Fuerza

Superabuntante

 

(Sobre la Gracia del Espíritu Santo)

 

 

Obispo Alejandro

Traducido por Gennady Tschubov

 

 

 

Contenido:

Introducción. Mártir Nikíforo.

Una fuerza no de este mundo

Dones benditos especiales

Dones verdaderos y sus sustitutos

Las Santas Escrituras sobra la gracia del Espíritu Santo

Conclusión.

 

 

 

Introducción. Mártir Nikíforo.

En los días del emperador romano Valeriano (253-259 d.C), en Antioquía vivían dos amigos inseparables, Nikíforo y Sapricio. Se amaban tanto el uno al otro a tal grado que la gente los consideraba hermanos de sangre. No obstante, el enemigo de la humanidad, el diablo, se las ingenió para enemistarlos a tal punto, de llegar a odiarse el uno al otro.

Algunos años después, estalló una persecución generalizada a los cristianos, y al sacerdote Sapricio como era un siervo de la Iglesia, fue uno de los primeros en ser arrestado. Los verdugos, mediante torturas trataban hacer que el sacerdote renunciara a Cristo, pero él valientemente soportó todos los tormentos.

Al enterarse que su antiguo amigo había sido arrestado y que pronto sería condenado a muerte, Nikíforo lamentó mucho haber reñido con él y se apresuró en ir al lugar del castigo para hacer las paces, lo más pronto posible, con el futuro mártir por Cristo. Pero todas las súplicas de perdón fueron ignoradas por el sacerdote. Entonces, afligido Nikíforo cayo de rodillas y comenzó a rogarle a Sapricio que lo perdonase al menos por el amor a Cristo. Aquel en lugar de contestar, con arrogancia se apartó de él. Hasta los propios verdugos se sorprendieron de la obstinación del sacerdote y aconsejaron a Nikíforo que dejase de rebajarse ante aquel orgulloso.

Entonces, cuando Sapricio fue conducido al cadalso y la espada fue alzada sobre su cabeza, ocurrió algo totalmente inesperado: fue invadido por un terrible pánico, y levantándose de un salto, comenzó a agitar sus brazos y clamando “¡No me maten, ya mismo llevaré la ofrenda a los dioses !”

Los verdugos se quedaron pasmados y Nikíforo, viendo, que su antiguo amigo-sacerdote renunció tan vilmente a su fe, exclamó a toda voz para que todos oyeran: “Soy — cristiano y desprecio a sus aborrecibles dioses!” El comandante que estaba observando todo lo ocurrido, ordenó que liberaran al sacerdote y en su lugar se castigara a Nikíforo. Así la corona del martirio, preparada para Sapricio, pasó a la cabeza de Nikíforo, cuya memoria es celebrada por la Iglesia el 22 de febrero (del nuevo estilo).

¿Como explicar el repentino temor de Sapricio, que hasta ese momento había soportado valerosamente todos los tormentos? — Muy simple: El mismo Señor fortalecía al sacerdote. Pero cuando Sapricio se sumergió en la oscuridad del desprecio y el odio, Dios le quitó Su gracia, encontrándose desprotegido y abandonado, como el común de la gente frente a una muerte forzada.

 

En este trabajo hablaremos sobre la fuerza espiritual, la cual no es comparable a ninguna de las existentes en la naturaleza — que es la Gracia de Dios. Trataremos de descifrar su significado en la vida de un cristiano y el modo de como actúa,  y también indicar los caminos, por los cuales es obtenida.

 

 

Una fuerza no de este mundo

            Se le llama Gracia de Dios a aquella misteriosa fuerza espiritual, energía, emanada de Dios que vivifica, fortalece e ilumina a todos los seres racionales moralmente.

            No es necesario demostrarle a una persona contemporánea, la imprescindibilidad de contar con las  energías físicas habituales.  Supongamos, por ejemplo, que se interrumpe o agote  la fuente de petróleo, todo se detendrá — todos los medios de transporte, las fábricas y la construcción, los diferentes medios de comunicación y traslado. Las ciudades y los pueblos quedarán sin energía eléctrica, no habrá agua corriente, los alimentos en las heladeras comenzarán echarse a perder — en otras palabras, se desatará una crisis mundial.

