La pérdida del

pensamiento bíblico

Protopresbítero Jorge Florovsky

Traducido por Alejandro Molokanow

 

 

Contenido:

La pérdida del pensamiento bíblico.

El hombre contemporáneo y la Sagrada Escritura. Predicad el Símbolo de la fe. La tradición está viva. Que significaba Calcedonia. La tragedia, iluminada por una nueva luz. El nuevo nestorianismo. El nuevo monofisismo. La crisis contemporánea. La actualidad de los santos padres.

Revelación y experiencia.

 

 

La pérdida del pensamiento bíblico.

"...la verdad que está en Jesús" (Ef. 4:21).

Los sacerdotes cristianos no deben predicar, o en todo caso no deben hacerlo desde el púlpito, sus opiniones personales. Ellos han sido consagrados, y les ha sido confiada en la Iglesia la predicación precisamente de la Palabra de Dios. Les ha sido dado instrucciones determinadas — mas precisamente, el Evangelio de Jesucristo — y les ha sido encomendado administrar solo esta única y supratemporal anunciación. De ellos se espera la difusión y el soporte de "la fe, transmitida por única vez a los santos." Por supuesto, la Palabra de Dios debe predicarse "efectivamente." Esto significa que ella debe ser comunicada de una manera tal, que lleve al convencimiento, debe inspirar hacia ella la adhesión de cada grupo de personas, en cada nueva generación, cualquiera sea este grupo. Se la puede predicar también en nuevas categorías, si las condiciones lo requieren. Pero por encima de todo debe conservar la originalidad del anuncio predicado.

Debe haber convencimiento de que se predica exactamente ese mismo Evangelio que fue dado, que en lugar suyo no se introduce "otro evangelio" de producción propia. La palabra de Dios no se puede configurar y adaptar con ligereza a las cambiantes costumbres y puntos de vista de una u otra época, incluyendo la nuestra. Pero, lamentablemente, nosotros frecuentemente estamos inclinados a aplicar a la Palabra de Dios los patrones de medida de nuestra propia "edad," en lugar de examinarnos a nosotros mismos con la "medida de la edad de Cristo." Pues también el "pensamiento contemporáneo" está delante del juicio de la Palabra de Dios.

El hombre contemporáneo y la Sagrada Escritura.

Con esto precisamente comienza la dificultad fundamental. La mayoría de nosotros perdió la integridad de pensamiento, inherente a la Sagrada Escritura, aun si nosotros conserváramos algunos fragmentos de la fraseología bíblica. El hombre contemporáneo frecuentemente se queja, que la Verdad Divina se le enseña en una "lengua arcaica," o sea la lengua de la Sagrada Escritura para él dejó de ser propia y a la que él no puede recurrir naturalmente. No hace mucho fue propuesto "desmitificar" de una manera radical la Escritura, o sea recambiar sus envejecidas categorías por algo mas contemporáneo. Pero aquí no se puede obviar la pregunta: es la lengua de la Escritura solo una envoltura casual y externa, de la que corresponde obtener y desenredar ciertas "ideas eternas," o bien este idioma es un infranqueable portador de la anunciación divina, traída una única vez y para todos los tiempos?

En el proceso de generar continuas reinterpretaciones nosotros nos arriesgamos a perder la unicidad de la Palabra de Dios. ΏPero cómo, en general, podemos interpretar algo, si nosotros hemos olvidado su idioma original? ΏNo es mas seguro pacificar nuestro pensamiento delante de las normas intelectuales del idioma bíblico y aprenderlo de nuevo? Ningún hombre puede recibir el Evangelio, si no se arrepiente, o sea si no se "convierte." Porque en el idioma del Evangelio el arrepentimiento (μετάνοια) significa no solamente el reconocimiento de los pecados y el lamentarse de ellos, sino precisamente "conversión" — una profunda transformación de la condición mental y emocional del hombre, su entera renovación, que comienza con la autonegación y se sella con el Espíritu.

Nosotros ahora vivimos en un siglo de desmoronamiento y caos mental. Es posible, que el hombre contemporáneo no se encontró a sí mismo, y la diversidad de opiniones existentes ya no permite ninguna esperanza para la pacificación. Y, puede ser, la única señal de luz, capaz de dirigirnos en la densa niebla mental de nuestra desesperada era, es precisamente la fe, que una vez nos fuera transmitida a nosotros por los santos, sin importar que tan envejecido o arcaico nos pareciera la lengua de la Iglesia antigua delante del juicio de nuestros cambiantes criterios.

Predicad el Símbolo de la fe.

ΏQue es lo que debemos predicar? ΏQue debo yo predicar a mis contemporáneos en "un tiempo, como el nuestro?" Aquí no hay lugar para las vacilaciones. Yo voy a predicar a Jesús, a Jesús crucificado y resucitado. A todos, con los que me toque relacionarme, les voy a predicar y llevar la anunciación de la salvación de la misma manera, como me llegó a mí en la ininterrumpida Tradición de la Iglesia universal. Yo no intentaría de ninguna manera limitarme por mi propio tiempo. En otras palabras, yo voy a predicar la enseñanza de los Símbolos de la fe. Yo comprendo perfectamente, que ellos se presentan como obstaculos para muchas personas de mi generación. Un notable erudito inglés, quien también es un celoso servidor eclesiástico, escribía hace algunos años atrás estas palabras: "Los símbolos de la fe — son símbolos venerables, de la misma manera que lo son las banderas antiguas en las paredes de las iglesias nacionales: pero para la lucha actual de la Iglesia en Asia, África, Europa y América estos símbolos, aun cuando ellos sean comprendidos, son tan necesarios, como un hacha de guerra o un arcabuz en las manos de un soldado contemporáneo." Es posible, que él no hubiera escrito esto en el día de hoy. Sin embargo, hay muchas personas que aun hoy se hubieran adherido de todo corazón a esta fuerte opinión. Recordemos aun así, que los antiguos Símbolos de la fe fueron subrayados por los bíblicos, y la dificultad para el hombre contemporáneo consiste precisamente en su lengua, tomada de la Sagrada Escritura.

Así, nosotros estamos nuevamente delante del mismo problema. ΏQue podemos proponer en lugar de las Santas Escrituras? Yo prefiero la lengua de la Tradición no por causa de un "conservativismo" indolente y cándido o una ciega "obediencia" a ciertas "autoridades" exteriores, sino simplemente porque yo no puedo encontrar mejores medios de expresión. Yo estoy dispuesto a enfrentar la inevitable acusación de ser "anticuado" y "fundamentalista." Pero yo protesto en contra de estas acusaciones como arbitrarias y falaces. Yo recibo la enseñanza de los Símbolos de la fe conscientemente y me atengo a ellos de todo corazón, porque por la fe recibo su inalterable significado y actualidad para todos los tiempos y todas las situaciones, incluyendo también "un tiempo como el nuestro." Y yo tengo fe, que precisamente las enseñanzas de la antigua Iglesia pueden proporcionar a una generación tan desesperanzada como la nuestra, la posibilidad de conseguir nuevamente la valentía y visión cristianas.

La tradición está viva.

"La Iglesia no es ni un museo de fragmentos muertos, ni una sociedad de investigación." Ella es, diciéndolo con las palabras de san Irineo, depositum juvenescens. Por su parte el Símbolo de la fe no es de ninguna manera una reliquia del pasado, sino por el contrario es mas bien una "espada espiritual." La nueva conversión del mundo al cristianismo — esto es lo que debemos predicar en nuestro tiempo. Esta es la única escapatoria de este callejón sin salida, al que condujo al mundo la incapacidad de los cristianos de ser verdaderamente cristianos. Es evidente, que la enseñanza cristiana no proporciona directamente respuesta a las preguntas prácticas en la esfera de la política o de la economía. Pero tampoco les da respuesta el Evangelio de Cristo. Y sin embargo su influencia sobre todo el curso de la historia de la humanidad fue enorme. El reconocimiento de la dignidad humana, la misericordia y la justicia tienen sus raíces precisamente en el Evangelio. Y el nuevo mundo solo puede ser construido por el nuevo hombre.

Que significaba Calcedonia.

"Se hizo hombre." En que consiste el significado fundamental de esta afirmación del Símbolo de la fe? O, en otras palabras, Quién fue Jesucristo y Señor? ΏQue significa en la lengua del concilio Calcedónico, que el mismo Jesús era tanto "hombre perfecto" como "Dios perfecto," siendo mientras tanto una única y singular personalidad? El "hombre contemporáneo" habitualmente se refiere muy críticamente a esta determinación calcedonica. Él no ve ningún sentido en ella. Las figuras verbales, que se emplean en el Símbolo de la fe, si algo significan para él, solo lo son como poesía. Un enfoque como este, en mi opinión, es falso. La determinación calcedónica — no es simplemente un espesamiento metafísico y nunca pretendió serlo. Y el misterio de la Divina encarnación no es un cierto "milagro metafísico." La fórmula calcedónica es afirmación de la fe, y por eso no se la puede comprender, extrayéndola de la experiencia completa de la Iglesia. Esta afirmación es verdaderamente vivencial, existencial.

