La

Santa Trinidad.

 

 

Contenido:

Introducción.

San Ignacio de Antioquia.

San Clemente de Roma.

Teofilo de Antioquia.

San Ireneo.

San Dionisio de Alejandria.

San Atanasio de Alejandria.

Eucologia de Serapion.

Constituciones Apostolicas.

San Basilio.

San Gregorio Nazianceno.

San Gregorio de Nisa.

San Cirilo de Jerusalem.

Evagrio el Pontico.

San Ambrosio.

Sinesius de Cirene.

San Juan Damasceno.

San Simeon El Nuevo Teologo.

San Gregorio Palamas.

 

Introducción.

El texto central sobre la Trinidad está en la epístola a los Romanos (11:33-36). Ese texto no está escrito por un apóstol, sino por un autor anónimo y por el Espíritu Santo: es un himno de la Iglesia primitiva. Nos demuestra que la Iglesia primitiva poseía una enseñanza interior y una enseñanza exterior; junto al catecumenado tenía también una mistagógica. Y la Trinidad, aunque indicada en el Evangelio y los textos bíblicos, era iluminada en profundidad en el interior de la plegaria, en el seno de la Iglesia orante, y no únicamente en la iglesia enseñante. Por eso una de las fórmulas trinitarias, la más sublime, central, está en este himno citado por el apóstol Pablo:

¡Oh abismo de la riqueza, de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios e impenetrables sus caminos! Pues, ¿quién conoció el pensamiento del Señor? ¿O quién fue su consejero? ¿O quién Le dio primero, para que Él le devuelva? Todo es DE ÉL y POR ÉL y EN ÉL. ¡A Él la gloria en los siglos de los siglos! Amén.

Antes de captar la contemplación de la Trinidad, el apóstol Pablo (y con él, todos nosotros) se sitúa, en este himno de los primeros cristianos, en la ignorancia de todo otro posible conocimiento. ¡Oh abismo — o profundidad de la riqueza, de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios! Sólo el que entró en la ignorancia perfecta, en el reconocimiento de que los caminos y los pensamientos de Dios son insondables, indefinibles, incomprensibles, puede acercarse realmente a la contemplación de la Trinidad. Pues, ¿quién conoció el pensamiento del Señor? ¿O quién fue su consejero? Y, situado en esta ignorancia total, más allá aun de la contemplación hindú que dice que Dios es "Aquello," una ignorancia tal que todo se calla en nosotros, sobrecogidos entonces por esta ignorancia ante Dios, sabiendo que ninguna palabra, ninguna noción puede lanzar un puente entre Él y nosotros, entonces, sólo entonces, comienza el conocimiento de la Trinidad. Pues la Teología Trinitaria no está ni por encima ni más allá del Uno, ni por encima ni más allá de la incomprensibilidad de esta Nada Divina, sino siempre más allá... El apóstol, con la rectitud del hombre llegado a la contemplación de la Verdad revelada, se sirve de palabras claves, claras, de esa claridad que no admite componendas. Todo es DE ÉL, POR ÉL y EN ÉL (No sé por qué tantas traducciones dicen "PARA" Él en lugar de EN ÉL. "Ex," "dia," "eis": DE, POR, EN. La breve frase de este himno transmitido por Pablo nos introduce en la contemplación de las Tres Personas.

Todo es DE ÉL, Él es una Persona. Todo es DE, del Padre. "Todo," aun Dios, pues Dios es DE algo. Si Dios no tuviera una fuente, un principio, sería una anónima monstruosidad, un absoluto, un más allá sin libertad. Todo es DE ÉL: el universo, todo, aun Dios.

Todo es POR ÉL, por el Hijo, Dios es POR.

Todo es EN ÉL, en el Espíritu. O más bien, El Padre es DE, el Hijo es POR, el Espíritu es EN. Porque amigos míos, existe el misterio de la gramática. Como un mecanismo perfecto, está en el interior no sólo de las frases, sino aun de las palabras.

Aunque no le guste a Goethe, en el principio era el Verbo, y con el Verbo eran las palabras, las letras, las lenguas, los números de la gramática. Esta no llegó "post-scriptum," sino que precedía a la criatura exterior y material. La gramática contiene las preposiciones y los prefijos. En hebreo, las preposiciones son una sola letra: vav (y), lamed (hacia, para, con), bet (de, la segunda letra del alfabeto hebraico designa simultáneamente "de," "por," "en." Esta letra es la primera letra, que inaugura la Biblia: "Bereschit," "en" o "por" un principio. La Trinidad, en el comienzo del Antiguo Testamento, es Una, pero aun velada. En las otras lenguas, las preposiciones son compuestas, formadas de dos, tres letras, pero siempre breves.

Tomemos la preposición POR. "POR mi mano levanto este recipiente." Suprimamos "mano," suprimamos "recipiente," retengamos POR. Eliminemos ahora todos los objetos, contemplemos el POR en sí, o bien el EN o bien el DE...

Contemplemos el DE en sí. Veremos que el DE designa el origen de algo que viene, y POR se nos aparecerá como un instrumento... Pero, poco a poco, nuestra inteligencia se libera de todas estas bagatelas que se enganchan como fardos y vemos las preposiciones en sí mismas. Nuestro espíritu empieza a acercarse a lo que es la persona, la hipóstasis. Siempre veo gente que oscurece el sentido de hipóstasis con cualidades, con colores, con la naturaleza, con cualquier cosa. ¿Cuándo comprenderemos que todos los nombres, todas las imágenes, todos los atributos, todo, no es más que esquema para ir hacia la contemplación de las preposiciones?

Si los hombres pudieran pensar los verbos... Pero ni siquiera piensan los verbos, sólo piensan los objetos. Si pensaran, por ejemplo, el verbo "engendrar," tendrían al menos una cierta posibilidad de intuir lo que es, en sí, el engendramiento.

Detengámonos es DE, POR, EN, en esas tres preposiciones elegidas, escogidas por el himno de los primeros cristianos. Son, sin negar las otras, las mejor elegidas.

Veamos el Nombre divino revelado a Moisés, POR el Hijo, EN la zarza ardiente: Yo soy el Soy. Es el Nombre divino del Ser, tan amado desde Orígenes hasta Tomás de Aquino o los hombres de cultura filosófica. Os acordáis: El Hijo se aparece en la zarza ardiente, y dice a Moisés: Soy el que Soy, no para descubrir la intimidad de la divinidad, sino para promulgar la Ley que se apoya sobre el SER, como la gracia se apoya sobre el AMOR. La primacía del amor es la gracia: Orígenes lo vio, pero la escolástica no lo vio.

SOY el que SOY. El pensamiento humano expresa fácilmente este Nombre Divino y comprende por este Nombre revelado en la zarza que "somos" más o menos, que nuestro ser es relativo, que tenemos un ser ligado a la existencia. El Ser puro, el Ser absoluto, es Dios.

