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La Divina Liturgia

(Misa)

 

Introducción

En los primeros tiempos del Cristianismo, los prosélitos que se instruían en la doctrina cristiana para disponerse a recibir el Santo Bautismo se llamaba catecúmenos (del griego Katekhoumenos, el que se instruye). Como a éstos se les permitía la asistencia a la primera parte de la Misa, ésta tomó el nombre de Liturgia de los Catecúmenos. La primera parte consta de oraciones, cánticos, lectura de la Epístola y el Santo Evangelio, y la interpretación de éstos últimos.

A la segunda parte de la Misa (Misa de los Fieles) a los catecúmenos no se les permitía asistir por no considerarselos dignos de ella.

Liturgia de

los Catecúmenos

EL SACERDOTE Y EL DIÁCONO rezan en voz baja pidiendo la asistencia del Espíritu Santo: "Oh Dios Celestial, el Consolador, Espíritu de Verdad, que estás en todas partes y llenas todas las cosas; Tesoro de Bondad y Dador de la Vida, ven y toma tu morada dentro de nosotros, límpianos de toda mancha y salva nuestras almas, oh Misericordioso."

Se abre la Puerta Santa. El diácono recibe la bendición del sacerdote, sale del Santuario, y parándose frente a la Puerta Real anuncia el principio de la Misa diciendo:

"Bendice, Señor."

El sacerdote entonces hace la Señal de la Cruz con el Evangelio, y dice:

Sacerdote: "Bendito sea el reino del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, ahora y siempre por todos los siglos de los siglos."

La palabra "reino" significa dominio absoluto de Dios sobre todo lo creado. También se refiere al conjunto de las almas que provienen de la Redención, o sea del rescate del género humano por Nuestro Señor Jesucristo, Quien reina sobre ellas con su Padre y el Espíritu Santo (Col 1,13:14; Apoc 11,15:17). En este momento nosotros podemos inclinar nuestras cabezas en señal de adoración y sometimiento a Dios, y rezar: "Oh Dios Misericordiosísimo, mírame: soy el gran pecador, acepta la petición de mis labios, ilumina mi mente con la luz de tu infinita Sabiduría, escucha los ruegos de mi dolorido corazón, y ten piedad de mí. Por ser Tú mi Dios y por estar en tu templo, lugar de adoración, solicito de Tí sin cesar que me confirmes en tu temor y me enseñes a cumplir tus mandamientos, oh Misericordiosísimo Dios."

Letanía de la Paz

La Letanía de la Paz tiene una serie de invocaciones, que empiezan con la solicitación de la paz. Esta paz es la tranquilidad y serenidad del espíritu, la conformidad a la voluntad divina, amor a Dios y al prójimo. Es lo que San Pablo llama "La paz de Dios que sobrepuja todo entendimiento" (Filip. 4:7).

Diácono: "En paz roguemos al Señor." Coro: "Señor, ten piedad" (Se repite a cada nueva invocación).

Diácono: "Por la paz celestial y la salvación de nuestras almas, roguemos al Señor."

"Por la paz del mundo, por el bienestar santas iglesias de Dios y por la unión de todos, roguemos al Señor."

Aquí se nos invita a los fieles a solicitar tres cosas: Que terminen las guerras y querellas y que reine la paz en el mundo. Por las iglesias que profesan la Fe Cristiana Ortodoxa y que forman la Santa y Unica Iglesia Católica de N. S. Jesucristo. Les damos el calificativo de santas porque su cabeza es Jesucristo y se compone de hombres santificados por el Santo Bautismo, y por la Gracia de Dios, y su virtuosa conducta. Por la unión de todos los hombres, porque si bien la humanidad está dividida política, religiosa y socialmente, hay que tener en cuenta que el Redentor vino a este mundo para salvarnos y unir a todos los hombres y convertirnos en un solo rebaño para un solo pastor, que es Jesucristo (Jn 10:16).

Diácono: "Por este Santo Templo y por quienes con fe, devoción y temor de Dios, en él entran, roguemos al Señor"

Se pide por la casa de Dios, en la cual nos reunimos los cristianos y se celebra el Santo Sacrificio de la Misa, la cual es santa y venerada porque está consagrada a la adoración. Aunque podemos adorar a Dios en cualquier lugar, la adoración en conjunto, debe hacerse en un lugar dedicado especialmente a ese fin, el templo, en el cual nos reunimos los fieles. Pedimos, asimismo, por todos los que estamos con fe, devoción y temor de Dios, indicando así que no es suficiente para cumplir con Dios asistir a Misa como simples espectadores, sino que se debe hacerlo con esas condiciones enunciadas, siguiendo con hondo fervor todo lo que en ella se realiza.

Diácono: "Por el Episcopado Ortodoxo de la Iglesia Rusa, por Nuestro Señor Ilustrísimo Metropolitano Vitaly, Primado de la Iglesia Rusa en el Extranjero, por Nuestro Señor Ilustre Obispo Alejandro, por el venerable Presbiterio, por el Diaconado en Cristo, por todo el clero y el pueblo, roguemos al Señor."

Se solicita por el bienestar y la salvación de los jerarcas y sacerdotes de la Iglesia, que son nuestros padres espirituales que luchan y se desvelan por nuestra salvación.

Diácono: "Por el sufriente país Rusia, y por su pueblo ortodoxo que está en la Patria y en la diáspora, y por su salvación, roguemos al Señor."

Diácono: Por este país, sus autoridades y sus fuerzas armadas, roguemos al Señor.

Coro: Señor, ten piedad.

Diácono: Por la liberación de su gente de los enemigos visibles e invisibles, pero en nosotros, confirmar la unidad de criterios, el amor fraterno y la devoción, roguemos al Señor.

Coro: Señor, ten piedad.

Pedimos por el bienestar y la salvación de nuestros gobernantes, y para que Dios los ayude y les enseñe a gobernar sabiamente. San Pablo aconsejaba rezar por ellos (1 Tim 2,1:2) a los cuales debemos respeto y obediencia (Rom. 13:1; Tito 3:1; 1 Pedro 2, 13:14).

Diácono: "Por esta ciudad, por toda ciudad y país y por quienes con fe los habitan, roguemos al Señor."

Rogamos a Dios que preserve de todo mal a la ciudad o pueblo que habitamos, y a todos los pueblos y lugares, y a todos los que siguen una vida de fe y virtud, que les otorgue la gracia y sus dones. Esto lo debemos pedir por el espíritu de nuestro amor cristiano, que abarca a todos sin excepción, sean cercanos o lejanos.

Diácono: "Por la salubridad del aire, la abundancia de los frutos de la tierra y por tiempos pacíficos, roguemos al Señor."

Después de haber solicitado los beneficios para el alma, solicitamos en esta invocación los beneficios materiales: "Buscad, pues, primero el reino y su justicia y todo esto se os dará por añadidura" (Mt. 6:33).

Diácono: "Por los navegantes, viajeros, enfermos, afligidos, cautivos y por su salvación, roguemos al Señor."

Nos acordamos así de nuestros hermanos que se encuentran en viaje, y los que están en peligro, enfermos o cautivos, implorando que tengan buen viaje, por su curación, consuelo o liberación.

Diácono: "Para que nos libre de toda aflicción, ira y necesidad, roguemos al Señor.

Diácono: "Ampáranos, sálvanos, ten piedad de nosotros y guárdanos, Dios, mediante tu gracia.

Esta petición resume a todas las anteriores, en la cual pedimos a Dios que nos conceda todo lo que le habíamos solicitado, que nos conserve bajo su protección y nos salve de todo peligro y todo pecado. Al decir "ampáranos" pedimos especialmente la gracia del Espíritu Santo, quien puede protegernos y salvarnos de todos los peligros de la vida. Al decir "consérvanos en tu gracia" solicitamos nos ayude a permanecer sin pecado para poder gozar de su amistad, de su favor, de su beneplácito.

Diácono: "Conmemorando a la Santísima, Purísima, muy Bendita, Gloriosa Señora, nuestra Madre de Dios y siempre Virgen María con todos los Santos, encomendémonos nosotros mismos y unos a otros, y toda nuestra vida, a Cristo Dios entreguemos."

Con estas palabras se nos impulsa a recordar a la Sma. Virgen y a todos los santos, que ofrecieron, sus vidas a Jesucristo llevando una vida ejemplar, plena de virtud, amor a Dios y al prójimo, sufrimientos y renunciamientos, y se nos invita a hacer lo mismo a nosotros, tomando su ejemplo.

Coro: "A Ti, Señor."

Y por medio de estas palabras le ofrecemos a Jesucristo nuestras personas y nuestras vidas, comprometiéndonos así a cumplir su santa voluntad y vivir cristianamente, al ejemplo de su santísima Madre y de todos los santos.

El sacerdote dice la oración: "¡Oh, Señor, Dios nuestro! Cuyo poder es inexpresable y Cuya gloria es inconcebible, Cuya misericordia es inmensurable y el amor a la humanidad inefable: Tú mismo, ¡oh, Soberano! por tu entrañable bondad, mira a nosotros y a este santo templo, y concede a nosotros y a los que con nosotros rezan, las riquezas de tu misericordia y de tu generosidad."

 

Sacerdote: "Ya que a Ti corresponden toda gloria, honor y prosternación, Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos."

Coro: Amén.

Las Antífonas

ANTÍFONAS ES PALABRA GRIEGA que significa conjunto de voces. Se llaman así, a ciertos pasajes de la Sagrada Escritura, que son cantados por las dos partes del coro en forma alternativa. Se relacionan con la vida de Jesús o con la festividad del día, y son extraídas de los Salmos o de las profecías referente a la venida del Hijo de Dios y la salvación del mundo.

Una vez más, Jesucristo vendrá al templo para ser recibido por nosotros como aquella vez que vino a la tierra para redimirnos, y predicó, y murió en la Cruz. Pero antes de aparecer en la vida pública y predicar el Evangelio, vivió treinta años en Egipto y Nazareth permaneciendo oculta su divinidad a los ojos de los hombres. Y esta parte de su vida es la que debemos rememorar durante la Letanía de la Paz y las Antífonas, con las cuales nos preparamos para recibir dignamente al Salvador, que ha de venir también ahora en el momento de la Transubstanciación.

Primera Antífona:

En las misas dominicales en lugar de la primera antífona se reza el Salmo 102:

Coro: Bendice, alma mía, al Señor; bendito eres, Señor.

Bendice, alma mía, al Señor y todas mis entrañas a su santo nombre.

Bendice, alma mía, al Señor y no olvides todos sus beneficios.

El que perdona todas tus transgresiones, el que sana todas tus dolencias.

El que salva tu vida de la corrupción, el que te corona con misericordia y favores.

Generoso y misericordioso es el Señor, de larga paciencia y mucha misericordia.

Bendice, alma mía, al Señor y todas mis entrañas a su santo nombre. Bendito eres, Señor.

Este salmo es una hermosísima alabanza de la providencia de Dios, en donde se exalta su bondad ilimitada, su infinita misericordia y su indescriptible amor hacia nosotros.

La Letanía Menor

Diácono: "Más y más, en paz roguemos al Señor." Coro: "Señor, ten pieded."

Diácono: "Ampáranos, sálvanos, ten piedad de nosotros y guárdanos, Dios, mediante tu gracia." Coro: "Señor, ten pieded."

Diácono: "Conmemorando a la Santísima, Purísima, muy Bendita, Gloriosa Señora, nuestra Madre de Dios y siempre Virgen María, con todos los Santos, encomendémonos nosotros mismos y unos a otros y toda nuestra vida, a Cristo Dios." Coro: "A Ti Señor."

El sacerdote dice la oración: "¡Oh, Señor! Dios nuestro, salva a tu pueblo y bendice tu heredad; guarda la plenitud de tu Iglesia, santifica a los que aman la magnificencia de tu Casa: glorifícalos con tu divino poder y no nos abandones a los que ponemos toda nuestra esperanza en Ti."

Sacerdote: "Ya que Tuyo es el poder y Tuyo es el reino, y la fuerza y la gloria, ¡oh! Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos."

En esta glorificación a la Sma. Trinidad reconocemos que Dios es nuestro Soberano y amo absoluto de todo lo que existe, que puede escuchar las rogativas que le habíamos hecho y concedernos lo que le solicitamos.

Segunda Antífona

El coro canta la segunda antífona:

Coro: Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.

Alaba, alma mía, al Señor. Alabare al Señor en mi vida.

Cantare salmos a mi Dios mientras viviere.

No confieis en los príncipes, ni en el hijo del hombre; porque no hay en el salud.

Saldrá su espíritu, volverá a ser polvo; en aquel día perecerán sus pensamientos.

Reinará el Señor para siempre, Tu Dios, oh Sion, por generación y generación.

Coro: "Ahora y siempre y por todos los siglos de los siglos Amén. Salvanos, oh Hijo Unigenito y Verbo Inmortal de Dios, Tú te dignaste para nuestra salvación, encarnarte en la Santa y siempre Virgen María, haciéndote hombre sin dejar de ser Dios, y fuiste crucificado oh Cristo nuestro Dios y pisoteaste a la muerte con tu muerte, siendo siempre una de las personas de la Santísima Trinidad, glorificado con el Padre y el Espíritu Santo."

