandría, donde se encontraba un importante asentamiento monástico. Su nombre vuelve en otra serie; cuenta allí el episodio de un hermano que vivía en Las Celdas y que, tras haberle leído las Escrituras día y noche durante veinte años, vendió todos los libros que poseía y se retiró al desierto más alejado para poder poner finalmente en práctica cuanto había oído de las Escrituras. Quizás pudiera tratarse del mismo Eulogio del que habla la Historia monachorum, un presbítero dotado del don de las visiones: mientras celebraba la Eucaristía veía claramente el alma de quienes se acercaban a los misterios, reprendía a los indignos y los invitaba a hacer penitencia. Si el episodio que aquí se cuenta se refiere al mismo Eulogio, carece sin más de precedente, de cuando aún no había recibido el don de ver las realidades invisibles.

Eulogio era un gran sacerdote y un gran asceta, discípulo del bienaventurado arzobispo Juan. Ayunaba a días alternos, al final prolongaba frecuentemente el ayuno a toda la semana, comiendo sólo pan y sal. Era muy alabado por los hombres. Fue un día a ver al padre José a Panefo, esperando ver en él prácticas ascéticas aún más duras. El anciano, tras recibirlo con alegría, hizo que le ofrecieran todo lo que tenía. Mas los discípulos de Eulogio dijeron: "No come otra cosa que pan y sal." El padre José comió en silencio. Transcurrieron tres días sin que les oyeran salmodiar o rezar. Su vida estaba, en efecto, escondida. Se marcharon de allí en modo alguno edificados. Mas el Señor dispuso que se perdieran en el camino a causa de la niebla y volvieran al anciano. Antes de llamar, oyeron que están salmodiando. Tras una larga espera, llamaron. Interrumpieron la salmodia para recibirlos con alegría; dado que hacía mucho calor, los discípulos de Eulogio vertieron agua en un jarro y se la presentaron: era agua de mar mezclada con agua de río, no potable. Vuelto en sí, Eulogio cayó a los pies del anciano, y, para aprender su modo de vivir, le preguntó: "Padre, ¿qué significa esto? Antes no salmodiabais, pero ahora sí, después de que hubiéramos salido nosotros; y ahora, al coger el jarro, he encontrado salada el agua." Le dice el anciano: "El hermano es tonto y os ha mezclado por error agua del mar." Pero Eulogio insistía en rogar al anciano, para saber la verdad. "Esta pequeña copa es para el vino y está reservada al banquete fraterno — dice el anciano —, la otra, en cambio, es el agua que beben normalmente los hermanos." Y le enseñó a discernir los pensamientos y truncó todas aquellas consideraciones humanas suyas. De este modo, el padre Eulogio se volvió prudente, y de inmediato comió lo que le habían puesto antes y también él aprendió a obrar en lo secreto. Y dijo el anciano: "Verdaderamente vuestras obras son según la verdad."

Euprepio.

Aunque nos ha quedado de él un pequeño grupo de apotegmas, que en modo alguno pueden ser considerados irrelevantes, de su vida no se sabe nada. Sabemos con seguridad, por otras fuentes, que el número 7 no es en realidad un episodio de Euprepio, sino de Evagrio Póntico.

Dijo el padre Euprepio: "Conserva en ti la certeza de que Dios es fiel y poderoso, cree en él y tendrás parte en sus bienes; si, en cambio, pierdes ánimo, significa que no crees. En efecto, puesto que todos creemos que es poderoso, creamos también que todo le es posible. Por consiguiente, confía en él también todo lo que tiene que ver contigo mismo, para que también en ti realice prodigios."

El padre Euprepio, un día en que fue robado, ayudó él mismo a los ladrones. Después de que se hubieran marchado con cuanto tenía en casa, vio el padre que habían olvidado su bastón, y se sintió a disgusto. Lo cogió y fue tras ellos para restituirlo. Pero ellos no quisieron aceptarlo, por miedo a que les sucediera algo. Sin embargo, tras haber encontrado a algunas personas que llevaban el mismo camino, pensó en darles el bastón para que lo restituyeran.

Dijo el padre Euprepio: "Todo lo que tiene que ver con el cuerpo es materia: quien ama al mundo, ama las ocaciones de tropiezo; por tanto, si llegamos a perder algo, es preciso alegrarnos por ello y dar gracias, porque de este modo somos liberados de preocupaciones."

Un hermano preguntó al padre Euprepio sobre el modo de vivir. Le dijo el anciano: "Come hierba, vístete de hierba, duerme sobre la hierba: es decir, desprecia todo y hazte un corazón de hierro."

Preguntó un hermano al mismo anciano: "¿Cómo entra el temor de Dios en el alma?" Dijo el anciano: "Si el hombre es humilde, pobre, y no juzga a los otros, entra en él el temor de Dios."

El mismo dijo: "Permanezcan en ti el temor, la humildad, la escasez de comida y el luto."

El padre Euprepio, al comienzo de su vida monástica, fue a un anciano y le preguntó: "Padre, dime una palabra, ¿cómo puedo salvarme?" El otro le dijo: "Si quieres salvarte, cuando vayas a visitar a alguien no hables antes de ser preguntado." Compungido por estas palabras, se postró diciendo: "En verdad he leído muchos libros, pero nunca he encontrado esta enseñanza."

Eladio.

Vivió en Las Celdas entre el año 420 y el 440 y se hizo estimar como uno de los ascetas más notables en aquellos años en que parece que, en Nitria y en Las Celdas, hubo ausencia de grandes personajes y se llegó a añorar las primeras generaciones. Estas dos únicas sentencias figuran verdaderamente entre las más excesivas y discutibles que podamos encontrar, pero probablemente han sido seleccionadas adrede, o incluso extremadas, para demostrar que en aquellos años había grandes ascetas y para responder a quien alababa con añoranza los tiempos pasados. De hecho, es contrario a la tradición, codificada incluso en normas canónicas, hacer ayuno y penitencia en Pascua y en domingo.

Decían que el padre Eladio pasó veinte años en Las Celdas, pero no levantó nunca los ojos para mirar el techo de la iglesia.

Contaban que el padre Eladio solía comer pan y sal; cuando llegó la Pascua, se dijo: "Los hermanos comen pan y sal; yo debería hacer un pequeño esfuerzo con motivo de la Pascua: dado que los otros días como sentado, ahora que es Pascua, haré el esfuerzo de comer de pie."

Evagrio.

"No es justo dejar en el olvido la vida de Evagrio, el célebre diácono que vivió según las normas de los apóstoles, sino que considero justo confiar a la escritura cuanto narro, para la edificación de los lectores y para gloria de la bondad de nuestro Salvador." Así comienza el no pequeño capítulo dedicado a Evagrio Póntico en la Historia lausíaca de Paladio, admirador y discípulo suyo. Evagrio era del Ponto, de la ciudad de Ibora, donde nació hacia el año 345. Fue promovido lector por el gran Basilio de Cesarea y ordenado diácono por Gregorio de Nacianzo, fue confiado después a Nectario, patriarca de Constantinopla. "Era extremadamente hábil en refutar todas las herejías y se distinguía en la gran ciudad por sus discursos llenos de juvenil ardor contra todo error," por eso lo hicieron participar en el II Concilio ecuménico, el Constantinopolitano del año 381. Era "de hermosa apariencia y tenia buen gusto para vestir" y corría el riesgo de ser arrastrado a la vida mundana y a la lujuria. Cuentan las fuentes que tuvo un sueño terrible sobre el juicio — de esa experiencia y de esa tradición deriva, con gran probabilidad, un apotegma extrañamente oscuro como el primero de la recopilación— y vio el libro de los Evangelios como fuente de su liberación. En virtud de ello juró en sueños alejarse de la ciudad, y "levantándose reflexionó: "Aunque el juramento haya sido hecho en sueños, he jurado a pesar de todo. Por eso,, echando todas las cosas en una nave, se marchó a Jerusalén." Llegado allí, "tuvo dudas, empezó a vacilar," aunque apoyado después por la bienaventurada Melania de Roma, se retiró a Egipto, al desierto de Nitria, y se enamoró de aquella vida "a la vista de los que allí filosofaban," es decir, de los que tenían la verdadera filosofía, el verdadero amor a la sabiduría, la vida cristiana por excelencia. Dos años después, se adentró aún mas en el desierto, en Las Celdas, donde vivió durante 14 años en medio de una gran austeridad, ganándose la vida como copista de manuscritos, consumiendo 350 gramos de pan al día y 480 gramos de aceite cada tres meses. Seguramente conoció a Macario el Grande, de Escete, y es posible que fuera discípulo de los dos Macarios. Cuentan que mientras estaba en Nitria — el más cercano a Alejandría de los tres asentamientos monásticos —, había bajado con frecuencia a la ciudad a disputar y "hacía cerrar la boca" a los filósofos paganos. Pronto conquistó gran fama como hombre extraordinariamente dotado para discernir los pensamientos: "de la experiencia había adquirido este don" (ibid); "el que antes había sido filósofo sólo en la palabra, conquistó la filosofía mediante las obras." Y que no era sólo "filósofo," sino experto en la vida espiritual, lo demuestra el siguiente episodio: a un hermano turbado por fantasmas nocturnos le ordenó ayuno y servicio a los enfermos, diciéndole que ciertas pasiones por ninguna otra cosa son apagadas como por la misericordia. Eso no es óbice para que fuera asimismo teórico en un grado absolutamente excepcional, insólito para los padres del desierto, de suerte que ha sido llamado el "monje filósofo por excelencia": estaba embebido de filosofía platónica y era muy sensible a los gérmenes de pensamiento oriental que circulaban entonces por Alejandría; fue partidario de las doctrinas de Orígenes y desarrolló e impulsó al extremo las tendencias más contestables de su maestro, justificando así, en parte, las condenas póstumas de que fue objeto el origenismo desde finales del siglo IV hasta el VI. Por el contrario, es enorme el valor de su doctrina espiritual y asimismo el hecho de ser uno de los poquísimos, por así decir, "intelectuales" del desierto: ha recogido y constituido en cuerpo doctrinal la enseñanza de los padres del desierto; su obra ascética es una verdadera "suma" en la que encuentra condensada una gran parte de su espiritualidad. Analiza con gran agudeza las pasiones y sus mecanismos, la acción de los demonios que las mueven, la lucha contra los demonios, la vida como extranjero en el mundo y de unión con Dios en la soledad. Su influjo sobre toda la tradición ascética posterior es decisiva, aunque su nombre, por razones de prudencia, aparece mucho más raramente de lo que, consciente o inconscientemente, se refiere a él. Casiano se resiente del influjo de Evagrio y, sin nombrarlo, dedica un parágrafo de las Instituciones a un hermano originario del Ponto "atento a la pureza de su corazón y enormemente solícito a la contemplación divina," el cual, tras recibir de casa un paquete de cartas, con gran firmeza lo quemó todo sin abrirlo, para no dejar entrar en su espíritu distracción alguna. El último apotegma de este primer grupo encuentra confirmación en otras fuentes: antes de la gran persecución antiorigenista de Teófilo y de Epifanio, Evagrio había gozado de la gracia del mismo Teófilo, que hubiera querido consagrarle obispo de Thmuis, pero él se negó. Murió antes de la gran incursión de Teófilo contra los monjes origenistas, que tuvo lugar en la primavera del año 400. Paladio cuenta que asistió a la muerte de su maestro, acaecida poco después de la participación en la Eucaristía de la fiesta de Epifanía del año 399; tenía 54 años. Distintas fuentes atestiguan que es él el interlocutor de Arsenio en la sentencia nº 5 de Arsenio y es él quien, a la noticia de la muerte de su padre, dijo: "cesa de blasfemar, porque mi padre es inmortal." La serie sistemática "derivada," lleva esparcidos en los diferentes capítulos 16 sentencias de Evagrio que no figuran en la alfabética; también aquí ha intervenido, probablemente, una razón de prudencia: al no estar todos alineados bajo su nombre producían un efecto menor que reagrupados en la serie alfabética. Los apotegmas que encontraremos más adelante bajo el nombre de Nilo son, en realidad, todos ellos de Evagrio y son más significativos que estos, recogidos aquí bajo su nombre. En aquel lugar añadiremos algún otro dato sobre él.

El padre Evagrio ha dicho: "Cuando estés en tu celda, recoge tu pensamiento; acuérdate del día de la muerte, considera la muerte del cuerpo, piensa en tu destino, acepta la fatiga, desprecia la vanidad del mundo, para poder perseverar en el propósito de perseguir la unión con Dios, y no debilitarte. Acuérdate también de quien ahora está en el infierno, piensa en la situación de esas almas, qué terrible silencio, qué gemidos tan amargos, qué temor y lucha y qué perspectiva: dolor sin fin, incesante lagrimear del alma. Pero acuérdate también del día de la resurrección y del momento en que comparecerás ante Dios; imagínate aquel tremendo y terrible tribunal; medita en lo que está reservado a los pecadores: la vergüenza ante Dios, ante los ángeles, ante los arcángeles y ante todos los hombres: castigos, fuego eterno, el gusano que no muere nunca, el abismo, las tinieblas, el rechinar de dientes, los terrores y las torturas. Piensa también, no obstante, en los bienes que están reservados a los justos: la familiaridad con Dios Padre y con su Cristo, con los ángeles, los arcángeles y todos los ejércitos de los santos; piensa en el reino de los cielos y en sus dones y en la alegría que allí se disfrutará. Conserva en ti la memoria de ambas cosas. Lora, aflígete por el juicio de los pecadores, temiendo que también a ti te suceda lo mismo. Alégrate y goza por los bienes reservados a los justos e intenta conseguir el goce y escapar de aquellas penas. Lleva cuidado en no olvidar todo esto, tanto cuando estés en tu celda como cuando estés fuera, para huir de los pensamientos torpes y nocivos.

Dijo también: "Corta muchas relaciones, para que tu espíritu no se distraiga y para no turbar la unión con Dios."

Dijo también: "Es cosa grande orar sin distraerse, más grande aún salmodiar sin distraerse."

Dijo aún: "Recuerda incesantemente el momento en que habrás de salir de esta vida y no te olvides del juicio eterno, así no habrá culpa en tu alma."

Dijo aún: "Quita las tentaciones y nadie se salva."

Contó aún que el padre había dicho: "Una regla de vida muy árida y regular, unida a la caridad, conduce con gran rapidez al monje al puerto de la impasibilidad."

Se reunieron una vez los monjes en Las Celdas para tratar una cuestión. Después de haber hablado en padre Evagrio, dijo el presbítero: "Sabemos, padre, que si te hubieras quedado en tu patria, con toda probabilidad habrías sido obispo y cabeza de muchos fieles; pero aquí ahora eres como un extranjero." Él no se turbó, sino que, compungido, sacudió la cabeza y respondió: "Es verdad, padre, pero he hablado una vez y la segunda no tengo nada que añadir."

Dijo aún: "Inicio de la salvación es condenarse a sí mismo."

Eudemon.

Se trata, evidentemente, de un muchacho al que, a diferencia de Zacarías, que pertenecía a la generación precedente, no le fue concedido permanecer en el desierto.

El padre Eudemon contó del padre Pafnucio, el abad de Escete: "Estuve allí abajo del joven; pero no permitió que me quedara. — No quiero conmigo en Escete, dijo, una cara femenina, a causa de los ataques del enemigo."

Zenón.