¿Qué nos pasaría a nosotros, si, supongamos, de pronto el sol dejara de brillar? — La tierra se sumergiría en una completa oscuridad y comenzaría a congelarse. Se detendría el proceso de la fotosíntesis; todas las cosas vivas comenzarían a morir de frío y de hambre, y al cabo de poco tiempo nuestro maravilloso planeta, rebosante de vida, se convertiría en un gigantesco cementerio.

            Verdaderamente, La Gracia de Dios ilumina los pensamientos de las personas, para que así puedan ver la verdad y comenzar a amarla. Ella cura los males espirituales, limpiando la conciencia y liberando a las personas de la tiranía de las pasiones. Cambia los sentimientos de pena y enojo por  sentimientos de paz y felicidad. Calma los pensamientos rebeldes, ayudando a la persona ver el verdadero objetivo de su existencia terrenal. Descubre ante la conciencia de la persona la insignificancia y futilidad de los placeres terrenales y el gran valor de la vida celestial. A las personas frívolas e impetuosas en serias y sabias, las temerosas en valientes, los avaros en generosos, los maliciosos en amantes de la paz. Anima a la persona a amar  a Dios y a la gente (incluso a sus enemigos) y le infunde la fuerza y el ansia de vivir para el bien. En una palabra, la Gracia de Dios se extiende por todos lados de la vida interna de una persona y se constituye en la fuente de poderosas fuerzas espirituales y morales.

            A través de la historia bíblica y de la iglesia, podemos ver hasta que punto la Gracia de Dios obra en el renacimiento de las almas de las personas. A pesar que las Leyes de Dios fueron conocidas por la gente merced a la voz de la conciencia y las Santas Escrituras, las personas no estaban en condiciones de crecer moralmente y perfeccionarse, por que “lo que nace de la carne es carne” (Juan. 3:6). Por eso, la “gracia” incluso entre los mejores representantes del pueblo elegido de Dios se reducía, principalmente, a un escrupuloso cumplimiento de los rituales religiosos. El mundo pagano, por los testimonios de una serie de escritores de la época pre-cristiana, literalmente se depravaba moralmente, hundiéndose cada vez más en el materialismo y el vicio.

Observando este patético estado de la sociedad, los profetas del antiguo testamento con amargura la comparaban con un desierto sin agua, incapaz de producir nada, excepto escasos y amargos pastos.

            Sin embargo, con su visión espiritual, ellos penetraron en aquel futuro luminoso, cuando Dios se compadece de la pecaminosa raza humana y envía Su vivificadora fuerza espiritual: “Se alegrarán los desiertos y la tierra seca! — exclamó el profeta Isaias. — Se regocijará el desierto país y florecerá, como narciso; florecerá esplendorosamente y alegremente... Entonces (en tiempos del Mesías) los ojos del ciego se abrirán, y los oídos del sordo se destaparán. Entonces el cojo saltará, como un ciervo, y la lengua del mudo cantará; ya que brotarán aguas en el desierto y torrentes en las estepas. Entonces los espectros de agua se convertirán en lagos, y la sedienta tierra — en manantiales de agua” (Is. 35:1-7).

            Sin embargo el renacimiento moral de la gente — por la obtención de la gracia del Espíritu Santo — esperaba la remisión de sus pecados, como lo explica el evangelista Juan el Teólogo: “Todavía no estaba (sobre los creyentes) el Espíritu Santo, porque Jesús aún no había sido glorificado” (Juan. 7:39).

            Pero el misericordioso Señor, el encarnado Hijo de Dios, trajo sobre la cruz el gran sacrificio expiatorio por los pecados de la raza humana, y entonces en el quincuagésimo día después de Su gloriosa resurrección, el largamente esperado Espíritu Consolador, descendió sobre los discípulos de Cristo.