Detengámonos pues en este Nombre que es ya una cierta Encarnación Divina, un cierto entorpecimiento, una cierta toma de aspecto de la forma de esclavo (Flp 2:7), para acercar el Ser a nuestra inteligencia. Él es DE, del Padre; POR, el Hijo; EN, el Espíritu Santo. O más bien: el Espíritu contiene y penetra el Ser; el Hijo es, realiza el Ser; el Padre produce el Ser. Dios, en su intimidad Trinitaria, tiene Su origen sin origen (Padre), Su realización más allá de la realidad (Hijo) y es en Sí, es en el Espíritu Santo.

Vayamos ahora hacia otro nombre divino que está en la base de la gracia: AMOR. El Amor es DEL Padre, POR el Hijo, EN el Espíritu Santo. Amigos míos, durante años podréis evolucionar, avanzar en vuestra búsqueda; como al comienzo, encontraréis que el fin de vuestra búsqueda es Amor. Todo hombre, si es profundamente sincero, hasta el fondo de sí mismo, preferirá el Amor a toda perfección, a todo absoluto. ¡Si Dios no es Amor, yo escupo sobre el Amor! Pues hay que amar lo que Dios es. Si Dios no es Amor, ¿por qué tengo que amar? Si es Amor, es una Persona, no está solo. ¡Simplicidad infantil! Perdonadme, habría que saberlo desde niño: ¡es más simple que dos más dos son cuatro! Si Dios está solo, no pude amar; ¿por qué podría amar yo si Dios no ama? "Uno" no puede amar. Pero Dios ama. Y para amar, ¿debe tener una criatura? Entonces, yo soy más grande que Dios: ¡Él me necesita!.. Pero Dios es personal, no está solo, y así nos acercamos a la Trinidad... Si no fuera personal, si no fuera libre, no podría amar. La naturaleza no puede amar. Puede ser calor, luz, ser, abstracción, poder, todo lo que queráis, pero no puede amar. Dios es personal y no una sola Persona, pues no está solo. Nos acercamos a la Trinidad, pero no estamos aun en la Trinidad y estamos obligados a buscarla. Si no, busquemos todo salvo el amor, no amemos más porque en verdad amar es un chiste si Dios no es amor. Lo que vale la pena hacer es lo que corresponde a la divinidad.

El amor es del Padre, por el Hijo, en el Espíritu Santo. El Padre es la inagotable fuente del amor sin finalidad. Aquí, me permitiré una imagen: el amor es un manantial inmenso que brota, que mana, que corre, que sale... sobre todo ¡sin finalidad! Si no, no sería DE sino PARA o CON. El DE no admite ni PARA ni CON, ni interés, ni finalidad, ni ninguna otra cosa.

El Hijo es la manifestación, el florecimiento ilimitado de este amor ilimitado, sin necesidad. Es sólo la concreción: el POR.

Y el Espíritu Santo es la inagotable riqueza del amor. Se lo palpa, se lo encuentra, se lo escruta, y EN este amor se encuentra más y más amor.

En los tres casos, este amor es... absolutamente inútil, si no, no sería el amor, no serían Personas, no sería la Trinidad, sino una bienaventuranza. Sin Hijo y sin Espíritu, ese Dios en la bienaventuranza sería un monstruo.

Cuando yo era niño, pensaba: "El Señor es todopoderoso, es feliz porque no trabaja: después, crea los mundos." No. Es bienaventurado porque se ahoga de amor inútil (es esto una imagen) y este amor inútil se expresa en Tres Personas: DE, POR, EN, sin la pesadez de cualquier definición individual.

El que es inagotable fuente de amor, el DE no existe solo: tiene una concreción perfecta de este amor, una manifestación infinita, el Hijo, pues sin Hijo no hay Padre, y el Hijo se manifiesta en la riqueza inagotable de este amor, el Espíritu.

Se puede decir: el Padre es POR el Hijo, si no, no sería un Dios real, el Padre es EN el Espíritu, si no, no estaría en ninguna parte. El Hijo es del Padre en el Espíritu. El Espíritu es del Padre, por el Hijo... Me detengo aquí para deciros: el Hijo es únicamente del Padre, únicamente en el Espíritu. Por eso el "Filioque" (El Espíritu procede del Padre y DEL Hijo) es un absurdo. Si decimos que el Espíritu es del Padre POR el Hijo, digamos también que el Padre es Padre POR el Hijo. Si no, el Hijo sería un intermediario, o bien una segunda fuente. Y si hay dos orígenes, no hay más origen. El Origen es único.

Amigos míos, vayamos un poco más lejos, contemplemos más y más las preposiciones. Los Nombres divinos, Padre, Hijo y Espíritu Santo, para contemplar lo único que está fuera de la naturaleza, las Personas y su relación única.

Monseñor Jean de Saint Denis (Eugraf Kovalevsky)

San Ignacio de Antioquia.

(mártir alrededor de 110)

Vosotros sois las piedras del Templo del Padre, dispuestas para la construcción de Dios Padre, levantadas por el aparejo de Jesucristo, la cruz, sirviéndoos como cuerda el Espíritu Santo; vuestra fe os atrae hacia lo alto, y la caridad es el camino que os eleva hacia Dios. Todos sois, pues, compañeros de camino, portadores de Dios y portadores del Templo, portadores del Cristo, portadores de Santidad, totalmente adornados con los preceptos de Jesucristo. (Epístola a los Efesios, 9,1)

San Clemente de Roma.

(siglo I)

El Cristo proviene de Dios y los apóstoles provienen del Cristo. Provistos de las instrucciones de nuestro Señor Jesucristo y plenamente convencidos por su Resurrección, los apóstoles, afirmados por la palabra de Dios, llevando la plenitud del Espíritu Santo, fueron a anunciar la Buena Nueva: la cercanía del Reino de Dios. Proclamándola a través de las ciudades y los campos, verificaron en el Espíritu Santo sus primicias (=los primeros discípulos), y los establecieron obispos y diáconos de los creyentes futuros. (Homilía a los Corintios, 42. Escrita alrededor del año 95)

¿Por qué querellas entre vosotros, por qué enojos, disensiones, cismas y guerra? ¿No tenemos un solo Dios, un solo Cristo, un solo Espíritu de gracia derramado sobre nosotros, una sola vocación en Cristo? ¿Por qué desgarrar y descuartizar los miembros del Cristo? ¿Por qué revelarnos contra nuestro propio cuerpo? ¿Por qué llegar a esta locura, que es olvidar que somos miembros unos de otros? (ID., 46)

Tan cierto como que Dios vive, y que vive el Señor Jesucristo y el Espíritu Santo, (es) la fe y la esperanza de los elegidos: que el que cumple las voluntades y los mandamientos dados por Dios, con humildad, con dulzura permanente, sin negligencia, será sumado y contado con el número de los que son salvados por Jesucristo. (ID., 58)

Teofilo de Antioquia.

(180)

Dios engendró su Verbo, que era interior a su seno, y lo profirió con su Sabiduría, antes que toda cosa... No existían los profetas cuando el mundo fue, sino la Sabiduría de Dios que en Él permanece, y el Verbo Santo de Dios que está sin cesar presente con Él...

