¿Dónde se Encuentra

La Verdadera Iglesia?

Informaciones sobre las iglesias y sectas

Parte I

Obispo Alejandro (Mileant).

Traducido por Irina Marschoff

 

Contenido: Las características de la Iglesia verdadera. Información sobre la Iglesia Ortodoxa, la Iglesia Católica Romana. Roma y Rusia. El Protestantismo. La religión Luterana y su evolución. El Calvinismo, la Iglesia Reformada y la Iglesia Presbiteriana. La religión Anglicana.

 

 

Las Características

de la Verdadera Iglesia

El número siempre creciente de iglesias y de cualquier tipo de sectas, hace complicado para algunos, el interrogante de cuál de todas ellas es la Iglesia Verdadera. Parecería, piensan algunos, que la Iglesia apostólica original se ha fraccionado con el tiempo y que las iglesias actuales poseen sólo vestigios de su original riqueza espiritual, fragmentos de su gracia y de su verdad. Pensando de esta manera acerca de la Iglesia, algunos opinan que existe la posibilidad de reconstruirla a partir de las sociedades cristianas existentes, por medio de acuerdos y concesiones recíprocas. Tal opinión está enraizada en el movimiento ecuménico, el cual no reconoce como verdadera a ninguna iglesia de las ya existentes. Podría ser, piensan otros, que la verdadera Iglesia no tiene nada en común con las iglesias oficiales, sino consistía en personas creyentes aisladas que oficialmente pertenecen a distintos grupos eclesiásticos. Esta última opinión se ha manifestado en la enseñanza de la así llamada "Iglesia invisible," que está siendo expresada por los actuales teólogos del protestantismo. Finalmente, para muchos cristianos aparece la pregunta: ¿Es necesaria en realidad, la Iglesia, si el hombre se está salvando por su propia fe?

Todas estas opiniones contradictorias y fundamentalmente incorrectas, surgen de la incomprensión de la verdad central de la enseñanza de Cristo — la de la salvación del hombre. Leyendo el Evangelio y las Cartas de los apóstoles se entiende con claridad que el pensamiento de Cristo es llamar a los hombres para su salvación no en forma individual y dispersada, sino en conjunto para crear un Reino en común, único y lleno de la divina gracia. Sabemos que el reino del mal, encabezado por el príncipe de las tinieblas, actúa, en conjunto, en su lucha contra la Iglesia como lo recordó el Salvador, al decir: "Si satanás expulsa a satanás, contra sí mismo está dividido: cómo, pues, va a subsistir su reino?" (Mateo 12:26).

Sin embargo, a pesar de todos los matices actuales de las opiniones sobre la Iglesia, la mayoría de los cristianos bien pensantes admite que en los tiempos de los apóstoles, existía la verdadera Iglesia de Cristo como la única sociedad de los hombres que se están salvando. El Libro de los Hechos de los Apóstoles nos narra acerca de la aparición de la Iglesia en Jerusalén, cuando 50 días después de la Resurrección de Cristo, el Espíritu Santo descendió sobre los apóstoles en la forma de lenguas de fuego. Desde aquel día la fe cristiana empezó a propagarse rápidamente en todas las partes del vasto Imperio Romano. A medida que se iba propagando en las ciudades y aldeas, aparecieron comunidades que eran las primeras iglesias. En la vida cotidiana y debido a las enormes distancias, estas sociedades vivían en forma separada, pero se consideraban miembros orgánicos de una Iglesia Santa, católica y apostólica, estando unidas por una fe y una fuente de santificación que se recibe desde los divinos sacramentos (bautismo, comunión y ordenación o imposición de manos). En un principio estos actos sagrados los realizaban los mismos apóstoles. Pero pronto surgió la necesidad de tener ayudantes, y los apóstoles elegían entre los miembros de las comunidades cristianas a los dignos candidatos para ser ordenados como obispos, presbíteros y diáconos. (Así es como el apóstol Pablo ordenó como obispos a Timoteo y a Tito). Los apóstoles encomendaban a los obispos la vigilancia sobre la pureza de la enseñanza de la fe cristiana, la vida devota y la facultad de ordenar nuevos presbíteros y diáconos. De este modo, la Iglesia durante los primeros siglos estaba creciendo continuamente y se expandía por todos los países, enriqueciendo su experiencia espiritual a través de la literatura religiosa, las plegarias y cánticos para los oficios divinos, y luego en la arquitectura de los templos y en el arte sagrado; siempre manteniendo la esencia de la verdadera Iglesia de Cristo.

Los Evangelios y las Epístolas de los apóstoles no aparecieron de inmediato y en una misma época. Durante largos decenios después de la instauración de la Iglesia, las Sagradas Escrituras no constituían la fuente de las enseñanzas; la fuente fue únicamente la tradición oral llamada así por los mismos apóstoles, y era la única base de la enseñanza religiosa (1 Corintios 11:16 y 15:2; 2 Tesalon. 2:15 y 3:6; 1 Timot. 6:20). La Iglesia la tuvo como peso de arbitrio en los casos de duda, para decidir que era lo correcto y que no lo era. En casos que hubiera surgido algo que no correspondía a la tradición apostólica, ya sea en asuntos de la fe, de la práctica de los sacramentos o de administración, era rechazado como incorrecto. Al seguir la tradición apostólica, los obispos de los primeros siglos han controlado todos los manuscritos cristianos con el mayor esmero posible y recolectaron poco a poco los Hechos de los apóstoles, el Evangelio y las epístolas, reuniéndolo todo en un conjunto que obtuvo el nombre de Escritura del Nuevo Testamento que, conjuntamente con el Antiguo Testamento se constituyó en la Biblia en su forma actual. Este proceso de recopilación fue terminado en el tercer siglo después de Cristo. Los libros que no coincidían en un todo con la tradición apostólica, fueron descartados como incorrectos y se denominaron apócrifos. De esta manera, la tradición apostólica tenía la voz decisiva en la formación de las Escrituras del Nuevo Testamento, de este tesoro escrito de la Iglesia. Los cristianos de todas las denominaciones utilizan las Escrituras del Nuevo Testamento, a menudo sin el debido respeto, sin darse cuenta de que las mismas son propiedad de la Iglesia Verdadera, un tesoro recolectado por ella con esmero.

Gracias a otros pilares de la escritura que nos han llegado, supimos de otros valiosos detalles escritos por los discípulos de los apóstoles, acerca de la vida y la fe de las comunidades cristianas en los primeros siglos de la era cristiana. En aquella época, la fe en la existencia de una santa Iglesia apostólica era generalizada. Por supuesto, la Iglesia de entonces tenía su "lado visible" en la liturgia y otros oficios sagrados, en sus obispos y sacerdotes, en las plegarias y cánticos, en las leyes (reglas apostólicas) que reglamentaban las relaciones entre varias iglesias, en todas las manifestaciones de la vida de las comunidades cristianas. Por lo tanto, tenemos que admitir que la enseñanza de la Iglesia Invisible es una enseñanza nueva e incorrecta. Al admitir la existencia de la Iglesia real, una y santa, en los primeros siglos del Cristianismo, ¿podríamos encontrar el momento histórico en que la misma se haya fraccionado y hubiera cesado de existir? La respuesta honesta a esta pregunta debe ser negativa. La verdad es que las desviaciones de las enseñanzas de los apóstoles, las herejías, empezaron a surgir todavía en la época de los apóstoles. Particularmente activas, se revelaron las enseñanzas de los gnósticos, que agregaban a las enseñanzas cristianas elementos de la filosofía pagana. En sus epístolas, los apóstoles prevenían a los cristianos y afirmaban directamente que los seguidores de estas sectas se habían separado de la Iglesia. Los apóstoles los consideraban como ramas secas que se habían separado del árbol de la Iglesia. De manera similar, los sucesores de los apóstoles, los obispos de los primeros siglos, no reconocían las desviaciones de la verdadera fe que aparecían en su época, y separaban de la Iglesia a los porfiados seguidores de las mismas, siguiendo las palabras del Apóstol: "Más aun si nosotros o un ángel del cielo os anunciare otro evangelio del que os hemos anunciado, sea anatema" (Es decir: que sea expulsado; Gálatas 1:8-9).

De esta manera, en los primeros siglos del Cristianismo estaba claro que la Iglesia es una familia espiritual, que desde los tiempos de los Apóstoles lleva la enseñanza verdadera, los únicos sacramentos y la ininterrumpida transmisión de los sacramentos que pasa de obispo a obispo. Para los seguidores de los apóstoles no hubo duda alguna que la Iglesia es absolutamente indispensable para la salvación. Ella custodia y proclama la verdadera enseñanza de Cristo, santifica a los creyentes y los lleva hacia la salvación. Empleando la expresión de las Escrituras, en los primeros siglos del Cristianismo la Iglesia se entendía como "el corral de ovejas," dentro del cual, Cristo el Buen Pastor protege a sus ovejas del "lobo," o sea del diablo. La Iglesia se comparaba también con una vid, cuyas ramas proveen a los creyentes las fuerzas indispensables para la vida cristiana y las buenas obras. La Iglesia se entendía como el Cuerpo de Cristo, en el cual cada creyente debe llevar su servicio necesario para un todo. La Iglesia se representaba también como el Arca de Noé, en la cual los creyentes atravesaban el mar de la vida y llegaban al puerto seguro del Reino Celestial. Asimismo, se comparaba la Iglesia con una alta montaña, que se levanta por encima de los errores humanos y lleva a los viajeros hacia el cielo, a la comunidad con Dios, con los ángeles y los santos.