Fue discípulo de Silvano junto con Zacarías, Marcos y otros ocho hermanos, que se trasladaron desde Escete al monte Sinaí, posiblemente hacia el año 380. A continuación, se establecieron en Palestina, en la región de Gaza, junto a Gerara. Es posible que la Palestina de la que habla en nº 6, así como la Siria mencionada en el nº 3 de Zenón y en el nº 5 de Marcos, no sean más que una única tierra, a saber: la Palestina, que los escritores llaman de modo genérico Siria, incluyendo bajo este nombre tanto una como otra región. Los nombres geográficos empleados por nuestros autores son a menudo muy imprecisos, y es frecuente que con un mismo nombre se refieran a zonas diferentes — en Escete incluían muchas veces también a Nitria —. De hecho, no se producen asentamientos del grupo de Silvano en la Siria efectiva, mientras que sí conocemos con certeza traslados de Escete al Sinaí y del Sinaí a Palestina. Puede ser, no obstante, que, con independencia del grupo, Zenón, al que una fuente antigua llama "vagabundo," haya peregrinado no sólo por Palestina, sino también por Siria. De todos modos, el año 443, a la llegada a Jerusalén de la emperatriz Eudoxia, repudiada por su marido, Zenón es una personalidad de relieve en Palestina y es interpelado por la emperatriz. Durante bastantes años fue consejero espiritual de Pedro ibérico, el príncipe georgiano Nabarnugi, que huyó de la corte de Constantinopla y se hizo monje en Tierra Santa. Se cuenta del padre Zenón que era pequeño y enjuto de cuerpo, aunque muy perspicaz, pleno de fervor divino y de celo, dotado de una extraordinaria simpatía, de suerte que de todas partes lo buscaban, tanto monjes como seglares, para abrirle sus corazones y eran curados. Hacia el final de su vida lo encontramos en Kefr she’arta, 14 millas al nordeste de Gaza, donde se encerró el año 450 y ya no quiso volver a ver a nadie. Murió ese mismo año o el siguiente. La liturgia griega lo conmemora el 19 de junio, diciendo que por su inexpresable obediencia, por su extrema austeridad y su amor a la pobreza, mereció el don de hacer milagros y liberó a un gran número de posesos. Su popularidad encuentra refrendo también en el hecho de que aparece en otros apotegmas, diferentes de los que aquí reunidos, en otras series: la anónima parcialmente editada por Nau y la siríaca y armenia. No está excluido que sea este el mismo Zenón de que habla la historia nº 4 de Longinos.

El padre Zenón, discípulo del padre Silvano, dijo: "No habites en lugar famoso, no te relaciones con personas famosas, y no eches nunca cimientos para construirte una celda."

Contaban que, al principio, el padre Zenón no quería aceptar nunca nada de nadie; sino que aquellos que le llevaban algún regalo se iban entristecidos por el hecho de que no lo aceptara; otros venían después a él con el deseo de llevarse algún recuerdo de un padre tan grande; y también estos se marchaban tristes, porque no tenía nada para darles. "¿Qué haré? — se dijo el anciano —. Se van disgustados tanto los que quieren traer como los que quieren tomar. Es mejor que haga así: si alguien me trae algo, lo aceptaré; si alguien me pide algo, se lo doy." Procediendo así, encontró sosiego para sí y dio satisfacción a todos.

Un hermano egipcio fue a ver al padre Zenón a Siria y se acusó de sus pensamientos ante el anciano. Este, estupefacto, dijo: "Los egipcios esconden las virtudes que poseen y se acusan siempre de debilidades que no tienen. Los sirios y los griegos, en cambio, afirman tener virtudes que no poseen y esconden los defectos que tienen."

Vinieron a verle unos hermanos y le dijeron: "¿Qué significa este pasaje del libro de Job: EL cielo no es puro ante él?" Respondió el anciano: "Los hermanos han abandonado sus pecados y buscan los cielos. Este es el sentido de la frase: puesto que sólo él es puro, por eso dijo: "El cielo no es puro."

Contaban del padre Zenón que, mientras vivía en Escete, salió una vez de su celda de noche para ir al pantano; pero se extravió en el camino; y estuvo andando tres días y tres noches, al cabo de los cuales se abatió extenuado, para morir. Y he aquí que el muchacho de pie ante él le ofrecía pan y un jarro de agua, diciéndole: "¡ Levántate, come!" Levantado, empezó a orar, creyendo que era cosa de su imaginación. El otro le dijo: "Has hecho bien." Oró aún una segunda y una tercera vez, y el otro repitió: "Has hecho bien." El anciano se levantó al final, cogió y comió. Luego le dijo el muchacho: "Te has alejado de tu celda todo lo que has caminado. Pero levántate y sígueme." Y de inmediato se encontró junto a su celda. Dijo el anciano: "Entra, haz oración conmigo." Pero cuando entró el anciano, desapareció el muchacho.

Una vez el padre Zenón, mientras iba de camino hacia palestina, se sentó cansado junto a un campo de sandías, para comer. Y le dijo el pensamiento: "¡Coge una y come! ¿Qué hay de malo en ello?" Pero él respondió al pensamiento: "Los ladrones son llevados al castigo. Pues bien, sométete a la prueba, a ver si eres capaz de soportarlo." Se levantó y permaneció durante cinco días bajo el sol ardiente. Al final, después de haberse quemado, dijo: "No puedo soportar el castigo." Y dijo al pensamiento: "Si no puedes, no robes para comer."

Dijo el padre Zenón: "Quien desee que Dios oiga pronto su oración, cuando se levanta y tiende las manos al Señor, antes de orar por cualquier otra cosa y por su misma alma, debe orar de corazón por sus enemigos. Por esta buena acción lo escuchará Dios cuando le pida después cualquier cosa."

Contaban que alguien del pueblo ayunaba muchísimo, tanto que le llamaban "el ayunador." El padre Zenón oyó hablar de él y lo mandó llamar. Él vino con alegría; rezaron y se sentaron. El anciano se puso a trabajar en silencio. Dado que no podía hablar con él, el ayunador empezó a sentirse oprimido de pereza, y dijo al anciano: "Ora por mí, padre; quiero marcharme." Y el anciano le dijo: "¿Por qué?" Respondió: "Porque mi corazón está como ardiendo y no sé que tiene. Cuando estaba en el pueblo, ayunaba hasta la noche, y nunca me había pasado esto." Le dijo el anciano: "En el pueblo te alimentabas de orejas. Vete, y de ahora en adelante come a la hora nona: y lo que hagas, hazlo en secreto." Desde que empezó a obrar así, le pesaba incluso esperar hasta la hora nona. La gente que o conocía decía: "El ayunador ha sido presa del demonio." Entonces volvió al anciano a contarle todo, y el anciano le dijo: "Este es verdaderamente el camino de Dios."

Zacarías.

No se trata de la misma persona que el homónimo discípulo y sucesor de Silvano en Gerara. Sus datos biográficos proceden sobre todo al pasaje nº. 2 de Carión, padre suyo según la carne, que se separó de su mujer y se refugió en Escete llevando consigo a un hijo pequeño y dejando con su mujer a una niña. En los apotegmas vuelven a menudo las advertencias contra la presencia de niños, por una especie de terror a los peligros de degeneraciones homosexuales. Por esta razón, la presencia de Zacarías dio lugar a sospechas y murmuraciones. Carión y el muchacho huyeron de Escete y se fueron a Tebaida, de Tebaida se volvieron a Escete, donde el muchacho, por propia iniciativa suya, se sumergió en un estanque de nitro, de donde salió desfigurado. Vivió cuarenta y cinco años en el desierto, desde los 7 a los 52, y se relacionó con ancianos famosos como Macario, Moisés, Poemen (Poimén), Isidoro, que no sentían vergüenza de ser ellos quienes, a veces, le preguntaban a él, mucho más joven, dada la riqueza de Espíritu con la que había sido colmado, su deliciosa inocencia y su obediencia.

El padre Macario le preguntó al padre Zacarías: "¿Cuál es la tarea del monje?" "¿Tú me lo preguntas, padre?", dijo el otro. "Tengo plena confianza en ti, Zacarías, hijo mío — dijo el padre Macario —, eso es lo que me impulsa a preguntártelo." Y le respondió el padre Zacarías: "A mi modo de ver, padre, monje es aquel que en todo se hace violencia a sí mismo."

El padre Moisés fue un día a sacar agua y encontró al padre Zacarías en oración junto al pozo, y el Espíritu de Dios estaba sobre él.

Un día preguntó el padre Moisés al hermano Zacarías: "Dime qué debo hacer." Mas este se echó por tierra a sus pies, diciendo: "Padre, ¿tú me lo preguntas?" "Créeme Zacarías, hijo mío — le dice el anciano —, he visto al Espíritu Santo bajar sobre ti; por eso estoy obligado a preguntarte." Entonces Zacarías, quitándose la capucha de la cabeza, se la puso bajo los pies y la pisoteó diciendo: "Si un hombre no se tritura así, no puede ser monje."

El padre Zacarías, mientras vivía en Escete, tuvo un día una visión, y fue a contársela a su padre Carión. El anciano, que se entregaba más bien a las obras, no era muy agudo en estas cosas y le pegó, diciendo que provenía de los demonios. Mas el pensamiento permaneció, y se levantó de noche para ir a ver al padre Poemen (Poimén) a contarle el hecho y cómo se sentía arder por dentro. El anciano, comprendiendo que la visión provenía de Dios, le dijo: "Ve a tal anciano y haz lo que él te diga." Allí fue, pero no le dio tiempo a preguntarle, porque se le adelantó diciéndole todo: "La visión es de Dios. Pero ve ahora y permanece sometido a tu padre."

Contó el padre Poemen (Poimén) que el padre Moisés preguntó al padre Zacarías, cuando este último estaba a punto de morir: "¿Qué ves?" Y el otro dijo: "Padre, ¿no es mejor callar?" "Sí, hijo mío, calla." A la hora de su muerte, el padre Isidoro, que estaba sentado junto a él, mirando al cielo, dijo: "Alégrate Zacarías, hijo mío, porque te han sido abiertas las puertas del reino de los cielos."

Isaías de Escete.

Lo hemos encontrado ya como discípulo de Amoés y de Aquiles, de quien debió aprender, al precio de no pocas humillaciones, un espíritu de sacrificio que al principio no tenía: es significativo, a este respecto, la confrontación entre el nº 3 de Aquiles y el nº. 6 de Isaías, y el inicio de los siguientes 10 apotegmas con la comunicación de una experiencia vivida en propia carne, el desprecio sufrido al comienzo de la vida monástica. Hay incertidumbres en la identificación de la persona, pero es muy probable que Isaías de Escete y Isaías de Gaza sean un solo Isaías, que vivió en Escete durante la primera mitad del siglo V y murió el año 488 en Gaza de Palestina. Aparte de las huidas provocadas por las incursiones de los bárbaros, no era infrecuente el éxodo de ancianos que se marchaban de Egipto, por haberse hecho muy famosos y ser muy buscados, para retirarse a otros lugares, especialmente a Tierra Santa. Isaías se había retirado, primero, a Eleuterópolis y, luego, junto a Gaza. Aquí habría fundado un monasterio para dejar después la dirección del mismo a su discípulo Pedro, y retirarse a vivir como recluso. Isaías no-se adherió personalmente a Calcedonia, aunque aconsejaba a los monjes calcedonienses permanecer fieles a Calcedonia, y firmó el Enótico, un documento que intentaba restablecer la unidad doctrinal sobre la base de los concilios ecuménicos hasta Éfeso incluido y de las declaraciones de Cirilo de Alejandría, dando un paso atrás respecto a los enunciados tan controvertidos de Calcedonia.

De esta suerte, Isaías ha sido enumerado entre los "monofisitas,"aunque no es fácil encontrar en sus obras declaraciones que no sean ortodoxas. Sin embargo, a pesar de las sospechas de monofisita, Isaías ha ejercido un enorme influjo, no sólo en la tradición copta o siríaca, sino también en la bizantina. Juan Clímaco lo cita y comenta, Pablo Everghetinós lo cita 66 veces y refiere enteramente su obra con toda probabilidad. Aparte de los innumerables fragmentos diseminados en las distintas colecciones de apotegmas, la obra de Isaías se presenta recogida en el Asceticon en forma de discurso, loghoi, "preceptos para los hermanos que quieren vivir con él," dice el loghos I. Se trata de una obra compuesta y fragmentaria, no sistemática, en la que podemos encontrar muchas de las enseñanzas de los padres del desierto; es más, en parte recoge precisamente sentencias y dichos. Ciertas partes han sido escritas a buen seguro por Isaías, otras por su discípulo Pedro. Las referencias a la Escritura son frecuentísimas; un índice del Asceticon siríaco da más de 2.300 citas. El influjo de Evagrio Póntico es muy fuerte, aunque núnca se le nombra. Si bien no es sistemática, la obra presenta claramente a pesar de todo, incluso por su propia naturaleza, un designio didáctico más unitario y manifiesto que las recopilaciones de apotegmas. La obra fue casi ignorada en Occidente hasta el siglo XVI, cuando fue publicada en Venecia una versión latina y se convirtió, junto con Doroteo de Gaza, en uno de los autores aconsejados para la formación de los novicios de la Compañía de Jesús. Isaías gozó en el siglo VI de gran favor en Palestina: Barsanufio está profundamente impregnado de su espiritualidad y lo cita con gusto especialmente en la correspondencia que mantuvo con Doroteo. De este modo, ha sido justamente acogido en la tradición aquel que había querido moverse únicamente en el surco de la enseñanza de los padres, como repite más veces en su obra, que concluye con estas palabras: "…construyamos sobre el fundamento que los padres han colocado, con la preocupación por cuanto hayamos visto y oído… Si nosotros lo custodiamos según nuestras fuerzas, la misericordia de Dios nos alcanzará junto con todos los santos que han complacido a Dios."

Dijo el padre Isaías: "Nada ayuda al novicio más que el desprecio. El novicio que es despreciado y lo soporta, es como una planta que es regada cada día."

Dijo aún de aquellos que inician bien la vida monástica y se someten a los santos padres: "Como sucede con la púrpura: el primer tinte no se descolora. Y como las ramas tiernas se injertan y se pliegan fácilmente, así sucede con los novicios que viven en la sumisión."

Dijo también que un novicio que va cambiando de monasterio a monasterio se parece a una bestia arrastrada de una parte a otra por el ronzal.

Contó aún: "El presbítero de Pelusio, un día que celebró un banquete fraterno y los hermanos comían y hablaban juntos en la reunión, les respondió diciendo: "Guardad silencio, hermanos. He visto a un hermano que come con vosotros y bebe tantos vasos como vosotros, y su plegaria sube como fuego ante el rostro de Dios."

Contaban que un día el padre Isaías, tras tomar su bastón, fue al granero y dijo al propietario del terreno: "Dame grano." "¿Has segado tú, padre?" le dijo el otro. "No." "¿Cómo puedes pretender entonces un grano que no has segado?" Y le respondió el anciano: "Entonces, ¿quién no ha segado no recibe nada?" "No." Dice el propietario. Y el anciano se marchó de allí. Los hermanos, que habían asistido al episodio, se inclinaron ante él y le preguntaron por qué había hecho eso. Les dice el anciano: "Lo he hecho para dar un ejemplo de que quien no trabaja no recibe de Dios ningún salario."

El misma padre Isaías llamó a uno de los hermanos y le lavó los pies; luego echó en una olla un puñado de lentejas. En cuanto empezaron a hervir, las sacó del fuego. Pero el hermano le dijo: "Aún no están cocidas, padre." "¿No te basta simplemente con haber visto el fuego? — le dijo el anciano— esto es ya un gran consuelo."

Decía: "Dios quiere usar de misericordia con un alma, pero esta no tolera las riendas y las rechaza para seguir, en cambio, su propia voluntad. Dios deja que sufra lo que no querría, para que aprenda así a buscarlo."

Solía decir también: "Si alguien quiere devolver mal por mal, puede herir la conciencia del hermano incluso con un solo gesto."

Le preguntaron: "¿Qué es el amor al dinero?" Respondió: "Es no creer que Dios cuida de ti, desesperar de sus promesas y querer hacerte grande."

Le preguntaron también: "¿Qué es la maledicencia?" Respondió: "Desconocer la gloria de Dios y envidiar al prójimo."

Le preguntaron asimismo: "¿Qué es la ira?" Respondió: "Espíritu litigioso, mentira e ignorancia."

Elías.

Bajo este nombre se ocultan probablemente varios homónimos, y a más de uno de ellos pertenece el grupo de sentencias que sigue. La primera frase de la sentencia nº. 6, retomada casi textualmente por san Benito: "en la salmodia procedamos de manera que nuestra mente concuerde con nuestra voz," constituirá uno de los principios básicos de la doctrina litúrgica benedictina. También la segunda parte del mismo fragmento diríase que ha sido repetida en la Regla de san Benito, en el lugar donde, al final de Prólogo, escribe que el camino de la salvación no puede ser emprendido más por un comienzo angosto, "mas con progresar de la vida y de la fe, se corre a corazón dilatado con inexpresable dulzura de amor el camino de los preceptos divinos." La misma primera frase del nº. 6 de Elias se encuentra en Doroteo de Gaza (Instr. XVII, 174) al comienzo de una instrucción sobre un texto de Gregorio Nacianceno cantado en honor de los santos mártires: "También nosotros debemos cantar con atención y aplicar muestra mente a la potencia de las palabras de los santos, a fin y aplicar muestra mente a la potencia de las palabras de los santos, a fin de que no sólo la boca, como se dice en el Gherontikon, sino también nuestro corazón (aquí sustituye Doroteonel VoVo — mente, espíritu del texto de Elías, por xapoa) cante junto con la boca."

