La Vida Cristiana

Protopresbítero Miguel Pomazansky.

Traducido por Irina Bogdschevski.

Contenido:

La Fuente de la Vida. La Fe y la Iglesia. El Umbral de la Fe. Desde la Fe hacia la Fe. Dos Simbólicas Palabras Bíblicas. La Visión Espiritual. La Santidad de los Santos.

 

La Fuente de la Vida

Si la vida está impregnada de sentido, si nosotros, siguiendo con la mirada desde los seres inferiores hasta los superiores, observamos el crecimientos paulatino de la conciencia que se transforma en seres humanos con pleno auto-conocimiento, pues, entonces, ¿cómo podemos negar la existencia de su Fuente vital, cómo negar la existencia de la Vida que reina sobre el mundo, que actúa en el mundo, que lo forma y lo conduce? ¿Cómo se puede negar la Existencia en Si Mismo, de lo personal, o mejor dicho, de lo sobrepersonal, de la Razón Suprema, poseedora de la plenitud de la autoconciencia, de la voluntad y del poder, en Si Misma Unitaria? ¿Y cómo es posible olvidarlo a El? En especial si el hombre vive guiándose preferentemente por la razón, por los intereses de la mente, ¿entonces, qué derecho tiene ante su propia lógica de decir que no le interesa este aspecto de la vida!?

Como si hablara el alma misma del ser humano, diciendo: "Yo no exijo demostraciones evidentes, concretas, así llamadas ordinarias, en este asunto. Esto no lo quiero, me hubiera privado de mi dignidad. Siento, que en esto, precisamente, consiste la prueba de nobleza y honestidad de mi inteligencia, y también es el imperativo de mi conciencia de tener fe, de creer, responderle con la fe a la misericordia Divina, a la fuerza y a la sabiduría del Aquel, "Quien colma todo con Su presencia, abarca, erige y cuida, a Quien nosotros llamamos Dios!" (del poema de G. Derzhavin). "Porque Me has visto, creíste; pues, bienaventurados sean los que no vieron, y creyeron!" — dijo Cristo, nuestro Señor al apóstol Tomas.

 

La Fe y la Iglesia.

La Fe cristiana — es un fenómeno especial, excepcional entre otros estados espirituales. Como la fe está inculcada directamente al alma, abarca todas sus tres capacidades: la inteligencia, la voluntad y el sentimiento, y representa una fuerza activa, hablando con mayor exactitud, — resulta ser la puerta por donde entran las grandes y benéficas fuerzas del Espíritu Santo. La fuerza extraordinaria de la fe cristiana se ha manifestado en la poderosa acción en el mundo de las prédicas de los Apóstoles de Cristo. Luego fue atestiguada por la fuerza del espíritu de miles de mártires por la fe, en todas partes del mundo donde se difundió el cristianismo. Más tarde, con el correr de los siglos, la fe se expresaba por medio de las vidas elevadas e influencia sobre el medio ambiente de los santos padres y ascetas de la Iglesia Cristiana. Esta poderosa acción de la fe siempre ha sido y será la expresión de la ayuda de la Gracia Divina, entregada a la Iglesia por el mismo nuestro Señor Jesucristo.

También nosotros estamos conectados a la Santa Iglesia de Cristo por medio del Sacramento del Bautismo. Desde la más temprana infancia se nos esta habilitada la entrada de la fe para que accione la Gracia Divina. Y que Dios nos ayude a seguir teniendo fuerte esta fe. Sin embargo, sucede que por las diferentes causas, esa conexión con el cuerpo de la Iglesia resulta ser demasiado superficial, los conocimientos sobre las dogmas de la fe recibidos en la infancia resultan elementales y después tampoco siguen creciendo ni ahondándose; sucede a menudo, que el criticismo de la mente, o así llamados "lobos mentales," — especialmente en la pubertad, — rompen la unión del hombre con la fe y la Iglesia. En toda una serie de Estados contemporáneos las nueva generación carece hasta de la posibilidad misma de recibir el Sacramento del Bautismo, y en caso de que lo reciba, no tiene posibilidades de conocer la esencia de aquella fe, en la que ha sido bautizado.