En los primeros siglos del Cristianismo, creer en Cristo significaba creer en que la obra que había cumplido en la tierra, los medios que Él dio a los creyentes para la salvación no pueden perderse o ser arrancados por los esfuerzos del diablo. Tanto los profetas del Antiguo Testamento, como el Señor Jesucristo y sus apóstoles, enseñaron claramente sobre la permanente existencia de la Iglesia hasta los últimos años de la existencia del mundo. "En tiempo de estos reyes, el Dios del cielo hará surgir un reino que jamás será destruido, y este reino no pasará a otro pueblo. Pulverizará y aniquilará a todos estos reinos, y él subsistirá eternamente," así ha profetizado el Angel al profeta Daniel (Daniel 2:44). El Señor prometió al apóstol Pedro: "Y yo a mi vez te digo que tu eres Pedro, y sobre esta piedra (de la fe) edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella" (Mateo 16:18).

Y nosotros, de la misma manera, si creemos en la promesa de nuestro Salvador, tenemos que reconocer la existencia de Su Iglesia en nuestra época y hasta el fin del mundo. Hasta ahora no dijimos dónde está esta Iglesia, pero nos limitamos a exponer la idea fundamental: la Iglesia debe existir en su santa, íntegra y real naturaleza. Siendo fraccionada, lesionada y evaporada no puede existir como Iglesia.

Pues entonces, ¿dónde está la Iglesia? ¿Cómo encontrarla entre las actualmente existentes ramas cristianas?

Por lo pronto, la verdadera Iglesia debe contener la pura e intacta enseñanza cristiana, como fue anunciada por los apóstoles. La finalidad de la llegada a la tierra del Hijo de Dios consistía en traer la verdad a la tierra, tal como Él lo anunciara antes de padecer sobre la Cruz: ."..Yo por esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz" (Juan 18:37). El apóstol San Pablo, al instruir a su discípulo Timoteo para que éste cumpliera sus deberes de obispo, le escribe finalizando: "pero si tardo, para que sepas cómo hay que portarse en la casa de Dios, que es la Iglesia de Dios vivo, columna y fundamento de la verdad" (1 Tim. 16:18). Hay que reconocer con tristeza que en el problema de la enseñanza vemos grandes diferencias entre las actuales ramas cristianas. Fundamentalmente hay que reconocer que todos no pueden enseñar correctamente. Si una iglesia, por ejemplo, afirma que la Comunión es Cuerpo y Sangre de Cristo y la otra lo niega, es imposible que ambas tengan la verdad. O sea, si una iglesia cree en la realidad de la fuerza espiritual de la señal de la Cruz y la otra lo niega, está claro que una de las dos se está equivocando. La Iglesia verdadera debe ser aquella que no tiene diferencias con la Iglesia de los primeros siglos de la era cristiana. Si alguien compara imparcialmente las enseñanzas de las actuales iglesias cristianas, tendrá que llegar a la conclusión (como lo veremos más adelante) que sólo la Iglesia Ortodoxa está profesando la fe intacta de la antigua Iglesia de los apóstoles.

Otro signo, según el cual se puede encontrar la verdadera Iglesia, es la gracia o fuerza divina mediante la cual la Iglesia está llamada a santificar y fortalecer a los creyentes. Aunque la gracia es una fuerza invisible, existe también una condición real externa, según la cual se puede juzgar sobre la presencia o ausencia de la gracia: es la continuidad de la tradición apostólica. Desde los tiempos de los apóstoles la gracia se otorgaba a los creyentes por medio de los sacramentos del bautismo, de la comunión, de la imposición de manos, (unción de óleos y la consagración) y otros. En principio los realizadores de estos sacramentos eran los apóstoles (Hechos 8:14-17), más tarde los obispos y los sacerdotes (Los sacerdotes se distinguían de los obispos al no poder consagrar a los presbíteros). El derecho de realizar estos sacramentos era transmitido exclusivamente a través de la sucesión de la tradición apostólica; los apóstoles consagraban a los obispos y sólo estos últimos podían consagrar a otros obispos, a sacerdotes y a los diáconos. La sucesión apostólica se asemeja a una llama sagrada que con una vela enciende las demás. Si la llama se apaga y la cadena de la sucesión apostólica se interrumpe, no habrá más sacerdocio, ni sacramentos, ni medios para santificar a los creyentes. Es por eso que desde la época de los apóstoles, se seguía observando atentamente la preservación de la sucesión apostólica: un obispo debe ser consagrado obligatoriamente por otro obispo verdadero, cuya consagración asciende sin interrupción hasta la época apostólica. Los obispos que habían caído en la herejía o llevaban una vida indigna, se destituían y perdían el derecho de administrar los sacramentos o consagrar para sí a otros sucesores.

En la época actual, existen sólo unas pocas iglesias cuya sucesión apostólica es indudable: la Iglesia Católica y algunas Iglesias no ortodoxas orientales (que sin embargo, se habían alejado de la pureza de la enseñanza apostólica ya en la época de los Concilios Ecuménicos). Las denominaciones cristianas, que desde un principio niegan la necesidad de sacerdocio y la sucesión apostólica, por este solo signo se distinguen de la Iglesia cristiana de los primeros siglos y por lo tanto, no pueden considerarse verdaderas.

Una persona con sensibilidad espiritual no necesita, por supuesto, pruebas visibles de la gracia divina. Percibe por sí solo la acción cálida y pacificadora que obtiene al recibir los sacramentos, y al presenciar los servicios divinos en la Iglesia Ortodoxa. [al pie de pág.: (12) El cristiano debe distinguir la gracia divina del éxtasis nocivo y barato, con el que utilizan para exaltarse artificialmente los sectantes del tipo de los pentecostales en sus reuniones para la oración. Los indicios de una verdadera gracia son la paz del alma, el amor a Dios y al prójimo, la modestia, la humildad, la mansedumbre y otras cualidades semejantes, enumeradas por el apóstol Pablo en su epístola a los Gálatas, 5:22-26].

Otro de los signos de la Iglesia verdadera son sus padecimientos. Si los hombres tienen dificultades para decidir cuál Iglesia es la verdadera, el diablo su enemigo, lo sabe perfectamente. Él la odia y trata de aniquilarla. Estudiando la historia de la Iglesia, vemos claramente que ella está escrita con las lágrimas y la sangre de los mártires por la fe. Las persecuciones comenzaron por parte de los primeros sacerdotes y escribas, todavía en la época de los apóstoles. Luego le siguen tres siglos de persecuciones, de parte de los emperadores romanos y los regentes locales. Luego levantaron sus armas contra los cristianos los árabes — musulmanes, seguidos por los cruzados que vinieron del Occidente. Estos han debilitado las fuerzas físicas de Bizancio, baluarte en ese entonces de la Ortodoxia, la que en su momento no tenía más energía para oponerse a los turcos que la inundaron en los siglos XIV y XV. Y finalmente, los luchadores contra Dios, los comunistas han superado a todos los demás perseguidores, haciendo morir más cristianos que todos los perseguidores juntos. He aquí el milagro: la sangre de los mártires sirve de semilla para los nuevos cristianos, y las puertas del Infierno no podrán superarla, como prometió Cristo.

Finalmente, el medio para encontrar la Iglesia de Cristo con relativa facilidad es estudiar su historia. La Iglesia verdadera asciende sin interrupción a los tiempos de los apóstoles. Es suficiente establecer cuando empezó una u otra Iglesia. Si la Iglesia surgió en siglo XVI, por ejemplo, y no en la época de los apóstoles, es imposible que sea la verdadera. Este solo hecho invalida las pretensiones de todas las llamadas denominaciones cristianas, que tienen su inicio en Lutero y de sus seguidores, la luterana, calvinista y presbiteriana, como asimismo las posteriores: la mormona, la bautista, la adventista y la de los testigos de Jehová, la de los pentecostales y otras semejantes. Estas denominaciones no fueron fundadas por Cristo o sus discípulos, sino por profetas falsos; los luteranos, los calvinistas, los enriquistas, los smithistas y otras recientemente aparecidas.

La finalidad de este cuadernillo, es hacer conocer al lector ortodoxo la historia del nacimiento de las principales ramas modernas del cristianismo y la esencia de sus enseñanzas, tratando de hacer más fácil su conocimiento de las diferencias con la única y santa Iglesia apostólica, fundada por Cristo. En las épocas de las "disputas cristológicas" desde el siglo IV al VIII siglo, algunas corrientes heréticas se han separado de la Iglesia; la arriana, la macedoniana, la monofisita y monofilitas (de los dos últimos se han formado los actuales coptos), la iconoclasta y otras. Sus enseñanzas fueron condenadas por los Concilios Ecuménicos (de los cuales hubo siete en total) y estas herejías no representaban un peligro para el hombre ortodoxo. Por esta razón, no hablaremos de ellas.

Empecemos con decir algunas palabras acerca de la Iglesia Ortodoxa de la cual hablaremos más detalladamente en un cuadernillo separado.

La Iglesia Ortodoxa

Al estudiar la historia del cristianismo, llegamos a la conclusión que la formación de la Iglesia Ortodoxa asciende de manera ininterrumpida hasta la época de los apóstoles. La Iglesia era pequeña como una semilla de mostaza, según la comparación empleada por Jesucristo, ha crecido finalmente en un árbol grande extendiendo sus ramas sobre todo el mundo (Mateo 13:31-32).

