El Reino de Dios:

¿Dónde buscarlo?

 

Obispo Alejandro (Mileant)

Traducido por Alejandro Molokanow

Texto corregido por Gabriel Blanco

 

"¡Venga a nosotros Tu Reino!"

Quien lee el Evangelio, no puede dejar de prestar atención al hecho de que allí se habla frecuentemente del Reino de Dios. Muchas de las parábolas y mensajes de Jesús se refieren a la naturaleza, a las propiedades y al destino del Reino de Dios. Esto era tan evidente a sus contemporáneos, que toda su enseñanza fue llamada por ellos como la predicación del "Evangelio del Reino" (Mat. 4:23)

Sin embargo, ¿Qué es lo que debe entenderse bajo este nombre? Significa acaso: ¿La futura vida después de la muerte? ¿La que vendrá después de la resurrección de los muertos? O quizás: ¿El actual estado espiritual del hombre, su ajuste y comunión con Dios? Tal vez acaso ¿La comunidad, construida sobre los principios del Evangelio? ¿O bien el reino mundial de los mil años que será ejercido por los Santos, del cual habla el libro del Apocalipsis (Ap. 20:4)?

El mismo nombre "Reino" sugiere una estructura comunitaria suficientemente grande y compleja: gobierno, imperio, etc. Ahora pensemos: (a) si todo lo existente toma su principio de Dios, (b) por cuanto no existe nada que no fuera creado por Él. (c) Entonces el Reino de Dios, en principio y por su finalidad, es todo el mundo de Dios, (d) todo el inconmensurable universo incluyendo todo lo visible y lo invisible. Así parece o debiera ser.

Pero en ese caso, sabiendo que Dios es infinitamente bueno y justo, ¿De donde surge todo este desacuerdo? ¡Catástrofe y destrucción! ¿De donde todo este mal? ¡Violencia e injusticia, enfermedad y muerte, los cuales se observan por todos lados! ¿Por qué aquello que debiera "ser," no concuerda con aquello que realmente "es" ?

Por el pecado y la desobediencia a Dios, nos explican las Santas Escrituras, de la consciente oposición a El.

Precisamente en el don de la libertad con la cual El nos agració, a nosotros y a los ángeles, se concluye la posibilidad de incumplir Su voluntad y sus mandamientos e introducir desarmonía en aquel orden y hermosura que debieran existir por doquier. La libertad de la voluntad es como un fuego, que un salvaje, puede emplear para preparar su alimento y calentarse en tiempo frío. O bien para incendiar el bosque, en cuya llama puede perecer él mismo.

En principio Dios podría habernos programado de forma tal, que nosotros hiciéramos solamente lo bueno, para que no pudiéramos hacernos daño, ni a los demás. Sino que realizáramos solo los actos para nosotros designados, como por ejemplo comer, dormir, reproducirnos... Pero en ese caso nosotros no seríamos seres moralmente libres sino simplemente autómatas - robots o animales movidos por los instintos de la naturaleza. Resultaríamos no solo espiritualmente incompletos sino también privados de la posibilidad de aquella felicidad que proviene de la creatividad y de la inspiración, del crecimiento espiritual y del perfeccionamiento. Ser conscientes de hacer el bien y de las obras del amor.

Si bien Dios ha creado muchos seres así, que no poseen libre albedrío moral, vivientes solo por las leyes físicas, estos fueron solo un escalón preparatorio para la creación del hombre, que es la razón por la que Dios creó nuestro mundo físico.

Por su inmenso amor, le fue agradable al Señor hacernos no ciegamente obedientes, sino hijos libres que conscientemente lo amaran y tendieran a Él, como a su primera imagen e ideal. Dios proveyó al hombre con enormes capacidades espirituales, lo hizo habitar en el paraíso de la dulzura, le sometió todo lo creado, le dió el árbol de la vida para que él, viviendo siempre sano y perfeccionándose, gozara de la vida. ¡Cuanto honor y misericordia! Y cuán agradecidos debieron haber estado los hombres, habitando en el Edén.

Pero, como nosotros sabemos, ocurrió una tragedia: "habiendo aprendido a conseguir el fuego, ¡el salvaje quemó el bosque!" Por suerte, no completamente ¡Y no para siempre!