Dijo el padre Elías: "Tengo miedo a tres cosas: al momento en que mi alma salga del cuerpo, al momento en que mi alma se encuentre con Dios, al momento en que se pronuncie la sentencia contra mí."

Los ancianos dijeron en Egipto al padre Elías que el Padre Agatón era un buen padre. Les dice el anciano: "Es bueno comparado con su generación." "¿Y comparado con los antiguos?" le dicen. "Os he dicho — repitió— que es bueno comparado con su generación. En cuanto a los antiguos, vi a un hombre en Escete que podía detener el sol en el cielo, como Josué, hijo de Nun." Al oírlo quedaron maravillados y dieron gloria a Dios.

Dijo el padre Elías, el diácono: "¿Qué puede el pecado allí donde hay arrepentimiento? ¿Y a que ayuda el amor donde hay orgullo?

Contó el padre Elías: "He visto a uno que llevaba bajo el brazo un frasco de vino. Para avergonzar a los demonios, puesto que se trataba de una imaginación, pidió al hermano: "Por caridad, tira un poco hacia arriba. Cuando hubo levantado el manto, se descubrió que no tenía nada. Os he dicho esto para que no os fiéis ni siquiera de lo que veis con los ojos, ni de que lo sentís. Llevad más bien cuidado con los razonamientos, consideraciones y pensamientos, sabiendo que son los demonios quienes los introducen en el alma, para mancharla y hacerla pensar lo que no debería, para distraer al espíritu del recuerdo de sus pecados y del pensamiento de Dios."

Dijo aún: "Los hombres ponen la mente o en los pecados, o en Jesús, o en los hombres."

Dijo aún: "Si la mente no salmodia junto con el cuerpo, vano es el esfuerzo. Si alguien ama, en efecto, la tribulación, esta se le volverá después alegría y sosiego."

Contó aún que un anciano vivía en un templo. Y vinieron los demonios a decirle: "Vete de nuestra casa." Pero dijo el anciano: "Vosotros no tenéis casa." Entonces empezaron a dispersarle todas las ramas de palma. Pero el anciano las recogió pacientemente. Al final, cogiéndole la mano, el demonio lo arrastró fuera; pero él, cogiéndole la mano, el demonio lo arrastró fuera; pero él, una vez llegado a la puerta, la cogió con la otra mano gritando: "¡Jesús, ayúdame!" Y el demonio huyó de inmediato. El viejo se puso a llorar. Pero el Señor le dijo: "¿Por qué lloras?" Dijo el anciano: "Porque se atreven a apoderarse de un hombre y hacer tales cosas." "Te has mostrado negligente — le dijo el Señor —, fíjate que me he dejado encontrar apenas me has buscado. Esto es lo que te digo: hace falta un gran esfuerzo: si no hay esfuerzo, no podemos tener a Dios con nosotros: en efecto, él fue crucificado por nosotros."

Un hermano fue a ver al padre Elías el besyquiasta al cenobio de la cueva del padre Sabas y le pidió: "Padre, dime una palabra!" El anciano dijo al hermano: "En tiempos de nuestros padres, eran amadas estas tres virtudes: la pobreza, la mansedumbre y la continencia. Ahora, sin embargo, los monjes están dominados por la avidez, la glotonería y el descaro. ¡Elige lo que quieras!"

Heraclio.

Un hermano, tentado por la vida solitaria, se lo dijo al padre Heraclio. Este, para confrontarlo, le habló de un anciano que durante años tuvo con él a un discípulo muy obediente; un día este, tentado, se inclinó ante él y le dijo: "¡Haz de mí un monje!" "Búscate un lugar, te haremos una celda y te convertirás en monje," le dice el anciano. Se alejó una milla, lo encontró, fueron allí y construyeron la celda. Y dice el viejo al hermano: "haz lo que te digo: cuando tengas hambre, come; bebe, duerme: pero no salgas de tu celda hasta el sábado. Entonces ven a verme." El hermano obedeció el mandamiento los dos primeros días, pero el tercero, presa del desaliento, se dijo: "¿Por qué no me habrá dicho el anciano que orara?" Y, tras levantarse, recitó muchos salmos. Cuando se hubo ocultado el sol, comió, después se levantó y fue a tenderse en la estera. Pero encontró a un etíope tendido en ella que rechinaba los dientes contra él. Presa de un gran miedo, corrió a ver al anciano y llamó a la puerta diciendo: "¡Perdóname, padre, ábreme!" El anciano que no había observado su palabra, no le abrió hasta la mañana; y llegada esta, abriendo la puerta, lo encontró fuera suplicante. Apiadado, lo hizo entrar. "Te ruego, padre — dijo el hermano —, he encontrado un etíope negro sobre mi estera cuando fui a acostarme." "Esto te ha sucedido— le dijo el anciano— porque no has observado lo que te dije." Luego, tras haber intentado hacerle comprender bien, por todos los medios de que disponía, lo que requiere la vida solitaria, lo despidió. Y este se convirtió al poco tiempo en un buen monje.

Teodoro de Fermo (Ferme).

El primer apotegma lo presenta de inmediato como discípulo del gran Macario, y efectivamente lo era. Fue contemporáneo de Arsenio y, junto con Cronio, discípulo del gran Antonio, fue maestro de Isaac de las Celdas. Gozaba ciertamente de una gran reputación, como lo demuestra la amplitud de la recopilación, la presencia de bastantes sentencias suyas en la serie sistemática y, todavía más, el hecho de que se le una a Arsenio: "Se contaba del padre Arsenio y del padre Teodoro de Fermo (Ferme) que odiaban más que nadie la gloria humana…." De hecho, los textos que siguen nos muestran su firmeza en la oración, su huir de las ocasiones de distracción, su conciencia de la propia nulidad, su rechazo de los honores, incluido el de la ordenación diaconal. El hombre que posee conciencia plena de su total y universal impotencia: "maravíllate si oyes que alguien ha conseguido huir de las fauses del enemigo," goza de una fuerza divina que le hace dominar los dragones, demonios y hombres. Tillemont dice de él (XII, 365) que "llevó el amor a la soledad a un punto tal que a pocas personas les sería útil imitarlo," y que "una de las razones que le hacían amar la soledad y el silencio era el temor a profanar la palabra de Dios." Probablemente se retiró a Fermo (Ferme) tras el primer saqueo de Escete, pero ya no se sabe exactamente dónde estaba Fermo (Ferme). Paladio, que no había ido personalmente, dice de modo vago que se trata de una altura situada en la ruta del desierto de Escete, habitada entonces por unos 5.000 "hombres entregados al ascetismo." Se ha propuesto la identificación con los asentamientos monásticos de Khashm el Qaoud, situados a unas 20 millas al oeste de Escete. Se ha encontrado aquí un ánfora con el nombre de Pablo; y, según el relato de Paladio, Pablo es el primer monje de Fermo (Ferme) de quien se sabe su nombre.

El padre Teodoro de Fermo (Ferme) poseía tres buenos libros, fue al padre Macario y le dijo:"Tengo tres buenos libros que me son muy útiles. También los usan los hermanos y sacan provecho de ellos. Dime, ¿qué debo hacer? ¿los guardo para utilidad mía y de los hermanos, o bien los vendo y doy lo que recoja a los pobres?" "Ambas cosas son buenas — respondió el anciano —, pero lo mejor de todo es no poseer nada." Al oír estas palabras, se marchó Teodoro, vendió los libros y distribuyó el dinero entre los pobres.

Un hermano que vivía en Las Celdas estaba muy turbado por la soledad, y fue a decírselo al padre Teodoro de Fermo (Ferme). Este le dijo: "Ve, humilla tu pensamiento, sométete y vive junto con los otros." Pero el hermano volvió de nuevo al anciano y le dijo: "Ni siquiera con otros hombres encuentro paz." Y el viejo le dijo: "Si no encuentras paz ni solo ni con otros, ¿por qué has venido a hacerte monje? ¿No sería acaso para soportar tribulaciones? Dime, ¿cuántos años hace que llevas este hábito?" "Ocho," respondió. Y el anciano le dijo; "En verdad hace setenta años que llevo el hábito y ni siquiera un día he tenido sosiego. ¿Y tú pretendes conseguirlo en ocho?" Al oír esto se marchó fortalecido.

Fue una vez un hermano a ver al padre Teodoro y se quedó tres días con él, pidiéndole poder oír una palabra. Mas el otro no le respondió. El hermano se marchó entristecido. El discípulo de Teodoro preguntó entonces al anciano: "Padre, ¿por qué le has dejado marcharse afligido, sin decirle una palabra?" Dijo el anciano: "Es cierto que no se la he dicho. Se trata de alguien que se da mucha importancia y le gusta gloriarse con las palabras de los demás."

Dijo también: "Si tienes amistas con alguien y este cae en tentación de impureza, tiéndele una mano, si puedes, y levántalo. Pero si cae en herejía y no se deja persuadir para apartarse de ella, rompe enseguida toda relación con él. Si tardas un poco, podrías ser arrastrado con él al abismo."

Contaban que el padre Teodoro de Fermo (Ferme) se distinguía de muchos otros sobre todo por estos tres aspectos: la pobreza, la ascesis y la huida de los hombres.

El padre Teodoro se encontró un día con unos hermanos en Escete. Al comer, estos tomaban los vasos en silencio con educación, sin decir: "Con permiso." Y el padre Teodoro dijo: "Los monjes han perdido sus buenos modales, ya no dicen: "Con permiso."

Un hermano le preguntó: "Padre, ¿puedo no comer pan durante algunos días?" "Haces bien — dijo el anciano— también yo lo hice." Dice el hermano: "Quisiera llevar mis garbanzos al molino para hacer harina con ellos." "Si vuelves aún al molino — dice el anciano — hazte pan también. ¿Qué necesidad hay de esta salida?"

Uno de los ancianos vino a contar al padre Teodoro: "Mira, tal hermano ha vuelto al mundo." "¿Te maravillas de eso? — dijo el viejo —. No te asombres, maravíllate más bien si oyes que alguien ha conseguido huir de las fauces del enemigo."

Un hermano vino a ver al padre Teodoro y empezó a hablar y tratar de cosas de las que no tenía aún experiencia. "Todavía no has encontrado la nave — le dice el anciano —,aún no has cargado el equipaje, ¿ y ya has llegado a aquella ciudad antes de haber partido? Haz primero la obra y después llegarás a aquello de que hablas ahora.

El mismo padre fue un día a ver al padre Juan, que era eunuco de nacimiento. En el curso de la conversación, dijo: "Cuando estábamos en Escete nuestra principal ocupación era el alma, mientras que el trabajo manual era una ocupación secundaria; pero ahora el trabajo del alma se ha vuelto secundario y el trabajo secundario se ha convertido en el principal."

Le preguntó entonces el hermano: "¿Cuál es el trabajo del alma que se ha vuelto ahora para nosotros secundario, y cuál el secundario que ahora se ha convertido en el principal?" "Todo lo que se hace por mandato de Dios — dice el anciano — es ocuparse del alma, mientras que debemos considerar como trabajo secundario lo que hagamos y llevemos a término por nosotros mismos." "Explícame esta afirmación," le pide el hermano. "Mira — dice el anciano —, oyes decir que estoy enfermo y debes venir a verme. Y dices para ti: "¿Debo dejar mi trabajo para ir? No, antes voy a terminarlo e iré después. Mientras tanto se te presenta otra ocasión y quizás no vengas nunca. A continuación te dice otro hermano: "Hermano, necesito tu ayuda. Y tú dices: "¿Debo dejar mi trabajo e ir a trabajar con él? Así pues, si no vas, pasas por alto el mandamiento de Dios, que es ocuparse del alma, y haces el trabajo secundario, que es el manual."

El padre Teodoro de Fermo (Ferme) dijo que un hombre firme en el espíritu de penitencia no está atado a los preceptos.

Dijo: No hay virtud tan grande como el no despreciar."

Dijo también: "Quien ha conocido la dulzura de la celda, huye del prójimo, aunque no con desprecio."

Dijo aún: "Si no rompo decididamente con estos sentimientos de compasión son ellos los que no me permitirán llegar a ser monje."

Dijo aún: "Muchos han elegido la quietud en este tiempo, antes de que Dios se la concediera."

Dijo también: "No duermas en un lugar en el que haya una mujer."

Un hermano interrogó al padre Teodoro diciéndole: "Quiero cumplir los mandamientos." El anciano le habló entonces del padre Teonas, que también había dicho una vez: "Quiero que todos mis pensamientos estén de acuerdo con Dios." Un día llevó grano al horno e hizo panes con él. Unos pobres le pidieron una caridad y él les dio. Puesto que también otros le pedían, les dio las cestas y el vestido que llevaba. Y volvió a la celda ceñido sólo con el manto. Pero aún se reprendía a sí mismo diciendo: "Todavía no he cumplido el mandamiento de Dios."

Un día enfermó el padre José y mandó llamar al padre Teodoro: "Ven — le dijo —, que yo pueda verte antes de salir del cuerpo." Iban por la mitad de la semana, y el padre Teodoro no fue, pero le hizo saber: "Si esperas hasta el sábado, iré; pero si te vas antes, nos veremos en el otro mundo."

Un hermano pidió al padre Teodoro: "Dime una palabra, porque voy hacia la perdición" Y él le dijo con pena: "Yo mismo estoy en peligro, ¿qué puedo decirte?"

Un hermano fue al padre Teodoro para que le enseñara a entretejer y le trajo también la cuerda. El anciano le dijo: "Vete, y vuelve mañana por la mañana." Y, levantándose, el anciano mojó la cuerda, y le preparó la urdidura diciendo: "Haz así y así." Luego lo dejó, entró en su celda y se sentó. Llegada la hora de la comida, se la preparó y luego le despidió. Volvió también a la mañana siguiente; y el anciano le dijo: "Toma tu cuerda y vete con ella. Has venido para tentarme y procurarme preocupaciones." Y no lo volvió a dejar entrar.

Contó el discípulo del padre Teodoro: "Un día vino un vendedor de cebollas y me llenó un recipiente. El anciano me dijo: "Lena un recipiente de grano para él y dáselo. Había dos montones de grano, uno limpio y el otro no. Empecé a coger de este último, pero el anciano me miró con atención y tristeza. A causa del temor caí, rompí el recipiente y me eche a sus pies. Pero el anciano me dijo: "Levántate, no es culpa tuya, soy yo el que ha pecado, porque soy yo el que te lo ha dicho. Luego se puso a llenar su delantal con grano limpio y se lo dio junto con las cebollas."

Un día fue el padre Teodoro a sacar agua con un hermano, este, que llegó primero al pozo, vio un dragón. El anciano le dijo: "Aplástale la cabeza" Mas él espantado, no se atrevió a acercarse. Cuando llegó el anciano, en cambio, fue la bestia la que, nada más verlo, huyó al desierto llena de confusión.

Alguien preguntó al padre Teodoro: "Padre, si de improviso sucediera una calamidad, ¿también tú tendrías miedo?" Respondió: "Aunque cayera el cielo sobre la tierra, Teodoro no tendría miedo." En efecto, le había pedido a Dios que quitara de él todo miedo; y precisamente por ello el otro le había planteado esa pregunta.

Contaban del padre Teodoro que, cuando le ordenaron de diácono en Escete, no quería aceptar cumplir este misterio. Y huyó a varios lugares, de donde los ancianos iban siempre a recogerlo, diciéndole: No abandonarás tu diaconado." El padre Teodoro les dijo: "Dejadme, pediré a Dios que me haga comprender si debo mantener el puesto de este ministerio." Y oró a Dios así: "Si es tu voluntad que mantenga el puesto de este ministerio, dame la certeza de ello." Se le apareció entonces una columna de fuego, que llegaba de la tierra al cielo, y una voz le dijo: "Si puedes volverte como esta columna, ve a hacer de diácono." Tras oír esto, consideró que no debía aceptar. Cuando se unió a los hermanos reunidos en la iglesia, estos se inclinaron ante él y le dijeron: "Si quieres ejercer el diaconado, toma el cáliz en tus manos." Pero no aceptó y dijo: "Si no me dejais en paz, me iré de aquí." Y así lo dejaron estar.