Este hermoso himno fue cantado por primera vez el día de la inauguración de la Basílica de Santa Sofía, en Constantinopla (ver "Historia de Justiniano" de Georgios Codrinos). Según afirma San Simón de Tesalónica, fue compuesto por San Cirilo, Patriarca de Alejandría, en el año 431, en que se celebraba el Tercer Concilio, Ecuménico. Los historiadores Codrinos y Teofanis opinan que su autor fue el Emperador Justiniano. Lo cierto es que este himno era una enérgica refutación a la herejía de Nestorio y Otika, quienes afirmaban que Jesucristo era solo Hijo de la Virgen María y no era Hijo de Dios. Este himno se canta el Domingo de Pascua y las semanas de renovación y todos los domingos del año. En las grandes festividades se cantan cánticos propios de cada una. Este himno nos recuerda que Jesucristo se encarnó y se hizo hombre de acuerdo a las profecías bíblicas cantadas en las antífonas precedentes. El Verbo Divino es el Hijo de Dios y el Hijo de la Virgen María, conforme al nacimiento corporal.

La Letanía Menor

Diácono: "Más y más en paz, roguemos al Señor." Coro: "Señor, ten piedad."

Diácono: "Ampáranos, sálvanos, ten piedad de nosotros y guárdanos, Dios, mediante tu gracia." Coro: "Señor, ten piedad."

Diácono: "Conmemorando a la Santísima, Purísima, muy Bendita, Gloriosa Señora, nuestra Madre de Dios y siempre Virgen María con todos los Santos, encomendémonos nosotros mismos y unos a otros, y toda nuestra vida a Cristo Dios entreguemos." Coro: "A Ti Señor."

El sacerdote ora: "Tu que nos has concedido estas comunes y unánimes oraciones y prometes que cuando dos o tres están reunidos en tu nombre, concederás sus peticiones, cumple ahora las suplicas de tus siervos como les convenga, concediéndonos en el siglo presente el conocimiento de tu verdad y en el venidero, la vida eterna."

Sacerdote: "Pues eres Dios bondadoso y filántropo y te glorificamos, Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos."

Coro: Amén.

Con este cántico manifestamos que acudimos a Dios para que nos ampare, nos dé sus dones, etcétera, porque conocemos su infinita bondad y misericordia, y al mismo tiempo elevamos nuestra glorificación a la Sma. Trinidad.

Tercera Antífona:

EL CORO CANTA la tercera antífona. Los domingos, en vez de esta tercera antífona se cantan las bienaventuranzas que forman parte del Sermón de la Montaña (Mt 5:2-13). En las grandes festividades se reemplaza por el canto propio de la misma.

Coro: "En tu reino, acuerdate de nosotros, oh Señor, cuando vengas en tu reino.

Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos.

Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.

Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra.

Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.

Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.

Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.

Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán nombrados hijos de Dios.

Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos.

Bienaventurados seréis cuando os injuriaren, persiguieren y, mintiendo, dijeren todo mal contra vosotros por causa mía.

Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa es grande en los cielos; pues así persiguieron a los profetas antes que a vosotros.

La Pequeña Entrada

ANTES DE TERMINAR el coro los cánticos de la tercera antífona, el sacerdote hace tres metanías ante el Altar, toma el Santo Evangelio y lo entrega al diácono, quien lo recibe besándole la mano. Este sale por la puerta norte del Iconostasion precedido de un ayudante llevando una vela encendida, mientras el sacerdote permanece en el santuario, y luego de hacer un pequeño recorrido llega frente a la Puerta Santa, donde se detiene. A todo esto, el sacerdote reza en voz baja: "¡Oh, Soberano, Señor y Dios nuestro! que has establecido en los cielos jerarquías y legiones de Ángeles y Arcángeles para servicio de tu gloria, haz que nuestra entrada sea con la de los Santos Ángeles que con nosotros celebran y glorifican tu Bondad. Pues a Ti pertenecen toda gloria, honor y adoración, ¡oh! Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén."

El diácono que se ha situado frente a la Puerta Santa, dice dirigiéndose al sacerdote:

Diácono: "Bendice, Señor"

Sacerdote: "Bendita sea la entrada de tus santos, ahora y siempre y por todos los siglos de los siglos."

Entonces el diácono levanta en alto el Santo Evangelio y dice:

Diácono: "Sabiduría. De pie."

Esta Entrada con el Evangelio representa la entrada de Jesucristo en la vida pública para enseñar el Evangelio. También representa la predicación del mismo por todo el mundo, realizada por los apóstoles; por eso es que el sacerdote dice: "Bendita sea la entrada de tus santos," refiriéndose a los apóstoles.

La vela encendida que va delante del Evangelio simboliza a San Juan Bautista el Precursor, el que anunció la venida del Redentor después de él, como verdadera luz alumbradora y santificadora de todos los seres humanos.

Las palabras "Sabiduría. Estemos de pie" significan: "He aquí a Cristo, Sabiduría y Verbo Divino, simbolizado por el Santo Evangelio. Por lo tanto, hay que levantarse y quedarse de pie, en señal de respeto." El Santo Evangelio encierra la doctrina del Salvador. "Por El sois en Cristo Jesús que ha venido a seros, de parte de Dios, Sabiduría, Justicia, Santificación y Redención."

Inmediatamente hace la Señal de la Cruz con el Santo Evangelio, indicando ello que debe ser difundido a todo el mundo. A continuación el diácono, juntamente con el coro, canta:

Coro: "Venid, adoremos y postrémonos ante Cristo. Sálvanos, Hijo de Dios, que resucitaste entre los muertos a nosotros que te cantamos aleluya."

Este canto es ligeramente alterado los días domingo. En vez de las palabras "Tú que eres admirable en tus santos" se dice "Tú que has resucitado de entre los muertos," y en los días de fiesta se cambian por otras propias de la misma.

Con este canto se nos pide que adoremos a Jesucristo reconociéndolo como nuestro Rey y Dios poderosísimo.

Mientras tanto, entra el diácono al Santuario y deposita el Santo Evangelio sobre el Altar.

En las grandes festividades en lugar de este cántico se dice el correspondiente, llamado "sodicon." Esta es una palabra griega que significa "la oración que se canta en la Entrada."

Luego el coro canta los troparion del día y del patrono de la Iglesia y termina con el siguiente himno a la Virgen (cuando no se celebra una fiesta que tiene su himno propio, que es casi siempre también dedicado a la Virgen Sma).

Coro: "Oh mediadora de los cristianos, siempre favorablemente acogida, Tú que siempre intercedes ante el creador, no desprecies la voz de los pecadores que te invocan. Tú que eres buena, acude en socorro nuestro. En Tí depositamos nuestra esperanza. Date prisa en interceder por nosotros. Apresúrate a presentar tus súplicas, oh Madre de Dios, que siempre proteges a los que te honran."

Triságion

Diácono: "Roguemos al Señor." Coro: "Señor, ten piedad."

Sacerdote: "Ya que eres santo, Dios nuestro y a Ti glorificamos, Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y siempre, por los siglos de los siglos."

Triságion

Coro: "Amén. Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, ten piedad de nosotros." El Himno se repite tres veces. Luego se añade:

Coro: "Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén." "Santo Fuerte, ten piedad de nosotros."

Este cántico fue introducido en la liturgia en el siglo 5, en la época del Emperador Teodosio y del Patriarca Prokles de Constantinopla. Su nombre "trisagion" viene de dos palabras griegas: "tris" (tres) y "agios" (santo), es decir, el himno en que se nombra tres veces el atributo divino de la santidad. Ha sido tomado de la glorificación de los serafines: "Santo, Santo, Santo es el Señor Dios del Sebaot" (Isaías 6:3). La primera expresión: Santo Dios, se refiere a Dios Padre; la segunda, Santo Fuerte, al Hijo que venció a la Muerte y nos salvó de la esclavitud de Satanás; la tercera, Santo Inmortal, al Espíritu Santo, fuente de Vida Eterna para nosotros.

Durante el canto del mismo, el sacerdote reza en voz baja: "¡Oh, Dios Santo! Tú que reposas en los Santos, que con el Trisagio eres alabado por los Serafines, glorificado por los Querubines y reverenciado por todas las Potestades Celestiales; Tú que trajiste todo a la existencia a partir del no ser; que has creado al hombre a tu imagen y semejanza y lo adornaste con todos Tus dones; Tú que das sabiduría e inteligencia a quien las pide, y que no desprecias a quien peca, sino instituyes el arrepentimiento para su salvación; nos concedes, a tus humildes e indignos siervos, presentarnos en esta hora ante la gloria de tu Santo Ofertorio y ofrecerte la reverencia y glorificación que te es debida: Tú mismo, ¡oh, Soberano! acepta de nuestros labios pecadores, el Trisagio y visítanos con tu bondad; perdónanos todo pecado voluntario e involuntario; santifica nuestras almas y nuestros cuerpos y concédenos que te sirvamos con devoción todos los días de nuestra vida, por las oraciones de la Santa Madre de Dios y de todos los Santos que te han complacido desde el principio de los siglos. Porque eres Santo, ¡oh, Dios nuestro! y a Ti elevamos gloria, Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y siempre por los siglos de los siglos. Amén."

El Trisagion no se canta los siguientes días: Navidad, Epifanía, Pentecostés y sus respectivas octavas, el sábado de Lázaro, el sábado de Gloria, la Semana de Pascua, el miércoles víspera de la Ascensión. En esos días se canta en lugar del Trisagion el himno siguiente: "Vosotros que en Cristo habéis sido bautizados, de Cristo os habéis vestido. Aleluya" (Tres veces).

Este cántico está sacado de la Epístola de San Pablo a los Gálatas (Gál. 3:27). Era costumbre antiguamente que los catecúmenos recibieran el Santo Bautismo en las vísperas de estas grandes festividades y por eso la Iglesia introdujo este cántico dirigido a los recién bautizados, los nuevos hijos de Dios y flamantes miembros de la Iglesia.

El Trisagion tampoco se canta el 14 de Septiembre, Día de la Exaltación de la Santa Cruz, y su octava, y el tercer domingo de Cuaresma. En lugar de él se canta lo siguiente: "Adoramos tu cruz, Señor, y glorificamos tu santa resurrección (tres veces). Gloria al Padre y al Hijo... y glorificamos tu santa resurrección. . . Adoramos tu cruz. . . . "

Epístola y Evangelio

TERMINADOS LOS CÁNTICOS del Trisagion se procede a cantar la "Epístola," que es un trozo escogido de las Epístolas o de los Hechos y luego viene el Evangelio. Aunque es deber de cada cristiano estudiar y meditar personalmente las Sagradas Escrituras en su propia casa, se han incluido también en la liturgia porque sirven para excitarnos a los sentimientos piadosos, recordarnos las verdades de la Fe y nuestras obligaciones de cristianos.

Antes de escuchar la Epístola debemos rezar la siguiente oración interna: "Oh Señor nuestro, Hijo Unico de Dios, Misericordiosísimo, recibe este himno donde te llamamos santo tres veces, como si fuese de tus Potentades Celestiales, abre los oídos de mi mente para aprender las palabras de tu apóstol para salud de mi alma y poder vivir conforme a tus mandamientos, libre de reproche, para tu glorificación."

En esta oración le pedimos a Dios, en primer término, que escuche el himno del Trisagion que le acabamos de cantar; en segundo lugar, que nos ayude a entender bien "las palabras del apóstol" porque lo que se va a leer es un trozo de la Epístola o de los Hechos, libros que contienen la predicación de los apóstoles. Un ayudante se sitúa frente a la Puerta Santa, mirando hacia el Altar con el libro de las Epístolas en la mano, y otro se coloca detrás de él sosteniendo una vela encendida.

Diácono: "Atendamos."

Sacerdote: Paz a todos. Sabiduría.

Esta palabra significa que debemos prestar la máxima atención y permanecer con sumo respeto escuchando la palabra de Dios. El ayudante entonces canta unos versículos de los salmos, terminados los cuales el diácono dice:

Diácono: "Sabiduria."

Con esto el diácono nos dice que las palabras que vamos a escuchar encierran la Sabiduría Divina. El ayudante dice el título de la Epístola. El diácono nuevamente dice "atendamos" y el ayudante se da vuelta hacia los fieles y lee la Epístola. Al término de la misma el sacerdote bendice al ayudante con las palabras:

Sacerdote: "La paz sea contigo." Coro: "Aleluya" (tres veces).

La palabra "aleluya" empleada aquí, es de origen hebreo y significa "alabemos a Dios." Aparece con mucha frecuencia en la Sagrada Escritura. Durante la Epístola el diácono procede a inciensar el Altar, los íconos de Jesús y la Virgen, al sacerdote y a todos los fieles. La lectura de la Epístola ha representado la predicación de los apóstoles, y el incienso que se difunde por todas partes simboliza la propagación de la doctrina de Jesucristo por todo el mundo.

Al mismo tiempo que el diácono está inciensando, y como preparación al Santo Evangelio que va a leerse, el sacerdote reza: "Haz resplandecer en nuestros corazones, ¡oh, Soberano que amas a la humanidad! la inextinguible luz de tu divino conocimiento y abre los ojos de nuestra mente a fin de comprender Tus predicaciones Evangélicas. Infúndenos el temor de Tus bienaventurados mandamientos, para que, venciendo todo desenfreno carnal, llevemos una vida espiritual, pensando y obrando en todo para tu beneplácito. Pues Tú eres la iluminación de nuestras almas y cuerpos, ¡oh, Cristo Dios! y a Ti elevamos gloria junto a tu Padre sin comienzo y a tu Santísimo, Bueno y Vivificador Espíritu, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén."

Aquí el sacerdote pide a Jesucristo que le ayude a él y a nosotros a comprender las enseñanzas del Evangelio porque ellas no son palabras humanas sino del Espíritu Santo, que solamente podemos entender e interpretar correctamente cuando El ilumina nuestras mentes.

Los fieles rezamos: "Oh Rey Celestial hazme digno de oír tus santas palabras con respeto y fervor cuando se lea tu Evangelio, grabándolas en mi corazón; ilumíname para entenderlas y recordarlas siempre, y que me sirvan de guía durante toda mi vida para obtener el reino celestial. Amén."

