El sentido de la vida

Prot. Nicolás Ivanov.

Artículos escritos durante las persecuciones ateísticas en Rusia.

Traducido por Alejandro Molokanow.

 

Contenido:

La esencia del cristianismo.

¿Existió Cristo?

El icono ortodoxo ruso.

"El hombre! —

Esto suena soberbio."

Cristo es sepultado.

¿Puede Él resucitar?

Lo cristiano

y lo de la humanidad.

El problema del mal.

"¿Tuvo éxito" el cristianismo?

La racionalidad de la naturaleza.

El sentido de la vida.

La vida humana en el plan de la eternidad.

El destino del hombre. El destino eterno. El hombre y la humanidad. El sentido de la existencia.

El instinto de la vida eterna.

El sentido común.

La aspiración al perfeccionamiento.

¿Que es el "yo"?

Las leyes superiores.

La muerte y el tiempo.

La fe.

El esfuerzo.

La Resurrección de Cristo y nuestra resurrección.

Conclusión.

 

Protopresbitero Nicolás Ivanov.

Prot. Nicolás Pavlovich Ivanov, Bachiller en Teología, nació en la ciudad de Penza en una familia profundamente creyente. Siendo aun niño, comenzó a servir como monaguillo en el altar de su iglesia parroquial de la Protección de la Virgen (Pokrov).

Durante la niñez de Nicolás Pavlovich sucedió un milagro del icono de Kazan de la Madre de Dios. Cuando él estaba muriendo de escarlatina y se consumía por la fiebre, vio un gran icono de la Madre de Dios de Kazan, que se le acercaba. En ese momento sintió un alivio y se durmió profundamente. Después de la visión comenzó a sanar rápidamente, y desde ese momento él eligió el icono de Kazan de la Madre de Dios como su protector.

Después de la muerte de su padre y ante la intensificación de la fermentación en la Iglesia se traslado con su madre a Moscú, donde comenzó a trabajar como secretario-estenógrafo. Siendo un hombre de grandes aptitudes sociales estableció una gran cantidad de relaciones con gente espiritualmente cercana. En el otoño de 1933 fue denunciado y lo condenaron a tres años por el artículo 58, con el pretexto de incurrir en la organización religiosa de la juventud. Cumplió su plazo en el campamento de Marina, y después en el BAM. En Diciembre de 1935 fue liberado.

El pensamiento acerca de la actividad espiritual nunca abandonaba a Nicolás Pavlovich, y por eso en ese mismo año, rindiendo exámenes como externo, ingresa al II curso del instituto Teológico Ortodoxo de la Patriarquía de Moscú. En el año 1946 se organiza la academia Espiritual de Moscú, y él se inscribe como estudiante. Simultáneamente, para proveer de sustento a su familia, él trabaja como servidor del altar y como casero en el templo de la Santísima Trinidad, que se encuentra en la esquina de Novovorotnik en Moscú.

En el año 1950 Nicolás Pavlovich terminó el AEM con el título de candidato de teología (Bachiller en Teología) y fue designado docente en el seminario Espiritual de Saratov. Las obras teológicas del padre Nicolás se distinguen por su original, contemporánea manera de presentar la cuestión y la hondura del estudio profundizado de las Sagradas Escrituras.

En los años setenta el padre Nicolás comienza un gran trabajo acerca de la exégesis de los primeros capítulos del Libro del Génesis con la inclusión de conocimientos científicos contemporáneos. El trabajo ideado era tan complejo y amplio, que consumía todo su tiempo y exigía conocimientos especiales en el dominio de la filosofía, la física, la biología, la geología y otras ciencias. Siendo un hombre de ferviente energía, de gran claridad de objetivos, y sumamente sociable, él atrajo a su obra muchos jóvenes, con los que discutía las concepciones científicas. No poseyendo conocimientos especiales en forma completa, el padre Nicolás sabía formular en forma admirablemente exacta el problema de las relaciones entre los textos de las sagradas escrituras y las concepciones científicas contemporáneas. Como resultado del examen del problema tanto desde la posición teológica como de la científica se desarrollaba todo un universal punto de vista cristiano, que respondía al estado contemporáneo de los conocimientos científicos. Por eso el padre Nicolás siempre estaba rodeado de jóvenes científicos cristianos, llevando el esfuerzo de la educación cristiana y el servicio pastoral.

En el año 1990 en el cuarto día de la pascua Nicolás Pavlovich cayó en cama, e injuriado desde el lado de los izquierdistas, después de 15 días, el 2 de Mayo, terminó sus días. Fue sepultado en el cementerio de Vagan de Moscú en el sepulcro familiar.

 

La esencia del cristianismo.

Cuando a Jesucristo le preguntaron, qué es lo mas importante para un creyente, Él respondió: "El primer mandamiento de todos es: ... Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu mente, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas. Este es el primer mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo" (Mar. 12:29-31, Mat. 22:36-40). Estos son los mandamientos más grandes y fundamentales. Sobre ellos, dijo Cristo, se construye todo. Efectivamente, toda la enseñanza del Evangelio se deduce de estos dos mandamientos, esta es la base en la cual, como en un grano, está incluido todo lo demás.

"Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado," decía Cristo, despidiéndose de sus discípulos, antes de ir a la muerte en la cruz (Juan 13:34). Sacrificándose a sí mismo para la salvación de la gente, Él, con eso mismo daba a Sus discípulos un ejemplo de este amor: "Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos" (Juan 15:13). Estas palabras fueron pronunciadas en la última cena de Cristo con Sus amados discípulos. Preguntamos a Uds., lectores de estos renglones: ¿puede acaso haber algo en el mundo más grande que un acto semejante, cuando el hombre se sacrifica a sí mismo para la salvación de sus amigos? Y también les preguntamos: ¿existe acaso o puede existir alguna enseñanza, algún mandamiento, mas elevado, que este mandamiento de Cristo?

La esencia del cristianismo — está en la tendencia hacia la perfección, en la creación de un nuevo hombre según la imagen y semejanza de Dios. El Evangelio llama a Jesucristo un Hombre Nuevo, un Nuevo Adán. Cristo fue el primogénito de la infinita fila de personas, que comenzó su existencia en la tierra después de la anunciación del Evangelio.

"... Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos... Sed pues, misericordiosos, como también vuestro Padre es misericordioso... Bienaventurados los que siempre atesoran la fuerza del espíritu... bienaventurados los de limpio corazón... bienaventurados los misericordiosos... los mansos de corazón; bienaventurados los que siembran la paz, los pacificadores... bienaventurados los que tienen hambre y sed de la verdad..." — tales son mandamientos fundamentales de Cristo (Mat. 5:48; Luc. 6:36; Mat. 5:3-10). En todas partes, en cada renglón del Evangelio — hay un llamado a una activa lucha contra el mal, a vencer el miedo del martirio, de los castigos, de las persecuciones: bienaventurados los perseguidos por causa de la verdad, bienaventurados seréis, aunque os echen de todos lados y hablen mal de vosotros y hasta nombrarán vuestro nombre como símbolo del mal, por predicar el Evangelio. No os entristezcáis, sino que alegraos y gozaos, si os tocare sufrir por causa de la verdad, por el Evangelio.

Cambiad vuestras convicciones, reestimad vuestros valores, viene el tiempo del Nuevo Reino, en donde los valores espirituales no se pueden comparar con los materiales y no se cambian por estos, — he aquí las palabras con las cuales, brevemente, se podrían traducir a nuestro idioma contemporáneo los mandamientos de la Bienaventuranza, que dio Cristo en Su prédica del Monte.

El hombre y su vida — esto es lo que está en el fundamento del Evangelio. ¡El humanitarismo! Por primera vez en la historia de la humanidad el Fundador de la religión, considerado como Dios, se llamó a sí mismo Hijo del Hombre. Esto significaba elevar y declarar el valor absoluto de la personalidad humana. En esencia, todo el Evangelio es la enseñanza acerca del Hijo del Hombre y de Sus hermanos — todos los hijos humanos. De acuerdo al Evangelio, cada persona se hace hermano de Cristo, y a través de Él todas las personas se hacen hermanos, miembros de una gran hermandad panhumana.

Si habéis dado de comer y de beber al hambriento y al sediento, si habéis vestido al desnudo y sanado al enfermo, en verdad me lo habéis hecho a Mí, — dijo el Hijo del Hombre. Y si no habéis dado de comer y de beber al hambriento y al sediento, no me lo habéis hecho a Mí. Cuando Yo estaba hambriento y sediento, — no me habéis dado de comer ni de beber; no me habéis vestido, cuando soportaba el frío y andaba errante; no me habéis prestado ayuda, cuando estaba enfermo o en la cárcel. De cierto os digo que en cuanto no lo hicisteis a uno de estos mas pequeños, tampoco a Mí lo me lo habéis hecho. (Mat. 25:3-46).

Esto cambiaba totalmente el concepto de la religión, que hasta entonces era entendida solo como veneración a Dios. En los labios de Cristo la misericordia se transformaba en la esencia de la religión, y no solo algo que la acompaña. Esta misma idea fundamental de Cristo sobre la esencia de la religión, la encontramos en todas las epístolas de Sus discípulos.

El Evangelio anunció, que la esencia de la religión consiste no solo en el amor a Dios, sino también al hombre. He aquí lo que dice acerca del amor al hombre uno de los mas grandes de los Apóstoles — Pablo, llamado, por su labor misionera en Europa y Asia Menor, es decir, en el mundo culto de aquel tiempo, Apóstol de los pueblos.

"El amor es la unión de todas las perfecciones... Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalos que retiñe. Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy. Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve. El amor es sufrido, es benigno, el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece, no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor, no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca deja de ser... Y ahora permanecen estos tres: la fe, la esperanza y el amor; pero el mayor de ellos es el amor. Seguid el amor..." (1 Cor. 13:1-14:1).

He aquí las palabras del amado discípulo de Cristo — el apóstol Juan: El que dice: "Yo le conozco, a Dios," pero no guarda Sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él. Pero el que guarda Su palabra, en este verdaderamente el amor de Dios ha perfeccionado... El que dice que permanece en Él, debe andar como Él anduvo... las tinieblas van pasando, y la luz verdadera ya alumbra. El que dice, que está en la luz, y aborrece a su hermano, está todavía en las tinieblas. El que ama a su hermano, permanece en la luz... Nosotros sabemos, que hemos pasado de la muerte a la vida, en que amamos a los hermanos. El que no ama a su hermano permanece en la muerte. Todo aquel que aborrece a su hermano, es un homicida; y sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permanente él... En esto hemos conocido el amor, en que Él puso Su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos. Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, — ¿cómo mora el amor de Dios en él?... y esto es Su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y amemos unos a otros como nos lo ha mandado..." (1 Juan 2:4-6, 8-10; 3:14-23).

"En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a Su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por Él" (1 Juan 4:9).

"Dios es amor, y el que permanece en el amor permanece en Dios, y Dios está en él... En el amor no hay temor, pero el amor perfecto echa fuera el temor, porque en el temor hay sufrimiento; el que tiene miedo no es perfecto en el amor. Amaremos a Dios, porque Él nos amó primero. El que dice: "Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Porque el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto? Y nosotros tenemos este mandamiento de él: El que ama a Dios, ame también a su hermano" (1 Jn 4:16-21).

En la epístola de Santiago, uno de los mas cercanos discípulos de Jesucristo, quien después fue el primer obispo cristiano, encontramos una respuesta perfecta a la falsa acusación, que el cristianismo apoya a los ricos y a los explotadores: "¡Hermanos míos! Que vuestra fe en nuestro glorioso Señor Jesucristo sea sin acepción de personas. Porque, si en vuestra congregación entra un hombre con anillo de oro, con ricas vestiduras, y entra también un hombre pobre, vestido con ropas andrajosas, y miráis con agrado al que trae la ropa espléndida y le decís: siéntate tu aquí, en un buen lugar; y decís al pobre: quédate allí parado, o bien: siéntate aquí, a mis pies — ¿acaso no hacéis distinciones entre vosotros mismos y venís a ser jueces con malos pensamientos? Oídme, hermanos amados: ¿acaso no escogió Dios a los pobres de este mundo para ser ricos en la fe y herederos del Reino? Pero vosotros habéis despreciado al pobre. ¿Acaso no son los ricos los que os oprimen, y no son ellos los que os arrastran a los jueces? ¿No son ellos los que deshonran el buen nombre, con el que os llamáis? Si en verdad cumplís la ley real, según la Escrituras: amarás a tu prójimo, como a ti mismo, — hacéis bien. Pero si procedéis con acepción de personas, cometéis pecado y ante la ley resultáis culpables de transgresión" (Santiago 2:1-9).

"¿Cuál es el provecho, si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle? Y si un hermano o una hermana están desnudos y tienen necesidad del mantenimiento de cada día, y alguno de vosotros les dice: id en paz, calentaos y saciaos, pero no les da las cosas que son necesarias para el cuerpo: ¿de que aprovecha? Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma" (Sant. 2:14-17). "Oíd vosotros, los ricos: llorad y aullad por las miserias que os vendrán. Vuestras riquezas están podridas y vuestras ropas están comidas de polilla. Vuestro oro y plata están enmohecidos, y su moho testificará contra vosotros y devorará del todo vuestras carnes como el fuego: habéis acumulado tesoros para los días postreros. He aquí, clama el jornal de los obreros que han cosechado vuestras tierras y los clamores de los que habían segado han entrado en los oídos del Señor de los ejércitos. Habéis vivido en deleites sobre la tierra, y sido disolutos; habéis engordado vuestros corazones como en día de matanza. Habéis condenado y dado muerte al justo, y él no os hace resistencia... He aquí el juez esta delante de la puerta!" (Sant. 5:1-9).

¡Cuán ridículos son, después de esto todos los intentos de hacer creer que el cristianismo se origina de las religiones paganas, de diferentes dioses sufrientes, en los cuales no había ni indicio de alguna enseñanza! En lo que concierne a la enseñanza de la misericordia, esto era completamente ajeno a todos aquellos cultos, que representan ahora para nosotros solo un interés etnográfico.

El Evangelio proclamó algo nuevo, que era desconocido para el mundo antiguo — que la personalidad humana es algo valioso y no comparable con ninguna otra cosa en la tierra, ya que el hombre es la imagen y semejanza del Creador. El Evangelio planteó la cuestión acerca del sentido de la existencia humana y dio respuesta a esta pregunta, partiendo del sentido de la existencia de todo el universo y toda la vida. De esta manera, el Evangelio aportó al mundo nuevos valores, de los cuales el mundo antiguo no tenía ninguna idea.

Cristo prendió sobre la tierra una llama, que arde ya hace dos mil años y que no puede ser apagada con ningún poder. Fuego vine a echar en la tierra; y que quiero, si ya se ha encendido, — decía el Hijo del Hombre en sus conversaciones con Sus discípulos (Luc. 12:49).

Nosotros nuevamente repetimos el mandamiento fundamental de Cristo: "Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos" (Juan 15:13). ¿Quién se atreverá a levantarse contra una moral semejante? ¿Quién se atreverá a burlarse de la hazaña realizada por Cristo y aquellos de Sus discípulos, que siguieron Sus pasos?

Ahora deberíamos preguntar a los que niegan el cristianismo: ¿porque deberíamos renunciar del Evangelio y considerarlo dañino, y en tal caso, de que cosa, o sea, de que moral, deberíamos renegar?

Quien quiere conocer la esencia del Evangelio, que tome él mismo en sus manos ese libro, y lea en él todo lo que enseñaba Cristo.

 

¿Existió Cristo?

¿Existió Cristo?

La existencia histórica de Cristo se afirma con una serie de datos indiscutibles. Los primeros y principales testimonios sobre Cristo — son, por supuesto, los Evangelios, escritos por los discípulos más cercanos de Cristo y por sus receptores y sucesores.

El Evangelio relata, que Cristo nació en Belén de Judea varios años antes de la muerte de Herodes el Grande (Mat. 2:1), durante el censo, realizado por el gobernador romano Cirineo (Luc. 2:2). Ellos comunican, que Cristo salió a predicar en el quinceavo año del gobierno de Tiberio (años 14-37), cuando en Judea mandaba Poncio Pilatos, y Herodes Antípas era tetrarca en Galilea, etc. Los Sumo sacerdotes de Judea en aquel tiempo eran Caifás y Anás (ver: Luc. 3:1). Todos estos eran personajes históricos reales. Ante ellos precisamente Cristo fue crucificado.

El libro que sigue al Evangelio es Hechos de los Apóstoles, el cual nos provee de datos acerca de la vida y actividad de los discípulos directos de Cristo — los apóstoles. Habla del surgimiento de las primeras comunidades cristianas, y expone la historia del cristianismo en estrecha y orgánica unión con la historia de aquel tiempo. Junto con la historia de la Iglesia, se describen con precisión las costumbres, gustos y moral de los habitantes de Palestina, del Asia Menor, Grecia e Italia de aquel tiempo; y cómo eran gobernadas las provincias del imperio Romano. Los descubrimientos históricos de nuestro tiempo afirman lo verídico de este libro. En él se describen las hazañas de los mas allegados discípulos de Jesucristo — los apóstoles Pedro, Juan, Jacobo y en especial del apóstol de los gentiles — Pablo.

Toda la vida de este sorprendente e infatigable hombre en sus viajes de predicación acontece entre personas totalmente históricas: los supremos sacerdotes judíos y los filósofos atenienses, los gobernantes de las ciudades y los principales de las sinagogas judías, los artesanos efesios, que levantaron un motín contra él, cuando como resultado de su prédica, cayeron sus ganancias, y también las prácticas de los dignatarios romanos, acostumbrados al soborno. El Apóstol Pablo tiene encuentros con personajes históricos tales como el astuto sumo sacerdote Ananias; Gamaliel, hombre muy respetado por todos y que al mismo tiempo era miembro del Sinedrion judío; Galión, hermano del famoso filósofo Séneca, enviado desde Roma en calidad de procónsul; los gobernantes de Judea Porcio Festo y Félix con su esposa Drusila; el rey judío Agripa y su hermana Berenice. Todas estas personas, son ampliamente conocidas en la historia civil de Roma. ¿Acaso entre todas estas personas anda vagando errabunda una personalidad mítica — Pablo? En su conducta no hay nada mítico. Él conversa, entra en discusiones, es arrestado, es liberado, frecuentemente es apaleado, pronuncia encendidos discursos, de nuevo y de nuevo es llamado a responder, apela al juicio como ciudadano romano. Al final, según las leyes romanas, es embarcado para llevarlo a juicio ante el César en Roma. Y aquí hay también una descripción precisa de las vías marítimas de aquel tiempo, las condiciones climáticas, y también una gran cantidad de pequeños detalles de la vida cotidiana. Un libro así solo pudo ser escrito en aquel tiempo, cuando sucedían todos los acontecimientos relatados en él.

Los Hechos de los Apóstoles era el libro mas difundido entre los cristianos y se leía en las reuniones que ellos hacían para rezar, en todas las comunidades diseminadas por el mundo de aquel tiempo.

Dudar de la existencia del Apóstol Pablo es imposible. Precisamente él durante sus viajes de predicación a través de Europa y del Asia Menor organizó las primeras comunidades cristianas, que prontamente se volvieron notables Iglesias. Tiene un particular interés aquel lugar de su epístola a los Gálatas donde él describe uno de sus encuentros con los principales Apóstoles, los cuales, como relata el Evangelio, acompañaban a Cristo a todas partes: Ellos, considerados como columnas, o sea Pedro, Jacobo y Juan me dieron la mano en señal de compañerismo (Gal. 2:9). Entonces ¿cómo es que un hombre histórico les estrecha la mano a personajes mitológicos? ¿Dónde termina, en este caso, la realidad y comienza la ficción?

Si Pablo es real, entonces también son reales aquellos a los que les estrecha las manos y con quienes algunas veces oran juntos y otras veces discute. Y si ya son reales estos, que fueron escogidos por el Mismo Cristo, ¿qué podemos decir de la realidad del Mismo Cristo? Acerca de Jesús y especialmente acerca de Juan el Bautista y también del muy cercano pariente de Jesucristo — el apóstol Jacobo (Santiago) encontramos datos en el famoso trabajo del conocido historiador judío Flavio José (años 37-95). En su obra "Antigüedades Judías" él escribe, que los sumo sacerdotes judíos, aprovechando el recambio de los procuradores, "llevaron a juicio a Jacobo — hermano de aquel Jesús al cual llaman Cristo" (Antigüedades Judías, XIX-IX-1). Este suceso estaba en la memoria de todos cuando Flavio José escribía su crónica.

Sobre Cristo y el surgimiento de la Iglesia Cristiana escriben mucho los historiadores eclesiásticos del II siglo. Así, el famoso historiador eclesiástico, el obispo Irineo de Lyon (murió en el año 202) manifiesta, que él escribe de acuerdo a las palabras de su maestro — el famoso padre de la Iglesia Policarpo de Esmirna, quien era discípulo directo de los mismos apóstoles. Y si es incontrovertible Policarpo, maestro de Irineo, ¿cual es el fundamento para dudar de la existencia del Apóstol Juan, de quien fuera discípulo Policarpo? ¿Acaso un hombre histórico podía ser discípulo de un personaje mítico? Además de esto, Irineo despliega la lista de los obispos romanos y con ella llega hasta los Apóstoles Pedro y Pablo. ¿Dónde entonces se corta la realidad y comienza el dominio del mito? Pues los hechos no suceden en los remotos tiempos de Homero, sino que aquí se mencionan hombres que vivieron solo hace algunas decenas de años antes, y no centenares.

Datos interesantes son presentados por el famoso escritor eclesiástico Tertuliano (155-222). Era este un hombre talentoso, gran polemista, pero excesivamente riguroso. Es a él a quien se le atribuye la famosa frase: "Creo, porque es insensato." Por razonamientos semejantes y por su excesiva dureza, en el final de su vida Tertuliano hasta fue excomulgado. Pero mientras fue presbítero, él escribió muchas obras. Discutiendo con distintos herejes, él les reprochaba que sus enseñanzas — eran de reciente aparición. Demostrando con ardor, que solo la verdadera Iglesia arranca su origen desde el mismo Cristo y de Sus Apóstoles, él dice: "Cristo, estando sobre la tierra, dio Su enseñanza. Todos saben, que Él eligió a doce Apóstoles, a los cuales dio el encargo de enseñar a los pueblos, también prometiéndoles a ellos la copresencia y ayuda del Espíritu Santo. ¿Que es lo que hicieron los Apóstoles? La historia nos mostrará esto. Los Apóstoles fundaron Iglesias, primero en Judea, y después en el resto del mundo. Estas Iglesias apostólicas dieron a su vez origen a otras, que surgieron como brotes inseparables de su rama común... Mostradnos la procedencia de vuestras Iglesias, desplegad delante nuestro la procedencia de vuestros obispos desde el mismo principio, de manera que lleguen hasta los mismos Apóstoles, o aunque solo fuera a alguno de los varones apostólicos, que se encontraban en permanente relación con ellos, porque estas Iglesias son verídicamente apostólicas y demuestran su procedencia. De esta manera la Iglesia de Esmirna señala a Policarpo, a quien Juan les dio por obispo; la romana señala a Clemente, puesto por Pedro. Las demás señalan asimismo a personas investidas como obispos a través de los apóstoles, y a aquella vía por la que recibieron la semilla de la enseñanza apostólica."

"Nuestra religión, — dice en otro lugar, — está basada sobre antiquísimos libros judíos, pero junto con eso también es ampliamente conocido que ella es de reciente aparición y se remonta solo a los tiempos de Tiberio... Hasta el populacho sabe, que Cristo apareció como un hombre común, y de aquí piensan que veneramos a un hombre..."

Habiendo descrito los detalles de la crucifixión de Cristo, Tertuliano dice: "Pilatos, que ya era cristiano por el interior convencimiento de su conciencia, notificó acerca de todo esto al emperador Tiberio. Y hasta los emperadores hubieran creído en Cristo, si ellos no hubiesen sido necesarios para su época en calidad de emperadores, o si ellos hubiesen podido ser cristianos y continuar siendo emperadores... He aquí la fecha cronológica de nuestra religión, los datos sobre la religión, su nombre y su Fundador."

Así, Tertuliano como historiador habla de la fecha cronológica vinculada con los nombres de Pilatos y de Tiberio, que tenía de antigüedad solo un siglo y medio. Es imposible aceptar que en solo ciento cincuenta años aparezca en la historia una fecha, que en realidad no existía. No se puede aceptar, que hombres como Tertuliano hubiesen sido engañados por la existencia de una personalidad, que creó una nueva religión a la cual ahora es necesario defender con tanto ardor.