La fórmula calcedónica — es como si fuera un contorno especulativo del misterio, recibido por la fe: nuestro Redentor no es hombre, sino el Mismo Dios. En esto es en lo que consiste el significado vivencial de esta determinación. El Redentor — es Aquel, Quien "descendió" y Quien "haciéndose hombre," se identificó a Sí Mismo con los hombres en la comunidad de la vida y naturaleza verdaderamente humanas. No solo el plan de la salvación fue divino, sino que el mismo Jefe de la salvación era Personalidad divina. La plenitud de la naturaleza humana de Cristo significa, que esta salvadora identificación es verdadera y de valor completo. Dios entra en la historia de la humanidad y se hace Personalidad histórica.

Esto pudiera parecer paradójico. Y verdaderamente aquí hay un misterio: "Sin objecion es grande el misterio de la Divinidad; Dios se presentó en la carne." Pero este misterio fue Revelación. En la encarnación se reveló la verdadera naturaleza de Dios. Dios resultó tan fuertemente e incondicionalmente preocupado por la suerte del hombre (y precisamente por el destino de cada uno de estos "pequeños"), que se inmiscuyó personalmente en el caos y la miseria de su vida perdida. Por eso la construccion divina es no simplemente un omnipotente gobierno del universo con la grandeza divina, sino despojo kenosis, un auto-extenuacion de la gloria de Dios. Entre Dios y el hombre existe una unión personal.

La tragedia, iluminada por una nueva luz.

Desde aquí toda la tragedia humana se presenta en una nueva luz. El misterio de la Encarnación fue misterio del amor Dxcivino, la identificación de Dios con el hombre caído. La Cruz se presenta como la cumbre de la Encarnación. Aquí está el momento de inflexión del destino de la humanidad. Pero el terrible misterio de la Cruz solo se puede comprender en la mas amplia perspectiva de la cristología integral, o sea solo cuando nosotros creemos, que el Crucificado era realmente "Hijo del Dios vivo." La muerte de Cristo fue la entrada de Dios en la miseria de la muerte humana (entrada, repetimos, personal), el descenso al infierno, y esto significaba el fin de la muerte y el comienzo de la vida eterna para el hombre.

Todo el complejo de la enseñanza de la tradición es admirablemente congruente. Pero solo se puede recibirlo y comprenderlo en el vivo contexto de la fe: yo tengo en cuenta aquí la personal relación con el personal Dios. Solo la fe hace que las formulaciones sean convincentes; solo la fe las hace vivas. "Esto parece paradójico, pero todos, los que observaron vida espiritual, constatan el hecho de que: el Evangelio nunca es de provecho para nadie, si esa persona antes no ama a Cristo." Porque Cristo no es un texto, sino una Persona viva y Él vive en Su Cuerpo — la Iglesia.

El nuevo nestorianismo.

Puede parecer cómico hablar en "un tiempo, como el nuestro" acerca de que es necesario predicar las enseñanzas del concilio Calcedónico. Y sin embargo precisamente esta enseñanza — esa realidad, acerca de la que esta enseñanza testimonia — puede cambiar toda la fisonomía espiritual del hombre contemporáneo. Ella le trae la verdadera libertad. En este mundo el hombre no está solo, Dios está personalmente interesado en los acontecimientos de la historia humana. Esto es lo que se revela incondicionalmente del integral recibimiento de la Divina Encarnación.

Eso, de que las discusiones cristológicas del pasado no tienen un significado efectivo para el contexto contemporáneo, — es una ilusión. En la realidad ellas se prolongan y se repiten en las discusiones de nuestro tiempo. El hombre contemporáneo, ya sea conscientemente o subconscientemente, se cautiva por el extremismo nestoriano. Esto significa, que él no recibe la Encarnación en serio. Él no se decide a creer, que Cristo — es una Personalidad divina. Él quiere un redentor humano, a quien Dios solo le ayuda. Le es mas interesante la psicología humana del Redentor, que el misterio del amor Divino. Porque al final de cuentas él cree optimisticamente en el mérito del hombre.

El nuevo monofisismo.

En nuestros tiempos, se presenta otro extremismo en el renacimiento de las tendencias "monofisísticas," en la teología y en la práctica religiosa, cuando el hombre es llevado a la completa pasividad y solo se le permite escuchar y tener esperanzas. La actual divergencia entre el "liberalismo" y la "neoortodoxia" es, por su esencia, la repetición de la vieja discusión cristológica, sobre otro nivel vivencial, y en otro nivel espiritual. Este conflicto nunca será abandonado y no encontrará resolución en el dominio teológico, hasta que no sea hallado su mas amplio alcance.

En la Iglesia antigua la predicación estaba subrayada por la teológica. Esto no era un razonamiento infructuoso. El Nuevo Testamento es en sí mismo un libro teológico. El desprecio a la teología y la instrucción de los laicos generó tanto una caída de la devoción personal, como el sentimiento de insatisfacción, que señorea en los ánimos contemporáneos. "En un tiempo, como el nuestro," nosotros necesitamos en el cristianismo precisamente una teología saludable y vivencial. Y tanto el clero como los laicos sienten hambre teológica. Pero por cuanto habitualmente no se predica la teología, ellos reciben ideologías ajenas, las cuales después combinan con fragmentos de creencias tradicionales. Toda la atractiva fuerza de la "competencia de los evangelios" de nuestro tiempo consiste precisamente, en que ellos ofrecen una u otra pseudoteología, distintos sistemas de pseudo-dogmas. Ellos son acogidos con agrado por aquellos, que no pueden encontrar ninguna teología en el disminuido cristianismo "del estilo contemporáneo." Esta alternativa vivencial, delante de la que permanecen muchas personas en nuestros días, fue formulada acertadamente por un teólogo inglés: "El dogma o... la muerte." El tiempo del adogmatismo y del pragmatismo ya pasó. Por eso los servidores del clero de la Iglesia deben nuevamente predicar la enseñanza y los dogmas — la Palabra de Dios.

La crisis contemporánea.

La primer tarea del predicador contemporáneo es la "restablecimiento de la fe." Esto no es de ninguna manera un esfuerzo intelectual. La fe — es solo un mapa (o un modelo) del mundo verdadero, y ella no debe ser recibida c omo una realidad. El hombre contemporáneo se atascó demasiado en sus propias ideas y convicciones, sus reacciones y posiciones adoptadas. La crisis de nuestro tiempo, acelerada por el humanismo (este hecho es indiscutible), provino del hecho, que fue nuevamente abierto ese mundo real, en el que nosotros creemos. Abrir de nuevo la Iglesia — este es el más decisivo aspecto del actual realismo espiritual. La realidad ya no está mas separada de nosotros por la pared de nuestras propias ideas. Ella es nuevamente accesible. Nuevamente se concientiza, que la Iglesia no es simplemente una sociedad de creyentes, sino el Cuerpo de Cristo. Aquí está el descubrimiento de una nueva dimensión, el descubrimiento de la permanente presencia del Redentor en el rebaño que Le es fiel. Esto arroja una nueva luz sobre la indigencia de nuestra destrozada existencia en el fundamentalmente secularizado mundo. Muchos ya reconocen, que la verdadera resolución de todos los problemas sociales está encerrada de alguna manera en el restablecimiento de la Iglesia. En "un tiempo, como el nuestro," corresponde predicar "a todo Cristo." A Cristo y a la Iglesia — totus Christus, Caput et hábeas, repitiendo las famosas palabras de b. Agustín. Es posible, que una predicación como esta sea todavía poco frecuente, pero ella se presenta, por lo visto, como la única posible predicación efectiva de la Palabra de Dios en un periodo de desesperanza y perdición como el nuestro.

La actualidad de los santos padres.

Yo frecuentemente tengo un sentimiento extraño. Cuando leo los clásicos antiguos de la teología cristiana, a los padres de la Iglesia, yo encuentro que ellos son mas actuales para mi tiempo con sus calamidades y problemas, que la producción de los teólogos contemporáneos. Los padres luchaban con problemas vivenciales, con aquellas manifestaciones de las preguntas eternas, que son descriptas y expuestas en las Sagradas escrituras. Yo me arriesgaría a decir, que s. Atanasio y b. Agustín son significativamente mucho más actuales, que muchos de nuestros teólogos actuales. La causa aquí es simple: ellos hablaban de cosas reales, y no acerca de modelos, estaban preocupados no tanto acerca de aquello en lo que el hombre puede creer, sino mas bien acerca de lo que Dios hizo para el hombre. A nosotros, en un tiempo como el nuestro, nos corresponde ampliar nuestra perspectiva, reconocer a los maestros antiguos y tratar de crear para nuestro tiempo un síntesis vivencial de la experiencia cristiana.