Diácono: "Sabiduría, estemos con respeto, escuchemos el Santo Evangelio."

Sacerdote: "La paz sea con vosotros." Coro: "Y con tu espíritu también."

Diácono: "Lectura del Santo Evangelio según San . . ." Coro: "Gloria a Ti, Señor, gloria a Ti."

Se canta esta glorificación como exteriorización de la reverencia nuestra ante las divinas palabras que van a leerse

Diácono: "Estemos atentos."

Y lee el Santo Evangelio de pie en la Puerta Santa o en el trono Episcopal, de cara a los fieles terminado el cual, el coro canta nuevamente. La vela que permanece encendida delante del Evangelio significa que las palabras de Dios son la luz del mundo: "Tus palabras, Señor, son la luz en mi camino que ilumina mis pasos" (Sal. 118:105).

Coro: "Gloria a Tí, Señor, gloria a Tí."

La Letanía de la

Ferviente Suplica

Diácono: "Digamos todos, con toda el alma y con todo nuestro pensamiento, digamos. Coro: "Señor, ten piedad."

Diácono: "Señor Todopoderoso, Dios de nuestros padres, te rogamos, escucha y ten piedad."

Coro: "Señor, Ten piedad."

Diácono: "Ten piedad de nosotros, Dios, por tu gran miseriocordia, escucha y ten piedad."

Coro: "Señor, ten piedad" (tres veces se repite a cada nueva invocación).

En estas peticiones solicitamos a Dios que tenga piedad de nosotros perdonando nuestros pecados, y que nos conceda su gracia. Mientras tanto el sacerdote, parado ante el Altar, reza la plegaria siguiente: "Oh Señor Dios nuestro, dígnate escuchar esta fervorosa súplica que te dirigen tus siervos. Ten piedad de nosotros conforme a la inmensidad de tu misericordia; y derrama tu gracia sobre nosotros y sobre todo tu pueblo que espera de Tí infinita misericordia."

Con esta plegaria pide a Dios que acepte de nosotros nuestras súplicas, perdone nuestros pecados y nos otorgue sus dones. A continuación el diácono dice en alta voz:

Diácono: "Aún oremos por el Episcopado Ortodoxo de la Iglesia Rusa, por Nuestro Señor Ilustrísimo, Metropolitano Vitaly, Primado de la Iglesia Rusa en el Extranjero, por Nuestro Señor Ilustre Obispo Alejandro y por todos nuestros hermanos en Cristo."

En estas dos peticiones se nos invita a rogar por todos los cristianos ortodoxos. También por el Jefe de nuestra Iglesia y por todos los sacerdotes y religiosos, haciendo lo que decía San Pablo, quién pedía a los cristianos que rezaran por él: "Os exhorto, hermanos, por nuestro Señor Jesucristo y por la caridad del Espíritu, a que me ayudéis en esta lucha, mediante vuestras oraciones a Dios por mí." (Romanos 15:30).

Diácono: "Aún oremos por el sufriente país Rusia, y por su pueblo ortodoxo que está en la Patria y en la diáspora, y por su salvación."

Diácono: "Aún oremos por este país, sus autoridades y sus fuerzas armadas."

Diácono: "Aún oremos a Dios, Señor Nuestro, por la liberación de su gente de los enemigos visibles e invisibles, pero en nosotros, confirmar la unidad de criterios, el amor fraterno y la devoción."

Diácono: "Aún oremos por nuestros hermanos sacerdotes, monjes y por toda nuestra hermandad en Cristo."

Diácono: "Aún oremos por los bienaventurados y siempre memorados santísimos Patriarcas ortodoxos, por los fundadores de este santo templo y por todos los padres y hermanos ortodoxos que ya desscansan y yacen aquí y en todas partes."

Diácono: "Roguemos también para que Dios tenga misericordia y de vida, paz, salud y salvación a todos los siervos de Dios que habitan esta ciudad (pueblo, provincia, región, diócesis) y para que los visite y les perdone sus pecados."

Diácono: "Aún oremos por los portadores de ofertas y bienhechores en este Santo y Honorable templo; por quienes trabajan, cantan y están presentes, esperando de Ti gran y abundante misericordia."

El Sacerdote ora: "Señor Dios Nuestro, acepta esta aplicada oración de tus siervos y apiádate de nosotros por Tu inmensa misericordia y otórganos tu generosidad a nosotros y a toda Tu gente, que de Ti espera abundantes gracias."

Sacerdote: "Pues eres bueno y filántropo Dios y te glorificamos, Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos."

Con estas últimas palabras manifestamos que todo lo que habíamos solicitado anteriormente fue pedido a Dios, porque sabemos que Él es el Dios Omnipotente, que nos puede dar todo lo que le solicitamos en virtud de su misericordia infinita, y a Él corresponde que tributemos nuestras alabanzas y glorificaciones.

Con esto finaliza la Liturgia de los Catecúmenos.

Letanía de los Catecúmenos

Diácono: "Orad al Señor , catecúmenos." Coro: "Señor, ten piedad."

Fieles, roguemos por los catecúmenos, para que el Señor se apiade de ellos.

A fin de que el Señor tenga piedad de ellos.

Para que les instruya en la Palabra de la Verdad.

Para que les revele el Evangelio de la justicia.

Para que les una a su Santa Iglesia Católica y Apostólica.

Sálvalos, ten piedad, ampáralos y guárdalos, Dios, mediante tu gracia.

Catecúmenos, inclinad vuestras cabezas al Señor.

Coro: "A Tí, Señor."

El sacerdote ora: "Señor Dios nuestro, que moras en las alturas y consideras a los humildes, que has enviado para la salvación del genero humano a tu hijo unigénito y Dios nuestro, Jesucristo, mira a tus siervos los catecúmenos que ante ti han doblado la cerviz; concédeles en la plenitud del tiempo el baño de regeneración, la remisión de pecados y la vestidura de incorruptabilidad. Unelos a tu Santa Iglesia Católica y Apostólica y cuéntalos entre el numero de tu rebaño escogido."

Sacerdote: "Para que ellos también glorifiquen tu honorabilísimo y magnífico nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos." Coro: "Amén."

Liturgia de los Fieles

ES LA PARTE ESENCIAL DE LA MISA. En ella desciende el Espíritu Santo para santificar a todo lo que hay en la Iglesia: sobre el sacerdote, sobre nosotros, y sobre las oblaciones, para convertir sus sustancias en el Cuerpo y la Sangre del Salvador. Es por lo tanto la parte más santa y solemne, y a la cual tenemos obligación de presenciar íntegramente.

En la Iglesia primitiva no se permitía la presencia de catecúmenos y penitentes durante esta parte de la Misa, por no considerárselos dignos de ello; únicamente podían permanecer los fieles, es decir, los que eran miembros efectivos de la Iglesia, y de allí el nombre de Liturgia de los Fieles con que se la designa.

En consideración a que en ella debía reinar la más absoluta piedad y recogimiento, no se permitía a los fieles la entrada a la Iglesia una vez comenzada la misma, porque además de perturbar y distraer a los de adentro, era una falta de reverencia al Santo Sacrificio. Así lo establecieron los Apóstoles, disponiendo que al comienzo debían situarse los diáconos en las puertas de los hombres, y los subdiáconos en las puertas de las mujeres para impedir que nadie entrara ni saliera.

En la Liturgia de los Fieles tenemos dos cosas principales: la Transubstanciación de las Ofrendas y la Comunión, que dan lugar a las dos partes principales.

Letanía

Diácono: "Todos los catecúmenos, salid. Catecúmenos, salid. Todos los catecúmenos, salid: para que ninguno de los catecúmenos sino sólo los fieles, más y más en paz oremos al Señor."

Coro: "Señor, ten piedad."

Diácono: "Ampáranos, sálvanos, ten piedad de nosotros y guárdanos, Dios, mediante tu gracia."

Coro: "Señor, ten piedad."

Diácono: "Sabiduria"

El sacerdote reza: "Ee damos gracias, Señor Dios de los poderes, porque nos as concedido estar ahora ante tu santo Altar y postrarnos implorando tu compasión por nuestros pecados y por las ignorancias de tu pueblo. Recibe, oh Dios, nuestras plegaria y haznos dignos de ofrecerte oraciones, suplicas y sacrificios incruentos por todo tu pueblo. Capacítanos a los que has colocado en este tu ministerio, por el poder de tu Santo Espíritu, para que, irreprensibles y sin ofensa, en testimonio de limpia conciencia, te invoquemos en todo tiempo y lugar; a fin de que, escuchándonos nos muestres misericordia por la grandeza de tu bondad."

Sacerdote: "Ya que a Ti corresponden toda gloria, honor y prosternación, Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos." Coro: "Amén."

Letanía

Diácono: "Más y más en paz roguemos al Señor." Coro: Señor, ten piedad."

Diácono: "Ampáranos, sálvanos, ten piedad de nosotros y guárdanos, Dios, mediante tu gracia."

Coro: "Señor, ten piedad."

Diácono: "Sabiduria."

El Sacerdote ora: "Una vez más volvemos a postrarnos ante Ti y te suplicamos, ¡oh, Bueno! que amas a la humanidad, que consideres nuestra plegaria y purifiques nuestras almas y cuerpos de toda mancha de la carne y espíritu, y permitas que nos presentemos sin pecado y sin condenación ante tu Santo Altar. Concede pues, ¡oh, Dios! también a los que con nosotros rezan, el madurar en la vida, en la fe y en el entendimiento espiritual. Permíteles a aquellos que siempre te sirven con temor y amor, que comulguen sin pecado y sin condenación tus Santos Sacramentos y que sean dignos de tu Reino Celestial."

Sacerdote: "A fin de que, bajo tu poder siempre amparados, te elevemos gloria, Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos." Coro: "Amén."

En la última glorificación, que es el fin de la oración, solicitamos a Dios que nos conserve amparados por Su celestial poder, por estar preparados para ofrecer la glorificación a nuestro Unico y Verdadero Dios en el cual seguiremos creyendo con ferviente fe hasta el fin de los siglos.

Antiguamente, y en el período comprendido entre la Pascua de Resurrección y Pentecostés, los fieles permanecían de rodillas mientras se rezaban estas oraciones, excepto los domingos, en que lo hacían de pie.

En la actualidad esas oraciones han sido abreviadas, debido a que varias partes de la misma se han pasado a las Letanías de la Paz, a la Ektenis, y a otros pasajes de la Misa.

En los primeros tiempos del Cristianismo la Liturgia de los Catecúmenos se celebraba fuera del Altar, el cual permanecía con sus puertas cerradas hasta el comienzo de la Liturgia de los Fieles, o sea hasta el momento del traslado de las ofrendas desde la Prótesis hasta el Altar (Gran Isodon).

Después de estas plegarias el Coro comienza a cantar el himno de los Querubines.

La Gran Entrada

La Gran Entrada es una procesión que se hace en el interior de la Iglesia para trasladar los ofrendas preparadas, desde el lugar de su preparación (la Prótesis), hasta el Altar Mayor para su santificación. El coro comienza a cantar el Querubicon o Himno de los Querubines:

Coro: "Nosotros, que a los Querubines místicamente representamos y a la Trinidad Vivificadora el himno tres veces santo cantamos, en este momento toda preocupación temporal depongamos..."

El himno es tan antiguo que no se conoce a ciencia cierta su autor. Algunos opinan que fue introducido en la Liturgia en la época del Rey Justino el Buen Creyente y del Patriarca Juan Escolástico, hacia el 1593 (Historia Eclesiástica de Georgios Codrinos). Se hizo con el objeto de excitar a los creyentes a los sentimientos piadosos necesarios para presenciar debidamente la gran procesión que va a realizarse. Sabemos que los querubines glorifican continuamente a Dios en el cielo cantando el Himno de la Triple Santificación. Y nosotros al asistir a la celebración del Sacrificio Incruento, ofrecemos el mismo himno.

San Juan Crisóstomo califica a la Iglesia como el hogar de los ángeles, reino de Dios y el mismo cielo (Sermón # 26 de S. Juan Crisóstomo sobre la Epístola 1 de San Pablo a los corintios) y por eso que al asistir a la Iglesia tenemos el deber de glorificar a la Trinidad Vivificante con himnos como éste.

Además de éste, existen otros himnos querúbicos que se cantan en lugar del anterior en ocasiones especiales. En la Liturgia de los Dones Presantificados tenemos el siguiente: "Ahora los Principados y Potestades en los Cielos nos acompañan invisiblemente para adorar al Rey de la Gloria, que ya viene hacia nosotros. Porque he aquí que el Sacrificio Incruento es llevado en procesión. Acerquémonos con fe y amor para que lleguemos a ser partícipes de la Vida Eterna. Aleluya, aleluya, aleluya.

Este himno se asemeja el primero en que nos hace recordar que cuando adoramos a Dios en la Iglesia, al mismo tiempo las Potestades y Principados Celestes, o sea los Angeles, también lo glorifican en el cielo con el Himno de la Triple Santificación. El Jueves Santo se canta el siguiente: "Acéptame hoy como participante de tu Santa Cena, oh Hijo de Dios, porque no revelaré tu misterio a tus enemigos ni te daré el beso falso como Judas, sino que como el buen ladrón, te confieso exclamando: acuérdate de mí, Señor, en tu Reino."

"No revelaré tu misterio a tus enemigos ni te daré el beso de Judas" significa la traición a Jesucristo, es decir, ir a la Iglesia a adorarlo, glorificarlo y consumir su Cuerpo y Sangre, y al mismo tiempo tener en la mente la oculta intención de cometer alguna ofensa contra la Ley de Dios.