Sobre el trágico contexto en el que crecía la joven Iglesia cristiana, él escribe con un lenguaje no menos colorido: "Los sufrimientos de los apóstoles sirven como claro testimonio de cual es su enseñanza con respecto a este punto (el martirio); es suficiente mirar el libro de los Hechos. Otros no hacen falta: en él se encuentran en todas partes: cárceles, cadenas, látigos, piedras, espadas; los insultos de los judíos, pueblos enfurecidos, reyes que interrogan, tribunos que infaman, los procónsules que arrastran a juicio y el tronante nombre del César. Pedro es condenado a la muerte, Esteban es apedreado, Jacobo muerto, Pablo decapitado — he aquí los hechos, escritos con su sangre... ¡Que hablen los escritos del imperio en forma semejante a las piedras de Jerusalén! Abro el libro "La vida de los Cesares" de Suetonio: Nerón fue el primero que ensangrentó en Roma la cuna de la fe. Fue entonces cuando Pedro, después de ser clavado en la cruz, fue ceñido por mano ajena; Pablo, siendo ciudadano romano, despierta a la nueva vida por la nobleza de su martirio. Leyendo estos hechos — aprendo a sufrir."

Así, ya en los primeros tiempos de la existencia del cristianismo nadie podía negar, que las jóvenes comunidades cristianas fueron fundadas por los mismos Apóstoles. Como si estuviese respondiendo a nuestros contemporáneos, que dudan de la realidad de Cristo y de los Apóstoles, Tertuliano escribe: "¿Dónde buscar la verdadera enseñanza de los Apóstoles? ¿Deseáis satisfacer el salvador y elogiable deseo de saber? Id a las Iglesias de los Apóstoles, donde todavía aun ahora existen en esos lugares las cátedras de los Apóstoles, donde, oyendo la lectura de sus auténticas epístolas, los veréis a ellos mismos y oiréis el sonido de sus voces. ¿Vivís cerca de Ajaia? —Tenéis a Corinto. ¿Cerca de Macedonia? Tenéis a Filipos y Tessalónica. ¿Os dirigís a Asia? No dejéis de pasar por Efeso ¿Andaréis en los límites de Italia? Tenéis Roma, a la autoridad de la cual apelamos. Feliz aquella Iglesia, en el seno de la cual los Apóstoles derramaron junto con su enseñanza su sangre, donde Pedro fue participado de los martirios de Cristo, donde Pablo fue coronado, como Juan el Bautista."

Parece, que los testimonios de Tertuliano son completamente suficientes, para convencerse que la Iglesia desde sus primeros tiempos de existencia sabía — subrayamos, que no solo creía, sino que precisamente sabía, — en Quién creía ella. Sabía, que Cristo no era una figura mítica y que Sus Apóstoles — eran reales fundadores de comunidades locales cristianas que crecían rápidamente.

El no menos conocido escritor de fines del segundo siglo, Justino el Filósofo, afirma, que Cristo vivió 150 años atrás. Sobre lo mismo hablan toda una serie de otros historiadores eclesiásticos. El conocido apologista Codrato, quien vivió en la primera mitad del siglo II, escribía en su apología al gobierno romano, que "hasta ahora vive gente, sanada por Cristo." Todo esto otorga una imagen de relación directa y viviente.

Acerca de Cristo testifican también conocidos historiadores romanos. Así, acerca de las persecuciones a los cristianos en los años cuarenta nos habla Suetonio (70-140), autor de las biografías de los emperadores romanos. En una de ellas — en "Vida de Claudio" — él escribe, que el emperador Claudio (gobernó en los años 41-54) "echó de Roma a los judíos, que por influencia de Crestosos no cesaban de producir desórdenes."

La expresión "bajo la influencia de Crestosos" pudiera significar "por causa de Crestosos." En lo que respecta a la "e" colocada en lugar de la "i", se explica por la costumbre de confundir la letra griega "ita", la cual los romanos leían como "i" y también como "e".

Esto está de acuerdo con el libro de los Hechos de los Apóstoles: Claudio ordenó a todos los judíos alejarse de Roma (Hech. 18:2). En el libro de los Hechos también se dice que los seguidores de Cristo comenzaron a llamarse "cristianos" en Antioquía aproximadamente en los años cuarenta (Hech. 2:26).

Así, en los años cuarenta en Roma sucedían disturbios entre los judíos por causa de la fe en Cristo, lo que según el libro de los Hechos, ocurría en esos años en todos partes donde vivían judíos, ya que la prédica sobre Cristo Crucificado, para ellos, que odiaban hasta el mismo símbolo de la cruz, era sumamente ofensiva.

En Suetonio también encontramos otros testimonios acerca de los cristianos. En su libro "Vida de Nerón" él comunica que el emperador Nerón (reinó entre los años 54 al 68) sometió a castigo "al género malvado de los cristianos, contagiados por una nueva superstición." Desde el punto de vista de las leyes romanas, la aparición de cualquier nueva religión se consideraba no permitida y se valoraba como delito, por cuanto siempre introducía desordenes. Pero ahora lo importante, es señalar que durante el gobierno de Nerón, o sea durante los años sesenta, los cristianos ya formaban algo real y entero — eran una organización unificada bajo nombre de su Fundador.

El historiador romano de los tiempos del imperio, Tácito (años 55-120) también trae valiosos datos acerca de Cristo, de Su condena ante Pilatos y de las persecuciones de los cristianos durante Nerón. Como historiador puramente cívico y hombre de su tiempo y de su clase, Tácito ni siquiera piensa en escribir algo acerca de ciertos alejados sucesos de Judea, que además de esto ocurrían entre el pueblo judío, despreciado por los romanos. Él menciona a los cristianos solo de paso, en relación con los acontecimientos civiles. Entre las diversas descripciones, él relata el grandioso incendio de Roma del año 64, y con el sarcasmo propio a él, acusa a Nerón de ser su causante. De paso escribe también acerca de los cristianos: "Para sofocar este rumor, él (Nerón), declaró culpables a otros y en castigo comenzó a martirizar cruelmente a aquellos, que el pueblo llama cristianos, y a los cuales todos odian por sus conductas vergonzosas. El origen de este nombre proviene de Cristo, Quien durante el gobierno de Tiberio fue ajusticiado por el gobernador Pilatos. Pero su superstición, sofocada por un tiempo, surgió nuevamente no solo ya en Judea, donde sucedió este mal, sino también en Roma... Al principio prendían a aquellos que reconocían ser cristianos, pero después, tras investigación judicial, fue descubierta y acusada mucha de esta gente, no tanto, de que fueran los culpables del incendio, sino mas por estar contagiados por el odio hacia el género humano."

De esta manera Tácito nos transmite los rumores que circulaban acerca de los cristianos, rumores alimentados por dichos y chismes, que difundían los judíos acerca de los cristianos.

Aquí tenemos un texto, que hablaba de Cristo y de los cristianos en los límites de los siglos 1 y 2, y que pertenece a la pluma del famoso escritor y estadista Plinio. El emperador Trajano designó a Plinio para gobernar Bethania. Llegado al lugar, Plinio descubrió que bajo su autoridad había cristianos, de los cuales hasta ahora, por lo visto, solo tenía conocimientos aislados. Él escribe al emperador, con quien tenía una gran amistad, que "esta superstición se desparramó por todos los lugares..." y que "los cristianos, bajo torturas, reconocían que ellos se reunían al amanecer, para glorificar a Cristo, como a Dios."

Este texto es del año 110. La secta de los cristianos, como reza la carta, ya "se extendió por todas partes." Evidentemente, el cristianismo ya existía en Bethania por más de varias décadas. Y de esto surge claramente que los cristianos del siglo I no podían considerar a Jesucristo como una personalidad inventada, porque solo algunas decenas de años los separaban de la vida de Cristo.

Todas estas referencias bastante negativas por parte de los historiadores romanos acerca de los cristianos no permiten especular, que alguno de los cristianos de las épocas siguientes pudiera incluirlas en sus manuscritos. La misma negatividad del juicio se presenta en este caso como garantía de la autenticidad de los documentos citados.

Los historiadores eran gente de su tiempo y representantes de la clase dominante. Ellos miraban todos estos sucesos a través del prisma de sus ideas aristocráticas. El cristianismo es para ellos solo una nueva y despreciable secta de la turba. Se hablan algunas cosas malas acerca de ellos. Y entonces los historiadores-aristócratas, gente que considera por debajo de su dignidad hablar de temas que sea inferiores a la gloria romana y a los descubrimientos científicos, repiten con desprecio los chismes populares acerca de una cierta herejía entre la plebe.

Leyendo estas magras anotaciones de los historiadores romanos sobre el naciente cristianismo, Gertzen escribía: "Luchar contra el cristianismo era insensato, pero la orgullosa filosofía, como así también la orgullosa Roma primero no prestaron atención a esto. Cosa rara: es como si Roma, en la inmunda época de los ruines césares, perdiera toda su razón y cayera en una despreciable senilidad, que se hace vana e ínfima como la de los que están sobre el borde de la tumba: la predicación del Evangelio ya se difundía en sus plazas, pero la aristocracia romana y los sabihondos miraban con sonrisa y desprecio a la pobre herejía nazarena, escribían infames panegíricos, vulgares y triviales madrigales, sin notar que los esclavos, los pobres, todos los que trabajan y están sobrecargados, escuchaban la nueva de la redención. Tácito no comprendió al principio, y Plinio no entendió luego, lo que se producía delante de sus ojos" (A. I. Gertzen, Obras filosóficas escogidas. M., 1946 T. 1. pag. 196-197).

* * *

Los adversarios del cristianismo afirman, que Cristo no existió y que todo lo que se dice de Él — ¿es solo un mito? Pero un mito no puede surgir en un lapso tan corto, y menos aun cuando vivían los contemporáneos de aquella época cuando vivía el Fundador del cristianismo.

¿Que es el mito? Un mito — es una forma característica del mundo antiguo de describir las leyes de la naturaleza. Todo lo abstracto se concreta, las fuerzas de la naturaleza se personalizan. Como las leyes de la naturaleza son estables y eternas, los mismos mitos siempre se refieren a ciertos primordiales e indefinidos tiempos. El mito nunca es histórico. En ningún mito nunca hay datos históricos concretos. A nadie le vino nunca en la cabeza establecer la fecha de nacimiento de Mitra o de Osiris. Todo ocurría "hace tiempo," en la canosa antigüedad. Nadie sabe tampoco cuando se formaron estos mitos. Los Evangelios, en cambio, están escritos en los tiempos cuando ya florecía la ciencia histórica. En los Evangelios se indica la fecha exacta de nacimiento de Jesucristo y del comienzo de Su predicación.

Exponiendo alegóricamente la esencia de las leyes de la naturaleza, los mitos nunca llaman a nuevas formas de vida. Pero el Evangelio entró en el mundo como la predicación de una nueva forma de vida. En cambio, el Evangelio entró en el mundo como la prédica de nueva manera de vivir. El Evangelio comienza por la exigencia de cambiar los viejos puntos de vista, reevaluar todos los valores y comenzar la lucha con la injusticia. Por consiguiente, también en relación a esto el mito y el Evangelio son opuestos en su esencia.

En ninguna religión antigua encontramos nada semejante al Evangelio. Todos los mitos antiguos, que existían antes Cristo, solo explicaban la organización del mundo, y solo el Evangelio exigió su reconstrucción sobre los nuevos principios.

"El cristianismo, — escribe Gertzen, — se presenta completamente contrario al orden antiguo de las cosas; esto no es renunciación débil y parcial, sino una negación llena de poder, esperanza, sincera, implacable y segura de sí misma. El antagonismo de la visión cristiana hacia lo antiguo exigía no una reconstrucción, sino una recreación" (A. I. Gertzen. Obras filosóficas escogidas, T. 1. pag. 210-211).

Por fin, el cristianismo como un hecho religioso-popular y hasta social, de ninguna manera se puede parecer a un mito, ya que exige, antes que nada, la reorganización de la vida del mundo antiguo. Cualquier comparación del cristianismo con los mitos antiguos solo se puede considerar como la consecuencia de una completa ignorancia, o un intento consciente de dar un enfoque falso a todo el problema.

Como un fenómeno social-religioso, apareció en la primera mitad del primer siglo. No existían, ni existen datos de la existencia de cristianos antes de este tiempo. Pero en la mitad del primer siglo el cristianismo entra en el mundo como una fuerza real. Todo movimiento popular, sea revolucionario, religioso, o de cualquier otro tipo, no aparece sin un caudillo. Los cristianos declaraban abiertamente, que ellos eran seguidores de Jesucristo, Hombre que vivió en Judea y fue crucificado allí durante el gobierno de Tiberio y de su gobernador general Pilatos.

En los años cuarenta y cincuenta de nuestra era, o sea aproximadamente unos diez a quince años después de la crucifixión de Cristo, se comienza a hablar de los cristianos y pronto se inician las masivas persecuciones de los seguidores de la nueva religión.

El cristianismo de ninguna manera era un mito, sino una realidad, nacida a la vida en condiciones extremadamente trágicas. Y se puede afirmar, que ninguna personalidad de aquel tiempo fue atestiguada tan documentadamente, como la personalidad histórica de Jesucristo.

No se puede admitir psicológicamente, que en la mitad del primer siglo en Jerusalén, en Antioquía, en Roma y en otros lugares aparecieran comunidades de creyentes en Cristo, sobre Quien en realidad nadie supiera nada. En los Hechos se dice, que el nombre mismo "cristianos" surgió durante el gobierno del emperador Claudio y del rey de los judíos Herodes Agripa — o sea en los años cuarenta del primer siglo. Evidentemente, para este tiempo las comunidades cristianas ya tenían cierta notoriedad como unas ciertas formaciones sociales.

El tiempo cuando vivía Cristo y cuando se formó la Iglesia cristiana — no son los tiempos nebulosos de Homero. Es un tiempo, cuando vivían historiadores, filósofos, científicos. Inventar en aquellos tiempos una personalidad inexistente y ponerla como cabeza de una nueva religión sería simplemente imposible. Más aun sería increíble que a esta personalidad inventada la consideren como Salvador, hasta tal punto, que prefirieran ir a la muerte, antes de renegar de Él.

La existencia histórica de Cristo es atestiguada por una cadena viva de sucesión desde Sus discípulos, escogidos personalmente por Él, hasta los discípulos directos de estos, personas tan conocidas como Ignacio, obispo de Antioquía (56-102), Clemente, obispo de Roma (92-102), Papio de Jerópolis (murió aprox. en el año 165), Policarpo de Esmirna (69-155) y así siguiendo, hasta ya mundialmente conocidos escritores y estadistas del II siglo como Justino Filósofo, Irineo de Lyon, Tertuliano y otros. La continuidad de esta cadena viva — es la mejor demostración de que en el origen del cristianismo no hay nada mítico. Tanto la Personalidad del Fundador como Sus principales colaboradores — son figuras completamente históricas, que poseen sólidas coordenadas históricas.

Solo un hombre que nunca en su vida tuvo en sus manos estos verídicos libros puede creer el cuento absurdo que el Evangelio y los Hechos de los Apóstoles representan un mito. Todo aquel, que no quiera ser manipulado por los inescrupulosos autores de todo tipo de folletos antirreligiosos, que tome en sus manos estos libros y se convencerá de su veracidad.

 

El icono ortodoxo ruso.

En nuestros días se agudizó el interés hacia el arte religioso ruso: la escritura de iconos, la arquitectura de los templos, el canto religioso. Surgió la moda de llamar a esto como arte popular ruso de tal o cual siglo, explicando además, que ellos tienen valor por su belleza y su humanidad. Y eso es todo. De la esencia religiosa, si es que hablan, lo hacen como acerca de algo secundario.

Si quisiéramos entrar en un terreno puramente filosófico, antes que nada debemos recordar la famosa fórmula: "La forma es la construcción del contenido." Si lo quisiéramos decir con palabras más simples, entonces el arte es la expresión de una cierta idea. Sin la idea no existe el arte. Entonces es natural preguntar: ¿Cuál es la idea que generó nuestro arte religioso? ¿Cuál es la ideología que expresa? ¿Qué deseaban expresar en sus obras los creadores de esta belleza?

El ateísmo afirma, que la religión cristiana es una tenebrosa, misantrópica ideología, que ayuda al desarrollo y conservación de la institución de la esclavitud, que siembra la oscuridad y la ignorancia, que predica un dios inhumano, que oprime en el hombre todo lo luminoso. Y he aquí se levanta delante de nosotros el arte religioso como algo magnifico, luminoso, que afirma la vida. Así es como resulta el arte cristiano — una natural continuación de la idea cristiana.

El arte en los templos expresa la idea de una excepcional humanidad y la belleza de esta humanidad, precisamente de la misma manera como lo anuncia la Iglesia en sus dogmas.

¿¡Cuantas cosas malas se han hablado de los dogmas cristianos!? Se podía hablar lo que se quisiera, mientras nadie conocía nada acerca de estos dogmas. Y hasta hoy día casi nadie sabe algo acerca de ellos; quizá solo algo leído en la literatura antirreligiosa. Pero ahora los dogmas cristianos resultaron puestos en el centro de la atención. Es cierto, no en sus formulaciones verbales, sino en su forma representativa. Pues cada cristiano sabe, que un icono es el Nombre de Dios escrito con pinturas; que él es una representación no de cualquier cosa, sino precisamente de los dogmas cristianos. De otra manera él no será un icono.

La gente no creyente a veces dice que los artistas cristianos creaban sus obras en contra de los dogmas de la Iglesia y por eso ellos son hermosos. Pero una absurdidad así solo puede provocar risa. Pues no se puede reconocer como herejes a tales fieles hijos de la Iglesia como san Andrés Rublev u otros escritores de iconos semejantes a él, a constructores de templos famosos y también reconocidos y desconocidos compositores tanto de la Rusia antigua como de las épocas siguientes. Esta gente creaba precisamente para la Iglesia, solo conforme a la enseñanza de la Iglesia, de acuerdo a sus dogmas. Creaban porque tenían fe y amaban todo esto. Nuestros templos en su gran mayoría se construían con recursos populares: se recolectaban de a centavos aquellas grandes sumas que eran necesarias para su construcción. Los templos eran el único lugar de frecuentación popular, donde se reunía toda la gente ortodoxa para rezar en los días de festividad. Se creaban precisamente en el espíritu de la Ortodoxia, bajo la supervisión del clero, y junto con esto según los gustos religiosos y esperanzas del pueblo creyente.

El icono — no es simplemente una obra de arte. Él es la expresión representativa del dogma de la Iglesia. Suele suceder, que una imagen expresa mejor y mas rápidamente la esencia de alguna idea. Así es con las imaginas santas. Ellas presentan en una forma más accesible la esencia de los dogmas cristianos.

De paso hablaremos de la palabra "dogma." En nuestros días la palabra "dogma" frecuentemente se pronuncia en el sentido de algo frío, osificado, lejano de la vida que corre rápidamente. Esto es incorrecto. La palabra "dogma," que es difícil de traducir, en el entendimiento cristiano significa aproximadamente lo mismo que la palabra "ideal," "principio," "establecimiento," "comprensión verdadera." Los ideales superiores, principios y establecimientos fundamentales, las verdades básicas, ya por su misma esencia deben ser permanentes, inmutables, de otra manera ellos no serán verdaderos ideales, ni principios. En la Iglesia cristiana la palabra "dogma" se entiende en el sentido de verdad eterna. Por eso se debe entender que hablar de los dogmas como algo rígido, osificado, — significa simplemente no discernir ni entender nada en esta cuestión. Las verdades eternas son inmutables.

Los dogmas fundamentales, o lo que es lo mismo, las verdades de la religión cristiana, son el dogma acerca de la existencia de Dios — Creador de todo el mundo, el visible y el invisible, el dogma acerca del amante Padre de la humanidad, el dogma acerca de Dios, que salva a los hombres del pecado, del sufrimiento y de la muerte, el dogma de la unidad de Dios y del hombre, ya realizada en la Persona de Jesucristo — Dios Verdadero y Hombre Verdadero. Todas estas superiores verdades de la religión cristiana son también sus más elevados ideales, principios básicos y establecimientos de la enseñanza de la fe cristiana. Ellos no pueden ser cambiados. Sin ellos la religión cristiana dejaría de ser ella misma. Cualquier cambio de estos dogmas significaría la traición a todos los ideales de la religión cristiana.

Ahora volveremos al tema del icono como uno de los medios de expresión y explicación de los dogmas cristianos. Tomaremos para ejemplo al icono de Andrés Rublev "Trinidad," conocido por casi toda la gente culta, creyente o no creyente. Este icono explica el dogma mas difícil de asimilar para la interpretación humana acerca de la Triplicidad del Único Dios. ¿Qué es lo que vemos en la imagen santa? Es una expresión representativa del contenido fundamental de la actitud de Dios hacia el hombre — el imperecedero Consejo Divino acerca de la salvación del género humano. Entre las tres Hipóstasis Divinas hay como una silenciosa conversación. ¿Acerca de que? Acerca de la fuerza del amor al hombre, de la extrema necesidad de salvar a la gente del pecado, del sufrimiento y de la muerte.

Una de las tres Hipóstasis debe bajar a la tierra a los hombres. Descender y hacerse Hombre. Compartir con él todo su destino, su sufrimiento, su amargura. Y no solo el sufrimiento, sino todo el horror de una muerte trágica. En la mesa entre los que están reunidos hay un recipiente misterioso, en el cual yace un corderito para sacrificio (becerro). Esto — es símbolo del inminente sacrificio del Mismo Hijo de Dios, Quien debe descender a la tierra y allí ser sacrificado por aquellos a quienes desciende. Y Él, inclinando la cabeza con conformidad, mira al corderito como a un prototipo de los próximos sufrimientos redentores por el género humano. Apartándose de Su Gloria Divina, bajar hacia los sufrientes. Ser la víctima, y ser crucificado. Bajar a las tinieblas de la tumba. Y todo esto para que con Sus sufrimientos, con Su muerte —derrotar la muerte y el sufrimiento de la gente, crear nuevas formas de vida y elevar Consigo al Trono Celestial a Su amada creación — el hombre!

En el icono aparece no solo la enseñanza dogmática de la Iglesia acerca de la salvación. En este icono, excepcional e incomparable, aparece la fuerza de la fe en este dogma del mismo beato monje Andrés. Solo puede escribir con pinturas el Nombre de Dios aquel, que cree en este Nombre...

Involuntariamente surge la pregunta: ¿qué es lo que representó Rublev? ¿Existe realmente la Trinidad representada por él o todo esto es un engaño, un "opio" religioso? Si esto es un "opio," una ficción, un engaño, ¿entonces porque no aborrecemos la santa imagen? No se puede comprender porque durante las últimas décadas no le prestaban la más mínima atención, y de pronto nosotros empezamos a hablar de su belleza. Resulta, que antes directamente la negaban, como se negaban los dogmas cristianos en general. Se negaba el icono sin siquiera adentrarse, qué es lo que está representado en él. De forma semejante a como se negaban los dogmas cristianos sin tomarse el trabajo de averiguar, en que consiste su esencia. Ahora comenzaron a mirar el icono y ven que él presenta no solo una Gran Belleza, sino también una Gran Idea, aunque muchos todavía no se toman el trabajo de tratar de concebir, en que consiste la esencia del dogma cristiano de la Trinidad del Único Dios.

Entonces ¿qué es lo que esta representado en el icono? Si no hay Dios, no existe la Trinidad (para nosotros, pero no para el iconografo), ¿entonces, por consecuencia, hay que dar espaldas a este icono? ¡¿En efecto Rublev no pintó una conferencia humana?! Es claro, que lo que está representado no son hombres. Como fianza de esto vemos las alas de los Peregrinos, el recipiente con el Corderito del sacrificio y todo el místico aspecto del icono. La respuesta solo puede ser una — en el icono está representado el eterno amor de Dios hacia el hombre. Y no se puede infiltrar ningún otro sentido en este icono. El icono solo representa el dogma de la Iglesia, del cual habla el mismo Cristo en el Evangelio de Juan: "De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él crea, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a Su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo a través de Él" (Juan 3:16-17). Dios desciende al hombre, para elevar al hombre a Dios. Este es el sentido del icono. Con óleo es representada la imagen de aquello que la Iglesia enseña con la palabra.

Miremos otros iconos. Veamos con atención el Rostro de la Madre de Dios en el icono de san Vladimiro, en la profundidad de los ojos de la Virgen-Madre, de Quien nació en la tierra el Salvador del mundo. Veremos el amor maternal, no el ciego, sino el que prevé, que el amado Niño será entregado al ultraje y la crucifixión. Este icono — es la continuación del primero. La acción sucede ya en la tierra. Confrontan el amor de Dios Padre, que envía a Su Hijo a los sufrimientos terrenales con el amor de una Madre terrenal, que prevé el destino del Hijo. Aquí aparece otro dogma angular de la Iglesia cristiana — el dogma del Dios-Hombre, de la encarnación de Dios, de Su humanización.

