Obstáculos en el

camino hacia el Evangelio.

Protopresbítero Sergio Chetverikov.

Traducido por Dra. Elena Ancibor

El Protopresbítero Sergio Chetverikov, que era sacerdote asceta-monje, fue consagrado en el gran ascetismo durante el verano del 1947 en el monasterio de san Job en Karpates. Padre Sergio fue un gran admirador de la hazaña monástica, y todavía estando en Rusia se formó espiritualmente con los últimos "staretz" de Optina. Ya antes de la revolución fueron publicados algunos de sus trabajos. Murió a los 78 anos en Bratislava, donde vivía con su hijo.

Para el hombre contemporáneo es difícil acercarse simple y directamente al Evangelio, aceptarlo tal cual es — sin filosofar, con corazón confiado, como es natural para los niños y gente simple, y tal como es incondicionalmente necesario, según las palabras del nuestro Señor Jesucristo: "Si no os volvéis y os hacéis como niños, no entrareis en el reino de los cielos" (Mat. 18:3).

"Si no volvéis" — vuelven atrás, si no os haces de nuevo niños, — no en los sentidos de la pobreza de conocimiento, ni falta de la experiencia de la vida, — sino en el sentido del corazón no obstruido por su propia personalidad, diferentes prejuicios y pasiones, que se desarrollan y enraízan en el hombre con la edad, y ante la falta de cuidado de si mismo y olvido de las palabras del Salvador: "Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios." (Mat. 5:8). Para aceptar la palabra del Evangelio, el hombre contemporáneo debe pasar mucho en la vida, humillarse, negarse a si mismo, y solo entonces se le revelará con toda claridad la altura del contenido del Evangelio. La finalidad de estas notas es investigar los principales obstáculos que impiden al hombre actual acercarse al Evangelio.

1. Como primer obstáculo en el camino hacia el Evangelio hay que reconocer la costumbre de acercamiento al objeto exclusivamente intelectual y teórico. La finalidad del Evangelio no esta en la conformación intelectual de las demandas de un hombre instruido, sino en ayudarle a encontrar el camino de renacimiento y renovación espiritual. "El que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios" (Jn. 3:3). "Si alguno esta en Cristo, nueva criatura es" (2 Cor. 5:17).

Como vemos en las palabras del Evangelista Mateo al joven rico le inquietaban preguntas espirituales, la enseñanza de Cristo le gustaba y lo atraía, — pero no tanto como para sacrificar su bienestar. Justamente su parcialidad hacia lo terrenal le impidió de ser discípulo de Cristo. Cuando Jesucristo le dijo: "Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven y sígueme" — se alejo triste (Mat. 21:19).

Si miramos el pasado de la sociedad prerevolucionaria y del estudiantado ruso, veremos que les era siempre característico un cálido interés por las cuestiones eternas — sobre Dios, sobre la verdad, el sentido y la meta de la vida. Pero este interés era preponderante intelectual, teórico, que no influía sobre la vida. El Evangelio que llevaba, ante todo, a una renovación interior, atraía poco a la "inteligencia" rusa. La misma se interesaba principalmente de temas abstractos: filosofía, descubrimientos científicos, enseñanzas políticas y sociales y no del problema de salvación de su alma. Y a esto, justamente, llama el Evangelio, diciendo: "Que aprovechara al hombre, si gane todo el mundo, y perdiere se alma? O que recompensa dará el hombre por su alma?" (Mat. 16:26).