 

 

Revelación y experiencia.

"Y buena voluntad para con los hombres"... (Luc. 2:14)

 

1. En el conocimiento religioso hay dos aspectos: Revelación y Experiencia. La revelación es la voz de Dios, — voz de Dios que habla al hombre. Y el hombre oye esta voz, le presta atención, la recibe y comprende la Palabra Divina. Y es para eso que habla Dios, para que el hombre lo escuche. Para eso es que Dios creó al hombre, según Su imagen, para que él Lo escuche y oiga Su voz y Su palabra... Bajo el término revelación nosotros entendemos precisamente esta Palabra de Dios que ha sido oída. La Sagrada Escritura es la inscripción de la Revelación oída. Y, de cualquier manera que comprendiéramos la divina espiritualidad de la Escritura, es necesario reconocer que: la Escritura nos transmite, y conserva para nosotros, la voz de Dios en la lengua del Hombre. Ella transmite y conserva la Palabra de Dios de la misma manera en que fue escuchada. Como ella resonó en la receptiva y sensible alma del hombre. La Revelación es Aparición de Dios, teofanía. Dios desciende hacia el hombre y se le presenta. Y el hombre ve, contempla a Dios; y describe aquello que ve y oye; testimonia acerca de aquello que le fue abierto... Y es en eso precisamente en que consiste el grandioso misterio de la Biblia, que ella contiene la Palabra de Dios en la lengua humana. No fue sin fundamento que los antiguos exegetas cristianos veían en el Antiguo Testamento la preparación y el prototipo de la venidera Divina Encarnación. Ya en el Antiguo Testamento la Palabra Divina se hace humana... Dios habla al hombre en la lengua del hombre. De aquí el destacado antropomorfismo de la Revelación. Y este antropomorfismo no es solo un acomodamiento. La lengua humana de ninguna manera debilita el absolutismo de la Revelación, no limita la fuerza de la Palabra de Dios. La Palabra de Dios puede ser expresada con exactitud y estrictamente en la lengua del hombre. El hombre es capaz de escuchar a Dios, es capaz de oírlo, puede incorporar y cumplir la Palabra de Dios... La Palabra de Dios no mengua ni palidece del hecho que suena y se pronuncia en la lengua humana. Porque es dicha precisamente al hombre... Por el contrario, la palabra humana se transfigura y es como si se transmutara y se perfeccionara del hecho que Dios concede hablar en la lengua del hombre... Y más aun, Dios en la Revelación habla no solo de Sí Mismo, sino también acerca del hombre. En todo caso, en la Escritura, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento nosotros vemos no solo a Dios, sino también al hombre. Nosotros vemos a Dios, que viene y se presenta al hombre; y vemos personas, que reciben a Dios y que prestan atención a Sus palabras, — y más aun, que responden a Sus Palabras. Nosotros oímos en la Escritura también la voz del hombre, que responde a Dios, — en las palabras que se pronuncian en las oraciones, o agradecimientos, o alabanzas. Dios quiere, espera, exige esta respuesta. Dios espera, que el hombre converse con Él... En la Escritura nos asombra sobre todo esta íntima cercanía de Dios hacia el hombre y del hombre hacia Dios, esta santificación de toda la vida humana por la presencia Divina, este cubrimiento de la tierra por la Protección Divina. En la Escritura nos sorprende, antes que otra cosa, el mismo hecho de la Sagrada historia. En la Escritura se revela, que la historia puede ser sagrada, que la vida humana puede ser sagrada, que ella debe ser santificada. Y no solo en el sentido de ser iluminada por la luz Divina como si fuera de lejos y colateralmente. Pues la Revelación culmina con la Encarnación del Verbo, la aparición del Dios-hombre. La Revelación concluye en la creación de la Iglesia y el descenso del Espíritu Santo en el mundo. Y desde entonces el Espíritu de Dios permanece en el mundo para siempre, — de una manera como no estuvo en el mundo antes. Terminará la Revelación con la aparición de un nuevo cielo y una nueva tierra, finalizará con una transfiguración cósmica y universal, — y será Dios en todo (1 Cor. 15:28)... Se puede decir: La Revelación es el camino de Dios en la historia. Nosotros vemos, como Dios camina entre los hombres. Nosotros contemplamos a Dios no solo en el apartamiento trascendental, no solo en Su inasequible grandeza y amorosa cercanía con Su creación. Dios se abre a nosotros no solo como Señor y Gobernador universal, sino todavía también como Padre. Y la superior Revelación Divina es el amor, o sea la cercanía...

2. La Revelación escrita es historia, — historia del mundo como creación Divina. La Escritura comienza con la creación del mundo y termina con la profecía de una nueva creación. Sin embargo, de una manera extraña, es frecuente que nos abstraigamos de la historia en la Escritura, — como si la historia no entrara en su tejido más íntimo... Y entonces la Biblia se convierte en un libro de parábolas y símbolos, eternos y sagrados. Entonces es necesario descifrarla e interpretarla precisamente como símbolo, según las reglas del método alegórico. Entonces comienza a parecer como poco importante y no esencial, si hubo o si ocurrió aquello que se describe en la Biblia. En forma semejante a como en cierta medida no es importante, si existió o no en la realidad histórica el misericordioso buen samaritano, o si Cristo relató a los discípulos solo una parábola, — en cualquier caso, la figura del samaritano siempre permanece aleccionadora y viva... Así comprendían y explicaban la Biblia los antiguos alegoristas, comenzando con Filón. Así aceptaban la Biblia los místicos, en el medioevo y en la época de la Reforma, y también mas tarde. A una comprensión como esta frecuentemente se inclinan también los teólogos contemporáneos. Con demasiada frecuencia se observa a la Biblia como un cierto libro de reglas, atemporales y abstractas, como a un código de determinaciones y mandamientos Divinos, como un compendio de textos o "lugares teológicos," con los cuales se puede operar sin tener para nada en cuenta las circunstancias históricas. La Biblia se convierte entonces un Libro autosuficiente y auto-satisfactorio, — Libro, que, hablando propiamente, no está escrito para nadie en especial. Y por eso — es como si fuera el Libro acerca de los siete sellos... Hay una cierta verdad en una comprensión como esta. Pero no es toda la verdad. Y la falsedad de una aceptación como esta de la Biblia, exterior a la historia — está en la abstracción del hombre... Por supuesto, la Palabra de Dios es verdad eterna, y Dios habla en la Revelación para todos los tiempos. Sin embargo el permitir la multiplicidad de sentidos en la Escritura, el reconocimiento en ella de un cierto sentido misterioso y abstracto del tiempo y de la historia, amenaza la realidad de la Revelación como hecho y suceso histórico. Es como si Dios hubiera hablado a las personas, de una manera tal, que aquellos a los que Él hablaba directamente, no lo comprendieran, — o lo comprendieran de una manera diferente a como lo entendía Dios. Como si Dios propusiera acertijos al hombre... Una interpretación como esta disuelve la historia en mitologías. Un mito es figura y símbolo. El mito es una parábola. Pero la Biblia no es un mito... La Revelación no es solo un sistema de palabras Divinas y ejemplos, sino también un sistema de obras Divinas. Y por eso, antes que nada, es historia... Historia de la salvación, historia del Testamento de Dios con el hombre... El tejido de la Sagrada Escritura es tejido histórico. Las palabras de Dios siempre tienen, por sobre todo, un sentido directo — y ya este sentido directo es significativo. Dios ve a aquel, a quien le está hablando, y por eso habla de una manera tal, que sea escuchado y comprendido. Porque Él siempre habla por causa del hombre, para el hombre y para un hombre vivo concreto... Hay simbólica y simbolismo en la Escritura, pero la Escritura no es un símbolo. Y el simbolismo bíblico es mas que nada simbolismo profético, y no tanto simbolismo alegórico y mito... Hay parábolas en la Escritura, pero en forma integral la Escritura no es una parábola... Antes que nada, es necesario diferenciar estrictamente la simbólica y la tipología. "Tipo," τύπος, no es tanto “figura,” cuanto “prototipo.” El simbolismo se abstrae de la historia. Pero la tipologνa siempre es histórica. Este es un aspecto de la profecía, — cuando profetizan los mismos acontecimientos... Si cabe, también la profecía es un símbolo, es una señal, que señala sobre otra cosa, — pero a otra cosa en un tiempo concreto. La profecía es siempre un símbolo histórico, que atrae la atención hacia delante, a los acontecimientos futuros... De aquí surge tal énfasis del tiempo en la Sagrada Escritura... El Antiguo Testamento es el tiempo de la espera mesiánica — sobre ella está fundado el tema del Antiguo Testamento. Y el Nuevo Testamento es, ante todo, historia, — historia evangélica del Verbo Corporalizado, y comienzo de la historia de la Iglesia, que se torna nuevamente en espera del cumplimiento apocalíptico... "Cumplimiento" es en general la categoría fundamental de la Revelación...