El Sábado de Gloria se canta el siguiente: "Que todo mortal guarde silencio y esté en pie lleno de temor y contrición sin pensar en ninguna cosa terrenal. Pues el Rey de los reyes, y Señor de los Señores, viene para sacrificarse y entregarse como alimento a los fieles. Delante de Él van los coros de ángeles con todos los Principados y Potestades, los querubines de múltiples ojos, y los serafines de seis alas cubriéndose sus rostros y cantando el Himno. Aleluya, aleluya, aleluya."

Mientras se canta el himno querúbico debemos rezar en silencio la siguiente frase del Salmo 50: "Apiádate de mí, oh Dios, según tus piedades..."

A la cual agregamos la siguiente oración: "¡Oh Dios, Jesucristo, Dios nuestro, Tú que quisiste ser crucificado y morir para nuestra salvación, arranca de mí lágrimas de arrepentimiento, y hazme digno de adorarte con fervor cuando pasen tus santos dones, Tú que estás en el trono celestial con el Padre y el Espíritu Santo. Y ayúdame a merecer todas tus gracias y confesarte con dolor porque Tú eres nuestro Dios y Salvador. Escúchame, oh Misericordioso y haz que tenga un fin piadoso para merecer estar a tu diestra en el Día del Juicio, cuando oiga tu dulce voz diciendo: Venid benditos de mi Padre..."

Mientras nosotros rezamos esta oración, el sacerdote reza esta otra: "Ninguno de los que gimen bajo el yugo de la concupiscencia y de los placeres de la carne es digno de presentarse ante Tí, de acercarse a Tí, y de servirte, oh Rey de la Gloria, porque tu servicio es grande y temible, hasta para las Potentades Celestiales. Sin embargo, movido por tu inefable e inconmensurable amor para con los hombres, has tomado real y verdaderamente la naturaleza humana, te has constituido en nuestro Pontífice, y como Señor de todas las cosas, nos has confiado la celebración de este sacrificio litúrgico e incruento."

"Tú solo, Dios nuestro, reinas en el cielo y en la tierra. Tú eres el único Santo que descansas en tus santos. Te imploro pues a Tí, único Bondadoso y dispuesto a escuchar a los que te invocan, que eches una mirada sobre mí, pecador e inútil servidor tuyo. Purifica mi alma y mi corazón de toda mancha, y hazme digno por la virtud del Espíritu Santo, a mí que soy revestido por la gracia del sacerdocio, de presentarme ante esta Santa Misa y de consagrar a tu Inmaculado Cuerpo y a tu Preciosísima Sangre. A Tí me presento con la cabeza inclinada y te suplico: no apartes de mí tu rostro ni me arrojes del número de tus servidores, antes bien, dígnate permitirme ofrecer estos dones, aunque sea pecador indigno. Porque Tú eres el que ofrece y el que es ofrecido, el que recibe y el que es distribuido; y hacia Tí elevamos nuestras alabanzas juntamente con tu Padre Eterno y tu Santísimo, Bondadoso y Vivificador Espíritu, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. . ."

Terminada la inciensación, si el celebrante es un obispo, parado en la Puerta Santa, de cara a los fieles, bendice el agua que se le ofrece y se lava las manos, indicando con ello que él, los sacerdotes y los fieles deben purificarse de sus pecados.

El sacerdote y el diácono se dirigen ahora hacia la Prótesis; cuando el coro que está cantando el Querubicón, llega a las palabras: "para prepararnos a recibir al Rey del cielo y de la tierra," le dice el diácono al sacerdote: "Levanta, Señor." Entonces el sacerdote levanta el kalima grande y se lo coloca al diácono sobre los hombros diciendo: "Levantad vuestras manos hacia el Santuario y bendecid al Señor" (Salmo 133:2).

Enseguida levanta la Patena cubierta por encima de la cabeza del diácono, quien la sostenía en esa posición, diciendo: "Subió Dios con alegría con la voz de las trompetas celestiales."

Luego toma el Cáliz cubierto en su mano derecha, y da comienzo la procesión. Integran la misma: dos ayudantes llevando sendas velas encendidas, detrás un ayudante que lleva una cruz, viene luego el diácono con la Patena seguido de un ayudante portando una pantalla con la figura de un querubín, luego el sacerdote con el Cáliz precedido de un ayudante que va echándole incienso y seguido de otro, con otra pantalla de un querubín.

Después de hacer un recorrido por el interior del templo, la Procesión se detiene frente a la Puerta Santa. Durante el recorrido el diácono dice:

Diácono: "Que el Señor nuestro Dios se acuerde en su reino celestial de todos vosotros, ahora y siempre y por los siglos de los siglo."

Esta rogativa dirigida al Salvador, está tomada de las palabras del ladrón arrepentido: "Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino." Si el recorrido de la procesión es extenso, en vez de ella se reza lo siguiente:

Diácono: Por el Santo Sínodo Episcopal de la Iglesia Ortodoxa Rusa en el Extranjero, por nuestro Metropolitano Vitaly, el Obispo Alejandro, que el Señor Dios se acuerde en su Reino en todo tiempo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos.

Sacerdote: Por la nación (nombre), sus gobernantes, ejércitos, sus soldados que aman a Cristo y su pueblo, que el Señor Dios se acuerde en su Reino en todo tiempo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos.

Por el orden sacerdotal y monástico; por todos los perseguidos por la fe ortodoxa; los fundadores, bienhechores, hermanos y feligreses de este santo templo; todos vosotros y por todos los verdaderos cristianos, que el Señor Dios se acuerde en su Reino, en todo tiempo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos.

Esta imponente e impresionante procesión con la oración secreta que le sigue constituye el ofertorio en la liturgia bizantina, es decir, llevamos al Altar de Dios el pan y el vino para que Él los convierta en el Cuerpo y Sangre de su Hijo. En este momento el sacerdote representa a Jesucristo marchando con la cruz camino del Golgota, la ida voluntaria de Jesucristo al sacrificio; y el Altar, hacia el cual se dirige la procesión, simboliza el Golgota; por otra parte el diácono y el sacerdote representan al mismo tiempo a José de Arimatea y Nicodemo llevando el cuerpo exánime de Jesucristo (simbolizado por el pan y el vino) hacia el sepulcro (representado por el Altar).

Las velas de la procesión significan la luz que Jesucristo irradia sobre las almas y el mundo, pues Él es la luz del mundo. La cruz, signo de nuestra fe y del misterio de la pasión y muerte de Jesucristo, simboliza el amor, sacrificio y abnegación de N. Señor por nosotros. Las pantallas nos recuerdan por su parte a los querubines que con sus alas cubrían las tablas de la Ley guardadas en el Arca de la Alianza en el Antiguo Testamento. (x)

Cuando la procesión pasa delante de nosotros, debemos rezar la siguiente oración: "Santo, Santo, Santo, es el Señor Dios de los Ejércitos, Tu gloria llena los cielos y la tierra. Hosanna en las alturas. Bendito sea el que viene en nombre del Señor, Rey de Israel. El Señor Dios se manifestó a nosotros. Hazme digno, Señor, de venerar tus sublimes ofrendas, y conviértelas en alimento perpetuo para mí hasta alcanzar la gloria celestial. Amén."

Si se encuentra presente el Patriarca, o el Metropolitano, o el Obispo, cuando la procesión llega frente al trono donde está sentado, el sacerdote le dirige las palabras siguientes:

Al llegar frente a la Puerta Santa, la procesión se detiene y el sacerdote dice los nombres de las personas vivas o difuntas, a quienes se dedica el fruto de la Misa, o cual fuere la intención por la que se ofrece. El coro termina de cantar el Querubicón interrumpido por la procesión:

Coro: "Amén. Para exaltar al Rey de todos, por órdenes angelicales invisiblemente escoltado. Aleluya, aleluya, aleluya, aleluya."

Mientras el coro está cantando esto, el diácono entra al Santuario y se coloca a la derecha del Altar, siempre con la Patena en alto, y le dirige al sacerdote las palabras siguientes: "Que el Señor se acuerde de tu sacerdocio."

Y el sacerdote, que permanece todavía frente a la Puerta Santa, le corresponde: "Que el Señor se acuerde de tu diaconato."

Entonces el sacerdote entra al Santuario, y pone el Cáliz en el Altar, sobre el Antimensión, recibe la Patena que le entrega el diácono y la coloca también sobre el Antimensión, a la izquierda del Cáliz. Al mismo tiempo va rezando en voz baja lo siguiente: "El noble José bajó del madero a tu Cuerpo Purísimo, lo embalsamó con aromas, lo envolvió en un sudario limpio y depositó en un sepulcro nuevo; pero Tú, oh Cristo nuestro Dios, resucitaste al tercer día, dando al mundo pruebas de tu gran misericordia. Oh Cristo, mientras estabas con tu Cuerpo en el sepulcro, con tu alma en el limbo, y como Dios en el paraíso con el ladrón, estabas también en el trono con el Padre y el Espíritu, llenándolo todo porque eres infinito. Oh Cristo, tu sepulcro que es manantial de Vida, se nos ha manifestado más hermoso que el paraíso, más resplandeciente que todos los palacios reales, fuente de nuestra resurrección."

La colocación de las ofrendas sobre el Altar significa el entierro de Jesús en el sepulcro. Luego el sacerdote quita los kalimas que cubren el Cáliz y la Patena y los deja doblados sobre el Altar. Entonces cubre las oblaciones con el kalima grande, que significa la piedra que cerró el sepulcro.

Enseguida inciensa las oblaciones. El incienso significa las drogas aromáticas con que fue cubierto el cuerpo del Salvador. Al mismo tiempo va rezando lo siguiente, extraído del salmo 50: "Sé benévolo en tu buena voluntad hacia Sión; edifica los muros de Jerusalén. Entonces te agradarás de los sacrificios legales y de la oblaciones y holocaustos, entonces pondrán becerros en tu altar" (vers. 20 y 21).

Veamos qué significado tienen las palabras de este párrafo: "Sión" es la Iglesia, o sea el conjunto de todos los fieles cristianos. "Los muros" son los ministros de Dios, los obispos y sacerdotes que Dios mismo compara con los muros de bronce que guardan la ciudad de Dios, o sea la Iglesia, de los ataques de los enemigos visibles, los hombres, y de los invisibles, los espíritus malignos. (Jer. 1:18 y 15:20). "Los sacrificios legales, las oblaciones y holocaustos" son las profecías sobre el Redentor y su Iglesia. Luego el sacerdote dice, dirigiéndose al Diácono: "Acuérdate de mí, oh hermano que me acompañas en este servicio."

Y el diácono le responde: "Que el Señor se acuerde de tu sacerdocio en su reino celestial, ahora y siempre y por los siglos de los siglos."

Y el diácono se inclina delante del sacerdote tomando en su mano la punta del zoni de éste, diciendo: "Rogad por mí, oh santo señor." Y el sacerdote responde: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra" (Lc. 1:35).

Estas palabras son las que dijo el Arcángel San Gabriel a la Sma. Virgen al anunciarle la milagrosa concepción y nacimiento del Salvador. Y las repite el sacerdote al rogar por el diácono para que lo fortifique el don del Espíritu Santo, porque ello es indispensable para celebrar el Santo Sacrificio.

El diácono repite: "Santo Señor, acuérdate de mí." Y el sacerdote: "Que Dios se acuerde de tu diaconato en su reino celestial."

Si hay un obispo oficiando, no acompaña a la procesión, sino que se queda parado frente al Altar con la cabeza descubierta, hasta que la procesión llegue frente a la Puerta Santa. Entonces toma el inciensario y echa incienso a las ofrendas que sostienen el diácono y el sacerdote, mientras éstos últimos le dicen, cada uno a su turno: "Que el Señor se acuerde en su reino celestial de tu dignidad episcopal, ahora y siempre y por los siglos de los siglos."

Después de inciensarlas, el obispo recibe las ofrendas y las pone en el Altar al mismo tiempo que pide a Dios recuerde a los vivos y a los muertos.

Letanía

Ya colocadas las ofrendas sobre el Altar, el diácono sale y se para frente a la Puerta Santa y dice:

Diácono: "Completemos nuestras peticiones al Señor." Coro: "Señor, ten piedad."

Diácono: "Por los honorables dones ofrendados, roguemos al Señor."

Con estas palabras pedimos al Señor que santifique las oblaciones que hemos llevado al Altar, es decir, que sean transubstanciadas en el Cuerpo y Sangre divinos de su Hijo.

Diácono: "Por este Santo Templo y por los que, con fe, devoción y temor de Dios, entran en él, roguemos al Señor."

"Para que seamos librados de toda aflicción, ira y necesidad, roguemos al Señor."

En esta importante oración el sacerdote pide en primer lugar que lo haga digno de ofrecer el

Santo Sacrificio. Y además pide que descienda el Espíritu Santo sobre las oblaciones para convertirlas en el Cuerpo y la Sangre inmaculadas de su Hijo, y sobre él y nosotros, para santificarnos.

Diácono: "Ampáranos, sálvanos, ten piedad de nosotros y guárdanos, Dios, mediante tu gracia."

Diácono: "Que todo este día sea perfecto, santo, en paz y libre de pecado, pidamos al Señor."

Coro: "Señor, concédelo" (Se repite a cada nueva súplica).

"Un ángel de paz, guía fiel, custodio de nuestras almas y de nuestros cuerpos, pidamos al Señor."

"El perdón y la remisión de nuestros pecados y transgresiones, pidamos al Señor."

"Lo bueno y conveniente a nuestras almas y la paz del mundo, pidamos al Señor."

"El tiempo restante de nuestra vida terminar en paz y con arrepentimiento, pidamos al Señor."

"El fin cristiano de nuestras vidas, exento de dolor, de vergüenza, en paz y una buena respuesta ante el temible tribunal de Cristo, pidamos al Señor."