Aquí no reproduciremos todos los detalles de aquella catástrofe espiritual, descrita en el capítulo 3 del libro del Génesis. Lo importante es recordar que como resultado de esa tragedia todos los hombres nacen con la naturaleza moral dañada, con predisposición al pecado.

El pecado original, es como un daño biológico a la célula, que pasa de los progenitores a sus hijos. La tragedia de la humanidad consiste en que los hombres por su solo esfuerzo y buenos propósitos no están en condiciones de sanarse del daño moral, cuyas raíces descienden demasiado profundamente en nuestra existencia (esencia) espiritual y física.

Por la misericordia de Dios, ni la tierra, ni el propio infierno - ese tenebroso reino del mal que crearon para sí los demonios - se han extendido por todo el Reino de Dios. Ellos mas bien son "islas," lugares en "cuarentena," manchas oscuras en el fondo del inmenso e inabarcable Reino de la Luz y del Bien. Por todas partes, especialmente en el mundo angelical reina la vida, la paz y la armonía. Todos gozan y se alegran en la luz vivificante del Creador, todos le agradecen por Su infinita bondad.

Solo en nuestra comunidad, desprendida del Creador, se escuchan gemidos, murmuración y maldiciones. Los hombres ofenden y se engañan unos a otros. "El hombre se ha vuelto lobo para sí mismo." Tal parece que las tinieblas espirituales tragaran completamente nuestro mundo y lo convirtieran en un verdadero infierno. ¡Pero esto no sucederá!

Sabemos, y nos lo ha sido dicho el Salvador, que el mal se permitirá solo hasta el tiempo establecido. El Hijo de Dios, vendrá por segunda vez a nuestro mundo, y resucitará a todos los hombres. Entonces todos aquellos que conscientemente hacían el mal, todos los violadores y malhechores, todos aquellos que odiaban la luz y se gozaban del mal junto con los demonios, serán echados en el ardiente hades. Entonces sucederá una completa renovación del mundo. Todos aquellos que vivían según el Evangelio, que amaban el bien y buscaban la verdad; los que sufrían siendo inocentes, por la mentira y la violencia serán "salvos." Es decir se unirán con el resto del Reino de Dios. Este será un momento de gran gozo y alegría indescriptible.

"Vi un cielo nuevo y una tierra nueva, escribe el Apóstol Juan en el libro del Apocalipsis, porque el primer cielo y la primera tierra pasarán... y enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos, y ya no habrá muerte, ni habrá mas llanto, ni clamor, ni dolor, porque las primeras cosas pasaron... Y no vi en ella templo porque el Señor Dios Todopoderoso es el templo de ella... La ciudad (La Nueva Jerusalén) no tiene necesidad de sol ni de luna que brillen en ella; porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero (El Hijo de Dios) es su lumbrera. Y las naciones que hubieren sido salvas andarán a la luz de ella, y los reyes de la tierra traerán su gloria y honor a ella. Sus puertas nunca serán cerradas de día, y no habrá noche. Y llevaran la gloria y la honra de las naciones a ella... Después me mostró un río de limpia agua de vida, resplandeciente como cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero. En medio de la calle de la ciudad, y a uno y otro lado del río, estaba el árbol de la vida, que produce doce frutos, dando cada mes su fruto; y las hojas del árbol eran para la sanidad de las naciones... Y verán su rostro, y su nombre estará en sus frentes. No habrá allí mas noche; y no tienen necesidad de luz de lámpara ni de luz del sol, porque Dios el Señor los iluminara" (del libro del Revelación, cap. 21-22).

La naturaleza de ese mundo es tan distinta a nuestro mundo físico que al autor no le alcanzan las palabras para describirlo. Una cosa es cierta: este es un mundo sumamente hermoso. El solo conocimiento por parte de un pecador condenado, de que él nunca podrá entrar en ese mundo, pienso, será su mas pesado tormento.

Por esta razón, el Evangelio con tanta insistencia convoca a colocar todos nuestros esfuerzos, ofreciéndolo todo, incluso nuestra vida temporal, para ser dignos de entrar en el Reino de Dios. Porque esa es nuestra patria verdadera, y este mundo con su actual situación, es extraño a Dios y por lo tanto debe ser ajeno a nosotros también.