Ya a principios del primer siglo, encontramos comunidades cristianas casi en todas las ciudades del Imperio Romano: en Tierra Santa, en Siria, Armenia y en Asia Menor, en Grecia y Macedonia, en Italia y Galia, en Egipto y Africa Septentrional, en Hispania y Britania y hasta más allá de los confines del Imperio, en la lejana Arabia, en la India y en tierra de los escitas. Al finalizar el primer siglo, todas las comunidades cristianas de las ciudades más o menos importantes, eran encabezadas por los obispos que retenían la totalidad de la gracia apostólica. Ya en el siglo II, los obispos de las ciudades más importantes del Imperio Romano, que reunían en sus regiones las cátedras de los obispados vecinos se llamaron (obispos) metropolitanos. La obligación de los metropolitanos era convocar regularmente a los concilios obispales, para decidir sobre los asuntos pendientes de carácter religioso y administrativo. Además de las grandes ciudades centros de los distritos en el Imperio Romano, existían las llamadas diócesis imperiales. De acuerdo a ello, se iban formando los puntos con administración eclesiástica más amplia, que más tarde tomaron la denominación de patriarcados. En el Cuarto Concilio Ecuménico celebrado en Calcedonia en el año 451, se habían definido los confines de los cinco patriarcados: el romano, el de Constantinopla, el de Alejandría, el de Jerusalén (cuya región no era grande en el sentido administrativo, pero importante por su significado religioso).

Con el transcurrir de los años y debido a varias causas históricas, las regiones de los patriarcados, aumentaban o disminuían en extensión. Grandes cambios sobrevinieron en Europa debido a las invasiones germánicas (fines del siglo IV), hubo persecuciones persas y la invasión árabe en las regiones orientales del Imperio de Bizancio (mediados del siglo VII). A mediados del siglo IX se percibe un movimiento hacia el cristianismo por parte de los pueblos eslavos. Para la cristianización de los búlgaros y los moravos, han trabajado mucho los hermanos de Tesalónica Cirilo y Metodio. Su gran logro fue la invención del alfabeto eslavo, y la traducción del griego al idioma eslavo de los textos selectos de los servicios divinos y de los libros de las Sagradas Escrituras. Con sus esfuerzos prepararon la cristianización de Rusia.

Si bien a fines del siglo I, en las orillas del Mar Negro ya existían comunidades cristianas, la conversión masiva al cristianismo de las tribus eslavas que habitaban la antigua Rus, empezó con la época del Bautismo de Rusia en el año 988 por el Príncipe Vladimir en la ciudad de Kiev, sobre el río Dnieper (ver cuadernillo sobre el príncipe San Vladimir y el milenio del Bautismo de Rusia). Desde Kiev, la fe ortodoxa se expandió a toda Rusia. La magnitud de expansión de la fe ortodoxa en Rusia, antes de la revolución bolchevique, se puede ver en los siguientes datos: en el territorio ruso hubo 1098 monasterios — conventos, con más de 90 mil monjes y monjas. Además del patriarca de Moscú, hubo 6 obispos metropolitanos, 136 obispos, 48.000 sacerdotes y 15.000 diáconos que sirvieron en 60.000 iglesias. Para preparar a los sacerdotes hubo 4 academias, 57 seminarios, 185 escuelas religiosas. Se editaba un sinnúmero de Biblias y distintos libros de contenido espiritual. Lamentablemente, nosotros no nos interesábamos suficientemente por nuestra inmensa riqueza espiritual propia y fuimos seducidos por las ideas occidentales. La verdadera gran persecución de la Iglesia, que empezó a partir del año 1918 con la masiva exterminación física de los sacerdotes y legos creyentes por las fuerzas ateas con la simultánea destrucción de los templos, puede sólo ser explicada como la profecía del Apocalipsis, acerca de la gran persecución de la fe cristiana antes del fin del mundo.

Desde mediados del siglo XVIII, gracias al trabajo realizado por San Germán de Alaska y otros misioneros rusos, la Ortodoxia entró en Alaska donde fue bautizado un gran número de habitantes de la zona, los aleutianos. De esta manera se había iniciado la propagación de la fe ortodoxa en América del Norte (actualmente viven en los Estados Unidos de Norteamérica cerca de tres millones de cristianos ortodoxos).

Hoy en día, la Iglesia Ortodoxa está constituida por las siguientes Iglesias Ortodoxas autocéfalas (locales): la de Constantinopla (que tiene un gran número de parroquias en Europa, América del Norte y Sur y la cátedra del Patriarca de Constantinopla en Estambul, Turquía), la de Alejandría (Egipto), la de Antioquía (con sede en Damasco, Siria), la de Jerusalén, la rusa, la georgiana, la serbia, la rumana, la búlgara, la chipriota, la griega, la albana, la polaca, la checoslovaca, la lituana y la Iglesia Ortodoxa de América. Las Iglesias autónomas son: la sinaíta, la finlandesa y la japonesa. Luego de las dos Grandes Guerras, se ha formado un gran número de parroquias griegas y rusas (la Iglesia Rusa en el Extranjero) casi en todas las partes del mundo. El número total de los cristianos ortodoxos en el mundo llega aproximadamente a los 130 millones.

La denominación "Iglesia Ortodoxa" empezó a ser utilizada en la época de las discusiones religiosas desde los siglos IV al VI, cuando apareció la necesidad de diferenciar la verdadera Iglesia de los grupos heréticos (arrianos, nestorianos y otros), que también se llamaban cristianos. La palabra "ortodoxia" viene de la palabra griega "orthodokeo" que significa "pienso correctamente." Otra definición de la Iglesia era "católica" que en griego significa "todo englobante." El sentido de esta definición significa que la Iglesia llama a todos para la salvación, independientemente de su nacionalidad o situación social.

Las iglesias ortodoxas locales, como por ejemplo la de Jerusalén, la rusa, la serbia y otras están encabezadas ya sea por patriarcas, ya sea por arzobispos u obispos metropolitanos. Para decidir sobre asuntos relativos a cualquiera de estas iglesias, el superior de ellas convoca a un concilio de sus obispos. Los asuntos que se refieren a toda la Iglesia Ortodoxa, como problemas de la fe (dogmas) y de los cánones (leyes eclesiásticas) se llevan a la discusión en los "Concilios Ecuménicos." Para participar de los Concilios Ecuménicos se reúnen los obispos de todas las iglesias ortodoxas locales y las iglesias autónomas. Si es necesario, se convocan los representantes del clero y los legos. De esta manera, la dirección de la Ortodoxia no es unipersonal o democrática, sino católica.

Las enseñanzas de la Iglesia Ortodoxa están formuladas de manera compacta en el Credo, que fue compuesto en los Concilios Ecuménicos Primero y Segundo, celebrados en las ciudades de Constantinopla y Nicea en los años 325 y 381. Este Credo, a su vez, fue compuesto sobre la base de otros símbolos que ascienden a la época de los apóstoles. Resumiendo las enseñanzas ortodoxas, creemos en Dios único — Padre, Hijo y Espíritu Santo, en la Trinidad única e indivisible. El Dios Hijo nació del Padre antes de todos los siglos. El Espíritu Santo emana ininterrumpidamente de Dios Padre. Creemos que Dios único, adorado en la Trinidad, es eterno, omnipotente y omnipresente, que Él por su propia voluntad ha creado de la nada todo lo que existe — primero el mundo invisible de los ángeles y luego el nuestro, visible y material. Dios también nos creó inspirando en nosotros el alma inmortal, inscribiendo Su Ley en nuestros corazones. Dios nos ha creado para que nosotros nos perfeccionemos y gocemos de la vida eterna en comunión con Él. Creemos que Dios es infinitamente justo y misericordioso. Él reina sobre todo el Universo y sobre la vida de cada uno de los hombres; nada ocurre en el mundo sin la voluntad de Dios.

Cuando los primeros hombres infringieron la ley divina, Dios no los rechazó definitivamente, sino empezó a prepararlos para su salvación por medio de Sus profetas, prometiéndoles enviar al Mesías, es decir a Cristo. Cuando el mundo maduró lo suficientemente para recibir la verdadera fe, el Hijo de Dios, nuestro Señor Jesucristo vino para salvarnos a nosotros, pecadores. Cristo enseñaba cómo había que creer y vivir en la verdad. Para lavarnos de nuestros pecados Él murió sobre la Cruz y con Su sangre lavó nuestros pecados. Al tercer día resucitó de los muertos y dio el comienzo a nuestra resurrección y la vida eterna en el Paraíso. Creemos en que el Señor Jesucristo a los cincuenta días de Su resurrección, envió a sus apóstoles el Espíritu Santo que a partir de entonces permanece en la Iglesia guiándola hacia la verdad. Creemos en que una Iglesia santa, católica y apostólica permanecerá invicta ante las fuerzas del mal, hasta el fin del mundo. Creemos en que el Espíritu Santo purifica y santifica a los creyentes en los sacramentos del bautismo y confirmación, confesión y eucaristía y en otros actos del servicio divino, proporcionándoles las fuerzas para vivir como cristianos. Creemos en que el Señor Jesucristo volverá a la tierra por segunda vez. Entonces habrá una resurrección general de los muertos, terminará el mundo y se abrirá el Juicio Final para todos, y cada uno será juzgado por todo lo que hizo en su vida. Luego del Juicio tendrá su comienzo la vida eterna, para los justos el goce eterno en la comunión con Dios, para el diablo y los pecadores el eterno padecimiento en la marea de fuego.