Si comparemos la relación con el Evangelio de la "inteligencia" rusa con la de los ascetas cristianos y simples fieles, veremos una importante diferencia. Para los últimos el Evangelio, menos de todo, es un objeto de estudio teórico. Ellos buscan y encuentran en el Evangelio, como en la palabra Divina, la indicación del camino de la vida.Solo esto buscan en él. La dirección hacia el Evangelio constituye, para ellos, el inicio de una vida nueva, a menudo, — una ruptura decisiva con el pasado. "He aquí, nosotros hemos dejado nuestras posesiones y te hemos seguido" — dice ap. Pedro a Jesucristo (Luc. 18:28). El Evangelio capta totalmente el alma de los ascetas cristianos, no dejando en ella lugar para otros intereses, otras metas en la vida. No solo un rincón dejan ellos a Cristo en su corazón, sino, se entregan a El completamente "con el pensamiento sin retorno" como dice un cántico de la iglesia. Recordemos algunos ejemplos de nuestra historia rusa, particularmente cercana. San Teodosio Pecherski, siendo todavía un niño, se niega a usar vestimenta elegante y prefiere los harapos, deseando imitar "la pobreza de Cristo." El pide a un herrero de rodear se cuerpo desnudo de una cadena de hierro para vencer sus deseos pecaminosos, y el herrero satisface su pedido. Muchas veces el huye de su madre, trabaja para otros, y vive en la húmeda y estrecha cueva de san Antonio (de Kiev).

Otro santo ruso — un joven aristócrata rico y apuesto, Teodoro Kolychev, deja la corte de Iván el Terrible, se viste como simple campesino, trabaja en las aldeas, inicia una severa hazaña en el monasterio de Solovki. Una rica terrateniente Juliana Lazarevski distribuye en un ano de hambre a los hambrientos todas sus posesiones. Serafín a los 17 años deja su casa paterna para peregrinar y toda su restante vida pasa en severas hazañas, en nombre de Cristo. Paisio Velichkovski deja la academia Teológica y a su madre, que lo quiere, su futuro bienestar, su buena posición en la sociedad, y se hace peregrino por los monasterios, viviendo en indigencia y pobreza. La viuda del coronel Alejandro Melgunov abandona su rica vida social y entra como sirvienta de un pobre sacerdote de aldea, cumpliendo trabajos más viles.

De estos ejemplos se ve claramente la diferencia entre la relación al Evangelio eclesiástica y ascética y la social característica de la "inteligencia." Esta diferencia se encuentra no en la severidad de las hazañas, sino, principalmente en aquella total vuelta del alma hacia el Evangelio que vemos en ellos. No es necesario que cada uno se envuelva con cadenas, según el ejemplo de san Teodocio, o pase mil noches en oración sobre una piedra como san Serafín, ya que también aquel que ofrezca una copa de agua fría a "'uno de estos péquenos" en nombre de Cristo, ya esta sobre el verdadero camino evangélico.

Todo lo arriba expresado se puede resumir en siguientes palabras: el primer obstáculo en el camino hacia el Evangelio es la costumbre de un interés teórico y abstracto en lugar de una dirección profunda hacia Cristo con toda el alma como a la fuente de la vida e inmortalidad.

2. El segundo obstáculo en el camino al Evangelio es la inmoderada absorción de uno mismo con su propia personalidad. No hay hada más mortal para el espíritu, como transformar a uno mismo, consciente o inconscientemente, en el centro de la vida. Cuando el hombre hace de si mismo su propio ídolo, no alcanza nunca lo que esta buscando, o sea, una felicidad verdadera. Le asedia (roe) siempre la insatisfacción y la angustia. Cubran lo de millones, den le la posibilidad de ilimitada diversiones y placeres, la fama, y el reconocimiento mundial, y después de un corto entusiasmo el sentirá el vacío y la soledad. Estará así hasta que logre destituirse a si mismo. Sin esto, a pesar de plantearse metas altas, será condenado solo a momentos pasajeros y fantasmales de alegría, que indefectiblemente serán sustituidos por un largo desencanto y tedio.

Para ser verdaderamente feliz hay que poner la meta de vida no en si mismo. Cuan mas importante y significativo será el objeto en el cual colocamos la meta de la vida, cuanto nos entregamos a el plenamente, cuanto mas olvidemos para él a si mismos, tanto nos tornaremos mas alegres y felices. Es feliz el hombre que se entrega a un trabajo amado, físico o intelectual. Es feliz el científico sumergido completamente en sus investigaciones, como un Arquímedes en sus diseños, o Xenofan, que dedico su vida al estudio de las estrellas, o Espinosa, ocupado en sus reflexiones religioso-filosóficas. Es feliz una madre, que vive plenamente para sus hijos, son felices las hermanas y hermanes con su amor reciproco, amigos con su pura y sincera amistad.