 

El significado del arrepentimiento.

Cuando el Hijo de Dios, nuestro Señor Jesucristo, vino al mundo, lo encontró en un estado sumamente deplorable. "El mundo entero esta bajo el mal" (1 Juan 5:19). El mal, en forma de desidia espiritual y de groseras costumbres, la falta de derechos de los débiles, la descarada disolución de los ricos, la violencia y trivialidad, la bestial obtusidad de las multitudes, todo esto era un hecho general y se consideraba como normal. Por ello, la renovación espiritual del hombre, la iluminación de sus mentes y la corrección de la moral, fue la obra fundamental del Salvador.

"Hombres gimiendo bajo el peso de la mentira y la iniquidad, como si dijera Jesús, esta vida, que ustedes han creado para si mismos, no puede darles la felicidad deseada. Si queréis conseguirla entonces arrepentios porque se ha acercado el Reino de Dios."

"Arrepentios" este es el primer llamado del Evangelio.

La posibilidad de recibir el Reino de Dios se condiciona ante todo por el arrepentimiento. Nuestra palabra "arrepentios" no alcanza a representar el significado original de la idea. En el original, "metanoia" significa: cambiad vuestra forma de pensar, vuestro comportamiento hacia la vida, toda la graduación de vuestros valores.

El mismo llamado al arrepentimiento presupone que en la tierra es posible y realizable una vida distinta que aquella que la gente lleva y bajo cuya carga gimen ellos mismos. El extravío, el amor a si mismo, el odio y el torrente incontrolado de bajos instintos, no representan por si mismos cadenas inquebrantables. Junto con ellos, en el hombre, aunque sea en forma potencial, se encuentran mejores, honorables y santos deseos: el amor a la verdad, el sentimiento de conmiseración y hermandad, una vaga tendencia hacia la paz, la justicia y el amor.

El proceso de renovación espiritual es muy individual. El puede llegar de repente o de a poco, escalonadamente. Todo depende de la sinceridad, del esfuerzo de voluntad con que él se relaciona con Cristo. Solo aquella gente que se encuentra bajo la avaricia no son aptos para el Reino de Dios. Ellos necesitan hacer un cambio radical, realizar una revalorización (una reconsideración de sus valores), de sus pensamientos, deseos e inclinaciones y comenzar una nueva vida. En una palabra, compenetrarse completamente con el espíritu de la enseñanza de Cristo y tratar de seguir su ejemplo. Pero el solo sincero deseo no es suficiente. La prolongada enfermedad moral ha quebrantado nuestras fuerzas espirituales, la misma voluntad hacia el bien se ha convertido en inestable y apagada. Para un cambio radical en la vida, para un completo revertirse hacia el lado del Reino de Dios es indispensable un flujo de nuevas y frescas fuerzas espirituales. Debemos nacer de nuevo "Si alguien no nace desde arriba (desde lo alto), no puede ver el Reino de Dios" (Juan 3:1-3). Este nacimiento hacia la vida espiritual se realiza por el Espíritu Santo, y el conductor de su fuerza es el agua del Bautismo.

 

Significado de la Gracia

La Gracia de Dios, es la primera fuente de todas las fuerzas espirituales, y capacidades. Ella es como el sol que da la luz y la vida a todo nuestro mundo.

Alejados de Dios por causa del pecado, los hombres fueron privadas de su fuerza vivificante y por eso murieron espiritualmente. El objeto y la razón de la venida de Cristo es devolvernos la perdida comunión con Dios, y con ello la vida. Es por esto, que la conversión a Cristo se asemeja a la resurrección de los muertos. "Se acerca el tiempo, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, (la predicación del Evangelio) y oyéndola, revivirán" decía el Salvador (Juan 5:25).

Penetrando en el corazón del pecador, la Gracia de Dios descubre delante de su conciencia toda la indigencia, pobreza, daño y corrupción de su alma. Repentinamente, él, como despertando de un sueño, comienza a conocer todo lo trágico de su estado, comienza a temer por su eterno destino y a ocuparse de como librarse de la desgracia y salvarse. Anteriormente él era ciego con respecto a su salvación, ahora ve, siente y se ocupa. Pero esto todavía no es un cambio sino solo la posibilidad de un cambio y un llamado a ello. Es como si la Gracia golpeara el corazón del pecador y le dijera: "Mira hasta donde llegaste, ve ahora y toma las medidas para tu salvación." Si él despierta y utiliza esta sugerencia, bien para él. Pero si no la utiliza, será dejado y de nuevo se sumergirá en su pesado sueño.