Pero he aquí, imaginémoslo, que para la gente en semejante situación, para los que no buscan la fe, se abre de pronto esa posibilidad. Entonces aparece ante nosotros ese problema: ¿dónde encontraremos el apoyo para la fe, dónde está aquella fuerza de Fe que llena el alma de paz y de alegría, y es el guía hacia la vida eterna?

Encontrándose en este estado de alma, aquel que busca se expone a la tentación de tratar de encontrar otros caminos, halla de pronto ideas reformatorias en la ortodoxia que están como flotando en el aire contemporáneo y que encuentran eco en la actual literatura filosófico-religiosa.

Es necesario abstenerse de la desviación semejante. Hay que tener plena confianza en la Iglesia, en aquel inalterable aspecto suyo y nuestra comprensión de ella, cómo ha permanecido desde los comienzos de su existencia hasta nuestros días. Hay que tomar en cuenta, también aquello, de que no existe la manera aislada, individual de abordar la elevada meta de la fe o la vida en la fe. Hay sólo un camino común, el camino a través de la Iglesia y dentro de la Iglesia. Pero que no consiste sólo en compartir exteriormente la vida de una parroquia, sino exige compenetrarse de las riquezas espirituales de la Iglesia, donde las antiguas tradiciones de la fe y de la vida cristiana se mantienen sin transgresiones, y en particular, exige la participación más plena posible en el ámbito de oraciones y la vida religiosa eclesiástica, donde misteriosamente se cumple la real unión de nosotros, los cristianos que viven en la tierra en medio de un mundo pecaminoso, — con la incalculable cantidad de santos de todos los siglos de la Iglesia Celestial, con esta nube luminosa cuya respiración en Su Santidad vivifica y fortalece nuestra fe.

 

El Umbral de la Fe

La fe religiosa nos ofrece una concepción del mundo muy amplia no sólo mediante las reflexiones de nuestro intelecto. Pues, tenemos que reconocer, que los logros de nuestra experiencia cotidiana, lo mismo que los experimentos científicos, son limitados y por ende, también, todo el ámbito de los alcances del raciocinio tiene límites, y al cruzarlas, nos encontramos con lo desconocido. Descubrir siempre algo nuevo para uno mismo en la naturaleza, hasta aquello que antes el hombre no imaginaba ni en los sueños, — he aquí el dominio de las búsquedas racionales. Y sin embargo, no es más que llegar a descubrir aquello, que ya existe, está dado dentro de la naturaleza. Esos descubrimientos los hace la ciencia. En esto consiste el primer logro de la mente humana. La segunda misión de la ciencia — es captar las relaciones entre los elementos descubiertos y las fuerzas de la naturaleza, buscar las causas y hacer el pronóstico de las posibles consecuencias de los fenómenos. Lo tercero — es proyectar e introducir los nuevos elementos y fuerzas naturales dentro de las nuevas relaciones, nuevas conexiones, aislando anteriormente aquellos que fuesen designados y necesarios para eso desde las conexiones dadas por la misma naturaleza. Esta tercera misión es la más difícil, pero la más efectiva y prácticamente la más valiosa tarea encomendada a la mente humana.

Pero la mente no es todo el hombre. El intelecto es solo una herramienta no inventada por el hombre, sino la que le fue dada por la naturaleza, como le fueron dados los brazos y las piernas. De parte de la ciencia el intelecto puede opinar sobre tal o cual problema: esto no me incumbe. Pero su alma podrá decir: justamente esto me importa más que cualquier otra cosa. Los problemas de la eternidad existen y exigen respuestas. El hombre precisa una completa concepción de vida, que pudiera abarcar toda su vida personal, su sentido, su meta, — y esto está inseparablemente unido al sentido, a la meta en la vida de todo el universo.

Existe una causa innata que atrae a la gente hacia el servicio supremo, hacia la acción abnegada, y todos reconocen que, cuanto más noble este la persona, tanto más la atrae ese servicio. La humanidad erige monumentos a los que, sin tomar en cuenta su felicidad personal, entregan su vida al servicio de la sociedad, o mueren defendiendo sus elevadas convicciones. ¿De dónde proviene esa tendencia a elevarse? ¿De donde viene la atracción hacia lo puro, lo sublime, al sacrificio, a lo ideal? ¿De dónde nos llega también la admiración por el auto-sacrificio de los otros?