Reconocemos que para ser salvado, una sola fe abstracta no es suficiente y que es imprescindible que la vida corresponda a la fe. Reconocemos por lo tanto, el cumplimiento de los diez mandamientos que Dios dio al profeta Moisés (Exodo, cap. 20), y tan imprescindible como el cumplimiento de los Mandamientos son las Bienaventuranzas del Evangelio, que diera el Señor Jesucristo (Mateo 5:3-12). La esencia de los Mandamientos está en el amor a Dios, al prójimo y hasta a los enemigos (Mateo 5:43-45). Estos Mandamientos de amor hacen la fe cristiana superior a las demás religiones, mientras que desde el punto de vista del razonamiento humano, pueden ser valorados como el único camino para crear la paz entre los hombres, el mutuo respeto y legalidad entre ellos. Sin el sincero amor hacia el prójimo y el perdón, son inevitables las guerras y la mutua destrucción. El Señor Jesucristo nos enseña a perdonar a todos en la divina plegaria del Padre nuestro, cuando decimos: "y perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores." En sus parábolas, el Señor nos enseña las virtudes de la fe, la humildad, la paciencia, la constancia, la justicia y otras. Entre las parábolas se destaca la parábola sobre los talentos, que nos llama a desarrollar en nosotros los talentos y capacidades que Dios nos ha proporcionado. La verdadera fe debe manifestarse indefectiblemente en el crecimiento positivo del alma y en obras buenas, porque: "la fe sin las obras es muerta." Un cristiano no debe ser acaparador, es decir, ser indiferente con respecto a los bienes materiales, no utilizarlos para sus deleites, sino sólo para su necesidad y la ayuda a los demás. La soberbia, el egoísmo, la altivez son execrables a los ojos de Dios.

La Iglesia Ortodoxa nos enseña que cada hombre fue dotado por el Creador de una voluntad libre y es por lo tanto, responsable de sus actos. El Señor nos ama y tiene piedad de nosotros. Nos está ayudando en todo lo bueno y especialmente cuando nosotros pedimos Su ayuda, dado que dijo: "Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá" (Mateo 7:7). Una plegaria fervorosa aclara la razón, ayuda a superar las tentaciones y vivir de acuerdo a los mandamientos divinos. La plegaria nos ayuda a perfeccionar nuestras capacidades espirituales y esto es precisamente el objetivo principal de nuestra vida en la tierra.

Cuando a un cristiano ortodoxo le suceden contratiempos o enfermedades, él no debe reprocharlo a Dios, sino recordar que Dios admite que los sufrimientos lleguen a él para el provecho de nuestra alma; para purificarla de los pecados y fortalecer nuestra voluntad, para mejorarnos. En los momentos difíciles hay que dirigirse a Dios, nuestro Padre Celestial: "Cúmplase Tu voluntad, tanto en el Cielo como en la tierra."

Los ortodoxos veneramos a los santos, la Virgen María, los profetas, los apóstoles, los mártires y a todos los demás santos que merecieron su santidad ante Dios y los hombres. Luego de su muerte, los santos no interrumpieron su lazo con nosotros sino pasaron a otra región, la región celestial de la Iglesia que se denomina la Iglesia Triunfante. Allí, ante el Trono del Todopoderoso, están bregando por nosotros, como si fuéramos sus hermanos menores para ayudarnos a ganar el Reino Celestial. Los rusos veneramos en especial, y nos es grata la memoria de los santos de Rusia , los santos equivalentes a los apóstoles, los príncipes Vladimir y Olga, los santos Borís y Gleb, san Sergio de Rádonezh, los santos Antonio y Teodosio de Pechera, san Serafín de Sarov, san Juan de Kronshtád y otros, como asimismo los nuevos mártires rusos que resplandecieron en nuestro siglo.

Los servicios divinos de la Iglesia Ortodoxa, siguen el rito que se ha establecido durante siglos. El servicio principal es la Liturgia. La parte esencial de la Liturgia es el sacramento de la Eucaristía (comunión), durante el cual los creyentes reciben el Cuerpo y la Sangre de nuestro Señor Jesucristo bajo el aspecto del pan y del vino, y se unen con Él mediante este acto, tal como el Señor lo ha dicho: "El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día" (Juan 6:54). Antes de comulgar, el creyente confiesa sus pecados.

Para ayudar al cristiano a luchar contra sus faltas fueron instituidos los días de ayuno. Desde la época de los apóstoles existe la costumbre de observar el ayuno los días miércoles y viernes (en memoria de la Pasión del Salvador), como asimismo antes de la Fiesta de Pascua, durante el Gran Ayuno. Durante los días de ayuno no se permite ingerir comida con carne y productos lácteos y participar de diversiones; si no que corresponde practicar la oración y leer libros de contenido religioso. La creencia ortodoxa hace el llamamiento de preocuparse por la familia, ayudar a los pobres y enfermos y no reprobar a nadie. "No juzguéis, para que no seáis juzgados" (Mateo 7:1). El objetivo de vida a seguir es la permanente perfección moral: "Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial" (Mateo 5:48).

Pasemos ahora a contemplar la historia, el origen y las enseñanzas de otras Iglesias. La existencia en los países occidentales de otras iglesias cristianas nació del movimiento luterano, que a su vez, surgió en reacción contra los abusos en la Iglesia católica romana. Continuaremos pues, con el surgimiento de la Iglesia católica romana.

La Iglesia Católica Romana

Luego de la destrucción de Jerusalén en el año 78 de la era cristiana, la Iglesia de Jerusalén había cesado de existir durante cierto tiempo, y en su lugar se fue colocando paulatinamente la comunidad romana, creciendo con ello la importancia de su obispo, basándose sobre la ubicación central de Roma y su origen de la cátedra de los primeros apóstoles. El obispo de Roma empezó a subrayar esta supremacía de la Iglesia, con lo que no estaban conformes los obispos de las provincias orientales del Imperio Romano.

Ya hemos mencionado el crecimiento eclesiástico — administrativo de una serie de ciudades en el amplio Imperio romano, que empezó a manifestarse en el segundo y tercer siglo. Así, el obispo Irineo de Lyon fue reconocido como la cabeza espiritual de toda Galia, el obispo Cipriano de Cartago, consideraba bajo su mando a los obispos de Mauritania y Numidia, los obispos de Alejandría administraban las iglesias de Egipto, los de Efeso a las de Asia Menor, mientras que la Iglesia Romana encabezaba a toda la región romana. Más adelante, una serie de Iglesias fueron declaradas principales por su condición religiosa y civil por decisión de los Concilios Ecuménicos, aunque este hecho no infringía la igualdad de ellas, y los problemas que surgían en toda la Iglesia se resolvían por toda la Iglesia mediante los Concilios Ecuménicos.

La regla apostólica 34 reza: "Los obispos de cualquier pueblo deben reconocer al principal entre ellos y reconocerlo como cabeza, y no hacer nada que supere el poder de ellos sin su consentimiento: cada uno hace todo lo que tiene relación con su diócesis y de los lugares que a ella pertenecen. Pero tampoco el primero no hace nada sin el consentimiento de los demás. Así se obtendrá el pensamiento común y se glorificará a Dios, en comunión con el Espíritu Santo, Padre, Hijo y Espíritu Santo." Esta regla expresa claramente el principio de la universalidad.

Por lo general, las reglas apostólicas y las reglas de los Concilios antiguos, no admiten la autocracia del primero entre los obispos y menos aún, el absolutismo en la Iglesia. La suprema instancia para decidir sobre asuntos religiosos y canónicos, es el Concilio de los Obispos, Concilio local o, si fuera necesario, el Concilio Ecuménico.

No obstante todo ello, las circunstancias políticas han favorecido el crecimiento de la influencia del obispo de Roma, favorecido por la invasión de los bárbaros a fines del siglo IV y las migraciones de los pueblos de Europa. Las olas de los bárbaros arrastraban en su movimiento todas las huellas del cristianismo por las antiguas provincias romanas. Entre los países en formación, Roma se expone en calidad de defensor de la fe apostólica y de la tradición cristiana. El enaltecimiento del prestigio del obispo de Roma, fue favorecido por las inquietudes de carácter religioso del IV hasta el VIII siglo en el Imperio Bizantino, cuando los obispos de Roma actuaban en defensa de la ortodoxia. Así, poco a poco entre los obispos de Roma iba creciendo la convicción de ser llamados a dirigir la vida de todo el mundo cristiano. Una gran ayuda para afianzar las pretensiones de los obispos romanos en el siglo IV, fue el decreto del Emperador Graziano, que reconocía en la persona del Papa de Roma (Papa, es decir padre, este título llevaban los obispos de Roma y de Alejandría) al "juez de todos los obispos," y ya en el siglo V, el Papa Inocencio declaró que "nada puede ser hecho sin consulta de la cátedra de Roma, especialmente en asuntos de la fe, todos los obispos deben dirigirse al apóstol San Pedro," o sea al obispo de Roma. En el siglo VII, el Papa Agathon exigió que las disposiciones de Roma fuesen aceptadas por toda la Iglesia, como reglas sancionadas por las palabras del apóstol San Pedro. En el siglo VIII el Papa Esteban escribió: "Yo soy el apóstol San Pedro, llamado por la misericordia divina, Cristo, el Hijo de Dios vivo y puesto por su poder de ser el iluminador de todo el mundo."