Los tres días que preceden (a la creación) de las luminarias son los tipos de la Trinidad: de Dios, de su Verbo y de su Sabiduría. El hombre pertenece al cuarto tipo, que necesita la luz: así tenemos Dios, Verbo, Sabiduría, Hombre. Es por eso que las luminarias fueron creadas el cuarto día. La disposición de los astros muestra la economía y el orden de los justos, de los que siguen la ley y los mandamientos de Dios. (Tres libros a Autolycus, II, 10 y 15)

San Ireneo.

(140-202)

Yo te invoco, "Señor Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob y de Israel," Tú que eres el Padre de nuestro Señor Jesucristo: Dios que, en lo infinito de tu misericordia, te complaciste en nosotros al punto de darte a conocer a nosotros; Tú que hiciste el cielo y la tierra, Tú que eres el Señor de todas las cosas, Tú, el único y verdadero Dios, por encima del cual no hay ningún otro Dios: por nuestro Señor Jesucristo, danos también el Reino del Espíritu Santo. (Contra las herejías C. H. III, 6,4)

"Cristo" ("Ungido") significa conjuntamente "El que da la Unción," "El que la recibe" y "la Unción misma" que se realiza. Quien da la unción, es el Padre, el Hijo es el ungido en el Espíritu que es la Unción. Como el mismo Verbo lo dice por Isaías: El Espíritu de Dios está sobre mí: por eso me ha ungido, lo cual indica al mismo tiempo al Padre que unge, al Hijo que es ungido y a la Unción, que es el Espíritu. (C. H. III, 18, 3)

El Padre no necesita a los Ángeles para hacer el mundo y modelar al hombre para quien el mundo es creado, ni tampoco le falta ayuda para la organización de las criaturas y la "economía" de los asuntos humanos; por el contrario, posee un ministerio de riqueza inenarrable, pues para todas las cosas está asistido por quienes son a la vez su Progenitura y sus Manos, es decir, el Hijo y el Espíritu, el Verbo y la Sabiduría, a cuyo servicio están sujetos los Ángeles. (C. H. IV, 7,4)

Dios, por Sí mismo, ha creado, hecho y ordenado todas las cosas. Pues Dios no tenía necesidad de los Ángeles para hacer lo que, en sí mismo, de antemano había decretado hacer. ¡Como si no tuviera sus propias Manos! Desde siempre, en efecto, tiene junto a sí al Verbo y a la Sabiduría, al Hijo y al Espíritu. Es por ellos y en ellos que hizo todas las cosas, libremente y con toda independencia, y es a ellos que el Padre se dirige cuando dice: Hagamos al Hombre a nuestra imagen y a nuestra semejanza. Es, pues, de Sí mismo que tomó la sustancia de las cosas que fueron creadas, y el modelo de las cosas que fueron hechas, y la forma de las cosas que fueron ordenadas. (C. H. IV, 20, 1)

No hay más que un solo Dios, quien por el Verbo y la Sabiduría, hizo y armonizó todas las cosas. Él es el Creador y quien asignó este mundo al género humano. En su grandeza, es desconocido de los seres hechos por Él: pues nadie ha escrutado su elevación, ni entre los antiguos ni entre los contemporáneos. Sin embargo, en su amor, es siempre conocido gracias a Aquél por quien creó todas las cosas: éste no es otro que su Verbo, nuestro Señor Jesucristo, quien, en los últimos tiempos, se hizo hombre entre los hombres para vincular el fin con el comienzo, es decir, el hombre con Dios. Por eso los profetas, después de haber recibido de este mismo Verbo el carisma profético, predicaron por anticipado su venida según la carne, por la cual la mezcla y comunión de Dios y del hombre se realizaron según lo quiso el Padre. Desde el principio, el Verbo anunció que Dios sería visto por los hombres, que viviría y conversaría con ellos en la tierra, y que se haría presente en la obra por El modelada, para salvarla y dejarse tomar por ella, para librarnos de la mano de todos los que nos odian, es decir, de todo espíritu de desobediencia, y para hacer de modo que le sirvamos en santidad y justicia todos los días de nuestra vida, para que, conjugado con el Espíritu de Dios, el hombre acceda a la gloria del Padre. (C. H. 20, 4)

Bienaventurados los corazones puros, pues ellos verán a Dios. Debido a su grandeza y su gloria inenarrable, nadie verá a Dios sin morir, pues el Padre es inaccesible: pero en su amor, en su bondad hacia los hombres y en su omnipotencia, llegará incluso a otorgar a aquéllos que Lo aman el privilegio de ver a Dios — eso es, precisamente, lo que profetizan los profetas— ya que lo que es imposible para los hombres es posible para Dios. El hombre, por sí mismo, nunca podrá ver a Dios, pero Dios, si lo quiere así, será visto por los hombres, por los que Él quiera, cuando quiera y como quiera. Pues Dios todo lo puede: visto, según el Espíritu, en la profecía; visto después, según el Hijo, en la adopción filial; será visto también en el Reino de los Cielos según la Paternidad. Porque el Espíritu es quien prepara por anticipado al hombre para el Hijo de Dios; el Hijo, el que lo conduce al Padre; y el Padre el que le da la incorruptibilidad y la Vida Eterna, que son el resultado de la contemplación de Dios para todos los que Lo ven. Pues de la misma manera que los que ven la luz están en la luz y participan de su esplendor, así también los que ven a Dios están en Dios y participan de su esplendor. El esplendor de Dios es vivificante: por lo tanto, los que ven a Dios participarán de la vida. (C. H. 20, 5)

Esta es, pues, la manera en que Dios se manifiesta: ya que a través de esto, es el Dios Padre quien se hace conocer, con la obra del Espíritu, con el Hijo que ofrece su ministerio, con la aprobación del Padre, y consumado en perfección el hombre para su salvación.

El apóstol expone lo mismo cuando dice: Hay diversidad de carismas, pero es el mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero es el mismo Señor; hay diversidad de energías, pero es el mismo Dios quien opera todo en todos: a cada uno la manifestación del Espíritu le es dada para su bien. (C. H. 20,6)

El discípulo verdaderamente espiritual no es juzgado por nadie, pues todo en él posee una inquebrantable firmeza: una fe íntegra en el único Dios todopoderoso de quien vienen todas las cosas; una firme adhesión al Hijo de Dios, Jesucristo, nuestro Señor, por quien vienen todas las cosas y a sus "economías" por las que Él, el Hijo de Dios, se hizo hombre; y una "gnosis" verdadera, esto es, la doctrina de los apóstoles, para el Espíritu de Dios, que da el conocimiento de la verdad, que difunde las "economías" del Padre y del Hijo en cada generación para los hombres y como lo quiere el Padre; el antiguo organismo de la Iglesia expandido por el mundo entero; la marca distintiva del Cuerpo del Cristo que consiste en la sucesión de los obispos, a quienes aquéllos confiaron cada iglesia local; una conservación sin ficciones de las Escrituras llevadas hasta nosotros, una cuenta integral de éstas, sin adición ni sustracción, una lectura libre de fraudes y, en plena conformidad con esas Escrituras, una explicación correcta, armoniosa, libre de peligros y de blasfemias; finalmente, el don supremo de la caridad, más precioso que la "gnosis," más glorioso que la profecía, superior a todos los otros carismas. Por eso la Iglesia, en su amor de Dios, envía ante el Padre, en todo lugar y en todo tiempo, a una multitud de mártires...