Este milagrosos acontecimiento se manifestó en la forma de un viento  tempestivo y en lenguas de fuego, las cuales, descendiendo sobre las cabezas de los apóstoles, los revistió con el poder de las alturas y encendió en sus corazones el fuego espiritual (Lucas. 12:49). Entonces se cumplió  aquello, que Dios  había prometido a través del profeta Joel, diciendo: “Vertiré de mi espíritu sobre toda carne; y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas. Vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones” (Joel 2:28-32, Hechos 2).

            El Espíritu Santo, descendiendo sobre los discípulos de Cristo, inmediatamente puso de manifiesto Su poder divino en aquellos significativos cambios internos, que El produjo en ellos, y en aquellos, que por sus palabras se convirtieron al cristianismo (Hechos 2). Los  apóstoles, como sabemos, eran gente de origen humilde — sin formación, totalmente incapaces de expresarse, tímidos. Cuando el Espíritu Santo enriqueció sus fuerzas espirituales, se llenaron a tal punto de sabiduría y del don de la palabra inspirativa, que comenzaron con mucho éxito a convertir a la fe miles, decenas de miles de personas — no solo a la gente común, sino a los de conocida procedencias, como así también a los eruditos. El apóstol Pablo (a pesar de haber recibido una educación polifacética y brillantemente manejaba la palabra) no atribuyó el éxito de sus prédicas a su elocuencia, sino precisamente a la acción del Espíritu Santo, que enciende la fe en la gente: “Mi palabra y mi prédica, — escribe el apóstol, — no radicaba en las palabras de convencimiento por la sabiduría del hombre, sino por la manifestación del Espíritu y la fuerza” (1 Cor. 2:4).

            Cuan poderosos eran los cambios espirituales en la gente, producidos por la gracia del Espíritu Santo, se puede observar por la vida de las primeras comunidades cristianas en Jerusalén. “(Aquellos creyentes), — testificaba el apóstol Lucas, — estaban juntos y tenían todas las cosas en común. Y vendían todas sus posesiones y sus bienes, y las repartían a todos, viendo la necesidad de cada uno. Y todos los días unánimemente asistían al templo, y partiendo el pan de casa en casa, ingerían la comida con felicidad y simpleza en el corazón, alabando a Dios y usufructuando el amor de toda la gente... En la mayoría de los creyentes había un solo corazón y una sola alma. Y ninguno de ellos decía que algo de su propiedad era suya, sino que tenían todas las cosas en común ...No había entre ellos ningún necesitado” (Hechos 2:42-47;  4:32-35). 

            Es maravilloso, que este inspirado candente amor  hacia Dios y a la gente de los primeros cristianos, no lo pudieron apagar ni las persecuciones, ni las cárceles, ni siquiera el castigo. En lugar de desanimarse o enfurecerse, los judíos creyentes se alegraban, sabiendo que sufrían por Cristo (Hebreos 10:34. Sobre la felicidad espiritual, producida por el Espíritu Santo, ved también: Is. 12:3; Eze. 36:26-27; Mat. 11:28: Juán 8:36 y 16:22; Rom. 5:1-5 y 8:37; 2 Cor. 1:4-5; Fel. 4:7; 1 Fes. 1:6; Col. 1:13).

            Además de los vívidos sentimientos de fe y felicidad, el otro aspecto relevante de la gracia del Espíritu Santo consiste en la entereza y valor, que Él confiere a los creyentes (2 Tim. 1:7). El apóstol Pedro, por ejemplo, quién, durante el arresto del Salvador, se asustó cuando su sirvienta lo acusaba y con juramento renegó de Cristo, después de recibir el Espíritu Santo se volvió tan valeroso, que en la junta del sinedrín  acusó en la cara a los líderes judíos de matar al Mesías y con coraje declaró, que, a pesar de las amenazas, él continuará esparciendo por todas partes la fe cristiana (Hechos 4:1-22). Es digno de destacar, que muchos años después el apóstol Pedro fue sentenciado a ser crucificado en el Coliseo romano, lo asustó no la perspectiva de una muerte agónica en presencia de una multitud gozosa, sino, que él no se consideraba digno de morir como murió el Salvador del mundo. Por eso pidió ser crucificado cabeza abajo, lo cual le fue concedido.