Estas pretensiones que se acrecentaban, no fueron tomadas con seriedad por los obispos orientales y no dividían a la Iglesia. Todos se sentían unidos por la fe, los sacramentos y la conciencia de pertenecer a una sola Iglesia Apostólica. Pero por desgracia para el mundo cristiano, esta unidad fue interrumpida por los obispos de Roma en siglo XI y los siguientes siglos, mediante las modificaciones y las nuevas reglas en los dominios dogmático y canónico (leyes eclesiásticas). La separación de la Iglesia Romana iba profundizándose mediante nuevos dogmas, primero de la emanación del Espíritu Santo "y del Hijo" (Filioque), introduciendo estas palabras en el Credo, luego de la inmaculada concepción de la Santísima Virgen, del purgatorio, del Papa como representante de Cristo, cabeza de toda la Iglesia y de los estados legos, de la infalibilidad del Papa en asuntos de la fe. En suma, se modifica la misma noción de la naturaleza de la Iglesia. [Para

ju *** de Jerusalén del año 51 estaba presidido por el apóstol Santiago. Con lo concerniente a la sucesión del poder que asciende a San Pedro, éste ha ordenado a los obispos de varias ciudades, no sólo en Roma, sino por ejemplo en Alejandría, Antioquía y otras. ¿Por qué los obispos de aquellas ciudades no obtuvieron las prerrogativas del apóstol San Pedro? Al estudiar más profundamente, llegamos a una honesta conclusión: la enseñanza sobre la supremacía fue creada por los obispos de Roma de manera artificial, en favor a sus propias ambiciones. Esta enseñanza era desconocida en la Iglesia antigua.

Las crecientes pretensiones del obispo romano a la supremacía y la introducción de la enseñanza sobre la procedencia del Espíritu Santo, llevaron a la separación de la Iglesia en la Oriental — griega y en la Occidental — romana (o católica). Como año oficial de la separación se considera el año 1054, cuando el cardenal Humberto puso la carta del Papa sobre el altar de la iglesia de Santa Sofía en Constantinopla, donde maldecía a todos los que no estaban conformes con la Iglesia romana.

En la vida religiosa de Europa, el siglo XI está caracterizado por la victoria del Papado sobre el poder lego. Roma se convierte en el poder central del mundo. El deseo de obtener el poder mundano y participar en las luchas políticas, no fue sólo característico para algunos Papas, sino caracteriza todo el sistema papal. El Papa Pío IX, declaró obligatorio para cada católico reconocer el poder mundial representado en el Papa. Bastaba una palabra del Papa para que pueblos enteros se levantasen y fuesen a combatir contra cualquiera, que el Papa declarase como enemigo suyo. En el siglo XII el Papa no sólo distribuye coronas reales, dirime las controversias entre los príncipes, sino desencadena o frena las guerras con sólo una palabra. Designa o depone a los reyes y emperadores, libera a sus súbditos del juramento de fidelidad y realiza otros actos semejantes.

En su lucha por el poder, los papas aprovechaban cualquier oportunidad para recordar su supremacía y su infalibilidad. El Papa Bonifacio VIII escribe en su bula del año 1302:."..declaramos asimismo que la Santa Sede Apostólica y el obispo de Roma tienen la supremacía sobre el mundo entero y que este obispo es continuador del Apóstol San Pedro, príncipe de los apóstoles, representante de Cristo en la tierra, cabeza de toda la Iglesia, padre y guía de todos los cristianos." Palabras parecidas podemos encontrar en las disposiciones del Concilio Vaticano del año 1870. En el derecho canónico publicado en 1917 por el Papa Benito XV dice: "El obispo de Roma el representante de Cristo en la tierra, no sólo tiene el supremo honor, sino también el supremo y completo poder jurídico sobre toda la Iglesia." Estas pretensiones siempre crecientes de los obispos romanos, hacían aumentar la brecha entre las Iglesias Ortodoxa y Católica. A partir del siglo XI, la Iglesia Ortodoxa tuvo que resistir a las exigencias ambiciosas de los Papas en defensa de la independencia dogmática de las iglesias locales, tal como fue establecido por los apóstoles.

En la lucha por el poder mundano sobre la tierra, el obispo de Roma contradice a las enseñanzas cristianas, puesto que la espada en manos del representante de Jesús tergiversa el sentido del servicio episcopal. Muchos representantes de la Iglesia y de ciertos pueblos, han llegado a darse cuenta de ello. A partir del siglo XVI, comenzó la decadencia religiosa y moral del papado. Su poder se torna cada vez más mundano con sus intrigas, suntuosidad y avidez hacia las riquezas terrenales. La mayoría de los pobladores sufría bajo la despótica opresión de los representantes de la corte del Vaticano. Un historiador alemán dijo: "los sacerdotes miran con desprecio el estudio de la teología, el Evangelio y las obras de los Santos Padres de la Iglesia, no dicen nada acerca de la fe, la piedad y otras virtudes, no hablan de los méritos de Jesucristo y sus milagros; ¡y a esta clase de gente se confían los mayores puestos en la Iglesia y los llaman pastores de almas!"

Pronto aparecieron los resultados de todo ello. A principios del siglo XVI nació en Alemania el Protestantismo, la protesta contra los abusos del obispo romano, y en particular contra la criminal inquisición y la venta de indulgencias y el perdón de los pecados, a cambio de pagos con dinero. Al pasar los siglos, el Protestantismo se descompuso en un sinnúmero de sectas.

Explicación del Evangelio sobre la confesión de Pedro.

(Mt 16:13-20, Mc 8:27-30 y Lc 9:18-21)

Nuestro Señor y sus discìpulos se dirigieron desde Betsaida hacia los límites de Cesárea de Filipo.Esta ciudad, antes llamada Paneas, se hallaba en la frontera norte de la tribu de Neftalì, en el origen del Jordán, al pie del monte Libano. Fue ampliada y embellecida por el tetrarca Filipo quien le dio el nombre de Cesárea en honor del Cesar (el emperador romano Tiberio).Esta Cesárea de Filipo debe diferenciarse de otra ciudad llamada Cesárea, situada en Palestina sobre la costa del mar Mediterráneo.

Se aproximaban los ùltimos días de la vida de Nuestro Señor sobre la tierra y los discípulos elegidos por Él para difundir sus enseñanzas aun no estaban preparados para llevar a cabo su gran misión. Por ese motivo, Nuestro Señor buscaba frecuentemente la manera de quedarse a solas con ellos para conversar y acostumbrarlos a la idea de que el Mesías no era como ellos suponían un rey terrenal que someterá para Israel a todas las naciones de la tierra. Por el contrario, este rey cuyo reino no pertenece a este mundo, será crucificado y luego resucitará. Este lejano viaje en companìa de sus discìpulos sirvió de ocasión para conversar a solas con los apóstoles. Nuestro Señor les preguntó "¿Quién dice la gente que soy Yo?" Los discìpulos respondieron que el pueblo tenía distintas opiniones sobre Èl. Asi, en la corte de Herodes Antipas creían que Jesús era Juan el Bautista resucitado. El pueblo sostenía que Èl era uno de los grandes profetas del Antiguo Testamento. Mientras unos decían que se trataba de Elías, otros opinaban que Jesús era Jeremías u otro profeta. Existía la creencia popular, que la venida del Mesías debía ser preparada por un profeta del Antiguo Testamento. Para muchos Jesús era tan solo el precursor del Mesías. Entonces Jesús preguntó "Y vosotros, ¿Quién decís que soy?" La respuesta partió del "muy ferviente Pedro," al que san Juan Crisòstomo llama "la boca de los Apóstoles." "¡Tú eres Cristo, el Hijo de Dios vivo!" Los Evangelistas Marcos y Lucas se limitan a transcribir esta respuesta agregando tan solo que Jesús prohibió a sus discípulos hablar sobre este tema con alguien. San Mateo es más explícito y añade que el Señor elogió a Pedro diciendo: "Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonàs, porque eso no te lo ha revelado la carne ni la sangre sino mi Padre que está en los cielos." Esto quiere decir "no creas que tu fe es fruto de la contemplación de tu mente. Por el contrario, considera tu fe como un precioso don de Dios." El Señor le dijo: "tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia..." porque Pedro había dicho antes: "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo." Y por eso le dijo el Señor: "sobre esta piedra que acabas de confesar edificaré mi Iglesia y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella." Desde su primer encuentro con Simón, Nuestro Señor lo llamó con el nombre griego "Pedro" o "Khefas" en sirio-caldeo, que quiere decir piedra (Jn 1:42). ¿Acaso pueden entenderse las palabras del Señor como una promesa fundacional de su Iglesia sobre la persona de Pedro como lo hace la Iglesia romana para justificar su falsa doctrina sobre la supremacìa del Papa como sucesor apostólico y primado de la Iglesia Universal? ¡Claro que no! Si Nuestro Señor hubiese querido presentar a Pedro como el fundamento de la Iglesia entonces hubiera dicho: "Tú eres Pedro y sobre ti edificaré mi Iglesia." Sin embargo, lo dicho por el Señor difiere absolutamente. Esto se aprecia en el texto griego del Evangelio al que es necesario recurrir siempre que surja una duda. La palabra "Petros," aunque significa piedra es reemplazada luego por "petra" que quiere decir roca. Es evidente que en las palabras del Señor que van dirigidas a Pedro existe la promesa de fundar su Iglesia, pero no sobre la persona de Pedro sino sobre la confesión de su fe, es decir, sobre la sublime verdad de que "Cristo es el Hijo de Dios vivo." Así comprendieron este párrafo san Juan Crisòstomo y otros célebres padres de la Iglesia, entendiendo por "piedra" a la confesión de la fe en Jesucristo, el Mesías, el Hijo de Dios. Dicho mas simplemente, esa "piedra" es Nuestro Señor, quien en las Sagradas Escrituras con frecuencia se aplica ese término a sí mismo (Ver Ex. 28:16, Hech. 4:11, Rom. 9:33, I Cor. 10:14).

Es digno de destacar que el mismo apóstol Pedro en su Primera Epístola Universal utiliza el vocablo "piedra," no para referirse a sí mismo, sino para nombrar a Nuestro Señor con la finalidad de que los fieles se acerquen a Jesucristo como a la "piedra viva que los hombres rechazaron, pero que para Dios es preciosa y selecta," y se edifiquen en la casa espiritual. San Pedro enseña a los fieles a recorrer el mismo camino que él transitó siendo "Petros," luego de confesar a Jesucristo como la "Piedra de la fe."