Pues los profetas habían profetizado que aquéllos sobre quienes reposara el Espíritu de Dios, que obedecieran al Verbo del Padre y le sirvieran con todas sus posibilidades, serían perseguidos, lapidados y condenados a muerte. (C. H. IV, 33, 7-10)

Un hombre verdaderamente espiritual explicará todas las palabras que dijeron los profetas, mostrando a qué rasgo particular de la "economía" del Señor apunta cada una de ellas, y haciendo ver al mismo tiempo el cuerpo entero de la obra que realiza el Hijo de Dios; en toda época, reconocerá al mismo Dios; en toda época, igualmente, reconocerá al mismo Verbo de Dios, aunque ahora se manifieste a nosotros; en toda época reconocerá al mismo Espíritu de Dios, aunque en los últimos tiempos haya sido derramado sobre nosotros de una manera nueva; finalmente, desde el origen del mundo hasta el fin, reconocerá al mismo género humano (C. H. IV, 33, 15)

Único es el Dueño de casa que llama a los obreros, pues no hay más que una viña. No hay más que un ecónomo, pues único es el Espíritu de Dios que administra todas las cosas. De la misma manera, no hay más que un salario, pues todos recibieron cada uno un denario, imagen e inscripción del Rey, es decir, el conocimiento del Hijo de Dios que es la incorruptibilidad. (C. H. IV, 36,7)

Como a niñitos, el Pan perfecto del Padre se dio a nosotros en forma de leche — esto fue su venida como hombre-, para que, alimentados por así decirlo a los pechos de su carne, y habituados por esta lactación a comer y a beber al Verbo de Dios, podamos guardar en nosotros mismos el Pan de la inmortalidad que es el Espíritu del Padre. (C. H. IV, 38, 1)

Este es el orden, éste el ritmo, éste el movimiento por el cual el hombre creado y modelado se constituye a la imagen y semejanza del Dios increado: el Padre decide y ordena, el Hijo ejecuta y modela, el Espíritu alimenta y acrecienta, y el hombre progresa poco a poco y se eleva hacia la perfección, es decir, se acerca a lo Increado. Pues sólo lo Increado es perfecto, y es Dios. En cuanto al hombre, era necesario que primero fuera hecho, habiendo sido hecho, que creciera, habiendo crecido que se hiciera adulto, habiéndose hecho adulto, que se multiplicara, habiéndose multiplicado, que se hiciera fuerte, habiéndose hecho fuerte, que fuera glorificado, y al fin, que habiendo sido glorificado, viera a su Señor. Pues es Dios quien debe ser visto un día, y la visión de Dios otorga la incorruptibilidad, y la incorruptibilidad hace estar cerca de Dios (Sab. 5:19) (C. H. IV, 38,3)

Eres la obra de Dios: espera pacientemente la Mano (= el Verbo) de tu Artista, que hace todas las cosas en tiempo oportuno... Preséntale un corazón dócil y flexible y conserva la forma que te dio este Artista, manteniendo en ti el Agua (= el Espíritu) que viene de Él y sin la cual, al endurecerte, no conservarías la huella de sus dedos. (C. H. IV, 39, 2)

Allí donde está el Espíritu del Padre, allí está el hombre viviente: ... la carne, poseída en herencia por el Espíritu, olvida qué es, para adquirir la cualidad del Espíritu y hacerse conforme al Verbo de Dios. (C. H. V, 9, 3)

El Padre lleva a la vez a la creación y a su Verbo; y el Verbo, llevado por el Padre, da el Espíritu a todos, de la manera que quiere el Padre. A unos, según su creación, da el espíritu que pertenece a la creación, espíritu que es algo hecho. A los otros, según su adopción, da el Espíritu que proviene del Padre, Espíritu que es su Progenitura. Y así se manifiesta un solo Dios Padre, que está por encima de todas las cosas, a través de todas las cosas y en todos nosotros. Pues por encima de todas las cosas está el Padre, y Él es la cabeza del Cristo; a través de todas las cosas está el Verbo, y Él es la cabeza de la Iglesia; en todos nosotros, está el Espíritu, y él es el agua viva otorgada por el Señor a los que creen en Él con rectitud, que Lo aman y que saben que no hay más que un solo Dios Padre, que está por encima de todas las cosas, a través de todas las cosas y en todos. (C. H. V, 18, 2)

Estos son, según los antiguos, discípulos de los apóstoles, el orden y el ritmo que seguirán los que son salvos, así como los grados por los cuales progresarán: por el Espíritu subirán al Hijo, después por el Hijo subirán al Padre, cuando el Hijo ceda su obra al Padre, según lo que dijo el Apóstol: Es necesario que Él reine hasta que Dios ponga a todos sus enemigos bajo sus pies: el último enemigo en ser aniquilado es la muerte. En tiempos del Reino, en efecto, el hombre, viviendo como justo en la tierra, olvidará morir...

Estos misterios, los ángeles aspiran a conocerlos, pero no pueden escrutar la Sabiduría de Dios (= su Espíritu Santo), por la cual la obra que Él modeló se hizo conforme y con corporal con el Hijo: pues Dios quiso que su Progenitura, el Verbo primogénito, descienda hacia la criatura, es decir, la obra modelada, y sea captado por ella, y que la criatura a su vez, captando al Verbo y subiendo hacia El, supere a los ángeles y se constituya a la imagen y a la semejanza de Dios. (C. H. V, 36, 3)

Si no creéis, dice Isaías, tampoco comprenderéis (Is. 7:9) y la verdad produce la fe, pues la fe tiene por objeto las cosas que existen realmente, de modo que creeremos en los seres tal como son... Como la fe está íntimamente ligada a nuestra salvación, hay que cuidarla mucho para tener una verdadera inteligencia de los seres. Esa inteligencia nos la da la fe, así como los presbíteros, discípulos de los apóstoles, nos la han transmitido. Y en primer lugar, ella nos insta a recordar que recibimos el bautismo para la remisión de los pecados en nombre de Dios Padre, y en nombre de Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado, muerto y resucitado, y en el Espíritu Santo de Dios; recordar también que este bautismo es el sello de la Vida Eterna y el nuevo nacimiento en Dios, de modo que seamos hijos, no ya de hombres mortales, sino del Dios eterno. (Demostración de la predicación apostólica: D.P.A., 3)