            En aquel mismo Coliseo romano durante varios siglos perecieron una enorme cantidad de mártires cristianos. Por el testimonio de los contemporáneos muchos de ellos recibían la muerte con alegría y con himnos de alabanza en sus labios. He aquí el poder de la Gracia de Dios, elevando a la gente por encima de sus debilidades mundanas.

 

 

Dones benditos especiales

Además de los así llamados dones comunes, con los cuales el Espíritu Santo enriquece a cada creyente para su renacimiento moral, existen también los así llamados dones extraordinarios, que Él otorga a alguna gente para servir a la Iglesia. Sobre estos dones especiales leemos del apóstol Pablo:  “A cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para su beneficio. A uno el Espíritu le otorga la palabra de la sabiduría, a otro la palabra del conocimiento,  por el mismo Espíritu; a otro la fe, por el mismo Espíritu; a otro los dones de sanar, por el mismo Espíritu; a otro la profecía, a otro el discernimiento de los espíritus, a otro diversos idiomas, a otro la interpretación de idiomas. Todo esto lo realiza el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular, como a Él le convenga...Algunos Dios los puso en la Iglesia, en primer lugar, como apóstoles, en segundo lugar, como profetas, en tercer lugar, como maestros, luego a otros les otorgó el poder de los milagros, como así también los dones de sanar, socorrer, gobernar, diversos idiomas...” (1 Cor.12:7-11, 28).

            Con el tiempo la conveniencia de algunos dones extraordinarios se ha debilitado (por ejemplo, los dones de idiomas y profecías). Desde el tiempo de los apóstoles los dones extraordinarios comenzaron a otorgarse, principalmente, en el sacramento de “Imposición de Manos” (Ordenación), donde los oficiantes de la iglesia — obispos, sacerdotes y diáconos — son dotados de dones benditos y plenos acorde a su servicio. Sin duda,  todo aquel que desea trabajar para el bien común recibe de Dios la ayuda necesaria y el gobierno. Y aquí la abundancia de la gracia en una u otra persona esta condicionada no solamente por el Otorgante, Quien “no da el Espíritu por medida” (Juán 3:34), sino por la pureza del corazón y la “receptividad” del que la recibe.

             Los dones extraordinarios son enumerados de manera más completa, por el profeta Isaias, quién profetizó, que sobre el futuro Mesías “comienza el Espíritu de Señor, el espíritu de sabiduría y raciocinio, el espíritu del consejo y fortaleza, el espíritu del conocimiento y de piedad” (Isaias 11:2). En total, aquí hay indicados siete dones del Espíritu Santo, que los padres de la Iglesia entienden como la totalidad de los dones. A Cristo, como Dios-hombre, que reúne en Él el triple servicio — profético, primer sacerdote y real — Le esta dada la  gracia plena. Por lo visto, el resto de los servidores de Dios, obligados a participar en Su tarea de crear el Reino de Dios entre la gente, también les son otorgado los dones del Espíritu Santo — acorde a su servicio. Los siete dones del Espíritu Santo indicados por el profeta están ordenados por él desde los más grandes a los fundamentales: 

 

·           Espíritu del Señor — es el supremo don universal (7° don), constituye el más íntimo contacto con Dios.

·            Espíritu de sabiduría y raciocinio — (6° y 5° dones) son extendidos sobre las cualidades intelectuales del servidor de Dios y consiste en la profunda comprensión de la esencia en las cuestiones de la fe y la moral, en la verdadera valoración del estado espiritual de la gente y la previsión del futuro destino de las sociedades. (Sobre éste tema ved también: Lucas 12:12, Hechos 6:10; 1 Corintios 2:4-13, 1 Corintios 4:20, 1 Corintios 8:3, 1 Corintios 12:7-11; Efesio 1:17-18, 3 Deut. 3er. cap; Dan. 1:17).