En la imagen santa de la Madre de Dios con el Preteterno Niño, nacido de Ella, aparece la síntesis del amor Divino y el humano. Aquí ya se presentan los misterios de la unidad de la Divinidad y de la humanidad. Aquí se expresa el dogma acerca de que la Divinidad se unió con la humanidad sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación. Con eso mismo se justifica, se afirma todo lo verdaderamente humano. Se presenta un símbolo enorme, ya ahora puramente de amor humano, que responde al amor del Padre Celestial, del cual habla "Trinidad" de Rublev. Se presenta el símbolo del amor maternal que nunca muere como garantía de la eterna continuación del género humano a través de aquella "feminidad," de la cual tanto hablan ciertos poetas y filósofos. En el icono es como si se escuchara la secreta canción de la maternidad que nunca se apaga, que siempre sonará, mientras continúe la vida del hombre sobre la tierra. Aquí también está el símbolo de la humana ternura de la Madre y del Hijo. Y todo esto expresa la enseñanza de la Iglesia de Cristo.

Miremos con atención el antiguo icono "Descenso al infierno y Resurrección de Cristo." Cristo — Vencedor de la muerte — está en medio de las destruidas cadenas del infierno. Él saca del infierno en las personas de nuestros antecesores Adán y Eva a todo el género humano. ¡La humanidad es llamada a la vida Eterna! ¿Se puede encontrar algo que afirme la vida mas que este "dogma cristiano acerca de la Resurrección?"

 

* * * *** ***

Un icono es una obra de arte. Esto es comprensible para todos e indiscutible, en este sentido se lo puede examinar al mismo tiempo con otros trabajos artísticos.

Una estatua antigua. Un cuadro flamenco. Cualquier producción de este género encierra dentro de si alguna idea y exige una idea en respuesta. Precisamente ella se crea para ser mostrada y producir en el espectador un efecto visual, crear una impresión viva.

La cualidad específica del icono consiste en que él no exige solamente una respuesta mental, no solo una impresión viva. El icono de ninguna manera se creaba por los monjes-pintores de icono para ser mostrado, ni para la admiración de los juegos de colores o de los trazos, sino exclusivamente para servir de ayuda en la oración hacia Aquel, Que estaba representado en él. En esto está la diferencia radical con un cuadro, un cartel o un anuncio.

Un icono, privado de su directo designio para el cual fue creado, expuesto para ser mostrado, para ser examinado por gente, que no creen en Aquello, que está representado en él, naturalmente, pierde su sentido, su designio. Un icono se escribe para expresar la relación entre Dios y el hombre, él se convierte en algo así como una garantía de la realidad de esta relación, como si fuera un eslabón de comunicación. Sacar el icono de la atmósfera de oración — significa dejarlo sin sentido. Tomar un icono de un templo y colocarlo en un museo o convertir todo el templo en un museo — significa romper este objetivo fundamental, para el cual se escribió el icono y se construyó el templo. Convertir el icono — medio de la viva unión del hombre con su ideal religioso, en una exposición de museo — equivale a intentar matar el icono, convertir lo vivo en muerto. Para los museos se matan especialmente unos animales, que después se ponen en exposición. Pero estos son solo cadáveres. En ellos no hay vida, no hay movimiento. Esto es simple y claro y no necesita más explicación. La imagen santa, puesta como muestra, — es privada de vida, porque ya no representa el vivo eslabón en la vida del hombre, para lo cual ella fue creada. El icono está vivo solo en aquella atmósfera para la cual él fue designado.

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Este es el sentido de nuestros iconos cristianos y su significado. De eso mismo, de la eterna tendencia a elevarse, hablan nuestros templos ortodoxos. Este es un símbolo de una tendencia hacia todo lo superior, un llamado a un ilimitado perfeccionamiento.

La misma idea está presente en todos los cantos de la Iglesia cristiana. Y entre ellas hay una, la principal, la mas triunfal, — la canción de la Resurrección, acerca de la victoria sobre el sufrimiento y la muerte, el canto acerca de la vida Eterna e Inmortal en el Reino de Gloria. El canto acerca de todo lo que hablan todos nuestros iconos y la arquitectura de nuestros templos.

Así es el arte ortodoxo ruso. En realidad, la palabra "ruso" aquí se refiere, por supuesto, hacia la forma y no al contenido, porque el Evangelio esta dirigido a toda la humanidad. Pero nosotros, ortodoxos rusos, representamos esta idea con nuestra habilidad, con nuestro talento ruso. Tratad de imaginar todo este arte sin esa universalmente humana idea del Evangelio, al cual expresa. Esto será imposible. O simplemente será una calumnia, una gran mentira.

El arte religioso ortodoxo, fervientemente dogmático, pero junto con ello también fervorosamente popular no puede ser arrancado de aquella idea, que lo engendró. Existe para mostrar en sí la enorme belleza del Evangelio — la enseñanza de Cristo.

 

"El hombre! —

Esto suena soberbio."

Estas palabras, como es conocido, las pronuncia uno de los protagonistas de la obra de M. Gorki "En el fondo," el vagabundo y borrachín Satin. Es difícil adivinar porqué el autor de la pieza le encargó precisamente a él pronunciar estas palabras.

— Mira a través de la ventana, — continua Satin instruyendo a su contertulio, — todo, lo que tú ves allí, — lo ha creado el hombre.

Desde nuestro punto de vista, hubiera sido mas simple primero echar una ojeada alrededor, sin sacar la cabeza por la ventana. Todo lo que está alrededor: las paredes, el techo, el piso, y otras cosas así, — todo esto indudablemente lo creó el hombre. Verdades como esta habitualmente los padres se las transmiten a sus hijitos de cinco años, así que para nosotros, los adultos, esto ya no es un descubrimiento. Pero si siguiéramos el consejo de Satin y miráramos a través de la ventana, lo primero que caería en nuestro campo de visión sería el cielo, la tierra, los ríos, los árboles, las flores, los pájaros, y todo aquello que comprende la naturaleza. Y dentro del conjunto de este inabarcable ambiente veríamos también aquello que ha creado el hombre. Satin simplemente machaca sobre algo que a ellos les es incomprensible, cosa que para él no es difícil, por cuanto los que lo están escuchando — son vagamundos iguales a él. La comprensión filosófica de la naturaleza es absolutamente ajena a ellos, y ellos no pueden responder algo a su filósofo compañero de botella. Su visión social del mundo acerca del trabajo y la creatividad la conocemos del contenido de la pieza: el que trabaja, ese no tiene dinero; luego para tener dinero no hay que trabajar. Crear algo de lo que se ve por la ventana, ante tal concepto del trabajo, es por supuesto imposible.

El hombre — esto suena soberbio. En el marco de la realidad de los vagabundos estas palabras suenan de alguna manera, profanas. Dicho de paso, Satin — por naturaleza es un cínico y charlatán, y no se preocupa de alguna relación entre la vida y lo que dice. Y ni siquiera él se compenetra del sentido de estas palabras. El mismo dice que ama las palabras altisonantes. Él las busca afanosamente, las recoge de la calle, en alguna conversación casual. Su sentido no le importa. Él les dice con orgullo a sus amigotes, que hace poco escuchó una nueva palabra altisonante "¡trans-cen-dental!" ¡Suena grandioso! ¿Se entiende? No. Pero Satin no necesita entenderlo. Sabemos, que difícil es en nuestros días hablar desde la posición cristiana algo malo sobre un hombre, sin que cualquier ateísta trate allí mismo de culparnos de despreciar al hombre, de tener intenciones rebajar la dignidad humana. El ateísmo de nuestros días difunde el lema — "Por el hombre, en contra de Dios." Por eso no hablaremos nada malo acerca de las obras del hombre, sino, que por consejo de este mismo Satin, trataremos de mirar el mundo a través de la ventana, para encontrar algo acerca de lo que no haya necesidad de discutir. A través de la ventana podremos ver muchas cosas buenas. Pero prestemos atención a la "ventana del mundo" — el televisor. He aquí delante nuestro un filme patriótico "El fascismo común." El ejército fascista avanza sobre nuestra tierra, para inundarla de sangre. Los fascistas — son hombres. ¿Cuántos son? Muchos. Cada fascista — es un hombre. Un hombre — ¿en qué sentido? Del sentido de esta palabra vamos a hablar después. Ahora es importante el hecho de que el fascista — no es una fiera o una bestia, sino un hombre. ¡Un hombre! ¿Esto suena soberbio? Podemos repetir estas palabras, viendo aquello que miramos en la pantalla.

Posiblemente, deberemos hacer alguna corrección o alguna explicación a esta frase latina, sin lo cual ella en nuestra situación va a sonar simplemente ofensiva. ¿Pudiera ser, que el fascismo — haya sido solamente un episodio casual? Trataremos de tomar un ejemplo más amplio. El Militarismo. ¿Quiénes son los militaristas? ¿Cuantos son? Muchos. Tomaremos un ejemplo más extenso. La explotación del hombre por el hombre. Esta fórmula también se considera indiscutiblemente como de gran significación en las relaciones sociales. ¿Desde que épocas existe la explotación? ¿Cuantos son ellos, los explotadores? ¿Quiénes son ellos? Solo es indudable una cosa — cada uno de ellos es un hombre. Estos ejemplos hablan de voluminosas realidades sociales. Y aquí tenemos algo que podría ser menor por su magnitud pero no por su cantidad — homicidas, ladrones, violadores, estafadores, adúlteros, calumniadores, y simplemente los pequeños rateros. Cada uno de ellos — es un hombre. Pero ¿cómo queda la dignidad de la humanidad en cuanto a lo que se refiere a todo este personal?

"El hombre — esto suena orgulloso," dice Satin, instruyendo a sus amigos — habitantes del "fondo" de la comunidad. Pero entonces, ¿cómo es la cosa en realidad? ¿Cómo suena esta palabra — hombre?

En la Biblia se dice, que Dios creó al hombre a imagen Suya y a Su semejanza. Pensemos aunque sea un minuto acerca del sentido de estas palabras.

Imagen de Dios... ¿Qué puede haber mas elevado, que no sea esta comprensión? Dios, según la enseñanza cristiana — es la perfección absoluta. El hombre, el espíritu del hombre, sus cualidades espirituales — es la imagen de esta perfección. Imagen de Dios — esto es la cumbre de todas las posibilidades. El hombre es la imagen de Dios. Esta es la dignidad innata del hombre según nuestro entendimiento cristiano.

El hombre es creado a semejanza de Dios. Dios es Creador. Dios — esto es la superior voluntad básica, creadora de todo. El hombre es creado a Su semejanza. Significa, que desde la misma naturaleza le es dada la capacidad de asemejarse al Creador.

Leemos mas adelante los inmortales renglones bíblicos, que nos relatan acerca de la creación del hombre: Creó Dios al hombre a Su imagen, a imagen de Dios lo creó... y les dijo: fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla y señoread sobre ella... y sobre toda criatura terrenal... (Gen. 1:27-28).

¿Y que es lo que nos dice el sentido común religioso, presente en cada cristiano fiel, acerca de la dignidad humana? He aquí el clásico salmo de David: "¡Señor! Tu con gloria y Honor coronaste al hombre y lo pusiste... sobre las obras de Tus manos..." (Sal. 8:6-7).

Acerca de cómo enseña sobre el hombre el Fundador del cristianismo, no hablaremos por el momento. Que cada uno tome en sus manos el Evangelio y lo lea. Es suficiente solo decir que Dios en la persona de Cristo llama al hombre Su hermano menor y dice, que todo lo que se haga al hombre, sea malo o bueno, se valora como hecho a Él Mismo.

Así es el hombre, según el entendimiento cristiano en su ideal, o sea, en el plano que proyectó el Creador al crearlo. Así es nuestra comprensión cristiana de la dignidad, con la cual fue provisto el hombre por Dios.

Pero ¿qué es lo que es el hombre en realidad? La realidad la conocemos muy bien. Sabemos, cuanto hay de hermoso en el hombre y cuanto de malo. Si nos limitáramos ahora solamente al recuerdo del filme "El fascismo común," simplemente calumniaríamos al hombre. Pero, por otra parte, olvidar la existencia del mal sería una falsa beatitud tan rematada, que en nuestros días es inconcebible. A Satin es perdonable pero a nosotros — no. ¿Quién es el culpable, de que en la vida humana haya mucho mal? ¿Las condiciones? Pero ¿quien las creó? ¿Acaso en la vida personal y social del hombre el mal está programado con tal perentoriedad, que no se lo puede evitar? La naturaleza — ahora decimos a propósito "naturaleza" y no Dios, para que puedan razonar de igual manera el fiel y el no creyente, — la naturaleza, repetimos, no obliga a la gente de asfixiar el uno al otro. ¿Porque entonces en la vida de la humanidad hay tantos horrores? Se pueden señalar muchas causas, pero se las puede reunir a todas en una sola formula: el hombre por sí mismo corrompe su vida. Esto es una verdad que no puede ser sometida a duda. Y aquí nos acercamos a la enseñanza cristiana acerca del mal y del pecado.

El ateísmo, como se sabe, niega la noción del pecado. Pero como esto es una realidad que de todas formas no puede ser negada, el ateísmo habitualmente se desliza de esta cuestión hacia un lado y trata de ganar algo en su provecho: si el hombre es bueno, y el cristianismo enseña sobre su pecaminosidad, significa, que él degrada al hombre, y por tanto el cristianismo miente. Si el hombre es malo, pero el cristianismo enseña que él es imagen y semejanza de Dios, significa que es malo también su Original — Dios. Y si es así, entonces Él no existe. Significa, que de nuevo la enseñanza cristiana miente. O sea, hablando groseramente, no hay diferencia, de lo que es cara o cruz. Entonces en definitiva ¿cómo es la cosa según la enseñanza cristiana? ¿Que es el hombre y como suena esta palabra?

El hecho, que el hombre es creado a imagen de Dios, o sea, provisto por naturaleza realmente con dones Divinos, es una verdad indiscutible para el cristiano. Sea cual sea el hombre — bueno o malo, manso o feroz, él igualmente es un hombre. Él posee todos los atributos del hombre, y sea dicho de paso, siempre lleva ante la gente y ante Dios la responsabilidad por sus actos y por sí mismo. El hombre es un ser responsable, y nada, salvo alguna grave enfermedad espiritual que lo convierta en inculpable, lo libera de esta responsabilidad. Su raciocinio, sus sentimientos, su voluntad — todo esto es tan elevado y bello, que no podemos imaginar algo mas elevado en el mundo, que estos rasgos de la imagen Divina en el hombre.

El hecho, que el hombre posee la posibilidad de ser semejanza de Dios, también es una verdad indiscutible. Es suficiente de ver todas las grandes hazañas de la humanidad en el transcurso de la historia. Pero ¿acaso solo estos grandes hechos realiza el hombre? Nuevamente delante de nuestros ojos "El fascismo común." ¿Podían los hombres no haber hecho esto? ¿Podrían estos mismos hombres, solo razonando de otra forma, hacerse semejanza de Dios en la tierra, hacer y continuar aquella obra, que el Creador, comenzándola, encargó completar al hombre?

¿Es libre el hombre en sus decisiones? ¿Es responsable delante de Dios y de sus hermanos de sus actos — o solo es el producto de inevitables necesidades históricas? ¿Y con qué necesidad ineludible se puede explicar y justificar sus malas acciones? El hecho de que el hombre pervierte el plan de Dios acerca de él, es — una triste verdad, expresándolo en la lengua de la religión. En el idioma no religioso esto sonará casi de la misma manera — el hombre daña las normas biológicas y sociales, programadas por la naturaleza. De una forma o de la otra, el sentido es el mismo. El hombre introduce el mal. Es como si él echara a perder la obra creativa de Dios o de la naturaleza. En el lenguaje de la gente común el deterioro del trabajo se llama falla, clapa. En el idioma de la religión el deterioro en uno mismo de la imagen y semejanza de Dios se llama pecado.

Si hacemos el balance y en pocas palabras expresamos la enseñanza cristiana acerca del hombre, lo diremos así. El hombre es ideado por Dios sin pecado. Pero él no está atado por aquella exigencia inevitable, por la cual inconscientemente se mueve todo animal. Él debe realizar su programa conscientemente. Y si no lo realiza, significa que peca. ¿Que es lo que dicen con respecto a esto los ateístas, que niegan en su raíz cualquier noción del pecado? "El cristianismo denigra la dignidad humana con el concepto del pecado," — responden ellos (ver: Ciencia y Religión. 1967, Num. 6). Así, según el ateísmo, no es el pecado que rebaja al hombre, sino, ¡la noción del pecado! ¡Así es la lógica de los ateístas! La crítica de esta "lógica" la dejamos para los lectores.

Nuestra lógica es distinta. Nuevamente recalcaremos aquella inmutable verdad, de que el hombre, por su profunda natural esencia, es imagen de Dios, o sea, posee las superiores propiedades espirituales, aquellas de las cuales es capaz de asimilar del Creador su naturaleza humana. Aparte de esto, al hombre le es dada la posibilidad, la capacidad de ser semejanza de Dios en la naturaleza y en la comunidad. Pero como nosotros vemos, esta capacidad, en su enorme mayoría, no siempre la consuma, y siendo libre en sus decisiones, frecuentemente se asemeja no a Dios, sino a las bestias y a las fieras.

¿Puede él sacudir de sí esta faceta bestial, esta fiereza, semejanza de animal? El Evangelio contesta que si, que puede. El hombre puede ser salvado de esta semejanza a un animal. ¿Qué es necesario hacer, para salvar al hombre de este mal, que él se causa a sí mismo? Aquello, que es necesario hacer para su salvación, dice el Evangelio. Por ahora es importante solo establecer, que la idea de la salvación de la humanidad del pecado y del sufrimiento — es la posición fundamental de la enseñanza cristiana. El Evangelio enseña, que el hombre puede salvarse, que en lugar del "viejo" hombre puede renacer un hombre "nuevo." Precisamente en la fuerza de esta posición el Fundador de la religión cristiana — Jesucristo — se llama siempre Salvador de la humanidad.

 

Cristo es sepultado.

¿Puede Él resucitar?

Cristo es matado, es denigrado como ideal, sustraído de la actualidad como algo real. Cristo es olvidado y ocultado de la consciencia. Es sepultado y encerrado entre paredes en la oscura tumba del pasado. El acceso a la tumba es cegado con una roca, que no puede ser apartada por las fuerzas de un solo hombre. ¿Podrá Él resucitar?

Cristo, el hombre, que vivió hace casi dos mil años atrás, fue atrapado a traición y llevado a juicio. Lo entregó un discípulo por treinta monedas de plata. Lo juzgaron, lo infamaron, lo flagelaron, lo coronaron con corona de espinas. Al final, lo crucificaron. Él murió. Entonces lo sepultaron en un sepulcro de piedra y, para que nadie pudiera decir, que él resucitó, rodaron contra el sepulcro una gran roca. Y pusieron sobre esta roca un sello. Hasta pusieron custodia de soldados romanos delante de la tumba. Solo después pudieron tranquilizarse en la certeza, que nunca mas se escucharía Su voz en las calles y en las plazas. Voz, que daba ánimo a unos y desenmascaraba a otros, que daba calor a los pobres y amonestaba a los poderosos de este mundo.

Lo mataron, lo sepultaron, sellaron la tumba, taparon la entrada con una pesada roca. Después comenzaron a festejar.

No se levantará de la tumba este mentiroso, nunca nadie escuchará más Sus palabras acerca de un cierto reino espiritual del Padre Celestial. Aquí, y solo aquí, en la tierra, será nuestro glorioso reino, y no se cumplirán nunca las palabras del Soñador Galileo, que engañaba a la gente con un ilusorio Reino Celestial.

Mataron a Cristo. Pero antes de matarlo, lo juzgaron en juicio parcial, lo juzgaron y lo ultrajaron. Lo condenaron y, para que nadie escuchara algo mas acerca de Él, escondieron Su Evangelio en un oscuro sepulcro y lo taparon con una piedra, que no podría remover un hombre, si fuera solo a buscar a Cristo. Y sellaron el sepulcro con un sello, para que nunca nadie supiera, qué es lo que enseñaba Cristo, y para que nadie se atreviera a mover la piedra, pusieron custodia en la tumba.

Pero Él resucitó, este Maestro Galileo. Resucitó, porque el poder de la muerte no podía retenerlo. Resucitó en un nuevo, glorificado cuerpo. Y la piedra en la tumba ya no pudo ser impedimento en Su camino. Él pasó a través de la roca, dejando en el sepulcro las mortajas funerarias. Y ni siquiera los soldados vieron al Resucitado. Y solo después, cuando las pobres y llorosas mujeres llegaron al sepulcro, para ungir con aromas el cuerpo muerto del Maestro, y reflexionaban, diciendo: "¿Quién nos removerá la piedra de la entrada del sepulcro?" — solo entonces descendió del cielo un Ángel del Señor y removió la roca y todos los que estaban allí: las mujeres, y los guardias — vieron que la tumba ya estaba vacía.

Cristo resucitó y se les apareció a los discípulos. Unos creían en la posibilidad de la Resurrección, otros dudaban. Pero eran tan evidentes todas las apariciones del Resucitado, que al final muchos del pueblo creyeron, que verdaderamente resucitó Cristo. Entonces surgió a la existencia la Iglesia, que lleva Su nombre.

Dos mil años hace que existe la Iglesia de Cristo. Hace dos mil años que está delante de los hombres como el superior, impecable ideal de la personalidad humana, como garantía de la unidad del hombre con Dios, de la inmortalidad y la posibilidad de vida Eterna — como excelso sentido de la existencia, que da sentido a la vida de cada hombre separado, venido al mundo.

Desde los días de San Vladimiro, cuando Rusia se bautizó y derribó a los ídolos, y junto con ellos toda la inmundicia pagana — la oscuridad, el chamanismo, la poligamia y los sacrificios humanos, y hasta días no muy lejanos, Cristo estaba delante de nosotros como ideal de perfección de la personalidad humana, amor, mansedumbre y castidad, justicia y amor a la humanidad, de la verdad y de la belleza espiritual.

Cuando un poderoso ofendía al débil, le decían: "¡Pero ten temor de Cristo!" Cuando el débil pedía ayuda, exclamaba: "¡Ayúdame, por el nombre de Cristo!" Cuando los padres despedían a sus hijos a un largo camino, decían: "¡Que Cristo te guarde!" Cuando una madre arrullaba a un niño, le susurraba: "Duerme, Cristo esta contigo."

Cristo estaba siempre en el alma humana como el más cercano, el más familiar, el más amoroso, el más justo. El hombre común nunca podría contestar a la pregunta dónde estaba Cristo — en el cielo o en la tierra, porque resultaba que cuando Cristo está en el alma, el cielo descendía a la tierra.

Cristo era el ideal no solo del pueblo simple. Cristo era honrado, respetado y amado, a Cristo le cantaban, acerca de Él enseñaban todos nuestros mejores hombres rusos. Los escritores, comenzando con Lomonosov, — nos dejaron profundos pensamientos acerca de la unidad de la fe cristiana y la ciencia humana. Otros, como Tchaikovsky, Rachmaninov — compusieron hermosas partituras musicales para los oficios Divinos, que se celebraban en Su nombre, los terceros — los pintores: Kramskoi, Polenov, Repin, Nesterov y muchos otros — dieron los mejores arrebatos de su alma, para sellar en el lienzo Su imagen. Y no hablamos ahora de aquellos que consagraron toda su vida a la predicación del Evangelio, quedando ellos mismos fuera de la órbita de la gloria humana. Multitud de devotos, a los que no se los puede enumerar, no solo ascetas, sino también gente simple, gente común, que llevaban la hazaña de la vida en el círculo de la familia y que soportaban amarguras solo para prestar amor a sus cercanos en el nombre de Cristo, — toda su multitud confirmaba con sus vidas, cuán vivas eran Sus palabras, cómo Su palabra sana las heridas del alma, afirma los lazos familiares, resucita a los que están pereciendo espiritualmente.

Cristo era amado. A Él le rezaban, pero amándolo, también temían. Porque sabían que Él es el insobornable juez del alma humana. Acaso no fue Él quien anunció que vendrá el día en el cual Él vendrá con gloria a juzgar a los vivos y a los muertos. Se sentará en el trono de Su gloria y vendrán a Él a juicio todas las naciones. Y Su juicio será para todos igual: lo que habéis hecho a mis hermanos me lo habéis hecho a Mí (Mat. 25:40).

Lo que hayas hecho a tu prójimo — es lo mismo que le hiciste al Mismo Cristo. Si has vestido al desnudo, o si por el contrario le has quitado la ropa al pobre; si has dado de comer a tu prójimo, o le has quitado un pedazo de pan de su mano, o, aunque sea, hayas pasado indiferentemente delante del hambriento, del sufriente, del enfermo, todo esto se lo has hecho a Él, como lo dijo cuando andaba entre la gente. Así lo anunció, y así juzgará: Todo, lo que habéis hecho... a uno de estos Mis hermanos menores me lo habéis hecho a Mí (Mat. 25:40). Será terrible para todos aquellos, que oyendo esta voz, que proviene del que está sentado en el Trono, comprenderán que en la persona de cualquier hombre aportaron ofensa al Mismo Cristo — Juez de todos los vivos y los muertos.