Por la palabra del Señor los Cielos fueron afirmados, y en su Espíritu están todas sus energías (Sal 33:6) Así pues, como el Verbo crea, es decir, opera para el cuerpo y le da graciosamente la existencia, mientras que el Espíritu modela y forma las diversas energías, es con justeza y con toda conveniencia que el Verbo es llamado Hijo, y el Espíritu, Sabiduría de Dios. También Pablo, su apóstol, hace bien en decir: Un solo Dios Padre, que (está) por encima de todo, y a través de todo y en todos nosotros (Ef 4:6) Pues por encima de todo está el Padre; pero a través de todo está el Verbo, pues por su intermedio todo fue creado por el Padre; pero en todos nosotros está el Espíritu, que grita Abba, Padre, y modela al hombre a la semejanza de Dios. Así, el Espíritu muestra al Verbo, y por eso los profetas anunciaban al Hijo de Dios; pero el Verbo articula al Espíritu, y por eso es Él mismo quien narra a los profetas y eleva al hombre hasta Dios. (D.P.A., 5)

El Bautismo nos da la gracia del nuevo nacimiento de Dios Padre, por medio de su Hijo en el Espíritu Santo. Pues los que llevan el Espíritu de Dios son conducidos al Verbo, es decir, al Hijo; pero el Hijo los presenta al Padre, y el Padre les otorga la incorruptibilidad. Por lo tanto, sin el Espíritu, no es posible ver al Hijo de Dios, y sin el Hijo, nadie puede acercarse al Padre; pues el conocimiento del Padre, es el Hijo, y el conocimiento del Hijo de Dios se realiza por medio del Espíritu Santo; en cuanto al Espíritu, place al Padre que el Hijo, como ministro, lo dispense a quien quiere y como quiere el Padre. (D.P.A., 7)

El Hijo de Dios recibió del Padre autoridad sobre nuestra vida, y, después de haberla recibido, la hizo descender a nosotros, que estamos lejos de Él, cuando apareció en la tierra y vivió con los hombres, mezclando y reuniendo el Espíritu de Dios Padre con la carne modelada de Dios, para que el hombre fuera a la imagen y a la semejanza de Dios.

Así es la predicación de la verdad, así es la imagen de nuestra salvación, así es el camino de la vida... Pero los heréticos desprecian al Dios que Es, y de lo que no es hacen un ídolo; se crean un padre que está por encima de nuestro Creador, creen haber encontrado por ellos mismos algo más grande que la verdad; en realidad, esa gente es impía y blasfeman de su Creador y Padre.

Otros, a su vez, desprecian la venida del Hijo de Dios y la economía de su Encarnación que los apóstoles transmitieron, y de la que los profetas hicieron saber por anticipado que sería la recapitulación de nuestra humanidad. La gente de esta especie será sumada al número de los incrédulos.

Otros no aceptan los dones del Espíritu Santo y desechan el carisma profético, por el cual el hombre de él impregnado lleva como fruto la vida de Dios; de esa gente dijo Isaías: Pues éstos serán como un terebinto que perdió sus hojas y como un jardín que no tiene agua (Is 1:30) Y la gente de esta especie no tiene para Dios ninguna utilidad, puesto que no puede llevar ningún fruto...

Gloria a la Santísima Trinidad y a la única Divinidad, Padre e Hijo y Espíritu Santo, Providencia universal, en los siglos. Amén. (D.P.A., 97-100)

San Dionisio de Alejandria.

(siglo IV)

Entendemos la unidad en la Trinidad sin dividirla, y luego recapitulamos la Trinidad en la unidad sin disminuirla. (Sentencias de Dionisio, 17)

San Atanasio de Alejandria.

(+ en 373)

Los Serafines dicen tres veces "Santo," pues glorifican al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Nombran así a las tres Hipóstasis perfectas, y, cuando dicen Señor, muestran la única esencia de Dios. (Del Verbo encarnado, 10)

El Verbo asumió la carne para que pudiéramos recibir el Espíritu Santo. Dios se hace portador de la carne para que el hombre pueda hacerse portador del Espíritu. (ID., 8)

Eucologia de Serapion.

(Egipto, siglo IV)

Plegaria después de la Homilía

Dios Salvador, Dios del Universo, Soberano y Creador de todo lo que existe, Padre del Hijo único, Tú engendraste tu verdadera y viviente Imagen, y lo enviaste para socorrer al género humano; por Él llamaste y conquistaste a los hombres.

Te imploramos, por el pueblo reunido; envía al Espíritu Santo y que el Señor Jesús venga a visitarlo, que hable a los espíritus de todos y disponga los corazones a la fe; que conduzca nuestras almas hacia Ti, oh Dios de misericordia.

Toma posesión de tu pueblo en esta ciudad, forma un rebaño escogido por tu Hijo único, Jesucristo, en el Espíritu Santo. Por Él te sean dados poder y gloria en los siglos de los siglos. Amén.

Constituciones Apostolicas.

(siglo IV)

Plegaria de los jóvenes iniciados

Dios Todopoderoso, Padre del Cristo, tu Hijo Único, dame un cuerpo sin mancha, un corazón puro, un espíritu vigilante, un conocimiento sin error, la venida del Espíritu para poseer y consolidar la verdad, por tu Cristo. Por Él, en el Espíritu Santo, a Ti gloria en los siglos. Amén. (7, 46)

San Basilio.

(329-379)

El que no confiesa la comunidad de la esencia en la Divinidad cae en el politeísmo; la naturaleza del Padre, la del Hijo y la del Espíritu Santo es una e idéntica. Sin embargo, en la Divinidad una, la identidad de la naturaleza está diversificada en tres Hipóstasis, de tal manera que la individualidad de las Personas se encuentra en una esencia, y la única Divinidad se reconoce en tres Hipóstasis perfectas. (Epístola II, 10)

El Padre existe y posee el ser perfecto, raíz y fuente del Hijo y del Espíritu Santo. El Hijo existe, en plenitud de divinidad, Verbo viviente e Hijo sin defecto del Padre. El Espíritu es también pleno, perfecto y completo, considerado en Sí mismo. (Homilía 24, Contra los Sabelianos, 4)

Es imposible ver la Imagen del Dios invisible, salvo en la iluminación del Espíritu. Quien fija los ojos en la Imagen no puede separar de ella la luz, pues lo que causa la visión es visto necesariamente con lo que se ve. Así, propiamente hablando, por la iluminación del Espíritu, discernimos el esplendor de la gloria de Dios (el Hijo: Hb 1:3), y por la Impronta (el Hijo) somos conducidos a la gloria de Aquél (el Padre) a quien pertenecen la Impronta y el sello de la misma forma (el Espíritu Santo) (Sobre el Espíritu Santo, 26)

San Gregorio Nazianceno.