El rasgo común de los sentimientos arrepentidos bajo la gracia de Dios es la insatisfacción con uno mismo y la búsqueda de algo mas alto, superior. El hombre se vuelve insatisfecho con todo lo que lo rodea, con sus privilegios, con todo aquello que posee, aunque él fuera muy rico.

Las palabras "Si alguien no nace del agua y del Espíritu..." (Juan 3:5), nos habla del bendito renacimiento del hombre en las aguas del Bautismo y de la comunión con la gracia del Espíritu Santo en la Oleounción (Unción con aceite). Los otros medios espirituales que nos fueron dados por el Salvador, en especial los Sacramentos de la Confesión y de la Comunión tienen por objetivo reforzar en nosotros las fuerzas espirituales. A esto le ayudan nuestras oraciones en el hogar y en la iglesia, nuestro cristiano accionar y las buenas obras. Prestando especial atención a la oración del corazón, la cual atrae hacia nosotros la Gracia de Dios y nos hace templo del Espíritu Santo.

La Gracia, le ayuda al hombre a ver la pobreza y la insignificancia de todo lo terrenal e inflama el corazón con un ardiente amor a Dios. Gradualmente, en la conciencia del hombre, la comunión con Dios se vuelve su principal riqueza.

El rasgo sobresalientes es que en el alma del hombre comienza a habitar el Reino de Dios. Es ese entusiasmo y afán con el cual él percibe todo lo espiritual. "Fuego vine a traer Yo a la tierra y como quisiera que ya ardiera," decía el Salvador (Luc. 12:49). Así como en un incendio la llama abarca todo lo construido, así el fuego espiritual debe abarcar todo el ser del cristiano. Sus pensamientos, sus intereses, sus sentimientos, sus deseos, todo su accionar. No obstante existe el peligro de perder la comunión con Dios. "No apagad el Espíritu" (1 Tes. 5:19); "En el afán no cejéis, ardan espiritualmente," nos avisa el Apóstol Pablo (Rom. 12:11).

Así como el principio de la buena predisposición se introduce en nosotros por la especial inspiración de Dios, así también Él nos ayuda en el perfeccionamiento de las virtudes. De nosotros depende, con mayor o menor predisposición, someternos a la inspiración de Dios y recibir su ayuda. Nosotros merecemos el premio o el castigo según nuestra disposición: si perezosamente o con devota humildad vivimos de acuerdo con la voluntad de Dios.

El proceso de la renovación espiritual se realiza profundamente en el hombre, por eso también esta dicho, que "No vendrá el Reino de Dios en forma visible, y no dirán: aquí esta o allá esta, ya que el Reino de Dios esta dentro de vosotros" (Lc. 17:20-21).

Todos nuestros esfuerzos deben ser dirigidos a reforzar dentro nuestro este Reino. "Buscad primeramente el Reino de Dios y su justicia," dice el Salvador, y todo lo demás os será añadido (Mt 6:33). El no dice: "Buscad solo el Reino y su verdad," sino "Buscad primero de todo," o sea los cuidados acerca del Reino de Dios y la tendencia hacia la verdad en la vida deben ser preponderantes en nuestra conciencia.

El enemigo de nuestra salvación, hace solo una cosa, y es que trata de apartarnos de lo principal, presentándonos toda clase de tareas "urgentes" e "importantes." Y advirtiéndonos de una recaída a la esclavitud de lo material, el Señor nos convence: "No os afanéis, pues, diciendo:¿ Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos ?, porque los gentiles buscan todas estas cosas" (Mt 6:31-32). Solo la gente con sentimientos morales dormidos se satisface con los bienes materiales. Para los hijos del Reino de Dios el mundo exterior con todos sus bienes puede ser solo un medio para conseguir el objetivo principal, que descansa fuera de el.

 

¿A quien atrae el Reino ?