3. La Revelación es Palabra de Dios y palabra acerca de Dios. Pero junto con esto, la Revelación es siempre palabra hacia el hombre, llamado y trato hacia el hombre. Y no se alcanza el objetivismo y la exactitud en el oír y comprender la Revelación, en que el hombre se abstraiga de sí mismo, se despersonalice a sí mismo, se contraiga en un punto matemático, se convierta a sí mismo en un "sujeto trascendental." Justamente al contrario. Un "sujeto trascendental" nunca oirá ni escuchará la voz de Dios, el Divino llamado y requerimiento. Y Dios no habla a un "sujeto trascendental," no es a una impersonal "conciencia general" a la que habla Dios. El "Dios de los vivos," el Dios de la Revelación habla a personas vivas, a sujetos empíricos. Y así es como mejor, mas completamente y mas exactamente puede ver el hombre el rostro de Dios, cuanto más claramente y vivamente ve su propio rostro, cuanto mas plenamente y exactamente aparecida, abierta o realizada dentro de él la "imagen de Dios." El superior objetivismo en la escucha y la comprensión de la Revelación se alcanza a través de la superior intensidad de la personalidad creativa, a través del crecimiento espiritual, a través de la transfiguración de la personalidad, que se eleva en el esfuerzo "a la medida de la estatura de Cristo" (Ef. 4:13)... Del hombre se requiere no la autonegación, sino el esfuerzo; no el suicidio, sino la renovación o transfiguración... Sin el hombre es imposible la Revelación, porque no habría quien escuche, — y entonces Dios no hablaría... En la caída en el pecado misma el hombre no perdió totalmente la capacidad de escuchar y obedecer a Dios, no perdió hasta el final el oído espiritual... Y ya terminó el señorío y la tiranía del pecado... Se cumplió la salvación... Y nuevamente el espíritu humano es capaz de oír y albergar Su palabra... Pero Dios no hablaba al hombre, solo para que este recuerde y guarde Su palabra. La palabra de Dios solo se puede guardar en un corazón vivo y ardiente... La Revelación se recibe en el silencio de la fe, en la contemplación silenciosa, — así es el habitual y apothatistico momento del conocimiento de Dios. Y en esta apothatistica contemplación ya está dada y se contiene toda la plenitud de la verdad. Pero la verdad debe ser dicha... Porque el hombre es llamado no solo al silencio, sino también a la palabra... Silentium misticum no agota toda la plenitud del llamamiento religioso del hombre... El hombre es llamado no solo a escuchar y prestar atención. Él es llamado a la actividad — y, antes que nada, a la creación o realización de sí mismo. Esto se refiere también al conocimiento... La palabra de Dios es recibida por el espíritu humano, como si fuera una semilla, — y ella debe germinar y crecer en el espíritu del hombre... La revelación de la verdad debe abrirse en la efectividad del pensamiento.. En este activo y cathatistico momento del conocimiento.

4. El conocimiento religioso siempre queda esencialmente heteronómico, como visión y descripción de la realidad Divina, aparecida y abierta al hombre en la Divina merced. Dios se presenta al hombre, y el hombre recibe y contempla a Dios. La revelación se recibe con la fe, y la fe es clarividencia y contemplación. Las verdades de la fe son esencialmente verdades de la experiencia, — o dicho de otra forma, las verdades de los hechos. La fe es la afirmación descriptiva de hechos determinados y absolutos. Por eso la fe es indemostrable, — la fe es la evidencia de la experiencia... Es necesario diferenciar claramente las épocas de la Revelación. No todo fue revelado de una sola vez al hombre. Y no se puede determinar la naturaleza de la fe cristiana por los ejemplos del antiguo testamento. En el hombre del antiguo testamento la fe era precisamente una confiada espera, una esperanza, — era la espera de aquello que todavía no se había cumplido y no se abrió, lo que todavía no había sido, lo que por esa causa era "invisible" (véase acerca de la fe de los justos del Antiguo Testamento en la Epístola a los Hebreos...). Pero el tiempo de la espera terminó. La promesa se cumplió. El Señor vino. Y vino para quedarse y permanecer con los que creen en Él "todos los días hasta el fin del mundo" (Mat. 28:20)... Él dio a los hombres "el poder de ser hijos de Dios" (Juan 1:12). Él abrió para ellos la posibilidad de un nuevo nacimiento, nacimiento en el Espíritu, la posibilidad de una vida nueva y espiritual. Él envió al mundo desde lo alto el Espíritu Consolador, para que Él instruya a los creyentes "en toda verdad" (Juan 16:13), para que Él les "haga recordar" a ellos, todo lo que había hablado el Señor (Juan 14:26)... Y por eso los creyentes "tienen unción del Santo y saben todo, y no tienen necesidad, de que alguien los instruya" (1 Juan 2:27)... Ellos tienen "la unción de la verdad," Charisma veritatis certum, según la expresión de san Ireneo de Lyon (adv. Haeres. IV. 26.2)... En Cristo se abre para el hombre la posibilidad y el camino de la vida espiritual; y la cúspide de la vida espiritual es la visión y la contemplación, γνώσνς y θεωρία ... Esto cambia el estado de αnimo de la fe. La fe cristiana está orientada no a la espera de lo futuro, sino de lo pasado, — no hacia aquello, que todavía no existe, sino a aquello, que ya sucedió. Ella está dirigida, antes que nada, al Cristo que ha venido... Se lo puede decir de otra forma: ella está dirigida hacia aquel eterno presente o a aquella Divina plenitud, la cual a través de Cristo se abrió y está abierta... Hay espera también en la fe cristiana, hay en ella atención hacia lo apocalíptico... Pero en la Segunda venida o retorno de Cristo solo se cumplirá aquello, que ya se realizó en la Primera, lo que ya actúa y se cumple en el mundo... La salvación ya se realizó. La naturaleza humana ya está sanada, ya está restablecida, ya está liberada, — aunque solo sea en el rudimento. En el Antiguo Testamento no había camino, — en esto estaba la desesperanza y esa enfermedad e impotencia de la Ley, de las que hablaba el apóstol Pablo. Pero en el Nuevo está abierto el camino, aunque fuera un camino infinito... Y de nuevo esto se refiere también al conocimiento... En cierto sentido se puede decir: Cristo por primera vez hizo posible el conocimiento de Dios. Porque el verdadero conocimiento de Dios se hizo posible por primera vez a través de aquella renovación de la naturaleza humana, que se consumó en la Encarnación y la Resurrección del Dios-hombre... El hombre fue capaz de ver, fue quitado el polvo de sus ojos espirituales... El conocimiento de Dios se hizo posible a través de la fundación de la Iglesia — en la Iglesia, como en el Cuerpo de Cristo, en la unidad de la vida espiritual o bienaventurada el hombre puede entender y conocer a Dios... En la Iglesia la misma Revelación se vuelve interior. Dios ya no se presenta y habla al hombre desde lejos. Dios permanece en la Iglesia... y ahora Dios habla al hombre en la Iglesia y a través de la Iglesia. Ahora la Iglesia habla y enseña la Palabra de Dios. En cierto sentido la Revelación se vuelve confesión y testimonio de la Iglesia... En todo caso, el Nuevo Testamento, como Escritura, es posterior a la Iglesia. Este — es un libro, escrito dentro de la Iglesia. Este es el registro de la experiencia y fe dentro de la Iglesia, anotación de la fe, guardada en la Iglesia. Acerca del Evangelio esto es necesario decirlo antes que nada. En el Tetraevangelio está trazada y consolidada aquella figura del Salvador, que desde el principio se guardaba en la memoria viva de la Iglesia, en la experiencia de la fe, — no solo en la memoria histórica, sino en la memoria carismática de la fe. El Evangelio no es solo un libro de recuerdos históricos. Esto es "predicación," κήρυγμα, — o testimonio. Y en la Iglesia nosotros conocemos a Cristo no solo por los recuerdos o los relatos. No solo su figura está viva en el recuerdo de los creyentes, — Él mismo en persona permanece entre ellos y con ellos, y siempre está a las puertas de cada alma. En esta experiencia de la viva relación con Cristo se transfiguran también los mismos recuerdos históricos — el corazón reconoce en Jesús de Nazareth al Dios-hombre y Salvador.