La felicidad máxima, la plenitud de la felicidad, según la enseñanza cristiana, se encuentra en el amor desinteresado y pleno a Dios y a la gente — no a la humanidad abstracta, sino, la que esta cerca de nosotros, el prójimo, — con sus fallas y debilidades. Toda la vida terrenal de Jesucristo y Su enseñanza, en particular Su sermón de la Montaña y la última conversación con Sus discípulos, Sus sufrimientos y la muerte — son un ejemplo de la realización de la ley de amor.

Y toda la salvación de nuestra alma consiste justamente en "negarse a si mismo" y tomando su cruz, o sea el peso de su vida, seguir a Cristo. Solo entonces caerá de nuestra alma la piedra pesada de insatisfacción interior y el alma se sentirá cálida y liviana. El hombre que ama, nunca se cansa de vivir amando. Ya pesar de mucho tiempo que siga su amor, le parecerá siempre que solo comienza. Para un cristiano se encuentra no en logros externos, sino en el crecimiento interno, que no tiene fin.

La conocida frase de Máximo Gorki: "el hombre, esto suena orgulloso," tiene cierto sentido solo en la medida de ver en el hombre la imagen de Dios: si en cambio, la aplicamos al hombre separado de Dios y desprovisto de la inmortalidad, suena insensata y lastimosa, ya que es de común conocimiento la insignificancia y debilidad del hombre que existe hoy, y mañana es eliminado de la faz de la tierra, como una ínfima partícula de arena, una pompa de jabón. Solo en la unión con Dios y en la inmortalidad, están la fuerza y la gloria del hombre y no en él mismo en su aislamiento.

Por eso, todo lo dicho en esta parte puede ser resumido así: Para un acercamiento correcto al Evangelio es necesario liberarse de la costumbre de considerar a si mismo el centro y la meta de la vida. Hay que humillarse e inclinarse ante Dios, Quien es el Altísimo y Único centro y meta de la vida de todo lo existente.

3. Como el tercer obstáculo en el camino hacia el Evangelio, hay que reconocer el avasallamiento del hombre contemporáneo por la comprensión materialista y mecánica del mundo, la falta de conciencia de que el principio espiritual manda y dirige al mundo.

La gente ignora que el mundo es un gran misterio de la vida, cuya profundidad no es posible investigar, ni comprender. Nuestro conocimiento parcial y superficial lo tomamos erróneamente por comprensión de sus misterios. Los logres obtenidos de la ciencia levan a la convicción en lo mecánico del universo y a la suposición que ya, ya será revelado el último misterio de la naturaleza y se comprenderá todo. Pero en realidad resulta una idea pálida y miope sobre el universo — si no se toma en cuenta la grandeza y sabidurías de Aquel, Quien creo todo esto y sin el esfuerzo de someterse a Su ley y voluntad.

Es notable que las investigaciones científicas más actuales rechacen cada vez más bruta y materialista comprensión del mundo que imponía el ateísmo militante. En primer se torna cada vez mas evidente que todo le que vemos, oímos o tomamos en mayor medida es el producto de la actividad de nuestro espíritu conocedor, mas que la objetiva característica de los objetos que nos rodean.

En color, olor, gusto, sonido — todo le que crea el aspecto externo, la belleza y el encanto de las cosas circundantes y manifestaciones del mundo visible tales como: el color celeste del cielo, el brillo de las estrellas, el ruido del mar, el verdor de los campos y bosques, los sonidos de la voz humana, etc. — es derivado de nuestro espíritu, es resultado del mundo que nos rodea sobre nuestra síquica. Es verdad que las cosas que nos rodean existen por si mismas, pero nuestros conceptos sobre ellas se forman con el trabajo de nuestro, espíritu, que pone sobre ellas su sello. Nuestro espirito es, en cierto modo, el creador del mundo circundante. El mismo conocimiento nuestro de la materia y sus propiedades, es resultado de la actividad de nuestro espíritu. Con el enriquecimiento de nuestro espíritu con nuevos conocimientos y observaciones, cambia el concepto nuestro de la materia. La mente humana, todavía en tiempos antiguos, llegó a la conclusión que el mundo que nos rodea, constituye un movimiento continuo de minúsculas partículas — átomos, inaccesibles para la observación directa.