Así el significado de esta maravillosa y profunda frase de Cristo es el siguiente: "Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonàs, porque has conocido esto no con instrumentos humanos sino a través de la revelación que te hizo mi Padre celestial. Y ahora yo te digo que no en vano te llamé Pedro, pues aquello que tu confesaste es el fundamento de mi Iglesia que será invencible y ninguna fuerza hostil del infierno prevalecerá contra Ella."

La expresión "puertas del infierno" es caracterìstica del uso oriental de la época. Las puertas de las ciudades eran especialmente fortificadas frente a cualquier invasión; allí ocurrían los grandes acontecimientos comunitarios, allí por ejemplo, se reunían los dirigentes para tomar las decisiones, se castigaba a los criminales, etc.

"Te daré las llaves del Reino de los Cielos, y todo lo que ates en la tierra será atado en el cielo, y todo lo que desates aquì en la tierra será desatado en el cielo." Esta promesa hecha solo en apariencia a Pedro mas tarde se hizo efectiva a todos los apóstoles. Consiste en la prerrogativa que tienen todos los apóstoles y sus sucesores, los obispos de la Iglesia, de asumir la responsabilidad de juzgar a los pecadores y castigarlos, incluso separàndolos de la Iglesia. El poder de desatar significa el poder de perdonar los pecados, y admitir en la Iglesia por medio del Bautismo y el Arrepentimiento.

Todos los apóstoles por igual recibieron esta gracia del Señor luego de su Resurrección (Jn. 20:22-23).

 

 

Roma y Rusia

Para nosotros, los rusos, es importante conocer las relaciones entre Rusia y Roma durante el transcurso de la historia. Ya en los albores del bautismo de nuestro pueblo (a fines del siglo X), el Papa había enviado una misión a Korsuñ, para impedir la unión entre el príncipe Vladimir y el Bizancio ortodoxo. Con el mismo fin se enviaban embajadores a Kiev. El Papa intentaba de ejercer su influencia a través de los reyes de Polonia y Checoslovaquia, tratando también de aprovechar las divergencias internas entre los distintos príncipes rusos. Aprovechando la invasión en Rusia de los tártaros, los Papas dirigen contra Rusia las armas de los suecos, caballeros del orden, y de los húngaros. Después de haber sufrido reveses en el campo de batalla en la época del Príncipe Alejandro Nevsky, el Papa ofrece a Rusia su ayuda contra los tártaros. Al recibir la contestación de Alejandro que: "Dios no está en la fuerza, sino en la verdad," el Papa contesta a los rusos tomando medidas militares en las ofensivas del siglo XIII, y luego también durante la "Epoca Turbia" (de Transición) en los años 1605-1612.

La táctica agresiva de Roma con respecto a la Ortodoxia, no conoce tregua durante todo el transcurso de la historia de Rusia. El Papa declaró a Polonia "territorio misionero," cuyo método seguía siendo la fuerza. Durante nuestro siglo, desde el año 1919 hasta el 1929, los católicos romanos quitaron a los ortodoxos el 43% de sus iglesias. Desde el primer cuarto de este siglo, un nuevo órgano de la conversión de los ortodoxos al catolicismo era el "rito oriental." Los prelados seguían declarando que "El Señor está limpiando el Oriente ortodoxo con una escoba de hierro, para que allí se entronice la única iglesia católica." En 1926 y 1928, el representante del "rito oriental" visitó Moscú para realizar la unión entre la iglesia renovadora ortodoxa y establecer un vínculo con la Internacional marxista. El jesuita Schweigel opinaba que los comunistas rusos han preparado perfectamente el terreno para la actividad de los misioneros católicos, mientras que la devoción religiosa y los sufrimientos del pueblo ruso, sirven de garantía para la propaganda de los prelados católicos. Los hechos han demostrado que la táctica agresiva del Vaticano contra la ortodoxia no fue abandonada hasta el día de hoy.

Las diferencias básicas entre la Ortodoxia

y el Catolicismo son las siguientes:

1. El Catolicismo ha introducido una serie de nuevos dogmas, que no son conformes con la enseñanza de los apóstoles y las estipulaciones de los Siete Concilios Ecuménicos. Las más serias divergencias con la verdad son los dogmas relativos a la procedencia del Espíritu Santo "y del Hijo" y la infalibilidad del Papa de Roma.

2. Contrariamente a la tradición apostólica, los sacerdotes de la iglesia Católica deben ser célibes.

3. El sacramento de la Comunión no sigue el precepto de los apóstoles, puesto que en lugar del pan y del vino se utilizan hostias (de esta manera, a los fieles se les priva de comulgar con la Sangre de Cristo). El sacramento del Bautismo se realiza por aspersión, en lugar de la inmersión en el agua.

4. La Iglesia Ortodoxa no reconoce la existencia del purgatorio (lugar intermedio entre el paraíso y el infierno, donde las almas se purificarían de sus pecados cometidos), ni de las indulgencias, condena las crueldades de la Inquisición y la seducción de las poblaciones ortodoxas imponiéndoles el Catolicismo.

El Protestantismo

Martín Lutero era un monje instruido y de conciencia despierta, que presenció ya en su juventud, en 1510, el extremo libertinaje de la corte del Papa y del sacerdocio en Roma. Ello produjo un fuerte impacto sobre sus convicciones religiosas, e hizo quebrantar su interior acerca de la santidad de los servidores de la Iglesia de Roma.

En 1516 Lutero contemplaba como se realizaba ampliamente la venta de las "indulgencias," para reunir fondos para la edificación de la catedral de San Pedro en Roma, o sea el perdón escrito de los pecados y no sólo de los pecados ya cometidos, sino también de los pecados a cometer en el futuro (!). Lutero condenó públicamente esta venta sacrílega, y explicaba a sus feligreses que ser liberado de los pecados puede ser logrado únicamente mediante el arrepentimiento y la contrición de lo cometido. Se inició una disputa entre Lutero y Tetzel, un monje instruido de los dominicanos, quien amenazó a Lutero que sería expulsado de la Iglesia, y que él tenía el derecho de quemar vivos a los herejes. Contestándole, Lutero fijó en las puertas de la iglesia de la ciudad de Wittenberg sus 95 tesis, en las cuales expuso sus puntos de vista sobre la contrición, la absolución de los pecados y la venta nefasta de las indulgencias. La disputa prosiguió varios años, durante los cuales Lutero rechazó la autoridad del Papa, quien lo excluyó de la Iglesia. Sólo la defensa del poder político en Alemania salvó a Lutero de la muerte siendo él apoyado por varios sacerdotes, profesores, estudiantes, príncipes y caballeros.

El movimiento a favor de la depuración de la Iglesia de los errores de la corte papal y de sus abusos no se limitó a Alemania. Zwinglio y Calvino prosiguieron con las reformas de la Iglesia, fueron más allá de las enseñanzas de Lutero, se pronunciaron sobre la moralidad y los sacramentos. La particularidad especial de la enseñanza de Calvino fue sobre la predestinación, según la cual, Dios desde la eternidad predestina a ciertos hombres para su salvación y a otros para su condenación. Tal enseñanza desde un principio, desecha la necesidad de las obras cristianas y las obras de bien.

Las enseñanzas de Lutero y su evolución

En un principio, las prédicas de Lutero y Calvino se concentraron en la personalidad de Jesucristo. "No hay otro camino. Cristo sólo es el Camino y la Verdad. Fuera de él no se puede encontrar a Dios... Sólo en el Cuerpo de Cristo, Dios puede ser conocido... porque al enviar a Su Hijo, Él nos hizo entender Su voluntad y Su corazón." Así reza el Pequeño Catecismo luterano: "Lutero es el querido y bendecido preceptor de las Santas Escrituras, quien ha reformado la Iglesia de Dios para restablecer la pureza de las enseñanzas cristianas y la correcta realización de los sacramentos."

Pero a esta lucha por la pureza de la Iglesia se juntó un elemento extra eclesiástico, a saber: la enemistad contra el Papado, basado sobre las razones de índole políticas, económicas y personales, lo que influyó de manera negativa sobre el desarrollo de la reforma. Al haberse propuesto restablecer las enseñanzas de la Iglesia en su pureza apostólica, a Lutero y sus adeptos por el hecho de que varios siglos los separaban de los primeros siglos del cristianismo, les faltaba la experiencia espiritual y carecían del conocimiento de las obras de los Padres y Preceptores de la Iglesia antigua, mientras que la Escuela Escolástica del Medioevo, representaba al cristianismo bajo una luz tergiversada. La única fuente para su interpretación fue para ellos el propio pensamiento y la propia opinión.

La Iglesia Ortodoxa rechazaba las erróneas interpretaciones de la Tradición y los hechos y documentos inventados en Roma, ajenos a la Palabra Divina. Los protestantes, por su lado, se alejaron por completo de la Tradición Apostólica, negando aceptar la experiencia espiritual de los santos eruditos de la Iglesia, de las resoluciones de los Concilios, y dejaron como única guía lo dictado por las Santas Escrituras, interpretándolas a su antojo. La ignorancia y el rechazo de la Tradición de la Iglesia fue el origen principal de las equivocaciones de los protestantes, puesto que la Biblia, el Evangelio y la Tradición constituyen la palabra de Dios. Dice San Pablo: "Así pues, hermanos manteneos firmes y conservad las tradiciones que habéis aprendido de nosotros, de viva voz o por carta" (2 Tesalonicenses 2:15). El apóstol San Juan dice: "Hay además otras muchas cosas que hizo Jesús. Si se escribieran una por una, pienso que ni todo el mundo bastaría para contener los libros que se escribieran" (Juan 21:25). "No todo transmitieron los apóstoles en sus mensajes, mucho también fuera de lo escrito, pero tanto uno como otro merece ser creído, por lo tanto, lo consideramos digno para ser interpretado como Tradición," dice San Juan Crisóstomo. Lo mismo enseñan acerca de la Tradición, los Padres de la Iglesia: San Basilio el Grande, San Irineo de Lyon, el bienaventurado Agustín y otros santos de los primeros siglos.