5. La revelación Divina se guarda en la Iglesia. Ella está resguardada y guarnecida por las palabras de la Escritura. Resguardada, pero no agotada. Las palabras de la Escritura no agotan toda la plenitud de la experiencia cristiana y de la memoria carismática de la Iglesia. Por eso no está excluida la posibilidad de otras y nuevas palabras. En todo caso, la Escritura está bajo interpretación, permite la interpretación... La inmutable verdad de la experiencia puede ser descripta de distintas maneras, en distintas palabras... La realidad Divina, que se descubre en la experiencia de la fe, puede ser descripta en figuras y semejanzas, en la lengua de la oración poética y el arte religioso. Así era el lenguaje de los profetas en el Antiguo Testamento, así hablan frecuentemente los evangelistas, así predicaban los apóstoles, así predica la Iglesia aun ahora en los cantos de sus servicios Divinos y en la simbólica de la acción de sus sacramentos. Y también existe otro lenguaje, hay un idioma que alcanza los pensamientos, y es el lenguaje de los dogmas... El dogma es el juzgamiento de la experiencia, no es un teorema del pensamiento especulativo. Todo el ánimo del dogma — está en señalar una realidad Divina. El dogma es testimonio del intelecto acerca de lo visto y revelado, de lo visible y contemplable en la experiencia de la fe, — y este testimonio está expresado en entendimientos y determinaciones. El dogma es "visión inteligente," verdad de la contemplación. Se puede decir, imagen lógica, "icono lógico" de la realidad Divina. Y junto con esto el dogma es una determinación. Por eso es tan importante en el dogma su forma lógica, aquella "palabra interior," la cual se consolida también en una determinada expresión exterior; por eso es tan esencial en el dogma también este exterior lado verbal... El dogma no es de ninguna manera una nueva Revelación. El dogma es solo testimonio. Todo el sentido de las determinaciones dogmáticas, está en testificar acerca de una verdad inmutable, aparecida y guardada desde el principio. Por eso es una absoluta falta de comprensión hablar acerca del "desarrollo de los dogmas." Los dogmas no se desarrollan y no cambian; ellos son completamente invariables e intocables, aun hasta en su exterior, verbal forma... Sin importar cuan inesperado pueda parecer esto. Diciéndolo mejor: los dogmas surgen, los dogmas se establecen o se determinan, pero no se desarrollan. Y el dogma una vez establecido es eterno y ya es intocable "regla de la fe"... En su confesión dogmática la Iglesia expresa o dice las verdades guardadas por ella. Y el dogma es, antes que nada, verdad expresada. En cierto sentido las discusiones dogmáticas que se presentaron en la Iglesia eran discusiones acerca de la elección de términos adecuados. Era necesario encontrar y establecer las palabras exactas, que expresaran y describieran verazmente la experiencia de la Iglesia. Correspondía delinear en términos aquella "visión inteligente," la cual se abre al espíritu creyente en la experiencia y la contemplación. Hay un estado predogmático en la confesión de la Iglesia, — y entonces se habla en figuras y en simbólica. Pero llega el tiempo del testimonio dogmático. Porque la verdad de la fe es verdad también para la razón, es verdad también para la mente. Esto no significa de ninguna manera, que ella es verdad de "puro" pensamiento o pura "razón." Por el contrario, la verdad de la fe es realidad contemplada, — aquello, que es. En la búsqueda de palabras dogmáticas el pensamiento humano se transfigura creativamente, se transfigura y santifica el mismo elemento del pensamiento. El pensamiento entra en la "inteligencia de la verdad." Acerca de esto testimoniaba colateralmente la Iglesia cuando condenaba la herejía de Apolinario. La condena del apolinarismo es por eso una cierta colateral justificación de la inteligencia y del pensamiento... No en el sentido, por supuesto, de que la razón "natural" es sin pecado y justa; sino en el sentido, que ella es pasible de sanación y transfiguración, que ella puede ser sanada y santificada, que ella puede renovarse... Y si puede, entonces también debe. La razón está llamada al Conocimiento de Dios... La condena del apolinarismo es la justificación de la teología "lógica"... "Filosofar acerca de Dios" no es solo la manifestación de una tendencia hacia la indagación o un cierta atrevida curiosidad. Por el contrario, esto es el cumplimiento del deber religioso y el llamado del hombre. Y por eso la Iglesia "filosofaba" acerca de Dios — "con las palabras de la razón constituía los dogmas, los cuales antes los pescadores exponían en palabras simples" (del servicio religioso a los Tres santos)... Los "dogmas de los padres" transcriben en categorías del pensamiento el inmutable contenido de la "predicación apostólica."

6. Es necesario decirlo directamente y sin rodeos: "constituyendo los dogmas," la Iglesia expresaba la Revelación en el idioma de la filosofía griega. Si se lo quiere ver así — traducía la Revelación del idioma hebreo, poético y profético, al griego. Esto era en cierta medida una "helenización" de la Revelación. Pero antes que nada esto era una eclestizacion del helenismo... El Antiguo Testamento ya terminó. Israel no recibió al Mesías, no Lo reconoció y no Lo aceptó. Israel renegó de Cristo y fue derogado. Y la promesa pasó a los gentiles. La Iglesia es, ante todo, Ecclesia ex gentibus... Nosotros debemos reconocer este hecho fundamental de la historia cristiana en humildad delante de la voluntad de Dios, que se realiza en los destinos de las naciones. Nosotros recibimos la Revelación, tal como ella se cumplía, — y es inútil preguntar, si podría haber sido de otra manera. Y en la elección de los helenos nosotros debemos reconocer los secretos juicios de la voluntad Divina. El "llamado de los gentiles" era bendición Divina, extendida sobre el helenismo. Pablo fue enviado a los helenos, y el camino del judeocristianismo ortodoxo concluyó por encontrarse en un callejón sin salida histórico. En esto no hubo y no pudo haber "casualidad histórica" — en el destino religioso del hombre no ocurren "casualidades"... Es necesario tener presente, que el Evangelio nos fue dado a todos nosotros, y para siempre, en la lengua de los helenos. En esta "elección" del idioma griego, como inmutable e inmodificable primer lengua de la anunciación cristiana, hay tan poco de "casual," como en el hecho de que de todas las naciones de la antigüedad Dios eligió precisamente la nación hebrea como "Su pueblo," — y "la salvación viene de los judíos" (Juan 4:22)... Y más aun, la predicación de san Pablo, en significativa medida, está expresada en categorías de devoción helenística. Las formas de culto helenísticas se subliman en los servicios Divinos cristianos. La enseñanza de la fe se expresa en el lenguaje y en las categorías del pensamiento helénico... Cuando la verdad Divina se dice y se expresa en la lengua humana, las mismas palabras se transfiguran. Y el hecho, de que las verdades de la fe se abren en figuras y comprensiones lógicas, testimonia acerca de la transfiguración de la palabra y del pensamiento, — las palabras se hacen santas... Las palabras de las determinaciones dogmáticas, frecuentemente tomadas de la lengua filosófica "cotidiana," ya no son simples ni casuales palabras, que pueden ser sustituidas por otras. No, — estas son palabras eternas e insustituibles... Esto significa, que a través de la enunciación de la verdad Divina determinadas palabras, o sea determinados entendimientos y categorías son eternizados. Esto significa que en el pensamiento existe lo eterno e incondicional, — si se lo quiere ver así, que existe una cierta "filosofía eterna," philosophia perennis... Pero esto no significa de ninguna manera, que está eternizado algún sistema filosófico determinado, alguno de los sistemas de la filosofía mundana. En cierto sentido, la misma teología cristiana es un sistema especial de filosofía, — precisamente sistema especial, incomparable interiormente con los sistemas históricos de la "filosofía exterior." Los dogmas están enunciados y expresados en el idioma filosófico, en el idioma de los filósofos, no en el idioma "del sentido común," — las determinaciones dogmáticas tienen en cuenta también la resolución de determinadas aporías (cuestiones que contenían antinomias) y problemas filosóficos. Sin embargo los dogmas de ninguna manera están expresados en el idioma de alguna única escuela filosófica. Frecuentemente nos salta a la vista la gran semejanza entre la visión y concepción del mundo cristiano y el helénico, — y surge la tentación de deducir orgánicamente el cristianismo del helenismo. En eso hay una propia, relativa verdad — esto no es una ilusión, no es un engaño de la visión. Pero corresponde no olvidar, que los vehementes y celosos helenos no notaban ni reconocían esta similitud, que ellos afirmaban la no-afinidad, la diferencia. Así fue desde los tiempos de Porfirio y Plotino, hasta Nietzche y aun hasta nuestros días. Y en este juicio también existe su propia verdad... Hay un desgarramiento en la historia del pensamiento. El helenismo entra dentro de la Iglesia a través de la transfiguración. El helenismo se refunde en la llama de una nueva experiencia y fe, y se hace nuevo. El pensamiento helénico se transfiguró... Nosotros habitualmente sentimos y reconocemos insuficientemente toda la medida en que fue determinante aquel cambio, que provocó el cristianismo en la esfera del pensamiento. En parte por el hecho, que demasiado frecuentemente permanecemos en la filosofía como helenos antiguos y todavía no hemos vivido el bautismo por el fuego del pensamiento, — y siempre subsiste para nosotros el peligro y la tentación de una nueva caída en la filosofía "según los elementos del mundo"... Y en parte, por el contrario, por el hecho que nos hemos acostumbrado demasiado a la nueva visión del mundo y nos inclinamos a considerar como "inherente" o "verdad natural" aquello, que en la realidad fue dado solo a través de la Revelación y aceptado por el razonamiento natural "con esfuerzo," y frecuentemente en la lucha... La idea de la creación del mundo, — y no solo como figura transitiva y corruptible, "empírica" o "fenomenal," sino también en su primofundamento ideal, — la concepción de "ideas creadas," surgidas y realizadas, era inverosímil y absurda desde el punto de vista helénico... Y con esto está ligado el agudo sentido de la historia, como movimiento creativo que va desde el principio real hacia el último final, — sentimiento tan poco compatible con el ánimo arquitectónico del helenismo antiguo, y con su espanto ante el tiempo, que solo lo destruye todo, con su fantasma del "eterno retorno"... La visión de la persona en el hombre, la comprensión de la personalidad, era inaccesible para el helenismo, que mas bien tendía a la despersonalización y que denominaba al "rostro" como "mascara"... Por fin, la verdad de la resurrección de los muertos, que mas bien asustaba al helenista, que vivía en la esperanza de la final descorporalización del espíritu, — que lo asustaba, como predicación acerca del ineludible plano del espíritu en la "cárcel del cuerpo"... He aquí las nuevas ideas, abiertas desde la nueva experiencia, desde la Revelación. Y ellos son en esencia premisas y categorías de la nueva, cristiana filosofía... Esta nueva filosofía está encerrada en el dogma... En la experiencia de la fe el mundo mismo se revela en forma diferente, que en la experiencia del "hombre natural"... La Revelación es revelación no solo acerca de Dios, sino también acerca del mundo. Porque ella es, antes que nada, revelación acerca de Dios, como Creador y Omniregente; y por eso lo es acerca del mundo, como creación de Dios, como de algo creado... Y la plenitud de la Revelación — está en la figura del Dios-hombre, o sea en el facto de la inexpresable unión de Dios y el hombre, — en la indivisible y inestratificable unión y unidad para siempre... Estrictamente hablando, es imposible para el hombre la visión exacta acerca de Dios, si él piensa en forma inexacta e incorrecta acerca del mundo y acerca de sí mismo. El mundo es creación de Dios. Por eso el incorrecto entendimiento del establecimiento del mundo es adjudicación a Dios de una creación, que Él no creó, es deformado y deformante juicio de la obra y voluntad de Dios... La teología dogmática, como confesión de la verdad Divina en las categorías del pensamiento, es precisamente el principio o la fuente de la filosofía cristiana, sagrada filosofía, filosofía del espíritu transfigurado... El filósofo cristiano debe comenzar en sus búsquedas creativas precisamente de la dogmática, o sea de la concreta experiencia de la fe, ya resguardada por la incondicional forma lógica, — y no de la problemática del "pensamiento natural"... En cierto sentido él estará y debe estar "del otro lado" de esta problemática "natural," nacida de la limitada, y la ahora también ya decadente, atrasada visión... Pero ante esto él permanecerá heleno... Él no debe y no puede atreverse a establecerse como arcaizante platonista o aristotelista... Esto significaría una injusta divergencia del pensamiento... Pero la patrística, y la misma dogmática, es helenismo. Y de este transfigurado helenismo no hay salida para el filósofo cristiano...