(+389)

Desde el día en que renuncié a las cosas de este mundo para consagrar mi alma a las contemplaciones luminosas y celestiales, cuando la Inteligencia suprema me raptó de aquí abajo para ponerme lejos de todo lo carnal, para encerrarme en el secreto del tabernáculo celestial; desde ese día, mis ojos quedaron deslumbrados por la luz de la Trinidad cuyo brillo supera todo lo que el pensamiento podía presentar a mi alma. Pues desde su trono sublime, la Trinidad derrama su esplendor inefable, común a los Tres. Ella es el principio de todo lo que se encuentra aquí abajo, separado de las cosas supremas por el tiempo... Desde ese día estoy muerto para el mundo, y el mundo está muerto para mí. (Poemas sobre sí mismo, I)

Tan pronto comienzo a pensar en la Unidad, la Trinidad me baña con su esplendor. Tan pronto comienzo a pensar en la Trinidad, la Unidad me vuelve a impresionar. Cuando uno de los Tres se me presenta, a tal punto quedan mis ojos deslumbrados, que pienso que es el todo. Y lo demás se me escapa, pues en mi espíritu demasiado limitado para comprender a uno solo, ya no queda ningún lugar par lo demás. Cuando uno a los Tres en un mismo pensamiento, veo Una sola antorcha, sin poder dividir o analizar la luz unificada. (Sobre el Santo Bautismo, Oración 40º, Nº 41)

La monada se pone en movimiento en virtud de Su riqueza; la díada es franqueada, pues la Divinidad está por encima de la materia y de la forma; la tríada vuelve a cerrarse en la perfección, pues Ella es la primera que franquea la composición de la díada. Es así como la Divinidad no se queda en límites estrechos, ni se derrama indefinidamente. Una cosa sería sin honor, y la otra, contraria al orden; una, puramente judaica, la otra, helénica y politeísta. (Sobre la Paz, Oración 23º, 8 y 10)

Cuando nombro a Dios, nombro al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. No es que yo suponga una divinidad difusa (eso sería volver a la confusión de los falsos dioses); no es que yo suponga a la divinidad condensada en uno solo (eso sería empobrecerla) Es que no quiero ni judaizar a causa de la monarquía divina, ni helenizar a causa de la abundancia divina. (Sobre la Santa Pascua, Oración 45º, Nº 4)

Cuando hablo de Dios, debéis sentiros bañados en una sola luz y en tres luces. Digo tres como caracteres propios o como Hipóstasis o como Personas (no discutamos sobre las palabras, siempre que las sílabas tengan el mismo sentido) Digo una como esencia, es decir, como Divinidad. Pues allí hay división indivisa, conjunción con distinción. Uno solo en los Tres, es la Divinidad. Los Tres, Uno solo; quiero decir los Tres en lo que es la divinidad, o, para hablar más exactamente, que son la Divinidad. (Sobre la Santa Luz, Oración 39º, Nº 2)

No ser engendrado, ser engendrado, proceder, caracterizan al Padre, al Hijo y al que se llama Espíritu Santo, para proteger la distinción de las tres Hipóstasis en la Única naturaleza y majestad de la Divinidad. Pues el Hijo no es el Padre, puesto que sólo hay un Padre, pero es lo que es el Padre. El Espíritu Santo, aunque procede de Dios, no es el Hijo, puesto que sólo hay un Hijo único, pero es lo que es el Hijo. Los Tres son Uno en Divinidad y el Uno es Tres en Personas. (Oración 31º, Nº 9)

¿Preguntas qué es la procesión del Espíritu Santo? Dime antes qué es la inasequibilidad del Padre; entonces, a mi vez, trataré como fisiólogo la generación del Hijo y la procesión del Espíritu. De esta manera, los dos juntos quedaremos igualmente presos de la locura, por haber mirado astutamente los misterios de Dios. (Oración 31º, Nº 8)

¿Oyes que hay generación? No busques con curiosidad cómo. ¿Oyes que el Espíritu procede del Padre? No te fatigues en buscar el cómo. (Oración 20º, Nº 2)

Según mi juicio, se protege a un solo Dios poniendo en relación al Hijo y al Espíritu con un solo Principio, sin componerlos ni confundirlos y afirmando la identidad de sustancia y lo que llamaré el Único y mismo movimiento y voluntad de la Divinidad. (Oración 20º, Nº 7)

Para nosotros (hay) un solo Dios puesto que (hay) una sola Divinidad, y que los que proceden se refieren al Uno del que proceden, siendo al mismo tiempo Tres, según la fe... Así, cuando nosotros contemplamos a la Divinidad, la causa primera, la monarquía, el Uno se nos aparece; y cuando apuntamos a aquéllos en los que la Divinidad es y que proceden del Principio primero con la misma eternidad y gloria, adoramos a los Tres. (Oración 31º, Nº 14)

La naturaleza única en los Tres, es Dios; en cuanto a la unidad, es el Padre, de quien los otros proceden y hacia Quien vuelven sin confundirse, co-existiendo con Él sin estar separados por el tiempo, por la voluntad o por el poder. (Oración 42º)

Me hubiera gustado exaltar al Padre como al más grande, pues de Él los iguales obtienen su igualdad y, al mismo tiempo, su ser... pero temo, sin embargo, hacer del Principio un principio de inferiores y así ofenderlo al querer exaltarlo, pues la gloria del Principio no consiste en rebajar a los que de Él proceden... Divinidad, sin grado superior que eleva o grado inferior que rebaja, de todos modos igual, de todos modos la misma, como en el cielo belleza y grandeza son todo uno. Es la infinita connaturalidad de Tres infinitos. Cada uno, considerado en Sí mismo, enteramente Dios, tanto el Hijo como el Padre, tanto el Espíritu Santo como el Hijo; pero cada uno conserva su carácter personal. Dios, los Tres considerados juntos. Cada uno es Dios a causa de la consubstancialidad, los Tres son Dios a causa de la monarquía. (Sobre el Santo Bautismo, Oración 40º, Nº 43 y 41)

El Hijo posee todo lo que posee el Padre, salvo la facultad de ser causa, y todo lo que posee el Hijo, el Espíritu lo posee también, salvo la facultad de ser Hijo. (Oración 34º, 10)

El Padre es la unión de la que provienen y a la que van los Otros. (Oración 32º, 15)

San Gregorio de Nisa.

(+ 395)

Del Padre procede el Hijo por Quien son todas las cosas y con Quien el Espíritu Santo es siempre e inseparablemente conocido, pues no se puede pensar en el Hijo sin estar iluminado por el Espíritu. Así, por una parte, el Espíritu Santo, fuente de todos los bienes distribuidos a las criaturas, está unido al Hijo con el que está inseparablemente concebido; por su parte, Su ser está suspendido del Padre de Quien procede. Por consiguiente, la noción característica de su propiedad personal es ser manifestado después del Hijo y con Él, y subsistir procediendo del Padre. En cuanto al Hijo que manifiesta por Sí mismo y consigo mismo al Espíritu que procede del Padre, sólo Él brilla con luz inalcanzable como Hijo unigénito. Esa es su noción propia, la que lo distingue del Padre y del Espíritu Santo y lo designa personalmente. En cuanto al Dios supremo, la noción eminente de su Hipóstasis es que sólo Él es Padre y que no procede de ningún principio: por esta característica es designado personalmente...