Contaban de él que, cuando fue devastada Escete, se fue a vivir a Fermo (Ferme) y, ya viejo, enfermó. Le llevaban alimentos, pero le daba al segundo lo que le llevaba el primero, y así con los demás: daba a cada uno lo que le había llevado el anterior. A la hora de la comida, tomaba lo que llevaba el último que hubiera llegado.

Contaban del padre Teodoro que, mientras vivía en Escete, vino contra él un demonio que quería entrar. Pero él lo ató fuera de la celda. Llegó luego otro que también quería entrar, pero también lo ató. Vino un tercero que, al encontrar atados a los otros dos, preguntó: ¿Qué hacéis aquí fuera? Y ellos le dijeron: "Está sentado ahí y no nos deja entrar." Este intentó entrar usando la violencia, pero el anciano lo ató también. Espantados por las oraciones del anciano, le rogaron. "Déjanos marchar" "Marchaos," les dijo el anciano. Y de inmediato huyeron llenos de vergüenza.

Uno de los padres contó que fue una vez, al anochecer, a visitar al padre Teodoro de Fermo (Ferme) y lo encontró vestido con un paño a jirones, el pecho descubierto y la capucha echada hacia delante, Y de improviso vino alguien del pueblo y llamó a la puerta. El anciano salió a abrir, le salió al encuentro, se sentó junto a la puerta a charlar con él. Este le cubrió la espalda con un trozo de su manto, pero el viejo lo alejó de sí con un gesto decidido de la mano. Cuando se hubo marchado el otro, le pregunté: "Padre, ¿por qué has obrado así? Había venido para ser edificado, ¿no lo habrás escandalizado más bien? Y me dijo: "Qué dices, padre? ¿Debemos servir precisamente a los hombres? Hemos hecho cuanto era necesario. Pero es asunto pasado: quien quiera edificarse, que se edifique; quien quiera escandalizarse, que se escandalice. Yo recibo al que viene tal como soy." Y dio esta amonestación a su discípulo: "Si alguien viene a verme,no busques ninguna excusa humana, sino, si estoy comiendo, dile: "Está comiendo; si estoy durmiendo, dile: "Está durmiendo."

Un día se echaron sobre él tres ladrones. Dos lo tenían sujeto, mientras el otro se llevaba lo que poseía. Tras haber cogido los libros, querían coger también su ropa. Él dijo entonces: "La ropa dejádmela." Pero como se negaban, con un movimiento de los brazos se liberó de los dos que lo tenían sujeto. Se quedaron espantados. Y les dijo el viejo: "No tengáis miedo, haced cuatro partes, llevaos tres y dejadme la cuarta." Y así lo hicieron, para que pudiera conservar su parte de la ropa que llevaba a la liturgia.

Teodoro de Ennaton (Nono).

Fue un monje del círculo de Lucio y Longinos, bajo cuya dirección se formó en el Ennaton el centro de la resistencia monástica a las definiciones de Calcedonia. Otras ciudades tomaban el nombre de su distancia a Alejandría, encontramos, por ejemplo, "Pempton," "Oktokedekaton," "Ikoston," es decir, localidad situada a 5, 18 ó 20 millas. Sin embargo, Ennaton era con mucho la más famosa.

Contó el padre Teodoro de Ennaton: "Cuando era más joven, habitaba en el desierto. Un día fui al horno para hacer dos panes, y encontré allí a un hermano que quería hacer pan, pero no tenía a nadie que le hechara una mano. Entonces dejé mis panes para ayudarle. Pero, apenas quedé libre, llegó otro hermano, y también le eché una mano e hice los panes. Luego llegó un tercero, e hice lo mismo; así con todos los que vinieron: de este modo hice seis hornadas de pan. Por fin, cuando ya no vino nadie más, hice mis dos panes."

Contaban que los padres Teodoro y Lucio de Ennaton se burlaron durante cincuenta años de sus pensamientos: "Sí, sí, de aquí al final del invierno nos iremos." Cuando regresaba el verano, decían: "Nos iremos después del verano." De este modo pasaron su vida estos padres de perenne memoria.

Dijo el padre Teodoro de Ennaton: "Si Dios nos imputara la negligencia en la oración y las distracciones durante la salmodia, no podríamos salvarnos."

Teodoro de Escete.

El padre Teodoro de Escete decía: "Me viene un pensamiento, me turba y no me da tregua; pero no logra llevarme a la acción, sólo me impide avanzar en la virtud; mas el hombre vigilante lo aparta de sí y se levanta a orar."

Teodoro de Eleutopolis.

No sabemos nada de él. Eleutópolis la hemos encontrado ya como patria de Epifanio. Se encuentra en Palestina, entre Jerusalén y Gaza.

El padre Abraham ibérico preguntó al padre Teodoro de Eleutópolis: "¿Qué está bien, padre, procurarse gloria o desprecio?" Dijo el anciano: "Yo quiero procurarme más bien gloria que desprecio. En efecto, si me glorifica porque he hecho una obra buena, siempre puedo condenarme a mí mismo, sabiendo que no soy digno. Sin embargo, el deshonor es fruto de malas acciones. ¿Cómo podría consolar en este caso a mi corazón, si por mi causa se escandalizan los hermanos? En consecuencia, es mejor hacer el bien y recibir gloria por ello." El padre Abraham dijo: "has hablado bien, padre."

Teodoro.

En la edición de Migne no aparece Teodoto, porque la sentencia Nº 2 no existe y la nº 1 es presentada como la nº 2 de Teodoro de Eleuterópolis, mientras que Guy la restituye a Teodoto sobre la base de 6 de los 7 manuscritos. La nº 2 se encuentra en 2 manuscristos: BL, y también en la serie de Nau como nº 11.

Dijo el padre Teodoto: "La escasez de alimento extenúa el cuerpo del monje." Dijo otro anciano: "Las vigilias lo extenúan más."

Dijo también: "No juzgues al fornicador si eres continente; porque tú también quebrantas otras tantas leyes. En efecto, el que ha dicho: "No forniques, ha dicho también: "No juzgues."

Teonas.

Le conocemos a través de Casiano, que lo encontró en Panefo, localidad cercana a la costa, entre el Nilo y el actual canal de Suez, no lejos de Tanis. Casiano encontró la zona en condiciones desastrozas a causa de un maremoto. Tanis se había quedado rodeada de cenagales salados. Los ancianos moraban en isletas esparcidas en el cenagal "en una horrenda extensión de soledad, en una "amargura de arenas." Esta única sentencia de un personaje tan famoso deja estupefacto. De hecho son apotegmas suyos el 18 de Teodoro de Fermo (Ferme), el 51 de Poemen (Poimén) y el 25 de PJ, IV, en los que otros ilustres ancianos retoman su ejemplo y sus palabras. Una de estas sentencias dice así: "Nada alegra tanto a los demonios ni es tan nocivo para los monjes como esconder los propios pensamientos a los padres espirituales." Esta es una de las enseñanzas fundamentales de los padres del desierto, así como el único apotegma que aparece bajo el nombre de Teonas y constituye la síntesis esencialísima de la doctrina de los padres sobre el recuerdo de Dios. Mientras este recuerdo permanece en nosotros, permanecemos, en cierto sentido, impecables; el pecado aparece de inmediato cuando nos alvidamos de él y de su presencia.

Dijo el padre Teonas: "Cuando nuestra mente se distrae de la contemplación de Dios, nos volvemos prisioneros de las pasiones carnales."

Teofilo Arzobispo.

Fue, del 385 al 412, "papa" de Alejandría — así ha sido llamado siempre, y aún lo sigue siendo, el patriarca de esta ciudad. Ya lo hemos encontrado junto a Epifanio de Chipre, de quien parece tener todos los defectos, e incluso mucho peores, aunque no las virtudes. Fue tío y predecesor del gran Cirilo de Alejandría; y fue la fama del sobrino la que, de rebote, ha rehabilitado un tanto la memoria del tío. Como muestra también la sentencia nº3, Teófilo, en la lucha contra el paganismo, no vacilaba en hacer abatir los templos paganos. Se servía para ello de los ejércitos imperiales y de escuadras de monjes. Teófilo amaba a los monjes, y tenía en gran estima sus relaciones con ellos, aunque también los engatusaba a fin de tenerlos a su disposición para sus fines. Muchos de ellos también lo amaban y veneraban; en otros — entre los que figuran probablemente Arsenio y Pambo — aparecen signos de cierta reserva. La tradición apotegmática ha querido dejarle este no pequeño espacio, aunque de hecho no es él, sino en parte, el protagonista de los tres primeros fragmentos; y el nº 4 es una de esas exhortaciones "topicas," quizás de origen más tardío, que vuelen de vez en cuando, atribuidas a uno u otro, que posiblemente no las había pronunciado nunca en realidad. La serie de la madre Teodora, mujer muy venerada por la tradición, se abre con una petición dirigida a Teófilo para que le interprete un pasaje de la Escritura. A este respecto, dice Tillemont que Teófilo, "que hablaba mejor que obraba, le dio una explicación muy hermosa." De hecho, Teófilo sabía hablar bien y escribir bien, y escribió cartas, sermones, obras varias, desarrollando una cristología excenta de originalidad, aunque muy ortodoxa. Al comienzo de sus intervenciones en las luchas doctrinales, Teófilo tuvo el mérito de llevar a cabo una reconciliación provisional en la feroz disputa en pro y en contra de Orígenes, desarrollada por Rufino y Jerónimo en Palestina en el año 397. El 399 promulgó Teófilo una dura condena contra el antropomorfismo, herejía difundida más bien entre los monjes más ignorantes, que atribuían a Dios semblanzas humanas. Esta condena encontraba perfectamente de acuerdo a los grupos más cultos de monjes, concentrados sobre todo en Nitria y, en segundo lugar, en La Celdas, a los partidarios de Evagrio y a los cultivadores de Orígenes. Hasta ese momento Teófilo había simpatizado con ellos, tanto que había hecho obispo a uno de los evagrianos más convicto: Dióscuro, y, como hemos visto, había querido hacer obispo al mismo Evagrio. Pero ante las reacciones de bastantes monjes contra la condena del antropomorfismo, Teófilo dio un giro total y definitivo y se puso a perseguir encarnizadamente a cualquier origenista, verdadero o presunto, sirviendose hasta de los antropomorfistas poco antes condenados por él; se sirvió de las tropas imperiales para deponer a obispos tal vez creados por él, como Dióscuro; para perseguir a Juan Crisóstomo se sirvió del descontento de la emperatriz Eudoxia, a quien había convertido en blanco de sus reproches morales. Teófilo murio cinco años después que él, el 412. Muy pronto se hizo justicia a la memoria de Juan Crisóstomo, mientras que sobre la suya cayó también la excomunión lanzada, en los últimos años, por Inocencio I, obispo de Roma.

El bienaventurado obispo Teófilo fue un día al monte de Nitria. El abad del lugar le sali´ó al encuentro. El arzobispo le dice: "Padre ¿ qué has encontrado de especial en esta vía?" "Acusarme y reprocharme constantemente mí mismo," le dice el anciano. Dice el padre Teófilo: "No hay más vía que esta."

El padre Teófilo, arzobispo, fue un día a Escete. Los hermanos reunidos le dijeron al padre Pambo: "Di al papa una palabra de edificación." El anciano les dice: "Si no es edificado por mi silencio, no podrá serlo por mis palabras."

Un día el arzobispo Teófilo llamó a algunos monjes a Alejandría para orar y destruir los templos paganos. Mientras comían con él, les fue servida carne de ternera, y empezaron a comer sin darse cuenta de lo que era. El obispo ofreció un pedazo al padre que estaba a su lado, diciendo: "Come padre, este buen bocado" Entonces dijeron los otros: "Hasta ahora habíamos comido verdura; pero, si es carne, no comeremos." De este modo, ni siquiera uno de ellos siguió comiendo.

Dijo el mismo padre Teófilo: "Con cuánto temor, temblor y angustia debemos pensar en el momento en que el cuerpo se separe del alma. Se levantará contra nosotros el ejército y el poder de la fuerzas enemigas, los príncipes de las tinieblas, los dominadores cósmicos de la maldad. El alma será sometida a una especie de juicio, será colocada frente a los pecados cometidos, consciente o inconscientemente, desde la juventud hasta la edad en que fue cogida por la muerte. Se levantará acusándola de todas sus acciones. ¿Qué temblor piensas, pues, que tendrá el alma en aquella hora, hasta que se haya pronunciado la sentencia y se vea liberada? Esta será la hora de su angustia, hasta que no sepa lo que le está reservado. Mas también las potencias divinas se levantarán contra las enemigas y pondrán delante el bien que el alma haya realizado. Comprende, pues, el temor y el temblor con que el alma estará allí en medio, hasta que su juicio reciba la sentencia de parte del juez justo. Y, si es digna, serán humilladas las potencias enemigas y será arrancada de sus manos. Y vivirá libre de toda preocupación, es más, tendrá morada estable, como está escrito: "En ti esta la morada de todos los que se alegran." Entonces se cumplirá la palabra: Allí trabajo, dolor y gemido. El alma liberada marchará hacia aquella inefable alegría y gloria, en la que morará. Pero si se encuentra que ha sido negligente en su vida, oirá la terrible voz: Que sea suprimido el impío, que no vea así la gloria de Dios. Entonces caerá sobre él el día de la ira, de la tribulación, de la angustia, día de oscuridad y de tinieblas. Condenada a las tinieblas exteriores y al fuego eterno, será castigada por siglos infinitos. ¿Dónde quedará entonces la glria del mundo? ¿Dónde la vanidad? ¿Dónde las delicias, el placer, los sueños? ¿Dónde el reposo? ¿Dónde las alabanzas, las riquezas, los nobles orígenes? ¿Dónde el padre, lamadre,el hermano? ¿Quién de ellos podría liberar al alma abrasada por el fuego y prisionera de terribles tormentos? Frente a esto, ¿Cómo deberíamos ser en santos comportamiento y piedad? ¿Qué amor deberíamos poseer? ¿Cómo deberían ser nuestras costumbres, cuál nuestro modo de vivir, cuál nuestro comportamiento? ¿Cuánta exactitud, la oración, la firmeza? Dice en efecto: sperando estas cosas, buscad ser encontrados en él sin mancha y sin culpa, en paz, para haceros dignos de oír al que dice: Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo, por los siglos de los siglos. Amén."

El mismo arzobispo Teófilo dijo en el momento de la muerte: "Bienaventurado tú, padre Arsenio, que has pensado siempre en esta hora."

La Madre Teodora.

Tanto las Iglesias de oriente como las de occidente celebran el 11 de septiempbre la memoria de esta santa, conocida y venerada de manera particular en oriente, gracias a una biografía de ella muy difundida y recogida en las recopilaciones ascéticas como la de Everghetin´s. La vida que aquí se cuenta es probablemente legendaria en gran parte, pero así ha pasado a la tradición y quizás esté en la base de otras historias semejantes, que son "tópicamente" repetidas con variaciones de elementos particulares, en apoyo de la tesis de que también las mujeres pueden alcanzar un alto grado de ascesis y de perfección. Se trata de un caso paralelo al de las historias de seglares citados a propósito de Eucaristo. Se cuenta que Teodora era una mujer casada, que decidió dejar a su marido por la vida monástica. Mas para no ser seguida por él y reconocida en algún monasterio femenino, se disfrazó de hombre y se hizo acoger, con el nombre de Teodoro, en el monasterio masculino que se encontraba an la localidad Oktokedekaton, a 18 millas de Alejandría. Aquí se distinguió por un grandísimo espíritu de renuncia y sacrificio, tanto que a menudo le eran confiados duros trabajos. Un día fue acusada en falso de ser el padre de un niño que una muchacha había tenido ilegítimamente y había abandonado junto a la celda de Teodora. Esta soportó la acusación y el duro castigo, fue alejada del monasterio junto con el niño y empezó a vivir en el desierto, comiendo hierbas silvestres y alimentando al niño con leche de cabra. El demonio la atormentaba con tentaciones tremendas, que gracias a las señales de la cruz y a sus oraciones desaparecían como humo. Siete años después fue nuevamente aceptada en un monasterio y relagada a una celda muy apartada. Pero aquí empezó a distinguirse por milagros de curaciones y otros prodigios. Murió dos años después. A su muerte, el superior del monasterio tuvo la visión de una mujer bellísima conducida al encuentro con el Esposo por ejércitos de ángeles, profetas, apóstoles, mártires y todos los otros santos. Los monjes, atraídos por el llanto del niño que ella había educado, al preparar su cuerpo encontraron que era verdaderamente una mujer, como había sido revelado al abad.