Durante mil años Cristo fue nuestro ideal, luminoso, hermoso, llamando a la verdad, a la bondad y a la belleza; ideal que daba sentido a nuestra existencia, sentido a nuestra corta vida humana. Todos sabían, que Él le dio al mundo un mandamiento nuevo: "Amaos los unos a los otros... No hay amor mas grande, que el del que pone su alma por sus amigos" (Juan 13:34; 15:13). Y todos sabían, que efectivamente no existe nadie en el mundo, que pudiera dar algún otro mandamiento más bello. En el nombre de Cristo se afirmaban las familias. En el nombre de Cristo se introducía la semilla del bien en el alma del niño. Con el nombre de Cristo ayudaban al prójimo. En el pueblo siempre estaba presente la frase: "Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo" (Gal. 6:2). Pero ahora, como ideal, Cristo está muerto; toda Su anunciación es declarada invento. En su tiempo los judíos que habían crucificado a Cristo lo llamaban mentiroso, engañador. Ahora no solo Su enseñanza, sino que Él Mismo es llamado un engaño, porque... Él no existió en absoluto. "El mito de Cristo," "La fábula de Cristo," "Cristo — es un invento de una fantasía enferma" — He aquí lo que escuchamos ahora acerca de Cristo. A Cristo como ideal lo mataron, en forma semejante a como dos mil años atrás mataron al real Cristo Dios-hombre.

Mataron a Cristo. ¿Acaso esto es posible? ¿Acaso se puede matar en el alma humana su mejor ideal? Si, se puede. A Cristo lo han matado y muchos piensan que Él ya nunca más resucitará. Pero la fuerza de Cristo está en que Él guarda en Sí Mismo la naturaleza de la Divinidad, y la Divinidad es inmortal.

El hombre es creado a imagen y semejanza de Dios. En esto está todo el misterio acerca del hombre. El que lo creó tomó un puñado de tierra y sopló en su rostro Su Divino aliento. Y con esto el hombre es vivo. Con esto él se diferencia de otras criaturas terrenales. La imagen de Dios en el hombre se puede entenebrecer, pero todo, en lo que se reflejó el rayo de la Divinidad, resucitará al fin de cuentas a la vida Eterna. La imagen de Cristo como ideal es puesta en el alma del hombre durante su creación. Y esta imagen no se puede matar totalmente. Es imposible matar para siempre el mandamiento fundamental de Cristo: "Amaos los unos a los otros... No hay amor mas grande que este, que uno ponga su vida por sus amigos" (Juan 13:34; 15:13).

Mataron a Cristo y pusieron en la entrada una pesada piedra.

En el amanecer del tercer día las mujeres caminaban hacia Su sepulcro, dudando y preguntándose una a otra: "¿Quién nos removerá la piedra de la entrada del sepulcro?" (Mar. 16:3).

Cuando ellas llegaron, vieron esta piedra ya removida, pero Cristo no estaba en la tumba funeraria. En el Evangelio se dice, que un Ángel removió esta piedra de la entrada al sepulcro no para Cristo, Quien ya no estaba allí, sino para estas mujeres, que lo buscaban, para que ellas pudieran convencerse, que Él ya no estaba allí, para que comprendieran, que para el Vencedor de la muerte no hay obstáculos ni impedimentos.

Esta piedra está sobre nuestra alma, desde que nosotros sepultamos a Cristo.

Habitualmente no comprendemos en su totalidad, el valor de los dones espirituales de los que nos privamos cuando renunciamos a Cristo, tanto como Dios, y también como ideal de nuestra vida humana. No comprendemos de una sola vez y en su totalidad, qué es lo que muere dentro nuestro, cuando sepultamos a Cristo en nuestra alma.

¿Quién removerá de nuestra alma la pesada piedra, quien vivificará nuestras almas petrificadas?

Cristo, Dios-Hombre, a Quien injustamente condenaron y mataron hace dos mil años, resucitó de los muertos con la gloria del Padre Celestial y pasó a través de la piedra del sepulcro, y se presentó a la gente, y fundó Su Iglesia, la que consiguió con Su Sangre.

Cristo, como ideal de la personalidad humana, no puede ser matado para siempre. El hombre es creado tal, que él debe llevar dentro de sí el ideal, el cual es precisamente la imagen de Cristo. A Cristo se lo puede matar en el alma del hombre solo durante un cierto tiempo, pero no se lo puede matar para siempre, porque si se lo matara para siempre, esto sería la muerte eterna...

Creemos, que nuevamente resucitará Cristo en el alma del hombre — Cristo, Verdadero Dios nuestro, nuestro ideal de amor mutuo, bondad, verdad, belleza en la vida terrenal; ideal y garantía de vida Eterna, sentido de nuestra existencia y gloria nuestra en el Reino del Padre Celestial.

Lo cristiano

y lo de la humanidad.

Las verdades, anunciadas por el Evangelio, son tan profundas y magníficas, que discutirlas se ha hecho imposible. Por eso ya no intentan objetar contra ellas, sino que aprovechando que el Evangelio es inaccesible para su lectura, tratan de desviarlos del Evangelio y declaran que estas verdades no son específicas del cristianismo, sino que ya son conocidas desde hace mucho y que ellas son algo, que se compuso durante el transcurso de la historia, y por eso mismo representan valores universalmente humanos.

¿Que podemos decir acerca de esto? En primer lugar, declarando las verdades cristianas como de toda la humanidad, con eso mismo constatan su auténtico y permanente valor. Pero la cuestión principal no está en esto.

Todavía no hace mucho tiempo se consideraba, que las verdades universalmente humanas no existen, que el entendimiento de la verdad es un producto de la época, de la organización social y etc. Pero si esto es así, ¿cuándo y por quién entonces por primera vez fueron proclamadas esas verdades, que ahora se llaman universalmente humanas? No se puede ocultar el facto, que ellas fueron proclamadas por primera vez por Jesucristo, y que la entrada de ellas en el mundo sucedió a través de un difícil y sacrificado camino. La moral del mundo antiguo no las recibía. El cristianismo con todos sus mandamientos fue declarado religión dañina e inadmisible, para la cual no había lugar en el imperio romano. El cristianismo obtuvo la victoria porque todo el curso del desarrollo histórico, o más correctamente diremos — desarrollo espiritual, de la humanidad estaba dirigido a que estas verdades fueran aceptadas. El cristianismo venció, y con eso mismo las verdades, que antes eran específicas del cristianismo, se hicieron verdades de toda la humanidad.

Esto pasó porque el Evangelio contestó a todas las preguntas fundamentales del alma humana, no de algún alma aislada, sino, de las demandas espirituales de la humanidad entera.

Aquel, que creó al hombre de acuerdo a Su imagen y a Su semejanza, Ese puso en el alma del hombre la aspiración de hacerse semejante a Él, introduciendo en ella la tendencia hacia su Prima-Imagen. Por eso las palabras de Dios-Hombre Cristo resonaron como algo familiar y potencialmente conocido, como algo que ya era familiar al hombre, pero que hasta ahora era solo vagamente presentido por él. Es como si Aquel, Que creó al hombre según Su imagen y semejanza, hubiera puesto en el alma del hombre un cierto programa, según el cual este normalmente debe crecer. Este programa es lo que anunció el Evangelio.

Es por eso que no se puede contraponer o confrontar la comprensión cristiana y la universalmente humana, y ni siquiera distinguirlas. Sin embargo, siendo idénticos por esencia, lo cristiano y lo universalmente humano no entraron en la vida repentinamente. Primero fue proclamado por Cristo Su Evangelio, y después fue recibido por la humanidad. Aquello, que ahora llaman de toda la humanidad, surgió de aquello, que antes se llamaba solo cristiano.

"El alma del hombre es cristiana por naturaleza" — este breve aforismo responde perfectamente a la cuestión de la verdadera relación mutua entre lo cristiano y lo universalmente humano.

El problema del mal.

Es frecuente que a los cristianos les hagan la pregunta: si el mal existe y Dios ve todo esto y lo permite, entonces ¿qué clase de Dios es este? Una pregunta así es completamente natural para aquellos que no se toman el trabajo de pensar, aunque sea un poco, sobre de la naturaleza de la existencia. Ella es análoga a una serie de conocidas preguntas habituales: en cierta familia hay mucho mal — ¿hacia donde mira el padre? En un gobierno hay mucho mal — ¿hacia donde miran los gobernantes? Sin embargo es claro para todos, que suele no ser tan simple erradicar el mal en una familia o en una comunidad. Tanto los hijos, como los ciudadanos suelen ser libertinos y malos, y con la sola prohibición o hasta la aniquilación de los malos no se alcanzan los resultados deseados. Se necesita educación y paciencia. Pero cuando la cuestión es acerca de Dios, enseguida declaran: ¿porque Dios hasta ahora soporta el mal?

Se puede prever la respuesta: tanto los padres como los gobernantes no son todopoderosos, por eso ellos deben emplear muchos esfuerzos para detener el mal y no siempre pueden tener un éxito completo, pero Dios es todopoderoso. A Él no le cuesta nada, con solo mandarlo, detener el mal. Solo pueden hablar así aquellos que ven esta cuestión, digamos, desde una sola perspectiva, no teniendo en realidad ninguna noción de la esencia de la religión cristiana, de su enseñanza acerca de Dios y acerca del hombre, olvidando lo que es la personalidad humana y la libertad del hombre, y sin profundizar en la pregunta: qué es el bien y qué es el mal.

Aquellos, que reprochan a Dios, que entre la gente existe el mal, frecuentemente ven al mal muy superficialmente y ven solo sus gruesas y amplias manifestaciones, como, por ejemplo, las guerras o la esclavitud del hombre por el hombre. En la realidad el mal es mucho más amplio. Él nace dentro del alma del hombre, y por eso frecuentemente penetra en todas las relaciones humanas, hasta las particulares, las mas personales e íntimas. Desde allí, desde los escondrijos del alma de aquellos, que odian el bien, se levantan olas de maldad y, multiplicándose, generan los grandes delitos históricos, por los cuales habitualmente reprochan a Dios.

La pregunta es: ¿que es, según la opinión de los críticos, lo que debe hacer Dios para detener el mal? ¿Debe Él Mismo, en su raíz, aniquilar cualquier maligno pensamiento en el alma humana en su mismo embrión o entrometerse solo cuando el mal se convierta en algún enorme delito? Pensemos un poquito, ¿en qué se convertiría el hombre, si no estuviera en condiciones de pensar algo ni desear nada en forma autónoma, y que Dios lo obligue a todo deseo y a todo pensamiento? ¿En que se convertiría un hombre así, privado de libre pensamiento, de libre deseo y forzado a ser virtuoso obligadamente? Esto ya no sería un hombre, sino algo más débil que un animal, sería un muñeco mecánico. Dios no quita al hombre su libertad, no paraliza su voluntad, ni siquiera la mala, sino que enseña a la gente cómo deben ellos mismos establecer en la tierra una vida justa y recta. El Evangelio es la prédica del amor, y no de la violencia. Y es a la gente a quien le toca decidir por si mismos en que casos ellos deben pasar del convencimiento a la coacción, si se encuentran entre ellos tales, que se levantan en contra de la enseñanza sobre el amor fraternal, que les dio Cristo como mandamiento.

Se puede hablar mucho, acerca de cuan provechosa es la violencia para cortar el mal en la vida de la comunidad. En nuestra realidad no se puede desarrollar una regla tal, que hubiera sido verdaderamente buena en cualquier época y ante cualquier circunstancia. Es imposible cortar el mal violentamente, si este nace en la profundidad del corazón humano.

Explicaremos esto por analogía con una familia. El padre puede convencer al hijo y obligarlo a proceder de una forma o de otra, pero no puede obligarlo a pensar o desear de la manera que quiere. La consciencia humana es algo libre por su esencia. Se doblega a la influencia, y al convencimiento, pero puede también no recibir ni lo uno ni lo otro. El hombre puede en cualquier circunstancia quedarse tal como desea. Se puede por la fuerza cortar su accionar, pero no hay fuerza, que actúe mecánicamente sobre su consciencia. Quien quiera meditar seriamente sobre esta cuestión, entenderá, que la humanidad tiene todas las posibilidades de eliminar por su buena voluntad tales grandes males, como la guerra o la explotación. Mucho mas difícil es desterrar el mal diseminado por todas partes, que trasluce en las relaciones personales entre la gente.

Dios dio la vida a la gente, y este es un enorme bien. La gente puede aprovechar este bien, y también pueden destruirse a sí mismos. Dios puso al hombre por señor de la tierra, y la humanidad puede, si quisiera, eliminar el mal. El Evangelio enseña cómo por la vía del convencimiento y del ejemplo personal, sin privar al hombre de la libertad, desarraigar el mal desde las profundidades del alma.

 

"¿Tuvo éxito" el cristianismo?

El cristianismo no triunfó... no abarcó a todo el mundo — significa entonces que es infructuoso. Él no libró a la humanidad de sus sufrimientos, a pesar de que hace ya dos mil años que predica acerca del amor — significa, que es inútil. Dos pesadas acusaciones. Ambas solo pueden proceder de aquellos que desconocen completamente la esencia de la enseñanza cristiana o que intencionalmente tratan de inducir al error a los que no saben. Los que inculpan, seguramente, imaginan al cristianismo como un intento de establecer algo así como un imperio eclesiástico mundial, donde todos están obligados a profesar aquello que enseña la Iglesia. El concepto de "Iglesia" en este caso se identifica con el concepto de un gobierno mundial.

Un poco de historia. Los imperios mundiales, los que conocemos, no resultaron. Todos ellos, creándose, pronto se disolvían, porque se fundaban sobre la violencia. En el medioevo los papas romanos también se proponían como objetivo crear por la fuerza una Iglesia mundial, a semejanza de la mundial soberanía romana, y no hay nada sorprendente en el hecho de que sus intentos soportaron el fracaso. No solo porque fundar la Iglesia por la fuerza es imposible, sino también porque la Iglesia no es un estado y su naturaleza es completamente distinta.

La predicación del Evangelio es un llamado, pero en ningún caso un forzamiento. Es un llamado, que implica simplemente una libre conformidad. Si alguien quiere seguirme, — dice Cristo. Si, solo si uno quiere. Y si alguien deseare recibir Su enseñanza — ¿entonces que? Entonces — niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame ( Mat. 16:24). Juzgad por vosotros mismos: ¿se puede construir algo coactivo, universalmente obligatorio, sobre un fundamento como este? No todos querrán, llevando su cruz, seguir a Cristo hasta el Gólgota.

El Fundador de la religión cristiana sabía perfectamente, que no todos lo seguirían. Pero sabía también, que muchos, o sea, los mejores, lo harían. Esto lo sabía bien. Y entonces Él dio a Sus discípulos el mandamiento de recorrer el mundo con la prédica del Evangelio y decir una cosa en todos partes: si alguien quiere ir en pos de Cristo, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz y que Lo siga. Ve y siembra Su enseñanza. Y ella consiste en reapreciar toda la vida, en la prédica del amor, la hermandad mundial de la humanidad, el reconocimiento absoluto de la dignidad de la personalidad humana, en el reconocimiento que solo la vida Eterna da sentido a nuestra corta vida terrenal, que el sentido de cada vida humana individual solo consiste en encontrar el sentido cósmico común y unirse a él. Todo viene de Dios como de un Padre universal y todo vuelve a Él. Todos los hombres deben ser hermanos, y para lograr aniquilar el mal, con esfuerzos comunes salir a la lucha contra él, y esta lucha contra el mal precisamente es la cruz personal de cada cristiano.

Ahora juzgad vosotros mismos: ¿puede ser impuesta tal enseñanza por la fuerza a toda la gente sin excepción? ¿Se podría acaso formar un ejército de luchadores por la libertad evangélica de un batallón obligatorio, donde te enrolarán, lo quieras o no lo quieras?

El llamado Evangélico resonó por todo el mundo. Significa, que la meta establecida por el Fundador del cristianismo, fue alcanzada. A él respondieron todos aquellos, que en la lengua del Evangelio se llaman hombres de buena voluntad. Significa que esta meta también fue alcanzada. ¿Qué es lo que lo que consiguieron efectivamente en la tierra los hombres de buena voluntad, que componen a la Iglesia cristiana? Se puede hablar mucho acerca de esto. Durante todo el transcurso de la historia el cristianismo tuvo muchos enemigos, que intentaban destruir la obra, que implantó Cristo a través de Sus discípulos. Desde los tiempos de Jesús toda la historia de la humanidad es en esencia la lucha entre el bien y el mal. ¿Que alcanzó Cristo en esta lucha? Es suficiente comparar la moral del mundo antiguo y la del nuevo. Es suficiente comparar la comprensión de la dignidad humana antes de la predicación del Evangelio y después de ella. Por supuesto, se puede argumentar: ¿acaso siempre aquellos que se llamaban a sí mismos cristianos, realmente llevaban su cruz, concretando en la tierra la enseñanza evangélica? ¡Por supuesto que no! Algunos de ellos, llamándose a sí mismos discípulos de Cristo, en el hecho servían a Sus enemigos. Y aquí no deberíamos sorprendernos, por cuanto esto es historia habitual. Entre los profesantes de cada enseñanza hay gente, que miente, que encubriéndose con buenas palabras, miran solo sus intereses personales. Pero no son los tales los que hacen la historia. Y si miramos, qué es lo que creó la enseñanza cristiana durante dos mil años, es indudable: todo lo mejor que posee la humanidad, fue creado precisamente gracias a ella. La superior y más humanitaria moral es la moral cristiana. Nadie dio todavía algo mas elevado, que pudiera suplantar al mandamiento de Cristo acerca del amor entre la gente, de la dignidad humana, acerca de que cada hombre es un hermano menor de Cristo y todo lo que hayas hecho al hermano, bueno o malo es lo mismo que si se lo hubieras hecho al mismo Cristo. Las palabras de Jesucristo diciendo que no hay mayor amor que el del que da su alma por sus amigos, quedaron para siempre y para todos como ideales del heroísmo superior.

El cristianismo se arraigó sólidamente en todos los países adelantados. Él, precisamente él dio aquella ideología progresista, la que a su tiempo sirvió como fundamento para la creación de la cultura humana universal. Es suficiente comparar la cultura de las naciones cristianas y las no cristianas, para decidir la cuestión acerca de que es lo que dio el cristianismo. Con eso mismo el cristianismo tuvo éxito no solo en su sentido directo, o sea el dominio de lo puramente religioso, sino también resultó exitoso en la parte de la creación de los grandes valores humanos universales.

¿El cristianismo no resultó? ¡No! ¡El cristianismo resultó! Cristo nunca puso como objetivo la creación de una cierta organización, y con objetivos puramente imperiales obligar a la obediencia a todo el mundo. Él creó Su Reino, llamado por Él Reino de Dios, pero este no tiene, como Él mismo dijo, fronteras exteriores, porque se encuentra dentro del corazón humano. "Mi Reino no es de este mundo," declaró Él al representante del reino terrenal que lo estaba juzgando, Poncio Pilatos (Juan 18:36). Este reino, en el nombre del cual Pilatos condenó a muerte a Cristo, pronto cayó, pero el invisible Reino de Cristo espiritualizó la vida de la humanidad para todos los siglos siguientes. Existe hasta en estos días.

Si alguien quiere seguirme... Aquellos, que siguen a Cristo, son los que componen Su Reino, llamado Iglesia, independientemente de cuantos de sus miembros oficiales tengan en sus almas este Reino.

El relato Evangélico comienza con una comparación figurada, comprensible para toda la gente, — la imagen de un Hombre que tiene en sus manos una pala con la que se ventila el trigo. El trigo queda, la cáscara se va volando. La misión histórica del cristianismo — es separar el grano del salvado. Recogerá Su trigo en el granero, y quemará la paja en fuego que nunca se apagará, — dice el Evangelio (Mat. 3:12). Cuanto grano ha juntado Cristo durante dos mil años y cuanta cáscara fue ventilada — únicamente lo sabe Él solo. Nosotros creemos en la humanidad, creemos que se ha juntado mucho grano. Y si es así — significa que Cristo alcanzó Su objetivo. ¡El cristianismo resultó!

 

La racionalidad de la naturaleza.

Parece que hace no mucho tiempo que se consideraba posible negar la existencia de la racionalidad en la naturaleza. Decían, que hasta el proceso de perfeccionamiento, o sea de la evolución, sucede solo por la fuerza de situaciones casuales y de la selección natural, ciega por su esencia. En nuestros días de turbulento desarrollo de las ciencias hablar de la ausencia de la racionalidad en la constitución de todo lo que vemos, es simplemente imposible. Los descubrimientos científicos diariamente presentan nuevas noticias acerca de la muy complicada construcción de cada objeto natural estudiado... Nos maravillamos de la excepcional inteligencia de la constitución del átomo, o de cualquier organismo, o de los procesos cósmicos. Y ya se nos presenta difícil hablar de que es lo mas "bien-pensado" o "mejor ideado," si las galaxias y las nebulosas o aquellos organismos, que no se sabe porque todavía siguen llamándose simples, aunque su construcción es de forma muy complicada. Alrededor, resulta, que todo está exactamente calculado, y de una manera tal que todo colabora al desarrollo, al perfeccionamiento, y se ve claramente, que la finalidad del desarrollo es la vida, y, por fin, en el medio de las incontables riquezas de estas formas de vida — está el hombre. Es como si todo sirviera a una misma finalidad: tanto la extraña inclinación de la órbita de la Tierra en relación al plano de su rotación alrededor del sol, en razón de lo cual resulta la regulación del calor y el cambio de las estaciones del año, y la sorprendente excepción del agua de la ley física de la contracción ante el enfriamiento, sin lo cual se detendría la vida sobre la tierra, y el maravilloso instinto de los seres vivos, que es completamente inexplicable, pero excepcionalmente sabio, y otras cosas no menos maravillosas, de las cuales no podemos comprender su procedencia, — todo sirve para un mismo objetivo: para que al final de cuentas aparezca sobre la Tierra el hombre como culminación de todo lo existente.

En nuestro sistema Solar todo está calculado de manera que el más mínimo cambio significaría una catástrofe para la vida en la Tierra. Es suficiente solo imaginar algún cambio en el recientemente descubierto cinturón electromagnético sobre la atmósfera, que defiende a la Tierra de los dañinos rayos ultravioleta del Sol y que deja pasar exactamente solo lo que es necesario para el sostenimiento de la vida, o siquiera el cambio de solamente 10-20 grados de temperatura sobre la superficie terrestre, cambio que sería insignificante en la magnitudes generales de la temperatura cósmica, pero sería fatal para la vida de los organismos superiores, para comprender toda la utilidad de la organización general del Universo. La ciencia cada día habla en voz más alta de la racionalidad de la estructura de cada fenómeno y solo es como si tuviera miedo de pronunciar su última palabra acerca de la general armonía y racionalidad. Pero ya se ha vuelto imposible hablar que todo lo particular es inteligente, pero lo entero no tiene sentido general. La racionalidad de todo el cosmos y la aparición del fenómeno superior en él — el hombre — es ya ahora una verdad tal, que es imposible negar.

 

El sentido de la vida.

La principal ley establecida en el mundo — es el desarrollo, la elevación de lo primitivo hacia lo mas complejo, perfeccionado. En esta escalera de elevación la vida se presenta como la más perfecta forma de movimiento. Entre todas las formas de vida la más perfeccionada es el pensamiento. En el torrente del tiempo la vida se espiritualiza más y más. La vida — es como la cúspide del movimiento. El pensamiento — es como el pico, la cumbre de la vida. Tanto el movimiento en general, como la vida entre todas las formas de movimiento, y el pensamiento entre todas las formas de vida — todo esto ésta en una cierta tendencia infinita al perfeccionamiento, siempre como en un estado de presión, la tendencia a superar lo existente ya alcanzado.

Ahora preguntamos: ¿cuál entonces es el sentido de todo este torrente de vida, que culmina en el hombre? Si el hombre, que es el ser que culmina el proceso de la evolución cósmica — después de algunos años de su existencia muere, o sea se descompone en sus elementos básicos, vuelve al polvo, del cual con tanto trabajo fue levantado, entonces toda la evolución resulta sin ningún sentido. Si el organismo del hombre, compuesto de átomos, agrupados en moléculas y polímeros, y después en células y en sus siguientes complejas uniones, se descompone en polvo, es natural preguntar: ¿entonces que será de aquello que nosotros llamábamos personalidad del hombre? ¿Se descompone en polvo su "yo?" ¿O puede ser que ni siquiera se puede preguntar acerca de esto, porque este misterioso "yo" no está compuesto de alguna cosa material? Pero si aparte de la materia no hay nada mas y no puede haberlo, significa, que en esencia este "yo" no existe, y el destino del hombre no es distinto que el destino de cualquier forma animal preliminar, que sirvió como escalón para la aparición del hombre. Y si es así, ¿entonces cual es el sentido de toda la evolución, para que todo su proceso?