Como ya se ha dicho en las condiciones dadas, el Reino de Dios se realiza no tanto en las mejoras sociales exteriores, cuanto en aquellos bienhechores cambios interiores que él realiza en la gente. El Reino de Dios es especialmente cercano para aquellos a quienes aplasta este trivial y cruel mundo, los que sufren con sus propios pecados e insuficiencias, los cuales se ahogan en la atmósfera de la mentira e injusticia que envuelve a los que tienen sed del bien y de la verdad.

Si el hombre siente la sed de renovación espiritual, el Reino de Dios vendrá para él. Si esto pasa con una u otra nación, entonces el Reino de Dios vendrá para esta nación. Pero para aquellos, en cambio, que se encuentran satisfechos consigo mismos, siendo felices con el orden existente, siendo irrisorio e incomprensible la tendencia hacia lo ideal, no preocupándole la mentira y la injusticia existentes, menospreciando la pureza, la generosidad, soñando enriquecerse y se lanzándose tras la suerte mundana y los placeres físicos, para estos, el Reino de Dios es enseñanza extraña e innecesaria.

El Reino de Dios no le es dado al triunfador de este mundo. El es "puerta angosta y camino estrecho," el cual no muchos encuentran. No es un "edificio" terminado sino en construcción. Sin embargo, a pesar de eso es una manifestación completamente real, que se realiza en el mundo desde la venida a la tierra del Salvador. El crece continuamente y se expande, atrayendo e incorporando dentro sí a los hombres sensibles espiritualmente de todos los estratos de la sociedad, de todas las nacionalidades y de todos los niveles de desarrollo. Es una organización (unión) de personalidades, pensamientos, fuerzas, escritos, cambios y fenómenos, dirigida por Dios y perfeccionada por Su fuerza invisible y bienhechora. El Reino de Dios es una nueva y justa vida, construyéndose en la fe, de y en el Salvador, y en el recibimiento de su enseñanza.

La completa y para todos evidente victoria del Reino de Dios, se realizará solo después de la segunda venida de Cristo, cuando la sociedad de los justos se unirá con el mundo angelical y será el Reino de los Cielos. Por ahora se realiza solo parcialmente y no plenamente en los corazones de los creyentes, en la medida de su perfeccionamiento espiritual.

Sin embargo, los resultados bienhechores o "frutos" de este Reino se notan en la historia de la humanidad después del Nacimiento de Cristo. Así lo vemos en: la abolición de la esclavitud, corrección de las costumbres, disminución de la crueldad y del libertinaje, una mas humana legislación, disminución de supersticiones, mayor respeto de las personas, en el ennoblecimiento de todas las artes, en la literatura, la pintura, arquitectura, música...

 

Conclusión

De esta forma, toda la vida y la enseñanza del Salvador fueron dirigidas para fundar nuevos principios espirituales en la vida de la humanidad: una fe pura y limpia, un vivo amor a Dios y al semejante (prójimo), una tendencia hacia el perfeccionamiento moral y a la

santidad. Sobre estos principios debemos construir nuestra visión religiosa del mundo y nuestra vida.

Construyendo nuestra vida sobre los mandamientos de Cristo, nosotros nos con-solamos, pues el Reino de Dios indefectiblemente vencerá y en una renovada tierra llegará la prometida paz, justicia, gozo y vida inmortal. ¡Oramos a Dios para que nos haga dignos de heredar su Reino!

De esta manera y hasta aquí, bajo las bóvedas de las tumbas de los mártires, los suspiros y las quejas se disolvieron en un himno de alegría de la fe triunfante. La contemplación del mundo y la aurora del día evangélico, obliga a los cristianos a olvidar sus amarguras y derrotas. Nosotros, deberemos a si mismo recordar que El Reino de Dios se toma por la fuerza, y que solo los que se esfuerzan lo recibirán.

¡Que Venga a nosotros Tu Reino, Señor!

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Panfleto Misionero # S83a

Copyright © 2000 y Publicado por la Iglesia

Ortodoxa Rusa de la Santa Protección

2049 Argyle Ave. Los Angeles, California 90068

Editor: Obispo Alejandro (Mileant).

 

(reino_dios.doc, 09-22-2000).

 

Edited by

Date

 Gabriel Blanco

 09-20-2000