Pedimos esto porque no le vale para nada a uno pasar la vida sacrificándose por amor a Dios si el fin de la misma no es cristiano. Por eso la muerte debe encontrarnos siempre firmes en la fe y la virtud, para poder comparecer sin vergüenza ante el Juzgador Divino.

Diácono: "Conmemorando a la Santísima, Purísima, muy Bendita, Gloriosa Señora, nuestra Madre de Dios y siempre Virgen María con todos los Santos, encomendémonos nosotros mismos y unos a otros, y toda nuestra vida a Cristo Dios entreguemos."

Coro: "A Tí, Señor."

El sacerdote reza: "Señor, Dios Omnipotente, Tú el único Santo, que te dignas aceptar el sacrificio de alabanza de aquellos que te invocan de todo corazón, dígnate acoger estas súplicas que te dirigimos nosotros pecadores, y elévalas a tu Santo Altar. Haznos dignos de ofrecerte los dones y sacrificios espirituales por nuestros propios pecados y los errores de tu pueblo. Haznos la gracia de serte gratos para que te agrade nuestro sacrificio y que el don de tu Santo Espíritu descienda sobre nosotros, sobre estos dones que te ofrecemos y sobre todo tu pueblo."

Sacerdote: "Por las generosidades de tu Unigénito Hijo, con quien eres bendito, junto con tu Santísimo, Bueno y Vivificador Espíritu, ahora y siempre y por los siglos de los siglos."

Coro: "Amén."

Aquí solicitamos que Dios nos otorgue todas las gracias por mediación de su Hijo, porque toda la virtud de las rogativas está en la intercesión del Hijo ante su Padre Eterno: "Pero sé que cuanto pidas a Dios, Dios te lo otorgará" (Jn. 11:22).

El Beso de Paz

Sacerdote: "La paz sea con todos."

El sacerdote repite varias veces esta hermosa expresión, tomando el ejemplo de Jesucristo, Quien acostumbraba saludar a sus discípulos con frases tales como: "La paz para vosotros," "Con la paz te despido," "La paz os doy," etc.

Coro: "Y con tu espíritu."

Diácono: "Amémonos unos a otros, hasta que, en unidad de pensamiento, confesemos."

No es posible que haya paz en un espíritu que odia al prójimo. Debe reinar la armonía y el amor entre todos los cristianos, tal como lo mandó N. Señor Jesucristo (Tm. 5, 23:25). Antiguamente los sacerdotes acostumbraban besar las oblaciones en este momento, y luego al obispo si se encontraba presente, y luego se besaban entre ellos (Beso de Paz). Lo mismo hacían los fieles, hombres con hombres y mujeres con mujeres, diciéndose: "La paz sea contigo," y respondiéndose "Y con tu espíritu también" (Libro "Ordenes Apostólicas," tomo 8, Ras. 11). Este Beso de Paz era el símbolo de la unión en Cristo y del amor al prójimo. Actualmente esta costumbre se ha dejado entre los fieles, pero sigue existiendo entre los sacerdotes.

Coro: "Al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo. Trinidad consubstancial e indivisible."

Con esto declaramos solemnemente que se debe confesar a la Santísima Trinidad de todo corazón, lo cual se hace a continuación en el Credo, compendio de nuestra fe, y que trata principalmente de las tres Divinas Personas de la Santísima Trinidad.

Credo

MIENTRAS EL CORO CANTA, el sacerdote hace tres letanías con la siguiente invocación: "Yo te amo a Ti, Señor, fortaleza mía, el Señor es mi roca, mi ciudadela, mi refugio" (Sal. 17:2-3). Y luego dice en alta voz:

Diácono: "Las puertas, las puertas. Con sabiduría, atendamos."

Las palabras "las puertas, las puertas" iban dirigidas en la primitiva Iglesia a los que guardaban las puertas del Templo a fin de impedir que los paganos o catecúmenos entraran durante este solemne momento. Pero en la actualidad estas palabras han perdido su significado primitivo, ya que las puertas de la Iglesia permanecen siempre abiertas, permitiéndose la entrada a cualquier persona. Hoy, ellas van dirigidas a los fieles presentes indicándoles que deben guardar las puertas de sus almas para no dejar penetrar ningún pensamiento pecador.

Las palabras "estemos atentos a la Sabiduría," significan que se debe prestar la máxima atención al Credo que se reza a continuación, porque la verdadera sabiduría está en los sublimes dogmas que éste contiene.

A continuación se recita el Credo por una persona respetable o por alguno de los integrantes del coro. El Credo es muy antiguo y fue establecido por el Primer Concilio de Nicea, celebrado en 325, y en el segundo de Constantinopla en 381, convocados para combatir las herejías de Arrio y de Macedonio, respectivamente.

Todos los presentes:

Creo en un solo Dios, Padre Omnipotente, Creador del Cielo y de la Tierra, de todo lo visible e invisible.

Y en un solo Señor Jesucristo, Hijo Unigénito de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos: luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, nacido, no hecho, Consubstancial al Padre por quien todo fue hecho.

Quien, por nosotros los hombres y por nuestra salvación, bajó de los cielos y se encarnó del Espíritu Santo y de María, la Virgen, y se hizo hombre.

Fue crucificado por nosotros, bajo Poncio Pilatos; y padeció y fue sepultado.

Y resucitó al tercer día, según las Escrituras.

Y ascendió a los cielos y está sentado a la derecha del Padre.

Y vendrá otra vez con gloria, para juzgar a los vivos y a los muertos y su reino no tendrá fin.

Y en el Espíritu Santo, Señor, Vivificador, quien del Padre procede y quien con el Padre y el Hijo es conjuntamente adorado y glorificado, que habló por los profetas.

Y en una Iglesia, santa, católica y apostólica.

Confieso un solo bautismo para el perdón de los pecados.

Espero la resurrección de los muertos.

Y la vida del siglo venidero. Amén.

El historiador Teodorinos en su Historia Eclesiástica, tomo 2, págs. 22 a 42, refiere que el obispo recitaba el Credo una vez al año, el Jueves Santo. Tomando el ejemplo de la iglesia antioqueña y para preservación de los fieles de las doctrinas heréticas, el Patriarca Timoteo de Constantinopla dispuso, en la época del Emperador Anastasio (muerto en 515), que se cantara el Credo en todas las misas que se celebraran. Más tarde se limitó a su recitado, sin cantarlo; sin embargo la iglesia rusa conserva hasta hoy la costumbre de cantarlo con todo fervor.

Antes de comenzar a recitarse el Credo, se abre la Puerta Santa. Esto indica la fuga de los guardias del sepulcro de Jesús. Mientras se reza el Credo el sacerdote agita el kalima grande encima de las oblaciones. Esta ceremonia tiene su simbolismo; "Se levanta el kalima, dice S. Germano, para simbolizar el levantamiento de la piedra del sepulcro; se agita, para significar el terremoto cuando la resurrección de Jesús."

Cuando en el Credo se llega a las palabras: "... y resucitó al tercer día. . . " se dobla el kalima grande y se pone sobre el lado derecho del Altar: recuerda que el ángel removió la gran piedra que cerraba el sepulcro (Mt. 28:2).

Mientras tanto, el sacerdote permanece con la cabeza inclinada bajo el velo en agitación, manifestando así su firme fe en los sublimes dogmas del Credo; al mismo tiempo representa a Jesucristo muerto en el sepulcro.

Finalizado el Credo, todos los fieles rezamos en voz baja la oración siguiente: "Oh Rey Celestial, ilumíname en el contenido de este Santo Credo, para que yo conozca, ayudado por tu Amor, el contenido de los artículos de la Fe Ortodoxa y pueda observar, con el auxilio de tu gracia, una conducta irreprochable, y merecer al final las gracias prometidas con los coros angelicales. Amén."

Santificación

de las Ofrendas

 

ESTÁ PRÓXIMO YA el momento del Santo Sacrificio.

Diácono: "Estemos de pie bien, estemos de pie con temor, atendamos, para la Santa

Oblación en paz ofrecer."

Estas palabras nos recuerdan que está ya Próximo el momento del sublime sacrificio, y que por lo tanto, debemos permanecer con la devoción, recogimiento y reverencia debidas, y con la paz en nuestras almas, porque sin esa paz nuestra acción será imperfecta y no agradará al Señor.

Coro: "La misericordia de la paz, el sacrificio de la alabanza."

Veamos qué significado tienen estas palabras. Para entenderlas debemos recordar que el pecado original trajo como consecuencia la enemistad entre Dios y nosotros, y que la reconciliación, es decir, el restablecimiento de la paz sólo fue posible mediante el sacrificio de la Cruz. Con la expresión: "la misericordia de la Paz" hacemos referencia al Sacrificio que vamos a ofrecer sobre el Altar, repetición de aquél de la Cruz, y lo llamamos así porque es el que nos concede la paz, y proviene de la inmensa misericordia de Dios. También la expresión: "el sacrificio de la alabanza," se refiere a la Oblación que vamos a ofrecer, y la designamos así porque por medio de ella elevamos nuestra alabanza al Creador por su gracia, su misericordia y su infinito amor hacia nosotros.

Sacerdote: "La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios Padre y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros."

Con estas hermosas palabras el sacerdote nos bendice pidiendo para nosotros una sacra dádiva de cada una de las tres Personas de la Santísima Trinidad: La gracia de nuestro Señor Jesucristo, o sea que la Redención tenga frutos en nosotros; el amor de Dios Padre: porque no podemos sentir mayor gozo que sentirnos amados por nuestro Padre Celestial; el don del Espíritu Santo, que nos santifica, nos da vida y nos convierte en fortalezas del Cristianismo. (Al llegar a las palabras, "sean con vosotros" el sacerdote se da vuelta hacia los fieles, levantando sus manos al cielo).

Coro: "Y con tu espíritu."

Por boca del coro pedimos al cielo que otorgue también a nuestro sacerdote los mismos dones que él ha solicitado para nosotros.

Sacerdote: "Elevemos los corazones."

Coro: "Los tenemos al Señor."

Sacerdote: "Demos gracias al Señor."

El sacerdote nos invita a que agradezcamos debidamente al Señor el prodigioso milagro que, por su infinito amor y misericordia para nosotros, nuevamente va a realizar sobre el santo Altar. Toma así el ejemplo de Jesucristo en la Ultima Cena, Quien antes de convertir las sustancias del pan y del vino en su propio Cuerpo y Sangre, agradeció debidamente a su Padre Celestial.

Canon

Coro: "Digno y justo es adorar al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Trinidad consubstancial e indivisible."

MIENTRAS EL Coro estaba cantando, el sacerdote agita el kalima encima de las ofrendas, para simbolizar el vuelo de los ángeles invisibles que rodean el Altar, y reza en voz baja la Oración de la Santificación (algunas partes de las cuales dice en voz alta): "Es digno y justo adorarte, bendecirte, loarte, agradecerte e inclinarse ante Tí, dondequiera que esté tu potestad; Tu eres un Dios inefable e inescrutable, invisible e inconcebible, eterno e inmutable, con tu Hijo Unico y tu Espíritu Santo. Tú nos has sacado de la nada y otorgado la vida, y cuando hemos caído, nos has levantado, y no cesas de ponerlo todo en obra para llevarnos al cielo y darnos tu reino futuro. Por todo eso, por todos tus beneficios, los que conocemos y los que ignoramos, los manifiestos y los ocultos, te damos gracias, así como a tu Hijo Unico y a tu Espíritu Santo. Te las damos también, por este ministerio que te has dignado entregar en nuestras manos, aunque tengas siempre a tu servicio millares de arcángeles y legiones de ángeles, querubines y serafines cubiertos con sus alas..." (y continua en alta voz) :

Sacerdote: "Que con el Himno de la Victoria cantan, exclaman, proclaman y dicen:

Al mismo tiempo que el sacerdote dice lo anterior, el diácono levanta el Asteriskos de la Patena y haciendo la Señal de la Cruz con él, lo besa y lo pone sobre los kalimas. Indica así como que el Santo Sacrificio se va a ofrecer a la vista de todos los fieles, no en forma oculta como la adoración que tributaba Moisés en la Tienda del Testimonio. Y el coro canta entonces el bellísimo Himno de la Victoria, también llamado Agios.

Coro: "Santo, Santo, Santo, es el Señor Sabaoth, llenos están el cielo y la tierra de Tu gloria: ¡Hosanna en las alturas! Bendito sea el que viene en nombre del Señor: ¡Hosanna en las alturas!"

Este hermosísimo y conmovedor himno con que glorificamos al Señor, consta de dos partes. La primera: "Santo, Santo. . . ," es la que cantan los serafines ante el trono celestial (Is. 6:3), con la cual alaban jubilosamente a Dios. Lo distinguen con la palabra "Santo," porque Él es el Santo por excelencia, y con ella denotan la inmensa diferencia de la divinidad con los seres creados; lo llaman "Dios de los Ejércitos" por ser el señor de todos los poderes celestiales y terrenales, espirituales y materiales; y reconocen que el cielo y la tierra, desbordantes de su gloria, manifiestan, atestiguan y proclaman la infinita grandeza y majestad de su Creador.

La segunda parte: "Hosanna en las alturas" es lo que cantaba el pueblo Judío cuando la entrada triunfante de Jesucristo en Jerusalén (Domingo de Ramos), pocos días antes de ser sacrificado, cuando lo recibieron creyendo que venía a dominar como un rey temporal.

Y cuando se canta este himno, que es sin duda el más hermoso y solemne de la Misa, debemos tener en cuenta que también los ángeles del cielo se unen a nosotros para tributar juntos nuestras alabanzas y glorificaciones al Creador. Y al entonar la última parte pensemos que así como el Redentor vino a Jesús aquel Domingo de Ramos para sacrificarse en la Cruz, Él mismo viene también ahora para inmolarse por nosotros sobre el Altar.