Que es el átomo? Cual es su naturaleza y su estructura? Es la partícula mínima de la sustancia inerte, divisible e indivisible al mismo tiempo, o es algo activo y viviente? Últimas investigaciones científicas afirman que este elemento básico de la materia, tiene aparentemente una naturaleza inmaterial, o sea no tiene extensión ni inercia y constituye un centro de cierta energía, viva y en movimiento. Según esta teoría, la materia, como sustancia muerta e inerte se suprime y se transforma en algo inmaterial, en una cierta fuerza. De esta manera surge un nuevo concepto sobre el mundo. La sustancia inerte deja lugar a la energía viva y esto es ya un cierto pasaje hacia el principio espiritual. El espíritu resulta triunfante sobre la materia en la estructura misma del mundo.

Veamos la interrelación de la materia y el espíritu desde otro punto de vista, el personal. Que es lo que consideramos en nosotros mismos mas esencial y valioso? Si el espíritu es un simple agregado a la materia y por si mismo no existe, entonces, sin duda, lo mas real y valioso debemos considerar a nuestro cuerpo. A él debemos dar toda nuestra atención y cuidado. Pero, el mas consecuente y convencido materialista no dirá que el verdadero contenido y principal interés de su vida consiste en el funcionamiento de su estomago, o en el estado saludable de su organismo, y no en las vivencias que él siente: sentimientos de alegría y tristeza; amistad y enemistad; amor y odio, etc. Amor a la belleza, interés hacia el conocimiento, placer ante objetos de arte, sed de perfeccionamiento espiritual y desarrollo, vivencias morales y religiosas, relación espiritual con otra gente, actividad social — este es el circulo verdadero de los mas altos y valiosos intereses de la humanidad. ΏEliminen de la vida humana todo lo espiritual — y que quedara? El vacío!

ΏQue es lo que siempre animaba y elevaba a la gente a la hazaña y el olvido de si mismo? Solo los ideales del espíritu. Nuestros cuerpos se mueren y se destruyen, y las sustancias que las componen entran en la circulación de la materia. En cambio, los ideales del espíritu quedan incorruptos y siguen inspirando y uniendo a la humanidad.

Justamente aquí — en el mundo de valores espirituales — se concentra el alto interés y la verdadera vida de la humanidad... El espíritu es la genuina, real fuerza que mueva la vida... La fuerza victoriosa del espíritu se manifiesta con especial claridad en movimientos religiosos y particularmente — en la historia del cristianismo.

Con su aparición, el Evangelio sacudió, dio vuelta a los conceptos antiguos e interrelaciones entre la gente. Hasta, si no en la vida real, entonces en la conciencia, el ideal hizo entrar nuevos pensamientos, nuevos problemas en la mente de la gente e inspiró en ellos a la humanidad.