El principio de la evolución — es el ininterrumpido perfeccionamiento — de pronto pierde su sentido, si aquello a lo cual ella tendía, igual se dirige a la inexistencia. ¿Cuál entonces es el objetivo definitivo al cual se precipita la humanidad, y, por consiguiente, todo el cosmos como aquel medio, en el cual creció esta flor de la existencia? ¿Dónde está el pico de la consciencia humana? ¿Dónde se encuentra ese punto o esa esfera, hacia donde se dirige el torrente, que se lleva consigo las vidas humanas? ¿Dónde y en que está aquel sentido, hacia el cual tiende el pensamiento humano? ¿Donde está aquella Existencia Perfecta, que se presenta simultáneamente Fuente y Consumación de toda la vida. El alfa y el omega de la existencia?

La historia — es un proceso muy prolongado, en el cual la voluntad de cada personalidad individual de alguna forma se conjuga mas o menos armónicamente con la voluntad de la mayoría, y sigue conforme a las leyes estadísticas, la presencia de las cuales conocemos, o mas bien dicho, adivinamos, pero la esencia de ellas no la conocemos ni sabemos auténticamente las razones de su existencia.

A nosotros no está dado de conocer nuestro destino, no podemos saber cuál va a ser nuestra vida dentro de unos pocos días. Soñamos acerca del futuro, acerca de grandezas, de felicidad, de prosperidad... Los sueños pasarán a ser realidad solo en el caso de que coincidan con el objetivo ya previamente trazado en el curso de la historia, que está potencialmente codificado, tanto en la existencia humana universal como en cada célula del organismo del hombre. Las leyes estadísticas nos arrastran allí, donde nuestra vista todavía no penetró. ¿Sabremos nosotros descifrar este código, este sentido de la historia previamente trazado? Esta — es la pregunta de las preguntas.

Una de los dos: o el proceso mundial no tiene ningún sentido, o lo tiene, y entonces este sentido debe ser grande y eterno. Si hay un sentido de la existencia, él debe ser una fuerza triunfadora, debe someter a sí misma todo el proceso, dirigirlo de tal forma que, saliendo por fin de las cadenas de las formas intermedias, crear algo perfecto, capaz de ser eterno...

Si todo movimiento, que se presenta como atributo fundamental de la existencia, es movimiento progresivo y trascendente, si todo acto de la vida como movimiento mas perfeccionado también está dirigido al perfeccionamiento y si con eso mismo la evolución es el rasgo mas característico, o mejor dicho, propiedad indisoluble tanto de la vida como de todo el Universo, por consiguiente el objetivo final del mas perfeccionado de todos los seres terrenales — el hombre — debe encontrarse en algún lugar de la esfera del perfeccionamiento, no en algún elemento, sino en la Personalidad perfectísima, en otras palabras en aquello, que en el idioma de la religión se llama Dios. Yo digo — condicionalmente, porque al Perfectísimo no se le puede dar una definición o determinación lógica, ni se le puede dar un nombre, porque Esto es Algo Superior a cualquier nombre.

El Evangelio anuncia, que Dios — Sentido del Mundo — se encarna y se humaniza, o sea que la encarnación sucede no simplemente en la materia, en el cuerpo vivo, sino precisamente en el hombre, porque entre todas las formas de existencia solo el hombre puede alcanzar la perfección y la inmortalidad. Así surge la unidad de Dios y el hombre — hombres-dioses.

El cristianismo da una solución simple y al mismo tiempo admirablemente audaz a la cuestión del sentido de la vida tanto para la personalidad individual como para la humanidad en su conjunto. Toda la naturaleza era, hasta la aparición del hombre, solo un obediente instrumento en las manos del Creador. Solo el hombre en la cúspide de la escala de los seres vivos comprende su designio y pasa a ser de un esclavo de lo indispensable a un libre copartícipe del Creador en la obra de completar la creación. En esta difícil hazaña, siguiendo tras los pasos de Cristo Dios-hombre, él se diviniza a sí mismo y así crea y prepara su inmortalidad. Levantándose del polvo, él se eleva hacia la unidad con la Fuente de la Vida. Este es el sentido de todo el proceso cósmico, el sentido de la existencia del Universo.

Si por el contrario lo mejor, lo mas elevado de todo lo que hay en el Universo, nuestro "yo" humano, de hecho es nada (si es inmaterial, significa, que es "nada") o bien si con la destrucción del organismo se convierte en nada; si todo este proceso progresivo, trascendente y activo termina en que la coronación de toda la evolución — es la muerte y que la personalidad desaparece, entonces toda la existencia, todo este flujo de vida, toda la gloria y toda la tragedia de la vida humana es una espantosa insensatez, y según la precisa expresión de Dostoievsky, es un "vodevil de diablos," y nada mas que eso.

¡Pero no! La vida — no es un "vodevil de diablos" y vivir — no significa morir. La vida es lo más elevado de todo lo que sucede en el proceso cósmico. Es lo más perfeccionado — y junto con esto lo que mas sentido tiene. La vida orgánica — es aquella esfera, aquel medio sobre la base de la cual crece la posibilidad de la vida Eterna. Y solo en esta vida Eterna está el sentido de toda la existencia. Solo la inmortalidad puede ser el sentido final de todo orgánico progresivo arrebato de vida. En el medio del flujo general, donde todo corre, todo cambia y, naciendo muere, surge algo completamente nuevo — la inmortalidad del espíritu humano. Sobre la corriente de la vida y de la muerte surgió la chispa de la Resurrección.

El cristianismo nos habla sobre el sentido de toda la historia, y de lo futuro como de algo real. Si existen hombre-dioses, entonces habrá una resurrección. La corona de la creación — el hombre, tiene sentido solo si él teóricamente, potencialmente es inmortal y realmente se hace inmortal. En el Dios-hombre Cristo el círculo de la vida deja de ser vicioso, se elimina la mala infinidad. Si hay resurrección, también hay un sentido. No hay resurrección — no hay tampoco sentido. Solo la resurrección del hombre a la vida Eterna da sentido al proceso cósmico. El sentido de la existencia de cada persona individual y el sentido de la existencia de todas las generaciones humanas, o sea toda la humanidad en conjunto, debe unirse armónicamente con el plan de la existencia de toda la creación, el sentido de la existencia de todo el Universo — ¡Que Dios sea todo en todos! (1 Cor. 15:28).

La resurrección de Cristo, y después de Él la resurrección de todos, los que alcanzaren perfección espiritual en la difícil, pero grande hazaña espiritual de llevar la cruz, — es la natural (ontológica) y con eso mismo lógica, culminación de todo el proceso cósmico de formación, de toda la evolución cósmica. Sin esta resurrección del hombre a la vida Eterna, todo el Universo, y todo lo que ocurre en él, perdería su sentido.

Pero Cristo resucitó y dio sentido a nuestra existencia, abriendo ante nosotros las puertas de la vida Eterna.

Creemos en esto. Y para esta futura resurrección de los muertos vivimos. Amén.

 

La vida humana en el plan de la eternidad.

Este no es un tratado, en el cual se explique detalladamente todo este inabarcable tema. Y también dudamos si se lo puede agotar en toda su magnitud. Es difícil hablar acerca de aquello que está fuera de los límites de la experiencia de nuestra vida, fuera de las fronteras del conocimiento habitual. Esto es solamente nuestro pensamiento acerca de lo desconocido: tanto en lo presente como de lo futuro.

El destino del hombre.

Si hay algo mas valioso que la vida, eso es solo la verdad. Normalmente la verdad y la vida deben unirse en armonía, y nosotros no vamos a contraponer o confrontar la una contra la otra: la vida — está en la verdad, en la aspiración hacia la verdad...

Pero la verdad es eterna, ¿y la vida? Nacemos a la luz, venimos a este mundo, donde ya todo está lleno de vida, y luchamos por la vida. Venimos al mundo y nos maravillamos de él, gozamos, disfrutamos. Pero cuando miramos mas detenidamente, vemos que la vida por todas partes se interrumpe por la muerte. ¿Alguna vez escucharon el aforismo: "Vivir — significa morir?" Pero nadie, ningún ser vivo desea morir. Todos luchan por la vida y desean prolongarla. Prolongarla a cualquier precio. Ninguno quiere ser arrancado de la copa de la vida, de este brebaje hechicero.

Nuestro sentimiento protesta contra la muerte. Y solo ofuscando su sentimiento, su razonamiento, el hombre contemporáneo encuentra posible vivir, teniendo miedo hasta de pensar un poco en la muerte. Vivir — significa morir...

Pero entonces ¿cual es el sentido de la vida? ¡Por cierto que no está en la muerte!

Para enmascarar esta enorme insensatez, comienzan a buscar cualquier tipo de sucedáneo, con el cual se pudiera consolar al hombre. Comienzan a hablar de la "inmortalidad biológica," o sea de la continuación del género humano... Vivir en los descendientes... Pero esta inmortalidad biológica, o mejor dicho zoológica del género no tiene nada en común con mi inmortalidad personal. La vida biológica no es otra cosa que una larga cadena de cromosomas, que se transmiten de una generación en otra. Cualquier cosa que tomáramos como ejemplo — alguna raza de animales o de vegetales, — todo existe en un momento dado por la fuerza de esta inmortalidad biológica. De generación en generación se transmiten las características hereditarias. Todos los animales desde tiempos inmemoriales transmiten por herencia sus cualidades, gracias a lo cual la naturaleza se conserva y vive como en una corriente continua. De esa forma ella puede considerarse inmortal. ¡Y esta es la "inmortalidad" que le ofrecen al hombre como consolación! Vas a ser inmortal en tus descendientes, de forma semejante a como es inmortal cualquier otro animal, como lo es cada perro en sus cachorros. — ¿Y esto es todo?

Así, el destino de la personalidad, conforme a esta enseñanza, no es nada. La personalidad desaparece, se convierte en nada. Por eso siempre tratan de silenciar la verdad o bien de meter cualquier cosa en lugar de ella. — ¡Serás inmortal en tus descendientes! Pero de mí mismo, de mi personalidad ¡no quedará nada! ¿Voy yo a existir?

— Pero ya te dijimos, que vas a existir, pero solo en la vida de tus descendientes. ¡Entiéndelo de una vez! Pero acaso la vida de mis descendientes — ¿es lo mismo, que mi propia vida, mi propia existencia? ¿Acaso yo puedo decir que cualquier animal es inmortal solo porque algunas de sus células van a vivir en sus descendientes?

Cualquiera puede entender, que la vida en los descendientes no es, por supuesto, vida. Con solo pensar un minuto que la cuestión no es solo acerca de mí, sino de todas las personas que desaparecerán, habiendo alcanzado a dar la vida a sus descendientes, los cuales a su turno, también desaparecerán: para comprender que la vida en los descendientes y la vida de los mismos descendientes igualmente se va hacia la inexistencia. Si nosotros vivimos para los descendientes, ¿para quien van a vivir ellos? Por consiguiente aquí no se puede hablar de ninguna prolongación de la vida.

No, algo no concuerda en los que me ofrecen como consuelo la inmortalidad biológica.

Ahora hablaremos de otra cosa. Yo veo, que la muerte nivela la gran virtuosidad y el profundo vicio, la fuerza y la debilidad, el genio y la mediocridad, al hombre y al animal. "Vivir — significa morir."

En la crudeza de estas palabras, dichas por Engels, hay más verdad, que en el almibarado engaño de la inmortalidad biológica o histórica, capaz de consolar solo a personas incautas.

Pero he aquí que ahora también me ofrecen otro tipo de inmortalidad —ya no la biológica, sino ahora, por así llamarla, psicológica — la inmortalidad en la memoria. Si fueres un buen ciudadano — serás inmortal en la memoria de todas las generaciones siguientes.

Ahora yo quisiera preguntar: ¿todos entre ustedes recuerdan los actos de sus antepasados? Puede ser que alguno de ustedes alguna vez recuerde algo acerca de lo que hizo su abuelo o su abuela. ¿Y acaso esto es inmortalidad?

Si la vida de mis antepasados, que murieron hace 60-70 años, hace ya mucho tiempo que se fue de mi memoria, si de su existencia no recuerdan o ni siquiera saben nada sus biznietos, y la otra gente nunca escuchó nada acerca de ellos, entonces ¿de qué inmortalidad en la memoria de la gente estamos hablando? ¿Que es esto? ¿Un engaño o una burla?

Yo ahora estoy viviendo. Y alguien ahora recuerda acerca de mí. Y yo veo, me alegro, sufro, alcanzo algún logro, pero no porque este otro recuerda acerca de mí, sino porque realmente vivo, independientemente del hecho de si este otro recuerda acerca de mí o no.

Todos nosotros amamos la vida. Y nos es grato, cuando nuestros contemporáneos nos recuerdan con una buena palabra. Esto realmente es muy valioso. Pero solo que el recuerdo de otros acerca de nosotros no es nuestra vida. Y menos todavía, como dijimos, si el recuerdo acerca de nosotros se esfuma rápidamente. Y si se mantiene, entonces, vamos, por cierto que no solo lo bueno, sino también lo malo. Sabemos que la gente recuerda más acerca de cualquier malhechor que haya entrado en la historia, que de un hombre cabal, que terminó en paz y tranquilidad su vida.

Un hombre laborioso y humilde puede vivir toda su vida casi en el anonimato, e inmediatamente será olvidado. Pero algún bandido, que haya comenzado una guerra, vivirá largamente en la memoria de la gente. Algunos lo elogiarán, y otros lo vilipendiarán. De él se escribirán libros, biografías e investigaciones completas, en la mayoría de los casos contradictorias. Él figurará en los manuales de historia, y cada escolar deberá guardar su nombre en la memoria. ¿Y esto también lo llamamos inmortalidad? Pues para ser consecuentes y afirmar, que toda la inmortalidad del hombre está en la memoria de los descendientes, deberemos estar de acuerdo en que cualquier Gengis-khan o Hitler son verdaderamente inmortales y ninguno de nosotros puede igualarse a ellos en la memoria de la gente. Pero hasta la misma memoria es pervertida. Pues ¡cuantas opiniones diferentes hay sobre Napoleón, Pedro I-o, de Iván el Terrible! Pero acerca de nosotros en poco tiempo simplemente se olvidarán. ¿Entonces que es esta vida "en la memoria?" ¿Y mas aun en una tan pervertida?

Así, si alguno de los que se consuelan con esta "inmortalidad" se tomara el trabajo de pensar, si realmente existe una memoria así, razonaría que ella casi no existe, que ella existe solo para unos pocos individuos, pero no para los simples mortales. Por consiguiente en los hechos no hay tampoco este sucedáneo de la inmortalidad. Y cuando a mí me ofrecen la "inmortalidad" que atesoraron para sí los personajes de los manuales de historia, yo se la devuelvo a los que me la ofrecen.

El destino eterno.

"Vivir — significa morir."

Este aforismo de Engels no se puede negar con ningún razonamiento acerca de la "inmortalidad" en el recuerdo de los descendientes.

Pero, ¿puede ser que sea mejor desprendernos de toda esta triste realidad? ¿No será mejor que hablemos del mismo ideal de la inmortalidad en el recuerdo de la gente?

El llamado directo del hombre — es hacer el bien. El hombre, que no hace el bien a su prójimo, que no se esfuerza para el bienestar general, no es digno de ser llamado hombre. ¡Hacer el bien! ¡Vivir no solo para sí mismo, sino para sus prójimos, para toda la humanidad! ¡¿Que puede haber mas bello?! De personas así, todos nosotros los que vivimos, debemos guardar un eterno buen recuerdo.

Una buena memoria, acerca del hombre que hace el bien, — es una exigencia Divina, y mas bien — una norma para cualquier comunidad humana normal.

¡Eterna memoria! ¡Precisamente con estas palabras los cristianos ponen en la tumba a sus familiares, a su cercanos, miembros de la Iglesia Única Cristiana Universal, la cual guarda en los siglos esta memoria en sus oraciones!

¡Memoria eterna! Palabras grandes... Pero solo que la memoria eterna sobre el hombre entre nosotros, que quedamos entre los vivos, todavía no es toda la verdad acerca del hombre, sino solo uno de sus lados, una de sus partes.

Repetiremos de nuevo esa verdad, que nuestra memoria acerca de los muertos, no importa cuan buena sea ella, no es la vida de los mismos fallecidos.

La mas astuta mentira se expresa habitualmente en el hecho, de que con la finalidad de alcanzar la mayor semejanza con la verdad y con ello el exitoso engaño — es engañar al hombre con una media verdad, o sea decirle no toda la verdad, sino solo una parte, callando acerca de lo mas importante.

En la Biblia se relata, como satanás, deseando la perdición del hombre, lo engaña, mostrándole un trozo de la verdad, pero callando lo principal (Gen. 3). Todo el ardid consiste en crear un doble sentido, o sea dar a una parte el sentido del todo. En este caso el engaño consiste en usar las grandes palabras de la memoria eterna para reemplazar la comprensión de la vida Eterna. Pero alterar el sentido de la vida por la memoria — significa en el resumen final destruir al hombre, dejándolo como resultado engañado delante de la tumba, después de la cual él ya no conoce el camino.

El hombre y la humanidad.

Aquellos, que no creen en la vida Eterna, suelen decirnos que el sentido de la vida de cada hombre consiste en el sentido de la vida de toda la humanidad. ¿Es cierto esto? O puede ser que aquí haya algo cierto solo en parte, y algo que no está dicho en su totalidad, intencionalmente callado. Pensemos un poco en lo que es el hombre y en lo que es la humanidad. Comenzaremos, como corresponde, con la lógica definición de estos dos conceptos. Si los comparamos por la claridad de su definición, veremos que el primero de ellos — el hombre — es bastante claro, concreto, que no permite discusiones, mientras el segundo concepto — la humanidad — es en la práctica un concepto bastante discutible y bastante menos concreto que el primero, y que todavía no está exactamente establecido.

El hombre — es algo que está establecido tanto en su forma como en su alcance, es un sistema exactamente determinado, en el cual todas las partes son inseparables y están unidas entre sí, viven una vida común y no pueden existir la una sin la otra. La humanidad en cambio no representa un sistema tan fuertemente ligado entre sí, sus pueblos y hasta razas pueden vivir miles de años sin siquiera saber de la existencia de las demás. En todo el transcurso de la historia la humanidad se encontraba en su mayor parte en un estado de enemistad entre los distintos grupos. Hasta nuestros días la gente no supo crear un único, completo ente a semejanza de un organismo, en el cual todas las partes estuvieran unidas de una manera que no pudieran existir la una sin la otra. La humanidad es algo más fraccionado que cualquier especie de animales. Entre los animales no hay una lucha interna como la que vemos entre la gente.

El hombre es en principio indivisible. Pero la humanidad está separada en partes. La humanidad, como algo entero, aunque fuera en solo un momento dado, despreciando toda la historia pasada, es todavía solo un ideal.

Así, si habláramos de la humanidad como algo entero, es en todo caso no un organismo, sino una unidad bastante condicional, que nos recuerda más a la pólvora, que a un organismo íntegro.

Esto es lo que deben comprender aquellos, que nos dicen, que el sentido de la existencia de cada hombre por separado puede ser comprendido del sentido de la existencia de toda la humanidad, pero al mismo tiempo no pueden decir con exactitud, que es la humanidad. Nosotros no protestamos contra esta fórmula, sino solo preguntamos: ¿cómo se puede determinar lo particular (en este caso — el "hombre") a partir de lo general (en este caso — la "humanidad"), si esto último no está determinado, y, puede ser, que sea indefinible? Según las leyes elementales de la lógica esto es imposible. Si se necesitara definir lo particular a partir de lo general, es necesario definir primero lo general. Para encontrar el sentido de la existencia de cada hombre, es necesario encontrar primero el sentido de la existencia de toda la humanidad.

¿Que es entonces la humanidad? ¿El conjunto efectivo de la gente, que vive en un momento dado sobre la tierra? Si es así ¿qué representa en sí toda aquella humanidad, que vivió hasta el momento presente? ¿Acaso un montón de huesos pudriéndose, o mejor dicho, hace ya mucho tiempo podridos? Podríamos elegir cualquier comparación, pero independientemente de ello, de una manera u otra, la humanidad, que vivió hasta ahora, ya no es más humanidad, o diciéndolo más simplemente, ya no es mas una realidad, sino solo un concepto sobre algo pasado, pero en la realidad — es "nada."

¿Es así o no es así? Si la humanidad — es precisamente el conjunto efectivo de gente y necesitamos quitarnos todo concepto inútil acerca de aquello que ya se hizo "nada," o diciéndolo groseramente "carroña," y hablar solo de aquello que realmente vive ahora, ¿acaso no nos convertiremos en groseros egoístas, que viven solo para si mismos?

No. Nosotros tenemos miedo de decir que vivimos solo para nosotros mismos. Nos hemos acostumbrado a hablar acerca del futuro. De él ahora hablamos más que del presente. Tenemos puesto todo en el futuro. Es como si el presente fuera solo para el futuro, para las generaciones siguientes. ¿Para quien vivirán entonces estas generaciones siguientes? ¿Nos olvidarán, así como nosotros olvidamos a los que nos precedieron? Nos dicen, que aquello que hubo hasta nosotros, es solo algo así como una prehistoria, pero todavía no es la verdadera historia de la humanidad. La verdadera historia — es la que está ocurriendo, o mejor dicho, la que será después de nosotros. ¿Y qué entonces si las siguientes generaciones pensaran también que nosotros — no somos la historia, sino solo la prehistoria? ¿Y que si estas siguientes generaciones también terminaren detrás del umbral del concepto de la historia? ¿Puede ser que ellos también tengan que vivir no para sí mismos, sino para las siguientes generaciones? ¿No hay aquí algo parecido al "cuento necio e interminable?"

Si queremos ser materialistas consecuentes, debemos reconocer, que aquellos que vivieron alguna vez, ahora ya no existen materialmente, y aquellos, que todavía no nacieron, materialmente todavía no existen. Existimos materialmente solo nosotros, los que nos hallamos vivos ahora. Pero ¿nos alcanzará la vergüenza para llamar "humanidad" precisamente a nuestra generación solamente?

¿Pues acaso se puede llamar con este nombre a la generación corriente, en la cual en cada momento todo fluye, todo cambia, algo se engendra y algo muere? Llamar humanidad al corriente conjunto de la gente en este momento dado — será el mas grande de los engaños, con el cual alguna vez aturdían las cabezas de la gente. La humanidad — es precisamente toda la humanidad, en toda su extensión, en toda su inmensurable grandeza — desde el primer antecesor, en el cual por primera vez brilló la Grandiosa Imagen del Intelecto Creativo, que da la posibilidad y la base para llevar el nombre de hombre, hasta el último habitante de la tierra y el último partícipe de la historia. Solo a este entero yo puedo llamar humanidad. Si la humanidad vive para el porvenir, debe tener comprensión no solo del presente, sino también del pasado. Y si el hombre vive en este presente, entonces su vida no puede ser desprendida del pasado y de este porvenir, que él hace y construye junto con sus hermanos en el presente.

Si la vida de toda la humanidad tiene algún gran sentido, el cual, puede ser, nosotros hoy día todavía no hemos adivinado, entonces será claro que la vida de cada hombre en esta corriente sensata y racional de la existencia debe tener su propio gran sentido privado, porque el hombre — es algo mas grande, que una molécula en el chorro de un flujo que corre hacia algún lado.

El sentido de la existencia.

Hemos comenzado el apartado precedente, diciendo que no se puede buscar el sentido de la existencia del hombre fuera de la humanidad, y terminamos reconociendo que el concepto habitual, "corriente" de la humanidad no solo es vago, sino, en cierta medida es intencionalmente indefinido, nebuloso.

Así, no se puede hablar del hombre fuera de su unión con la humanidad, pero descubrir algo definido acerca de lo que es la humanidad, tampoco se puede. ¿Acaso no hemos entrado en un callejón sin salida, tratando de permanecer siempre sobre un fundamento puramente materialista?

Tratemos de situarnos en una posición distinta y considerar como punto de partida no el de la existencia material presente, sino la indispensable subsistencia del sentido de la existencia entera. Así ¿hay sentido o no hay sentido en la existencia de toda la humanidad, en todo el proceso histórico?

Si no hay sentido, entonces, ¿de qué hablar? Que cada uno viva solo para el día presente, como un insecto, volando de una flor a otra, sin preocuparse de nada y solo cumpliendo ciegamente las funciones necesarias para prolongar el género, sin preguntarse, por qué es necesario esto.