Con solo pensar en estos hechos tan particulares, al hombre se le ensancha el horizonte. El observa en si mismo y en los demás ciertas cualidades que no pueden ser justificadas por medio de intereses egoístas, terrenales de la vida; tampoco se explican así las características siguientes: el rechazo a la mentira, la mansedumbre, la negación de criticar a los demás, la abstinencia a los placeres carnales, de luchar por los bienes terrenales. Y cuando en el hombre nace la sensación de que son estas las cualidades que le proporcionan la mayor paz del alma, y aún más — que lo sacan fuera del círculo de la banal vida cotidiana, entonces él se siente capaz de integrarse al mundo ampliado hasta lo infinito, y por añadidura, a un ámbito de la luz y del significado supremo de la existencia.

Observando a la gente que lo rodea, una persona semejante ve que no está sola. En diferentes lugares, lejos o cerca de él, pero sentirá con el corazón o notará la presencia de las personas similares. Un corazón le manda aviso a otro corazón. La visión de su alma se agudizó, se hizo más espiritual. La visión espiritual representa la unión de la mente con el sentimiento y con la voluntad en su pujanza hacia lo puro, lo alto y sagrado, hacia la oración, hacia el contacto con los hermanos del alma.

Cuando a la luz de esta visión la mirada de la persona se dirige hacia abajo, ella ve toda la vanidad, mezquindad y a menudo — futilidad e insignificancia de las ataduras y diversiones terrenales. La mirada se eleva, — y el alma se abre para la fe: "Está pronto mi corazón, oh Dios! mi corazón está dispuesto; Cantaré, y entonare salmos; esta es mi gloria. Despiértanse, salterio y arpa; Despertaré al alba" (Salmos 57:7 y 108) "Mi corazón ha dicho de Ti: buscad Mi rostro. Tu rostro buscaré , oh Dios y Señor mío" (Salm. 27:8).

Ha sido encontrado el camino para la Fe; están preparadas las condiciones para la amplia, religiosa concepción del mundo.

 

Desde la Fe hacia la Fe

¿De dónde viene la fe hacia el corazón del hombre?

La fe cristiana no se construye sólo a base de los razonamientos lógicos. Puede decirse que la fe de una persona arde al encenderse con la fe de otra persona, como una vela que se enciende con la otra vela. "En el Evangelio se revela la justicia de Dios por la fe y para la fe" — testifica el apóstol Pablo (Rom.1:17) ; de esta manera, el fiel según la medida de su fe y de sus cualidades espirituales influye en otras personas. Así los apóstoles de Cristo conquistados por la santidad celestial de su Maestro, han podido transmitir su fe a aquellos, que tuvieron suerte de haber escuchado sus sermones, y sigue transmitiéndose hasta nuestros días, como dice el mismo Apóstol: "La fe viene de lo escuchado, y lo escuchado, — de la Palabra de Dios." De este camino habla aún más detalladamente el Apóstol Juan: "Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y palpado con nuestras manos tocante al Verbo de vida, (porque la vida fue manifestada, y la hemos visto, y testificamos, y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre y se nos manifestó); lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con Su Hijo Jesucristo. Estas cosas os escribimos, para que vuestro goce sea cumplido."

He aquí, que a través de esta comunicación, por medio de una influencia misteriosa se transmite y se infunde la fe cristiana. Las almas de las personas son como recipientes, vasijas comunicantes, cuya singularidad consiste en que el líquido que contiene una vasija puede llenar otras vasijas, si no esta interrumpida la comunicación. La fuerza que contribuye a la propagación de la fe de un ser a otro es, como ha escrito el Apóstol, el estado de clara alegría que penetra en los corazones a causa del surgimiento de la fe, — y este sentimiento no es una pasajera alegría cotidiana, sino un embeleso bienaventurado que eleva el espíritu. Este fue el medio que ayudó a extenderse al cristianismo, este es el estado de los aposentos secretos del alma que dan vida a la santa Iglesia, soportando en los distintos períodos y en diferentes lugares de su dispersión, o abiertos y evidentes crecimientos de la fe, que no temía ni a penas, ni a persecuciones; o la disminución de la fe en las masas, hasta que Dios, nuestro Señor, no vuelva a fortalecer los corazones debilitados de los fieles por medio de los correspondientes cambios dentro de los acontecimientos históricos.