·            Espíritu del consejo (sensatez) y fortaleza — (4° y 3° dones) se propaga sobre las aptitudes ejecutivas del servidor de Dios y consiste en la capacidad de tomar decisiones justas, y también la fuerza de voluntad para llevarlas a cabo.

·            Espíritu del conocimiento y de piedad (o temor de Dios) — (2° y 1° dones) abarca en sí mismo la basereligiosa y moral del servidor de Dios y consiste en el conocimiento de la verdad absoluta de la fe y en la piadosa predisposición religiosa, deseosa de hacer todo para la gloria de Dios.

 

 

Dones verdaderos y sus sustitutos

            Entre los grupos cristianos contemporáneos, mucho se habla sobre la necesidad de revivir y revelar en uno mismo los diferentes dones del Espíritu. Incluso están desarrollando un “método” original para la obtención de dones sobrenaturales. En todo esto se siente claramente la frialdad e indiferencia con que se estudian los textos bíblicos y la falta de espiritualidad en las sesiones de oración de los sectarios. La principal razón de la ausencia de espiritualidad en el protestantismo reside en el hecho de haber rechazado irreflexivamente todas las guías establecidas por Dios, para obtención de la gracia del Espíritu Santo — la sucesión apostólica, sacerdocio, los benditos sacramentos de la Iglesia y la centenaria experiencia de vida espiritual. Todo fue sacrificado por las consignas de la libre interpretación de la Biblia y la suficiencia de la justificación de la fe.

En la práctica los intentos por recuperar la gracia perdida, se han convertido ahora en un movimiento “carismático” popular, surgido a principios del siglo XX con la liviandad de los pentecosteses. Si en la antigua Iglesia la gracia de Dios era percibida como una fuerza revividora espiritual, imprescindible para el crecimiento moral, para los carismáticos contemporáneos, ven a los “dones Espirituales” como una fuente de agudas sensaciones y de signos visibles. Ya se ha convertido en rutina, para los pentecosteses y sus similares “carismáticos” en sus reuniones, interrumpirse el uno al otro, proferir unos incomprensibles gritos, farfullan sin sentido, otros pierden el conocimiento, entran en frenesí, trance, o comienzan a reír desenfrenadamente. En este caos suceden algunos tipos de curaciones, son pronunciadas algunas profecías — de muy dudoso contenido. Los defensores de dicho movimiento declaran que todo esto “son demostraciones” de que el Espíritu Santo esta actuando entre ellos y, por consiguiente, la veracidad de su movimiento. De hecho todos estos ejercicios paganos y de mediumismo — son una terrible calumnia al Espíritu Santo!

            Tomemos por ejemplo el don de lenguas. Sabemos, que en el día de Pentecostés los apóstoles recibieron de Dios la capacidad de predicar en idiomas verdaderamente humanos, hasta entonces desconocido para ellos. Aquel fue un sermón de rico contenido que enseñaba y convertía a la fe a la gente, que no entendía el lenguaje hebreo. Los sonidos, que vomitan los sectarios nada pueden enseñar, son — sin sentido e imposibles de interpretar. Es el resultado de una estimulación patológica excesivamente nerviosa, la cual, hace mucho que es bien conocida entre los médium y los chamanes. Este tipo de “don de lenguas” puede ser adquirido por cualquier persona mediante conocidos ejercicios — sin importar a que divinidad le esté orando.

            Un carismático “milagrero” en una conversación privada compartió su experiencia: “Convencer de un milagro a una persona de cara en cara — es muy difícil, hasta imposible. Convencer a la multitud — es fácil!” En otras palabras, en las reuniones de los carismáticos actúa la hipnosis e histeria colectiva — condiciones favorables para un espíritu caído!

 

 

Las Santas Escrituras sobra la gracia del Espíritu Santo

Tomando en consideración el triste ejemplo del movimiento carismático, el hijo de la Iglesia Ortodoxa de Cristo debe cuidarse como si fuera el veneno más letal de todos los métodos artificiales que conducen a adquirir estados sobrenaturales y agudas sensaciones.