Si propusiéramos, que hay algún sentido, y que solo es necesario encontrarlo, entonces es necesario buscarlo con indeclinable seriedad, buscarlo presuponiendo de antemano, que la respuesta debe ser encontrada de una sola vez para todo el cuadro de la vida, o sea en síntesis, en la unidad del destino tanto del hombre como de la humanidad. No puede ser, que la vida de cada persona por separado tuviera sentido, y la vida de toda la humanidad quedara sin sentido. No puede ser tampoco lo inverso, o sea que la vida de toda la humanidad como un flujo ininterrumpido de seres humanos tuviera sentido, y la vida de cada individuo no lo tuviera y todo el sentido de su vida se redujera puramente de servicio, o sea, al papel de transmisión — dar la vida a la siguiente generación, pero él mismo, por su parte, ir a una inexistencia absoluta. ¿Acaso todo el designio del hombre solo consiste en engendrar después de sí un nuevo flujo de seres vivientes, el destino de los cuales también terminará en el mismo infortunado destino — ser solo el correo de una estafeta absurda en sus movimientos, donde todo se va a la inexistencia solo para dar lugar en la Tierra a otros seres que también se irán a la inexistencia? El principio de la vida de cada hombre, sin duda sale del comienzo de la humanidad entera. El hombre nace a la vida por la fuerza de aquellas causas, que impulsaron a la humanidad a la existencia como un género especial de seres. Por eso la conclusión de cada vida humana debe estar ligada con la terminación de la historia de la humanidad entera. Después de vivir una cierta cantidad de años sobre la tierra, cada hombre deja detrás de sí un rastro. Y no simplemente algún rastro casual, sino, indudablemente, pensamos, debería dejar un rastro ya prediseñado para él, cumplir algún rol predeterminado por el curso común de la vida de la humanidad. Así, como en un vegetal, como en un animal, y en cualquier organismo cada célula, surgida de la inexistencia a la existencia está ya de antemano destinada a ocupar un lugar determinado, cumplir alguna función. Toda la diferencia, tal vez, está solo en que en el organismo la función de cada célula está introducida con inexorable necesidad, y si con todo la célula no cumpliera lo que le está estipulado, como resultado habrá enfermedad en el organismo.

En la sociedad humana no hay un camino vital tan ciego, inevitable, trazado de antemano hasta en cada detalle. La personalidad tiene libertad de elección. El rastro, dejado por el hombre, puede ser distinto de aquel que le fue pre-escrito. Y la enfermedad de otra gente, provocada por él, puede manifestarse no en seguida. Pero si distintas personas pueden elegir algo, la masa en su conjunto se somete al curso de la historia previamente trazado. Las leyes estadísticas actúan con una rigurosidad que no es menor, que la de las leyes físicas. Y si vamos a buscar el sentido de cada vida individual humana, no podremos encontrarla, repetimos, fuera de la unión con esas leyes estadísticas, según las cuales vive la humanidad, y que seguramente tienen algún sentido.

La vida de la humanidad, indudablemente, está ligada con la vida del cosmos. Así como no se puede hablar científicamente de la vida del hombre, ignorando la vida de la Tierra, tampoco se puede hablar científicamente del destino de la humanidad, ignorando la vida del cosmos.

El motivo de la existencia de la humanidad (si existe tal motivo) está indudablemente ligado con el sentido de la existencia de todo el cosmos. Si todo es sin sentido y no hay sentido ni en la existencia de la humanidad ni del cosmos, entonces, por supuesto, ni siquiera vale la pena de razonar sobre todo eso. ¡Acaso se puede hablar de algo que es un completo disparate o acerca de alguna correlación entre procesos sin ningún sentido! Pero, repetimos, creemos que si hay sentido tanto en la existencia de la humanidad, como de todo el cosmos, y si creyendo en él, lo buscamos, entonces, por supuesto, no podemos vivir tranquilamente, hasta que no descifremos este candente misterio. Porque el sentido de nuestra vida personal se dibuja sobre el fondo del sentido general.

Y aquí estamos delante de una alternativa. Si todo el universo en completo, todo íntegro, lo cual podemos llamar con la palabra "todo," tiene sentido en su existencia, o bien "todo" no tiene ningún sentido. Si hay sentido en todo, también debe haber un sentido eterno, superior, el cual, puede ser, ahora ni siquiera podemos explicar, pero del cual podemos solo decir, que hay un motivo eterno, que conduce a la perfección absoluta.

Y si el hombre (la humanidad) es lo mejor en todo el cosmos, o sea, lo que en la filosofía cristiana se acostumbra llamar "la corona de la creación," entonces el sentido debe ser consumado precisamente en él — el hombre.

El sentido de la existencia de la humanidad está indudablemente ligado y de algún modo codificado en el sentido general, en el destino cósmico común de todo el mundo. Lo más creíble es que el destino de la humanidad de alguna manera está predestinado en la suerte del cosmos como su cúspide.

Los razonamientos sobre que la humanidad es demasiado insignificante en el Universo, tomando en cuenta puramente su "volumen físico," deben ser descartados de inmediato. ¿Acaso las correlaciones entre tamaños tienen en la biología el rol decisivo? ¿Acaso la vida no es comparativamente una minúscula membrana en la superficie de nuestro enorme globo Terrestre? ¿Y acaso el cerebro humano, su cortical materia gris, ocupa tanto lugar entre todo el mundo animal? ¿Acaso no es este pequeño cerebro, no es esta cascarilla, insignificante por su tamaño, la que decide el destino del planeta?

 

El instinto de la vida eterna.

¡La vida! ¿Que puede haber mas valioso que la vida? ¿Pero puede ser que mi vida se corte, así como se termina la vida de una flor en el campo? Ella surgió de la inexistencia, floreció... y se marchitó. Y ya no está más. Pero la flor no razona y no tiene deseos de la inmortalidad. El hombre — es algo más grande que una flor en el campo. Yo pienso, y siento — significa que yo soy, existo. Busco el sentido en todo. Busco también el objetivo de mi vida.

Yo surgí de la inexistencia. Yo entré en el mundo circundante. Se abrieron mis ojos, se abrió mi razonamiento. Observando el mundo alrededor, yo con eso mismo, con mi razón es como que me elevé por sobre él. Yo supe, que el hombre es algo superior a todo lo demás que existe en el mundo. ¿Dónde está el límite al "yo" humano? El pensamiento del hombre penetra en la extensión del cosmos y en la profundidad del átomo, en todos los misterios de la naturaleza. La voluntad del hombre puede cambiar la faz de la tierra. Mi "yo" se eleva sobre el mundo y se reconoce como imagen y semejanza del Superior Intelecto Creativo, que da las leyes al Universo. No hay límites al "yo" humano. Pero he aquí que llega la muerte y declara: "¡No! ¡Hay límite! Tu "yo" está encerrado en tu cuerpo. Y el cuerpo envejece y muere." Y con ninguna insinuación de los médicos, como la de que en el futuro la ciencia les ayudará a prolongar la vida, se puede tranquilizar al hombre, si de todas formas tendrá que morir. Si la muerte es inevitable, ¿de qué vale alargar la vida que se apaga por unos cuantos seniles deplorables años?

¡Tristes consoladores sois vosotros! Esto es lo único que puedo decir a todos aquellos que quieren acunarme, esperanzándome, como a un pequeñuelo, que el señor doctor alargará un poco más mi vida.

Mi cuerpo vive según las leyes inexorables, pero mi "yo" no quiere someterse a estas leyes. Quiere sobreelevarse sobre estas leyes y superarlas. Quiere vivir... vivir... vivir... eternamente. Y ninguno de aquellos que me prometen vivir en la memoria de mis descendientes, o algunos avejentados años mas como propina al plazo que me ha sido establecido, me tranquilizará ni me dará consolación y no cambiará nada en mi suerte porque yo sé firmemente, que voy a morir. Mi cuerpo se descompondrá en los elementos químicos que lo componen y dentro de algún tiempo crecerá de él un lampazo, como lo señaló con precisión Basarov, el personaje de la obra de Turgenev.

Cada uno quiere vivir, quiere vivir siempre. Y solo un hombre terriblemente cansado y atormentado puede declarar, que él preferiría morir. Pero, esto él no lo dirá no por causa de la pérdida del instinto de la vida, sino, por causa de grandes sufrimientos o pesares. Pero aun ante grandes sufrimientos, y ante una profunda decrepitud no cualquiera deseará morir. Y muchos dirán: es mejor sufrir, que desaparecer completamente, ir a una completa inexistencia. Pues normalmente cada persona desea vivir siempre y no establece plazo para su muerte. Y aquí yo veo y encuentro un cierto instinto indestructible, tan sabio, biológicamente racional, como todo lo que caracteriza el mundo entero que me rodea.

En el mundo no hay irracionalidad en las tendencias orgánicas. En el organismo no hay instintos irracionales. Todos mis instintos biológicos y espirituales, mis necesidades, siempre son oportunos, condicionados por algo y dirigidos hacia algo.

Y si yo siento dentro de mí la sed de vivir, sed de vida Eterna, entonces yo debo prestar atención a la voz de este instinto y presentar delante de mí la pregunta: ¿Cuánto tiene de veraz este instinto de anhelar la vida Eterna, hasta que punto es estipulado por el general transcurrir de la vida del mundo, hasta que punto es útil, y hasta que punto es real? ¡La inmortalidad! ¿Pero es posible ella? Existe una inexplicable e inalcanzable Intelecto Creador, el que como que llena con sí todo el Universo, y le da leyes y sentido. Todo fluye, todo cambia, pero Él es invariable sobre todo este turbulento océano de la existencia.

Todo surge a la existencia y nuevamente se va a la inexistencia, surge y se aniquila. En medio del hirviente océano de la vida, que no tiene fronteras ni en el tiempo, ni en extensión, una vez, en algún momento dado surgió un punto, se inflamó una chispa. Eso era mi vida. ¿Para qué se encendió ella? ¿Acaso solo para encenderse y después de eso nuevamente apagarse, desaparecer en este océano, en el cual no hay nada eterno, donde todo surge y todo se aniquila y solo es eterno el Intelecto Creativo, que lo creó?

En el océano de la vida todo es inteligente, pero casi todo es inconsciente. Solo el hombre es inteligente y no quiere vivir ciegamente, según las leyes de lo indispensable, sino, quiere saber, porqué y para qué vive él. Él tiene sed de libertad, quiere vencer la muerte y afirmarse a sí mismo, a su "yo" para siempre. Y solo entonces, lo sabe él, desaparecerá la insensatez de la vida y el miedo ante la muerte.

Mi cuerpo vive y muere. En él algo siempre surge y algo se aniquila. A semejanza de cómo sucede en toda la naturaleza. Las células nacen y mueren. ¿Pero mi "yo?" ¿Queda sin cambiar? ¿Pudiera ser que mi "yo" después de la muerte renazca de nuevo en una nueva vida? ¿Puede él quedarse en la existencia para siempre, o sea volverse inmortal?

Yo quiero vivir eternamente, de la misma forma como es eterno el Intelecto, que creó el Universo. Yo me siento imagen y semejanza de este Intelecto y por eso quiero ser igual de eterno como lo es Él. Yo quiero vivir eternamente. Y aquí yo escucho no solo la voz de mi inteligencia, sino también la voz de mi indestructible instinto de vida.

Yo quiero vivir eternamente y creo en la posibilidad de esta vida Eterna. Creo en que si el hombre es imagen y semejanza del Gran Intelecto Creativo, entonces sobre él deberá estar el sello de la inmortalidad. Es eterno aquello en lo que se refleja el Único e Inmortal. Es inmortal — por la fuerza de la unidad con este Intelecto Inmortal, por la fuerza de la presencia de Su imagen y semejanza.

Desde aquel tiempo, que en la tierra apareció el primer hombre, la instintiva sed de vida, la aspiración de conservarla, propia a todos los seres vivos, se transformó en una ambición inteligente, en la sed de conservar la vida para siempre, en la sensata, reflexionada tendencia hacia la vida Eterna, a la conservación de su "yo" de la muerte.

En los tiempos anteriores al cristianismo en las religiones paganas esta despertada tendencia todavía no había sido verdaderamente entendida, no era accesible para la comprensión filosófica. Solo después que la idea de la vida Eterna fue considerada y basada teóricamente en el Evangelio, y confirmada por el acto de la Resurrección de Cristo, — solo después de esto ella se volvió gobernante de los pensamientos del hombre. Con esperanza en la futura resurrección las naciones mas desarrolladas viven ya durante casi dos mil años. La prédica sobre la vida eterna se desparramó en todos los continentes.

¿Porque se extendió tan exitosamente por toda la faz de la tierra esta prédica de la Resurrección y de la vida Eterna? ¿Porque entró tan fuertemente en los pensamientos, en los sentimientos de la humanidad? ¿Acaso no será porque era consonante con aquellas tendencias instintivas, que ya biológicamente estaban anteproyectados por el Creador para el ser viviente en su superior estado de desarrollo — para el hombre? ¿Acaso no será porque esta prédica da respuesta a las más elevadas preguntas de la mente humana? La prédica de Cristo acerca de la vida Eterna responde a todas las superiores demandas del espíritu humano, a la instintiva tendencia del hombre a conservar su vida para siempre. Esta es la razón porque la humanidad la guarda tan cuidadosamente ya hace dos milenios.

 

El sentido común.

Yo creo en la inmortalidad. ¿Pero pueden creer en ella aquellos que se acostumbraron a manejarse solo por el así llamado sentido común?

Si pudiéramos conversar con una oruga, un gusano que está sobre un tallo de pasto, y le preguntáramos si es posible alguna otra forma de vida distinta de ella, ella contestaría negativamente. Vivir — significa alimentarse. Así contestaría la oruga, si, a semejanza de cualquier hombre medio, viviera a su satisfacción y no pensara, no se diera a ninguna filosofía. Bueno, pero si se le diera a filosofar y pensara, evidentemente, diría que vivir — significa morir.

Todo fluye, todo cambia. Dentro de mí mismo están naciendo y muriendo células. Y pues llegará el día cuando dentro de mí, como en cualquier oruga, desaparecerá el deseo de comer, y yo, como los demás, me envolveré en una mortaja y moriré. ¿Que será después? Pues no pasará nada. Si se detiene la alimentación, se detendrá la vida. Mi consciencia se apagará y vendrá la inexistencia.

Y si entre las orugas existieran las ciencias y los estudiosos escribieran libros, evidentemente la respuesta a estas candentes preguntas podría ser solo una — que la vida termina con la detención de la alimentación y el movimiento. Ninguna otra cosa puede ser. El "sentido común" nos dice, que la vida termina y ninguna "ilusión" se necesita. Todo lo demás es delirio y pensamientos idealistas.

Y si les preguntáramos, si es posible convertirse en mariposa y volar, las orugas científicas, sobre el fundamento de las leyes físicas estudiadas, contestarían que las mariposas — son fantasías, y la ciencia dice, que todo cuerpo, que es mas pesado que el aire, invariablemente tiene que caer hacia abajo, y que esto ya está confirmado por la experiencia y por ejemplos de la vida de las orugas, que siempre caen hacia abajo si se quiebra el tallo sobre el que están posadas. Cualquier discurso acerca de volar, son delirios, contrarios al pensamiento científico. Para el "sentido común" de las orugas, que desean razonar solo basándose en su propia experiencia, sería imposible comprender que es posible otra vida, donde todo es así y al mismo tiempo no todo es exactamente así. Pero la verdad es, que una vida así es posible hasta para las orugas, y si habláramos del cuerpo y de aquello que condicionalmente se puede expresar con la palabra "yo," pues hasta en las orugas el cuerpo será el mismo y también, al mismo tiempo ya no será el mismo, pero su "yo" quedará siendo el mismo, aunque ya en otro nivel superior de existencia. En el ejemplo de la oruga vemos una cierta imagen y semejanza de nuestro destino. Imagen y semejanza, pero no identificación. Analogía, pero no igualdad. Pues el hombre no es una oruga, sino algo más grande y más poderoso.

Todos nosotros nos inclinamos a suponer, que es real solo aquello, lo que dice la ciencia. Sin embargo la ciencia de nuestros días suele ser alejada de la verdad y no siempre dibuja el verdadero cuadro del Universo.

Yo no quiero fundamentar mis conclusiones sobre la imperfección de la ciencia. Yo respeto la ciencia y no me sorprendo, de que ella avanza a tientas y no puede saberlo todo. Pero yo no respeto a aquellos, que especulando sobre el respeto hacia la ciencia, quieren en nombre de ella negar aquello, en lo que ella no participa, o aquello que la ciencia todavía no sabe.

De mi parte quiero decir, que lo incomprensible todavía no significa irrazonable, y lo desconocido no es imposible. Aquello, que para la ciencia ayer parecía dudoso, hoy es real, creíble gracias a sus mismos descubrimientos.

No hace mucho que los escépticos se reían del Símbolo de la Fe cristiana, en el cual se dice de la existencia del mundo visible y el invisible. ¿Mundo invisible? ¿Pero acaso puede existir algo que es invisible? Esto lo decían no hace mucho tiempo. Y ahora sabemos que lo invisible literalmente nos rodea por completo.

Otros ejemplos: pues parece que no había nada más evidente que el hecho de que el sol gira alrededor de la tierra. Esta rotación era "evidente" en el sentido literal de esta expresión. La ciencia, antes de Nicolás Copérnico no dudaba de esta evidencia, Los sabios crearon todo un sistema de cálculo del movimiento de los cuerpos celestes. ¿Y como terminó todo esto? Todavía no hace mucho tiempo la ciencia no tenía ninguna comprensión acerca de realidades como la electricidad, y mucho menos acerca de lo que es la radio o la televisión. Si alguien hubiera dicho entonces que es posible transmitir imágenes a distancia, unos lo hubieran culpado de fantasear, otros de misticismo.

El descubrimiento de los rayos de radio pudo parecer al principio no menos sobrenatural que el pasaje de Cristo Resucitado a través de la puerta cerrada. Y la gente, acostumbrada a manejarse por el "sentido común," pudieron, por supuesto, reírse sobre lo uno y lo otro con el mismo fundamento. "Esto no puede ser porque no puede ser" nos dice el conocido personaje de Chejov, autor de "Cartas a un vecino científico."

Casi literalmente delante de nuestros ojos sucedió una transformación radical en la ciencia. La geometría de Euclides, la mecánica de Newton, la teoría de Laplace, que parecían absolutas, universales, se hicieron relativas, verídicas solo para una cierta parte del Universo, en el entorno de algunas dimensiones relativamente pequeñas.

Los descubrimientos de Copérnico y de Galileo parecieron en su momento a los representantes de la ciencia contemporánea a ellos una pura insensatez. Yo subrayo el hecho, que esos descubrimientos parecían insensateces no a los diletantes, sino, para los verdaderos hombres de ciencia, hasta para tales gigantes del pensamiento como Tijo de Brague. La teoría de la relatividad de Einstein parecía en los primeros tiempos para la mayoría de los científicos también una demencia, posiblemente no menos descabellada, que lo que fueron en su tiempo los descubrimientos de Copérnico y Galileo.

¿Que le vamos a hacer? Lo superior frecuentemente parece a la gente acostumbrada a las normas de pensamiento establecidas, una pura demencia.

Nuestro contemporáneo, el mundialmente conocido físico Niehls Bohr, deliberando sobre la teoría de la unidad de las partículas elementales, introducida por el no menos famoso físico Heisenberg, escribía: "No hay ninguna duda, que delante de nosotros hay una teoría insensata. La cuestión es si es lo suficientemente descabellada como para ser correcta"

¿No aparentaba ser igual de "insensata" en los primeros tiempos después de su aparición la prédica sobre el Cristo Crucificado y Resucitado?

El gran predicador del cristianismo — el Apóstol Pablo, que comenzó esta prédica después de algunos años de la Resurrección de Cristo, escribía a los recién convertidos, que esta prédica, para los judíos anquilosados en una burda, ritual y rutinaria religión, era una tentación, y para los enfrascados en la filosofía sofística de los helenos — una demencia. Pero he aquí que después de algunas decenas de años esta prédica ya abarcó casi todo el mundo del mar Mediterráneo, y después de poco más de dos siglos la fe en el Cristo Crucificado y Resucitado ya era predominante en todo el imperio Romano. Aquello, que ayer parecía "descabellado," hoy resultó sabiduría superior. ¿Porque? La fuerza de la fe venció al mundo. ¡Este es el triunfo, vencedor del mundo — nuestra fe! — exclamó el apóstol Juan el Teólogo, viendo como se difundía entre la gente la predica, que todavía ayer parecía "insensata." Cuan grande era la "insensatez de los valientes" o "fuerza de la fe" debía revelarse, para no solo vencer el estancamiento de las opiniones habituales, sino vencer la fuerza de las persecuciones, levantadas contra los cristianos.

Para creer en nuestros días la irrevocable, pero que parece "descabellada" verdad acerca de la posibilidad de la Resurrección y vida Eterna, es necesario pasar a otra lógica, distinta de la acostumbrada, que empleamos para resolver los problemas involucrados en unos cortos periodos de tiempo, que permanecen en las pequeñas dimensiones de nuestro planeta. Es necesario tener la fuerza de la "insensatez," renunciar a las primitivas formas de pensar, para tomar conciencia de la grandeza del hombre en la venidera Vida Eterna.

La prédica sobre Cristo Resucitado venció, porque ella respondía a las remotas demandas del alma humana. La idea de la Resurrección tiene poder sobre la mente, porque ella está como programada en la psiquis humana. En nuestros días el pensamiento acerca de que la personalidad del hombre tiene un sentido superior y que la vida del hombre puede prolongarse hasta el infinito, parece insensata para aquellos, que están habituados a las entendimientos rutinarios, inculcados desde los pupitres de las escuelas, pero ella se introduce espontáneamente en la consciencia, cuando el hombre se libera de la hipnosis de la rutina y comienza a pensar libremente acerca del sentido de la vida.

 

La aspiración al perfeccionamiento.

En el mundo domina el principio de la evolución. Se puede decir sin vacilar, que la evolución, o sea el desarrollo, el perfeccionamiento, es el sentido de la existencia de todo el mundo. Desde las formas inferiores la materia gradualmente asciende a formas más elevadas, más perfectas. ¿Cuál es entonces el objetivo final de la evolución? ¿Que forma de la existencia es la más perfeccionada y en que consiste su superioridad, en qué está su perfección?

Debemos examinar todas las diversas formas de vida sobre el fondo de tres categorías fundamentales, que son: el tiempo, el espacio y el movimiento. Estas tres categorías básicas de la existencia son tan complejas, que es casi imposible darles una definición suficientemente completa. Pero ahora estamos hablando acerca de la vida y de su sentido, y por eso es suficiente solo decir, que la vida transcurre en el tiempo y en el espacio y es una especial, superior forma de movimiento. La vida — es como si fuera una corriente en el tiempo y en el espacio, cuyo rasgo característico es el desarrollo, el perfeccionamiento de las formas.

¿Cuales son estas formas? Señalaremos en forma condicional los elementos físicos básicos con la palabra "átomo," aunque en realidad hace ya mucho que sabemos que el átomo — está lejos de ser el elemento primario, pero como de lo que aquí estamos hablando no es sobre la física, sino sobre la vida, será suficiente este término. Entonces así podremos definir condicionalmente la escala ascendente de la vida: átomo, molécula, polímero, célula...

Así nos acercamos a los organismos, que están constituidos por estos elementos. Y aquí, si quisiéramos ser materialistas consecuentes, involuntariamente nos detendríamos en la duda delante de la presencia de lo más característico del organismo — la psiquis. ¿Que es la "psiquis," o la emoción? ¿De que esta compuesta? ¿Es material o inmaterial? ¿Qué es el dolor, o la alegría? ¿De que están compuestos? ¿Se los puede acaso descomponer, aunque sea, en elementos químicos o en ondas electrónicas?

La psiquis, la emoción están fuertemente ligados a los elementos químicos del organismo y a su naturaleza electrónica, sin embargo no son esto ni lo otro. Que es esto en el sentido material, no lo podemos decir. Podemos hablar solo sobre su relación en la misma medida, en la cual el sentido del peso se relaciona con la carga, que soporta la mano.

Elevándonos cada vez más en la escala de la vida, naturalmente nos acercaremos también hasta el hombre. Y aquí nos encontraremos con su rasgo característico (o propiedad) — la inteligencia. Acerca de lo que es la razón se puede hablar mucho: No discutiremos ahora de las semejanzas y las diferencias de palabras y conceptos tales como "intelecto," "consciencia," "autoconsciencia." Ello no llevaría a un callejón sin salida, a una barrera infranqueable. Nadie ha dado todavía a estas palabras una definición completa, exacta, acabada y universalmente reconocida y aceptada. Pero es indiscutible solo una cosa — que esto es lo más elevado de todo, lo que existe en el conjunto de la vida orgánica. Habitualmente lo llamamos simplemente — "yo."