He aquí, que en dos milenios ya se ha extendido esta fuerza de la fe que encendió nuestro Salvador y sus Apóstoles. Parece, que nos hemos alejado, aparentemente, tanto de los Apóstoles, en el sentido de tiempo histórico! Pero, no, ellos están muy cerca de nosotros. Y no sólo porque seguimos leyendo sus eternas Escrituras, o porque la fuerza de la Gracia del Espíritu Santo vive y actúa sobre nosotros durante la lectura de estas Escrituras, sino también porque ellos mismos siguen viviendo, invisibles para nosotros, dentro de la Iglesia de Cristo y nosotros nos comunicamos espiritualmente con ellos a través de la Iglesia. Por medio de la Iglesia no carecemos tampoco de la comunicación con los santos, los mártires que han sellado su fe con su propia sangre, con los hombres justos. A través de la lectura de sus obras y también comunicándonos por medio de las oraciones, hallamos la posibilidad de abrir nuestros corazones para obtener de ellos el óleo beneficioso de su fe. Para eso es imprescindible solamente que vivamos la misma vida que la vida de la Santa Iglesia de Cristo. Y aquella circunstancia de que hemos sido bautizados todavía en la tierna infancia, facilita mucho esta comunicación.

 

Dos Simbólicas Palabras Bíblicas

En los pensamientos bíblicos sobre el hombre leemos a menudo las contraposiciones precisas entre la fe — y la ausencia de la fe; entre la devoción y la impiedad; andar con la luz, o permanecer en la oscuridad. Hay una contraposición del mismo carácter que encontramos muy seguido en el Libro de los Salmos, y es: orgullosos y pobres en espíritu. A primera vista estos dos conceptos se encuentran en una posición bastante torcida el uno respecto al otro. Pero la idea bíblica, y tras la Biblia también la idea común cristiana, comprende que en estos dos conceptos ha sido expresada la absoluta contradicción entre dos estados anímicos del hombre: en el primero — persona que no cree, segunda — el hombre fiel. Esta contraposición nos demuestra que en el orgullo esta la raíz de todos los males del mundo. Comienza por la arrogante confianza en si, de la mente orgullosa del hombre. Ahí es donde anida el rechazo a la fe religiosa; el rechazo está en el aplomo, en la autosuficiencia, en el desprecio con que se mira a otra gente, en el espíritu crítico desmedido, en la búsqueda de la supremacía. Así se despierta el orgullo del corazón: la envidia, la malevolencia, la hostilidad y la ausencia de toda piedad, la disposición hacia la venganza por algún disgusto recibido. De ahí proviene la irritabilidad por algún fracaso en la vida, que lleva en los casos difíciles a la exasperación o a la pérdida del equilibrio anímico. Así el orgullo crea todo un complejo peculiar, hace desviar el alma, que se opone a la fe y a la vida moral cristiana.

Qué contenido llevan en sí las palabras "necesitados, pobres de espíritu"- dichas en el Ser-

de la Montaña - puede ser determinado en cierta medida por las expresiones usadas en el Libro de Salmos: "Comerán los necesitados, y quedaran satisfechos, y vivirán sus corazones para toda la eternidad." Más claro y más alto es el significado de la palabra similar a la anterior — "mendigos" que esta presente en el Sermón de la Montaña de nuestro Señor Jesucristo: "Bienaventurados son los pobres del espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos." En ambos casos se habla, como podemos ver, de la pobreza del espíritu. Ella consiste, en que bajo la influencia cordial de la fe religiosa en el alma de la persona toma fuerza y se afianza la modestia, la humildad, necesidad de servir asiduamente a Dios por Su amor hacia todo el mundo y hacia la gente, demostrar la disposición de su corazón hacia el prójimo, estar satisfecho con pocas cosas, sentir indiferencia hacia los bienes terrenales y de ahí, a menudo, renunciar a toda riqueza material.

Mientras tanto, el estado del alma que define la palabra "orgullosos" no deja tranquilo al hombre en esta vida, rebaja su nivel moral, hace que sus ojos no puedan ver cual es el destino de su alma. El significado evangélico y bíblico en general de la palabra "indigente," "pobre" habla de la beatitud, de la satisfacción espiritual del ser humano por medio de los frutos de "amor, alegría, paz, paciencia, caridad, misericordia, fe, mansedumbre, sobriedad" que nos introducen en el amor eterno de Cristo y en Su Reino Celestial.