Apareció un alto concepto sobre Dios y Su relación con la gente. Tuvieron preeminencia con especial fuerza las demandas del espíritu. Ocurrió un enorme ascenso de la fuerzas espirituales y capacidades del hombre, animado por el mandamiento de Cristo: "Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que esta en los cielos es perfecto" (Mat. 5:48). Fue dado un nuevo e inagotable contenido a la creatividad humana en el dominio del pensamiento, pintura, arquitectura, música, poesía. En el cristianismo vemos una manifestación sorprendente, cuando la victoria en la lucha de la vida, resultó no del lado de la fuerza física bruta, en contra de nuestra acostumbrada seguridad, no del lado de odio, maldad, despiadada crueldad, sino del lado de una consciente indefensión y mansedumbre, armado solo con la fe, oración y amor. Con sola fuerza de su entusiasmo espiritual, fuerza de una ardiente fe y cálido amor a Su Señor Salvador y la bendita inspiración del Espíritu Santo, los cristianos soportaron y vencieron a tercas y despiadadas persecuciones durante tres siglos del potente poder romano que trataba sacar de raíz y destruir la odiada, nueva enseñanza de amor, hermandad, mansedumbre y humildad. A los sufrimientos físicos, los enemigos del Evangelio, armados con toda la ilustraciones de su siglo, agregaban groseras burlas sobre la fe cristiana, representaban en forma caricaturesca en la escena y literatura la enseñanza cristiana. Pero nada pudo sacudir o debilitar la fuerza victoriosa del cristianismo. Se conocen casos cuando los actores que salían a la escena para burlarse de Evangelio inesperadamente confesaban su fe en el Crucificado y se hacían mártires.

Con rostros alegres y con la oración por sus verdugos, iban los cristianos a los terribles sufrimientos y valientemente encontraban la muerte en la cual veían la puerta hacia una nueva, eterna vida con Cristo. De todo lo dicho está claro que el cristianismo es una potente manifestación del espíritu, la victoria del espíritu sobre la materia, de la libertad sobre la necesidad, de la vida sobre la muerte. Ya es tiempo para nosotros de rechazar el exclusivamente materialista y mecánico punto de vista sobre el mundo. La materia y la mecánica poseen su lugar en el mundo, pero la superior, real, dominante posición pertenece al Espíritu, que es la fuerza real, concreta, viviente, libre, autoactiva, substancial, mas efectiva y mas comprensible para nosotros, que la llamada materia.

El ap. Pablo dice: "El Señor es el Espíritu; y donde esta el Espíritu del Señor, allí hay libertad" (2 Cor. 3:17). La libertad es la característica básica, existencial, imprescindible del espíritu. ΏPero que es la libertad? Habitualmente consideramos a la libertad como independencia de cualquier tipo de limitaciones internas o externas. Tal concepto de la libertad, ante todo, tiene solo un carácter negativo. Luego — una limitación externa o interna es la condición imprescindible para el desarrollo de una verdadera libertad.

El Evangelio enseña que aquel que no venció todavía el pecado en si mismo, es esclavo del pecado y no posee una verdadera libertad. En realidad, la libertad, en su sentido positivo, es la capacidad de un comienzo creador. La materia es inerte. Ella comienza a moverse no por su propia iniciativa, sino bajo una acción externa y conserva el movimiento hasta que encuentre un obstáculo también externo. Solo para el espíritu es característico el comienzo creador de la acción, él está mas alto que la necesidad, no está ligado a ella. Dios dijo: "Sea la luz; y fue la luz" (Gen. 1:3). ‘He aquí la mas pura y potente manifestación de la libertad creadora del Espíritu!

En este carácter del espíritu se encuentra la explicación de los milagros. El milagro no es, como se acostumbra decir, la vulneración de las leyes de la naturaleza. Si particularmente tomamos en cuenta que las llamadas leyes de la naturaleza, habitualmente no son otra cosa que la acostumbrada sucesión de sucesos, cuya relación interna e imprescindible no está completamente clara para nosotros. El milagro no es otra cosa que la victoria de la fuerza creadora del espíritu sobre la inercia de la materia.

La fuerza libre del espíritu humano hace continuamente milagros sobre la inercia de la materia que nos rodea. La más alta, omnipotente libertad del Espíritu Divino, que dio la existencia al mundo, puede hacer milagros, imposibles y sorprendentes para la gente y completamente correspondientes a la naturaleza del Espíritu Divino.

Si es justo que la vida es un gran misterio, cuya ínfima parte es revelada a la gente, entonces, es indudable que para la gente no existe ninguna base lógica para dudar, no solo es la posibilidad de los milagros, sino también en la existencia real y concreta de ángeles y demonios; el gozo tras tumba de los justos y sufrimientos de los pecadores, sobre lo que nos habla con plena definición el Evangelio.