Junto con esto también es indiscutible el hecho de que todo el flujo de la vida, que fluye en el tiempo y el espacio, en todas sus diversas formas, está dirigido precisamente hacia aquí, o sea toda tendencia de la evolución esta dirigida a su meta final — el hombre, que posee eso, que nosotros llamamos intelecto, consciencia y autoconciencia — al "yo" humano.

Todas las otras formas de vida, todos los otros seres vivientes, todas las restantes ramas, líneas, por las cuales pasaba la evolución, — son como intentos de encontrar el único, posible y correcto camino, el de la línea única. Sin embargo no se los puede examinar como intentos fallidos, por cuanto a pesar de su no terminación e imperfección individual ellos, junto con esto, quedan como indispensables para el completo ensamble de la vida, y se unen armónicamente en su incalculable número en una integridad natural. El hombre en medio de estas creaciones está en el centro ontológico, en la cúspide de la escala de la evolución, y junto con eso quedando en ligazón orgánica con todos sus "cofrades menores."

Tratemos hacer la cuenta de lo dicho. En el torrente de la vida, que corre intensamente en el tiempo y el espacio, ocurre el proceso del perfeccionamiento de las formas. Algo o Alguien crea esta perfección. Como si algún pensamiento, por el camino de muchas experiencias en el transcurso de tiempo prolongado, buscara respuesta: cual de las formas, desarrollándose paulatinamente, puede ser justificada, mostrarse más progresiva y capaz de dar impulso hacia el desarrollo de formas aun más perfeccionadas. O sabiendo ya de antemano, como debe ser esta forma de vida, por el camino de un prolongado proceso, gradualmente la prepara por la vía de la interminable trashumación de materiales, como en una retorta, prepara, crea esta única posible forma perfecta.

Para todos nosotros, independientemente de las diferencias de convicciones filosóficas, es claro, que esta forma perfecta en principio es una. Es el hombre, la consciencia humana, el "yo" humano. ¿Que es entonces el "yo" humano?

 

¿Que es el "yo"?

Con dificultades, buscando mucho tiempo, cayendo en variados errores, nosotros tratamos de comprender la naturaleza de nuestro "yo," nuestro pensamiento, nuestra consciencia, aquello que se puede llamar el espíritu o autoconsciencia.

El "yo" humano, este misterioso "yo," al cual no podemos encontrarle ningún nombre adecuado, llamándolo unas veces personalidad, o alma o espíritu, o consciencia — está como fundido con su cuerpo, sus sentimientos, sus emociones. Mi cuerpo — es el "yo" y al mismo tiempo no es mi "yo," sino "mío." Es eso, que pertenece a mi "yo," como algo que depende de él. Mis sentimientos — tampoco son mi "yo" mismo, sino solo míos, aunque no puedo imaginarme a mí mismo separado de estos sentimientos. Pero ellos, estos sentimientos, pueden cambiar si "yo" se los ordeno. Pero también ellos pueden manejarme, si "yo" los escucho.

Hasta la mente, nuestro pensamiento — no es propiamente nuestro "yo," porque los pensamientos también son algo que yo puedo manejar, el pensamiento — es algo mío, pero no es el "yo" mismo.

¿Que es entonces mi "yo?" Ante todo está claro, que no es algo material. Hasta el materialismo dialéctico dice, que la consciencia (es el mismo "yo," según el materialismo), no es material. Y esto es enteramente comprensible, por cuanto ninguna ciencia materialista, o más bien dicho — ciencia sobre la materia, puede señalar ningún elemento material, del cual estuviera compuesta la consciencia.

Pero si en el mundo no existe nada, exceptuando la materia, y mi "yo" no es material, entonces, no existe ningún "yo", "yo" — es nada... En este caso, los representantes de la filosofía materialista deben, llevando su pensamiento a esta conclusión lógica, hablar de esto en todas partes, sin molestarse por las conclusiones que surgen de esto, tanto en el plano moral como el social. Entonces, ¿para qué hablar de la dignidad humana y de todo lo que es habitual de hablar?

Lo que en realidad sucede es que los materialistas no pueden descubrir sus secretos y decirle a cualquier persona, que su "yo" no es real, y que por consiguiente, él — es nada. El hombre común, que no conoce las deducciones de la filosofía, vive simplemente, vive y sabe, que él existe. Él sin vacilar se llama a sí mismo "yo." Él sabe instintivamente, que lo mas real de todas las realidades — es precisamente su "yo." No vamos a hablar ahora de las contradicciones en la filosofía materialista. Pero para nosotros está claro que el "yo" es real, aunque es inmaterial. Algunas veces este "yo" lo llaman con el nombre de alma. ¿Que es el alma del hombre? Es algo que dudosamente vamos a establecer, leyendo a Pavlov o a Freud.

Mucho se puede hablar de cómo es la naturaleza del cuerpo espiritual, que inviste nuestra consciencia. En nuestros días se lo intenta imaginar como un cuerpo electrónico, y hasta se ha formulado la suposición, de que la consciencia puede ser concretada solo sobre la base electrónica, sin la proteína habitual. Lo más creíble es que el "yo" humano esté investido no por una electrónica, sino por una aun más tenue esfera. Pero la esfera no es el mismo "yo."

Qué es lo que es mi "yo", con duda lo podrían decir nuestros cibernéticos. Se puede, por supuesto, estimar y enumerar todas las funciones de mi "yo", pero él en sí mismo no es una función, sino algo superior. La consciencia no es una cantidad, un número. La respuesta a la pregunta, qué es el alma humana, la encontraremos mas bien en las obras de Shakespeare, de Tolstoi, Dostioevsky o Beethoven. Pero allí se habla de inspiraciones, de tendencias del alma, y no de su "anatomía." Así, ¿qué es entonces mi "yo?"

Nadie me lo puede explicar, aunque para mí mismo esta pregunta es totalmente innecesaria. Porque si hay algo que yo sé, es ante todo, que yo existo y que mi "yo" es real, aunque por supuesto, es inmaterial.

 

Las leyes superiores.

Supongamos por un minuto, que solo conocemos las leyes de la física y toda nuestra ciencia se acaba con física, o simplemente — con la mecánica. Supongamos, que no sabiendo nada de la naturaleza orgánica, viéramos tres cosas echados en la tierra: un tronco, un cadáver humano y un hombre durmiendo.

Conociendo las leyes de la física, la ley de la atracción terrestre, estaremos convencidos, que el tronco nunca se levantará por si solo de la tierra, si ninguna fuerza mecánica colateral no lo saca de esa posición. Exactamente de la misma manera estará inmóvil el cadáver. Pero ¿por cuales de las leyes de la física, de la mecánica en particular, se levanta de la tierra el hombre al despertar? Pues desde el punto de vista de la física elemental, más bien de la mecánica, él es también un objeto, como lo son el tronco y el cadáver.

El hombre vivo, despertándose, se levanta porque en él se manifestaron aquellas fuerzas, que estaban potencialmente guardadas en él, mientras estaba durmiendo. Estas fuerzas son extraídas de la misma materia — de la tierra, de la cual surgieron piedras, troncos, etc., y a la cual vuelven todas las cosas y todos los organismos. El hombre se levanta porque tiene dentro de sí las fuerzas que vencen las leyes de la mecánica. Y aquí debemos señalar especialmente que la fuerza de la vida vence las leyes de la mecánica, sin destruirlas, sino por el contrario, obligándolas a servirle.

Aquello, lo que solo desde el punto de vista de la mecánica pareciera sobrenatural, según las leyes de la vida, se presenta como completamente natural. Señalaremos también el hecho, que históricamente la Vida surgió sobre la tierra como algo nuevo y nunca visto desde la perspectiva de los tiempos anteriores a la vida, como algo increíble (si fuera posible tal punto de vista).

Para vencer la fuerza de la atracción de la Tierra y levantarse sobre sus pies, al hombre que está tendido, le es necesaria una gran fuerza. Para desprenderse de ella (de la tierra), se necesita una fuerza aun mayor. En las condiciones habituales de la existencia terrestre el cuerpo no se puede desprender de la tierra. Para levantar y lanzar una piedra, se necesita una fuerza, que supere a la fuerza, que atrae a la piedra.

Para hacer salir el cuerpo en una órbita independiente, desprendiéndolo de la tierra, se necesita vencer las condiciones de la atracción terrestre.

Hace todavía no mucho — unos doscientos-trescientos años — nadie se atrevía ni siquiera a soñar con esto. Una piedra lanzada o un proyectil disparado siempre caían sobre la tierra. En el siglo pasado comenzaron a soñar. En este siglo — lo realizaron.

Era necesario sacar desde la misma tierra la fuerza, que pudiera lanzar un cuerpo fuera de la esfera de la atracción terrestre, pero lo principal — se necesitaba antes un pensamiento, una idea audaz, y fe en la posibilidad de su realización. Después voluntad y acción. Pero todo esto pudo ser realizado solo en el caso de que, antes de surgir el pensamiento y fe del hombre, ya existiera potencialmente la posibilidad misma de esto.

El pensamiento humano hubiera debido descifrar las leyes de la existencia, que introdujo en el mundo el Intelecto Creativo. La fe debía dar alas a la voluntad humana. Con solo la creencia en la posibilidad de poseer esto en el futuro, era posible vencer las condiciones de la existencia terrenal.

¿Pero es posible vencer estas condiciones? Es posible! Porque esta posibilidad está introducida en la misma naturaleza.

El hombre está encadenado por las condiciones de su existencia terrenal, ligado por las leyes de lo inevitable. ¿Puede él alcanzar la libertad? ¿Libertad completa, libertad para siempre? Libertad de estas leyes, según las cuales él inevitablemente muere. ¿Cuales son las fuerzas que él debe extraer de su naturaleza para cambiarla, para que estas fuerzas, expulsadas del reino de la perentoriedad, den la posibilidad de vencer esta exigencia y entrar en el reino de la libertad?

El hombre puede hacer esto, si esto ya está como potencialmente proyectado e introducido, como un programa, en el mundo existente.

Una piedra nunca se levantará de la tierra, si alguna voluntad no la levanta. La piedra nunca se desprenderá de la órbita terrestre, si la mente y la voluntad del hombre no crearen para ella condiciones especiales, por la fuerza de las cuales ella se desplazará como se lo ordene el hombre. La piedra puede ser lanzada y entonces volará por el aire. Un cohete puede ser lanzado y se desprenderá de la tierra. Tanto la piedra como el cohete, si no los mueve la voluntad humana van a quedar inmóviles y al final van a descomponerse en los elementos químicos de los que están compuestos. El hombre, sumergido en la vida terrenal y no sabiendo nada fuera de la vida de su cuerpo, que provino de la tierra, morirá junto con su cuerpo mortal, se irá enteramente en la tierra, de la cual fue tomado. El cuerpo morirá y se dispersará en polvo, y junto con él se disolverán todos los sentidos del hombre, ligados con la vida de este cuerpo. El sentido del hambre, del frío, la sed, los goces — todo se dispersará, cuando termine la vida del cuerpo. Pero nuestro "yo," como bien lo sabemos, puede tener potestad tanto sobre el cuerpo como sobre los sentidos, y como salir de su esfera.

Nuestro "yo" — es algo superior al cuerpo, los sentidos y hasta de los pensamientos. Él es siempre el mismo. Todo cambia — tanto el cuerpo, los sentimientos, los pensamientos, pero nuestro "yo" permanece invariable. ¿Podría quedarse para existir eternamente? ¿Podría crear su propia esfera, en la cual el flujo de la vida seria ininterrumpido? ¿Puede elevarse por sobre la vida del cuerpo que se está muriendo, sobre los sentimientos cambiadizos, sobre sus veloces pensamientos? ¿Puede acaso, encontrándose dentro de todo esto, alcanzar tal fuerza, que pueda salir de la esfera de las leyes, según las cuales vive el cuerpo, "desprenderse" de ellos y comenzar una nueva vida?

Para salir de los límites de la Tierra, es necesario un trabajo muy grande en la Tierra. Para vencer las leyes de la tierra, se necesita conocer estas leyes y ensamblarlas creativamente de manera tal que ellas mismas trabajen para que se las pueda vencer. Para dominar las condiciones de la existencia humana, es necesario estudiar estas condiciones y subyugarlas "desde adentro." Para pasar a una nueva forma de vida, la oruga debe pasar por algo parecido a la muerte, transformarse en una crisálida inmóvil. Para vencer a la muerte, al hombre le es necesario acercarse de tal manera a su muerte, que en ella misma este la garantía del triunfo sobre ella!

Esto es difícil de entender de una sola vez, porque el "sentido común" habitual no puede abarcar toda la complejidad de lo que sucede.

La filosofía cristiana, cuya piedra angular es la idea de la vida Eterna, da la única teoría de la creación del mundo. Ella se presenta como una concepción íntegra del mundo, que da respuesta no solo a la cuestión de cómo es el cuadro del Universo en este momento, sino también a la cuestión sobre cuales son los destinos finales del Universo, y del hombre que se encuentra en su centro ontológico.

Ella responde a la pregunta acerca de cómo es el carácter general del movimiento de todo nuestro cosmos. De su meta final y de la salida del hombre fuera de los límites de este cosmos; pero claro, no en el plano elemental, donde todo se reduce para trasladarse a unos diferentes puntos del mismo nuestro mundo en sus tres dimensiones, — sino de la salida del hombre hacia otro, elevado, mundo espiritual, donde él se sentirá en completa medida imagen y semejanza del Gran Intelecto Creativo, o sea Dios.

 

La muerte y el tiempo.

El pensamiento clásico de la antigüedad nos dejó como herencia el mito acerca de Cronos (el Tiempo), que devoraba a sus hijos. Cronos ya existía cuando todavía no había nada. Todo nace de él y él lo destruye todo. Así decían los antiguos...

Nosotros somos gente de un nuevo tiempo. Nos hemos acostumbrado a ver los mitos antiguos como cuentos para niños de la humanidad, como tímidos intentos de mentalidades imperfectas de gente inmadura.

¿Que podemos decir de nuevo nosotros, hombres orgullosos de nuestros días, en reemplazo de aquello que decían nuestros ingenuos ancestros?

¿Acaso no estamos forzados a contar con otras palabras el mismo mito antiguo acerca de Cronos, que devoraba a sus hijos?

El tiempo — es un flujo universal, en cuyos chorros surge todo y todo se aniquila. En este flujo de la existencia surgió también nuestro "yo." Hubo un tiempo cuando no existía, y vendrá el tiempo, cuando ya no existirá. La muerte y el tiempo reinan sobre la Tierra. ¿Puedo yo salir, o mejor dicho escapar fuera de los límites de este círculo mortal? ¿Salir de la órbita de ese vórtice, donde todo vuelve al mismo sitio, de donde surgió? ¿Existe una fuerza tal, que me diera la posibilidad de salir de este torrente, sacudirme de él, y conservando mi "yo", derrotar el poder del tiempo?

La muerte y el tiempo... Ellos se vuelven sinónimos para mí. Son como dos nombres distintos para una misma realidad. El tiempo, que me engendró y que al principio brilló delante de mi consciencia como la imagen de la vida, se convierte en su propia antítesis y toma el aspecto de la muerte. Terrible giro... Horrible engaño... Aquí, sobre la Tierra, todo proviene de la tierra, a la tierra vuelve. ¿Volverá acaso mi espíritu, mi único irrepetible "yo", al cual durante el trascurso de toda mi vida cultivo, erijo con tanto amor, en el cual consiste todo el capital de mi vida, volverá acaso él también al polvo de la tierra? ¿Se descompondrá en sus elementos constitutivos? ¿O puede ser, acaso, que nacido en el polvo, él renació de tal manera en su esencia, de tal manera acumuló fuerza dentro de sí, se hizo tan poderoso y tan independiente de las condiciones terrenas, que ya puede desprenderse de la madre-tierra y elevarse al Padre, imagen y semejanza del Cual él comenzó su verdadera, humana, ya no bestial vida?

Si el hombre es mortal en la misma medida, que por ejemplo, el pasto o una rana, entonces inmediatamente pierde su sentido la existencia tanto del hombre como de la rana. Tanto el pasto como la rana son comprensibles y tienen su designio y destino en la escala común de la evolución como apariciones naturales en uno de los peldaños del desarrollo. Y aquí la rana y cualquier otra forma imperfecta tienen su sentido como revelación de un proceso general de formación, como una de las apariciones en la escala común del surgimiento de la vida. El hombre pudo aparecer sobre la tierra solo después que surgieron y se justificaron a sí mismos todas estas formas intermedias, solo después que la vida pasó por todos los escalones de la superación y elevación.

Pero un escalón — es solo un escalón. Nosotros no debemos despreciar a nuestros "hermanos menores," que se quedaron en los peldaños mas bajos de la vida y que no conocieron, qué es la inteligencia. Hasta la expresión "hermanos menores" solo se puede emplear con una triste y amarga ironía o hasta con una cierta lástima, porque, por supuesto, ellos no son hermanos, sino solo "parientes" por su estructura orgánica. No podemos compararlos con nosotros y contentarnos con aquella suerte, que les está destinada.

Es demasiado grande el muro, que separa al hombre de cualquiera de los animales, aun de los superiores, para que se pueda hablar de que son idénticos los destinos del hombre y del animal.

Hay aun algo más grande, que me hace hombre. Hay una abrupta frontera entre las demás criaturas de la tierra y yo, entre mí y todos mis otros hermanos en la carne — frontera, que me hace heredero de la eternidad, de la cual estos mis hermanos menores ni siquiera tienen noción, porque esto no les está premarcado, pero por lo que mi alma anhela.

Solo el hombre, entre un incalculable número de seres vivos tiene posesión de inteligencia, una tal que tiene semejanza con aquella Inteligencia, cuya existencia inevitablemente se postula del examen de aquella racionalidad y coherencia, de la que está impregnada toda la existencia. Esta semejanza, o mejor dicho — imagen y semejanza de la Gran Inteligencia Creativa, es lo hace al hombre-animal hombre-personalidad. La personalidad humana refleja dentro de sí la Inteligencia Divina, y la voluntad humana — en cierta medida, refleja la semejanza de la Divina Voluntad.

Allí, donde no hay personalidad, donde hay solo búsquedas, o la para siempre determinada, congelada imperfección, — allí la inmortalidad sería insensata. Allí, donde surgió la personalidad, cuyo sentido de existencia está en el continuo perfeccionamiento, — allí ya la muerte se hace sin sentido y puede examinarse solo como alguna maligna negación del sentido de toda la vida del mundo, de todo el proceso cósmico mundial de la evolución.

¿Existe una fuerza así, que me diera la posibilidad de salir de este torrente de tiempo, salir hacia la eternidad, donde no hay engaño, donde todo es permanente, invariable, vivo?

El Evangelio da una respuesta simple y a la vez admirablemente resuelta a la cuestión del triunfo sobre el tiempo: "Sed perfectos, como perfecto es vuestro Padre Celestial" (Mat. 5:48).

¡La perfección! ¡El perfeccionamiento! ¡Este es el camino hacia la inmortalidad. Tanto el hombre como toda la humanidad viven para la eternidad, para vivir en la eternidad!

Esta eternidad, de la que nos habla el Evangelio, no se identifica con aquella falsa "eternidad," que nos ofrece la zoología, la cual, como es claro para cualquiera, hasta para un niño, en su esencia, se presenta solo como una cierta partida hacia el anonimato, una extensión en el tiempo, que garantiza la vida para una incalculable cantidad de generaciones. Una prolongación, que se eslabona de una incalculable cantidad de vidas, que terminan en la muerte, y que no puede ser llamada eternidad, porque de mil millones de muertes no se puede componer la vida Eterna. La humanidad, cuya historia se extenderá en una distancia infinita, no puede ser llamada inmortal, porque en cada momento separado de la existencia en realidad va a vivir no la humanidad en su plenitud, sino solo una separada generación de mortales que se apresuran hacia su tumba.

¡La inmortalidad! Cultivar dentro de uno mismo el espíritu, que puede desprenderse hacia fuera del capullo terrenal, introducir en la ecuación matemática de nuestra vida un cierto imperceptible argumento, el cual convertirá toda esta línea de la vida de cerrada en extendida al infinito, en forma similar, a como se puede convertir la cerrada línea de una elipse (lo que significa "insuficiente") en una hipérbola (que significa "exceso").

Yo creo, que en este camino hacia el perfeccionamiento yo puedo entrar en la eternidad aun ahora mismo. Aun ahora, cuando sobre mí tiene poder el tiempo, yo puedo elevarme sobre aquello que está en su poder, puedo ya ahora — al principio, pudiera ser, aunque sea solo por algunos instantes, pero ya realmente — vivir la vida, sobre la cual el tiempo ya no tiene poder.

Mi pensamiento, que reviste mi "yo," ya ahora permanentemente se eleva por sobre la distancia y el tiempo. La mente — es como un capullo, en el cual vive mi "yo," — paulatinamente liberándose del poder de la distancia y del tiempo.

Cuanto mas se eleva mi "yo" sobre la vida de mis células que continuamente nacen y mueren, tanto mas se hace capaz de vivir en la esfera de la eternidad, tanto mas se fortifica su actividad interior, que me da fuerzas para la vida en otras condiciones, en la esfera de la eternidad.

 

La fe.

Vida Eterna... Esto es aquello, a lo que tiende mi alma. Yo sé, siento, palpo instintivamente, que el hombre es invocado a la eternidad. No puede ser, que el destino del hombre sea el mismo que el destino del ganado. Hay en el hombre algo grande, eterno, que no debe y no puede morir.

El hombre es imagen y semejanza del Inmortal Creador del Universo. En el hombre es eterno aquello, en lo cual se refleja la Inmortal y Creativa Inteligencia.

El hombre siempre está en proceso de formación, hasta si fuerzas superiores destruyeran el proceso de formación. En este proceso de formación está todo el sentido de su vida. En este proceso de formación, él por idea de Aquel, Que lo creó, debe acercarse a su Creador. Y en este proceso de formación, asemejándose a Él, atesora aquello, a lo que fue llamado, pero que no tenía cuando apareció sobre el mundo. Me pueden preguntar; que datos tengo yo para decir esto, que demostración de esta eternidad. ¿Puedo yo apoyar científicamente mis pensamientos?

Yo contestaré con otra pregunta. ¿Que es la ciencia? La ciencia es ante todo un sistema de conocimientos, fundamentados sobre la experiencia. La ciencia — es la experiencia sobre aquello que está en nuestras manos, dentro de los límites de nuestro tiempo. La ciencia está basada en la experiencia previa. Pero aquí estamos hablando de lo que vendrá, y además en otras categorías de la existencia.

Habrá eternidad. En esto yo creo. Yo subrayo esta palabra: creo. Yo no digo, que yo sé, porque esto no se puede saber. No se puede saber, que es lo que vendrá, si no se lo observa muchas veces por la experiencia. Nosotros hablamos del futuro como hablamos de algo desconocido. En el futuro solo se puede creer.

Yo pienso en mi futura existencia, o sea existencia eterna, e imagino mi vida como fluyendo eternamente, sin apagarse nunca y que no puede ser apagada. ¿Que es mi fe? "La fe es la convicción de lo que se espera y la creencia en lo invisible" (Hebr. 11:1). Si el conocimiento es basado en la experiencia, el convencimiento en la existencia de lo presente, lo corriente, entonces la fe es la convicción, fundada en la imposibilidad de lo contrario. Esto es precisamente el convencimiento en lo venidero.

A veces se habla de la fe ciega, pero la ceguera de la fe es también un defecto, como lo es la ceguera del hombre. La fe es una visión superior o una inteligencia superior. Yo hablo de la fe presente y entiendo bajo esta palabra algo así como una intuición superior. Yo hablo de la fe como una visión en el dominio de las leyes superiores de la existencia.

Para mi fe el futuro se abre como si ya fuera lo presente. ¿Porque? ¿Y en que caso? En el caso, de que mi mente viera esto como lo único que es posible. Con la fe nosotros contemplamos las leyes superiores de la existencia, las que no puede abarcar nuestro conocimiento, nuestra experiencia. Con la fe nosotros nos encaminamos hacia el día de mañana, y si no creyéramos que vamos a vivir mañana, no haríamos nunca nada sobre la Tierra, de aquello que hicimos hoy. Con la fe en el futuro convertimos nuestra voluntad en obras. Con la fe en lo mejor nos dominamos a nosotros mismos, con lo cual podemos corregirnos. Porque si no creyéramos, no habríamos creado nada. Siempre creamos para el futuro. Con la fe en el futuro, en el porvenir eterno nos santificamos y santificamos nuestro día presente, porque si delante de nosotros solo estuviera la tumba, solo el hendido abismo de la muerte, se perdería toda la diferencia entre la prolongación y la brevedad de nuestra presente existencia. Porque cual es la diferencia en vivir todavía un día mas o algunos años adicionales, si de todas formas te convertirás en presa de los gusanos y nada mas.