7. Debemos recordarlo una vez mas: el dogma presupone experiencia, el dogma es Revelación enunciada; y por eso solo en la experiencia de la fe o en la contemplación el dogma revive y se plasma. Y, nuevamente, los dogmas no agotan esta experiencia — así como la Revelación no se agota en las palabras, o en la "letra" de la Escritura. La experiencia y la fe de la Iglesia son mas amplias y plenas que su palabra dogmática. Y aun ahora la Iglesia testimonia acerca de muchas cosas no en dogmas, sino en figuras y "símbolos." Es posible, que sea así hasta el final. En la Iglesia está dada desde el principio toda la plenitud de la verdad, pero esta plenitud se descubre o se confiesa paulatinamente y por partes, — y en general el conocimiento de aquí es "parcial," pero la verdadera plenitud se abrirá solo allí, en la venida de Jesucristo en el fin del mundo... Esta inconclusión de la expresión dogmática depende del hecho, que la Iglesia todavía se encuentra "en peregrinación," que todavía se "constituye" y crece el Cuerpo de Cristo, que todavía crece y se erige el espíritu humano. Dicho de otra forma, todavía quedan cuestiones históricas, todavía hay cosas para consumarse... Sin embargo esta inacabada dicción o inconclusión del conocimiento de aquí no debilita su veridicidad, su apodictismo, su invariabilidad, — no priva al conocimiento ya alcanzado de estar terminado y completo... Es necesario entrar en ese nuevo mundo, que se abre en la experiencia de la fe, a través de la Revelación... Y la entrada es alcanzable solo a través de la dogmática, que toma vida en la experiencia... Pero después ya debemos caminar solos, en el esfuerzo y en la contemplación creativa...