La madre Teodora preguntó un día al papa Teófilo que significa la expresión del Apóstol: Rescatando el tiempo. Este le dijo: "La expresión indica la ganancia. Por ejemplo: ¿Hay un tiempo en el que estás ofendida? Compra el tiempo de la ofensa con la humildad y la paciencia y saca ganancia. ¿Es tiempo de injuria? Compra el tiempo con la resignación y gana; si te acusan injustamente, saca beneficio con el aguante y la esperanza. De este modo, si queremos, todas las adversidades se vuelven ganancia para nosotros."

Dijo la madre Teodora: Luchad por entrar a través de la puerta estrecha. Sucede como con los árboles: si no pasan a través de los inviernos y las lluvias, no pueden dar fruto. Lo mismo también para nosotros: el siglo presente es el invierno. Sólo a través de muchos sufrimientos y tentaciones podemos llegar a ser herederos del reino de los cielos."

Dijo aún: "Es buena cosa buscar la unión con Dios en el sosiego, el hombre sabio persigue esta quietud. Es una cosa grande para una virgen o para un monje, sobre todo para los jóvenes. Pero has de saber que, apenas la buscamos, el Maligno viene enseguida a lastrar el alma con la pereza, el desaliento, los pensamientos. Y lastra también el cuerpo con la enfermedad, la debilidad, el aflojamiento de las rodillas y de todos los miembros, y quita la fuerza del alma y del cuerpo. — Estoy enfermo, no puedo ir a la Liturgia, decimos. Pero si permanecemos vigilantes, todas estas cosas desaparecen. Había un monje que era presa de fiebre, escalofríos y dolores de cabeza cuando quería ir a la liturgia; y se decía de este modo a í mismo: "Mira, estoy enfermo, y una de estas veces moriré. ¡pues bien, me levantaré antes de morir para ir a la liturgia! Con este pensamiento se daba fuerzas e iba a la liturgia. En cuanto terminaba la liturgia, terminaba también la fiebre. Este hermano resistió más veces, repitiendose este pensamiento y asistiendo a la liturgia. Y venció al maligno."

Dijo también la madre Teodora: "Una vez fue insultada una persona piadosa por alguien, y le dijo: "También yo podría responderte cosas semejantes, pero la ley de Dios me cierra la boca." Decía asimismo que un cristiano, que discutía con un maniqueo sobre el cuerpo, le había dicho: "Da una ley a tu cuerpo, y verás que el cuerpo pertenece al Creador."

Dijo aún que, quien enseña debe ignorar el amor al poder y a la vanagloria, no debe dejarse engañar por las adulaciones ni cegar por los regalos, no debe dejarse vencer por la gula ni dominar por la ira. Al contrario, debe ser indulgente, manso, sobre todo humilde, probado, paciente, solícito y amante de las almas.

La misma dijo aún que ni la ascesis, ni las vigilias, ni la fatiga salvan, sino sólo la humildad sincera. En efecto, había una anacoreta que expulsaba a los demonios, y les dijo: "¿Qué os hace salir? ¿El ayuno?" Dijeron: "Nosotros ni comemos ni bebemos." "¿Las vigilias?" "Nosotros no dormimos." "¿La soledad?" Dijeron: "¡Nosotros vivimos en los desiertos!" "Pues, entonces, ¿qué es lo que os expulsa?" Y dijeron: "Nada nos vence, a no ser la humildad." "¿Veis que la humildad es el medio para vencer a los demonios?"

Dijo aún la madre Teodora que había un monje el cual, a causa de muchas tentaciones, dijo: "Me voy de aquí." Y mientras se estaba atando las sandalias, vio a otro hombre que hacía lo mismo, y que le dijo: "¿Acaso te vas por mi causa? Mira, te precederé a donde vayas."

Fue interrogada sobre el problema de las cosas que se oye decir: "¿Cómo es posible, escuchando habitualmente discursos mundanos y vulgares, ser sólo para Dios como has dicho?" Y ella dice: "Así como cuando te sientas a la mesa y hay muchos alimentos exquisitos, y tomas de ellos ciertamente, pero no voluntariamente, así también, aunque lleguen a tus oídos discursos mundanos, ten el corazón dirigido hacia Dios y en esta disposición no los escucharás con gusto y no te dañarán."

Contó de otro hermano que fue probado en el cuerpo por la sarna y por una gran cantidad de piojos. Procedía de familia rica. Y los demonios le decían: "¿Soportas vivir así, fabricando gusanos?" Mas por su tolerancia los venció.

Uno de los ancianos preguntó a la madre Teodora: "¿Cómo resurgiremos en la resurrección de los muertos?" Ella dijo: "Tenemos como prenda y como ejemplo y como primicia a aquel que por nosotros murió y resucitó, Cristo nuestro Dios."

Juan El Enano.

¿Pero quién este Juan que con su humildad hace depender de su dedo meñique toda Escete?" Esta es la mejor presentación de este gran "pequeño" Juan. Las versiones latinas han traducido por "Nanus," breve, corto, apelativo que ha subsistido para recordar su baja estatura. Ya lo habíamos encontrado como discípulo de Amoés, al que sirvió fielmente y asistió en su enfermedad hasta su muerte, sobrevenida hacia el año 375. Juan había nacido en torno al año 339 en Bahnasa y llegó a Escete hacia el 356-357. La amplia recopilación dedicada a él se habre con una de esas "Historias modelo" tan difundidas, que vuelven atribuidas de manera análoga a diferentes personas: A Efrén Sirio en algunas fuentes, a Juan de Licópolis en las Instituciones de Casiano; y la historia era ya conocida a través de Sulpicio Severo. Es, no obstante, toda una tradición la que recupera el apotegma nº 1 y celebra a Juan el Enano por este prodigio. Una oda copta de varios siglos después, que aplica a los cuatro santos de Escete los símbolos de la visión de Ezequiel, tradicionalmente aplicados a los evangelistas, atribuye a Juan el Enano el símbolo del toro, precisamente por el esfuerzo que realizó al plantar "el árbol en la tierra árida hasta que dio fruto." Se venera aún un árbol de la obediencia" sobre las ruinas del monasterio, que, según cuentan, construyó Juan por voluntad de Amoés: este le habría dado esa consigna antes de morir, porque quería que aquel lugar quedara como memorial. El árbol actual no es ciertamente aquel, sino que parece remontar al siglo XV. Se puede retener, con gran probabilidad, como fecha de su muerte — sobrevenida en Clisma (actual Suez), adonde se había trasladado desde Escete — el domingo 17 de octubre del 409. Su vida nos ha sido descrita, no sólo por numerosos apotegmas, sino también por un panegírico de Zacarías, obispo de Saha, pronunciado al final del siglo VII, que permaneció en la tradición con el nombre de Vita copta. Como siempre, estos documentos han de ser considerados con prudencia, pero son significativos de la veneración de que era objeto el santo. La vida cuenta que al comienzo de su experiencia monástica junto a Amoés, este, para ponerlo a prueba, fingió expulsarlo y le dejó siete días fuera de la puerta. Cada día volvía a presentarse y Amoés lo expulsaba, pero él persistía en el ayuno. Y se repitía palabras de la Escritura: ¿Qué hijo hay al que su padre no costigue? Con vuestro aguante poseeréis vuestras almas. Un domingo por la mañana, al salir de la celda, Amoés vio siete ángeles resplandecientes que lanzaban rayos sobre la cabeza de Juan y le ponían sobre la cabeza, una tras otra siete coronas. Más adelante,el maestro enviaba frecuentemente al discípulo las personas que venían a pedirle consejo. La fama de su santidad era tan grande que los padres lo pusieron a prueba más veces injuriándolo y humillándolo, pero él siempre se alegraba, según las palabras del Evangelio. Una vez se pusieron de acuerdo todos juntos y lo expulsaron de la iglesia. Luego lo siguieron para ver sus reacciones; llegados a su celda sintieron un perfume exquisito y lo vieron con el rostro luminoso como el de un ángel; y cantaba rodeado por coros de ángeles. La Vita cuenta también que el Señor le dio dos querubines, para velar sobre él y alimentarlo espiritualmente con la alegría escondida del Espíritu Santo, a causa del perfume de su gran pureza: "Y uno decía al otro con envidia digna de ser alabada: "Déjame posar un poco sobre él mi ala, porque ha sido purificado por el Señor de los ejércitos…" Doroteo usa la sentencia nº 34 de Juan, en su capítulo "sobre el edificio y la armonía de las virtudes del alma," para sostener que "el hombre no debe descuidar ninguna parte del edificio, sino que debe hacerlo crecer igual y armonioso." La figura de Juan, tal como se desprende de las sentencias, es verdaderamente grande y espléndida merced a sus muchas virtudes, pero algunas se distinguen de manera particular: la humildad, la disponibilidad para con el prójimo y la continua inmersión en Dios. Estas dos últimas no se contradicen, sino que subsisten juntas de modo ejemplar. Cinco manuscritos (A, B, C, J, L) refieren sobre él los cinco fragmentos suplementarios editados por Guy que han sido añadidos. La Vita cuenta que se le aparecieron Antonio, Macario y su padre Amoés para revelarle que estaba a punto de morir. Tenía 70 años. El viernes envió a su criado a comprar para quedarse solo. El domingo por la mañana a las 5 vinieron a recogerlo coros de ángeles y de santos. Tras su muerte hizo sentir su presencia con muchos milagros. La serie sistemática latina como anónimo el nº28, en el capítulo sobre el dominio de sí mismo.

Contaban del padre Juan el Enano que, tras retirarse a Escete junto a un anciano de la Tebaida, vivió en el desierto. Su padre, habiendo tomado un tronco seco, lo plantó y le dijo que lo regara todos los días con un cubo de agua, hasta que diera fruto. El agua estaba tan lejos que debía partir por la noche para estar de regreso por la mañana. Pasados tres años el tronco empezó a vivir y a dar frutos. El anciano lo cogió y lo llevó a los hermanos reunidos, diciendo: "Tomad, comed el fruto de la obediencia."

Contaban que el padre Juan el Enano dijo un día a su hermano mayor: "Quisiera estar libre de toda preocupación como lo están los ángeles, que no hacen trabajo alguno, sino que adoran a Dios incesantemente." Luego se quitó el manto y se marchó al desierto. Pasada una semana, volvió a donde el hermano y llamó a la puerta. Este, antes de abrirle, le dijo: "¿Quién eres?" Dijo: "Soy yo, Juan, tu hermano." Pero el otro replicó: "Juan se ha vuelto un ángel, ya no está entre los hombres." Juan suplicaba: "Soy yo." Pero el hermano no le abrió, y lo dejó sufrir hasta la mañana. Por fin le hizo entrar y le dijo: "Eres un hombre, todavía debes trabajar para vivir." Entonces se postró y dijo: "Perdóname."

Dijo el padre Juan el Enano: "Cuando un rey quiere conquistar una ciudad enemiga, antes que nada corta el agua y los víveres; de este modo, los enemigos, consumidos por el hambre, se le someten. Lo mismo sucede con las pasiones de la carne: si el hombre combate con el ayuno y con el hambre, los enemigos se vuelven impotentes con el alma."

Dijo también: "El que se sacia y charla con un muchacho, ya ha fornicado en su mente con él."

Dijo también: "Un día, mientras recorría el camino de Escete llevando cuerdas, vi al camellero que me hizo airarme. Entonces lo abandoné todo y huí."

Otra vez, durante la siega, oí a un hermano que hablaba con ira al vecino y le decía: "¡Ah! ¿también tú?" Entonces él dejó de segar y huyó.

Sucedió que un día los ancianos comían juntos, y con ellos estaba también el padre Juan. Se levantó a presentar el agua a un presbítero muy respetable, y ninguno quiso aceptarla de sus manos excepto Juan el Enano. Se quedaron estupefactos y le dijeron: "¿Cómo tú, que eres el más joven de todos, te has atrevido a hacerte servir por el presbítero?" Dijo: "Cuando yo me levanto para presentar el aguamanil, me alegro si todos aceptan, para tener mérito. Por eso lo he aceptado de él, para procurarle el mérito, para que no se entristeciera si todos rehusaban." Se quedaron pasmados al oír estas palabras y quedaron edificados por su discernimiento.

El padre Juan el Enano estaba sentado un día delante de la iglesia. Se reunieron en torno a él los hermanos y le preguntaban sobre sus pensamientos. Al ver esto, un anciano, tentado por la envidia, dijo: "¡Juan, tu cáliz está lleno de veneno!" "Así es justamente, padre — le dice Juan —, y lo dices aunque sólo ves el exterior. Si vieras el interior, ¿qué dirías?"

Contaban los padres que un día en que comían los padre el ágape fraterno, uno de ellos estalló en risas sentado a la mesa. Al verlo, el padre Juan lloró y dijo: "¿Qué tiene este hermano en el corazón? Ríe, cuando debería llorar al tomar parte en el ágape fraterno."

En una ocasión fueron algunos hermanos a visitar al pdre Juan el Enano para ponerlo a prueba, pues no permitía vagar a su mente ni hablaba de cosa alguna de este mundo. Le dicen: "Demos gracia a Dios, porque este año ha llovido mucho, las palmeras han bebido y dan ramas y los hermanos tienen trabajo." El padre Juan les dijo: "Así el Espíritu Santo: cuando baja al corazón de los hombres, se renuevan y dan ramas en el temor de Dios."

Contaban de él que un día trenzó una cuerda para dos cestos y la cosió en un solo cesto; y no se dio cuenta hasta que lo colgó en la pared, y es que su mente estaba absorta en la contemplación.

Dijo el padre Juan: "Me parezco a un hombre sentado bajo a un gran árbol, que ve muchas bestias salvajes y reptiles que vienen contra él. Cuando no puede resistir más, se salva subiéndose al árbol. Así también yo: estoy sentado en mi celda y veo encima de mí los malos pensamientos. Cuando no puedo resistir contra ellos, me refugio en Dios con la oración y me salvo del enemigo."

Contaba el padre Poemen (Poimén) que el padre Juan el Enano había orado a Dios y fueron alejadas de él las pasiones y quedó libre de toda solicitud. Fue entonces a ver a un anciano y le dijo: "Me encuentro en el sosiego, y no debo sostener ninguna lucha." Le dijo el viejo: "Ve y ora a Dios para que sobrevenga sobre ti la lucha y vuelvas a aquella contrición y humildad que tenías antes. El otro oró a Dios por esto y, cuando llegó la lucha, no volvió a orar para que se la alejara de él. Pedía, en cambio: "Concédeme, Señor, paciencia en los combates"

Contó el padre Juan lo que un anciano había visto un éxtasis: se encontraban tres monjes en la orilla del mar, y oyeron una voz que les decía desde la otra orilla: "Tomad alas de fuego y venid a mí." Dos las tomaron y volaron a otra parte, mientras el tercero se quedó, y lloraba de manera incontenible y gritaba. Por fin también a él le fueron dadas alas, pero no de fuego; eran débiles y carecían de fuerza. Se hundía en el mar y se levantaba con fatiga, hasta que, después de haber pasado por mucha tribulación, llegó a la otra orilla. Así también esta generación: aunque tiene alas, estas no son de fuego, sino débiles y sin fuerza."

Un hermano preguntó al padre Juan: "¿Cómo es que mi alma, aun estando cubierta de heridas, no se avergüenza de hablar mal del prójimo?" El anciano le contó esta parábola sobre la maledicencia: "Había un hombre pobre; tenía mujer, pero vio otra que era atractiva, y la tomó. Ambas estaban desnudas. Con ocasión de una fiesta que se celebraba en un lugar cercano, le rogaron diciendo: "Llévanos contigo. Las tomó a las dos, las puso en un tonel, y, tras embarcarse, llegó a aquel lugar. A la hora de mayor calor, mientras todos descansaban, una de las miró fuera y, al no ver a nadie, saltó sobre un montón de deshechos, recogió viejos trapos, se los puso, y circulaba después con libertad. La otra, que se quedó sentada desnuda en el tonel, decía: "Mira, esa mujerzuela no se avergüenza de ir por ahí desnuda. Su marido, muy afligido por esto, le dijo: "Lo extraño es que ella ha cubierto su vergüenza, mientras que tú, que estás completamente desnuda, no te avergüenzas de hablar así. Mira lo que es la maledicencia"

Hablando del alma que quiere convertirse, el anciano dijo aún al hermano: "Había en una ciudad una bella meretriz que tenía muchos amantes. Un día fue a verla un príncipe, y le dijo: "Prométeme que serás casta y te tomaré por mujer. Se lo prometió, y él la tomó y la llevó a su casa. Pero sus amantes buscaron y dijeron: "Aquel príncipe la ha tomado consigo: por eso, si vamos a la puerta de su casa y se da cuenta, nos castigará. Pero si vamos por detrás de la casa y silbamos, ella reconocerá el silbido, bajará a nosotros, y no se descubrirá nuestra culpa. Mas ella, al sonido del silbido, cerró los oídos, se fue a la parte más interior de sus estancias, y cerró las puertas." El padre Juan explicó que la meretriz es el alma, sus amantes son las pasiones y los hombres; el príncipe es Cristo; los lugares retirados de la casa son la morada eterna; los que silban son los demonios malvados. Mas ella se refugia siempre en el Señor.