Agregaremos que esas cuatro palabras del sacerdote: "cantan, exclaman, proclaman y dicen" tienen su simbolismo: significan los cuatro animales de cuatro aspectos que vieron el profeta Isaías y San Juan Evangelista (Is. 6:2-3; Ap. 7:11-12).

Mientras el coro canta el Agios, es conveniente que digamos con San Juan Crisóstomo: "Ha llegado el momento en que asiste Cristo a adornar esta Patena, porque el que adorno aquella es Quien adorna ésta, pues no es el hombre quien convierte estas especies en Cuerpo y Sangre de Jesús, sino Jesús mismo, el sacrificado por nosotros; porque la misericordia y el poder divinos son los que hacen todo" (Sermón de San Juan Crisóstomo sobre la traición de Judas en el Jueves Santo).

Con esto recordamos que el celebrante sólo realiza la forma de la Transubstanciación, que "la misericordia y el poder divinos son los que hacen todo."

El sacerdote, por su parte, continúa la oración: "Con estas bienaventuradas Potestades, ¡oh! Soberano que amas a la humanidad, también nosotros clamamos y decimos: Santo eres y Santísimo Tú y tu Unigénito Hijo y Tu Espíritu Santo. Santo eres y Santísimo, y magnífica es tu gloria, ya que tanto fue tu amor al mundo que diste a tu Unigénito Hijo, para que todo el que en Él cree, no perezca, sino que obtenga la vida eterna. El cual, habiendo venido y cumplido su misión para con nosotros, en la noche en que fue entregado, o más bien, en que se entregó a Sí mismo por la vida del mundo, tomando el pan en sus santas, purísimas e inmaculadas manos, dándote gracias, habiéndolo bendecido, santificado y partido lo dio a sus santos Discípulos y Apóstoles, diciendo" (y en alta voz):

Sacerdote: "Tomad, comed: éste es Mi Cuerpo que por vosotros es partido para la remisión de los pecados." Coro: "Amén."

Con el "amén" reafirmamos solemnemente que lo que tiene forma de pan en la Transubstanciación es el mismo Cuerpo del Redentor muerto en la Cruz.

Durante el canto del amén, el sacerdote continúa rezando en voz baja:

Sacerdote: "Bebed todos de ella: ésta es mi sangre del Nuevo Testamento, que por vosotros y por muchos es derramada, para la remisión de los pecados."

En la última Cena, el Salvador no sólo entregó su Cuerpo, sino también su Sangre Santísima, para que fuera completa la repetición del sacrificio que ofrecería al otro día en la Cruz. Su Cuerpo lo entregó mientras estaban comiendo (Mt. 26:26 y Mc. 14:22), pero su Sangre la dio después de terminada la Cena (Lc. 22:20 y 1 Corintios 11:25). El búlgaro Teofilktos, en su interpretación de estas palabras divinas, se hace la siguiente pregunta: ¿Por qué dijo el Señor "bebed de él todos vosotros," y cuando entregó su Cuerpo no dijo "comed de él todos vosotros"?

Y él mismo se responde diciendo: "Es que Jesucristo sabía que Judas Iscariote, su entregador, no iba a comer el Cuerpo partido, sino que lo escondería para llevárselo a los judíos y hacerles conocer la afirmación del Redentor de que éso era su propio Cuerpo. Pero también sabía que iba a beber el Cáliz por obligación, porque no podía esconder lo que tenía que beber. Por eso dijo: "bebed de él todos," y no dijo "comed todos."

Estas palabras divinas no se deben pronunciar en voz baja, sino en alta voz, porque así las hemos recibido de Jesús en aquella memorable noche.

Coro: "Amén."

Con estos "amén" exteriorizamos nuestra firme fe de que lo que hay en el Cáliz y la Patena se convertirán en el Cuerpo y Sangre del Señor, y es símbolo de la unificación de los pensamientos y sentimientos de todos los asistentes al templo. Mientras tanto el celebrante ha continuado en voz baja la Oración de la Santificación: "En conmemoración de este mandamiento saludable, de todo cuanto ha sido hecho en favor nuestro: la crucifixión, la sepultura, la resurrección al tercer día, la ascensión al cielo, el descanso a la diestra de Dios Padre, el segundo y glorioso advenimiento..." (y en alta voz):

Sacerdote: "Lo que es tuyo, te lo ofrecemos, de lo que es ya tuyo, con todo y por todo."

Veamos qué significado tienen estas palabras: "Lo que es tuyo," hace referencia a la Santa Oblación, o sea el Cuerpo y Sangre del Salvador. "De lo que es ya tuyo," se refiere al pan y el vino, cosas que pertenecen a Dios porque por Él fueron creadas. "Con todo," quiere decir "con todo nuestro corazón toda nuestra vida." "Por todo," todos los dones y bienes que Dios nos da continuamente. En suma, el significado de este párrafo es el siguiente: que le ofrecemos a Dios el Cuerpo y Sangre de su Hijo, frutos de la Transubstanciación del pan y del vino, y que lo hacemos poniendo todo nuestro corazón y nuestra vida, en reconocimiento de los innumerables bienes que de Él recibimos diariamente.

Coro: "Te alabamos, te bendecimos, te agradecemos y te suplicamos, oh Dios nuestro."

Con estas palabras que pronunciamos por boca del coro, en primer lugar alabamos al Señor, le agradecemos todos los bienes, y le suplicamos fervientemente que haga descender su Espíritu Santo sobre nosotros, para santificarnos, y sobre las oblaciones, para convertirlas en el Cuerpo y Sangre Santísimas de su Hijo.

El momento que sigue es el más santo y grandioso de la misa; mientras el coro sigue cantando, el sacerdote se arrodilla y reza fervorosamente la Epíklesis o Invocación al Espíritu Santo; al término de la misma el Espíritu Santo habrá descendido sobre nosotros para santificarnos, y sobre el Altar para cambiar las substancias del pan y del vino en el Cuerpo y Sangre Santísimos de Cristo.Nosotros también debemos rezar con hondo fervor y fe la Epíklesis: "Señor, que a la tercer hora enviaste tu Espíritu Santo a tus Apóstoles, no nos lo quites, oh Dios de Bondad, más envíanoslo de nuevo a nosotros, te lo suplicamos. "Crea en mí un corazón puro y renueva en mis entrañas el espíritu de rectitud." "No me arrojes de tu presencia y no quites de mí tu Espíritu Santo." "Señor que a la tercer hora..."

El milagro se ha producido: ahora lo que hay en la Patena es el Cuerpo Sacrosanto de Jesucristo, y en el Cáliz, su Sangre Santísima. Y las almas de los que somos dignos, han sido inundadas del Espíritu Santo.Entonces decimos de todo corazón: "Oh Dios, sé propicio a mí, pecador" (Lc. 18:13). "Grandioso es el nombre de la Santísima Trinidad." "Oh Santísima Madre de Dios, ayúdanos."

El celebrante nuevamente se arrodilla, rezando por nosotros.

A fin de que sean para los comulgantes para la vivificación de sus almas, para el perdón de sus pecados, para la comunión de tu Espíritu Santo, para alcanzar la gloria de tu reino celestial, para el acercamiento a Ti, y no para juicio ni condenación."

Memento de los Santos

y de la Sma. Virgen

EL SACERDOTE sigue ahora recordando a los santos: "Te ofrecemos también este Sacrificio Incruento por mediación de los que han fallecido en la fe: nuestros antepasados los Patriarcas, Profetas, Apóstoles, Predicadores, Doctores, Mártires Confesores, Ascetas, y todos los justos fallecidos en la fe."

Sacerdote: "En especial, por nuestra Santísima, Purísima, muy Bendita, Gloriosa, Señora Madre de Dios y siempre Virgen María."

Aquí el sacerdote ha recordado a todos los santos y a la Sma. Virgen, para que por su intercesión Dios acepte el sacrificio de la Sagrada Víctima que se inmola en el Altar.

Coro: "Digno es verdaderamente exaltarte, Progenitora de Dios, siempre Bienaventurada e Inmaculada, y Madre de nuestro Dios. Más venerable que los Querubines e incomparablemente más gloriosa que los Serafines, la que sin corrupción dio a luz a Dios-Verbo, verdadera Madre de Dios, a Ti magnificamos."

En lugar de éste, en las grandes festividades se canta el himno correspondiente. En la Liturgia de San Basilio tenemos el siguiente: "Toda la creación, todas las jerarquías angélicas y todas las razas humanas se regocijan en Tí, oh llena de gracia, templo consagrado, paraíso excelso, gloria de la virginidad, en quien Dios se encarnó y se hizo niño, sin dejar de ser el Dios nuestro que existía desde antes de los siglos. Él hizo de tu seno un trono, y a tus entrañas más vastas que los cielos. Por eso toda la creación se regocija en Tí, y te glorifica, oh llena de gracia."

Mientras el coro canta el Himno de la Virgen, el sacerdote prosigue recordando a los santos (en voz baja): "del santo profeta precursor Juan Bautista, de los santos y gloriosos Apóstoles, de San N..., cuya memoria celebramos hoy, y de todos los santos, por cuyas oraciones, dígnate Señor, visitarnos."

Memento de los

Vivos y los Muertos

EL SACERDOTE REZA ahora por los vivos y los muertos (en voz baja): "Acuérdate también de los que han dormido en la esperanza de la resurrección y de la vida eterna." Y nombra a las personas por las cuales ofrece el Santo Sacrificio, o por las cuales quiere orar. Por los vivos dice: "Por la salvación, la protección, la remisión de los pecados del siervo de Dios N..."

Y por los muertos: "Por el eterno descanso del siervo de Dios N... en el lugar de la luz, donde no existe ni dolor, ni lamentos, ni turbación.""Acuérdate de cuantos hayan fallecido con la esperanza de la resurrección y de la vida eterna. Concédeles descanso en el lugar donde resplandece la Luz de tu Rostro."Te suplicamos, Señor, te acuerdes también de todo el Episcopado Ortodoxo, de todos los que dispensan fielmente la palabra de tu verdad, de todo el orden de los sacerdotes y diáconos y de todo el clero. Te ofrecemos también este Sacrificio místico por el mundo entero, por la Santa Iglesia Católica y Apostólica, y por los que llevan una vida pura y santa; por nuestro Presidente, su gobierno, y el ejército. Dale Señor un gobierno pacífico, para que tengamos, bajo su égida, una vida apacible y tranquila, con piedad y honestidad." Y en alta voz:

Sacerdote: "Primeramente, acuérdate, Señor, del Episcopado Ortodoxo de la Iglesia Rusa, de Nuestro Señor Ilustrísimo Vitaly, Metropolitano de Nueva York y de la Costa Este de los Estados Unidos, Primado de la Iglesia Rusa en el extranjero, y de Nuestro Señor Ilustre Alejandro, Obispo de Buenos Aires, Argentina y Sudamérica, concédelos a Tus Santas Iglesias, en paz, íntegros, honrados, sanos, longevos, y enseñando rectamente la palabra de Tu Verdad."

Según las reglas de la Iglesia, si hay un patriarca oficiando, debe nombrar a los demás patriarcas, el obispo nombra a su patriarca, y el sacerdote a su obispo.

Coro: "Y de todos y de todas."

Estas palabras se refieren a todos los cristianos, que son nuestros hermanos, hombres y mujeres, vivos y muertos. Suplicamos al Cielo se acuerde de ellos, por quienes acaba de rogar el sacerdote.

El sacerdote reza en voz baja: "Acuérdate, Señor, de la ciudad (o pueblo) en que habitamos, de todas las ciudades (o pueblos, comarcas) y de cuantos fieles las habitan. Acuérdate, Señor, de los viajeros de tierra, mar y aire, de los enfermos, los afligidos, los cautivos y de su salvación ... Acuérdate, Señor, de los que ofrecen frutos a tus santas iglesias, de los que las auxilian con sus bienes, de los que no se olvidan de los pobres, y derrama sobre ellos tus gracias." Y en voz alta:

Sacerdote: "Y concédenos, con una sola boca y un solo corazón, glorificar y alabar Tu muy venerable y magnífico nombre, del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos." Coro: "Amén."

Se abre la Puerta Santa, y el sacerdote se da vuelta hacia nosotros para impartir la bendición:

Sacerdote: "Y que las gracias del gran Dios y Salvador Nuestro Jesucristo, sean con todos vosotros." Coro: "Y con tu espíritu también."

Preparación

a la Comunión

Las oraciones y plegarias que siguen son de preparación para recibir dignamente la Sagrada Eucaristía. El diácono sale del santuario y se sitúa frente a la Puerta Santa, mirando hacia ella, y comienza a rezar la Letanía:

Diácono: "Habiendo conmemorado a todos los santos, más y más en paz roguemos al Señor."

Coro: "Señor, ten piedad" (Se repite a cada nueva invocación del diácono).

Diácono: "Por los preciosos dones ofrendados y consagrados, roguemos al Señor."

Diácono: "A fin de que nuestro filántropo Dios, que los ha recibido en Su santo, celestial y místico altar, como aroma de fragancia espiritual, nos envíe la Divina gracia y el don del Espíritu Santo, roguemos."

Aquí se nos invita a rogar nuevamente que el Señor acepte el Sacrificio Incruento que le hemos ofrecido, y que en cambio de él nos dé su divina gracia y el don del Espíritu Santo.

Diácono: "Para que seamos librados de toda aflicción, ira y necesidad, roguemos al Señor."

"Ampáranos, sálvanos, ten piedad de nosotros y guárdanos, Dios, mediante tu gracia."

"Que todo este día sea perfecto, santo, en paz y libre de pecado, pidamos al Señor."