Al rechazar desde un principio la Tradición apostólica, los protestantes se muestran inconsecuentes. Aceptaron sobre la base de la Tradición "el Canon de las Santas Escrituras," la confesión de los principales dogmas cristianos relativos a la Trinidad, el Hijo de Dios hecho Hombre, y reconocen los tres credos antiguos que manifiestan estos tres dogmas. Rechazando la autoridad de los antiguos Padres de la Iglesia; ellos establecieron la autoridad de los nuevos teólogos alemanes: Lutero, Calvino y otros.

Los luteranos aseveran, que la salvación del hombre y su liberación de los pecados se realiza por el mismo Dios y no mediante las obras del hombre, sólo por la fe que puede ser otorgada y recibida por Su voluntad. La Gracia divina influyendo en el hombre, lo hace creyente en Cristo y ésta es la única condición para la salvación; haciendo al hombre servidor de la verdad. La particularidad de esta creencia consiste en que el hombre no debe dudar de la posibilidad de recibir la Gracia divina. Gracias a esta fe, el hombre se hace santo, una criatura de Dios, piadosa y sobreseída. Tal es, dicho en forma breve, la enseñanza del "sobreseimiento" por la fe que representa el punto central de toda la dogmática protestante. Las sagradas escrituras no nos proporcionan la base para aceptar la enseñanza de los luteranos; esta enseñanza esconde elementos destructivos para la moral cristiana. Este dogma contradice a la Palabra divina, y proviene de la incorrecta interpretación de las palabras de los santos apóstoles. Lutero tomó palabras sueltas del apóstol San Pablo en su sentido literal, fuera de contexto y fuera del pensamiento del apóstol. "El hombre se justifica por la fe independientemente de los hechos de la Ley" (Epístola a los romanos). "El hombre se justifica no por las obras de la Ley, sino sólo por la creencia en Jesucristo" (Epístola a los Gálatas). Con estas palabras el apóstol no decía nada en contra de las obras de bien, sino por la errónea y presuntuosa confianza en sí mismo de los sabios judíos, que creían que la salvación se logra mediante las obras superficiales de la ley de Moisés: la circuncisión, la observación del sábado, el lavado de las manos y demás. El mismo apóstol San Pablo dice en su epístola a los romanos: "que el Señor el día del Juicio retribuirá a cada uno por lo que habrá hecho." El apóstol San Pedro: "Llamáis Padre a Aquél Quien juzga a cada uno por sus actos." El apóstol San Juan: "Hijos míos, amémonos los unos a los otros verdaderamente, no de palabra o de lengua, sino mediante los actos." El apóstol Santiago: "¿Qué mérito hay si uno dice que tiene fe, pero no hace nada? ¿Acaso puede salvarlo la fe?... Como el cuerpo sin el espíritu es muerto, así la fe sin actos es muerta." El mismo Señor dice que hasta los pecadores pueden tener fe y reconocer las verdades existentes de la religión, pero esta fe no es suficiente para la salvación: "No todo aquel quien me llama: Señor, Señor, entrará en el Reino celestial, mas aquél que cumpla la voluntad de Mi Padre Celestial."

Al rechazar las exageraciones de las enseñanzas católico — romanas, el mismo Lutero cayó en otro extremo: rechazó no solo al sacerdocio instituido por el mismo Dios, sino también a los sacramentos y la misma comprensión de la Iglesia por los apóstoles. Lutero dice que la verdadera Iglesia está donde se guarda incólume la palabra de Dios y se ofrecen correctamente los sacramentos. Pero ¿dónde está el criterio de la pureza de la palabra de Dios y de la correcta realización de los sacramentos, si el mismo Lutero ha rechazado la experiencia espiritual de la Iglesia antigua, no aceptó la tradición, el razonamiento universal de la misma, imponiendo en cambio, un entendimiento que se le antojaba?

"El sacerdocio espiritual, dice Lutero, es propiedad de todos los hombres. Nosotros todos somos sacerdotes, o sea, todos somos hijos de Cristo, del sumo pontífice. No necesitamos, pues, a ningún otro sacerdote fuera de Cristo, dado que cada uno de nosotros recibió el encargo del mismo Dios. Todos nosotros somos sacerdotes a través del Bautismo." Cada uno puede predicar en la Iglesia la palabra de Dios y oficiar los sacramentos. Los pastores y los superintendentes existen sólo para el mantenimiento del orden. Ellos serán elegidos por la sociedad de los hombres capaces de enseñar a los miembros de la comunidad. En el acto de la elección, los representantes mayores les imponen sus manos en sus cabezas. Aquí no existe la transmisión apostólica, ni la gracia del sacerdocio, sino solamente una designación administrativa de predicadores.

Tal aseveración es totalmente contraria al método y entendimiento del sacerdocio de la Iglesia de los primeros cristianos, y no es correcto pensar que Jesucristo y los apóstoles no han transmitido ninguna regla para la constitución de la Iglesia. En realidad, en el transcurso de los 40 días luego de Su Resurrección, el Señor conversó con los discípulos sobre el "Reino de Dios" (Hechos de los Apóstoles), o sea acerca de la constitución de la Iglesia, la sociedad de los creyentes. Sólo a los apóstoles les dio el Señor el derecho de realizar los sacramentos, y enseñar la fe a los creyentes: "Jesús se acercó a ellos y les habló así: Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mateo 28:19-20). Les dio también el derecho de dirigir a los hombres, llevándolos así a la salvación: Jesús les dijo otra vez: La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío. Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: "Recibid el Espíritu Santo" (Juan 20:21). Los mismos apóstoles atestiguan el hecho de que no es la sociedad de los creyentes, sino el mismo Señor que los ha llamado al servicio apostólico: "Pablo, apóstol, no de parte de los hombres ni por mediación de hombre alguno, sino por Jesucristo y Dios Padre, que le resucitó de entre los muertos" (Gálatas 1:1).

Los apóstoles conservaron y transmitieron el orden y el sistema de la organización de la vida en la Iglesia, el mismo que fuera instituido por el Señor; ellos mismos ordenaron a los obispos y presbíteros.

La enseñanza de Lutero que se refiere al sobreseimiento mediante la fe, ha modificado la creencia en los sacramentos; que para algunos luteranos tienen sólo un significado simbólico y toda la fuerza de ellos está limitada a la convicción del creyente que se cree salvado. Los luteranos tienen tan sólo dos sacramentos, mejor dicho su forma externa; el bautismo y la comunión, como los instituidos por el mismo Salvador. Una errónea espiritualidad se observa en el misticismo protestante, en la pretensión de una comunicación con Dios, fuera de los sacramentos y los servicios divinos establecidos.

Los protestantes llegaron a negar el vínculo existente entre los hermanos en vida y los fallecidos, al rechazar la necesidad de rezar por los difuntos, y la intercesión de los santos por nosotros. La base de esta negación es puramente racionalista: para qué hay que rezar, si no se pueden modificar los destinos fijados por Dios, ya que Cristo cumplió por completo la satisfacción para todos nosotros. Tal enseñanza lleva a una pasividad moral.

Mediante un gesto "amplio y liberal," el protestantismo traspasó el valor de la experiencia de la Iglesia a sus vicisitudes personales y los piadosos estados de ánimo. Surge la pregunta: siendo así ¿para qué sirve la fuerza de la Gracia de Dios? Si en realidad; "la salvación ya ha sido realizada y yo participo de la misma." ¿Hay necesidad de milagros y del milagro mismo de la Resurrección? A principios de los años 40,los protestantes eliminaron de las enseñanzas de Lutero la enseñanza sobre el Hijo de Dios y nuestra salvación por medio de Él. A principios del siglo, el 80 % de los pastores de la ciudad de Hamburgo negaron la divinidad de Jesucristo. Ultimamente los luteranos empezaron a ordenar a mujeres para el sacerdocio. Sería justo señalar que en el luteranismo coexistieron corrientes muy diferentes, y hoy en día, a veces se escuchan voces que dicen: "nosotros no tenemos Iglesia alguna!" Entre algunos de ellos se advierte el interés por la ortodoxia.

De esta manera, el movimiento luterano rechaza el valor de la experiencia de la Iglesia, de su tradición, de la veneración de la Virgen María y de los santos, las plegarias por los difuntos, el orden administrativo de la Iglesia, los santos sacramentos, los iconos, la señal de la cruz, y considera que la sola fe es suficiente para ganarse el Reino Celestial. Es un cristianismo tergiversado que crea un abismo entre ellos y la única, santa Iglesia ecuménica y apostólica.

Calvinismo,

Reformismo y Presbiterianismo

Calvino realizó la reforma en Suiza, y sus enseñanzas se extendieron a Alemania sudoccidental y a Holanda (Reformismo), a Francia (hugonotes), mientras que en Escocia, Inglaterra y América del Norte se conoció bajo la denominación de Presbiterianismo. Calvino completó el luteranismo con la enseñanza de la "predestinación incondicional." Lutero ha conservado por lo menos las bases del cristianismo y muestra poca influencia del judaísmo, mientras que Calvino en sus enseñanzas incluyó elementos del judaísmo y paganismo, de manera que difícilmente puede ser considerado como una enseñanza cristiana. La "predestinación incondicional" de acuerdo con Calvino, dice: Dios ha escogido a unos hombres para la salvación y a otros para la perdición, independientemente de la voluntad de ellos. Aquellos escogidos para la eterna salvación, constituyen un grupo limitado de hombres elegidos por Dios, en virtud de Su decisión difícil de comprender y sin méritos de ellos. Por otro lado, ningún esfuerzo puede salvar a aquéllos que están predestinados a sufrir la condenación eterna. Así, tanto los actos buenos como los malos sirven para que se realicen los destinos fijados por Dios.