Resumiendo el contenido de lo ante dicho podemos afirmar que para un acercamiento correcto al Evangelio hay que liberarse de los perjuicios de la mecánica comprensión del mundo y ver el gobierno en el mundo de la fuerza del Espíritu libre. Hay que recordar que la vida es un gran misterio, solo parcialmente revelado a nosotros.

4. Otro importante obstáculo para aceptar el Evangelio es el error y falta de claridad de nuestros conceptos de la fe y del conocimiento y, en relación con esto, la inclinación de atribuir superioridad al conocimiento sobre la fe.

Al conocimiento vemos como algo indudable, firmemente basado, completamente objetivo, lógicamente irrefutable y obligatorio para todos; en cambio, a la fe consideramos como algo arbitrario, subjetivo e indemostrable. Sin embargo, esta contraposición del conocimiento a la fe, en realidad, resulta errónea. En primer termino, la definición misma del conocimiento como de algo indudable e firmemente basado, no corresponde a la realidad. Esto puede ser el ideal del conocimiento, pero no su estado actual. Vale la pena comparar aunque sea la enseñanza antigua sobre los cuatro elementos con la actual sobre los elementos y electrones; o teorías astronómicas antiguas sobre la estructura del Universo, con los descubrimientos astronómicos actuales; o los conceptos de Hipocrates y Galeno con los conocimientos actuales de anátomos y fisiólogos, etc., para ver cuán labiales, cambiantes y hasta contradictorias son las llamadas verdades científicas. Lo que unas generaciones proclamaban como una indudable verdad científica, como el más grande logro de la mente humana, se veía, por las generaciones siguientes, como un ingenuo error infantil. De manera que el conocimiento no es algo y exactamente y definitivamente establecido: cambia continuamente y crece en relación al crecimiento de la experiencia humana, al aumento de observaciones y al perfeccionamiento de las herramientas del saber. Por eso, tales expresiones como "la ciencia acepta," "la ciencia niega" etc. deben ser usadas con reserva y sin aplomo. El saber no es otra cosa, que el resultado de la experiencia de nuestros cinco sentidos, corregida por la mente. Esta experiencia solo crece y se hace más exacta, pero no sale nunca de unos límites determinados por los cinco sentidos y la mente, y así nos da solo el saber superficial sobre el mundo.

ΏQue es la fe? Con la palabra "fe" están unidos varios conceptos. La fe es, en primer termino, un sentimiento de seguridad en alguna verdad. En este sentido la fe puede ser natural a la gente no solo en dominio de la religión, sino también en el dominio del conocimiento. Sócrates, Galileo, Colón pueden ser ejemplos de tal fe. Tal fe puede ser resultada de propia observación y pensada reflexión, y también resultado de la confianza en las palabras de las personas de cuya veracidad no dudamos, y que son para nosotros una autoridad. Así el niño no duda de la veracidad de los cuentos de la niñera sobre duendes y ninfas. El cree a ella completamente, pero esta fe es ciega. Está basada en a confianza y no en la experiencia consciente. Una tal fe habitualmente se contrapone al conocimiento, dando la prioridad al último como basado en la experiencia consciente y reflexión.

En segundo término, bajo el concepto de la fe se puede entender un particular género de conocimiento diferente del científico intelectual. La fe — es aquel conocimiento, que con justicia se puede llamar la transmisión, la penetración en la esencia interna mas profunda de la vida y que Ap. Pablo llama: "la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve" (Heb. 11:1). Este conocimiento penetrante no es dado a todos en forma igual. Allí donde un hombre no percibe nada, otro ve la verdad mas profunda y hace un descubrimiento genial. Miles han visto y ven como cae una manzana del árbol, paro solo a Newton este caso llevó al descubrimiento de la ley de la gravedad. Miles han visto y ven como hierve el agua en una pava, pero solo a James Watt nació en la cabeza la idea genial sobre la construcción de la maquina de vapor.