Así como al observar en un espejo puro el reflejo de la forma que en él se produjo, se tiene un conocimiento exacto del rostro allí representado, asimismo, si se conoce al Hijo, se recibe en el corazón la marca de la Hipóstasis Paterna, por el conocimiento del Hijo. En efecto, todo lo que pertenece al Padre es visto en el Hijo, y todo lo que pertenece al Hijo, pertenece al Padre, puesto que el Hijo permanece enteramente en el Padre, y a su vez tiene al Padre, enteramente, en Él. Por eso la Hipóstasis del Hijo es como la forma y el rostro del conocimiento perfecto del Padre, y la Hipóstasis del Padre es perfectamente conocida en la forma del Hijo, aunque las particularidades que en ellos se consideran se mantienen para establecer una distinción clara entre las Hipóstasis. (Epístola 38)

San Cirilo de Jerusalem.

(314-387)

Único es Dios Padre, dueño de la Antigua y de la Nueva Alianza; Único es el Salvador Jesucristo, profetizado en la Antigua y venido en la Nueva; Único también es el Espíritu Santo, que, por los profetas, fue el heraldo del Cristo, que descendió después de la venida del Cristo y lo mostró a los hombres.

Que nadie, pues, separe la Antigua Alianza de la Nueva; que nadie pretenda que el Espíritu es diferente aquí o allí, pues eso es contrariar al Espíritu Santo mismo, al que se honra con el Padre y el Hijo y a quien se engloba en la Santa Trinidad cuando se da el santo bautismo. En efecto, el Hijo Único de Dios dijo claramente a los apóstoles: Id, haced discípulas a las naciones, bautizándolas en el Nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Nuestra esperanza reside en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. No proclamamos tres dioses, sino que proclamamos, con el Espíritu Santo, por el Hijo Único, un solo Dios. La fe es indivisible, la piedad sin falla posible. No separamos la Santa Trinidad, ni la confundimos. (16º Catequesis, 3-4)

El Padre por el Hijo en el Espíritu Santo, da todas las gracias. No son unos los dones gratuitos del Padre, y otros los del Hijo, y otros los del Espíritu Santo; pues no hay más que Una salvación, Una sola potencia, una sola fe. Un solo Dios, el Padre; un solo Señor, su Hijo único; un solo Espíritu Santo, el Paráclito. (16º Catequesis, 24)

Del mismo modo que el pan eucarístico, después de la invocación del Espíritu Santo (Epiclesis), ya no es un pan cualquiera, sino el Cuerpo del Cristo, así este Santo Crisma, después de la invocación, ha dejado de ser un aceite común, para ser don gracioso del Cristo y del Espíritu Santo, así la Divinidad, por su presencia, lo hace eficaz. Así es el Crisma con el que se te hace la crismación sobre la frente y también sobre los diversos órganos de los sentidos. Mientras el cuerpo es ungido por un bálsamo visible, el alma es santificada por el Espíritu Santo y vivificada. (21º Catequesis, 3)

Después de habernos santificado con esos cantos espirituales, suplicamos al Dios de misericordia que envíe el Espíritu Santo sobre las ofrendas dispuestas ante nosotros para que transforme el pan en el Cuerpo del Cristo y el vino en la Sangre del Cristo. Lo que ha sido tocado por el Espíritu Santo es en efecto totalmente santificado y transformado. (23º Catequesis, 7)

Evagrio el Pontico.

(+339)

Que tu Reino venga; el Reino de Dios, es el Espíritu Santo, y rogamos al Padre que lo haga descender sobre nosotros. (Tratado de la Oración)

San Ambrosio.

(340-397)

Consideremos ahora el misterio de la Trinidad. Decimos que Dios es Único, pero confesamos al Padre y confesamos al Hijo. Pues, si bien está escrito: Amaréis al Señor vuestro Dios y sólo a Él serviréis (Dt 10:20), el Hijo declaró no estar solo al decir: No estoy solo, pues mi Padre está conmigo (Jn 16:32) En este momento tampoco está solo, pues el Padre da testimonio de su presencia, y el Espíritu Santo está aquí. En efecto, la Trinidad no puede separarse jamás. Así también, el cielo se abrió, el Espíritu Santo descendió en forma corporal, como una paloma. ¿Cómo pueden decir los herejes que está solo en el Cielo cuando no está solo en la tierra? Cuidemos el misterio. (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas, II, 92)

Osemos permitirnos esta audacia. Nuestra fe misma, el misterio mismo de la Trinidad no puede subsistir sin esta triple sabiduría: con la sabiduría natural creemos en el Padre que nos engendró naturalmente un Redentor; con la sabiduría moral, creemos en el Hijo que nos rescató por su humanidad, obedeciendo al Padre hasta la muerte; con la sabiduría espiritual, creemos en el Espíritu que infundió en el corazón de los hombres el arte espiritual de adorar a Dios y dirigir sus vidas.

Y que nadie piense que hacemos diferenciaciones de poder o de actividad... No hay ninguna diferencia de energía, ninguna separación, puesto que, tanto en el Padre como en el Hijo o como en el Espíritu Santo hay una plenitud de Potencia que no se compara con ninguna otra. (Id. Prólogo, 5)

Por el dedo de Dios — o (Mt 12:28) por el Espíritu de Dios — los demonios son expulsados. (Id., 11, 20)

Por esto se comprende que el Reino de la divinidad es como un cuerpo indivisible, puesto que el Cristo es la diestra de Dios y que el Espíritu parece ofrecer la imagen de un dedo, como si fuera el esqueleto de un cuerpo que figura la Unidad en la Divinidad. Este Reino, ¿no parece como indivisible, ya que es como un cuerpo indivisible? Pues en el Cristo, lo habéis leído, habita corporalmente la plenitud de la divinidad (Col 2,9), no podríais negar esto del Padre ni debéis negarlo del Espíritu. Y que esta comparación con nuestros miembros no os haga creer que hay posibilidad de establecer una repartición de poder; una cosa indivisible no se puede dividir. Es pues como figura de la Unidad, no para distinguir la Potencia, que hay que entender esta mención del "dedo," puesto que "la diestra" de Dios dice: Mi Padre y yo somos Uno (Jn 10,30) Pero si la Divinidad es indivisible, la Persona se diferencia. Sin embargo, cuando se llama dedo al Espíritu, se designa así su Potencia actuante, pues el Espíritu Santo es tan obrero de obras divinas como el Padre y el Hijo. Pues David dice: Cuando veo los Cielos, obra de tus dedos (Sal 8,4), y, Y por el Espíritu de su boca, todas sus Energías (Sal 33,6) (Id. VII, 92, 93)

El Padre con el Espíritu envían al Hijo; del mismo modo, el Padre con el Hijo envían al Espíritu. (De Spiritu Sancto, III, 8 y 3)

Sinesius de Cirene.

(+ 414)

Celebrando tu gloria, oh Hijo,

canto también a tu Padre

y a su majestad suprema;

canto al Espíritu que está en el mismo trono,

entre el Principio y el Engendrado.

Celebrando la potencia del Padre,

mis cantos despiertan en mí

los sentimientos más profundos de mi alma.

¡Salve, oh Fuente del Hijo!

¡Salve, oh Imagen del Padre!

¡Salve, oh Morada del Hijo!

¡Salve, oh Sello del Padre!