¿Para qué, entonces, Jesucristo nos ha enseñado cómo hay que vivir, hacer sacrificios e ir por el camino angosto? ¿Qué sentido tienen entonces las plegarias, la contrición, para qué mejorar nuestro modo de vivir?

Los calvinistas se refieren a algunas frases del apóstol San Pablo (Romanos cap. 9), sacándolas de contexto, y así creen encontrar la justificación para la enseñanza de Calvino sobre la predestinación. Estos puntos de las Escrituras, bien comprendidos sólo dentro del contexto de aquel capítulo, en el cual el apóstol dice que la absolución no es el destino sólo del pueblo judío: "No es que haya fallado la palabra de Dios. Pues no todos los descendientes de Israel son Israel. Ni por ser descendientes de Abraham, son todos hijos" (Rom. 9:6-7). El apóstol aquí contradice a los judíos que consideraban a los gentiles como privados de la salvación para siempre, y sólo ellos decían ser los hijos de Dios (por su descendencia y el cumplimiento de la ley mosaica). El apóstol está probando que la Gracia salvadora de Dios se extiende a todos los hombres, y que Dios está llamando a la salvación a todos, no sólo a los judíos, sino también a los gentiles. La enseñanza de Calvino se encuentra bajo la influencia del judaísmo, cuando dice que sólo los elegidos son predestinados a la salvación y el resto a la condenación. La palabra de Dios enseña que: ."..quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad" (1 Timoteo 2:4). Y; "No se retrasa el Señor en el cumplimiento de la promesa, como algunos lo suponen, sino que usa de paciencia con vosotros, no queriendo que algunos perezcan, sino que todos lleguen a la conversión" (2 Pedro 3:9).

Las enseñanzas de Calvino asimismo rechazan y contradicen la comprensión de la Santidad de Dios. No es compatible con semejante enseñanza el hecho que el mismo Dios es culpable y causal del mal; eligiendo a unos para la salvación y a otros para su condenación. En ello se manifestó la influencia del paganismo, que acepta la existencia de una fuerza de la fatalidad, que es el destino. Esta enseñanza lleva a la pérdida de interés y apatía para con las buenas y malas acciones. Las enseñanzas de Calvino rechazan pues, la existencia del libre albedrío; considera el pecado como algo natural e inevitable contra lo cual no existe remedio alguno, porque hasta la plegaria con contrición no sirve para combatirlo; rechaza así las bases del cristianismo y considera que los sacramentos son meros símbolos; y cree que la presencia de Cristo en la Eucaristía es irreal.

En Escocia el calvinismo (Presbiterianismo) fue reconocido como religión del Estado en el año 1592. Bajo la denominación de "puritanos," los presbiterianos exigieron del Rey de Inglaterra la simplificación de los ritos religiosos y la eliminación del simbolismo; como la representación de la Cruz, la persignación en el rito del bautismo, etc. La base de la organización eclesiástica es la parroquia liderada por un presbítero que elige la comunidad de los fieles. Ha sido eliminado el grado de obispo. Los servicios divinos se limitan a las plegarias inventadas por el pastor, el sermón de éste y el canto de los salmos. Se comulga sentado en una larga mesa; los matrimonios se bendicen en las propias casas; las plegarias por los difuntos también se leen en las casas; no existen las imágenes. La Liturgia se eliminó, como asimismo el Credo (el Padrenuestro no es obligatorio).

La Iglesia Anglicana

La religión anglicana representa una mezcla del catolicismo, la fe luterana y el calvinismo. Siglos antes de la reforma, surgió una oposición en Inglaterra al despotismo eclesiástico de Roma. La oposición maduraba por razones políticas, económicas y religiosas. Los ingleses se indignaban ante la continua injerencia del obispo de Roma en la vida interior del país, las exigencias exageradas de carácter mundano y político, los grandes tributos que debían ser enviados a Roma, y el libertinaje de los sacerdotes, etc.

Como causa de la ruptura con Roma, fue el rechazo del Papa para disolver el matrimonio del Rey Enrique VIII con Catalina de Aragón. En un principio no hubo reformas religiosas pero Enrique se proclamó jefe de la Iglesia, cerró muchos monasterios y anuló el pago del diezmo a la Iglesia. Más adelante, influenciado por los protestantes que inundaron Inglaterra, el rey ordenó revisar las enseñanzas de la Iglesia dictadas por Roma. En 1536 el parlamento publicó los 10 puntos de la fe anglicana, que resultaron ser una mezcla del protestantismo con el catolicismo. En 1552 se publica un nuevo manual de la fe compuesto de 42 puntos, y luego el "Pequeño Catecismo." En este último, muchos ritos fueron anulados; como la bendición del agua, el uso de las campanas, considerado todo como superstición.

Durante el reinado de Eduardo VII en 1551, estos puntos fueron revisados y fueron dictados como los 42 puntos de la confesión anglicana. Los mismos representaron nuevamente una mezcla del catolicismo con el protestantismo. De esta manera nace la Iglesia Episcopal Inglesa.

Comenzó la lucha entre los partidos religiosos, y en 1559, la reina publicó un nuevo manual de la fe consistente en 39 párrafos, obligatorio tanto para los sacerdotes como para los laicos. En estas "bases," hay dogmas que coinciden con la ortodoxia: acerca de un Dios trinitario, del Hijo de Dios y otros, la inexistencia del purgatorio, las indulgencias y el primado del Papa. Los servicios divinos se celebran en el idioma del país. Pero se heredó del catolicismo el error de los latinos con respecto a la procedencia del Espíritu Santo (y del Hijo — Filioque). Del luteranismo se tomó el error del sobreseimiento mediante la sola fe, el no-reconocimiento de los Concilios Ecuménicos, la no-veneración de los iconos y de las reliquias. En la fe anglicana se subraya la supremacía del rey como cabeza de la Iglesia. El párrafo no reconoce como sacramentos la confesión, la santa unción, el matrimonio, la unción de los óleos y el sacerdocio. La Iglesia Ortodoxa no puede consentirlo, y no hay esperanza de una modificación en la postura de los anglicanos, dado que esta Iglesia depende del parlamento, que tiene como miembros a personas pertenecientes a la masonería, que profesan el judaísmo y hasta existen agnósticos. En los asuntos de la fe, el parlamento inglés tiene la palabra definitiva. El rey-cabeza de la Iglesia anglicana, jura durante la coronación: "Declaro y juro a Dios que creo que en el sacramento de la comunión no se realiza la transubstanciación del pan y del vino en el verdadero Cuerpo y Sangre de Cristo antes y después de la santificación, no importando por quien haya sido realizado. Y creo que la veneración y las plegarias a la Virgen María y los santos son contrarias a la enseñanza protestante." En 1927 y 1928, el parlamento rechazó dos veces el Libro de la Fe, sancionado por los dignatarios de la Iglesia y la Cámara de los Lores, ya que contenía la invocación del Espíritu Santo en el rito de la Liturgia y también la conservación de los santos Dones para los enfermos.

 

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De esta manera, hemos dedicado esta primera parte para demostrar que la Iglesia verdadera puede ser solamente una. Tiene que tener un vínculo indestructible con la Iglesia de los apóstoles, conservando la pureza de la fe y la sucesión de la gracia del sacerdocio; los creyentes reciben la gracia de la santificación en los sacramentos de la Iglesia, particularmente en la comunión que es el Cuerpo y la Sangre real de Jesucristo. La Iglesia ortodoxa cumple estas condiciones. Hemos esquematizado brevemente la historia y las enseñanzas de la Iglesia ortodoxa.

Luego expusimos al lector el origen y el desarrollo de la Iglesia católica romana, que en el principio fue la rama occidental de la Iglesia cristiana. En el siglo XI, hubo una creciente sed por el poder del obispado romano, que culminó con la separación de la Iglesia católica romana de la Iglesia ortodoxa. Convencidos por su infalibilidad, los obispos de Roma introdujeron una serie de nuevos pensamientos en la enseñanza cristiana y en la práctica sacramental. El alejamiento de la Iglesia católica romana de la pureza de la creencia apostólica dio origen al movimiento protestante, del cual se han formado varias sectas, ahora en existencia. Hemos tocado brevemente este tema, al hablar de los movimientos luterano, reformista, calvinista y anglicano.

En la parte siguiente hablaremos de los bautistas, cuáqueros, pentecostales, del así llamado "don de las lenguas," de los metodistas, menonitas, mormones, adventistas del VII día, Testigos de Jehová, de las sectas denominadas: "Ciencia Cristiana," "Humanismo actual," acerca de las sociedades y cultos pseudo-religiosos, de las herejías y sectas existentes en Rusia actualmente, de la "Iglesia unida" y del "Rito Oriental," del judaísmo, mahometismo, del budismo y del ateísmo.

Al concluir, hacemos un resumen de la presente investigación sobre las iglesias existentes.

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Folleto Misionero # S43

Copyright © 2003 Holy Trinity Orthodox Mission

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Editor: Obispo Alejandro (Mileant)

(sectas_1s.doc, 07-25-2000).

 

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