8. La revelación se guarda en la Iglesia. Ella es dada por Dios a la Iglesia, y no a personas por separado, — como también en el Antiguo Testamento "las palabras de Dios" fueron confiadas no a personas particulares, sino a la nación de Dios (ver Rom. 3:2). La Revelación es dada y es asequible solo en la Iglesia, solo en la Iglesia se la puede conocer, — o sea solo a través de la vida en la Iglesia, solo a través de la viva y activa pertenencia al místico organismo del Cuerpo de Cristo. Dicho de otra forma, la verdad de la Revelación se abre solo en la consciencia cathólica o conciliar... "Cathólico de ninguna manera significa “universal,” χαθολικός no coincide con οικουμενικός. La catholicidad de la Iglesia no significa todavνa su exterior abarcamiento de todo el mundo, — por otra parte este no es un síntoma cuantitativo, sino cualitativo. La "Iglesia cathólica" puede resultar históricamente también como un "pequeño rebaño" — puede haber mayor cantidad de "herejes," que "creyentes rectos"; y puede resultar, que precisamente los "herejes" estén diseminados "por todas partes," ubique, y la verdadera Iglesia esté casi desalojada de la historia, empujada al "desierto." Así ya ha pasado, y todavía será así nuevamente. Si, la Iglesia es cathólica precisamente por naturaleza; y donde no hay catholicidad, allí está disminuida y dañada la vida de la Iglesia. "Catholicidad" es lo contrario del separatismo, de la desunión, de la falta de relación... La Iglesia es cathólica por el hecho de que ella es el Cuerpo de Cristo; y en la unidad de este Cuerpo se realiza el ontológico entroncamiento de las personalidades entre sí — en la unidad de la vida agraciada, en la unidad del amor, en la "unión de la paz" (ver Efes. 4:3). La superior medida de la unidad cathólica — estriba en que en la mayoría de los creyentes debiera haber un único corazón y una única alma (ver Hechos 4:32). En la catholicidad se pueden diferenciar dos aspectos: el objetivo y el subjetivo. Objetivamente la catholicidad de la Iglesia significa unidad de Espíritu; y el Espíritu Santo, como Espíritu de paz y de amor, no solo reúne alrededor de Sí los individuos separados, sino que en cada alma separada se vuelve fuente de paz interior, integridad y reunión. Subjetivamente la catholicidad de la Iglesia significa, que la Iglesia es hermandad o relación, "vida general," - κοινός βίος, — un cierto cenobio... y en esta “vida general" se suprimen todas las fronteras divisorias o exclusivizantes; aquí callan y deben silenciarse "las frías palabras: mío y tuyo," como se expresaba san Juan Crisóstomo... La Iglesia es cathólica no solo en el todo, no solo en la unión de sus miembros. Ella es cathólica en cada una de sus partes, en cada acto o suceso de su vida. Mas aun, la Iglesia es cathólica en cada uno de sus miembros. O, dicho de otra manera, ella se compone y consiste de miembros cathólicos. Y la misma catholicidad de toda la vida de la Iglesia integralmente es posible solo a través de la catholicidad de los creyentes por separado. Ninguna multitud de personas, que solo se encuentren organizados exteriormente, donde cada una de ellas esté interiormente aislada y encerrada dentro de sí misma, y solo por el hecho de permanecer contiguas, rozándose mutuamente, todavía no es y no puede ser un entero cathólico. La fuerza que une debe actuar desde adentro. La hermandad se compone solo de hermanos. La misma unión se hace posible solo a través del mutuo amor entre hermanos. La entrada en la Iglesia debe ser precedida de la transfiguración cathólica del alma del hombre, — o, en todo caso, la voluntad hacia tal transfiguración, y esta se cumple ya en la real vivencia común, — dicho de otra manera, la renuncia y la negación del encierro y la autosuficiencia... Sin embargo esta renuncia no significa apagar la personalidad, no significa disolver la personalidad en la multitud. Por el contrario, ella es ampliación de la personalidad, la inclusión de muchos y "ajenos yo" dentro de su "yo" interior, la consecución de muchos dentro de uno mismo... En esto se encierra precisamente el verdadero misterio de la Iglesia... "Para que todos sean uno; como Tu, Padre, estás en Mi y Yo en Ti, para que también ellos sean uno en nosotros, — para que también sean perfectos en unidad,” ϊνα ώσνν τετελενωμένοι εις ev (Juan 17:21-23; ver 11)... Precisamente este "cumplimiento de la unidad," según la imagen de la unidad de la Trinidad, es la catholicidad de la Iglesia... La "unidad de la Trinidad," perfecta unidad de la existencia y de la vida dentro de las Tres Hipostasias o Personas, indivisible "rotación" de la única Vida (περιχώρησις en el Damasceno), — este es el ejemplo exterior y el límite de la catholicidad. Y cada Hipostasia de la Triúnica Divinidad presenta dentro de sí toda la plenitud de la vida Divina; y la presenta "sin diferencias," aunque también "especialmente," sin división y sin desigualdad... Los padres antiguos veían precisamente en la Santísima Trinidad el prototipo de la unidad de la Iglesia, — en el Occidente Ilorio, en Oriente en especial san Cirilo de Alejandría... En la literatura teológica contemporánea hablaba con especial discernimiento acerca de esta "analogía" de la Triplicidad y la Iglesia el obispo metropolitano Antonio (Krapovitsky). En la consciencia natural la comprensión de la personalidad es el principio de la división y especialización. La más aguda e incondicional contraposición es aquí precisamente la diferencia entre el "yo" y el "no-yo." Pero en la Vida Divina no se halla esta división entre "yo" y "no-yo." En la Iglesia, por el prototipo de la Trinidad, se suaviza y se quita la impenetrabilidad entre el "yo" y "no-yo," la mutua impenetrabilidad de muchos "yo"... Hay dos tipos de autoconciencia y autosentimiento: la individualística y la cathólica... Pero la catholicidad no significa renuncia de la individualidad. La consciencia cathólica no es consciencia colectiva, ni es tampoco una abstracta consciencia universal, Bewusstein hueberhaupt de la filosofía germana. El "yo" no se disuelve en el "nosotros," no se vuelve un médium de la consciencia genérica. La personalidad se realiza y se cumple en la transfiguración cathólica. Y recibe la fuerza y la capacidad de sentir y expresar la consciencia y la vida del entero... Hasta en la vida mundana nosotros decimos, hablando acerca de pensadores o artistas geniales, que ellos atrapan y expresan el pensamiento de su época, el espíritu de su nación. Y esto de ninguna manera los despersonaliza, — por el contrario, exige la superior intensidad de la creatividad personal, la superior apertura de la creativa personalidad. Algo similar, pero en nivel excelso se puede decir también acerca de la Iglesia. Porque cada creyente debe en su autoconciencia alojar y expresar la consciencia cathólica de la nueva humanidad, nacida del Espíritu para ser hijos de Dios, la autoconsciencia cathólica de la Iglesia. Digo: debe. Y no digo: expresa. Empíricamente no siempre expresa, y no cada cristiano expresa. Esto depende de la medida del crecimiento espiritual. Y acerca de aquellos, que expresan, nosotros decimos que ellos son padres y maestros de la Iglesia, porque escuchamos de ellos no solo su reconocimiento personal, sino el testimonio acerca de la Iglesia. Porque ellos hablan desde su cathólica plenitud... Sin embargo, cada uno es llamado hacia tal catholicidad, cada uno puede y debe realizar dentro de sí la medida cathólica. La catolicidad es una propiedad, o estilo, o condición de la consciencia "personal," que supera su limitación y exclusividad, que crece hasta el nivel "cathólico," — y esta es la medida ideal o límite de la consciencia personal, su τέλος, que se realiza en el erigimiento, y no en la eliminaciσn de la personalidad. La medida de la catholicidad es medida del amor, de la mutua relación, del mutuo reconocimiento... La transfiguración cathólica de la consciencia dará a cada uno la posibilidad de conocer no solo por causa de sí mismo y para sí mismo, sino por causa de todos y para todos... La catholicidad es la concreta unidad de pensamiento o unidad de alma... y ella se realiza solo a través de la unidad en la Verdad, o sea en Cristo... La consciencia cathólica de la Iglesia es consciencia carismática. Y solo por la fuerza del Espíritu — "Espíritu de prohijamiento" (Rom. 7:15), se realiza la natural transfiguración de la conciencia hasta su medida cathólica.