Coro: "Señor, concédelo" (Se repite a cada nueva súplica).

"Un ángel de paz, guía fiel, custodio de nuestras almas y de nuestros cuerpos, pidamos al Señor."

"El perdón y la remisión de nuestros pecados y transgresiones, pidamos al Señor."

"Lo bueno y conveniente a nuestras almas y la paz del mundo, pidamos al Señor."

"Que el tiempo restante de nuestra vida termine en paz y con arrepentimiento, pidamos al Señor."

"El fin cristiano de nuestras vidas, exento de dolor, de vergüenza, en paz y una buena respuesta ante el temible tribunal de Cristo, pidamos."

"Habiendo pedido la unión en la fe y la comunión en el Espíritu Santo, nosotros mismos y unos a otros y toda nuestra vida a Cristo Dios, encomendemos."

Coro: "A Tí Señor."

Estas rogativas, que fueron recitadas ya antes del Credo, se repiten aquí por los grandes beneficios que en ellas se pide; fueron establecidas por los Apóstoles y existieron en todas las antiguas liturgias con casi las mismas palabras.

Y mientras el diácono reza estas rogativas, el sacerdote ora ante el Altar pidiendo al Señor que nos haga dignos de recibir la Santa Eucaristía: "Oh Señor nuestro, amante de los hombres, te ofrecemos nuestra vida entera y nuestra esperanza. A Tí invocamos, rogamos y, suplicamos nos hagas dignos de participar de estos gloriosos y celestiales misterios, de los santos y espirituales Sacramentos de este Altar, con corazones limpios, para el perdón de nuestros pecados y la remisión de nuestras culpas, para recibir el Espíritu Santo, heredar el reino de los cielos, tener confianza en Ti, y no para juicio y condenación."

Sacerdote: "Y haznos dignos, Señor, de que con confianza y sin condenación, nos atrevamos a invocarte, a Ti Dios Padre Celestial y decir."

Padrenuestro

Todos los presentes:

Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad en el cielo como en la tierra. Nuestro pan esencial, dános hoy. Y perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos introduzcas en la tentación, mas líbranos del Maligno.

Esta oración fue recibida del mismo Jesucristo al enseñarnos la forma en que debemos orar (Mt. 6:9; Le. 11:2). Nos enseña a llamar Padre a Dios, no solamente por ser sus criaturas, sino principalmente porque nos hizo hijos suyos por la firme fe en Cristo y por su gracia.

Decimos: "Padre nuestro que estás en los cielos," porque aunque está presente en todo lugar, está también en el reino celestial, en el reino de los ángeles y de los espíritus, donde se cumple su voluntad perfectamente y resplandece su Gloria y Grandeza, siendo por ello el reino celestial el hogar y la gloria de Dios.

La oración divina es la preferida de los hombres por las siguientes razones: Porque no ha sido compuesta ni establecida por hombre alguno, sino por el mismo Dios. Por consiguiente no sólo es la mejor de las oraciones, sino también es la de mayor fuerza y aprecio ante el Señor. Porque fue compuesta por la Sabiduría Divina, el Verbo engendrado, y por eso contiene todo lo que debemos pedir y esperar de Dios, exceptuando lo relativo a nuestras necesidades temporales.(Esta es la versión del Padrenuestro utilizada en los países de habla castellana).

Esta oración se reza en las iglesias desde la época del Salvador cada vez que los cristianos se reunían para orar, como lo atestiguan los padres de la Iglesia. Fue y siempre es considerada como el primer y más perfecto ejemplo de adoración verdadera a Dios. Como es la de composición más correcta y contiene todo lo que el hombre debe pedir para su salvación, los Apóstoles en sus cánones recomendaron a los fieles rezarla siempre, teniendo en cuenta su excelencia y los bienes que de ella derivan.

Sacerdote: "Porque Tuyo es el reino, y la fuerza, y la gloria, del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos."

En esta glorificación manifestamos solemnemente que todos los bienes solicitados en el Padrenuestro son pedidos a Dios, porque a Él pertenecen y a el están sujetos.

Sacerdote: "La paz sea con todos."

La palabra "paz" involucra todos los bienes que el hombre necesita. Con esta expresión el sacerdote pide a Dios que otorgue a los fieles todo lo que le acaban de solicitar en el Padrenuestro y en las peticiones. Y sin duda alguna, quien obtiene todos esos bienes goza de la verdadera paz del alma.

Coro: "Y a tu espíritu."

Con ello los fieles pedimos a Dios que otorgue al sacerdote la misma paz que éste ha solicitado para nosotros.

Diácono: "Inclinad vuestras cabezas ante el Señor."

Como hemos solicitado muchos bienes al Señor de Quien estamos pendientes, es necesario reverenciarlo con sumo honor y respeto por ser nuestro Dios, Señor y Creador, inmensamente rico en bondad y misericordia. Como estamos compuestos de cuerpo y alma, debemos reverenciarlo con las dos cosas. Con el alma ya lo hemos reverenciado por medio de las oraciones y rogativas anteriores, especialmente el Padrenuestro; nos falta reverenciarlo con el cuerpo, inclinando nuestras cabezas, o doblando las rodillas, o haciendo alguna de las señales de piedad que el cuerpo puede realizar. Entonces cuando oímos del sacerdote las palabras anteriores, debemos inclinar devotamente nuestras cabezas, esto si no nos arrodillamos con gran respeto y temor. Además debemos despejar de nuestras mentes todo pensamiento mundano, humillándonos ante el Creador, pensando en el únicamente.

La inclinación de la cabeza durante la misa, es costumbre antiquísima en la Iglesia. Es realizada por los fieles en varios momentos de ella, al recibir la bendición de los sacerdotes u obispos, como también en las oraciones en que se pide la misericordia de Dios, y al final de todas las rogativas.

Coro: "A Tí, Señor."

Significa que ante El inclinamos nuestras cabezas. Mientras los fieles permanecen con las cabezas inclinadas, el sacerdote en voz baja reza lo siguiente: "Oh Rey invisible, te damos gracias porque Tú con tu inmenso poder creaste todos los seres en existencia. Con tu infinita misericordia los hiciste surgir de la nada a la vida. Señor nuestro, mira desde los cielos a todos los que inclinan ante Tí sus cabezas, porque no las inclinan ante carne y sangre, sino ante Ti, Dios nuestro. Danos, pues, a todos, oh Señor, por estos santos misterios y según la necesidad de cada uno, el socorro de tu asistencia, navega con los navegantes, guía a los viajeros, y cura a los enfermos, oh médico de las almas y de los cuerpos."

Aquí el sacerdote agradece a Dios, Rey del Universo, Creador de todas las cosas de la nada, por su abundante misericordia. También solicita a Dios que contemple desde las alturas a los que inclinan sus cabezas, no ante hombres de carne y sangre, sino ante su Majestad Divina, y que les otorgue el bien y la misericordia que necesitan y la salvación final. Y agrega en alta voz:

Sacerdote: "Por la gracia y las generosidades y la filantropía de tu Hijo Unigénito con quien eres bendito, junto con tu Santísimo y Bondadoso y Vivificador Espíritu, ahora y siempre y por los siglos de los siglos."

A continuación, y mientras los fieles continúan con las cabezas inclinadas, el sacerdote reza: "Oh Dios nuestro, Jesucristo, escucha esta plegaria desde tu Santa Morada, desde el trono de tu glorioso reino; ven a santificarnos Tú que estás en las alturas con el Padre, y que estás invisiblemente con nosotros, y acepta darnos con tu preciosa mano tu purísimo Cuerpo y tu generosa Sangre, y por nuestro intermedio a los fieles."

En esta plegaria dirigida a Jesucristo, se pide que escuche nuestras peticione. Al pedir que nos dé con su preciosa mano su Cuerpo y Sangre, damos a entender que es Él mismo Quien nos entrega la Santa Eucaristía por intermedio del sacerdote, y por eso S. Juan Crisóstomo denomina a la Misa: "la cena secreta del Señor."

Fracción del Cuerpo

Se cierra la Puerta Santa. El sacerdote haciendo tres profundas metanías, dice en secreto a cada una: "Señor, ten piedad de mí, que soy pecador." Toma el Cuerpo de Cristo en la mano, e inclinando la cabeza lo levanta por encima de la Patena, diciendo en alta voz:

Diácono: "Atendamos."

Sacerdote: "Lo Santo a los santos."

Dones Santos son el Cuerpo y Sangre de Cristo, y hombres santos son los que se han purificado en la Misa con el fuego del arrepentimiento y el Espíritu Santo, y con esto se significa que la Santa Eucaristía es sólo para los que se han santificado en la Misa, y que no son dignos de acercarse a Ella los que no se han arrepentido ni tienen firme fe en Cristo.

Coro: "Un solo Santo, un solo Señor, Jesucristo, para gloria de Dios Padre. Amén."

Mientras el coro canta, el sacerdote parte el Cuerpo de Cristo con la lanza en cuatro partes, diciendo en voz baja: "Es partido y fraccionado el Cordero de Dios, Hijo del Padre, que se parte pero no disminuye, que siempre se come y nunca se consume, sino que santifica a los que participan de Él."

Aquí el sacerdote imita el ejemplo del Salvador que en la Ultima Cena, partió el Cuerpo. Luego echa en el Cáliz la parte que lleva las iniciales IC. Luego tomando la cucharita de la Comunión la presenta al ayudante quien echa en ella unas gotas de agua caliente.

Comunión

Comunión de los sacerdotes

El coro canta ahora el Quinonicón. Este es un vocablo griego que significa "Canto de la Comunión"; se da este nombre a un versículo propio, del día extraído de los Salmos.

Domingo: "Aleluya. Alabad al Señor en los cielos, alabadle en lo alto" (Salmo 148).

Mientras el coro está cantando el Quinonicón, nosotros rezamos el Salmo 69: "Ven, !oh Dios! a librarme. Apresúrate, ¡oh Dios! a socorrerme y la plegaria siguiente: "Oh Señor Jesucristo, Dios nuestro, Tú que destruiste la muerte por tu muerte y tus padecimientos voluntarios, quita mis penurias, abre mis ojos para conocer la verdad, manifiesta en mí tu inmensa misericordia, otorga en mí pecador, el perdón de mis faltas, consérvame en tu gracia para que en mí siempre habite tu palabra y me convierta en templo de tu Santísimo Espíritu; indícame el camino de la verdadera justicia, ilumina mi alma para seguir una santa conducta con temor a Tí y merecer ir al cielo. Sálvame, oh Jesús, por tu santísimo nombre. Apiádate de mí conforme a tu infinita piedad, porque eres mi Dios y Salvador, y a Tí pertenece la gloria juntamente con el Padre y el Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén."

Mientras nosotros rezamos esto y el coro canta, el sacerdote reza en voz baja las Oraciones Preparatorias a la Comunión: "Señor, yo no soy digno de que Tú entres bajo el techo sórdido de mi alma, más así como te dignaste estar en la gruta y pesebre de los animales irracionales, y así como entraste en la casa de Simón el leproso, y has recibido a la pecadora, cuando mancillada lo mismo que yo, se acercaba a Tí, así también dígnate entrar en el pesebre de mi alma, tan poco razonable, y en mi cuerpo manchado, cadavérico y leproso. Y así como no te repugnó la pecadora, cuando besó tus pies purísimos, así también, oh Señor Dios mío, no tengas repugnancia de mí, pobre pecador, sino hazme digno de recibir tu Cuerpo y Sangre Santísimos, Tú que eres bueno y amante de los hombres."

"Oh Dios nuestro, remite, borra y perdona los pecados que he cometido contra Ti, con o sin consentimiento, por palabra o por acción; perdónamelos todos, oh Tú que eres bueno y amas a los hombres. Por la intercesión de tu Madre Santísima y siempre Virgen, dame la gracia de recibir a tu Santísimo y Purísimo Cuerpo para curación de mi alma y de mi cuerpo. Porque a Tí pertenecen el reino, el poder y la gloria por los siglos de los siglos." Amén.

"Que la recepción de tus santos misterios no se convierta para mí en sentencia y condenación, antes bien, me sirva para la curación de mi alma y de mi cuerpo."

Despues de la comunión el sacerdote dice: Habiendo visto la resurrección de Cristo, postremonos ante el Santo Señor Jesús, el único sin pecado. Adoramos tu Cruz, Cristo, y cantamos y glorificamos tu santa resurrección, porque eres nuestro Dios y no conocemos otro aparte de ti, clamamos a tu nombre.

Venid fieles todos, adoremos la santa resurrección de Cristo, porque he aquí que por la cruz ha venido el regocijo a todo el mundo. Siempre bendiciendo al Señor, cantemos su resurrección. Habiendo sufrido la Cruz por nosotros, por su muerte ha abolido la muerte.

La Comunión

de los fieles

Se abre la Puerta Santa; el diácono toma el Cáliz, y parándose en la Puerta, lo levanta diciendo:

Diácono: "Con temor de Dios y fe acercáos."

Los fieles exteriorizamos nuestro júbilo ante la aparición del Señor, cantando por boca del coro:

Coro: "Bendito sea quien viene en nombre del Señor. El Señor es Dios y se nos ha presentado."

En este momento hacemos una profunda metanía en señal de reverencia y respeto ante la aparición de Jesús Sacramentado. Las anteriores palabras del sacerdote señalan las condiciones que deben tener los que van a comulgar: con temor de Dios, teniendo en cuenta a Quién van a recibir; con amor y gratitud a Dios por habernos enviado a su Hijo como Salvador nuestro, y de amor al prójimo, es decir que no debemos tener en este sagrado momento la más leve sombra de odio o rencor hacia nuestros semejantes.