Una vez en que el padre Juan, junto con otros hermanos, subía de Escete, el guía se equivocó de camino, ya que era de noche. Los hermanos dicen al padre Juan: "Padre, ¿qué hacemos? Pues el hermano ha perdido el camino. ¿No moriremos errando?" Dice el anciano: "Si se lo decimos, sentirá daño y vergüenza. Pero mira, yo me fingiré enfermo y diré: "No puedo caminar, me quedo aquí hasta el alba." Entonces también los otros dijeron: "Tampoco nosotros seguimos, nos quedamos aquí contigo." Esperaron hasta el alba, y de este modo el hermano no se sintió mortificado.

Había en Escete un anciano muy celoso con las fatigas del cuerpo, pero no agudo con el pensamiento. Vino a ver al padre Juan para preguntarle sobre la falta de memoria. Escuchó sus palabras, regresó a su celda, y se olvidó de lo que abad Juan le había dicho. Fue entonces otra vez a verle, oyó las mismas palabras y se marchó. Pero cuando llegó a su celda, ya las había olvidado. Y así muchas veces: iba, pero, mientras regresaba, caía víctima de la falta de memoria. Más tarde encontró al anciano y le dijo: ¿Sabes, padre, que he vuelto a olvidar lo que me has dicho? Mas, para no molestarte, no he venido." El padre Juan dijo: "Ve y enciende un candil." Lo encendió. Le dijo aún: "Coge otros candiles y enciéndelos con el primero." Cuando lo hubo hecho, le preguntó: "¿Acaso ha disminuido la luz del primero por que con ella has encendido los otros?" Dice: "No." Y el anciano le dijo: "Tampoco Juan; aunque todo Escete viniera a mí, no me supondría obstáculo para la gracia de Cristo; por eso ven cuando quieras, sin dudar"" Y de este modo, mediante la paciencia de ambos, liberó el Señor a aquel anciano de la falta de memoria. Esta es la tarea de los monjes de Escete, dar ánimo a los que son tentados y hacerse violencia a sí mismos, para ganar todos el bien recíprocamente.

Un hermano preguntó al padre Juan: "¿Qué debo hacer? Pues a menudo viene un hermano a darme el encargo de algún trabajo, pero soy miserable y débil, el trabajo me agota. ¿Qué debo hacer cuando recibo una orden?" El anciano le respondió: "Caleb dijo a Josué, hijo de Nun: "Tenía yo cuarenta años cuando el siervo del Señor, Moisés, nos mandó a ti y amí desde el desierto a esta tierra. Y ahora tengo ochenta y cinco años. Como entonces, también ahora puedo entrar en la guerra y salir de ella." Y así sucede también contigo: si puedes entrar y salir de tu celda, ve; pero si no puedes quédate en ella a llorar tus pecados. Y si te encuentran de luto, no te obligarán a salir."

Preguntó el padre Juan: "¿Quién vendió a José?" "Sus hermanos," respondió uno. "¡No! — le dice el anciano — Su humildad lo vendió. Había podido decir: "Soy su hermano, y resistir. Sin embargo, callando, él mismo se vendió con su humildad. Y su humildad lo constituyó cabeza de Egipto"

Dijo el padre Juan: "Si dejamos la carga ligera, esto es, acusarnos a nosotros mismos, cargaremos con la pesada, es decir, la justificación de nosotros mismos."

Dijo el mismo padre: "La humildad y el temor de Dios superan a cualquier otra virtud""

Estaba un día sentado en la iglesia y gemía, ignorando que había alguien detrás de él. Cuando se dio cuenta de ello, se postró diciendo: "Perdóname, padre, aún no he sido adiestrado."

Dijo aún a su discípulo: "Honremos al Uno y todos nos honrarán a nosotros; mas, si despreciamos al Uno, es decir, a Dios, todos nos despreciarán e iremos a la perdición."

Cuentan que el padre Juan fue un día en Escete a la reunión de los hermanos y oyó litigar a algunos de ellos. Regresó entonces a su celda, y entró en ella después de haber dado tres vueltas alrededor de la misma. Algunos hermanos se quedaron desconcertados al verlo, y fueron a preguntarle la razón. Y él les dijo: "Mis oídos estaban llenos de litigios. He dado vueltas en torno (a mi celda) para purificarlos y poder entrar luego en la celda con mi espíritu recogido."

Vino una vez, por la noche, a la celda del padre Juan, un hermano que tenía prisa por irse. Y mientras hablaban de las virtudes, llegó la mañana sin que se hubieran dado cuenta. Cuando el anciano salió con él para despedirlo, se quedaron aún hablando hasta la hora sexta. Luego lo hizo entrar de nuevo, y se marchó después de la comida.

Dijo el padre Juan: "Prisión es estar en la celda y acordarse siempre de Dios; eso significa: "estaba en la cárcel y vinisteis a mí."

Dijo aún: "¿Quién es mas fuerte que el león? Sin embargo, impulsado por el vientre cae en la trampa y toda su fuerza queda humillada."

Dijo aún: "Cuando los padres de Escete comían pan y sal, decían: "No volvamos indispensables el pan y la sal. Y de este modo eran fuertes en la obra de Dios."

Vino un hermano al padre Juan a coger cestos. Este salió y le dijo: "¿Qué quieres, hermano?" Dijo: "Cestos, padre." Pero este, tras entrar para cogerlos, se olvidó, y se sentó a cocer. El otro volvió a llamar y, cuando salió el anciano, le dijo: "Traeme un cesto, padre." Entró y volvió a sentarse a coser. El otro llamó de nuevo. Salió y le dijo: "¿Qué quieres, hermano?" Entonces lo cogió de la mano y lo llevó adentro diciéndole: "Si quieres cestos, cógelos y márchate, yo no tengo tiempo."

Un día vino a él un camellero para coger la mercancía y marcharse después a otra parte. Él que había entrado en la celda para taerle una cuerda, se olvidó, porque tenía fija la mente en Dios. El camellero le molestó aún, llamando a la puerta. Y el padre Juan entró de nuevo y no se acordó. Cuando llamó por tercera vez, el anciano volvió a entrar repitiendo: "Cuerda camello, cuerda camello." Lo repetía así para no olvidarse.

Era ferviente en el Espíritu. Vino alguien a visitarlo y alabó su trabajo: estaba trabajando en la cuerda, y permaneció en silencio. Intentó por segunda vez hacerlo hablar, pero el continuaba callado. La tercera vez dijo al visitante: "Desde que llegaste aquí, has alejado a Dios de mí."

Vino un anciano a la celda del padre Juan y lo encontró adormecido, y vio junto a él a un ángel que lo abanicaba. Ante aquella vista, se alejó. El padre Juan, al despertarse, dijo al discípulo: "¿Ha venido alguien mientras dormía?" "Sí — dijo —, tal anciano." El padre Juan sabía que este anciano era de su misma medida, y que había visto al ángel.

Dijo el padre Juan: "Pienso que el hombre debería tener un poco de cada virtud. Por eso cada día, cuando te levantes por la mañana, vuelve a empezar desde el principio en cada virtud y en cada mandamiento de Dios, con una grandísima paciencia, temor y anchura de ánimo, en el amor de Dios, con toda la disponibilidad del alma y de cuerpo, con mucha humildad; sé constante en la tribulación del corazón y en la vigilancia, con mucha oración y muchas súplicas, con gemidos, con la pureza de la lengua y la custodia de los ojos. Injuriado, no te encolerices; se pacífico y no devuelvas mal por mal; no te fijes en los errores de los otros, no te midas a ti mismo, pues estás por debajo de toda criatura. Vive renunciando a todo lo que sea carnal y material, en la cruz, en la lucha, en la pobreza de espíritu, con una voluntad bien determinada y con la ascesis espiritual, en ayuno, penitencia y llanto, en la dura lucha, con discernimiento, pureza de alma, en la disponibilidad a recibir el bien, realizando con tranquilidad el trabajo de tus manos, en vigilias nocturnas, hambre y sed, frío, desnudez, fatigas. Enciérrate en la tumba, como si ya hubieras muerto, de suerte que pienses en cada momento que la muerte está cercana."

Contaban que el padre Juan, cuando regresaba después del trabajo de la siega o después de haberse reunido con otros padres, se dedicaba a la oración, a la meditación y a la salmodia, hasta que su pensamiento quedaba restablecido en el estado precedente.

Uno de los padres dijo de él: ¿Pero quién es este padre Juan que con su humildad hace depender de su dedo meñique toda Escete?"

Uno de los ancianos preguntó al padre Juan el Enano: "¿Qué es un monje?" Le dijo: "Fatiga. Puesto que el monje debe esforzarse en cada acción. Esto es el monje."

El padre Juan el Enano contó de un anciano espiritual, que se había encerrado en la celda y que gozaba de gran fama y honor en la ciudad. Le fue revelado: "Uno de los santos está a punto de morir; rápido, ve a saludarlo antes de expire." Reflexionó para sí mismo: "Si salgo de día, la gente me reconocerá, me harán una gran fiesta y de este modo no podré encontrar reposo. Me iré después, ya tarde, en la noche, a oscuras, y huiré de todos." Mas cuando salió por la noche de su celda, con la intención de permanecer escondido para todos, he aquí que Dios envió a dos ángeles con lámparas a iluminarle el camino. De este modo, toda la ciudad se dio cuenta, al ver el resplandor. Y cuanto más había procurado sustraerse a la gloria, tanto más glorificado fue. En esto se realizan aquellas palabras: El que se humilla será exaltado.

Dijo el padre Juan el Enano: "No es posible construir una casa empezando por el tejado, sino desde los cimientos hasta el techo." Le preguntaron: "¿Qué significan estas palabras?" Les dijo. "Los cimientos son el prójimo, al que debes ganar. Este es el primer deber, del que dependen todos los mandamientos de Cristo."

Se contaba también este episodio sobre el padre Juan: Una jovencita llamada Paisia se quedó huérfana de padre y madre. Pensó entonces en convertir su casa en una posada para los huéspedes de los padres de Escete. Durante un periodo no pequeño se quedo allí, dando hospitalidad y sirviendo a los padres. Pero con el tiempo, cuando consumió su patrimonio, empezó a pasar estrecheces. Entonces se apegaron a ella hombres perdidos y la desviaron de su buen propósito, tanto que empezó a comportarse mal, hasta llegar a la prostitución. Los padres lo supieron y se pusieron muy tristes. Llaman al padre Juan el Enano y le dicen: "Hemos sabido que esta hermana se comporta mal, la misma que, cuando podía, nos demostró su amor. También nosotros quisiéramos demostrarle ahora nuestro amor ayudándola. Tómate el trabajo de ir a ella y, según la sabiduría que Dios te ha dado, encárgate de ella." El padre Juan se fue después donde ella y dijo a la vieja portera: "Anúnciame a tu ama." Pero la portera intentó despedirlo con estas palabras: "Primero habéis deborado sus riquezas y ahora está en la miseria" Le dice el padre Juan: "Dile precisamente que le puedo ser muy útil." Los criados, riéndose, le dicen: "¿Qué tienes que darle, para querer verla?" Y respondió: "¿Cómo vais a saber lo que le voy a dar?" La vieja subió a ella y le refirió el asunto. Dice la joven: "Estos monjes pasan siempre por la orilla del Mar Rojo y encuentran perlas." Se adorna y dice: "Sí, hazle venir a mí." Cuando hubo subido, ella, previniéndole, se colocó en el diván. El padre Juan fue a sentarse junto a ella y, mirándola a la cara, le dijo: "Qué motivo tienes para lamentarte de Jesús, que has llegado a este punto?" Al oír estas palabras, se quedó completamente helada. El padre Juan, bajando la cabeza, empezó a llorar a mares. Le preguntó: "¿Por qué lloras, padre?" Tras un pequeño ademán, se replegó de nuevo, llorando, y le dijo: "Veo a Satanás jugando en tu rostro ¿y no debería llorar?" Preguntó entonces la mujer: "Padre, ¿existe penitencia?" Le dice: "Sí." Y ella: "Llévame a donde quieras." Le dice: "Vamos." Y ella se levantó para seguirle. El padre Juan notó con estupor que no dio ninguna orden ni dijo nada respecto a su casa. Cuando llegaron al desierto era tarde; él hizo una pequeña almohada de arena, le hizo encima la señal de la cruz, y le dice: "Duerme aquí." Se alejó un poco, recitó sus oraciones y se acostó. Despertándose hacia la media noche, vio como un camino de luz que descendía desde el cielo hasta ella, y vio a los ángeles de Dios que llevaban su alma a lo alto. Levantándose, se le acercó y la tocó con el pie; y vio que estaba muerta. Se echó entonces rostro a tierra orando a Dios. Y oyó que el Señor había aceptado una hora de su arrepentimiento más que muchos de tantos que no están animados de un fervor semejante.

Dijo aún el anciano: "Había tres filósofos que eran amigos, uno de ellos, al morir, dejó a su hijo a cargo de uno de sus amigos. Pero el hijo, cuando se convirtió en un joven, se acercó a la mujer de aquel que le había criado, y este, al saberlo, lo echó a la calle. Y aunque el muchacho le pidió perdón de todos los modos posibles, no quiso recibirlo, pero le dijo: "Ve a trabajar al río durante tres años, luego te perdonaré. Volvió pasados los tres años, y le dijo: "Todavía no has hecho penitencia. Ve, trabaja otros tres años, repartiendo tu salario y soportando las injurias. Así lo hizo. Tras ello, le dijo: "Ahora ve a Atenas y aprende la filosofía. Había un anciano sentado a la puerta de los filósofos que insultaba a los que entraban por ella. El joven, insultado, se puso a reír. Y el anciano le dice: "¿Cómo es que te insulto y te ríes? Y el otro le dijo: "¿Cómo no quieres que ría? Desde hace tres años reparto mi salario para ser insultado y hoy soy insultado gratis. Por eso río. Dijo entonces el padre Juan: "Esa es la puerta de Dios, y nuestros padres, con muchos insultos, han entrado gozosos en la ciudad de Dios."

El mismo padre Juan dijo a su hermano: "Aunque seamos completamente despreciables ante los hombres, alegrémonos de ser honrados ante Dios."

Decía el padre Poemen (Poimén) que el padre Juan había dicho que los santos se parecen a un jardín de árboles que dan frutos diferentes, pero son regados por una sola agua. En efecto, una cosa es la obra de un santo, otra la del otro, pero hay un solo espíritu que obra en todos ellos.

El mismo dijo: "Si el hombre tiene en su alma el instrumento de Dios, puede vivir en la celda, aunque no tenga ningún instrumento de este mundo. Y aún, si el hombre posee los instrumentos de este mundo, pero no los de Dios, gracias a los instrumentos del mundo puede vivir también en la celda. Pero el que no tiene ningún instrumento, ni de Dios ni de este mundo, no puede vivir en la celda de ninguna manera."

Dijo aún el anciano: "Fíjate en que el primer golpe que infligió el diablo a Job fue en sus bienes, y fíjate en que no se puso triste ni se alejó de Dios. El segundo golpe fue al cuerpo, y ni siquiera así pecó aquel noble atleta con la palabra de su boca. En efecto, tenía dentro de él los bienes de Dios y permanecía en ellos incesantemente."