Pero dirijámonos al Evangelio y encontramos en él el ejemplo de una penetrante bandera de la fe. Jesucristo sanó al ciego de nacimiento, y este hombre de inmediato vió en Él a un gran justo y profeta que vino de Dios. Su actitud hacia Cristo-Salvador con particular nitidez se dibuja en la comparación de su actitud con las otras personas. Los sabios letrados y fariseos, que vieron el sonado con sus propios ojos y que hicieron una minuciosa investigación de este caso con interrogatorios de los vecinos y padres del sanado, no reconocieron en Jesucristo ni un justo, ni un profeta de Dios.

"Este hombre no procede es Dios, porque no guarda el día de reposo" (Jn. 9: 16). — "Pues esto es lo maravilloso, que vosotros no sepáis de donde sea, y a mi me abrió los ojos," — respondió el hombre, y les dijo: "todo el mundo sabe que Dios no oye a los pecadores; pero si alguno es temeroso de Dios, y hace su voluntad, a ese oye. Desde el principio no se ha oído decir que alguno abriese los ojos a uno que nació ciego. Si este no viniera de Dios, nada podría hacer."

En el caso de la sanacion del ciego de nacimiento se revelan cosas sorprendentes: En un mismo hecho exactamente definido e indiscutible, personas diferentes ven sentido diferente: Para el sanado, evidentemente, esta claramente visible la fuerza Divina. Los fariseos, en cambio, están ante este hecho como ciegos, caminan en círculo. ΏComo se explica esto?

Podíamos decir que el ciego de nacimiento evidenció en este caso una confianza ciega e ingenua, en cámbio los letrados mostraron severidad e imparcialidad del pensamiento científico? Es difícil que alguien pueda afirmar esto! Al contrario, la sensatez y profundidad de la comprensión aquí, y esto es evidente, está del lado del sanado. El vió la verdad que no quisieron ver los otros. Esto fue lo que marcó Jesucristo en Sus palabras conclusivas. "Para juicio he venido yo a este mundo; para que los que no ven, vean, y los que ven, sean cegados" (Jn. 9:39). La misma perspicacia mostró la pecadora que mojaba los pies de Jesucristo con sus lágrimas. Y esto está anotado en un cántico de la iglesia donde dice: "Señor, la mujer que cayo en muchos pecados sintió Tu Divinidad" (Cántico del Miércoles Santo). Nadie en la casa del fariseo Simeón, igual que el mismo no sintieron con tanta claridad, fuerza y emoción la Divinidad de Jesucristo, como esta "casta prostituta," según la expresión del cántico.

Y recuerden además a santa Mártir Bárbara. Separada de todo el mundo por su padre, viviendo en total soledad, ella supo por la profunda penetración en la naturaleza, que la rodeaba, ver en su extraordinaria belleza al Pintor y Creador, que ni su padre ni nadie de su entorno vió.

De lo dicho está claro que la cuestión del saber no es tan simple como puede parecer. Para saber es insuficiente poseer solo cinco sanos sentidos externos y seguir una lógica normal. Hay que poseer además una cierta sensibilidad espiritual, o como se dice, la capacidad de la visión intuitiva. Esta capacidad se manifiesta también tanto en la región del pensamiento científico (Newton, Einstein) como en la concepción religiosa. Refiriéndose a esta capacidad V. S. Soloviev escribía que creer en Dios es mucho más difícil que no creer. Para la fe se exige ascenso espiritual, la agudeza de la visión y sensibilidad espiritual. En cambio la negación de la fe no necesita nada de esto. Para no creer no es necesario el ascenso espiritual, es completamente suficiente la indiferencia hacia las cuestiones profundas de la vida las cuales rechaza por ligereza con sus construcciones lógicas. Para la penetración intuitiva en la profundidad de la vida, — hay que tener un alma de pintor y además educada por la hazaña espiritual — una verificación severa de si mismo.