¡Salve, oh Potencia del Hijo!

¡Salve, oh Belleza del Padre!

¡Salve, oh Espíritu purísimo,

comunión del Hijo y del Padre!

Oh Cristo, haz descender sobre mí

este Espíritu con el Padre.

Que sea para mi alma un rocío

y la colme de tus presentes reales. (Himnos)

San Juan Damasceno.

(siglo VIII)

Las personas o hipóstasis humanas están aisladas, y no las unas en las otras. Mientras que en la Santa Trinidad, por el contrario, las Hipóstasis están las unas en las otras... Las Personas están unidas no para confundirse, sino para contenerse una a la otra; y existe entre ellas una transfusión (o circumincesión) sin ninguna mezcla ni confusión, en virtud de la cual no están ni separadas ni divididas en sustancia, contrariamente a lo que proclama la herejía de Arrio. En efecto, para decirlo todo en una palabra, la Divinidad es indivisa en los individuos, de la misma manera que en tres soles contenidos uno en el otro, habría una sola luz por compenetración íntima... Cada una de las Personas contiene la Unidad, tanto por su relación con las otras como por su relación consigo misma...

La inasequibilidad, la filiación y la procesión... son las únicas propiedades hipostáticas por las cuales difieren las Tres santas Hipóstasis indivisiblemente divididas no por la sustancia, sino por la característica de su propia Hipóstasis... En todo son Uno, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, salvo en la inasequibilidad, la filiación y la procesión...

El modo de la generación y el modo de la procesión son incomprensibles... Se nos ha enseñado que hay una diferencia entre la generación y la procesión, pero no cuál es esta diferencia...

El Padre posee el ser por Sí mismo y de nadie recibe lo que tiene. Por el contrario, Él es la fuente y el principio, para todos, de su naturaleza y de su manera de ser... Por lo tanto, todo lo que tienen el Hijo y el Espíritu, y su ser mismo, lo reciben del Padre. Si el Padre no fuera, no serían el Hijo, ni el Espíritu. Si el Padre no poseyera nada, tampoco poseería el Hijo, ni el Espíritu. Es gracias al Padre que el Hijo y el Espíritu tienen todo lo que tienen, es decir, porque el Padre tiene todo eso... Cuando consideramos en Dios la causa primera, la monarquía, vemos la Unidad. Pero cuando consideramos a Aquéllos en quienes es la Divinidad, mas bien, a Aquéllos que son la Divinidad misma, las Personas que proceden de la causa primera, es decir, las Hipóstasis del Hijo y del Espíritu Santo, entonces adoramos a los Tres...

Hay que saber que al Padre no lo hacemos proceder de nadie, sino que lo llamamos Padre del Hijo; en cuanto al Hijo, no lo llamamos ni causa, ni Padre, sino que decimos que proviene del Padre y que es el Hijo del Padre; decimos también que el Espíritu Santo procede del Padre y lo llamamos Espíritu del Padre; no decimos que procede del Hijo, sino que es el Espíritu del Hijo. (De la Fe Ortodoxa, I, 8)

Cuando considero las Hipóstasis... sé que el Padre es el sol superesencial, fuente de bondad, abismo de esencia, de razón, de sabiduría, de poder, de luz, de divinidad, fuente que engendra y envía el bien oculto en ella. Es el mismo espíritu, abismo de razón, que engendra al Verbo y envía, por el Verbo, el Espíritu manifestante. El Padre no tiene otro verbo, sabiduría, potencia, voluntad; sólo el Hijo que es la Única potencia del Padre, virtud primordial de la creación de todas las cosas. Así, como Hipóstasis perfecta proveniente de una Hipóstasis perfecta, es y es llamado el Hijo. El Espíritu Santo es la potencia del Padre que manifiesta el secreto de la divinidad. Procede del Padre por el Hijo, y no es engendrado. Es por eso también que el Espíritu Santo consuma en su perfección la creación de todas las cosas. Todo lo que concuerda con el Padre en tanto que causa, fuente y engendrador, debe ser atribuido solamente al Padre; todo lo que concuerda con lo causado, con el Hijo engendrado, el Verbo, potencia manifestante, voluntad, sabiduría, debe ser atribuido al Hijo; todo lo que concuerda con lo causado, procedente, manifestante, potencia perfeccionante, al Espíritu Santo. El Padre es causa y fuente del Hijo y del Espíritu Santo, Padre del Único Hijo que envía el Espíritu Santo. El Hijo es Hijo, Verbo, sabiduría, potencia, imagen, esplendor, carácter del Padre, y viene del Padre. El Espíritu Santo no es Hijo del Padre. No hay ningún impulso sin Espíritu; es también el Espíritu del Hijo, no porque proviene de Él, sino porque procede por El del Padre. El Padre es la única causa. (De la Fe ortodoxa, 1, 12)

San Simeon El Nuevo Teologo.

(949-1022)

El fin y el destino de toda la obra de nuestra salvación realizada por el Cristo, era que los creyentes recibieran el Espíritu Santo. (Discurso 38)

San Gregorio Palamas.

(1296-1359)

Tres elementos pertenecen a Dios: la esencia, la energía y la tríada de las divinas Hipóstasis. (PG 151, 1173B)

Los apelativos propios de las Hipóstasis divinas son comunes a las energías, mientras que los apelativos comunes a las Hipóstasis son particulares de cada una de las energías divinas. Así, la vida es un apelativo común al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, pero la presciencia no es llamada vida, como tampoco lo son la simplicidad ni la inmutabilidad, ni ninguna otra energía. Cada una de estas realidades que hemos enumerado pertenecen al mismo tiempo al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, pero sólo pertenecen a una Única energía, y no a todas; de hecho, cada realidad sólo tiene una significación. A la inversa, Padre es el apelativo propio de una Única Hipóstasis, pero Se manifiesta en todas las energías... Lo mismo ocurre con los apelativos Hijo y Espíritu Santo. Así, puesto que Dios en su integralidad se Encarnó íntegramente, de manera inmutable, unió al Todo de Sí mismo, la naturaleza divina, con todas sus potencias y energías en una de las Hipóstasis divinas. De la misma manera, por cada una de sus energías, participamos en el todo de Dios... Padre, Hijo y Espíritu Santo. (Contra Akindynos, V, 27)

El Espíritu del Verbo es un indecible amor del Padre por el mismo Verbo que Él engendra de manera indecible; y el Verbo, Hijo bienamado, devuelve este amor al Padre, pero en la medida en que proceden juntos del Padre y en la medida en que este amor reposa sobre él consubstancialmente... Así, el Espíritu es el gozo eterno del Padre y del Hijo, en el que los Tres se complacen. Este gozo es enviado por los dos a los que son dignos de él... pero procede sólo del Padre para existir. (PG 150, 1144-1145)

 

 

 

Folleto Misionero # S46b

Copyright © 2003 Holy Trinity Orthodox Mission

466 Foothill Blvd, Box 397, La Canada, Ca 91011

Editor: Obispo Alejandro (Mileant)

 

santa_trinidad_eugraph_kovalevsky.doc