 

La Visión Espiritual

La gente que posee la visión espiritual, ven a Dios con facilidad, siempre y en todas partes. "Porque lo que de Dios se conoce les es manifiesto, porque Dios se lo manifestó. Porque las cosas invisibles de él, Su eterno poder y Deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas." Estas palabras están como grabadas en la Biblia para que les prestemos especial atención. (Rom. 1:19-20). Es extraordinariamente sabia la estructura de cada parte de nuestro cuerpo; cualquier obra de la naturaleza viviente, — todo nos habla de la sabiduría y de la benevolencia del Creador.

A cada paso las proclamas de la naturaleza se aceptan por medio de la experiencia personal y por la fe. El hombre siente paz y regocijo al entrar en el mundo de conocimiento de Dios. La pre-cristiana historia del pueblo judío fue la confirmación de la experiencia del valor de la fe, y al mismo tiempo llevaba en sí la espera de la total revelación de la fe luminosa. "Dios es mi Pastor; nada me faltará. En lugares de delicados pastos me hará descansar; junto a aguas de reposo me pastoreará ... Aunque ande en valle de la sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque Tu estarás conmigo" (Salmo 23). La fe cristiana convalidó totalmente esta acción y fuerza de la fe. La historia de resistir firme en la Fe, que presentaron miles de mártires de los primeros siglos del cristianismo, las hazañas de los ascetas de la Iglesia y sus escritos mostraron el alto valor que representaba la vida, llegada por ellos a la luz de la Fe. Nos referimos a sus testimonios sobre todo esto.

Los Lumbreras de la Iglesia ven aquello, que no consigue abarcar nuestra vista. Ellos nos dejaron notas sobre sus contemplaciones, sobre la penetración de su vista espiritual a través de los velos terrenales y corporales que ellos han alcanzado en los momentos más beatíficos y santos, cuando estaban divisando como a través del vidrio opaco aquello, que es inaccesible para nuestra vista; y hubo momentos extraordinarios, cuando estos elegidos de Dios se elevaban a semejantes alturas, que estas experiencias suyas no podían ser expresados por medio de las palabras.

Sin embargo, cada cristiano fiel no carece de la visión espiritual mientras seguirá observándose en la quietud de su alma. Muchas veces sentirá la presencia del Ángel de la Guarda a su lado cuidándolo en el momento peligroso de su vida, o conteniéndolo por medio de los obstáculos casuales contra algún acto suyo, malo o perjudicial para él. Meditando en su pasado, el hombre creyente sentirá la Providencia Divina que lo estaba guiando, verá el sentido lógico de su camino, allí donde parecía actuar solamente la casualidad; él comprobará el cumplimiento de sus rezos, siempre y cuando sus pedidos hayan sido esencialmente cristianos. Y esta modesta experiencia de la visión espiritual alcanzará para que el hombre sintiera de qué manera se amplió su concepción del mundo, cuanto más sublime está ahora en comparación con aquel ámbito, donde actúa solamente la razón mental del hombre limitada por las condiciones corporales, aunque poseyera la gran cantidad de instrumentos mecánicos de ciencia.

Cada cristiano fiel tiene esa linterna mágica que es capaz de iluminar para él aquello que está dentro de su alma, y también aquello que está a su lado y que, sin fe, permanece invisible, y también lo que se encuentra detrás de los límites del conocimiento científico. Le muestra el camino para entrar en aquella región, donde brilla no sólo en destellos, sino a plena luz la Fuente de la Vida, donde existe mucho más amplio conocimiento del mundo, donde el alma de la persona, que en la tierra aspiraba a mayor luz, pueda encontrar la paz y el regocijo, y una nueva, mucho más perfecta vida en Dios.

 

La Santidad de los Santos

¿Qué significado tiene nuestro reconocimiento de ser cristianos, de visitar el templo, de confesar y luego de comulgar con los Santos Sacramentos? Es triste, si esto representa sólo una simple tradición y se hace para no distinguirse de aquel círculo social en el que esta obligado a moverse. Si esto fuera realmente así, ¿que clase de cristianos seríamos? Y más aún, ¿podríamos llamarnos ortodoxos?