Sacerdote: Creo, Señor y confieso que, en verdad, eres el Cristo, Hijo de Dios vivo, que has venido al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales soy yo el primero. También creo que éste es Tu inmaculado cuerpo y ésta Tu preciosísima sangre. Por ello te imploro: ten piedad de mí y perdona mis culpas, voluntarias e involuntarias, de palabra o de obra, a sabiendas o en ignorancia, y hazme digno de participar, sin condenación, de tus inmaculados Misterios, para el perdón de mis pecados y para la vida eterna.

A Tu cena mística, Hijo de Dios, recíbeme hoy como invitado, pues no revelaré el misterio a tus enemigos, ni te daré un beso como Judas, mas como el ladrón te confieso, acuérdate de mí, Señor, en Tu reino.

No sea para mí motivo de juicio y condenación la comunión de Tus santos Misterios, Señor, sino para la cura de mi alma y mi cuerpo. Amén.

 

Los que desean comulgar ahora se acercan. Vienen uno por uno y hacen una reverencia con toda contrición y temor, teniendo cruzadas las manos sobre el pecho. Así participan de los divinos misterios.

Los fieles que van a comulgar se acercan cruzando sus brazos sobre el pecho en señal de respeto. Al darles la Eucaristía, el sacerdote dice:

Sacerdote: "Comulga el siervo de Dios (.....) del Precioso y Santo Cuerpo, y de la Sangre de nuestro Señor y Dios y Salvador Jesucristo, para la remisión de sus pecados y la vida eterna."

Y los fieles, en voz baja, rezamos lo siguiente: "Te agradezco a Ti, Rey y Dios Todopoderoso, haberme hecho digno de ver la santificación de nuestras ofrendas, y hazme digno ahora de recibirlas, para la curación de mi alma y de mi cuerpo." Mientras los fieles comulgan, el coro canta lo siguiente:

Coro: "Tomad el Cuerpo de Cristo, gustad de la Fuente Inmortal. Aleluya, aleluya, aleluya"

Terminada la comunión, el sacerdote bendice a todos los presentes, con las palabras:

Sacerdote: "Salva, Dios, a Tu pueblo y bendice Tu heredad."

Aquí la palabra "pueblo" alude a los fieles herederos de las gracias celestiales, los que dignamente se presentan a recibir el Cuerpo y Sangre del Hijo de Dios.

Coro: "Hemos visto la luz verdadera, hemos recibido el Espíritu celestial, hemos hallado la fe verdadera, a la Trinidad indivisible adoremos, ya que ella nos ha salvado."

"Hemos visto la verdadera Luz," significa que hemos podido conocer la verdad evangélica, que es la luz que nos guía en la senda de la virtud y hacia la salvación eterna. Y como hemos tenido fe en Jesucristo y recibido su Cuerpo y Sangre, hemos recibido también al Espíritu Santo. Con esta glorificación expresamos nuestro reconocimiento por los sublimes dones recibidos.

El sacerdote pone el Cáliz sobre el altar, y lo inciensa tres veces diciendo: "Levántate oh Señor, sobre los cielos y sobre la tierra está tu gloria" (Salmo 56, 6).

Toma nuevamente la Patena y el Cáliz, y vuelto hacia los fieles dice en voz baja: "Bendito sea nuestro Dios." Y levantando la voz:

Sacerdote: "En todo tiempo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos."

Esta ultima presentación del Sacramento a los fieles, simboliza la ascensión del Señor. Y esto también es lo que significan las palabras del sacerdote al incienzar tres veces el Cáliz.

El sacerdote traslada los sacramentos a la Prótesis, apartándolos de la vista de los fieles. Recuerda esta ceremonia que cuando Cristo ascendió al cielo, desapareció de la vista de sus discípulos. Nos inclinamos ante el Señor en el momento de la Presentación como lo hicieron los Apóstoles cuando la Ascensión en el Monte de los Olivos, y rezamos la siguiente oración:

Coro: "Amén. Que se cumpla en nuestros labios Tu alabanza, Señor, ya que cantamos Tu gloria, ya que te has dignado permitirnos comulgar Tus santos, divinos, inmortales y vivificadores misterios: consérvanos en Tu santidad, todo el día aleccionados con Tu verdad. Aleluya, aleluya, aleluya."

La Letanía de

Acción de Gracias

Diácono: "Habiendo recibido los divinos, santos, inmaculados, inmortales, celestiales y vivificadores temibles misterios de Cristo, dignamente agradezcamos al Señor."

Estas palabras van dirigidas a los que acaban de comulgar, a fin de que agradezcan a Dios como corresponde por el inmenso Don recibido.

Coro: "Señor, ten piedad."

Diácono: "Ampáranos, sálvanos, ten piedad de nosotros y guárdanos, Dios, mediante Tu gracia." Coro: "Señor, ten piedad."

Diácono: "Que todo este día sea perfecto, santo, en paz y libre de pecado, pidamos; nosotros mismos, y los unos a los otros y toda nuestra vida a Cristo Dios, encomendemos." Coro: "A Tí, Señor."

El sacerdote, haciendo la Señal de la Cruz con el Santo Evangelio sobre el Antiménsion, dice:

Sacerdote: "Ya que Tú eres nuestra santificación, y a Tí glorificamos, al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos." Coro: "Amén."

Diácono: "Salgamos en paz."

Indica que debemos retirarnos de la iglesia con la paz en el alma obtenida mediante la consumición del Cuerpo y Sangre de Jesús.

Coro: "En nombre del Señor." Diácono: "Rogemos al Señor." Coro: "Señor, ten piedad."

Oracion de

Detras del Ambon

El sacerdote sale por la Puerta Santa y frente a la imagen de Jesucristo, reza en alta voz:

Sacerdote: "Señor, que bendices a quienes te bendicen y santificas a quienes en Ti confían, salva a Tu pueblo y bendice a Tu heredad, conserva la plenitud de Tu iglesia, santifica a quienes aman el esplendor de Tu casa: glorifícalos Tú a ellos con Tu poder Divino y no nos abandones a nosotros que en Ti confiamos.

Concede paz a Tu mundo, a Tus iglesias, a Tus sacerdotes y a todo Tu pueblo. Ya que toda gracia y todo don perfecto proviene de Ti, Padre de las luces: y a Ti elevamos gloria y agradecimiento y adoración, al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos."

Esta se titula: "Plegaria de atrás del púlpito" por lo siguiente: antiguamente el púlpito estaba colocado a la derecha y más elevado que la Puerta Santa, y el sacerdote se paraba detrás de mismo para pronunciar esta plegaria. En razón de esta circunstancia tomó ese nombre, que ha conservado hasta hoy, aún cuando no se recita más detrás del púlpito por haberse trasladado éste más tarde hacia el centro de la iglesia a fin de que los fieles pudieran escuchar mejor los sermones que desde él se pronuncian.

Para rezar esta plegaria, como ya se dijo, el sacerdote desciende del Altar para situarse en el mismo lugar que los fieles. Con esto recuerda el hecho de que Jesucristo, después de la Resurrección, concluida ya la obra de la Redención, fue a reunirse con sus discípulos.

Coro: "Amén."

Con este "amén" pedimos que Dios acepte la plegaria y que nos conceda el poder de glorificarlo eternamente. El coro canta tres veces:

Coro: "Sea el nombre del Señor bendito de ahora hasta la eternidad." (tres veces)

Esta frase fue pronunciada por el justo Job, cuando Dios sometió a prueba su fe, haciéndole sufrir toda suerte de calamidades, enfermedades y dolores. En esa oportunidad, Job demostró completa resignación y sometimiento a la voluntad del Creador, glorificándolo en todo momento (Job 1-21). Nosotros repetimos las palabras del profeta en reconocimiento por los beneficios que nos ha dispensado el Señor. Mientras tanto el sacerdote, fija la vista en la Prótesis, ora en voz baja: "Oh Jesucristo nuestro Dios, Tú que eres la perfección de la Ley y de los Profetas, y cumpliste la misión encomendada por tu Padre, llena nuestros corazones de alegría y felicidad, perpetuamente ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén."

El sacerdote, parado en la Puerta Santa, imparte la bendición final:

Sacerdote: "Descienda sobre vosotros la bendición de Dios, por Su gracia y amor a los hombres, eternamente, ahora y siempre y por los siglos de los siglos."

Coro: "Amén."

Sacerdote: "Gloria a Ti, Cristo Dios, esperanza nuestra, gloria a Ti."

Y vuelto hacia los fieles, con el felonion suelto, reza en alta voz la siguiente oración final:

Sacerdote: "Cristo, verdadero Dios nuestro, por las oraciones de su Purísima Madre, y de nuestro Santo Padre Juan Crisóstomo, arzobispo de Constantinopla, y de los Santos (se menciona el santo protector de la parroquia y el conmemorado en ese día), de todos los santos y de los santos y justos progenitores de Dios Joaquín y Ana, se apiade y nos salve, por su bondad y amor a los hombres."

Coro: "Amén."

Esta ha sido la postrer oración de la Misa. Y el "amén "' del coro, refirma por última vez las palabras del sacerdote. Asimismo, también era costumbre que antes de retirarse del templo se besaran los iconos benditos. Al besar el icono de Jesucristo se rezaba la siguiente oración:

El Pan Bendito

Era costumbre de los antiguos cristianos utilizar el excedente del pan destinado al sacrificio, para preparar las llamadas "mesas de caridad" para dar de comer a los huérfanos, viudas y necesitados en general. Esta costumbre fue reemplazada más tarde por la de distribuir a los fieles el pan sobrante del Sacrificio, al fin de la Misa. También existió la costumbre de los fieles de comulgar todos los domingos, pero luego ella fue desapareciendo, y en su lugar se comía el pan bendito en ayunas, que por eso tomó el nombre de "antidoron," ,vocablo griego que significa "el sustituto del don." También fue llamado "prote" (primero) porque era lo primero que se comía a la mañana. Al darlo el sacerdote desde la Puerta Santa, dice a cada uno: "la bendición de Dios sea contigo."

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Nota de los Traductores

La Divina Liturgia (o sea la Santa Misa) de San Juan Crisóstomo (344-407), Arzobispo de Constantinopla (entonces, capital del Imperio Romano), fue redactada en idioma griego, en la segunda mitad del siglo IV. Su texto se sigue usando hasta el día de hoy en las Iglesias Ortodoxas, sin haber sido nunca reformado. Solamente pueden variar algunas peticiones y pueden ser agregadas algunas oraciones adicionales.

En el año 862, los Santos Cirilo y Metodio crearon un nuevo alfabeto eslavo, a partir del alfabeto griego. (De la misma manera se había creado, aproximadamente 15 siglos antes, el alfabeto latino, también a partir del alfabeto griego). Usando este nuevo alfabeto, ellos tradujeron al eslavo los Evangelios, la Santa Misa y los principales Oficios de la Iglesia, antes de emprender su misión entre los eslavos, invitados para ello por los gobernantes eslavos de Moravia (país que se extendía en los territorios actualmente pertenecientes a Chequia, Eslovaquia y Hungría). Los Santos Cirilo y Metodio eran oriundos de Tesalónica, ciudad griega con muchos habitantes eslavos. Por lo tanto, ellos hablaban bien desde su niñez el idioma eslavo, que entonces todavía no se había subdividido definitivamente en las actuales lenguas (ruso, búlgaro, serbo-cróata, polaco, checo, eslovaco etc.). Al traducir al eslavo los Evangelios, la Misa y los demás textos religiosos, los Santos Cirilo y Metodio debieron crear muchas palabras nuevas, faltantes hasta entonces en el eslavo, utilizando para ello raíces eslavas y combinándolas a la manera del idioma griego. Así surgió una nueva lengua, llamada eslavo eclesiástico (a veces incorrectamente denominada "paleo-eslavo"), aún hoy utilizada en las Iglesias Ortodoxas eslavas (rusa, serbia, búlgara, etc.). Desde el Bautismo de Rusia en el año 988 este texto eslavo-eclesiástico de la Santa Misa se utilizó siempre, hasta el día de hoy, en la Iglesia Ortodoxa Rusa.

La presente traducción al español de la Santa Misa de San Juan Crisóstomo se hizo directamente desde el eslavo eclesiástico que, a su vez, es considerada la mejor traducción del original griego. Sin embargo, para ello, los autores de esta versión al español han cotejado sistemáticamente el texto original griego de la Santa Misa, como así también han tenido en cuenta varias traducciones al español de la Misa (de España y de Hispano-América).

La principal finalidad de la presente traducción, trabajo emprendido hace casi cuatro años, es ayudar a los fieles de la Iglesia Ortodoxa Rusa en la Argentina para que puedan seguir mejor la Santa Misa, que se dice siempre en eslavo eclesiástico, al igual que en Rusia. Es decir, que no se trata de un Misal para sacerdotes, porque en esta traducción se han omitido todas las oraciones secretas, que dicen los sacerdotes durante la Santa Misa. También se han incluído en esta traducción las peticiones que se efectúan actualmente en la Iglesia Ortodoxa Rusa en el Extranjero que, lógicamente, difieren de las peticiones que se rezan en otras Iglesias Ortodoxas. Asimismo, se trató de conservar el orden de las palabras del eslavo eclesiástico en las oraciones, siempre que las reglas gramaticales del español lo permitieran, para facilitar el seguimiento de la misa tanto a los fieles que no hablan ruso, como a aquellos que, aún hablándolo, no siempre entienden bien todas las palabras del eslavo eclesiástico.


Missionary Leaflet # S8
Copyright (c) 1996 and Published by
Holy Protection Russian Orthodox Church
2049 Argyle Ave. Los Angeles, California 90068
Editor: Bishop Alexander (Mileant)

(Santa_Misa.doc, 07-05-99)