9. Como expresión concreta de la conciencia cathólica de la Iglesia se presenta la Sagrada Tradición. Tradición — este es un concepto que tiene muchas acepciones — y habitualmente se lo evalúa demasiado estrechamente, — como tradición verbal, en diferencia y en contraposición de la Escritura... Tal comprensión no solo estrecha el sentido de la Tradición, sino también lo deforma. Esta es una determinación posterior y artificiosa, es categoría de teología escolástica. Tal entendimiento testimonia acerca de la caída y apagamiento del verdadero autosentimiento de la Iglesia... La Sagrada Tradición, como "transmisión de la verdad," traditio veritatis, no es memoria histórica, como ya se expresaba san Ireneo de Lyon (Adv. Haeres. I. 10. 2), no es solo una alusión a la antigüedad o a la invariabilidad empírica. La Tradición es interior, carismática o mística, es memoria de la Iglesia. Esto es, antes que nada, "unidad de Espíritu," — viva y ininterrumpida unión con el sacramento del Pentecostés, con el sacramento del Cenáculo. Y la fidelidad a la Tradición no es fidelidad a la antigüedad, sino unión viva con la plenitud de la vida de la Iglesia. La referencia a la Tradición no es tanto referencia a precedentes históricos, cuanto referencia a la "cathólica "plenitud de la Iglesia, a la plenitud de su visión. Por eso la fidelidad a la Tradición no exige una arcaizante simplificación, un darse a costumbres simples y hábitos sencillos hasta el nivel empírico de las épocas precedentes o primigenias, — la fidelidad a la tradición apostólica no significa de ninguna manera ni la invariabilidad del género de vida apostólico en la Iglesia, ni la exigencia de restaurar en la Iglesia el orden de los tiempos apostólicos. Hablando en general, la Tradición no es solo un principio protectivo o conservativo, sino, antes que nada, principio de la vida, del crecimiento, de la renovación... Y los tiempos apostólicos no son tanto un ejemplo exterior para la imitación, cuanto una fuente de agraciada vida que se renueva perpetuamente... La enseñanza de la fe cristiana tiene no solo fuentes históricas, sino antes que nada, una fuente mística y carismática, — en la experiencia de la fe, en la experiencia de los sacramentos. Cristo aparece en la Iglesia no solo históricamente, hasta no solo en el Evangelio. Él inmutablemente y permanentemente se despliega en la Iglesia. Él vive en la Iglesia. O, diciéndolo mas fidedignamente, la Iglesia vive y está viva en Él... Es necesario tener presente firmemente que: al testimonio histórico exterior nosotros contraponemos aquí no la experiencia religiosa subjetiva, no la aislada contemplación mística, sino la integral y viva experiencia de la Iglesia, no la experiencia de creyentes por separado y en forma particular. Y esta experiencia encierra dentro de sí la memoria histórica, — pero no tanto en orden de recuerdo histórico o recuerdo de algo que sucedió y ya ha pasado, como en orden de la invariable visión de lo actual y de lo cumplido, — en la cathólica integridad del tiempo. En ella no hay un fatídico e inapelable olvido. En la memoria de la Iglesia se integra su agraciada experiencia. Esta memoria es precisamente la Tradición, la Sagrada Tradición de la Iglesia... Vivo portador y custodio de la Tradición se presenta toda la Iglesia en su cathólica plenitud; y es necesario estar o vivir en la Iglesia, en su plenitud, para comprender la Tradición, para tener su dominio. Esto significa, que portador y guardián de la Tradición aparece todo el pueblo de la Iglesia, según la expresión de la famosa "Epístola de los patriarcas de Oriente" del año 1848. El pueblo, o sea toda la Iglesia, — Iglesia como cuerpo cathólico... En forma semejante también el ob. Metropolitano Filaret en su Catequesis, a la pregunta: "Ώhay acaso un fidedigno depósito para la Sagrada Tradición?" contesta así: "Todos los verdaderos creyentes, unidos por la fe de la Sagrada Tradición mancomunadamente y por sucesión y herencia, por la disposición de Dios, componen de sí mismos la Iglesia, la cual es precisamente el fidedigno depósito de la Sagrada Tradición"... Esto significa, que la Tradición es agraciada experiencia o autoconciencia de la Iglesia... Es necesario remarcar: el convencimiento ortodoxo, de que como guardián de la tradición se presenta todo el pueblo de la Iglesia, todo el Cuerpo de la Iglesia, en ninguna medida limita la autoridad didáctica y el pleno mandato de las jerarquías. La jerarquía tiene poder de enseñar, potestas magisterii, — pero esta autoridad le pertenece como función de la plenitud cathólica de la Iglesia. Poder para enseñar es poder de testimoniar, — poder y derecho de expresar o formular la experiencia y la fe de la Iglesia, que vive y se guarda en todo su cathólico cuerpo. La jerarquía es en su docencia como los labios de la Iglesia. Esto no significa, que la jerarquía recibe y tiene su poder didáctico del pueblo de la Iglesia, — ella los tiene del Espíritu Santo, de Cristo, Jefe de los pastores en el sacramento del sacerdocio. Pero la jerarquía está limitada en su enseñanza por la experiencia de la Iglesia. Ella es llamada a testimoniarla y a expresarla. Y esta experiencia es la inagotable inspiración del Espíritu. El poder pedagógico pertenece a la jerarquía, por cuanto ella aparece como órgano vivo y punto central, por cuanto episcopus in ecclesia... Pero la jerarquía no es un autónomo y autosuficiente "cuerpo docente" en la Iglesia: La Iglesia, o sea cada comunidad eclesiástica por separado, cada separada célula del íntegro y grande Cuerpo de la Iglesia, solo tiene en el obispo su normal e integral centralización, — es como si se contuviera en el obispo, ecclesia in episcopo. Y solo al obispo le es dada la potestad y el derecho de hablar de parte de su feligresía. Ella tiene derecho de palabra solo a través del obispo y en el obispo. Pero para esto también el obispo debe contener dentro de sí mismo su Iglesia, debe testimoniar y revelar su experiencia y fe, y no sus propias opiniones teológicas, — debe hablar no de su propia parte, sino de la plenitud eclesiástica; no de su parte, sino de parte de la Iglesia. Es justamente lo contrario de la idea vaticana: no ex sese, sino precisamente ex consensu ecclesiae... Y por eso al pueblo eclesiástico le pertenece el derecho y hasta el deber de revisar la fe del obispo, le pertenece el derecho de la dogmática insubordinación y protesta, — por supuesto, aquí también desde la plenitud cathólica... No es de su feligresía ni del pueblo que el obispo tiene la potestad de enseñar, sino del mismo Cristo, a través de la sucesión apostólica, pero esta potestad es poder para testificar y verbalizar la experiencia de todo el pueblo eclesiástico... Estrictamente hablando, nadie duda que el poder de enseñar en la revelación de la fe está limitado o ligado al consentimiento general de la Iglesia. O sea que dicho en otras palabras, solo puede ser confesado y publicado aquello que es la verdad de la fe, credendum de fide, que realmente es contenido y en cierta medida siempre estuvo contenido por toda la Iglesia. Las vías, procedimientos y métodos históricos y empíricos de identificación y reconocimiento de la Sagrada y agraciada Tradición son muy multifacéticos, — la elección entre ellos en las distintas épocas de la vida eclesiástica se determina por el interior y agraciado autosentimiento de la Iglesia. Pero siempre ellos presuponen la vida en la Iglesia, la unidad con su cathólica plenitud, la íntima posesión y dominio de su experiencia, la cathólica madurez del espíritu, — la vida en la Tradición... El asceta en el desierto puede resultar mas cathólico que una "multitudinaria congregación de obispos"... Puede suceder, que la tradición cathólica de la Iglesia resuene en una solitaria protesta, y la mayoría empírica sea seducida por enseñanzas novedosas... No corresponde exagerar tampoco el significado de la "recepción" popular, como medio empírico para reconocer la verdad. En todo caso, esta "recepción" es un acto y un proceso muy complejo. Ella se realiza no inmediatamente, algunas veces era necesario esperar mucho tiempo, — pero acaso en estos períodos de espera era imposible reconocer la verdad desde el interior, desde la plenitud cathólica, sumergiéndose dentro de ella a través del esfuerzo de la agraciada compenetración... Y es necesario todavía determinar, acerca de qué "pueblo" estamos hablando aquí. Pues también el pueblo eclesiástico en su empírica multitud de personas está sometido a tentaciones, puede pecar y decaer, puede caer en pasiones y en amotinamientos... La cuestión la decide, en todo caso, no la simple mayoría empírica... Todo esto significa, que no hay criterios empíricos infalibles y formales. Existe solo un criterio: la plenitud cathólica de la Iglesia, el hálito del Espíritu, que permanece en la Iglesia... En esta plenitud es necesario introducirse y crecer con ella, vivir en ella, testificar acerca de ella y desde ella...

10. En la experiencia cathólica de la Iglesia se resuelve la enfermiza polarización o desdoblamiento de la "consciencia natural" entre la libertad y la autoridad. En la Iglesia no hay autoridad exterior, que se pudiera imponer a los creyentes como puro principio del poder. El poder puede organizar el orden, puede obligar al sometimiento y a la obediencia. Pero la obediencia formal todavía no solventa la real unidad de espíritu y de pensamiento. El poder no puede por la sola coacción crear la evidencialidad. El poder no puede ser fuente de vida espiritual... Pero la ausencia de autoridad de ninguna manera significa libertad ilimitada o arbitrariedad de opiniones personales, — no significa derecho al antojo. Precisamente no pueden y no deben haber en la Iglesia "opiniones privadas"... Delante del creyente, como miembro de la Iglesia, hay una doble cuestión. En primer lugar, él debe vencer su subjetividad, liberarse de su limitación psicológica, elevar su pensamiento hasta su medida cathólica. Y esta germinación cathólica remueve la personalidad de su aislamiento, la saca de las inconciliadas contradicciones con el medio circundante y con la historia. Es necesario recordar y sentir siempre, que Cristo vino no a personas aisladas, no a las ovejas dispersas del rebaño, y que vino no solo para resolver el destino personal de cada uno. En Cristo nosotros vemos y reconocemos al Salvador del género humano. Y precisamente en la Iglesia, como en un "Nuevo pueblo," como en una Nueva humanidad, como en el "género cristiano" se realiza Su salvadora voluntad, se realiza y se cumple Su obra. En la Iglesia — o sea en la historia, en el recambio de las generaciones cristianas... Esta no es una cuestión fácil. La historia de la Iglesia es trágica, — historia no solo de acrecentamiento, sino también historia de apostasía, renegación y separación. La verdad se consigue en los trabajos y en la lucha. El triunfo sobre la subjetividad y la división se da no con facilidad... Pero pues es necesario buscar el camino fiel, y no el fácil... La premisa fundamental de la fe cristiana debe ser la humillación delante de Dios y el recibimiento de Su voluntad. Y Dios se reveló y se revela en la Iglesia. La Iglesia, Cuerpo de Cristo, es la última e inmarcesible Revelación de Dios. Cristo no se nos revela solitariamente. Él se nos revela a nosotros, como un Nuevo Adán, como Cabeza de un nuevo género, como Cabeza de la Iglesia. Y por eso con humildad nosotros debemos entrar en la vida de la Iglesia, — con humildad y confianza. Y dentro de ella buscarnos a nosotros mismos... Debemos tener fe, que precisamente en ella se revela la plenitud de Cristo... Toda obra de vínculo, participación y unidad es camino hacia la realización de la plenitud cathólica — dentro de nosotros mismos y en el mundo. Acerca de esto es la voluntad de Dios. "Donde haya dos o tres reunidos en Mi nombre, allí estaré Yo en medio de ellos" (Mat. 18:19-20)...

Primavera, año 1931

 

 

Folleto Misionero # S95n

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Editor: Obispo Alejandro (Mileant)

 

(utrata_biblejskоe_myshlenie_florovsky_s.doc, 05-18-2005).

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C.M.

4/12/05