"Vuestra vocación es la santidad," nos sugiere el Apóstol. Un elevado estado del alma nos exige nuestra fe.

Pero, ¿no seríamos demasiado atrevidos para considerarnos aptos en pretender llegar con nuestras propias fuerzas al umbral de la santidad? No tenemos que ser tan presuntuosos. Para eso nos encontramos dentro de la Iglesia, para que Ella nos santifique. Mientras que nuestro deber personal es muy modesto: limpiar el terreno de nuestro alma, así como se limpia la tierra para hacer el jardín o la huerta. Nos santificamos por medio de nuestras sinceras oraciones personales, en los Sacramentos de la Iglesia, en los servicios religiosos. Y nos fortalecemos, rezando a los santos de la Iglesia Celestial y en especial, al dirigir siempre nuestras oraciones a nuestra Defensora, Santísima Madre de Dios, — y de esta manera entregándonos a la influencia de la santidad de ellos. Diremos con las palabras de San Juan Damasquino: el que dedica sus oraciones a Dios y a los Santos se santifica a sí mismo con ellas, igual que aquel que trae los óleos aromáticos adquiere en su ropa y hasta en su interior, imperceptiblemente, ese aroma del óleo de mirra. El vaso de mirra, que la mujer volcó sobre los pies de nuestro Salvador y los secó con sus cabellos, permitió que sus manos y sus cabellos adquiriesen el maravilloso aroma del óleo. De esta manera, en pocas estrofas dice el poeta ruso: "Se halló con el clavel casualmente en el mismo ramo una simple flor silvestre, ¿Y que le pasó? Se impregnó también ella de su dulce aroma!"

¿Qué es, entonces, la santidad de los santos? ¿Será el ascetismo y la condenación de la carne? ¿El abandono del mundo? ¿Realización de los milagros?

Tanto el uno, como el segundo y tercero encuentran su lugar en el cristianismo. Pero no son ellos la esencia de la santidad.

La santidad es el cumplimiento del Sermón de la Montaña de nuestro Salvador. La santidad es la pureza de los pensamientos, de los sentimientos y de la voluntad. La santidad es la veracidad, sinceridad, es rechazo de cualquier matiz de la mentira, del engaño, de la astucia, o del "pensamiento oculto," y de los razones de conveniencia. La santidad es la valerosa confesión de fe. Es desear el bien al prójimo y al lejano. La santidad es "la verdad, la paz y la alegría en el Espíritu Santo." Los frutos de la santidad son según el Apóstol: "amor, alegría, paz, paciencia, bondad, misericordia, fe, mansedumbre, templanza." La santidad eleva la fe de los santos en "la visión de los misterios divinos." La santidad no es la expresión del crecimiento de cualquier capacidad humana, sino es la transformación de su naturaleza entera y tiene el derecho de llamarse "la flor de la humanidad."

Pues, cómo entonces podemos elevarnos con los pensamientos y el corazón hacia los Santos de la Iglesia de Cristo? Ellos, viviendo en Dios, como en el aire alrededor, nos llaman también para unirnos en lo mismo. Ellos nos revelan en qué consiste la verdadera felicidad del hombre. Ellos nos confirman en la autenticidad de nuestro camino religioso. La misma santidad se siente respirar desde las páginas del Evangelio, como desde las puras y luminosas oraciones y cánticos que nos han legado los santos padres de la Iglesia, y que se encuentran en constante uso durante los oficios religiosos. De su santidad se encuentran penetradas también sus obras puramente didácticas, y luego en los relatos piadosos sobre sus vidas y milagros. Con cada paso de este camino se fortalece la fe cristiana, y con ella la esperanza de cruzar el umbral de esa vida terrenal hacia la Luz No-vespertina, así como nos fue prometido: "según la fe que tenga, así será tratado."

 

 

Folleto Misionero # S77f

Copyright © 2000 Holy Trinity Orthodox Mission

466 Foothill Blvd, Box 397, La Canada, Ca 91011

Editor: Obispo Alejandro (Mileant).

 

(vida_cristiana_pomazansky_s.doc, 08-28-2001).

 

Edited by

Date

 

 

C. Mitaki

8/23/01