Estaba sentado un día en Escete y los hermanos en torno a él le preguntaban sobre sus pensamientos. Y uno de los ancianos le dice: "Juan, pareces una meretriz que se hermosea para aumentar el número de sus amantes." El padre Juan lo abrazó diciendo: "Dices la verdad, padre." Después de esto, uno de sus discípulos dijo: "Padre, ¿no estás turbado dentro de ti?" Y él le contestó: "No; pues como soy por fuera, así soy también por dentro."

Contaban aún de él que el fruto de todo el trabajo que realizaba en la siega lo llevaba a Escete, diciendo: "Mis viudas y mis huérfanos están en Escete."

Juan El Cenobita.

Había un hermano que vivía en un cenobio y practicaba una gran ascesis. Los hermanos oyeron su fama y vinieron a verlo. Entraron en el lugar donde trabajaba; él los saludó, se volvió hacia la otra parte y empezó a trabar de nuevo. Al ver su comportamiento, le dijeron los hermanos: "Juan, ¿quién te ha dado el hábito monástico? ¿Quién te ha hecho monje? Y, sin embargo, no te ha enseñado a cogerle el manto a los hermanos y a decirles: "¡Orad! o bien: "¡Sentaos! "Les respondió: "Juan el pecador no tiene tiempo para esas cosas."

Isidoro de Escete.

Lo hemos encontrado ya como anciano de la generación precedente en Zacarías; volvemos a encontrarlo como maestro del gran Moisés el etíope. En esta calidad lo cita Paladio, en el capítulo sobre Moisés, en una circunstancia análoga a la que veremos en la sentencia nº1 de Moisés, esto es, como padre que animaba y consolaba al hijo en sus tentaciones hacia las malas costumbres de la vida pasada: "No te aflijas: son los comienzos de la prueba, y por eso fuiste asaltado con mayor violencia, para que volviera a renacer tu costumbre. Te sucede como a un perro que está acostumbrado a roer huesos en un matadero: no renuncia a su costumbre; pero si encuentra el matadero cerrado y nadie le da nada, ya no se acerca más. Así sucederá también contigo: si permaneces firme en tu propósito, el demonio, desanimado, se marchará." Era muy famoso: Rufino lo recuerda junto con los dos grandes, Macario y Pambo y también Jerónimo lo menciona junto a los mismos. Casiano también lo recuerda diciendo que "la munificencia del Señor le había dado un poder tan grande que nunca jamás le fue llevado un poseso que no hubiera sido curado antes incluso de pasar el umbral de su celda." Los mismos cinco manuscritos arriba mencionados presentan el bellísimo fragmento suplementario presentado como su única enseñanza solemne en la asamblea litúrgica, añadido aquí como nº 10. La serie latina (IV, 66) y Nau (N 161) presentan como anónima la sentencia nº8, en el capítulo sobre el dominio de sí mismo.

Contaban del padre Isidoro, presbítero en Escete, que, si alguien tenía un hermano obstinado y débil, o bien descuidado e insolente, y quería expulsarlo, decía: "Traédmelo aquí." Lo recibía y con su paciencia lo salvaba.

Preguntó un hermano al padre Isidoro: "¿Cómo es que los demonios te temen tanto?" Dijo: "Porque desde que soy monje me esfuerzo en no permitir que la ira me salga por la garganta."

Dijo el padre Isidoro: "Desde hace cuarenta años siento dentro de mí el pecado, pero no he consentido nunca ni a la concupiscencia ni a la ira."

Dijo el padre Isidoro: "Cuando era joven y estaba en mi celda, no tenía límites para la oración: para mí tanto la noche como el día eran tiempo de oración."

El padre Poemen (Poimén) contó que el padre Isidoro trenzaba cuerdas de palma durante la noche. Los hermanos le rogaban diciendo: "Descansa un poco, que ya eres viejo." Pero él les decía: "Quemad también a Isidoro y dispersad sus cenizas al viento, ya no hay excusa alguna para mí: el Hijo de Dios ha venido aquí por nosotros."

El mismo contó los pensamientos que tenía el padre Isidoro: "Eres un gran hombre"; Y él les contestaba: "¿Acaso me parezco al padre Antonio? ¿O me he vuelto como el padre Pambo o como los otros padres que han complacido a Dios?" Con estas objeciones se ponía en paz. Cuando la hostilidad de los demonios le llevaban al desconsuelo haciéndole temer ser arrojado, después de todo esto, al infierno, les decía: "Aunque debiera ser achado al infierno, vosotros estaríais siempre por debajo de mí."

Contó el padre Isidoro: "Fui un día al mercado a vender pequeños objetos. Mas cuando vi que se estaba acercando a mí la ira, abandoné la mercancía y huí."

El padre Isidoro fue a visitar un día al padre Teófilo, arzobispo de Alejandría; y, cuando volvió a Escete, le preguntaron los hermanos: "¿Cómo es la ciudad?" Dijo: "Os aseguro, hermanos, que no he visto la cara de nadie, excepto la del arzobispo." Al oír estas palabras se quedaron aterrorizados y le dijeron: "Padre, ¿acaso han sido todos víctimas de una catástrofe?" Dijo: "No, en absoluto. Pero no me ha vencido el pensamiento de mirar a alguien." Al oír estas palabras quedaron admirados y se reforzaron en el propósito de custodiar sus ojos de mirar alrededor.

Dijo el mismo padre Isidoro: "Esta es la ciencia de los santos, el conocimiento de la voluntad de Dios: Cuando obedece a la verdad, el hombre está por encima de todo, porque es imagen y semejanza de Dios. De todos los espíritus, el más terrible es seguir al propio corazón, es decir, nuestro propio pensamiento y no la ley de Dios. Esto se convierte al final en aflicción para el hombre, porque no ha conocido el misterio de Dios, ni ha encontrado la vía de los santos, para trabajar en ella. Mas ahora es tiempo de obrar para el Señor, porque la salvación está en el tiempo de la tribulación. Está escrito en efecto: Con vuestro aguante compraréis vuestras almas."

Decía asimismo el padre Poemen (Poimén), a propósito del padre Isidoro, que, cuando hablaba a los hermanos en la iglesia, decía solo esto: "Hermanos, está escrito: "Perdona a tu prójimo, para recibir tú también el perdón."

Isidoro de Pelusio.

Era de origen y cultura alejandrina, nació entre el 360 y el 370, de noble cuna, educado en la retórica y en la filosofía, ejerció la profesión de sofista antes de su ordenación para el sacerdocio monástico, es decir, célibe. Desarrolló su ministerio sacerdotal en la iglesia de Pelusio, la actual El Farma, capital de la provincia Augustannica prima, al este del delta del Nilo, en la costa, en el extremo entre la franja habitada y el gran desierto arábigo. Está un poco fuera del área y del círculo de los apotegmas, pero es muy significativo que también le hayan querido hacer sitio a este padre. De Isidoro nos ha quedado un amplísimo epistolario compuesto por lo menos de 2.000 cartas, pero se dice que había escrito muchas más. Algunas son ficticias, es decir, no enviadas a un destinatario real, sino escritas para ser publicadas; atrás son extractos, fragmentos de cartas en forma de sentencias, breves máximas: algunas de ellas han sido tomadas tal cual en los apotegmas aquí recopilados. Es posible que fuera expulsado o bien se retiró espontáneamente del ejercito del ministerio, a causa de su inflexible oposición a la corrupción moral — ya extendida — del clero pelusiota. Lo ataca con invectivas y tonos pesimistas de gran censor, escribiendo con un estilo cuidadísimo, testigo de su cultura clásica y retórica. Las cartas de Isidoro muestran una gran familiaridad con las Escrituras, una particular asimilación de la carta de Santiago, una enorme simpatía y dependencia respecto a Juan Crisóstomo. Ya se dirigian a monjes, clérigos o seglares, sus cartas tienen como denominador común la recomendación de la obediencia al Evangelio. La "filosofía" cristiana, en cualquier estado de vida, exige la clara separación del espíritu del mundo, la pobreza voluntaria, la continencia. Murió hacia el año 433. Se debe, ciertamente, a la gran estima que tenía por la vida monástica el que los padres del desierto hayan querido insertar en su tradición su memoria y algunas de sus palabras.

El padre Isidoro de Pelusio dijo que una vida sin palabra puede ayudar más que la palabra sin vida: hay quien callando edifica y hay quien gritando molesta; mas si palabra y vida convergen juntas, forman una sola imagen de toda la filosofía.

El mismo dijo: "Estima las virtudes y no busques los éxitos, porque aquellas constituyen una posesión inmortal, estos en cambio se esfuman de inmediato."

Dijo también que muchos hombres aspiran a la virtud, pero vacilan en recorrer el camino que a ella conduce, otros ni siquiera saben que existe la virtud. Es menester disuadir a los primeros para que depongan las dudas, y enseñar a los segundos que la virtud existe realmente.

Dijo aún: "La maldad ha alejado a los hombres de Dios y ha dividido a los unos de los otros; por eso es preciso huir de ella precipitadamente y perseguir la virtud, que conduce a Dios y nos une a los unos con los otros. Pues bien, la definición de la virtud y la filosofía es: simplicidad con prudencia."

Decía aún: "puesto que es grande la altura de la humildad y el abismo del orgullo, os aconsejo abrazar la primera y no caer en el otro."

Dijo también: "Terrible y dispuesto a todo es el amor a las riquezas; no conoce saciedad y arrastra al alma que invade a la extrema ruina; expulsémoslo, pues, con todas las fuerzas desde el principio, porque, si toma ventaja, después será indomable."

Isaac, Presbitero de Las Celdas.

Fue un devoto discípulo de Cronio y de Teodoro de Fermo (ferme), aunque cita también la enseñanza de Pambo. La noticia del sinaxario alejandrino (14 de mayo) liga su vocación monástica al encuentro con unos viejos monjes venidos a vender sus productos al pequeñísimo pueblo donde había nacido y en el que vivía en condiciones muy pobres. Se le recuerda como experto conocedor de las Escrituras y como hombre animado de una grandísima caridad. Construyó un asilo para los monjes enfermos. La persecución de Teófilo le obligó a dejar el desierto, donde vivía desde hacía 30 años. Al cesar la persecución, volvió, para morir allí algunos años después.

Vinieron un día adonde el abad Isaac para ordenarlo presbítero, pero él, al oírlo, huyó a Egipto, se fue al campo, y se escondió en medio del heno. Los padres que le perseguían, cuando llegaron a aquel campo, se detuvieron para descansar un poco, puesto que era de noche, y soltaron al asno para que paciera. El asno, alejándose, se detuvo frente al anciano. Cuando, por la mañana, fueron a la busca del asno, encontraron también al padre Isaac y se maravillaron. Querían atarlo, mas él lo impidió diciendo: "No huyo más; es voluntad de Dios, y, allí donde huyera, tropezaría con ella."

Contó el padre Isaac: "Cuando era joven, vivía con el padre Cronio, el cual, aunque era viejo y temblaba, no me dio nunca ningún trabajo para hacer. Es más él mismo se levantaba para presentarnos el aguamanil a los otros y a mí. Y he vivido también con el padre Teodoro de Fermo (ferme), y ni siquiera este me dio trabajo alguno, sino que se preparaba él mismo la mesa, y me decía: "Hermano, si quieres, come aquí. Pero yo le decía: "Padre, he venido para serte útil, y nunca me dices que haga nada. Puesto que él no respondía nada, informé de ello a los ancianos, que vinieron a él y le dijeron. — Padre, ha venido un hermano para habitar con tu santidad y serte de ayuda, pero tú no le dices nunca que haga nada. El anciano les dio: "¿Soy acaso el superior de un cenobio para dar órdenes? Hasta ahora no le he dicho nada, mas, si quiere, puede hacer también él lo que me ve hacer a mí. Desde entonces lo prevenía y hacía lo que él iba a hacer. Cuando hacía cualquier cosa, lo hacía en silencio; y me enseñó a trabajar silenciosamente."

Cuando vivían juntos el padre Abraham y el padre Isaa, un día, al entrar, el padre Abraham encontró al padre Isaac llorando, y le dijo: "¿Por qué lloras?" Y el anciano le repondió: "¿Y por qué no hemos de llorar? ¡Dónde podemos ir? Nuestros padres han muerto; nuestro trabajo no bastaría para el precio de la nave, si quisiéramos ir a los ancianos; ahora nos hemos quedado huérfanos, por eso lloro."

El padre Isaac, presbítero en Las Celdas, ha dicho: "Conozco a u hermano que, mientras estaba segando en un campo, tuvo deseo de comer una espiga. Preguntó entonces al dueño del campo si podía comérsela; y este, sorprendido, le dijo: "Padre, el campo es tuyo, y me lo preguntas a mí? Hasta ese punto llegaba la delicadeza del hermano."

Dijo asimismo a los hermanos: "No traigáis niños aquí, porque a causa de niños se han quedado desiertos cuatro conventos en Escete."

Contaban del padre Isaac que comía junto con el pan la ceniza de la incensación del ofertorio.

Decía el padre Isaac a los hermanos: "Nuestros padres y el padre Pambo llevaban hábitos hechos con hojas de palmera, viejos y remendados. Y vosotros lleváis ahora vestidos preciosos. Marchaos de aquí, abandonad este lugar." Cuando estaban a punto de ir a la siega, decía: "Ya no os daré ninguna orden, porque no las observáis."

Contó uno de los padres que, en tiempos del padre Isaac, llegó un día al convento de Las Celdas un hermano vestido con un hábito corto. Mas él lo expulsó diciendo: "Este es un lugar para monjes. Tú, sin embargo, eres un seglar, no puedes permanecer aquí."

Dijo el padre Isaac: "Nunca he llevado conmigo a la celda un pensamiento contra un hermano que me hubiera hecho sufrir; y siempre me he apresurado a no dejar entrar a un hermano en su celda con un pensamiento contra mí."

El padre Isaac enfermó gravemente y permaneció mucho tiempo. El hermano que vivía con él le preparó un poco de sopa de harina, y dentro puso algunas ciruelas pequeñas; pero el anciano no quiso probarla. El hermano le rogaba: "Toma un poco, padre, que estás enfermo." Pero el viejo le dice: "Te aseguro, hermano, que quisiera pasar treinta años con esta enfermedad."

Contaban del padre Isaac que, cuando estuvo cerca de la muerte, se reunieron en torno a él los ancianos y le dijeron: "¿Qué haremos después de ti, padre?" Pero él dijo: "Fijaos en cómo he caminado delante de vosotros; si vosotros también queréis seguir y observar los mandamientos de Dios, él enviará su gracia y custodiará este lugar. Pero si n lo observáis, no permaneceréis aquí. También nosotros estábamos tristes cuando nuestros padres se acercaban a la muerte. Mas la obediencia de los preceptos divinos y de sus enseñanzas nos permitió continuar viviendo aquí como si ellos siguieran estando entre nosotros. Haced así también vosotros y os salvaréis."

El padre Isaac contó que el padre Pambo había dicho: "El monje debe llevar un vestido tal que, aunque lo dejara tres días fuera de la celda, nadie se lo llevara."

Jose de Panefo.