Nuestro contemporáneo — el gran físico Einstein escribía en su universalmente conocida obra "La Evolución de la Física": "La fe es y será siempre el motivo fundamental de cualquier creación científica. Sin fe en la armonía interior de nuestro mundo no podría haber ninguna ciencia. En todos nuestros esfuerzos, en toda dramática lucha entre las viejas y las nuevas concepciones nosotros reconocemos la eterna tendencia hacia el conocimiento, la inquebrantable fe en la armonía de nuestro mundo."

Para mí está claro, que todo alrededor de mí está lleno de una voluntad, esa voluntad, que lleva a la perfección. Nuestro mudo — es un mundo de formación, de construcción, y no de destrucción. Esto es claro hasta para el más bajo nivel de mi inteligencia, que se llama razón o juicio. Y si en este mundo siempre algo se destruye y algo se reestablece, esto no es un infinito absurdo, donde simplemente luchan dos fuerzas: una — creadora, y otra — destructora. Sobre todo este océano mundial que pareciera ser caótico se mueve el triunfal llamado de la vida, que surge de las profundidades de este océano y que alcanza en el hombre cumbres donde la muerte debe ya perder su poder.

Yo me acerco al borde del precipicio y sin temor camino a través de él, camino hacia el futuro, que ahora me está oculto. Creo, que atravesaré el abismo abierto, porque creo, que en realidad para mí este abismo no existe, sino que hay algo nuevo, que existe eternamente, y el oscuro precipicio que se presenta delante de mis ojos, en realidad no es vacío, sino solo desconocido, oculto a mis ojos, donde todo está lleno de vida.

 

El esfuerzo.

La resurrección a la vida Eterna es el resultado de eso que en la religión cristiana se llama "unidad divino-humana." El Creador del mundo y Su imagen y semejanza — el hombre — mancomunadamente, pero en una única acción realizan la culminación del plan único de la creación, cuya meta final es la "divinización" del hombre. Esta divinización es lo que se presenta como garantía de la inmortalidad, garantía de la resurrección a la vida Eterna.

Quien quiera alcanzar esto, que tome en sus manos el Evangelio y comience a vivir como enseñó Cristo. Allí está señalado el camino hacia la vida Eterna.

En el Evangelio se dice, que el hombre, para salvar el alma de la muerte, debe "perderla." Este difícil silogismo se hace claro si nosotros pasamos de las discusiones teóricas a la práctica de la vida misma.

La vida — es la lucha por el perfeccionamiento. Mejor dicho — es la construcción. El espíritu humano, nuestro "yo" se fortalece en esta lucha, en esta construcción. El animal está encerrado en sí mismo. Él puede vivir solo instintivamente: o caer sobre la presa, o defenderse a sí mismo y a su progenie del ataque. En el hombre hay otras posibilidades: uniéndose con el sentido general de la existencia, habiendo creado dentro de sí mismo nuevas potencias, habiendo elaborado dentro suyo la posibilidad de crear un nuevo, inmortal cuerpo, la humanidad puede componer un organismo único, un único cuerpo.

La fuerza de nuestro "yo" generalmente se fortalece precisamente, cuando nos amenaza el peligro y hasta la muerte. Esto — es un costado del asunto. La fuerza de nuestro "yo" se fortalece cuando él realiza aquel programa, que le fue previamente diagramado. Nuestro "yo" se acerca a la inmortalidad, cuando mas y mas se hace semejante a la Grande, Inmortal Inteligencia, cuando mas claro y mas claro se refleja sobre él la imagen del Creador.

Nuestro "yo" se prepara para la inmortalidad, cuanto mas y mas se involucra en la vida general de la gente que es semejante a sí mismo. Este involucrarse es el involucrarse del amor, de aquel amor, que por idea y plan del Creador debe unir a toda la gente en una sola fusión, en una sola entidad, en forma parecida a como están ligados por la unión del amor todas las células de un organismo sano.

La vida del cuerpo es hermosa, en tanto y en cuanto todas las células están unidas con el misterioso centro del cuerpo, con eso que llamamos "yo," y al mismo tiempo la una con la otra. Lo mismo sucede en la vida del místico cuerpo de la humanidad.

Un asceta cristiano describió la esencia de la unidad cristiana con el esquema siguiente. El centro está unido con la periferia por medio de radios. La periferia — es la naturaleza. El centro — es Dios. Los radios — son la gente. El centro de la consciencia del hombre — el "yo" humano — se encuentra en cada uno, allí donde él vive.

La vida del hombre tiene sentido entonces, cuando ella tiende hacia Dios y a sus hermanos — la gente. Este acercamiento se alcanza con un gran esfuerzo. Y en este esfuerzo — está la construcción de la personalidad. En este esfuerzo se alcanza simultáneamente la unidad tanto con Dios, como con la gente. Y en esta unidad está la garantía de la inmortalidad. No se puede tender a Dios, apartándose de la gente. No se puede tender hacia la gente, sin acercarse a Dios, o sea dicho con otras palabras, negando el plan de Dios acerca del hombre.

En el amor a Dios y hacia el hombre nace eso nuevo, que nos da la fuerza para salir fuera de las condiciones de nuestra existencia. Cristo anunció, que no hay nada mas grande que aquel amor, cuando uno pone (da) su alma, o sea su vida, por sus amigos (Juan 15:13). Y aquí se descubre aquel sentido, que estaba oculto para nosotros, cuando por primera vez escuchamos esa formula extraña a primera vista — que para salvar nuestra alma, es necesario perderla.

"Perder" el alma — significa perder nuestro egoísmo, vencer la estrecha esfera de nuestra existencia puramente individual. "Perder" el alma — significa salir de la órbita de nuestra existencia personal y entrar en el plan general, trazado de antemano para la humanidad ya antes de la creación del mundo. Y en forma parecida a como en un organismo sano todas las células viven no para sí mismas, sino la una para la otra, así, conforme a la enseñanza del Evangelio, todos debemos vivir el uno para el otro. Y es en esta vida donde se realiza aquella acumulación de fuerzas, que crean alrededor nuestro, de nuestro "yo," una nueva esfera, un nuevo cuerpo, que puede vivir eternamente.

Yo no puedo describir este mi cuerpo nuevo, en el cual se investirá mi "yo" después que mi presente cuerpo sea destruido. Yo no puedo figurármelo, aunque sé que de alguna forma ya se está componiendo, y pudiera ser que en lo fundamental ya estuviera compuesto. Hasta la ciencia, como ya hemos dicho, comenzó a acercarse al estudio de las apariciones misteriosas, ligadas con este cuerpo, y con incomprensión se detiene delante de los hechos, que hasta hace poco negaba completamente.

Yo solo sé, que este mi cuerpo inmortal se crea durante el transcurso de mi vida, se crea todavía aquí, en nuestro espacio y en nuestro tiempo, se crea para ser capaz de salir de los límites de nuestras tres dimensiones, fuera de las fronteras de nuestro terrenal espacio y nuestro terrenal tiempo. Pero esta creación se realiza en el difícil esfuerzo, por la imagen y semejanza de aquel acto de arrojo, que fue realizado por Cristo. Y solo por este acto de esfuerzo y valentía mí "yo" se investirá de ese cuerpo, sobre el que la muerte ya no tendrá poder. Solo a través de este acto de valentía yo podré entrar en la vida Eterna.

 

La Resurrección de Cristo y nuestra resurrección.

No ¡Vivir no significa morir! ¡Vivir — es para vivir eternamente!

En esto yo creo, pero no solo creo, sino que acerca de esto yo ya lo sé. Porque hubo sobre la tierra Un Hombre, sobre El que la Muerte perdió su poder. Este hombre venció la muerte. Este Hombre — es Cristo. Y si Él realmente venció a la muerte, significa, que derrotó aquellas leyes, por las cuales marchaba el proceso del mundo hasta Él. Diciéndolo mejor, llamó a la vida nuevas leyes, que estaban potencialmente sumidas en el sopor; las abrió, llamó a la existencia una nueva norma, un nuevo conjunto de leyes, que ya estaban programadas de antemano en el mundo por la Inteligencia Superior. Pero Él fue el primero en llamarlas a la existencia. Pues así también nosotros, hombres comunes, llamamos a la actividad las potencias dormidas de la naturaleza. Recordemos la comparación con los objetos que estaban sobre la tierra, el cadáver y el hombre vivo.

Yo me doy cuenta perfectamente, de cuan importante es para mí el hecho de Su Resurrección. Porque hasta si Él, Este Perfectísimo, no se hubiera levantado del sepulcro y si las leyes de la naturaleza no hubiesen tenido clemencia por Él, sino que por el contrario, lo hubieran vencido, significaría que no hay sentido en la vida y todo alrededor nuestro es banal y sin valor. Si precisamente este conjunto de leyes, y no Él, hubieran resultado triunfadores y si Él no hubiera podido llamar a la vida nuevas leyes de existencia, entonces es vana mi fe en mi resurrección. ¡Pero entonces todo lo demás es vano! Significaría, que no hay un completo proceso de formación, de construcción y establecimiento de la naturaleza, y el torcido desarrollo se encerró en sí mismo, y todo el mundo y toda la historia es solo un camino hacia la tumba, una vía hacia la nada.

Pero yo creo en Su resurrección, y aquí no hay solo fe sino también conocimiento. Porque Cristo realmente resucitó, y todo esto no sucedió en rincón apartado. Lo vieron, lo tocaron... Con Él, resucitado, conversaban. Él respondía a los que anunciaban acerca de Él, dejaba que los que dudaban lo tocaran, y todo esto a la vista de la gente, que lo conocía. ¡Y desde esos tiempos la viva tradición le lleva a la gente la gozosa noticia de que resucitó Aquel, Que se hizo más fuerte que la muerte!

Cristo resucitó porque la muerte ya no podía retenerlo. Pero su espíritu era tan poderoso y santo, que alrededor Suyo revivía todo.

Él murió según las leyes de nuestra naturaleza humana, pero resucitó por la fuerza de las nuevas leyes de la existencia, que Él despertó a la actividad: Él derrotó la muerte no con la fuerza, no con el poder, sino con la muerte.

Aquí hay un gran enigma para la mente humana. La mente humana encuentra algo semejante, como un reflejo de este gran misterio, en las leyes de la dialéctica, en la así llamada negación de la negación.

El cuerpo de Cristo murió por las leyes de lo inevitable. Ese cuerpo no podía soportar aquellos sufrimientos, que superan las fuerzas humanas. ¡Dios Mío, Dios Mío! ¡Porque me has abandonado! ( Mat. 27:46) — esta exclamación desde la cruz era como si fuese la exclamación de toda la humanidad mortal. ¡Padre! ¡En Tus manos entrego Mi espíritu! (Luc. 23:46) — es una palabra de esperanza, que cualquiera de nosotros estaría feliz de pronunciar en la hora de la muerte, si estuviera convencido, que su espíritu, como santo y justo, se elevará al Padre Celestial. ¡Se ha cumplido! — es la ultima palabra del Cristo crucificado... Se ha cumplido, que en el alma del Dios-hombre la muerte se aniquiló a sí misma. En los terribles sufrimientos físicos y morales el Espíritu de Cristo permaneció libre, sin pecado, invencible. La muerte del cuerpo fue el último y más terrible momento de la vida de Jesucristo de Nazareth. Esto era la victoria de lo inevitable sobre la vida del cuerpo. Pero en indescriptibles sufrimientos su espíritu humano quedó invencible, libre. Es como si la fuerza de la muerte se hubiera agotado a sí misma en la lucha con este espíritu. Su victoria en el Gólgota se convirtió en su derrota. La libertad venció a lo inevitable.

Ninguno de nosotros penetró en el misterio de la muerte de Cristo, y no puede la mente humana decir algo acerca de esas horas, cuando el cuerpo de Cristo estaba tendido sin respiración en un sepulcro de piedra. Pero algo sucedió allí, que ese cuerpo no solo no se corrompió, sino que nuevamente se hizo vivo... Se hizo vivo nuevamente, pero ya por otras propiedades. Algo sucedió en Él en ese tiempo, en estos momentos, cuando el espíritu entró de nuevo en Él y Lo revivió.

Algo análogo vemos en la naturaleza que nos rodea, cuando el pedernal saca una chispa de una piedra fría. Esta chispa estaba como potencialmente guardada en la piedra y era necesario un golpe fuerte, para traer a la existencia algo nuevo, que no había en la piedra.

El fuego surge de aquel entorno, que hasta entonces era frío, pero surge después de la acción, que nosotros, pasando al idioma de la psicología, podríamos llamar enorme tensión. Así surge el relámpago de entre las nubes, ¿y acaso encontraríamos un segundo antes de que ello suceda alguna cosa parecida al fuego en ese medio húmedo que hay en las nubes? ¿Acaso la misma humedad de estas aglomeraciones nubosas no es algo contrario al fuego? ¿Acaso la explosión no sucede de su misma contraposición — la combustión?

El mundo esta lleno de tales posibilidades, cuando algo, llevado hasta su límite, inmediatamente engendra su antítesis.

Nosotros hablamos de estos hechos no para igualarlos de alguna manera con la Resurrección de Cristo, sino solo para recordar el hecho de que en el mundo hay muchas posibilidades, de las que nuestra mente nunca podría haber adivinado y de las que solo podemos maravillarnos y recibirlas solo porque no podemos negarlas.

Nosotros vemos, sabemos históricamente, documentadamente, que Cristo resucitó. Y vemos que resucitó precisamente porque no perdió su libertad y gracias a la fuerza del amor al hombre soportó todos los sufrimientos de la cruz y no se traicionó a Sí Mismo, no traicionó al Padre Celestial. En Su muerte ya se escondía potencialmente esa victoria sobre la muerte, sobre las condiciones de la existencia humana, que lleva a la muerte.

Habiendo muerto y resucitado, por ese mismo hecho creó o abrió nuevas leyes en la existencia. Es como si hubiera extraído una chispa de la piedra, y este fuego prendió en aquellos, que lo siguieron por ese camino. Él señaló el camino, en el cual Él venció a la muerte. Este camino es solo uno — la coparticipación con Él en su obra, en Su amor a la gente, en Su lucha contra el mal, en Sus sufrimientos y alegrías. Este es el camino del perfeccionamiento espiritual, que en el idioma de los cristianos se llama camino de la cruz. Este — es un profundo y difícil proceso psicológico dentro del alma humana, que también se llama acumulación o atesoramiento del Espíritu Santo.

Si alguien quiere seguirme, — decía Cristo a Sus discípulos, — niéguese a sí mismo (a su ensimismamiento, su egoísmo), y tomando su cruz, siga tras de Mí (Mat. 16:24). El camino tras Cristo en la tierra — es el acto de libre servicio a Dios y a la gente, camino de ardiente y activo amor. Y este camino lleva al mismo sitio, adonde trajo a Cristo, — a la resurrección de entre los muertos.

Nosotros resucitaremos con Cristo solo en aquel caso, si junto con Él pasamos nuestro espinoso camino, llevando cada uno su cruz a imagen y semejanza del Mismo Cristo. La cruz de cada uno de nosotros no se identifica a la Gran Cruz de Cristo. Aquí no hay identificación, ni igualdad, sino solo imagen y semejanza. Pero precisamente — imagen y semejanza. Cada hombre esta delante del implacable misterio de la muerte. Es por eso que él recibe tan agudamente la noticia de la Resurrección de Cristo. Si resucitó Cristo, entonces nuestros corazones se llenan de gozosa fe, que después de Él, Vencedor de la muerte, resucitaremos también nosotros.

Si por el contrario Cristo no resucitó, o sea que no resucitó ni siquiera Cristo, ¿qué podemos hablar de nosotros? Si Cristo no resucitó, entonces tampoco nosotros resucitaremos.

En el momento de la muerte de Cristo en el Gólgota se rompió la cortina (el velo) en el templo de Jerusalén, que simbólicamente nos cerraba el paso al Celestial fuego de la vida Eterna. Por eso nosotros creemos, que si Jesucristo murió y resucitó, entonces todos, los que siguen tras Él, muriendo, resucitarán por la fuerza de esas mismas leyes de la vida espiritual, que ellas llamarán a la acción en sí mismas.

Así como en el estado habitual todos mueren, así en un estado, semejante al de Cristo, todos revivirán. La ley del Espíritu en Jesucristo libera al hombre de la ley del pecado y de la muerte. El Espíritu vence las leyes del cuerpo.

"Si el Espíritu de Aquel, que resucitó a Cristo de los muertos, vive en nosotros, entonces el Que resucitó a Cristo de los muertos revivirá también nuestros cuerpos mortales con Su Espíritu, que vive en nosotros" (Rom. 8:11).

Vivir — ¡significa vivir eternamente!

 

Conclusión.

La principal ley del mundo — es el desarrollo, la superación desde lo elemental hacia lo más complejo y perfeccionado. Tanto el movimiento en general, como la vida entre todas las formas de vida — todo esto está siempre en una infinita tendencia hacia el perfeccionamiento, como si siempre estuviera en un estado de presión, siempre tendiendo a triunfar sobre lo ya conseguido, lo existente, a lograr lo mas perfeccionado, a triunfar sobre lo presente por causa de lo porvenir.

Ahora preguntaremos — ¿cual es entonces el sentido de todo este torrente de vida, que culmina en el hombre?

Si el hombre — ser culminante del proceso cósmico de la evolución — después de algunos años de existencia muere, o sea se descompone en sus elementos básicos, vuelve al polvo, del cual fue levantado con tanto esfuerzo, entonces toda la evolución resulta insensata e irracional.

Si el organismo del hombre, constituido por átomos, agrupados en moléculas y polímeros, y después en células y en sus subsiguientes complejas uniones, se termina degradando en polvo, es natural preguntar, ¿qué será de aquello, que nosotros llamamos espíritu, "personalidad" del hombre? ¿Se descompone en polvo su "yo," o, pudiera ser que esto ni siquiera puede ser preguntado, porque este misterioso "yo" no consiste de ninguna cosa material?

Pero si aparte de la materia no hay nada mas y no puede haberlo, significa, que este "yo" en esencia no existe, y la suerte del hombre — no es mejor que la suerte de cualquier forma animal preliminar, que ha servido de escalón para la aparición del hombre.

Y si es así, entonces ¿cual es el sentido de toda esta evolución, para qué todo este proceso?

El principio de la evolución — el continuo perfeccionamiento — de inmediato pierde su sentido, si aquello, a lo que tendía la evolución, de todas formas se va a la inexistencia.

¿Cuál es la meta definitiva, hacia la cual tiende la humanidad, y por consiguiente todo el cosmos como el medio, en el cual nació esta flor de la existencia? ¿Dónde está el pico de la consciencia humana? ¿Dónde está el punto o esa esfera, a la que tiende el torrente, que arrastra consigo las vidas humanas? ¿Dónde está y en qué consiste aquel sentido, al que tiende el pensamiento humano? ¿Dónde está esa existencia perfecta, que es al mismo tiempo Fuente y Culminación de toda la vida, Alfa y Omega de la existencia?

La historia es un cierto proceso grande y muy prolongado, en el que cada personalidad individual de alguna forma mas o menos armónicamente se enlaza con la voluntad de la mayoría y todo progresa de acuerdo a las leyes estadísticas, acerca de cuyo balance sabemos, o mejor dicho adivinamos, pero la esencia de las cuales o de los principios de su existencia verdaderamente no los conocemos.

Nosotros no necesitamos conocer el futuro, ni nos es necesario saber como va a ser nuestra vida siquiera dentro de unos pocos días. Soñamos acerca del futuro, soñamos acerca de grandezas, de felicidad, de prosperidad... Los sueños pasarán a ser realidad solo en el caso de que ellos coincidan con el objetivo que de alguna manera ya está pretrazado en el curso de la historia, el que de una cierta forma ya está potencialmente codificado tanto en todo el curso de la historia, como también en cada célula del organismo humano. Las leyes estadísticas nos atraen hacia allí, adonde nuestra vista todavía no penetró. ¿Sabremos descifrar este curso, este de antemano pretrazado sentido de la historia? Esta es la pregunta de las preguntas.

Una de dos — o el proceso mundial es insensato, o tiene sentido y entonces este sentido debe ser grande y eterno. Si el sentido de la existencia existe, entonces debe ser una fuerza que vence todo, debe someter a sí misma todo proceso, dirigirlo de tal manera, que saliendo, por fin, de la cadena de las formas temporales, sea creado algo perfecto, capaz de ser eterno... Si todo movimiento, que es el atributo básico de la existencia, es movimiento progresivo trascendente, si todo acto de la vida, como movimiento mas perfeccionado, asimismo está dirigido al perfeccionamiento y si con eso mismo la evolución es el rasgo característico, o mejor dicho, propiedad inseparable de la vida y de todo el universo, entonces en consecuencia, el objetivo final del mas perfectísimo de todos los seres de la tierra — el hombre — debe encontrarse en algún lado de la esfera de la perfección, no en algún elemento, sino en la perfectísima Personalidad, o dicho en otras palabras en eso, que en el idioma de la religión condicionadamente se llama Dios. Yo digo condicionadamente, porque a lo perfectísimo no le puede ser dado una definición lógica, no se le puede dar un nombre, porque Esto es Algo superior a cualquier nombre.

El Evangelio anuncia, que Dios — sentido del mundo se "encarna" y "se hace hombre," o sea que la encarnación sucede no simplemente en la materia, en un cuerpo vivo, sino precisamente en un hombre, porque entre todas las formas de la existencia solo el hombre puede alcanzar la perfección y la inmortalidad. Así surge la unidad entre Dios y el hombre.

El cristianismo da una respuesta simple y a la vez admirablemente audaz a la cuestión del sentido de la vida tanto para la personalidad individual como para toda la humanidad en su conjunto. Hasta la aparición del hombre toda la naturaleza era solo un obediente instrumento en las manos del Creador. Solo el hombre ubicado en la cúspide de la escala de los seres vivos es consciente de su designio y se torna de ser un esclavo de lo inevitable un libre copartícipe del Creador en la obra de la terminación de la creación. En difícil esfuerzo, siguiendo tras de Cristo Dios-hombre, él se diviniza a sí mismo y con eso mismo crea y prepara su inmortalidad. Levantándose del polvo, él se eleva hacia la unidad con la Fuente de la Vida.

En esto está el sentido de todo el proceso cósmico, el sentido de la existencia del Universo.

Si por el contrario lo mejor, lo mas elevado de todo lo que hay en el Universo, — nuestro "yo" humano — es en la practica nada (por cuanto es inmaterial, significa que es — "nada") o bien con la destrucción del organismo se convierte en nada; si todo este progresivo proceso cósmico termina en que la coronación de toda la evolución es la muerte, y la personalidad desaparece, entonces toda la existencia, todo este flujo de vida, toda la gloria y toda la tragedia de la vida humana es una espantosa insensatez, y como lo expresó con agudeza Dostoievsky, es solo un "vodevil de diablos" y nada mas que eso. ¡Pero no! La vida — no es un vodevil de diablos, y vivir — no significa morir. La vida es lo más grandioso de todo lo que sucede en el proceso cósmico. Lo más perfecto y también con eso mismo lo más racional. La vida orgánica es aquella esfera, aquel medio, sobre el fundamento de la cual crece la posibilidad de la vida Eterna. Y solo en esta vida Eterna hay sentido para toda la existencia.

Solo la inmortalidad puede ser el sentido, el motivo final de todo arrebato progresivo orgánico de vida. En medio del flujo general, donde todo fluye, todo cambia y naciendo, muere, surge algo completamente nuevo — la inmortalidad del espíritu humano. Sobre el torrente de la vida y de la muerte se encendió la chispa de la resurrección.

El cristianismo habla del sentido de toda la historia, de lo futuro como real. Si hay unidad entre Dios y el hombre, habrá entonces también resurrección.

La corona de la creación — el hombre — tiene sentido, solo si él teóricamente, potencialmente es inmortal y si realmente se hace inmortal.

En Cristo Dios-hombre el círculo de la vida deja de ser vicioso, se anula el "perpetuo absurdo."

Si hay resurrección, entonces también hay sentido. Si no hay resurrección — entonces tampoco hay sentido.

Solo la resurrección del hombre en la Vida Eterna da sentido a todo el proceso cósmico.

La resurrección de Cristo, y después de Él la resurrección de todos, los que alcanzaren la perfección espiritual en el difícil, pero grande esfuerzo espiritual de la cruz, es la natural (ontológica) y con eso mismo lógica culminación de todo el proceso cósmico de formación y establecimiento de toda la evolución cósmica.

Sin esta resurrección del hombre a la vida eterna todo el Universo y todo lo que sucede en él, perdería su sentido.

Pero Cristo resucitó y dio sentido a nuestra existencia, abriendo delante de nosotros las puertas de la vida Eterna.

 

 

 

Folleto Misionero número S96

Copyright © 2003 Holy Trinity Orthodox Mission

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Editor: Obispo Alejandro (Mileant)

(sentido_vida_n_ivanov.doc, 11-17-2003)