Así, hay que diferenciar dos géneros del saber! El conocimiento mental externo con el cual se perciben las interrelaciones externas de las cosas, y el saber contemplativo interno con el cual se percibe la esencia profunda de las cosas. Así p.ej.: la belleza se percibe en forma intuitiva con el sentimiento interno. De manera semejante también la fe en Dios es un saber intuitivo que nace en un alma sensible y es acompañado por profundas vivencias religiosas.

De que a la fe en Dios se puede llamar el saber, esta claramente afirmado por las palabras del Señor: "Y esta es la vida eterna: que conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado" (Jn. 17:3). Un pensamiento semejante encontramos en el profeta Isaías: "El buey conoce a su dueño, y el asno el pesebre de su señor; pero Israel no Me conoce, Mi pueblo no comprende" (Is. 1:3).

Pero mientras el conocimiento científico-positivo exige solo una cierta preparación mental y desarrollo formal, el saber espiritual-intuitivo está estrechamente vinculado con el estado moral del hombre. Exige la pureza del corazón y la severidad de la vida. Si no es accesible a todo hombre ocurre esto por su pecaminosidad. Si a veces decimos que el saber de Dios no nos es accesible, esto pasa por tres causas:

El filosofo Anaxagor, que puso como principal meta de su vida "la observación de las estrellas," sin duda estaba mas cerca del conocimiento de Dios, por las mismas condiciones de su existencia, que un obrero fabril actual ensordecido por el ruido de las maquinas, o el "hombre culto" con sus cines, autos y diferentes formas del deporte. Ensordecidos por el ruido y frivolidad del medio circundante, no percibimos la presencia, ni en nosotros mismos, ni alrededor nuestro de los movimientos tranquilos de la vida. Deberíamos parar y escuchar la vida interior del mundo, ver con atención lo que ocurre dentro de nosotros y alrededor. Entonces aprenderíamos ver a Dios, Quien, según las palabras del ap. Pablo: "En realidad Dios no está lejos de cada uno de nosotros, pues en Él vivimos, nos movemos y existimos" (Hech. 17: 27-28).

Prueben seguir con atención a vuestra vida y verán en ella numerosas circunstancias, encuentros y conversaciones, habitualmente tomadas como casuales y sin importancia, pero que con análisis profundo revelan que una Mano invisible y cuidadosa dirige sin violencia a nuestra vida hacia el camino de bien, nos salva y ayuda. Prueben guardar en la memoria a todos estos casos, anótenlos, agudicen en esta dirección vuestro poder de observación y reunirán así un gran material de hechos que les permitirá convencerse espiritualmente, tanto de la existencia de Dios, como de Su Providencia. Este camino es el mejor y posiblemente único para conocer a Dios, tal como habla de esto san Basilio el Grande, afirmando que cuando vemos sobre nosotros y sobre otros la acción de la Providencia Divina, comenzamos a conocer y amar a Dios. No con argumentos lógicos debemos convencernos de la existencia de Dios. Este conocimiento se adquiere solo con la experiencia religiosa personal. La existencia de Dios no se demuestra: debe ser sentida interiormente. Si esto no existe, significa que hay un cierto obstáculo que impide sentir la existencia Divina. El ciego no ve a las estrellas, no porque no existen, sino porque sus ojos están vulnerados.

Así, todo lo dicho aquí se puede resumir así: No se puede contraponer el conocimiento a la fe como algo objetivamente cierto a lo subjetivo, arbitrario y poco cierto. La fe como sentimiento de seguridad, es un imprescindible elemento de todo conocimiento. Pero hay que distinguir del saber científico-positivo, materialista y mental, el saber espiritual-intuitivo, contemplativo, que penetra en la profundidad de la vida. Este, mas alto peldaño del conocimiento, procede de la sensibilidad espiritual y es inseparable de la hazaña del perfeccionamiento moral. Justamente, ella, la fe, con ayuda de Dios, nos lleva al acercamiento con Dios y la comprensión del Evangelio.

 

 

Folleto Misionero # S27a

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Editor: Obispo Alejandro (Mileant)

 

(prepiatstvia_evangeliu_chetverikov_s.doc, 12-31-2004).