Lo habíamos encontrado ya como protagonista del pasaje sobre Eulogia, que recibió de él una gran lección de humildad y discernimiento, y de cuyo encuentro "aprendió también a obrar en lo secreto." De él, de Queremón y de Nisterós, dice Casiano que había encontrado en el desierto de Panefo a tres ancianos de edad muy avanzada "anachoretae antiquissi." A él acudía algunas veces Poemen (Poimén) para preguntarle. Podría ser él — y el episodio correspondería bien a su espíritu — el padre José alabado por el gran Antonio a causa de su humildad en no presumir de interpretar la Escritura. "El padre José sí ha encontrado el camino, porque ha dicho: "No sé." En una conferencia que le atribuye Casiano, José de Panefo recuerda, en efecto, que varias veces, cuando era joven, al reunirse con otros hermanos para intercambiar pensamientos e interpretaciones de la Escritura, se daban cuenta de que ciertas luces, que creían haber tenido, estaban inspiradas por el demonio para llevarlos a luchar entre ellos. Por eso los ancianos han sancionado "que ninguno de nosotros debía creer a su juicio más que al del hermano, si no quería ser engañado por la astucia del enemigo." Dice Casiano que era natural de Thmuis, de familia ilustre, tan bien instruido en su lengua materna, el copto, como en griego, de suerte que también se expresaba perfectamente en esta última. Vivía en una celda alejada unas seis millas de la ocupada por el padre Nisterós. Casiano le atribuye las conferencias XVI y XVII: una sobre el tema de la amistas y la otra sobre los temas de la ley, definiciones, vínculos y libertad. Aconseja proceder con una gran elasticidad y libertad de espíritu, por ejemplo en relación con los ejercicios corporales, que son instrumentos y pueden ser sustituidos o interrumpidos para beneficio interior. Destaca fuertemente su humildad: vuelve más veces sobre la idea, expresada más arriba, de que es preciso fijarse más del pensamiento del otro que del propio. Hay en Casiano una página muy bella, que vale la pena reproducir entera: "Ha acaecido con frecuencia experimentar lo que dice el Apóstol, esto es, Satanás mismo se transfigura en ángel de luz; para insinuar de modo fraudulento una oscura y sombría tinieblas de los sentidos en lugar de la verdadera luz de la ciencia. Si no tenemos un corazón humilde y manso, que someta todo al examen de un hermano muy maduro o de un anciano muy experimentado, para aceptar o rechazar después de algún el juicio que nos dé tras atento examen, no cabe duda de que en nuestros pensamientos veneraremos al ángel de las tinieblas como un ángel de luz, y pereceremos con la muerte más terrible. Es imposible que quien se fía de sí mismo evite esta desventura. Deberá convertirse más bien en amante de la verdadera humildad y deberá practicarla, cumpliendo con toda contricción de corazón las palabras del Apóstol: Si existe alguna consolación en Cristo, algún consuelo del amor, si (tenéis) entrañas de misericordia, completad mi alegría, teniendo el mismo sentir, el mismo amor, unánimes, con los mismos sentimientos; no haciendo nada por contienda ni por vanagloria, sino considerando cada uno con humildad a los otros como superiores a nosotros mismos, y: anteponiendo cada uno a los otros a sí mismo en el honor. De suerte que cada uno atribuya a su compañero más ciencia y santidad que a sí mismo y crea que la cima del verdadero discernimiento está más en el juicio del otro que en el suyo."

Algunos padres subieron un día a Panefo a ver al abad José, para preguntarle cómo debían recibir a los hermanos que se hospedaban con ellos: ¿había que usar con ellos condescendencia y libertad? Pero, antes de que le dijeran la pregunta, dijo el anciano a su discípulo: "Intenta comprender lo que voy a hacer hoy y ten paciencia." Luego puso dos cojines en tierra, uno a su derecha y otro a la izquierda, y dijo: "¡Sentaos!" Entró en su celda, se puso hábitos de mendicante y, tras salir, pasó por en medio de ellos. Entró luego una segunda vez, salió con sus propios vestidos y se sentó en medio de ellos. Los ancianos se quedaron sorprendidos al ver lo que el anciano había hecho. Les dijo: "¿Habéis comprendido lo que he hecho?" Dicen: "Sí." Dice: "¿Acaso era diferente con aquel otro vestido?" Dicen: "No." "Si pues con ambos soy el mismo, y no cambio con el primero ni tengo daño alguno por el segundo, debemos hacer otro tanto cuando recibamos a los hermanos extranjeros, como dice el santo Evangelio; cuando vengan hermanos de visita, recibámoslos con libertad; pero cuando estemos solos preciso es que permanezca con nosotros el luto." Los padres se quedaron sorprendidos de sus palabras, porque les había dicho lo que tenían en el corazón antes de que se lo hubieran preguntado.

El padre Poemen (Poimén) preguntó al padre José: "Dime, ¿cómo puedo llegar a ser monje?" Dice: "Si quieres encontrar paz en cualquier lugar en que te encuentres y en cualquier circunstancia, di: "¿Quién soy yo? Y no juzgues a nadie."

Preguntó el padre Poemen (Poimén) al padre José: "¿Qué debo hacer cuando se acerquen las pasiones? ¿Debo resistir o dejarlas entrar?" Le dice el anciano: "Déjalas entrar y combátelas." El otro volvió a Escete y se quedó allí. Entre tanto llegó a Escete uno de Tebaida, y contó a los hermanos que le había preguntado al padre José: "Cuando se acerquen las pasiones, ¿debo resistir o dejarlas entrar?" y que le había respondido: "No las dejes entrar en absoluto, sino expúlsalas inmediatamente." Al oír que el padre José había respondido de este modo al hermano de Tebaida, el padre Poemen (Poimén) volvió a Panefo y le dijo: "Padre, te he confiado mis pensamientos, y mira: a mí me has dicho una cosa y al hermano de la Tebaida otra." El anciano le dijo: "¿No sabes que te amo?" Dijo: "Sí." "¿No me habías pedido que te hablara como a mí mismo?" "Es cierto." "Así pues, si permites que entren las pasiones y las dominas, estas te hacen más experimentado; te he hablado como a mí mismo; hay otros en cambio a los que no ayuda que se acerquen las pasiones, sino que deben expulsarlas inmediatamente."

Un hermano preguntó al padre José: "¿Qué debo hacer? Porque no sé ni soportar las dificultades, ni trabajar, ni dar amor." Le dice el anciano: "Si ni siquiera puedes hacer una de estas tres cosas, guarda por lo menos tu conciencia pura de todo pecado contra el prójimo, y te salvarás."

Contó un hermano: "Fui una vez a la Baja Heraclea, a ver al padre José. Había en el monasterio un bellísimo sicómoro. Por la mañana me dijo: "Ve y come. Era viernes, por eso, a causa del ayuno, no fui; y le rogué: "En nombre de Dios, explícame este pensamiento tuyo. Me has dicho: "Ve y come. Pero yo no he ido a causa del ayuno. Más aún, me avergonzaba de tu orden, y pensaba: "Pero ¿en virtud de qué pensamiento me ha dicho esto el anciano? ¿Qué podía, pues, hacer? Puesto que me habías dicho: "Ve. Y el anciano me dijo: "Al comienzo los padres no decían a los hermanos cosas rectas, sino torcidas; y, si los veían hacer cosas torcidas, no les decían más tales cosas, sino la verdad, sabiendo que eran obedientes en todo."

Dijo el padre José al padre Lot: "No puedes llegar a ser monje si no te vuelves por completo como fuego ardiente."

El padre Lot fue al padre José para decirle: "Padre, hago como puedo mi pequeña liturgia, mi pequeño ayuno, la oración, la meditación, vivo con recogimiento, intento ser puro en mis pensamientos. ¿Qué debo hacer aún?" El viejo, levantándose, extendió los brazos hacia el cielo, y sus dedos se volvieron diez pequeñas llamas. "Si quieres — le dijo — conviértete del todo en fuego."

Dijo un hermano al padre José: "Deseo salir del cenobio y vivir solo." Le dice el anciano: "Fija tu morada donde veas que tu alma encuentra sosiego y no es molestada." Le dice el hermano: "Estoy en paz tanto en el cenobio como en la soledad, ¿qué quieres, pues, que haga?" Le dice el anciano: "Si encuentras paz tanto en el cenobio como en la soledad, pon estos dos pensamientos tuyos como en una balanza, y, allí donde veas que tu pensamiento produce mayor utilidad y hace bajar más la balanza, actúa."

Un anciano fue a buscar a un compañero suyo para ir con él a visitar al padre José, y le dijo: "Di a tu discípulo que ensille el asno." El otro le dice: "llámalo tú y hará lo que desees." Dice: "¿Cómo se llama?" "No sé." "¿Desde cuánto tiempo vive contigo, que no sabes aún su nombre?" Le responde: "Dos años." Dijo entonces: "Si tú después de dos años no sabes el nombre de tu discípulo, ¿qué necesidad tengo yo de aprenderlo en un día?"

Un día se reunieron unos hermanos en torno al padre José; mientras estaban sentados y le planteaban preguntas, exaltó de alegría y dijo con ardor: "Hoy soy rey, porque he reinado sobre las pasiones."

Contaban que, mientras estaba próximo a la muerte, rodeado de los ancianos, el padre José de Panefo miró hacia la puerta y vio a un diablo sentado en el umbral. Llamó entonces a su discípulo y le dijo: "¡Tráeme el bastón! Ese cree que estoy tan viejo que no tengo fuerza contra él." Apenas blandió el bastón, los ancianos vieron desaparecer al diablo como un perro a través de la ventana, y se volvió invisible.

Jacobo (Jaime).

Es difícil si se trata del mismo Jacobo (Jaime) del que habla Foca. Los dos fragmentos suplementarios, muy significativos editados por Guy, están añadidos en los cinco manuscritos A B C J L. La sentencia nº 2 se encuentra como anónima en el capítulo sobre la humildad de la serie sistemática.

Dijo el padre Jacobo (Jaime): "Es mejor vivir como huéspedes que hospedar."

Dijo también: "Si se recibe una alabanza, es menester acordarse de los propios pecados y pensar que no somos dignos de esas palabras."

Dijo aún: "Así como una lámpara en una habitación oscura, así también el temor de Dios, cuando irrumpe en el corazón del hombre, lo ilumina y le enseña todas las virtudes de Dios."

Dijo aún: "No hay necesidad sólo de palabras -¡ Hay tantas palabras hoy en los hombres! En cambio hay necesidad de acciones: estas hay que buscar y no las palabras, que no dan fruto."

Contaba también que había dicho uno de los ancianos: "Cuando vivía en el desierto, tenía como vecino a un muchacho que practicaba la soledad. Un día, mientras lo visitaba, lo vio orar y pedir a Dios vivir en paz con las bestias salvajes. Tras la oración, como había allí cerca una hiena que amamantaba a sus hijos, el muchacho fue a meterse debajo de ella y empezó a chupar la leche junto con ellos."

Otra vez le vi orar y pedir al Señor: "Concédeme el carisma de ser amigo del fuego." Después encendió una hoguera y se arrodilló en medio de ella, orando a Dios.

Ierace.

Vivió primero en Portiriti y después en Nitria. De él y de Cronio dice Paladio haber oído todo lo que cuenta de Pablo el Simple, y también a él, en su recopilación latina de apotegmas, un relato donde se censura con severidad a un monje, el cual, por propia comodidad, no fue a ayudar a alguien que lo necesitaba verdaderamente. Ierace vivió mucho tiempo, hasta los noventa años; parece que aún estaba vivo en el año 408. Fue el más viejo entre los monjes perseguidos por Teófilo, y se cuenta que a los noventa años fue obligado a irse a Constantinopla a implorar la ayuda de Juan Crisóstomo y del emperador Arcadio contra la persecución del fanático"papa" de Alejandría. Dada la coincidencia de los muchos años de vida, podría ser que se tratara del mism Ierace nº33, que responde de un modo tan agudo al demonio que quería desmoralizarlo amenazándolo aún con muchos años de vida.

Le preguntó un hermano al padre Ierace: "Dime una palabra; ¿cómo puedo salvarme?" Le dice el anciano: "Permanece en tu celda; si tienes hambre, come; si tienes sed, bebe. No hables mal de nadie y te salvarás."

Dijo el mismo padre: "Nunca he dicho ni querido oír una palabra mundana."

Le preguntó un hermano al padre Ierace: "Dime, ¿cómo puedo salvarme?" Le dijo el anciano: "Siéntate en tu celda, no hables mal de nadie, y te salvarás."

Juan El Eunuco.

De joven, el padre Juan el Eunuco preguntó a un anciano: ""¿Cómo habéis podido realizar vosotros con calma la obra de Dios? Nosotros no lo conseguimos ni siquiera con afán." Dijo el anciano: "Nosotros lo hemos conseguido porque la obra de Dios constituía nuestra principal preocupación, mientras que las exigencias del cuerpo eran lo último. Vosotros en cambio ponéis en primer lugar las exigencias del cuerpo y la obra de Dios no constituye para vosotros lo más necesario. Por eso ha dicho el Salvador a los discípulos: "Hombres de poca fe, buscad primero el reino de Dios y el resto se os dará por añadidura."

Contó el padre Juan: "Había dicho nuestro padre Antonio: "Nunca he antepuesto mi beneficio a la utilidad del hermano."

Juan de Cilicia.

Cotelier incluye estos breves apotegmas bajo el mismo nombre del anciano precedente, con los números 3-6; pero figuran sólo en el códice D y corresponden al capítulo 115 del Prado espiritual de Juan Mosco, es decir, que son un añadido tardío sin más, que, de hecho, Guy no publica en su traducción. En el mismo capítulo de Mosco, además de estos, figuran otros dos pasajes: "He encontrado ancianos que han pasado más de ochenta años comiendo únicamente hierbas y dátiles." He vivido setenta y seis años en este llugar, padeciendo muchos males y tormentos de parte de los demonios." Según el mismo Mosco, es Juan de Cilicia quien cuenta el episodio horripilante del monje colgado en la celda de Evagrio.

El padre Juan de Cilicia, superior de Raito, dijo a los hermanos: "Hijitos, así como hemos huido del mundo, huyamos también de los deseos de la carne."

Dijo aún: "Imitemos a nuestros padres: en la austeridad y soledad con que vivieron aquí."

Dijo también: "No manchemos, hijitos, este lugar, que nuestros padres purificaron de los demonios."

Dijo aún: "Este es un lugar para ascetas, no para traficantes."

Juan de Las Celdas.

Cotelier sitúa esta sentencia como la nº 2 de Juan de Las Celdas, aunque tres manuscritos, B J L, distinguen entre Juan de Las Celdas y Juan de Tebaida.

Contó el padre Juan de Las Celdas: Había una prostituta en Egipto muy hermosa y rica; hasta los magistrados iban a ella; un día se encontró por casualidad junto a una iglesia e intentó entrar en ella, pero el subdiácono que estaba en la puerta no se lo permitió, diciéndole: "No eres digna de entrar en la casa de Dios, porque eres impura. Se inició entonces una lucha, cuyo rumor saió el obispo. — No me deja entrar en la iglesia, le dice la pecadora. Y el obispo: "No puedes entrar porque eres impura. Compungida, prometió la mujer: "Ya no volveré a ejercer de prostituta. Y el obispo le dice: "Si traes aquí tus riquezas, sabré que no ejerces más de prostituta. En cuanto las llevó, el obispo las cogió y las quemó. La mujer entró en la iglesia llorando y diciendo: "Si aquí me sucede esto, ¿qué habré de padecer en el más allá? E hizo penitencia y se convirtió en vaso de elección."

Juan de Tebaida.

Decía el padre Juan de Tebaida: "Es menester que el monje practique antes que nada la humildad, porque ese es el primer mandamiento del Salvador; él ha dicho, en efecto: Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos."

Isidoro Presbitero.

Contaban que un hermano fue un día a visitar al padre Isidoro, el presbítero, para invitarlo a comer, pero el se negó diciendo que Adán fue expulsado del paraíso después de haberse dejado seducir por la comida. "Entonces, ¿tienes miedo de salir de la celda." "Tengo miedo hijo, porque el diablo, como león rugiente, da vueltas buscando a quien devorar." También solía decir a menudo que, si alguien se da al vino, ya no consigue huir de las insidias de los pensamientos. En efecto, Lot fue obligado por sus hijas a embriagarse de vino, y mediante la embriaguez el diablo lo dispuso fácilmente para aquella inicua fornicación.

Dijo el padre Isidoro: "Si anhelas el reino de los cielos, desprecia las riquezas y aspira a la recompensa divina."

Dijo también: "Es imposible vivir según Dios si amamos los placeres y el dinero.

Dijo también: "Si practicáis la ascesis de un ayuno regular, no os enorgullezcáis. Si por eso os ensoberbecéis, es mejor que comáis carne, porque es mejor comer carne que hincharse y presumir."

Dijo aún: "Es necesario que los discípulos amen a sus maestros como a padres y los teman como a soberanos; el amor no debe disolver el temor, ni este debe ofuscar el amor."

Dijo también: "Si anhelas la salvación, haz todo lo que a ella te conduce."

Contaban que el padre Isidoro huía a la parte más interior de su celda, cuando iban a visitarlo los hermanos. Estos le dijeron: "Padre, ¿por qué lo haces?" Y él dijo: "También las fieras se salvan huyendo a sus madrigueras." Decía esto para la edificación de los hermanos.

Juan El Persa.

Carecemos de noticias biográficas, excepto de la indicación de su origen y del hecho de que vivió en Egipto. De estos cuatro fragmentos emerge, sin embargo, una figura de relieve, sobre todo por una inocencia y un amor llevado hasta la ingenuidad. El último texto muestra un amplio conocimiento y un uso muy erudito de la Escritura.

Continua…

 

Folleto Misionero # SA18

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Editor: Obispo Alejandro (Mileant)

 

(palabras_ancianos_juliania.doc, 05-25-2003).

 

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