            Las escrituras del Nuevo Testamento enseñan con mucha solidez, que dones precisamente se debe pedir a Dios. En sus cartas a los Gálatas el apóstol Pablo escribe: “El fruto del Espíritu: es amor, alegría, paz, paciencia, gentileza, bondad, fe, mansedumbre, templanza” (Gal. 5:22). Como vemos, todos estos dones se refieren a la región espiritual y moral. Igual que el profeta Isaias, el apóstol Pablo comienza con los dones superiores pasando gradualmente a aquellos que sirven de base. Cabe señalar que los dones del Espíritu Santo aquí citados van paralelos con los virtuosos, hacia los cuales llama el Salvador en Sus Mandamientos de Bienaventuranza (Mat. 5° capítulo). Por eso resulta ilustrativo comparar unas con las otras. Siguiendo el orden del apóstol Pablo, “el fruto del Espíritu es:

 

·         Amor, felicidad. El amor — es la “perfección total” (Col. 3:14). Quienes lograron tal perfección, la misma es tan fuerte, que están prestos a sacrificarlo todo por el Señor y por los amados — incluso hasta sus propias vidas. La felicidad, otorgada por el Espíritu Santo, a veces los hace insensibles al sufrimiento (Bienaventurados los perseguidos por la verdad ... Regocijaos y alegraos.... 8° y 9° mandamiento de bienaventuranza. Ved también 1 Fes. 3:12; Tim. 1:7).

·         Paz, paciencia, gentileza — la pacificación de las fuerzas del alma, la pureza del corazón y la sabiduría espiritual hacen a una persona capaz, también, de ayudar a otras a estar en paz con Dios (Bienaventurados los puros de corazón ...Bienaventurados los pacificadores ... 6° y 7° mandamiento).

·         Misericordia — capacidad de sentir compasión de la gente, deseos de ayudarles (Bienaventurados los misericordiosos ... 5° mandamiento).

·         Fe — sensibilidad espiritual e intuición para aceptar las verdades religiosas, sed de vivir con valores espirituales (Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia ... 4° mandamiento).

·         Mansedumbre — apaciguamiento del temperamento — indicador del restablecimiento moral (Bienaventurados los mansos ... 3° mandamiento de Bienaventuranza).

·         Abstinencia — humildad, arrepentimiento y abstinencia — es la triple base, sobre la cual se cimienta el edificio de los virtuosos (Bienaventurados los pobres de espíritu ... Bienaventurados los que sufren ... 1°  y 2° mandamiento de Bienaventuranza).

 

Además de éstos, las Santas Escrituras mencionan otros dones benditos, que contribuyen al crecimiento espiritual de la persona. Citaremos algunos de ellos.

            La primera acción del Espíritu Santo — es guiar a la gente hacia Cristo, infundiendo en ellos la fe en Él y en la absoluta veracidad de todo lo enseñado por Él (Juan 6:44; Gal. 1:15-16; Ef. 2:8; Ne. 9:20-30; Eze. 36:26-27; Juan 16:13; 1 Juan 2:20-27; 1 Cor. 12:3; 2 Cor. 3:3; Ef. 2:18). El don de fe permite, a su vez, alcanzar el resto de los dones benditos (Rom. 5:2). No obstante, de inclinar a la persona a creer en Cristo, el Espíritu Santo, no obliga o somete la voluntad de la persona. Por eso, la persona es libre de aceptar o rechazar aquello, que le induce el Espíritu Santo. Sin embargo, no deja de ser responsable ante Dios de su decisión (Juan 12:48; Hechos 7:51).

            Habiendo plantado la semilla de la fe en la persona, el Espíritu Santo inclina a la persona hacia el arrepentimiento y corrección, ablandando su endurecido corazón (Zac. 12:10 — 13:1; Juan 19:37; Hechos 2:37; Rom. 2:4). Ayuda en la oración (Rom. 8:26) y purifica la conciencia del arrepentido (1 Juan 1:17; Heb. 9:9; Hechos 2:22-41).

            En el Bautismo, el Espíritu Santo engendra a la persona para una forma de vida espiritual, lo renueva completamente, cambiando dentro de él la degradación de sus valores. A este renacimiento interno las Escrituras lo comparan con la resurrección de los muertos, donde el creyente se convierte en una nueva creación de Dios (Juan 3:3-6, 8:34; 2 Cor. 5:17; Gal. 6:15; Col. 2:13; Ef. 2:15).

            Despertando en la persona las aptitudes espirituales, el Espíritu Santo la conduce a una forma de vida espiritual y de proeza (Lucas 4:1; Gal. 2:20; Tit. 2:11-14). Como resultado de los esfuerzos de arrepentimiernto y de abstinencia  el “exterior de la persona” (cuerpo) “decae” en cambio el “interior de la persona” es renovada día a día (2 Cor. 4:16).

            La gente que vive con intereses espirituales, el Espíritu Santo les otorga un cálido sentimiento de adopción y cercanía de Dios (1 Juan 3:1-2; Rom. 8:13-16,23; Gal. 4:6). Enciende en ellos una llama espiritual y la predisposición hacia Dios (Lucas 12:49; Fil. 2:13). Con esto Él les otorga fuerza, vigor, fortaleza e infatigabilidad (Is. 40:29-31; 1 Cor. 15:10; Ef. 6:10; Felipe 4:13; Ef. 3:20; Rom. 8:26,37; Gal. 2:20).

            Literalmente cada paso de un creyente en la vida terrenal, es dirigida por el Espíritu Santo hacia la salvación y la felicidad (Ps. 142:10; Is. 63:10-14; Juan 4:13-14; Pet. 1:5), otorgándole todo los necesario parala vida y la piedad (Jac. 1:17; 2 Pet. 1:3-5; 2 Cor. 3:5; 2 Cor. 12:9-10).

            Así, a lo largo de toda la vida de una persona el Espíritu Santo lo transfigura, lo adorna con el perfeccionamiento de la moral y lo asemeja a Cristo. Él santifica a los creyentes, haciendo de ellos templos vivientes de Dios (Gal. 3:27; 1 Cor. 3:16-17; Fes. 5:23).

 

 

Conclusión

A pesar de todo el poder y efectividad de los benditos dones, los procesos propios del renacimiento moral ocurren paulatinamente, a menudo imperceptible para la propia persona (tal como lo explicó el Salvador en Su parábola sobre el invisible crecimiento de la semilla, Marcos 4:26-29; 2 Ped. 3:18). Más aún, el Señor hasta oculta de la persona, la parte perceptible de los dones que Él otorga, para protegerlo del engreimiento y debilitamiento. Sin embargo, aunque la gracia de Dios — es invisible, es necesaria más que el aire. Sin ella la persona es árida, moralmente débil, vacía e incapaz de realizar cualquier acto verdaderamente valioso (Juan 15:5; 2 Cor. 3:5). No importa cuán talentoso, brillante y encantador parezca, en el plano espiritual — es un tronco seco y deformado!

            Sabemos, que la energía física común puede ser dinámica, o sea, realizar procesos realmente beneficiosos, o puede ser solamente potencial como, por ejemplo, el agua, recolectada en un lago artificial. Así como un lago inactivo, es llenado por los arroyos que vierten sus aguas en él, la persona con los sacramentos y oficios de la Iglesia puede recibir la abundante gracia de Dios, sin realizar ninguna buena obra.

            Pero como en un lago artificial, si se abren las compuertas, comenzarán a vertir poderosos chorros de agua, que harán girar las turbinas y los generadores producirán la energía eléctrica, del mismo modo cada uno de nosotros puede vencer su propia inactividad y comenzar a vivir una vida plena y valiosa espiritualmente. Entonces, por palabras del Salvador, de sus entrañas correrán ríos de agua viva” (Juan 7:38).

            ¡Ayúdanos, Señor!

 

 

 

Folleto Misionero # S71

Copyright © 2000Holy Trinity Orthodox Mission

466 Foothill Blvd, Box 397, La Canada, Ca 91011

Editor: Obispo Alejandro (Mileant)

 

 

(essence_christianity_5s.doc, 04-10-2001).